El que quiere volver a casa después de la batalla y no tiene mapa porque lo ha dejado dentro del cabello de Troya. O al que le encargan después de la misma batalla dibujar el mapa del nuevo Imperio, de la Nueva nación, del clan, en fin, de la familia. El que tiene una visión. O el que tiene una misión. El que piensa en escenas, imágenes, metáforas y relatos. O el que piensa en categorías. El que piensa que el mar es una representación del alma. O el que piensa el mar como un espacio para la construcción de autopistas de navegación. El que se compromete con las preguntas de lo complejo. El que busca la respuesta a costa de la simplificación de todo y de todos. El impulso creativo o el impulso reactivo. La democracia o la tiranía. Leer hoy las peripecias de Ulises y Eneas no es otra cosa que comprobar como nos leen ellas a nosotros mientras vivimos, aunque creamos equivocadamente que somos autosuficientes en la lectura de nuestras vidas. O dicho de otra manera, leer hoy a Ulises es comprobar la falsedad que acompaña a la pálida ambición que preside la lectura del Eneas moderno.
Indudablemente mucho más atractiva la figura de Ulises, tal vez fuera por ello que Joyce escribió la versión moderna del héroe griego, encarnada en la vida de Leopold Bloom paseando durante un día por la ciudad de Dublín. Nadie, sin embargo, le ha parecido relevante hacer lo propio con la figura del héroe romano. Me refiero a nadie que haya querido actualizar el sentido heroico de semejante encargo, presumiblemente porque ya no es posible hacerlo. Bloom, visto así, sería el último héroe antiguo, antes del cataclismo final. Sin embargo, la misión por encargo de Eneas no se diferencia de lo que hacemos cada día el común de los mortales. Lo que ocurre es que hoy los planes del Emperador ya no son tan visibles ni tan fácilmente cartografiables como en la época de Augusto. También porque hoy las dos peripecias no pueden narrarse por separado. Cualquier personaje que quiera dar cuenta de lo que ha quedado después de las grandes catástrofes de 1945, debe incorporar, al mismo tiempo, la determinación que conforma el carácter de Ulises y la sumisión a la virtud imperial (o del paradigma dominante actual) que marca el destino de Eneas. Pues el héroe moderno, si se le puede llamar así, se ha transformado en un monstruo con dos cabezas, que también tiene su representación en la antigüedad clásica, y se llama Jano.
¿Cómo se construye y se mantiene un Imperio, cualquier Imperio? Como hace el narrador mercenario de la Eneida, peripecia de Eneas mediante: llenando el mapa del territorio imperial de datos de todo tipo, dando así sentimiento absoluto de verdad incuestionable. ¿Cómo se construye un individuo? Como hace Ulises en su periplo hacia Itaca: desprendiéndose de esos datos, o de esa roña, acumulada en su corazón y en su mirada. ¿Cómo se hace uno Ulises sin dejar del todo de ser Eneas? Sería la pregunta para el ególatra moderno, que tanto miedo tiene a la muerte y sus emisarios. ¿Debería ser leída la peripecia de Eneas, al hilo de los acontecimientos del presente, como una posterioridad anterior y la de Ulises como una anterioridad posterior? ¿O ya está bien la lectura que hagamos, siguiendo los pasos y ritmos tal y como nos los ofrece la cronología histórica, a saber, Ulises más antiguo y más lejano y más incomprensible para nosotros que, para entendernos, el colega Eneas, que parece así uno de los nuestros?