viernes, 29 de marzo de 2019

JUICIO

Lo que no podía imaginar Aníbal Guevara es que su experiencia de dar una o dos vueltas al castillo cada mañana, tuviera que ver o pudiera alcanzar a las extravagancias propias de la justicia moderna. Como viéndolo desde el camino de ronda que lo circundaba, su imagen no dejaba de remitirle a un tiempo que ya no existía, pensaba que algo propio del tiempo actual, que él junto con los otros caminantes representaban a esa hora de la mañana, no podía producirse en sus alrededores. Al igual que cualquier actividad de ocio, parecía que caminar por donde lo hacía estaba libre de los avatares que la vida seguía teniendo allí abajo en la ciudad, o más cerca aún en la propia cantina donde tomaba café a veces. Además el castillo tenía su propia historia, que estaba fijada en los diferentes libros que se habían publicado al respecto, y no parecía que ello fuera a modificar la función lúdica y deportiva que ahora las autoridades competentes le habían otorgado en un tiempo en que la diferencia entre paz y guerra está más diluida que nunca. Sin embargo, Aníbal Guevara no creía del todo en esa imagen de cartón piedra que parecía transmitir la fortaleza. No en balde algunos directores de cine la eligieron como decorado de sus películas, así como, cuando llega el verano, los estudiantes de secundaria acampan entre sus murallas como una forma de despedir el curso fuera de las aulas donde había transcurrido. Aníbal Guevara estaba convencido, sin saber por qué, que el castillo continuaba siendo un organismo vivo, que proyectaba su influencia más allá de sus murallas sin saber, esto era lo que más lo inquietaba, cual era el verdadero alcance, aunque de ello no era ajeno aquella falta de distinción entre guerra y paz que vivimos en esta época de casi total tecnificación. El cantinero fue quien le contó a Guevara la historia que, a su vez, le había contado el cronista oficial de la ciudad, que suele dar la vuelta al castillo acompañado de dos galgos. Fue un juicio que se celebró en el interior del castillo no hace muchos años, el que acabó con esa imagen de cartón piedra con que se había cubierto el castillo ante el resto de los vecinos, que lo contemplaban sin distinción ni obstáculos desde la puerta de sus casas. Esta imagen a la que todos tenían acceso fue la que, al caérsele el velo de su falsedad, rompió la unanimidad y produjo a continuación las desavenencias que ahora atraviesan, de forma callada, la convivencia del vecindario. De repente, el castillo dejó de cumplir la función de tótem y las sospechas sobre lo que realmente ocultaba intramuros cundieron entre todas las conversaciones. El juicio de marras se hizo a puerta cerrada y en él se intentó dilucidar sobre la denuncia que uno de los trabajadores adscritos al mantenimiento de la fortaleza había puesto contra los Amigos del Castillo por incumplimiento de contrato. El denunciante había intentado en vano, antes de decidirse a ir a los tribunales, hablar con el presidente de los Amigos del Castillo, cuyo nombre era Kaplan, Ernesto Kaplan, un tipo de origen alemán o austriaco, la gente de la ciudad no se pone de acuerdo, que tiene a gala no dejarse ver con frecuencia. De hecho, hay muchos vecinos que si lo vieran por las calles de la ciudad no lo reconocerían. El caso fue que el trabajador, cansado de cumplir con todos los protocolos que le exigían en la puerta del castillo para tener la entrevista con Kaplan y no obtenerla, dicen, al menos fue en la cantina donde lo escuchó Guevara, que empezó a dar vueltas al castillo en señal de protesta. Guevara da fe que no lo ha visto todavía. Después del tiempo que ha pasado, nadie habla ni en la cantina ni en la calle de que en el juicio se haya cometido algún tipo de irregularidad, solo han traspasado las murallas las declaraciones finales de la abogada de oficio que representaba en ausencia al trabajador y que, más o menos, vinieron a decir que el representante de los Amigos del Castillo en el juicio había puesto el acento con demasiado dogmatismo en que prevaleciera la justicia, no tanto la bondad de lo que reclamaba su defendido.

jueves, 28 de marzo de 2019

DESDOBLARSE

Un narrador no es un busto parlante igual que los que salen en los telenoticias, aunque su presencia estática así lo haga parecer al lector, que sin miramientos se lo lleva, al narrador, al terreno que más conoce, que es el de protegerse con él convirtiéndolo en un puntal más de propia coraza.
El narrador no es narrador porque el lector lo oiga hablar desde afuera, sino porque escucha lo que el lector esconde dentro.
Creo que la tarea de la literatura -del arte en general- es generar obras que estimulen a la gente a observarse a sí misma y al mundo en que vivimos más de cerca o, quizá, desde otro punto de vista. No a leer como el que ve habitualmente un telediario o lee un periódico. 

La lectura (al estimular al lector a observarse a sí mismo y al mundo en que vive) no hace otra cosa que develar todo el cúmulo de falsedades, fundamentalmente de color y estructura técnica, con las que el lector se protege cada día, y sin las cuales le sería imposible levantarse de la cama. Nunca como en este siglo XXI nos creemos menos poseedores de nuestro genuino lenguaje, entregados como estamos a estructuras anónimas subyacentes, pero nunca, igualmente, necesitamos darnos cuenta que somos lo que somos gracias al lenguaje propio y apropiado que tenemos, o debemos tener, a la mano. Necesitamos vernos hablando y leyendo, en fin, necesitamos vernos escuchando al otro,  vernos conversando con el otro.

miércoles, 27 de marzo de 2019

TRÁNSITO

Al igual que (tal y como dice Víctor Gomez Pin en su obra, “Tras la física”) hay en tránsito entre los pensadores jónicos del siglo VI antes de Cristo y los físicos actuales, que va desde la interrogación inmediata sobre la naturaleza a la interrogación sobre el ser mismo que interroga, así ocurre entre los historiadores-periodistas y narradores-lectores en el siglo XXI en el que todos vivimos, aunque ese tránsito se haya ido conformando a lo largo del siglo XX. A la ordenación que, sobre los acontecimientos del pasado y los del presente, llevan a cabo los historiadores y los periodistas respectivamente, le sigue un tránsito que llevan a cabo, en el ámbito de la literatura, sus narradores y sus lectores, y que consiste, entre otras cosas, en interrogarse sobre la necesidad imperiosa de aquellos de ordenar los acontecimientos del pasado y del presente con la intención, no siempre confesada, de apoderarse del futuro, para a partir de ahí ensanchar los límites y renovar la perspectiva de los tres: pasado, presente y futuro. En el caso de los dos primeros nos convierte en Sujetos de la Historia del Pasado o del Presente aptos para adueñarnos del Futuro, y en el tránsito hacia los segundos nos convertimos en sujetos en las historias que escribimos y leemos. La pregunta se encuentra en saber si es a través de las vastas dimensiones de los fenómenos históricos y del presente (magnificados hasta la delirante irrealidad a que asistimos en la era digital) lo que mejor nos ayuda a penetrar más a fondo en el alma humana, o es más bien, como pensaba Proust, que solo penetrando en el alma de una sola individualidad tenemos alguna posibilidad de comprender (hacer nuestro) aquellos fenómenos irreconocibles al foco de nuestra mirada, los unos por estar muy lejanos y los otros por un exceso de proximidad. Los clubs de lectura actuales serían, a mi entender, el espacio y el tiempo idóneos para efectuar ese importante tránsito. Por un lado trenzarían en su seno lo popular y lo elitista, y, por otro, darían cabida a lo que hoy no lo tiene en ningún sitio, a saber, la invisibilidad y la indeterminación propias de las historias de la literatura, a salvo, al fin, del dominio apabullante de la visibilidad determinista de la Historia del Pasado y del Periodismo del Presente.

