lunes, 15 de julio de 2019

YUKIKO MOTOYA

“Una parte de la literatura japonesa moderna sigue manteniendo un aire de levedad que tiene la impronta del maestro Yasunari Kawabata. Yukiko Motoya se mueve en ese tono para narrar una historia de cotidianidad aparentemente insignificante con decidida voluntad realista, pero este minucioso realismo integra también un plano de irrealidad. Lo primero que se me viene a la memoria como referente es el relato La metamorfosis. El secreto de la nouvelle de Kafka es contar un suceso incomprensible a la luz de la razón con prístino realismo: lo único irreal es el insecto en que se despierta convertido Gregorio Samsa; ese contraste es el quid de su genialidad.”

viernes, 12 de julio de 2019

TROPIEZO

A los pocos días de la aparición de la pedigüeña delante del monumento en recuerdo de los defensores del castillo, MG leyó en el periódico local, que cada mañana llegaba puntualmente a la cantina, una carta firmada por los Amigos del Castillo en la que se desentendían de todo el revuelo que había producido en la ciudad de abajo semejante episodio. Las palabras escritas desde dentro del castillo tuvieron el efecto de un tropiezo, seria exagerado decir encontronazo, pensó MG, con las palabras que se escribían o que los vecinos de la ciudad de abajo hablaban en su exterior. Y el resultado final de ese tropiezo pareció decantarse del lado de los Amigos del Castillo, que con su carta se apoderaron de nuevo de la verdad de la historia de la fortaleza, el derecho de cuya propiedad se disputaba desde hacía siglos con la ciudad de abajo. Todo lo que MG oyó en la cantina, a partir de la aparición de la carta en la prensa local, dejó de tener un tono, digamos, de noticia de actualidad y empezó a adquirir un aire de relato continuo como si estuviera contado, sin puntos y casi sin comas, desde el origen de la construcción del castillo hasta lo días del presente. La carta de los Amigos del Castillo consiguió devolver a la fortaleza ese aire de permanencia, que la aceleración propia de la historia en que vivían los vecinos de la ciudad de abajo trataban de arrebatarle, incorporándola a los vaivenes de la industria turística, mediante la cual los vecinos creían poder levantar el ánimo decadente de la ciudad de abajo. Antes de ir a dar la vuelta al camino de ronda, MG volvió a leer la carta de los Amigos del Castillo y, por primera vez en muchos meses, sintió una sensación de alivio, en el sentido de no estar caminando por los márgenes sino atravesando el  mismo centro del misterio que envolvía la relación de aquella fortaleza con todo lo que la rodeaba. Notó, por ejemplo, que no le importaba tanto encontrarse con alguien en el camino, notó, en fin, que aquella carta, sin anunciar nada destacable a parte de su no implicación en el caso de la pedigüeña, le había devuelto una parte de la confianza que había perdido, y le había rebajado sus desdén de forma considerable. Poco antes de llegar al monumento a los defensores del castillo, se dio cuenta de que la pedigüeña volvía a estar en su sitio. Pero en esta ocasión no exactamente como pedigüeña, aunque sus vestimentas así la delataran, sino más bien como portera de algo o de alguien, que seguía sin estar definido. Sentada alrededor de una mesa junto al monumento, vendía flores a quien quisiera dejar testimonio de su paso y mostrar el recuerdo y el respeto de los defensores del castillo colocándolas al pie de aquel. Se detuvo unos instantes para observar la escena desde la distancia, y fue entonces cuando le vino a la memoria las palabras exactas de la carta de los Amigos del Castillo en la prensa local, en la que se desentendían del revuelo producido por la aparición de la pedigüeña al lado del monumento en recuerdo de los defensores del castillo, aunque, como lo atestiguaba lo que MG estaba observando en directo en el camino de ronda, no de la pedigüeña vendedora misma.

