miércoles, 28 de septiembre de 2016

VER O MIRAR

De los humanos se espera la capacidad de sacrificio, disciplina y de servicio público. No la ira. La ira es un atributo de los dioses. El sufrimiento nos apega a la tierra. No hay que desesperarse jamás. Ya que en medio de la noche siempre puede volver a retumbar esa pregunta inclemente de la filosofía, ¿por qué hay algo y no mas bien nada?

Pareciera un protocolo contra la justicia y la libertad. Yo más bien creo que lo es a favor de la imaginación. El que debiera seguir la mente humana al encuentro con la existencia. Es lo que nos quedaría, por decirlo de forma brusca, si nos fallaran los sentidos. Esos sensores con los que creemos recibir a la vida, dejando a la mente, nuestros verdadero universo sensible, en barbecho. Sentimos a través de los sentidos, cierto, pero el sentido de todo eso que sentimos, los sentimientos, se produce mediante el uso adecuado del pensamiento, que tiene lugar en nuestra mente. Como dijo Antonio Machado: “El ojo que tu ves no es ojo porque tú lo veas es ojo porque te mira”.

Por todo ello y por todo lo demás les recomiendo el libro de Helen Keller, “El mundo en el que vivo”. Cierren los ojos, tápense la nariz y los oídos, y escriban sobre lo que vibra en el exterior y sobre el contacto con las manos ajenas.

martes, 27 de septiembre de 2016

DONDE SE CALMA EL DOLOR INEVITABLE

“¿Existen lugares donde estamos libres del dolor, lugares donde no nos puede alcanzar la muerte? Acercarnos a ellos es entrar en contacto con espacios donde el tiempo se detiene a la manera de una especie de limbo a salvo de todo. Puntos de la tierra donde dialogamos con nuestro pasado y los viejos maestros. A lo largo de la historia de la literatura muchos escritores en sus obras han hablado de la fascinación y magia de estos enclaves, a veces de una manera secreta. El autor de este libro los rastrea de una forma original y apasionante. La búsqueda se inicia en una de las zonas mas bellas y míticas del mundo, la colina de Posillipo (el lugar que calma el dolor), frente a la bahia de Nápoles, junto a Cumas, donde desembarcó el Eneas de Virgilio, y el Averno. Luego continua a lo largo de varios continentes.
Es éste un libro inusual y cautivador. Enseña a mirar, a vivir con intensidad, con sentido de lo intemporal y perdurable.”

“Admiramos ciertos lugares; otros nos conmueven y desearíamos vivir en ellos. Me parece que dependemos de los lugares en lo que atañe al espíritu, el humor, la pasión, el gusto y los sentimientos.” (La Bruyère)

Así rezan la contraportada y la cita que da entrada a este libro titulado, "Lugares donde se calma el dolor", de Cesar Antonio Molina. 

Es casi imposible no estar de acuerdo con lo dice el autor francés, por eso les sugiero no dejar pasar inadvertidamente el tiempo que se avecina y tratar de revalidar o iniciar la relación con nuestros grandes lugares. Sin duda nos calmará el malestar de la existencia, siempre y cuando aceptemos que es imposible oponerse al hecho de que vivir duele y que al final nos espera la parca. 

Les dejo muestra de tres de esos lugares, muy pegados a mi propia biografía, en los que he experimentado lo que comento. El primero tiene que ver con la ciudad donde nací: la plaza Mayor de Zamora. Allí, un dia, entré con mi padre en un bar donde él iba de joven a divertirse los fines de semana, “habia animadora y todo”, me dijo orgulloso. Siglos mas tarde - la fatuidad juvenil nos hace quedar ciegos durante demasiado tiempo - entendí que mi padre, aunque me pareciera increíble, había sido joven y que aquella plaza había sido testigo preferente de la importancia de lo que todo ello significa, y que a una parte a esa fuerza, de esa ilusión y de ese impulso debo yo mi existencia. El segundo tiene que ver con la ciudad donde he vivido la mayor parte de mi vida: el parque madrileño de El Retiro. Allí he disfrutado con mis amores y se me ha calmado el dolor de sus decepciones, allí he encontrado el mejor silencio para leer durante horas interminables, allí me he reído a mandíbula batiente con mis mejores amigos. Lo he recorrido en verano, en invierno, en primavera y en otoño. Y al final siempre he acabado saliendo por la puerta que da a la calle madre de todas las calles, la Cuesta Moyano, y su feria permanente de libros de viejo. El tercero tiene que ver con un lugar cerca de donde vio ahora: el macizo de la Albera. Y con un tipo que lo conoce literalmente como la palma de la mano, como los indios sioux conocían las grandes llanuras norteamericanas.  A su lado he aprendido algo inimaginable en mis lecturas de los libros de guías de la naturaleza que se editan en las ciudades, ni en las prédicas que he oído a los salvadores apocalípticos de todo lo que se mueve. Recorriendo junto a él la infinidad de caminos de la Albera, he aprendido a mirar y a vivir la naturaleza y, por ende, mi propia vida y mis lecturas, de la misma manera, usando las mismas palabras con que acaba la contraportada del libro que le propongo: con intensidad, con sentido de lo intemporal y de lo perdurable.