jueves, 21 de marzo de 2019

PRIMAVERA

Según anunciaron los meteorólogos la primavera había entrado a las diez de la noche del día anterior. Por tanto la vuelta al castillo de la mañana siguiente tenía esta novedad añadida, que se repetía cada año por las mismas fechas. Aníbal Guevara se lo hizo notar al camarero de la cantina de las afueras de la ciudad, en la que se detuvo a tomar un café, para comprobar cómo aquel veía la entrada de la nueva estación meteorológica. También le quería comentar la inesperada afluencia de perros que se paseaban, mas o menos libremente, por los alrededores del castillo. La primera vez que los vio por separado no le dio demasiada importancia. Iban todos acompañados por su dueño,  aunque bien es sabido que quien saca a pasear a estos animales no siempre es su dueño, que solía estar cerca de donde Guevara divisaba al can por primera vez, cuando no iba pegado a su vera unidos los dos por la correa habitual en estos casos. Comparado con lo que estaba habituado a ver en la ciudad le parecía una extensión de semejante práctica al entorno del castillo. La cosa empezó a parecerle sospechosa, cuando se encontró de sopetón con un perro labrador tratando de montar literalmente a una perra que iba, a duras penas protegida, por los brazos de su dueño. Debió ser unos días antes de la llegada de la primavera, antes de que el viento norte soplara con la fuerza que lo hizo, cuando todavía costaba imaginar que la primavera pudiera entrar pronto, o incluso que pudiera volver a su cita anual, justo por donde entraba el viento norte, que era el lugar desde donde vigilaba la otra fortaleza situada en la misma raya fronteriza. Aníbal Guevara vio primero al paseante con la perra entre los brazos, abrazándola como si fuera un niño pequeño, con cara alarmada ante un peligro inminente que el solo parecía ver o detectar. Cuando Guevara giró la vista para seguir su camino, se le echó encima, haciéndole perder el equilibrio, el perro labrador en busca de la perra que el otro llevaba entre los brazos. Fue entonces, después de ponerse como pudo de nuevo en pie, cuando descubrió que el miedo que reflejaba el rostro del dueño de la perra se había convertido también en el suyo. Antes de saber que hacer, si seguir andando o echarle una mano al otro paseante, Guevara puso su mirada sobre una de las torres del castillo. Así comprobó que, en contra de lo habitual a esas horas de la mañana, las luces estaban encendidas. No vio ninguna silueta moverse a través de los visillos. Solo la luz, que parecía vigilar todo lo que estaba sucediendo en el camino de ronda. La torre se parecía a la de un pequeño hotel que había a las afueras de la ciudad, justo al lado contrario donde estaba situado el castillo, que había cerrado hacía un par de años, sin que nadie en la ciudad supiera realmente las causas. Alguien, a quien había oído el camarero de la cantina, se había preguntado en voz alta, un día sentado en la barra mientras se tomaba una cerveza, ¿qué otra cosa se ha podido construir con una finalidad más elevada? Luego resultó que quien así interrogaba era un pariente lejano del dueño del pequeño hotel. El perro labrador consiguió auparse hasta lo brazos del hombre que protegía a su perra. Cuando Aníbal Guevara se disponía a echarle una mano, una voz estruendosa gritó desde detrás de unos matorrales, ¡Jefe! Automáticamente el perro dejó de acosar al hombre y al animal, y salió corriendo en dirección hacia donde venía la voz, cuyo dueño no aparecía, como si la voz viniera de la tierra misma. Cuando Aníbal Guevara se disponía a reanudar su camino, una vez que comprobó que el hombre y la perra reanudaban el suyo, divisó a unos cincuenta metros la figura de una hombre gordo abrazado a Jefe. Al llegar Guevara a su altura, le dijo, en un tono tranquilo que no pretendía transmitir enfado y menos maldad, que las personas que paseaban así con sus  perros, sobre todo alrededor del castillo, eran unos imprudentes. Luego se despidió cortésmente de Guevara y volvió sobre sus pasos, que no seguían la traza del camino del ronda del castillo, sino que se adentraba discretamente hacia una vaguada que se dejaba de ver después de una pronunciada curva.

miércoles, 20 de marzo de 2019

VIDA EN EL JARDÍN

“Cree la autora que los jardines son parte integral de la psique y que un jardín sirve para estar en armonía con las cosas mientras crecen y florecen con el ciclo del año. El relato bíblico cuenta que la humanidad se generó en un jardín del que nuestros padres fueron expulsados por una autoridad que les negaba el conocimiento, pero los jardines crecieron y se multiplicaron por la mano de sus descendientes hasta nuestros días y aquí estamos.”

martes, 19 de marzo de 2019

EL CEREBRO

Los neurólogos siguen empeñados en hacer entender a los padres, ya han dejado por imposible a los docentes, que no deben entorpecer la capacidad creativa de sus hijos, sin explicarles qué quieren decir con ello. A saber, si se refieren a la creación estética o a la creación artística. A las habilidades propias relacionadas con el cerebro o las preguntas que tienen que ver con el alma. Ser artista, confiesa Rainer María Rilke, quiere decir no calcular ni contar: madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano. Siempre se ha comparado la educación de los niños con el crecimiento de los árboles, en el sentido de que deben hacerlo rectos y hacia el cielo. Pero el cerebro, si no entiende de religión ni de filosofía, ya que el cerebro cuenta y calcula, si no sabe distinguir los dos sentidos diferentes de la palabra utilidad, si para el cerebro solo hay un sentido al alcance de la utilidad de lo útil, si el cerebro no sabe distinguir la utilidad de lo inútil, ni la inutilidad de lo útil, ¿por qué ha de saber cual es la mejor educación para los niños,? ¿Cuando hablamos de la crisis de la modernidad, hablamos de lo que le falta al cerebro para ser moderno, o de lo que le sobra? Kakuzo Okakura al describir el ritual del té, había reconocido, en el placer de un hombre cogiendo una flor para regalarla a su amada, el momento preciso en el que la especie humana se había elevado por encima de los animales: al percibir la sutil inutilidad de lo inútil el hombre entra en el reino del arte. Puestos a contar y a medir como le gusta al cerebro, ¿cuánto cerebro hace falta para llevar cabo el acto que describe Okakura?