jueves, 11 de julio de 2019

MARÍA ZAMBRANO

“He terminado de leer el libro Misterios encendidos que Antonio Colinas ha escrito sobre María Zambrano. Es excelente y revelador. El autor eleva en la escritora, sobre la razón filosófica, la razón poética, superadora también de la razón histórica de Ortega y Gasset y de Arnold J. Toynbee. La poesía es según Zambrano, algo «que deshace la Historia, la desvive hacia el sueño primitivo, donde el hombre ha sido arropado». Si la poesía tropieza con la Historia, no es otra cosa, como subraya Antonio Colinas, que la «verdadera Historia». Para Zambrano el poeta recrea el universo, «quiere reconquistar el sueño primero, cuando el hombre no había despertado de la caída». La realidad poética «no es solo la que hay y la que es, sino la aún no habida o no habida ya, y la que ya no es».

miércoles, 10 de julio de 2019

DIGNIDAD XXI

Con una diferencia de a penas veinticuatro horas vi dos vídeos en YouTube cuya intención no tenía por mi parte encontrar alguna relación de reconocimiento entre ellos, como al final así ha sido, lo que ha provocado la necesidad de este escrito. Uno de los vídeos lo protagonizaba Ignacio Echevarría, eminente crítico literario, quien durante poco más de una hora se aproximó a la obra narrativa y filosófica de la escritora irlandesa Iris Murdoch, en este año, 2019, que se cumple el primer centenario de su nacimiento en Dublín. Lo que más me ha llamado la atención de las palabras de Echevarría ha sido que señalaran el intento constante en la narrativa de Murdoch por rescatar y sacar a la luz la vida interior de los personajes, sus motivaciones invisibles e indeterminadas al realizar sus actos visibles y determinados, pues la autora irlandesa pensaba que eso constituía parte indiscutible de la ética de las personas y entre las personas. No solo la valoración social y política de sus hechos públicos. Murdoch también reflexiona sobre este asunto en su obra filosófica, a saber, “La soberanía del bien” y “el fuego y el sol” (donde expone su lectura de Platon)
El segundo vídeo es del filósofo Javier Gomá, que habla de la dignidad del ser humano moderno y la compara con la del ser humano teologal o premoderno. Si en este segundo, al entender de Gomá, la dignidad estaba en el majestuoso mundo y de ella se derivaba la que tenía el ser humano como parte inseparable de aquel, en la época moderna la dignidad es ya un atributo inmanente a los seres humanos, siendo estos los que se dan por mutuo acuerdo o convención los ámbitos de convivencia para que la inmanencia de esa dignidad humana nunca pueda ser violada,  ni por el propio acuerdo pactado. Como dije al principio, al verlos, uno a continuación del otro, me ha parecido que vida interior y dignidad dialogan de forma constante dentro de cada uno de nosotros, en ese lugar inmaterial que decimos alma o espíritu o como se llame, aunque la funcionalidad de nuestra actual vida material exterior, uncida a la urgencia de los imperativos del sistema al que está adscrita, nos impida reconocer su importancia y prestarle la necesaria atención que se merece. Pero ayer le comenté la experiencia a un amigo, vale decir más acertadamente un conocido, y me di cuenta de que mis palabras las percibía con incomodidad, quizás porque le hizo sentirse que sus certezas de tantos años le eran inútiles y que le obligaban, contra su voluntad, a ver el mundo con una ambigüedad que no le satisfacía y, por tanto, no quería. Entonces pensé: pasa el tiempo y da igual, nada mejora; cada día hay más dogmáticos, más tipos cargados de una seguridad en sí mismos construida por su propia estupidez o, peor aún, por ese tipo de necedad que hoy se puede adquirir a cualquier hora del día, de forma gratis y abundante. 