sábado, 24 de septiembre de 2016

EL VICIO DE STENDHAL

Que no cunda más el pánico entre los temerosos de la palabra literaria, y que ese miedo, santo cielo, no de paso a la pereza. Que no. Contra la paralísis ofuscadora del miedo, no hay nada mejor que el hábito de un buen vicio. Ahí les dejo el de Stendhal. Sigan su ejemplo.

viernes, 23 de septiembre de 2016

PERSONAS COMPLEJAS, PERO LECTORES LINEALES

Les dejo este artículo de Enrique Vila-Matas que apunta al alma y al cerebro que todos ocultamos debajo del cuerpo y del cráneo. Donde nos advierte, que eso de protegernos con la amable coraza del lector lineal (ese lector que tiene aversión al mundo narrativo que protagonizan las frases subordinadas), no nos evita la presencia y el empuje de nuestras contradicciones. Y que si nos empeñamos en no ser nada más que eso: lectores lineales y campechanos, buena gente, pegados, como la uña a la carne, a unos tipos muy complicados, acabaremos, al tener prisa por querer entenderlo todo y con un solo golpe de ojo, por no entender nada. Ni que nadie nos entienda. Sin que por ello vayamos a dejar de seguir hablando, me temo, ni un solo instante, que, sospecho, es lo único que nos importa. De acuerdo. Pero que no se diga que, así como así, nos damos por vencidos.

jueves, 22 de septiembre de 2016

LOS MIEDOS QUE NOS DAN LA VIDA Y LA LITERATURA

Uno de los problemas más comunes en el trato con la literatura en su vertiente lectora, pero más aún en lo que respecta a la escritura, es como hacerlo compatible con la vida. Porque es un hecho inexorable que hagamos lo que hagamos al tratar con la literatura, no nos exime de seguir viviendo. Únicamente en el caso de leer o escribir para olvidarse de los problemas de la vida, se puede dar la situación de que cada una vaya por su lado.

No digo nada nuevo al afirmar que si a la literatura la vida le importa así, a la vida la literatura le importa una higa. Esa falta de correspondencia, que recuerda a la de muchos amores desgraciados, es justamente lo que da forma a la pregunta: ¿cómo soy y por qué soy así? Pregunta que no tiene respuesta porque entonces seríamos patatas, tornillos o bits, pero que si dejamos de buscarla es bastante probable que nos acabemos convirtiendo en patatas, tornillos o bits.

Como todo el mundo sabe, no hay manual o guión previos donde se fije un canon de comportamiento. Cada persona vive como puede la vida que le dejan tener. Cada lector, entonces, ignora o se acerca a la literatura a partir de esa determinación vital ineludible. Uno se acerca, o ignora, a la literatura porque vive de una manera y no de otra. Nunca al revés. La vida es mas grande que la literatura y, si no decidimos lo contrario, repito, el imperativo es inapelable: hay que vivirla.

Es decir, ¿podemos imaginar y vivir al mismo tiempo? Con toda seguridad no podemos evitarlo. Pero, ¿podemos dejar constancia por escrito de lo imaginado, sin que se altere lo que hemos de seguir viviendo? Con toda seguridad es imposible. Tendríamos que suspender el tiempo de la vida e inmiscuirnos en el tiempo de la creación, durante el que no podríamos vivir.  Al final he llegado a la gran exigencia que la literatura le pide a la vida, siempre reacia a normas y controles, siempre desordenada e imprevisible. No es que nos falte tiempo de nuestra vida para leer o escribir, lo que nos cuesta es encontrar la manera de instalarnos en el tiempo de la literatura. Lo que nos da vértigo, a diferencia de Alicia, es atravesar el espejo y poner los dos pies al otro lado. Cuando lo que hacemos normalmente es leer, o escribir, con un pie a cada lado del azogue. Uno en la vida y el otro en la literatura. Así - queriendo o sin querer, es difícil saberlo - matamos dos pájaros de un tiro. Nos distraemos de los malestares que nos producen los hechos y  la palabrería de la vida, y evitamos que la literatura nos interpele directamente con la fuerza apabullante de sus palabras.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