lunes, 18 de marzo de 2019

ALMAS DOLIENTES

La novela “El ancho mar de los sargazos”, de Jean Rhysaspira a contar algo que no son los antagonismos propios (con sus sentimientos añadidos de odio y amor, resentimiento y venganza) provenientes de una peripecia colonial que sintonizara con una visión de la linealidad histórica (conocida por el lector porque es en la que respira cada día), sino contar a que otros asuntos remiten esos antagonismos (que no sean los de obligado cumplimiento historicista), y de qué modo constituyen parte del mundo o, mejor aún, de qué modo el mundo (no una sociedad concreta) los constituye a ellos. Si la autora hubiera querido contar una historia, digamos, vista desde el lado de los esclavos negros liberados, nadie mejor que la criada Christophine para tal misión, pues lo sabe todo y sabría callarse lo que perjudicara a la verosimilitud de la historia de su liberación. Y si la hubiera querido contar de forma más “neutral”, un narrador en tercera persona bien documentado habría escrito algo muy sólido y verosímil. Pero es evidente que no ha querido contar ni una historia ni la otra y, menos aún, una historia vista desde el lado de los antiguos imperialistas de las colonias caribeñas. Lo que si me parece que ha querido contar es una historia con la visión, digamos, de narradores más especulares (no tan dominadores de lo que cuentan), cómo se dice en la ECH. Una historia abierta y alada contra el dogmatismo acerado de LA HISTORIA, donde aquella sea un espejo de esta, no como siempre la víctima propiciatoria del imperativo inmediato de sus hechos. Una historia que pueda respirar al margen de esa inmediatez (algo con otra causalidad, para entendernos), con una visión más panorámica o no tan pegada al pie de obra de una visión psicologista o política o sociológica, histórica en fin, de los hechos y sus motivos visibles. Así como lector descubro el lugar idóneo donde colocarme, para tratar de entender el juego extraño al principio, pero al fin y al cabo convincente, de las voces de los narradores y protagonistas, que hacen avanzar, otorgando una densidad y una perspectiva nada habituales, a la novela de Jean Rhys. 
Antoinette Cosway no podría sobrevivir, y menos aún hacer oír su voz, dentro de la lucha feroz de la visión historicista, pero si puede hablar con misteriosa claridad, y el lector comprender lo que dice, aupada ahí arriba donde la coloca la autora “libre” de Prejuicios Históricos (lo que llamo aupada en su alma, y yo como lector en la mía si quiero oírla), donde se reflejan, en colaboración paradójica, los que le silenciarían la palabra allí abajo, en el fango de lo Histórico, debido al ruido ensordecedor de las envestidas coloniales de los unos y de la liberación esclavista de los otros. Esa es, creo yo, la misión del protagonismo ordenado (o edulcorado) que la autora le otorga al marido de Antoinette, sin convertirlo en alguien plano o en un don nadie, y de la impagable contención con que dibuja el carácter de Christophine, mediante el que transforma su resentimiento y odio en luminosa sabiduría. Esta compleja estructura la propicia, como no, el talento de la autora, produciendo en el lector un cambio en su percepción frente a lo que está acostumbrado. Lo cual no es óbice, al contrario es un acicate, para poder leerlo entre las turbulencias de todo tipo de este siglo en el que vivimos, pues a ellas sin duda interpela. 
En fin, todo sea por oír y comprender la voz del alma de Antoinette Cosway que habla a impulsos o ráfagas (como ese alma hipersensible y doliente que todos llevamos dentro, ya vivamos en una sociedad esclavista o en una sociedad buenista), pero con una lucidez tan misteriosa como sobrecogedora. Y es que cuando el imperativo de lo Histórico no domina ni determina de forma apabullante (se aparta) el destino de las frágiles historias humanas, aflora lo que sucede siempre en todo tiempo y lugar. No en balde las ultimas palabras de Antoinette son también las de la novela. Dicen así: “Ahora, por fin, sé por qué me trajeron aquí y sé lo que debo hacer. Seguramente había corrientes de aire, ya que la llama de la vela parpadeó y pensé que se había apagado. Pero la protegí con la mano, y la llama volvió a alzarse, y a iluminarme en el largo pasillo.”

sábado, 16 de marzo de 2019

AMOR

Pero su voluntad es firme; seguirá los preceptos de la ley de Dios y no los de su corazón, diciéndose que las reglas no han sido hechas sólo para cuando sea fácil cumplirlas.
le permitiría realizar la obra de Dios, un matrimonio por vocación, como le propone su primo, y no por amor. 
El párrafo anterior se refiere a la novela “Jean Eyre”, de Charlotte Bronte. En la actualidad, para realizar la obra del hombre moderno, se da un matrimonio por voluntad del Yo, y no, igualmente, por amor. Ergo, tanto en la obra de Dios (vocación) como en la obra del hombre moderno (voluntad) “el sentimiento del amor” (y por extensión cualquier otro sentimiento) tienen difícil, por no decir imposible, acogida sin la verificación notarial previa del anfitrión. Ayer Dios, hoy el Yo.

