En la última vuelta del camino de ronda del castillo, la que MG tenía apuntada en su mapa con el nombre de V17, se dio cuenta de que había una mujer pidiendo, de la misma manera que lo podía hacer, pensó, en la plaza del Ayuntamiento de la ciudad de abajo. Sentada en cuclillas, tenía a su lado una lata de hojalata, en la que antes había envasado atún en escabeche como así lo acreditaba la etiqueta aún visible, en la que, ante la sorpresa de MG, había un puñado diverso de monedas, sólo monedas. El sol todavía no apretaba, como era de esperar unas horas más tarde según los pronósticos meteorológicos, así que la señora no tenía abierta la sombrilla, que permanecía en posición vertical apoyada sobre una antiguo monumento a los antiguos caídos en combate por la defensa del castillo. Cuando llegó a donde estaba la pedigüeña, la palabra pobre que fue lo que primero le vino a la cabeza le pareció inadecuada y más propia de su vida interior que desconocía, le preguntó porque no se podía a pedir en la ciudad de abajo. Ella respondió de inmediato, y sin el menor atisbo de rencor, que porque allí pasaba desapercibida. Llevaba pidiendo más de seis meses y nadie le había echado una moneda. Al principio, debió ser por la novedad, los transeúntes giraban la cabeza al pasar, pero con el paso de los días ni eso. Me convertí en un mueble más de los que ornamentan la plaza. Por si cree en mis palabras, usted es la prueba más fehaciente de lo que atestiguan, siguió hablando la pedigüeña, pues ha pasado muchos días delante de donde me encontraba en la plaza del ayuntamiento de la ciudad de abajo y hoy es la primera ves que se fija en mi. Su cara nunca se me puede olvidar, pues siempre me miró de una forma diferente. Tiene permiso de los Amigos del Castillo para pedir limosna en esta parte del camino de ronda, fue lo único que se le ocurrió preguntar a MG. La pedigüeña no mostró sorpresa alguna, simplemente le dijo que si, que se lo habían concedido a condición de que se pusiera justo ahí, al lado del monumento a los caídos en la defensa del castillo. Y las monedas que hay en lata, MG quiso comprobar su procedencia antes de animarse a dejar su aportación. No piense que las he puesto ahí como reclamo, respondió la pedigüeña ya con cierto desparpajo fruto de la confianza que iba adquiriendo, son las ganancias de dos días que han depositado los conductores de esa carretera de al lado, y la señaló con el dedo índice. Lo que hacen es sencillo, aminoran la marcha y me lanzan las monedas desde el coche, yo entonces les agradezco su reconocimiento, primero, y su generosidad después alzando la mano, recojo las monedas y grito bote, como hacen los camareros en los bares. Todo esta forma de trabaja en la plaza del ayuntamiento era absolutamente impracticable, le dijo a MG, que todavía parecía no tener suficientes motivos para dejar sus monedas en la lata de atún de la pedigüeña.