ESCOLARIZAR NO ES IGUAL A EDUCAR

Comienza un nuevo curso escolar y en el mundo educativo se recupera el Pensamiento Mágico, también conocido como Pensamiento Alicia, tan querido para muchos de los habitantes de ese mundo, profesores y padres incluidos. Aprendizaje sin aulas; aulas sin muros; o que los niños, antes que todo y por encima de todo, antes que aprender a leer y a contar, lo importante es que sean felices, todo ello bajo el palio de la ley del mínimo esfuerzo. Son algunas de las perlas que por ahí dentro circulan con inusitada holgura y prestigio, pero que no impiden que sigamos siendo de los últimos en las listas fiables que se publican sobre el rendimiento educativo europeo. En fin, además de profesores y padres también hay doctores y expertos en esa iglesia, que podrán hablar con mas fundamento del asunto.

Como el que busca encuentra, yo me he topado con un maestro de la ciudad de Nueva York. Les dejo con sus palabras por si les levantan el ánimo o directamente cerramos el kiosco. Al fin y al cabo, creer que la educación es todavía una herramienta para poner en la senda de la vida a ciudadanos cabales, después de lo que ha caído en el siglo pasado que fue cuando esa idea se democratizó, es pensamiento mágico en estado puro. Pero ya saben, no hay que rendirse nunca.

martes, 20 de septiembre de 2016

LA ORACIÓN FÚNEBRE, de Pericles

Pensemos en los grandes discursos políticos de la historia. Esos textos, pocos bien es verdad, en los que la política y la poesía se encuentran y se trenzan como si fueran lo mismo.  Esos momentos, pocos bien es verdad, en que soñamos y pensamos como dioses. Esos textos en esos momentos en los que el alma se esponja y te dices que merece la pena seguir viviendo, no sobreviviendo, porque se nos aparece la vida llena de luz y de sentido. A un líder público lo que le pido, y le exijo, es que con sus palabras haga que me levante cada día con ganas de seguir estando entre los otros, porque otorgan el sentir y el sentido necesario a la comunidad que compartimos. Le pido, se nota que hoy estoy contento, que sea mi narrador de cabecera. No es tanto el aspecto de lo económico lo mas preocupante, y lo que más repugna, de la crisis actual, como la modorra y el hastío a que nos someten cada día, en voz alta, los majagranzas y chisgarabís que se encuentran al frente. De una crisis económica, tarde o temprano, se acaba saliendo, pero la ausencia de la poesía en el lenguaje de la acción pública, que continuará después, tiene que ver con la falta endémica de nobleza que anida de forma inmisericorde en el corazón y en el cerebro de los que mandan, y con la servidumbre voluntaria de quienes obedecen. Pero esta es otra historia.

Me voy dos mil quinientos años atrás. Escuchemos a Pericles mientras habla a los atenienses. Para muchos  estudiosos, desde Tucídides, el primer discurso de la democracia. Escuchemos. Y soñemos y pensemos, por un momento, como los dioses que deseamos ser. A lo grande. Y a lo que nunca debemos renunciar mientras sigamos leyendo y compartiendo nuestras lecturas.

sábado, 17 de septiembre de 2016

LO INEXPLICABLE Y LO DESCONOCIDO

Les dejo otra muestra de este libro de muestras inagotables, "El cuaderno de Bento", de John Berger. Luego que cada lector elija su camino, es decir, decida qué lector quiere ser. El que se arriesga a transitar entre lo que no se ve, lo inexplicable y lo misterioso, o el que prefiere esperar las oportunidades de lo revelado o lo desconocido.

"Hay dos categorías de narración. Están aquellas narraciones que tratan de lo invisible y lo oculto, y están las que exponen y ofrecen lo revelado. Lo que yo denomino la introvertida y la extravertida. ¿Cuál de las dos se adaptará presumiblemente mejor, de una forma más incisiva, a lo que sucede hoy en el mundo? Creo que la primera.