jueves, 14 de marzo de 2019

CIELO DESPEJADO

Su superior no debía ser otro que el presidente de la Asociación de Amigos del Castillo. Cuando Aníbal Guevara lo vio salir por la puerta aquella mañana hizo tal asociación para sobreponerse a la sorpresa. Después de todo iba pensando en disfrutar la vuelta al castillo bajo un cielo totalmente despejado y con el viento en perfecta calma. Los tres días anteriores habían estado protagonizados por el fuerte viento del norte, al que siempre lo acompañaba una violencia que no solo se cebaba sobre el cuerpo del caminante, sino que también dejaba su imperceptible huella sobre el ánimo, el cual comenzaba a recuperarse otros dos o tres días después bajo el influjo de los cielos limpios de cualquier rastro que significara algún tipo de amenaza. El que salió por la puerta era un tipo de baja estatura con una enorme barriga, que iba acompañado por un perro labrador que llevaba sujeto a una cuerda. La sorpresa le vino a Guevara no tanto por la estampa voluminosa del hombre y su perro, como por el hecho de verlos aparecer en el momento que se abría la puerta del castillo. El caso es que ya los había visto por separado la mañana anterior, cuando el viento norte soplaba con toda su fuerza inclemente. El primero que vio fue al perro que trataba de abalanzarse, sin conseguirlo, sobre una perra que se protegía entre los brazos que le ofrecía su dueño. Este a duras penas se sostenía entre la fuerza del viento por un lado y la del perro en celo por otro. Solo acertó a decirle a Guevara, en el momento que se cruzaron en el camino, que el tenia todos los permisos en regla para pasear a su perra alrededor del castillo, el dueño de este labrador, continuó, no debe estar enterado de que para pasearse con un perro, o con cualquier otro animal, hay que tener todos los permisos en regla. Guevara le contestó, al ver que se dirigía a él pidiéndole su aquiescencia, que no estaba enterado de semejante norma y desde cuando estaba vigente, y, menos aún, si tenía un ámbito de aplicación estatal o solo se circunscribía al término territorial del castillo. Ciertamente, contestó el joven que trataban de defender a su perra de las envestidas del perro labrador, el castillo tiene un dueño aunque su ausencia continuada haya hecho creer a los que caminamos a su alrededor cada día que es de todos. La fuerza de la costumbre se entromete así en la legalidad de la propiedad. Y quien es el dueño preguntó Guevara, ahora ya con más interés por seguir la conversación con el joven de la perra. Aunque parezca increíble, el dueño del castillo es el castillo mismo, pues así lo quiso su último propietario. Para entendernos, continuó el joven de la perra, éste legó todos sus derechos sobre la propiedad de la fortaleza a su ausencia. Quiero que mi ausencia sea un hueco o un vacío sólido dentro de las murallas que lo protegen. Y los Amigos del Castillo que pintan en todo esto, preguntó Guevara. Son los albaceas perpetuos de esa ausencia, de que su solidez se mantenga en los mismos términos que dejó escrito su anterior dueño en su testamento. Cuando se despidieron el perro labrador dejó de acosar a la perra atraído por un silbido, a oídos humanos casi imperceptible, que venía orientado en dirección del ojo del viento norte, en la misma que continuó su paseo Aníbal Guevara. Pocos minutos después encontró al autor de los silbidos que, como si fuera a un niño pequeño, amonestaba con energía al perro labrador por haberse despistado. Por los ademanes que tenía, no le pareció a Guevara que estuviera al tanto de la normativa que le acababa de confesar el dueño de la perra, del que acababa de despedirse unos metros más atrás. Aunque al verlo salir esa mañana por la puerta del castillo, lo que pensó Guevara fue, muy al contrario, que no solo sabía todo sobre la normativa para caminar alrededor del castillo, sino que era el que tenía la orden de hacerla cumplir. Por un momento no quiso desperdiciar la ocasión de preguntarle al tipo de la barriga por su cometido, pero en esta ocasión, a diferencia de hacía dos días, lo notó menos solícito, menos oculto tras la regañina infantil que le propinó al perro labrador. Sencillamente lo intimidó su presencia al verlo atravesar la puerta del castillo. Prefirió, entonces, continuar su camino y recuperar el ánimo que el día luminoso le había inculcado. Lo intentó, pero el recuerdo del aquel tipo, su enorme barriga y el perro labrador que lo acompañaba sujeto a una cuerda, no lo abandonaron durante todo el camino. Al fin y al cabo, él caminaba alrededor del castillo, también, sin ningún tipo de permiso reglamentario.

miércoles, 13 de marzo de 2019

LA CUCARACHA BLANCA

“Antoinette vuelve a recorrer con su mente la paupérrima hacienda de Colibrí, buscando reconstruir su historia y descubrir las razones de su compleja existencia y su incierto destino: el de una mujer nacida en el limbo creado por el desprecio de los antiguos colonizadores ingleses y el hermético mundo de los esclavos negros liberados.”
Me llama la atención este párrafo final que pertenece a lo primero que el lector se encuentra al abrir la novela de Jean Rhys “Ancho mar de los sargazos”. Digo lo primero de forma literal pues no se como denominarlo, no tiene titulo, ni quien lo escribe se presenta, ni lo firma. Son las primeras palabras no identificadas de la creación de un mundo identificado, cuya voz protagonista, Antoinette Cosway, toma el mando en lo que viene de inmediato a continuación y que se titula primera parte. Digo que me llama la atención porque sin saber quién hay detrás de esas palabras parece que conoce muy bien el destino de la protagonista y el mundo que nos va a contar, dándonos en bandeja, no precisamente de plata, la hoja de ruta de la lectura: Antoinette tratará de reconstruir su vida con su mente (alma) desde el espacio (limbo) en que nació encerrado su cuerpo (coraza) por el desprecio de los suyos (colonizadores) y el odio de los otros (esclavos liberados), a cual más feroz e implacable. Algo me dejan claro estas primeras palabras sin identificar, primero que las palabras identificadas de la narradora están escritas desde el alma, luego me interpelan a que convoque la mía para no ser menos y estar a esa temblorosa y misteriosa altura, segundo que su camino está plagado de las minas del desprecio y el odio ajeno, luego también tendré que saber cuales son y donde se encuentra hoy esas minas que cada día me acechan y me explotan en los morros sin enterarme. En la segunda parte hay cambio de narrador, ahora nos habla el marido de Antoinette. La antigua criada negra se quiere ir de la casa porque el nuevo amo no la quiere y ella tampoco lo quiere a él. 
“El ruido me impidió oír la llegada de Christophine, pero Antoinette la había oído.
—¿Te vas? —preguntó.
—Sí.
—¿Y qué será de mí?
—Levántate, muchacha, y vístete. La mujer ha de ser valiente para vivir en este mundo de maldad.”
No dice en esta casa, ni en Jamaica, ni en la Martinica, dice en el mundo. ¿El alma de la negra de vestido negro y cofia amarilla ha aprendido, a través de la densa oscuridad de la piel de su cuerpo dolorido, lo que mueve el mundo, y que va más allá de la maldad colonial de las cucarachas blancas? Si es así, la pregunta, entonces, cae del lado de los lectores de hoy, ¿aceptamos que ese más allá no es otro que el que ocupan los famosos escarabajos kafkianos, o sea, nosotros mismos? Ahora empieza a cobrar sentido el limbo desde donde nos habla la protagonista Antoinette, al que hace referencia la voz no identificada del principio. Y la intuición kafkiana, con carácter anticipatorio, de los esclavos negros liberados al llamar a Antoinette la cucaracha blanca. 