martes, 9 de julio de 2019

TÚNEL

La especulaciones no dejaron de cundir entre los vecinos de la ciudad de abajo, una vez que se corrió la voz de que una pedigüeña está sentada practicando su oficio en el monumento en honor de los defensores del castillo, que se encontraba ubicado en el camino de ronda del mismo. Un dato geográfico que, gracias a las habladurías, también muchos vecinos descubrieron su existencia por primera vez, después de tantos años viviendo en el mismo sitio. La ocasión la aprovechó el cronista local para escribir un titular en el periódico mediante el que sugería, solo sugería, la existencia de un túnel que comunicaba por debajo de la tierra las dependencias de los Amigos del Castillo con algún lugar desconocido de la ciudad. Era más que probable, decía con énfasis al final de su escrito, que la salida del túnel se encuentre en alguna propiedad privada. No se refería, no obstante, a la categoría que tenía tal propiedad en el catastro municipal, lo cual despertó aún más las suspicacias de los lectores. Aparentemente no había ninguna relación entre la pedigüeña y el túnel, al menos el artículo del periodista local no lo hacía, pero el hecho de que los dos acontecimientos coincidieran en el tiempo del calendario, disparó su relación en el tiempo de la imaginación de cada vecino, como el agujero que deja la extracción de una muela se relaciona con la muela misma en la boca de quien acaba de salir de la consulta del dentista que se la ha extraído. En este caso la muela ya no está, ni se la espera, pero la lengua no deja de explorar las irregularidades que la mutilación ha dejado a su paso, hasta el punto de que el paciente puede llegar a imaginar, todavía bajo los efectos de la anestesia, verse tragado hasta las profundidades de ese agujero en su afán desesperado por ver si la pieza dental se encontrara allí abajo. En el caso de la pedigüeña y el túnel, por razones similares pensó MG, lo que produjo fue una inmediata peregrinación del vecindario hacia el monumento en honor de los defensores del castillo, que alteró la habitual tranquilidad del camino de ronda. MG lo detectó por primera vez, cuando una mañana vio un número mayor de coches aparcados en las afueras del castillo. Primero le produjo la extrañeza propia de quien estaba acostumbrado a ver aquel descampado casi vacío, todo lo más solía haber dos o tres caravanas forasteras cuyos dueños habían subido hasta allí para pasar la noche. Luego se fijó en que de los coches se bajaban personas que no le resultaban del todo desconocidas, pues sus caras le resultaban familiares al haberla visto en las calles de la ciudad de abajo, incluso distinguió a alguna con la que había coincidido más de una mañana en la cantina del castillo. Por contra, sin embargo, desde que apareció el titular en el diario local, MG no había detectado movimiento alguno ni en la cantina ni en los mentideros de la ciudad de abajo, que justificara esa anormal algarabía en los extramuros del castillo. Cuando llegó al monumento a los defensores del castillo la pedigüeña no estaba, aunque lo que sí observó fue una pequeña cola de personas variopintas alineadas de una en una enfrente del monumento, respetando el lugar que venía ocupando la pedigüeña desde que se instaló allí. Al pasar cerca de la fila, MG oyó una voz que decía que el túnel se comunicaba directamente con el despacho del alcalde. MG soltó una carcajada que trató de amortiguar poniéndose las manos sobre la boca. No sabía qué tipo de anestesia había conducido a tantas personas hasta allí arriba, pero en ningún caso tenía la suficiente influencia sobre la imaginación de quien así había hablado como para evitar que siguiera diciendo las obviedades propias de quien está sobrio. Al oírle a nadie se le ocurrió romper la fila y hacer corrillos para comentar lo que habían escuchado. Indiferentes todos permanecieron perfectamente alineados mirando fijamente al monumento, como si de ahí hubiera de surgir la explicación que los mantenía allí tiesos como el propio monumento.