Porque sus historias permanecen inacabadas. Porque entrañan la necesidad de compartir. Porque en su forma de relatar, un cuerpo se refiere tanto a un individuo como a un conjunto de individuos. Porque en estas narraciones el misterio no es algo que se vaya a resolver, sino algo que se lleva con uno. Porque, aunque puedan tratar de una violencia, de una pérdida o de una furia súbitas, no se quedan en lo inmediato, miran a lo lejos. Y sobre todo porque sus protagonistas no son actores, sino supervivientes.".

viernes, 16 de septiembre de 2016

ESCUCHA ESTO, de Alex Ross

Les dejo el comentario que Javier Fernández de Castro ha hecho sobre su lectura de un libro de Alex Ross, ya que me parece de interés para escribir sobre lo que se lee, sobre lo que se mira, sobre lo que se oye, sobre lo que se toca,...En fin, escribir con todos los sentidos. Escribir con la mirada amplia.

"ESCUCHA ESTO", de Alex Ross; ed. Seix Barral
por Javier Fernández de Castro

Lo ha vuelto a hacer. En 2009 Alex Ross pilló desprevenido a todo el mundo con El ruido eterno, aunque al final se produjo una reacción y 50.000 personas o más llegaron a tiempo para comprar el libro antes de que desapareciese de las librerías. Ahora, con "Escucha esto", vuelve a la carga y lo avisa en la primera línea del prólogo: "Escribir sobre música no es esencialmente difícil". Y tras una afirmación así de fresca pasa a reducir a escombros a quien tuvo la ocurrencia de decir: "Escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura". 


En el fondo Alex Ross está planteando una cuestión que ha creado dos bandos hasta la fecha irreconciliables.


1. Para unos sólo se puede hablar de música (y, ya que estamos, del arte en general) en términos técnicos, pues todo lo que no sea una mera descripción milimétrica de puro objetiva es como ponerse a bailar sobre arquitectura.


2. El bando contrario sostiene en cambio que el arte es un continuo (poiesis) y que gracias a ello se puede pasar de un sistema de expresión a otro sin traicionar la naturaleza del soporte de salida (en este caso el lenguaje escrito o hablado) ni tampoco el de destino (una pieza de Mozart sobre la que queramos hablar, por poner un ejemplo). La deseable síntesis sería que el arte, siendo en esencia singular, fuese al mismo tiempo plural, pues en ese caso una pieza sería ella misma y, debido a la posibilidad de traducir sin traicionar, sería al mismo tiempo todas las piezas, ya sean pintura, arquitectura, música o danza. Llevando las cosas a su extremo, la descripción creativa e imaginativa de una pieza musical debería tener tanta legitimidad como la pieza misma.


Vale decir de entrada que Alex Ross (faltaría más) no ha resuelto el enigma, pero "Escucha esto", como ocurría con el "El ruido eterno", es lo más cerca que puede arrimarse a la música un profano para el que el lenguaje técnico es incomprensible. Y de ahí que el intento sea fascinante. Alex Ross reúne todas las cualidades que se requieren para enganchar de entrada a un lector y no soltarlo hasta el final: sabe de lo que habla porque aparte de ganarse la vida hablando de música lleva viviéndola desde niño; tiene una mano ágil para no pasarse con los tecnicismos más allá de lo estrictamente necesario, y en todo momento, hable de lo que hable, transmite un entusiasmo tan contagioso y dinámico que los lectores (50.000 solo en España, que ya tiene mérito) le siguen sin vacilar por unos zigzags que cuentan, por ejemplo, la evolución de la chacona desde aquellos tiempos en que a Felipe II y sus consejeros les parecía una musiquilla pecaminosa hasta el momento en que Led Zeppelin la recupera a su manera. Pero la cosa también puede empezar con la media áurea de Mozart para luego pasar a las andanzas de Radiohead, las curiosas costumbres creativas del director escandinavo Esa-Pekkonen Solonen o la grandeza de Schubert para luego pasar a Björ, la situación de la música clásica en China (alucinante) y da igual qué, si Ross siempre se las apaña para ser entretenido y, sobre todo, instructivo. 


Obviamente, y por mucha habilidad que tengas para no meterte en líos innecesarios, resulta imposible hablar de Verdi, Schubert o John Cage sin hacer referencias no exclusivamente encomiásticas, pero justamente para eso está Internet. En el libro se da una dirección en la que se pueden escuchar, capítulo a capítulo, los ejemplos que ilustran las explicaciones puramente técnicas. Y acabas el libro sin saber música, pero en cambio puedes hacerte una idea de a qué se refiere Ross cuando dice que "John Paul Jones confirió a la línea de bajo un sonido adusto, organístico: el riff del blues del Delta monumentalizado".