Leibniz dijo que el problema del mal en el mejor de los mundos posibles, como es el nuestro, tiene que ver con la visión egocéntrica del mismo. Identificamos el mal con quien no es o no piensa como Yo que, como no puede ser de otra manera, represento el bien. Visto así, dice Leibniz, ¿cómo sería un mundo solo habitado por el bien, es decir, solo habitado por tipos que pensaran y actuarán como el Yo y sus cuates? Sin duda, concluye, no sería el mejor de los mundos posibles. Claro está que Leibniz sabía de que hablaba, porque no en balde era el contable y el abogado del Dios Gerente en la Tierra. El caso es que hoy en día no hay gerente ni contable ni abogado celestiales que valgan, pero si somos herederos de la colosal rapiña colonial del siglo XIX y de las inimaginables barbaridades del siglo XX. Aún así, como si viviéramos en la época de Leibniz, como si hubiera gerente, contable y abogado celestiales, como si hubiera colonizadores y esclavos como los de antaño ¿por qué nuestra mente se empeña en seguir apuntándose al BIEN, a sabiendas, hoy ya no hay disculpas, de que con el mismo impulso así construimos el MAL en el otro? ¿A cuento de quien y a cuentas de qué saldamos esta perversa y oscura autosatisfacción que se ha apoderado del mundo? ¿La esperanza de que Yo es el Otro, se ha transfigurado en que el Diablo soy Yo? No el mejor de los mundos posibles, así construimos un mundo inhabitable, ¿el que intuyen Antoinette y Christophine?  ¿O es que no lo sabemos? Peor que malos, aún, ¿es que jugamos a ser ignorantes con todos lo datos a nuestro alcance? Mientras tanto, ¿solo nos queda hablar desde algún tipo de limbo, entre los odios de unos y los desprecios de los otros, el limbo desde donde hablan la cucaracha blanca o el escarabajo kafkiano? El limbo, entonces, ¿es hoy ese lugar que no es el cielo donde van los buenos, ni el infierno donde van los malos, sino desde donde toman y piensan la palabra, no sin dolor y tristeza, la “pureza infantil” de seres como Antoinette, al socaire de los odios y desprecios con se atizan sin parar los buenos y los malos? En el fondo, “¿el leer adulto no es leer como si fuéramos un niño, libres de la influencia de los odios explícitos y los mudos resentimientos que nos depara la lucha por la supervivencia?”

martes, 12 de marzo de 2019

APOCALIPSIS SILENCIOSO

Toda obra de arte es un Apocalipsis silencioso. Referencia explícita al Libro de las Revelaciones (Apocalipsis, de San Juan) que Northrop Frye define como la manera que coge el mundo tras la desaparición o caída del Ego. Lo cual, en sí misma, puede ser experimentada como un cataclismo individual de proporciones similares a los cataclismos naturales o sociales: Incendio de Lisboa o caída del muro de Berlín o voladura de las Torres Gemelas. La desaparición del Ego sería algo así como la caída de la coraza y la aparición del alma desnuda. Prueba de ello es el auge que tiene hoy, frente a la caída del Ego la Industria de la Autoayuda (entendida como la industria de los apagafuegos de los demonios interiores). El arte según Martel (“Vindicación del arte en la época del artificio”) es una manera de transfigurar el mundo. Muy a la contra de la sociedad moderna, que considera el arte como la relación por separado de una fuente más de su vocación de entretenimiento y una plataforma de expresión de los que se autodefinen como artistas. Nótese el hecho moderno de como, al fin y al cabo, se han acomodado dándose la espalda la fuente de los unos y la plataforma de los otros. De espaldas, sí, aunque pegadas únicamente por los intereses del mercado, digámoslo así, no por los intereses que son propiamente creativos, para lo cual se tendrían que mirar cara a cara dejando una distancia entre ellos, como marca el precepto de creación ilustrado.

lunes, 11 de marzo de 2019

VIENTO NORTE

Aníbal Guevara salió de la cafetería donde había tomado el primer café de la mañana en compañía de su mujer, como cada día. Empezó a caminar con decisión, adentrándose en la claridad que el viento norte había traído a la ciudad barriendo los primeros polvos en suspensión primaverales y los de la contaminación que favorece la duradera estabilidad meteorológica invernal. Desde los primeros pasos divisó con nitidez, allá en lo alto, la silueta del castillo. No podía decir que era majestuosa, pues nunca fue esa la intención de su arquitecto, pero a Guevara siempre que la meteorología le daba la oportunidad le gustaba recrearse en su perfil críptico. No era el castillo feudal, intimidatorio, dispuesto a pararle los pies al que intentara acercarse armado hasta los dientes a sus murallas. Tampoco era el palacio burgués, acogedor, dispuesto a facilitarle el paso a la fiesta a quien hubiera sido invitado por los que la habían organizado, que era también los dueños. El castillo que divisaba Guevara tenía forma de planta extensa con varias construcciones repartidas en su núcleo interior, al que solo se podía acceder a través de una laberinto de murallas que lo rodeaban. Eso era lo que mostraba el plano que habían colocado a la entrada, pues él no había entrado nunca. Visto desde donde él estaba bien pudiera parecer, favorecido sin duda por la fuerza limpiadora y deformadora del viento norte, un pequeño pueblo colocado apaciblemente sobre la colina, como si formara parte de ella desde siempre. Cuando llegó arriba, esa mañana no se detuvo en la fonda de las afueras de la ciudad a tomar el segundo café, el viento norte aceleró súbitamente su velocidad y empezó a soplar con más fuerza, tanta que le hizo perder el equilibrio mientras estaba pensando qué hacer. Si seguía el trazado pegado a la muralla, que es el que habitualmente hacía, las ráfagas de viento lo zarandearían sin piedad durante todo el recorrido, aunque de esta manera podría ver con total nitidez el paso de la frontera por donde se colaba ese viento norte, al decir de los meteorólogos. Ojo del viento norte llaman al lugar exacto por donde entra, ya que es el punto más bajo de la cadena de montañas que hacen de frontera. Por eso también es el paso fronterizo de personas y mercancías, y desde que construyeron la fortaleza que hay allí  también es donde le dan la réplica militar al castillo donde da vueltas Guevara. Días como esos, en los que el viento norte lo dominaba todo, Aníbal Guevara se sentía invadido por un malestar físico en forma de pesadez en las piernas, que poco a poco se trasladaba al ánimo en forma de paulatina decepción. Al fin y al cabo, la nitidez del ambiente que le ensanchaba el alma en los primeros pasos acababa, al verlo todo más claro, por encogerla al verse superada por las incompatibilidades que apreciaba bajo el foco de la fuerza del viento norte. Por ejemplo, la presencia ineludible de la fortaleza de la frontera, que en días normales no se veía o lo hacía envuelto en una neblina espesa, en días de viento norte recuperaba su vieja hostilidad trasmitiéndola, como traída en volandas por el propio viento, al interior donde habitan los Amigos del Castillo, como si fueran los verdaderos dueños. Esa era otra de las razones, a parte de las ráfagas del viento norte, que animó a Guevara a optar esa mañana por el camino más alejado del que sigue la traza de las murallas más exteriores del castillo. La hostilidad renovada de los dos castillos, encarnada por los golpes imprevistos del viento en donde se encontraba Guevara, no era algo que éste quisiera presenciar y, menos aún, que lo pillara en medio del enfrentamiento. De repente, el ambiente se hizo desalentador y empezó a ejercer sobre Guevara una violencia a la que temía siempre que subía a caminar, pues intuía que se encontraba alojada en cada rincón del laberinto del recinto amurallado, dispuesta para proteger a los únicos habitantes de las edificaciones interiores, los Amigos del Castillo. Siempre trataba de convencerse, cuando soplaba así el viento, que alguna vez tendría que enfrentarse con lo que suponía ese peligro, sus influjos imperceptibles, pero al final optaba por seguir el camino de abajo desde el que la silueta del castillo era prácticamente invisible y la fuerza del viento norte era inapreciable. Una vez más, aquella mañana, fue lo que hizo.