lunes, 8 de julio de 2019

HAMELIN XXI

Siempre debemos hacer lo que nos gusta (hasta aquí la retórica incombustible de la publicidad). Aunque no debemos olvidar que lo que nos gusta no es nada más que el gusto individual, y que de ahí no se mueve se ponga como se ponga lo que de saltimbanqui y feria de barraca eternos tiene la publicidad permanentemente renovada (a partir de aquel comienza el habla persuasiva de la literatura y la filosofía). Comprobamos, entonces, con sorpresa que lo que era antes gusto o libertad de expresión es ahora interés desinteresado. La libertad de expresión empieza a ser algo de trato cansino, algo que acabará muriendo, si algún tipo de ética creativa no lo remedia, de su propio éxito liberticida. Los primeros síntomas ya están aquí. Una libertad de expresión que lo único que ha dado de sí es acabar siguiendo en fila de a uno, hasta auparlos a lo más alto, a los flautistas de Hamelin de toda laya y condición que nos prometen, como siempre ha sido, lo que no pueden dar. Ocupando sin escrúpulos lo que es territorio propio de los afectos, y en particular del más ajeno a la voluntad individual de todos, el enamoramiento. Lo que ahora no funciona con la misma eficacia es echar mano, para justificar y disculpar la evidencia de sus desmanes, del socorrido aborregamiento que padecen los seguidores y de la falta de escrúpulos del flautista de turno. Ahora los seguidores no son tan borregos como la liturgia tradicional los quiere pintar ni los flautistas son tan inescrupulosos. Todo es bastante confuso, pues se han cambiado, digamos, las tornas. Los seguidores, unos tipos perfectamente alfabetizados y continuamente conectados a los avatares pequeños y grandes del mundo local y forastero, practican, apoyados en su colosal currículum nunca antes alcanzado por ninguno de los otros seguidores que en la historia de la humanidad han sido, perfectamente analfabetos y continuamente aislados de todos los avatares del mundo que no fueran los de su aldea local, aquellos practican, digo, la maldad con total desparpajo encubierta bajo el mantra de la libertad de expresión. Pues hoy el mal no tiene nada que ver con la semántica heredada de épocas teologales, a saber, infierno, cuernos y rabos, hoy el mal es nuestra forma de ser hecha a base de aplicar de forma consciente e ilimitada esa libertad de expresión, que no reconoce otra cosa que no sea la voluntad de ejercerla. Por tanto mal y voluntad, y viceversa, siempre han hecho buenas migas en los momentos que la historia se sale de cauce, sobre todo a partir del momento en que se liberalizó la libertad de expresión. Es por ello que los flautistas de Hamelin modernos son un producto del mal, entre otros, que ejercen, en esto la puesta en escena no ha cambiado, quienes practican voluntariamente cada día su libertad de expresión. No es casual, si te fijas con atención, lo sobrevalorado que está el mundo de la infancia y de los animales de compañía, pues la maldad que anida en los adultos, a base de hacer siempre lo que les gusta como manda la publicidad, pretende buscar su redención frecuentando asiduamente el alma de esos mundos sin culpa y llenos de inocencia e irracionalidad. Ni animales de compañía ni niños les van pedir nunca cuentas, pues lo que menos imaginan seres como los mencionados es que los que están a su lado estén pensando en otra cosa que no sea en los niños y los animales mismos. Como puedes comprobar (nada más tienes que asistir a un cumpleaños familiar o a una competición escolar para comprobarlo) la alianza no puede estar mejor construida para que dure. Mediante ese pacto, por un lado, los niños se apropian de todo el protagonismo en las familias, las escuelas, las asociaciones deportivas y culturales, etc., por otro, los adultos descansan por unos instantes de esa monstruosidad en que se han convertido sus vidas, pegadas como una lapa al ejercicio de la libertad de expresión. Ya que uno, si hacemos una lectura atenta de “la metamorfosis” de Kafka, se convierte en un monstruo cuando han dejado de mirarle, o cuando no le han mirado nunca. No otra cosa es lo que hacen (yo conozco amigos y familiares que llevan viviendo así toda su vida) , y en lo que se han convertido, quienes se han dejado embaucar por flautistas de Hamelin de toda laya y condición. “El capitalismo es un concentrado inmaterial destilado a lo largo de 400 años de miedo a la muerte, fe (como respuesta a las penurias y el espanto) y tensión de toda el alma: un fluido que de pronto se vuelve cristalino en todo un pueblo y convierte a las personas en cosas.” Es entonces cuando la invisibilidad de esas cosas se hace tragedia moderna, es decir, maldad pues nos afecta a todos, lo que dificulta concebir el bien. Por ello, la frase con que Max Weber imaginó hace más de cien años el futuro, cobra hoy toda su maliciosa vigencia: toda la familia ejerciendo su libertad de expresión, y de mutua invisibilidad, delante de una pantalla. 