Aparte del entusiasmo que le pone a todo lo que toca, el estilo zigzagueante de Alex Ross puede tener otra ventaja: si alguno de los ejemplos escuchados llama la atención, siempre se puede ir a YouTube y escoger entre las docenas de piezas que allí se ofrecen. Y en algunos casos (pongo por ejemplo el de dos intérpretes no universalmente conocidos, como son el director Esa-Pekka Salonen o la soprano Lorraine Hunt Lieberson), se aconseja ir directamente a YouTube y, una vez refrescada la memoria, volver a ver lo que dice de ellos Ross. Ya digo que es un libro muy didáctico.


jueves, 15 de septiembre de 2016

DISTANCIA Y DESCONOCIMIENTO

"El emperador mandó quemar los libros, pretextando que los sabios habían provocado con sus libros tantas dudas, que las gentes abandonaban la agricultura"  G. W. F. Hegel

No deja de asistir la razón al emperador al querer desplazar la duda en beneficio de una mayor producción agrícola. Lo que ocurre es que para que la razón imperial tenga éxito, como así ha sido hasta ahora, tienen que concurrir dos de los atributos que mejor subrayan nuestra condición humana: la codicia ilimitada y la pereza insuperable. Dándose los dos siempre al mismo tiempo y en la misma dirección, idependientemente de las condiciones históricas en que vivan sus propietarios. Por eso ha fracasado, y fracasará, la idea de revolución que inspira la Catedral Dialéctica de Hegel a sus lectores de izquierda. Pues es una catedral en la que se prima absolutamente la verticalidad, y que le da legitimidad, no lo olvidemos, la obra y el espíritu del primer emperador moderno, Napoleón I Bonaparte. Sin embargo, contra natura, los bienintencionados hegelianos de izquierda apostaron por la total y excluyente horizontalidad del mundo. Ante semejante soberbia, la naturaleza ha dicho lo que tenía que decir, sin entregar, como siempre, las claves de sus secretos. Ahí volvemos a estar. 

¿Cuánto tienen que estar llenos los graneros para empezar a dudar? Siempre tienen que estar llenos a rebosar, vuelve a insistir el actual emperador, para evitar que los agricultores se adentren y distraigan con la duda de si estarán medio llenos a o medio vacíos. Mientras esa pregunta se formuló con el temor de que los graneros no acabaran de llenarse del todo, la retórica del emperador pudo seguir campando por sus fueros y las dudas de los sabios continuaron viviendo en el ostracismo. A la espera. Después de la experiencia de las grandes catástrofes, cuando el mundo de ayer desapareció de la faz del continente europeo, los emperadores vencedores se afanaron, como suele ocurrir en la ceremonia de los grandes funerales, en tratar de dar de zampar a los agricultores supervivientes y llenar al mismo tiempo a rebosar los graneros. Esta vez sin vuelta atrás. Y vaya si lo han conseguido. Han creado una sociedad excedentaria, que puede llenar los graneros del mundo un puñado de veces. Pero con la barriga siempre llena, la duda no aparece en los agricultores. Ni siquiera la vida buena. El granero lleno nos ha traído la comodidad pancista de la buena vida. Nada más. ¿El Absoluto impensado e imprevisto de Hegel? Es más, cada vez que se intenta que la duda tome protagonismo dentro de ese edificio impar, lo que aparece es la preocupación y el temor porque el granero no se vacíe. Aunque ahora no sea de grano, sino de tiempo. No tengo tiempo para dudar, es decir, para pensar. El emperador ha vuelto a salirse con la suya. Y los sabios han perdido ya toda esperanza de que los agricultores atiborrados se enfrenten a la pregunta, ¿cómo es posible qué, y a costa de quién, el granero está siempre lleno a rebosar? No contó Hegel - o si se dio cuenta nunca le dio la importancia necesaria, tal vez porque puso por encima su profesión de arquitecto divino definitivo -, que los materiales que tenía que utilizar, por mucho que estuviera sometidos a la perfección de la dialéctica de la historia eran humanos, demasiado humanos. Es decir, son unos materiales baratos y que tienen aluminosis (codicia ilimitada y pereza insuperable) entre sus venas.  