domingo, 10 de marzo de 2019

UNA HISTORIA DE LA LUZ

“Esta poderosa novela presenta dos características singulares. La primera afecta a la figura del narrador, que utiliza la segunda y la tercera personas entremezcladas, un efecto expresivo muy infrecuente, sobre todo teniendo en cuenta que la segunda persona es la más difícil de trabajar. La segunda característica es que estamos ante una NOVELA partida en dos (juventud y madurez), separada por un intermezzo (la guerra de 1914-1918). La intención de la novela es clara: contar la vida de un hombre entregado a una vocación que determina su dedicación en esta vida y contar la vida de un hombre que, en su deseo de ser, busca el absoluto.”

viernes, 8 de marzo de 2019

ANTICICLÓN

Vamos al tajo, fue lo que le dijo a Aníbal Guevara el hombre de los dos bastones, Atilano era su nombre, cuando lo encontró al inicio de la subida al castillo la penúltima mañana del invierno.  El sol lucia con esa fuerza previa que anunciaba el inminente cambio de estación. Los pronósticos meteorológicos anunciaban la presencia indiscutible del anticiclón en las próximas horas e incluso en los dos o tres días siguientes. Cuando Guevara llegó arriba se encontró en la puerta de entrada, en el espacio que había al lado de una de las antiguas garitas, con la brigada de mantenimiento que estaba arreglando la estructura de la muralla más exterior del castillo. El capataz, que estaba al frente de la brigada, saludó a Guevara con un leve movimiento de la mano, luego continuó hablando con sus ayudantes y algún que otro aprendiz que formaban parte del grupo. Al lado de la otra garita (que conservaba dentro las inscripciones de un antiguo centinela, en las que hacía referencia al frío que estaba pasando mientras recordaba con pasión a la novia ausente y distante a muchos kilómetros de donde el soldado se encontraba) el intelectual local parecía ensimismado mirando la línea nítida que dibujaba la cadena de montañas sobre el cielo azul, como si, después de los días nubosos anteriores, aquella recuperación de la visibilidad del horizonte fuera la primera vez que la contemplaba en lugar de una renovación de lo de siempre. Mientras, a su lado, los galgos que lo acompañaban esperaban pacientes los vaivenes contemplativos de su amo, sin mover la cola ni emitir el más leve de los ladridos, los galgos tienen ese carácter. En la fonda de los bajos de la ciudad, Guevara había oído a unos parroquianos mientras tomaba un café, antes de iniciar la subida al castillo y antes de encontrarse con Atilano, que la mejora de los exteriores de muralla había sido una decisión de los Amigos del Castillo, pues temían que alguien se pudiera colar por las grietas que habían ido apareciendo con el deterioro del paso de los años. También oyó, en la misma conversación, que el capataz era pariente cercano de uno de los de la junta de los Amigos del Castillo. Antes de iniciar su vuelta por el camino de ronda dela cortaleza, Guevara estuvo tentado de preguntar al capataz si sabía de donde le venía el temor a la invasión de los Amigos del Castillo. Si ese miedo estaba provocado por estar tan cerca de los vecinos de la ciudad que se veía allá abajo o, por el contrario, el temor a la invasión continuaba teniendo su origen en el motivo de la construcción del castillo hace más de trescientos años, es decir, en lo que pudiera venir de allá lejos al otro lado de las montañas que forman la frontera con el país de al lado. Se hubiera acercado al capataz y con el debido respeto le hubiera hablado tal y como lo pensaba, lo hubiera interrumpido, así, en su conversación distendida con los aprendices y sus ayudantes. Sin embargo, cuando se fijó de nuevo en la actitud ensimismada del intelectual local, que, junto a la quietud de sus galgos, seguía mirando al horizonte que formaban las montañas, limpio de excrecencias como hacía días que no aparecía así a esas horas de la mañana, comprendió que no era una idea acertada. Era más que probable que el capataz se tomara a broma sus preguntas, lo que no iba a impedir que fuera con la embajada a los Amigos del castillo. Lo que a Aníbal Guevara le preocupaba no era tanto que pudieran tomar represalias contra él, como que calificaran su actitud al acercarse al capataz como algo que tuviera que ver con su mal carácter y que eso hiciera que no consideraran conveniente que pudiera seguir dando vueltas al castillo. No en balde, la traza del camino de ronda a la fortaleza la habían consentido hacer ellos, al igual que su usufructo por parte de los paseantes, siempre y cuando no hubiera por parte de estos intromisiones que ellos juzgaran indeseadas o indeseables. En tal caso, así quedó escrito en el documento de autorización que firmaron los Amigos del castillo y las Autoridades de la ciudad, la junta de la asociación se reservaba, como primera medida cautelar, el derecho de admisión al camino de ronda.

jueves, 7 de marzo de 2019

TALADRAR EN DURO

En el salón de actos del centro cultural la Acebeda, sito en una de los barrios de nueva creación dentro del programa de ampliación de la ciudad hacia el oeste, el filósofo Darío Dreymuller dio una conferencia sobre el futuro de la vocación educativa, en una sociedad que ha perdido la verticalidad impositiva tradicional en favor de una horizontalidad performativa digital. Era el 11 de marzo de 2004. Fuera toda la ciudad se sentía convulsionada por las explosiones habidas en los trenes de cercanías a primeras horas de la mañana, que habían dejado, a esas horas de la tarde, cerca de doscientas víctimas mortales. A Dreymuller le ofrecieron la oportunidad de suspender el acto, pero él prefirió mantener su convocatoria cuando le vino a la cabeza una experiencia similar que tuvo Max Weber hacia casi cien años. Efectivamente, fue en una fría tarde de enero de 1919 cuando, en una sala estrecha y no muy iluminada de la ciudad de Múnich, el pensador alemán doy su famosa conferencia: La política como vocación, donde define esa vocación como el taladrar de duras tablas con pasión y tino. Fuera de la sala donde había disertado Weber, igualmente que en los trenes de 2004, la barbarie nazi comenzaba a imponer su letal trabajo. Este paralelismo entre un acto y el otro llevaron a Dreymuller a orientar las palabras de su conferencia hacia un lugar poco habitual de la vitalidad del intelecto, a saber, uno puede ver y comprobar cada día que las cosas y las personas que imposibilitan la educación y la democracia son en su esencia irremediables, pero al mismo tiempo uno debería estar decidido a que aquellas fueran de otro modo, tanto por separado como en su irreductible interrelación. Un espía, dijo así Dreymuller en un momento de su intervención, que estuviera vigilando a los maestros y profesores de escuelas e institutos desde el inicio de su jornada laboral, no sabría realmente que estarían haciendo allí dentro (tanto en las aulas como en los despachos) y si lo que hacían tenía que ver realmente con la educación. No sería suficiente, entonces, que se leyera de principio a fin los objetivos y procedimientos que constan por escrito en el diseño curricular del centro educativo en cuestión. Tendría que examinar primero las circunstancias de índole personal y después las posibilidades objetivas que ponen límites a todos los actos y decisiones que se hacen y se toman allí dentro. Observaría, así, la infinidad de decisiones que los profesores toman (muchas de ellas de acuerdo con los progenitores de los alumnos en sus reuniones tutoriales) que, o bien no tienen nada que ver con los objetivos del diseño curricular del centro educativo acordado por mayoría en el claustro o, si sí se atienen a la hoja de ruta diseñada todo se convierte, de repente, en un oficina de dudas y vacilaciones en el mejor de los casos, o en una caseta de apuestas mutuas en el peor. En cualquiera de los casos, no han nada que no ablande o lubrique ese taladrar en duro en que, al fin y al cabo, se convierte el día a día educativo, como unas risas en los grupos de whatsapp donde los damnificados del asunto se refugian. ¿Por qué no lo dejan?, se preguntó y preguntó Dreymuller a quienes lo estaban escuchando. Porque, respondió (recordando la escena primera de El Proceso de Kafka, en la que Josep K dijo, a quienes lo habían detenido sin acusarle de nada, que estando en el banco donde trabajaba nada de esto le habría sucedido), fuera de la escuela o el instituto los profesores y los alumnos serían unos don Nadie porque no tendrían función alguna, amenazados de ser detenidos en medio de la calle sin haber cometido delito alguno, aunque sintiendo toda la culpa del universo sobre su conciencia.