viernes, 5 de julio de 2019

PEDIGÜEÑA

En la última vuelta del camino de ronda del castillo, la que MG tenía apuntada en su mapa con el nombre de V17, se dio cuenta de que había una mujer pidiendo, de la misma manera que lo podía hacer, pensó, en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad de abajo. Sentada en cuclillas, tenía a su lado una lata de hojalata, en la que antes había envasado atún en escabeche como así lo acreditaba la etiqueta aún visible, en la que, ante la sorpresa de MG, había un puñado diverso de monedas, sólo monedas. El sol todavía no apretaba, como era de esperar unas horas más tarde según los pronósticos meteorológicos, así que la señora no tenía abierta la sombrilla, que permanecía en posición vertical apoyada sobre una antiguo monumento a los antiguos caídos en combate por la defensa del castillo. Cuando llegó a donde estaba la pedigüeña, la palabra pobre que fue lo que primero le vino a la cabeza le pareció inadecuada y más propia de su vida interior que desconocía, le preguntó porque no se podía a pedir en la ciudad de abajo. Ella respondió de inmediato, y sin el menor atisbo de rencor, que porque allí pasaba desapercibida. Llevaba pidiendo más de seis meses y nadie le había echado una moneda. Al principio, debió ser por la novedad, los transeúntes giraban la cabeza al pasar, pero con el paso de los días ni eso. Me convertí en un mueble más de los que ornamentan la plaza. Por si cree en mis palabras, usted es la prueba más fehaciente de lo que atestiguan, siguió hablando la pedigüeña, pues ha pasado muchos días delante de donde me encontraba en la plaza del ayuntamiento de la ciudad de abajo y hoy es la primera ves que se fija en mi. Su cara nunca se me puede olvidar, pues siempre me miró de una forma diferente. Tiene permiso de los Amigos del Castillo para pedir limosna en esta parte del camino de ronda, fue lo único que se le ocurrió preguntar a MG. La pedigüeña no mostró sorpresa alguna, simplemente le dijo que si, que se lo habían concedido a condición de que se pusiera justo ahí, al lado del monumento a los caídos en la defensa del castillo. Y las monedas que hay en lata, MG quiso comprobar su procedencia antes de animarse a dejar su aportación. No piense que las he puesto ahí como reclamo, respondió la pedigüeña ya con cierto desparpajo fruto de la confianza que iba adquiriendo, son las ganancias de dos días que han depositado los conductores de esa carretera de al lado, y la señaló con el dedo índice. Lo que hacen es sencillo, aminoran la marcha y me lanzan las monedas desde el coche, yo entonces les agradezco su reconocimiento, primero, y su generosidad después alzando la mano, recojo las monedas y grito bote, como hacen los camareros en los bares. Todo esta forma de trabaja en la plaza del ayuntamiento era absolutamente impracticable, le dijo a MG, que todavía parecía no tener suficientes motivos para dejar sus monedas en la lata de atún de la pedigüeña. 