Los tres relatos que tengo en mi agenda lectora de otoño ponen en jaque a todo el edificio hegeliano, bajo cuyas arcadas, convenientemente remodeladas, nos protegemos los lectores europeos actuales. Bien es verdad que unos más que otros. Sus títulos son suficientemente reveladores. "El corazón delator", de E. A. Poe. "La impaciencia del corazón", de Stefan Zweig. "Por si se va la luz", de Lara Moreno. Son, a mi entender, tres vías de agua en los bajos de la Catedral Inderrumbable de Hegel. No hace falta que insista en ello, pero mi principal preocupación e interés se mueve en dirección opuesta a la del emperador, sin tener su mismo poder. Es decir, no puedo mandar quemar la mitad del contenido de los graneros, a ver si así aparece la duda en cada lector el día de cada lectura. Dicho de otra manera, no puedo decirles, entre otras cosas, que la lectura de cada uno de esos textos (como la de todas las lecturas) les provocará, enfrentándolos a sus prejuicios y mitos asumidos, desde una distancia cuya perturbación solo puede obtener acomodación definitiva por la cercanía de su intimidad. Es la paradoja esencial que todos los lectores sentimos, aunque sea diferente la manera de explicarnos. Incluso cuando no lo hacemos, que es una manera contundente de explicarlo todo, aunque sin el riesgo y el roce con la más que probable desentonación de los matices.

Distancia respecto a lo que nos viene de afuera, desconocimiento respecto de lo que tenemos adentro. Visto cómo han ido todas las promesas sobre la bondad y habitabilidad del mundo desde lo más alto de la Hermosa Catedral Dialéctica de Hegel, ¿es perentorio comprobar cómo está el granero para enfrentarnos a este descomunal dilema? Una distancia y un desconocimiento que Hegel se empeñó en reducir a cero, acercando la tierra al cielo y el hombre a dios, pero que las historias que han protagonizado los hombres en la tierra desde entonces han demostrado que no pertenecen a la Historia Oculta de Dios en el Cielo. La distancia y desconocimiento continúan pues no dependen de los placeres o los fracasos ni de sus días, sino que suceden siempre, en todo tiempo y lugar, a extramuros de la Gran Catedral de la Dialéctica Hegeliana. Por eso cuando las escuchamos, aunque hayan sido escritas o compuestas muchos siglos antes, nos resultan familiares. Extraña y perturbadoramente familiares. Pues son la distancia y el desconocimiento que, aunque no nos demos cuenta o no queramos aceptarlo, dan forma al ámbito en el que discurre y transcurre cualquier existencia humana mortal. Ahora y siempre.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

CHÉJOV, EL QUE MEJOR NOS CONOCE

Hay una manera de leer acuñada en la infancia y que perdura hasta el final de la edad adulta. Una manera que busca la sorpresa, el sobresalto, el pasmo, la estupefacción, el susto, la fascinación, la inquietud, la alarma, etc...huyendo así, tal vez inadvertidamente, de lo que dice Richard Ford, “lo abrumadora que resulta la vida por demasiado densa de subjetividad y demasiado pobre en verdad objetiva”. Creyendo que puede llegar a ser realmente insoportable vivir inmersos en una vida así concebida, y a sabiendas que no hay otra porque es la nuestra, no somos capaces de enfrentarnos a los “efectos perturbadores de la belleza exquisita en la vida cotidiana: pérdida, dolor, tristeza. Una visión bastante poco prometedora. Pero ¿quien no ha entrevisto estas cosas en los más brillantes encantos de la belleza como para apartarla bruscamente de la vista?”

En otro momento, continuando refiriéndose a Chéjov (al que tanto admira, porque tanto le debe como lector y escritor) - al que pone como antídoto contra ese hábito de la experiencia lectora que exige antes la rutina de la sorpresa, el sobresalto, la fascinación, la inquietud.... que el reconocimiento de la dimensión no deseada, o no prevista, de la vida - deja claro la importancia que tiene éste, “como si en nuestro fuero interno supiéramos en realidad que la gente es así pero hasta ese momento no hubiéramos tenido necesidad de desvelarlo”.   

Porque al reconocer nuestra vida no como algo intercambiable, sino irrepetible pero comunicable y compartible, y ligada a algo mas grande y misterioso que no es, evidentemente la literalidad palpable del mercado, podemos descubrir aún en ella aspectos, como señala Ford, nunca antes imaginados. Escuchemos sus palabras. 
“Con Chéjov compartimos la franqueza de la presencia inalienable de la vida; compartimos la convicción de que disfrutaríamos mucho más si se pudiera elevar una cuota mayor de la sensibilidad humana a la categoría de lenguaje claro y expresivo; compartimos una visión para la cual la vida (en particular la vida con los otros) es una superficie bajo la que hemos de luchar para construir un subtexto convincente con el fin de poder abarcar más y con menos desesperación; y compartimos una esperanzada intuición de que algo más de nosotros mismos – en especial esas partes de las que tenemos la sensación de que sólo nosotros conocemos – pueda ser objeto de exposición clara y útil”.