miércoles, 6 de marzo de 2019

ENTRE CORAZAS Y ALMAS

Ocho miembros del sindicato de profesores de secundaria y seis socias de la liga de Mujeres en defensa de la educación pública fueron obligados a disolverse por las fuerzas de orden público delante del palacio presidencial, confiscándoles, al mismo tiempo, la pancarta detrás de la cual se manifestaban desde hacía un mes aproximadamente. La leyenda de la pancarta escrita a mano decía lo siguiente: “Todo ser humano es una coraza andante con pezuñas en la mayoría de los casos, aunque a veces también con piernas. Todo lector es siempre un alma a la busca constante de sentido.” Era el 18 de octubre de 2013. La decisión de este reducido grupo de salir a manifestarse de tal manera tuvo su origen y antecedente inmediato en las discusiones de las jornadas de un congreso europeo, que se celebró en Málaga en el mes de septiembre del mismo año, sobre la relación que pudiera haber entre un buen aprendizaje de la lectura dentro del sistema educativo (entre 0 y 18 años, es decir, dentro de la minoría de edad del futuro ciudadano) con las prácticas políticas y sociales del buen ciudadano de hecho y de derecho (a partir de su mayoría de edad oficialmente reconocida), entendida esa bondad no como la que es propiedad del activista comprometido hasta los dientes día y noche y todas las fiestas de guardar (que es más bien la cualidad propia de un ciudadano dogmático), sino con la de quien sencillamente lo hace no comportarse como un mal ciudadano. No les quedó claro a los manifestantes si la intervención policial tenía que ver con que se habían negado, a pesar de la advertencia gubernativa, a pedir los permisos correspondientes en la oficina municipal correspondiente, o más bien estaba motivada por las alusiones indirectas o metafóricas que el texto de la pancarta hacía a las dos lineas de discusión que presidieron las jornadas del congreso europeo aludido. Una, la del filólogo norteamericano, Walter Lancaster, que se muestra escéptico frente a las posibilidades reales de la democracia de masas y, por extensión, frente a la democratización igualmente masiva de la lectura como alentadora de la educación y como cómplice, en definitiva, de las conversaciones públicas en aquella; dos, la del filósofo pragmático argentino, David Scarotti, que no dudaba de los beneficios directos que una adecuada implantación en los centros educativos del aprendizaje de la lectura (y la escritura) tendría en el futuro sobre la regulación de las conversaciones públicas bajo la influencia ineludible, no había que olvidarlo, de la tecnología de la era digital donde aquellas van desplegar su experiencia. A alguien del equipo organizador del congreso, explicó Ernesto Arozamena en una entrevista para la televisión regional como portavoz de los manifestantes frente al palacio presidencial, suponemos que no le ha debido gustar que hayamos resumido las ponencias presentadas, bajo los auspicios de las dos lineas mencionadas, como un enfrentamiento entre corazas y almas. Muy al contrario, dijo Arozamena a la periodista, nuestra presencia en la calle no ha pretendido denunciar ese marco en el que han querido encuadrar las discusiones, o ir en contra de alguno de los organizadores, sino representar de una forma democrática frente al palacio presidencial y narrativamente significativa mediante la frase elegida, lo que es común a las conversaciones entre humanos, y este congreso celebrado en la capital andaluza, recalcó Arozamena, no hace falta insistir que no ha sido una excepción a esa regla del comportamiento básico humano en el uso de las palabras. Por un lado, están los que se ocultan detrás de su coraza y que, aunque pareciera que viven aislados, pretenden enterarse de todo lo que les rodea a cambio de que nadie sepa, ni se les obligue a ello, nada de lo que son ellos mismos; por otro lado, los que abren su alma al mundo para ver que pasa y, sobre todo, para ver que les pasa con eso que pasa, que siempre sucede entre los otros. Queríamos representar no tanto fuera de los cauces reglamentarios del congreso como a su vera, que la democracia y el aprendizaje de la lectura, como parte fundamental de una educación al servicio de aquella,  son productos genuinos de la comunicación humana, y que si no es así no son nada. Y también, que en ese empeño todos somos corazas y todos tenemos un alma. Toda conversaciones, por tanto, es una lucha feroz entre las unas y las otras, empezando por las propias y continuando en el encuentro posterior con las ajenas. Ser consciente de todo esto, debería ser el espíritu que flotara al final sobre todos los participantes en el congreso, concluyó Arozamena.