jueves, 4 de julio de 2019

ATASCO

Cuando MG se dispuso a subir lo que el denominaba, en su particular mapa del camino de ronda del castillo, como la cuesta K7, divisó a lo lejos algo inaudito, al menos a esas horas tan tempranas de la mañana, una fila de paseantes en ambas direcciones que trataban de dejarse el paso sin conseguirlo. Divisó, en fin, un monumental atasco en el camino de ronda del castillo, más exactamente en la vuelta conocida en su mapa como V9, que lo llevó a compararlo con el atasco que, según las últimas noticias, se había formado en la subida al monte Everest, y del que era único testimonio una foto que había hecho un alpinista nepalí, que quedó atrapado entre el gentío que trataba de subir y bajar del techo del mundo. La foto, ni que decir tiene, había dado varias veces la vuelta al mundo en los últimos días, desde que su autor la dio a conocer por primera vez a un periódico de la ciudad de Nueva York. Las fortalezas inexpugnables, pensó MG, siempre son una fuente de creación del misterio que mantiene alerta de una forma desasosegada a los seres humanos. Paradójicamente los propios seres humanos siempre han tratado de auparse o conquistar las fuentes de tal misterio, mediante una fórmula combinatoria, que da carácter a los métodos empleados, y que se encuadraba entre la clara sencillez y el dogmatismo cortante, creyendo con ello que sin misterio el mundo era más habitable. ¿Que parte del mundo podían divisar desde la cima del Everest quienes formaban esas largas colas, tal y como mostraba la fotografía del alpinista nepalí, que no se pudiera ver desde cualquier otro lugar del planeta? Solo había una ilusión posible no ver toda la obra Dios, sino ver a Dios mismo, pero de eso hasta ahora no había habido ni foto ni noticia. Lo que más inquietó a MG de la noticia en el periódico neoyorkino fue la muerte de más de una docena de escaladores, que se habían despeñado o congelado en las últimas semanas debido a ese toma y daca de ver quien pasa primero, si el que está subiendo o el que está bajando. Lo que más le extrañó a MG, mientras se acercaba a las cordadas, digámoslo así, que aquella mañana habían decidido asaltar el misterio del castillo, fue comprobar que no había corrido la voz sobre tan inusual acontecimiento ni por los mentideros de la ciudad de abajo, ni en los corrillos de la cantina, ni en los tablones de propaganda del ayuntamiento o de las entidades ciudadanas. Nada. La propia aparición de las cordadas, aquella mañana dando la vuelta al camino de ronda del castillo, era en sí mismo un hecho misterioso. Lo que, a continuación, le vino a la cabeza a MG fue imaginar que todo aquel guirigay fuera el último intento publicitario, por parte de los Amigos del Castillo, de poner el misterio de su fortaleza en el mapa de las empresas turísticas, aprovechando el aniversario de la llegada del hombre a la luna. Ese intento de hacer coincidir la caída del velo misterioso de las grandes cimas naturales, el techo del Everest y la otra cara de la luna, con el reforzamiento del misterio de un castillo de procedencia medieval no dejó de resultarle apasionante en el momento que se juntaron en su mente. Luego le surgió la inquietud, al comprobar que aquel engrudo quería buscar autonomía fuera de donde había nacido no como una proyección psicológica de su propietario, sino como una imagen propia del mundo. A MG no le preocupaba, en el momento que tuviera que cruzarse con la horda de turistas, lo que pudiera haber de decadente en la conducta de los alpinistas del Everest o la de los astronautas del Apolo XIII. No había tal decadencia en los hechos humanos, lo que sí existía, había leído recientemente, eran grandes dosis de imaginación oculta tras esos trazos de objetividad aparentemente inamovibles. Mas bien lo que le preocupaba, cuánto se cruzase con la horda de turistas que venían a su encuentro, era averiguar cuántos elementos de la época en que se construyó el castillo liberarían aquellos paseantes al paso firme de su voluntad turística actual. Cuando llegó ese momento, pocos minutos después, MG no notó nada especial, bien es verdad que se tuvo que apartar unos metros del camino para que pudieran pasar todos. Lo que si percibió en el guía, que iba por delante y que se acercó a él para saludarle, fue, cuando le dio la mano, que su temperatura corporal era más baja de la normal. Estaba frío, pero observó que, respecto a tal anomalía, nadie tenía una actitud que hiciera sospechar algún tipo de alarma en el grupo.

miércoles, 3 de julio de 2019

DEBORAH LEVY

“Lo más llamativo de ambos libros quizás sea la técnica de «vaciado» a la que Levy somete el potencialmente infinito almacén de la memoria. Lo que emerge en las páginas es una pequeña cantidad de recuerdos, sin grasa literaria ni rellenos, combinados de manera sorprendente. Levy es una artista de la metamorfosis del tema: así un viaje a Mallorca para recuperarse del desánimo vital se convierte, gracias a la pregunta de un desconocido (un tendero chino) sobre cómo se convirtió en escritora, en una rememoración casi eléctrica del pasado sudafricano y de sus primeros pasos y experiencias en Inglaterra; y así también el relato sobre la nueva convivencia con sus dos hijas tras la separación se transforma en el duelo por la madre. Levy logra estos desplazamientos, que conllevan también sorprendentes alteraciones del tono narrativo, sin brusquedades, valiéndose de juegos de signos (redes, pájaros, peinados, perlas…) y personajes recurrentes que van alterando y profundizando en su significado, de manera que el libre movimiento de la mente entre los recuerdos queda siempre sujeto por el disciplinado juego de metáforas, dominado en el primer libro por las «represiones del conocimiento» (aquello que vamos olvidando a fuerza de no integrarlo en el relato principal) y en el segundo por los «costes de estar vivo» (los dolores y las pérdidas que dejamos atrás como una especie de rastro vital, sencillamente porque el presente no puede incorporarlo y protegerlo todo).