Y más adelante, continúa. 
“Pero por encima de todo, lo que nos emociona y nos maravilla es la consistencia de Chéjov; nuestra conciencia de lectores de que, cuento a cuento, escalón a escalón girando en torno a la esfera de la existencia humana observable, la medida de Chéjov es perfecta. Dados los temas, los personajes, las acciones que pone en juego, normalmente tenemos la sensación de que en Chéjov nunca falta nada importante. Y por esta razón nuestra imaginación esta deseando saber exactamente a qué responde esa consistencia. ¿Cuál es el estímulo subyacente por el cual casi todos los cuentos de Chéjov, ya sean alegres, ya sean penosos, nos hacen sentirnos confirmados en la vida? Como adultos, nos gusta lo que incita a querer saber más, y nos sentimos halagados por una autoridad firme que nos dé confianza y nos proporcione buen consejo. Es como si Chéjov nos conociera".

martes, 13 de septiembre de 2016

LA HABITACIÓN

Mañana limpieza general en la habitación de arriba, la que se encuentra entre el cuarto de baño y la biblioteca. Ahora la luz, con la llegada del otoño, se refleja más inclinada y consigue dar a todos los objetos que dejó la última noche, antes de irse, un aspecto que realza también en ellos su apariencia de haber quedado a la intemperie. El otro día subí a la habitación, por primera vez desde que se marchó, y no fui capaz de encontrar a primera vista la pluma con que me escribió su carta de despedida. Busqué por todos los rincones, hasta que me di cuenta que la ocultaba la sombra densa del jarrón de Limoges que le regalé en su último cumpleaños. 

sábado, 10 de septiembre de 2016

LOS MIEDOS QUE DAN RISA

El otro día entró en la biblioteca una joven lectora, 16 años, y me pidió que le mostrase donde se encontraban los libros de miedo. Yo le respondí que de cuanto miedo los quería, y le dibujé la cantidad mediante una abertura sucesiva y más amplia de mis brazos: así de miedo, o así, o así, o así. Ella, con buen sentido del humor, me siguió la corriente y me contestó: todos eso más así tres veces, y, a su vez, extendió sus brazos todo lo que le dieron de sí. Ya fuera de bromas, le señalé dos o tres títulos y escogió uno que le pareció que podría ser del máximo miedo. Días después vino a devolver el libro y le pregunté que le había parecido. Me respondió que se había partido de la risa. No le dije que mirase asiduamente los telediarios o se fijase con atención a su alrededor, si quería tratar de verdad cara a cara con el miedo o el terror, por miedo, a su vez, a infringir la legalidad vigente.

viernes, 9 de septiembre de 2016

LA AUTORIDAD DEL NARRADOR

Sin la alianza y la complicidad necesaria entre la democracia total y el mercado global, la cultura de masas en la que estamos inmersos sería inviable. Cultura de masas que se rige, sin oposición alguna, por el imperativo de la mayoría. Lo cual determina,  hablando ya de lo que nos interesa, que el libro mas vendido es el que está mejor escrito. Por este camino, se produce lo inesperado: ranking y calidad se equiparan. Nunca antes, en toda la historia de la cultura de la humanidad, había pasado algo semejante. Esta ley implacable, a la que de momento nadie se atreve a ponerle una enmienda, es mediante la que se ordena el tráfico de personas y cosas en el mundo occidental. Llámenlo bienestar, distopía o dictadura feliz, llámenlo como quieran, el nombre no conseguirá distraernos de lo que es sin duda evidente: este es el mundo en el que que vivimos y al que la inmensa mayoría no está dispuesto a renunciar. Al contrario, lo que quiere es pertenecer a él con pleno derecho de consumo. Ciertamente hay otros mundos, pero están en éste, y se han de conformar con existir fuera de los focos iluminadores de la ley implacable. Se han de conformar con existir en los márgenes. Lo que existe bajo la algarabía colorista de la luz, eso que creemos que es como aparenta ser, son las diferentes formas y derivaciones que adquieren los trajines y trapicheos del mercado global y la democracia total.