martes, 5 de marzo de 2019

SIEMPRE ES AQUÍ

Alicia Ledesma envió un memorándum, en formato de mensaje de texto, a los miembros de la “Liga de Mujeres en defensa de una Educación Pública para Tod@s”. Reconocía con sus palabras que la asociación, que presidía desde hacía diez años, había perdido socias e influencia entre los protagonistas principales de la comunidad educativa, a saber, profesore@s y las familias. La crisis económica, la paulatina implantación de las nuevas tecnologías entre los más jóvenes, la voluntaria complicidad de sus mayores que igualmente se han incorporado a esa nueva ola, reconocía Ledesma, hacía que cada vez fuera más difícil persuadir de la verdad imperecedera del clásico mensaje, que insiste desde hace más de doscientos años en que la educación pública y gratuita es la única herramienta para avanzar con rigor y responsabilidad por el camino de la civilización y emancipación de la humanidad toda. Qué sentido tiene traer hijos al mundo y organizar un sistema educativo para educarlos, se pregunta Ledesma en el memorándum, si el pasado que concierne ya a muchos de esos hij@s y alumn@s no va más allá de 2007, que fue el año en que Apple empezó a comercializar el primer iPhone. Para ser solo clientes que mantengan vivo y activo el mercado quizá haya que pensar otra manera de organizarnos, y aceptar la distopía en que han caído la familia y el sistema educativo con un denso y complejo pasado al que se atienen. Lo que le critican a Ledesma, tanto desde la Liga de Mujeres que preside como desde los diferentes estamentos educativos, es que no hace el menor esfuerzo por presentar una imagen renovada de sí misma, y de la organización, a la hora de hablar de los asuntos que representa. Ledesma se defiende diciendo que en lo esencial, para que la educación pueda seguir siendo ese paraguas donde se amparen los hombres y las mujeres de bien que aspiran a la dignidad de la humanidad, todo es y será como idealmente lo imaginamos desde siempre. Lo que quieren algunas miembros de la Liga de Mujeres en defensa de una Educación Pública para Tod@s, continuó Ledesma en su escrito, es que aparezcamos en público con la preocupación constante de deber ser como los otros quieren que seamos. Desde aquí os digo, no contéis con mi nombre para tal giro. Esta liga de Mujeres aspira a ser en la educación antes que a vivir de la educación a golpe de los clics oportunistas que marque la moda de Internet, intentando que nos perciban como personas ocurrentes, inteligentes, implicadas en los vaivenes coyunturales que menean digitalmente de un lado para otros los asuntos educativos de siempre, que son también los de aquí y ahora. Mientras yo sea la presidenta de esta liga la moda nunca será su ideología. Así en contra de quienes abogan por usar masivamente las nuevas tecnologías en la educación actual, nosotras no tenemos el más mínimo interés en mostrar nuestra mejor versión on line. Al contrario creemos honestamente, dijo Ledesma en la parte final del memorándum, que es muy difícil mentir ya que la verdad se acaba colando por cualquiera del juego de apariencias que en se fundamenta en la actualidad la comunicación digital. La fórmula de decir muchas palabras en poco tiempo, aparentando aplomo e inteligencia tiene los días contados porque su horizonte está ciego y sordo,  o hay ninguna posibilidad de interpelarlo desde el presente. Si queremos que la educación tenga algún éxito en el aula y el hogar debemos conseguir que nuestros hijos y nuestros alumnos aprendan a leer en el corazón de las palabras, lo que invalida la urgente prioridad por poner nuestra atención y esfuerzo en saber primero, y comprar después, el soporte donde aparezcan escritas. Lo que importa es volver a recuperar el interés por los otros, concluye Ledesma, dejando de lado el interés exclusivo por el papel de uno mismo, que es donde están perdidos todos los miembros de la comunidad educativa.

lunes, 4 de marzo de 2019

EXISTIR LEYENDO

Como se vive lo que se lee, y como se sigue viviendo después de haberlo leído. Ninguno de esos dos movimientos tienen que ver con que previamente, o después, el lector compruebe lo que dicen los expertos sobre eso que está leyendo o ya ha leído. Valga está breve introducción para indicar que nada de este juego de tendencias e inclinaciones, propias del existir y del leer, afectaron o interpelaron en ningún momento a los lectores que habían sido convocados por el narrador de la novela “La Venus de las pieles”, de Leopold Sacher Masoch. Muy al contrario mantuvieron su habitual estampa de altivez, que se desprende de quien se sabe protegido por la rigidez de la coraza que ha construido alrededor de su alma. Aunque desde el principio el narrador interpeló al alma de los lectores, dejando bien claro en su presentación que para escuchar sus palabras tenían que inclinarse en una u otra dirección, la coraza se interpuso impidiendo cualquier movimiento en los lectores que no fuera mantenerse tiesos como un palo y vigilantes respecto a cualquier palabra amenazante que pudiera acercarse en forma por ellos no prevista. En cierta manera la relación de los lectores con las palabras del narrador de “la Venus de las pieles” recordaba al militar de la novela de “el desierto de los tártaros” que, protegido detrás de las almenas de la fortaleza amurallada donde vive acuartelado, espera impaciente el ataque del enemigo (quede claro que para el militar, al igual que para los lectores, el enemigo siempre son los bárbaros) que ha de surgir de un horizonte nebuloso e impreciso. Un  enemigo que nunca llega a aparecer lo que, sin embargo, no le hace bajar la guardia durante la interminable espera, que es en lo que, al fin y al cabo, acaba convirtiéndose su vida. Igualmente durante las casi tres horas de vida en común los lectores del club de lectura no dejaron de sospechar, manteniendo su guardia en alto, tanto del narrador de “la Venus de las pieles” como de los otros lectores. Fue de esta manera como la resistencia de los lectores a entrar en la habitación sin vistas que proponía el narrador (no otra cosa significa el inicio de cualquier lectura narrativa), se apoderó, una vez más, del protagonismo de este tipo de encuentros, pensados, todo sea dicho, con la mejor intención comunicativa (pues la lectura narrativa es comunicación o nos es nada) por parte de quienes los organizan. Cuando digo que la resistencia se hizo protagonista del encuentro me refiero a que todo giró, a partir de entonces, hacia dos tipos de relatos (que convivieron  paradójicamente junto al que había convocado a los lectores), a saber, uno, como se reforzaban las posibles grietas o imperfecciones de la coraza de cada lector y, dos, como se construye un caballo (en este caso un caballo de Troya) para colarse en tales fortalezas en las que se esconde el militar a costa del lector. Este último relato pretendió, sin conseguirlo, que el alma del lector pudiera respirar, no tanto con la demolición de la muralla, sino a través de aquellas grietas o imperfecciones, impidiendo, por tanto, que la lectura no fuera una disculpa par su urgente restauración. Lo que al final se reprodujo alrededor de la mesa donde se habían sentado los lectores, fue la banalidad que los acompañaba desde la calle, como si la lectura de la obra de Sacher Masoch no les hubiera afectado en nada. Por un lado, el narrador no aparecía ante sus corazas por un rechazo mecánico de todos los actos de referencia que llevaban sus palabras. Por otro, el lector se desvaneció detrás de sus obstinada apariencias justamente por lo contrario. Todo lo que decía el narrador remitía, directa o vicariamente, a sus vidas, pero ellos nunca empezaron a existir como lectores por encogimiento ante esta avalancha de referencias. Así que al final solo aparecía su imagen acorazada, bien es verdad que degradada respecto a las expectativas que ella misma se había forjado respecto al encuentro. Lo cual puede ser considerado con un éxito, el único éxito posible. Y es que el no saber expresar lo que sienten, que es la principal enfermedad (pues es algo más que una simple carencia o capricho de su voluntad) que se pone de manifiesto en los lectores frente a su lectura, al chocar contra las palabras del narrador que, al contrario, lo que hacen desde la primera línea de la novela es sentir el sentido de lo que siente, también llamado sentimiento, produce un efecto de derrumbamiento inminente de aquella muralla que solo lo evita, en última instancia, la necedad indignada de quien la defiende