martes, 2 de julio de 2019

ALUNIZAJE

Como en la ciudad de abajo había una exposición para celebrar el aniversario de la llegada del hombre a la luna, en la cantina del castillo, supuso MG, para no ser menos habían puesto el vídeo Apolo XIII, la película de Ron Howard que narra las peripecias para volver a casa de la tripulación de la nave espacial, una vez que no pueden alunizar debido a una avería técnica irreparable. Lo que vio MG, al entrar en la cantina, fue el principio de la escena en la que el capitán Lowell pide a la central de Houston que estabilice el módulo de alunizaje, que a la sazón se había convertido en su bote salvavidas para regresar a la tierra, de tal manera que la imagen del planeta azul quedara encuadrada dentro de la pequeña ventana del módulo. Con esa referencia tendría suficiente para guiarse en la vuelta a casa. La escena le volvió a conmover más, si cabe, que la primera vez que vio la película. Y más aún que cuando lo vio en directo a través de la rudimentaria manera de trasmitir las noticias en la televisión de entonces. La representación que había hecho Howard de la tierra, a ojos de los astronautas del Apolo XIII, le pareció inquietante. Se le ocurrió pensar que debía ser la misma sensación que debería tener el pez fuera del agua. Ese desdoblamiento le pareció a MG el más importante descubrimiento de estirpe no técnica (espiritual si se quiere). Quiso ver en la radicalidad de su acontecer, la imprevista e inopinada importancia que acompañaba a la intención del ayuntamiento al celebrar con tanto cuidado y dedicación la llegada del hombre a la luna. También los Amigos del Castillo, siempre muy atentos a los detalles que crecían a su alrededor, colaboraron con esa iniciativa municipal colocando una gran pancarta del evento en la entrada de la fortaleza. Cuando MG se fijó en la imagen que ocupaba todo el cartelón, al tenerla más de cerca, se dio cuenta que era la misma que acababa de presenciar en la cantina, con la diferencia de que en la ventana del módulo lunar no aparecía la tierra, sino una fotografía a todo color del castillo. También había oído, o leído en algún periódico, que un piloto de una compañía de aviación comercial europea había tratado de pujar por los ojos de Neil Armstrong el día que le hicieron la autopsia, con la intención según declaró de poder volver a ver lo que el astronauta norteamericano tenía guardado en su retina después del alunizaje que hizo aquel mes de julio de 1969. Mientras daba los primeros pasos por el camIno de ronda, MG juntó en su cabeza los cuatro acontecimientos, la película, la exposición de la ciudad de abajo, el cartelón de la entrada del castillo y la noticia del piloto aspirante a los ojos del primer astronauta que pisó la Luna, y creyó detectar en cada de uno de ellos una intencionalidad semejante. Luego cayó en la cuenta que desde entonces nadie había vuelto a poner un pie en la luna, y que la proverbial influencia que, desde siempre, el satélite tuvo sobre las fuerzas de la imaginación que habitaban la tierra, sospechaba que también habían desaparecido. Ahora aquel misterio que el lado oculto de la luna siempre inspiró a los poetas sus más febriles versos y a los correcaminos sus más dislocadas aventuras, le pareció que no estaba entre nosotros, aunque lo más más acertado sería decir, pensó, que probablemente fuera el botín que aquellos astronautas trajeron de su expedición, por lo que el misterio lunar pertenece ahora a la tierra. No como hasta ahora, que cualquiera podía acceder a él por mediación poética, sino que, al igual que aquel piloto que consiguió comprar los ojos de Neil Armstrong, forme parte de la propiedad privada de algún desconocido de los que acuden a las subastas públicas. Al acabar de dar la segunda vuelta al camino de ronda, MG observó que en las garitas de entrada al castillo, donde antaño hubo un centinela de carne y hueso, habían colocado, creyó ver en ello la colaboración entre ayuntamiento y Amigos del Castillo durante el tiempo que durara la exposición, dos muñecos cubiertos con las escafandras que utilizaron en su día los astronautas lunares.

lunes, 1 de julio de 2019

LO INADMISIBLE XXI

No se si te has fijado en lo que es inadmisible, y lo que no, en una sociedad que prima y premia la libertad de expresión sobre lo que hay, que es lo que todo el mundo maneja en cualquier momento y lugar, y con cualquier soporte, por encima de facilitar, o al menos no entorpecer, la posibilidad de compartir modos de pensamiento sobre lo que se ve y lo que no se ve, sobre lo que es y sobre lo que solo es una posibilidad de ser, sobre lo que está determinado y sobre lo que no lo está. En fin, sobre lo que sabemos y sobre lo que podremos saber nunca. Dicho de otra manera, para entendernos, supongo que has observado que siempre que preguntes a algún conocido, amigo o amante que le ha parecido este libro, o esa película o serie, o aquel suceso que corre por internet, lo primero y lo único que te van a contestar es lo mismo que tu has leído, visto o seguido. Hacer que te aparezca lo segundo y lo particular, seguro que ya lo has experimentado, es entrar en zona de alto riesgo, catalogada en el momento presente como lo inadmisible. Es una ley no escrita, en una época en la que todo quisque lo exhibe todo, que nadie debe indagar más allá de lo que pueda dar de sí semejante libertad de expresión individual, si el indagador no quiere que lo denuncien automáticamente ante un juzgado de guardia igualmente inexistente, de sospechoso de ir contra esa libertad de expresión, o lo que es lo mismo, que lo acusen de inadaptado verbal (aunque la expresión que mas se ajusta es la de terrorista mental) ante un juez sin estudios que, por tanto, nunca ha aprobado las pertinentes y exigentes oposiciones. Si esto ocurre en el estado actual de nuestra representación de la vida, debe ser porque la forma de vivir esa vida se atiene a otros mandatos o presupuestos. Nada de eso. Como decía al principio, por primera vez en la historia de la humanidad lo inadmisible en la vida, y en su representación, coinciden como los dedos de una mano lo hacen con el guante donde se alojan, como si buscaran juntas el calor que por separado, de repente, la esclavitud de la libertad de expresión, en que paradójicamente las dos militan, se lo negara a ambas, de común acuerdo y con el mismo acorde. Como si el tiempo de la vida y el de su representación fueran también lo mismo, lo que mejor se adapta a las exigencias de esa esclavitud de la libertad de expresión, el único tiempo medible y reconocible y entendible por todos (como lo son los libros que leemos y las series que vemos), el tiempo que verdaderamente se gasta y se consume y se puede reponer como si estuviera expuesto en una estantería, como lo está el tic tac del reloj en los móviles o los relojes. Hasta hace poco, la representación de la vida tenía el valor de uso de enfrentarnos al dolor que supone tener que seguir conviviendo con ideas y conductas inadmisibles, que provienen de quienes forman parte nuestro entorno más próximo, de quienes, vaya por dios, son los que oficialmente mas queremos. Nos resultaba tranquilizador disculparlos e incluso explicarlos cada día, y así directamente no tener que reconocerlos en los libros que leemos y en las películas que vemos. Sencillamente eso solo le ocurría a otros. Como con la muerte, los que se mueren son siempre los otros y los que están alrededor de los otros. Mis colegas de profesión, mis amigos, mi familia están hechos de otra pasta, están hechos de lo que ahora se conoce como supremacismo moral. Siempre los hemos absolvido de sus conductas y opiniones, que sin piedad sentenciamos en otros como inadmisibles en cuanto salimos de ese círculo de relaciones privadas que nos hemos construido. A veces es debido a la necesidad de que un sueño se cumpla, a esa necesidad que nos acucia, lo que nos lleva, a su vez, a pensar así y a comportarnos en consecuencia, aunque que la vida pasa delante de nosotros con toda su tropa de obviedades en fila de a uno en forma de rebaño. Pero más tarde que pronto nos damos cuenta de la estafa y, desde entonces, lo que ya únicamente nos impide denunciarlo es el miedo, la carencia y la tristeza, esos agujeros negros que, al fin y al cabo, son la verdadera pasta de que están hechos los placeres del resto de nuestros días. Y, como no, también la de nuestros colegas profesionales, nuestros amigos y familiares. En fin, después de lo experimentado, llamar a la vuelta de la separación del tiempo de la vida del de su representación, es otra manera de llamar a la felicidad. Seguir empecinados en que sigan juntos, como los dedos están en el guante, o que sean lo mismo hasta confundirlos, como la libertad de expresión y la manifestación del pensamiento propio, no aminorará el frío ni el desconcierto, aunque si nos mantendrá obsesionados con los impuestos.