No voy a discutir la autoridad que tienen los narradores de las novelas, pongamos, de Ruiz Zafón o Dan Brown. Según la ley implacable antes aludida la tienen, se la merecen y no hay nada más que decir. Es la autoridad que exige el poder de sus lectores, al que se someten gustosamente. Igual que no seré yo quien haga el más mínimo reproche al estilo verbal que han impuesto las redes sociales en la comunicación entre humanos. 140 caracteres son hoy más que suficientes para hablar con el mundo. Para hablar de nuestro mundo. Aprobado por abrumadora mayoría. Ni siquiera voy a discutir jamás si eso es bueno o malo. Es. Y está ahí.

Dentro de esa ley implacable el mundo tiene un único propósito, sin significados aparentes. Es abrumadoramente literal: leer un libro, para después leer otro y después otro, según los preceptos y las exigencias de la industria editorial. Escribir un tweet, y después otro, y otro, al ritmo trepidante que imponen las redes sociales. Afuera, el otro mundo, en contra de lo que pensábamos, no es dialéctico, ni tiene propósitos, es contradictorio y, sobre todo, paradójico. Pero la lectura ahí sí transmite al lector variados presentimientos llenos de significados. No es una cuestión de anarquismo tronado, es, como decía Kafka, que estamos afuera de la ley porque está abierta, pero a la vez estamos absolutamente dentro de la ley, porque sólo nos espera a nosotros, porque sólo nosotros tratamos de saber qué es esa ley. Es decir, nos excluye incluyéndonos y nos incluye excluyéndonos. Aunque nadie ha venido, en los años anteriores, a decirnos lo que debíamos leer, legalmente. Por tanto, mientras esperamos, seguiremos afuera de la ley, es decir, fuera de la influencia de la autoridad de los narradores, por continuar con los ejemplos citados, de Zafón y Brown. Y así no dejaremos de preguntarnos: ¿dónde ha de colocarse uno para saber de la vida, afuera de la ley o dentro de la ley?  

Aceptando nuestra ilegalidad, no nos queda mas remedio que entrar en contacto con escritores que, a su vez, entienden el oficio de otra manera a la de aquellos. Ni se les ocurre pensar que los narradores que crean puedan estar a servicio de los lectores. Ni que quien manda en el relato, no sea otro que el narrador que han imaginado, al que se debe someter toda la atención y la voluntad del lector. No quieren, de ninguna de las maneras, que estos tengan una relación con sus textos como la de esos amantes que solo buscan furtivos encuentros sin compromiso. Al tal respecto, Richard Ford mediante un intento heroico por poner en contacto toda la vida con la literatura, desvela la naturaleza auténtica de aquella ley implacable. Lo dice así:

“Para llevar a cabo esas grandes hazañas miméticas por las cuales el arte y la vida tiene efectos similares, los relatos contienen casi siempre esfuerzos pequeños y grandes, absolutamente evidentes y también apenas observables, de la autoridad del escritor. Por autoridad entiendo, en términos aproximados, la determinación del autor, llevada a cabo por distintos medios, de asumir el mando provisional de la atención y la voluntad de un lector y, de esa manera, superar la resistencia de éste y comprometer su credulidad con el fin de interponer algún plan que el escritor considera tan valioso para su tiempo y su problema como para los del lector.
El mero acto de escribir un relato y proyectarlo en un espacio mental que tal vez alguien habría preferido llenar con los combates de los miércoles por la noche o con un Château Montrose del 64, siempre constituye un acto de autoridad presuntuoso y rudimentario, a la vez que anticipa necesariamente todas las exigencias que impone la ficción. (...)  un acto de imposición cuyas duras exigencias deben ser sopesadas en estrictos términos morales y a la larga recompensadas.
Sin embargo, muy pronto este primer acto conceptual de autoridad (he imaginado una historia, para alguien) se materializa en el relato real y su primero gesto significativo, con exclusión del título”. (Flores en las grietas)

A lo que se refiere Ford en este último párrafo no es a otra cosa que a las primeras palabras de toda creación. A la importancia que tiene para la autoridad del narrador el comienzo de su relato. Dice a continuación: 

“Algo tiene que persuadirnos a nosotros los lectores de que nos enfrentamos a una fuerza (una mente, una competencia prometedora, un almacén de palabras, una atractiva imaginación) que tiene para nosotros algo que necesitamos, que nos mejoraría y posiblemente nos renovaría. Ese gesto inicial que implica la buena promesa del relato que nos espera, representa una aspecto y una pequeña prueba de la autoridad del relato”

jueves, 8 de septiembre de 2016

EL NARRADOR EN LA VIDA DEL LECTOR

La relectura de “El cuaderno de Bento”, de John Berger, me ha recordado dos de las preguntas que me hice, y que ya nunca me han abandonado. La primera tiene que ver con los lectores, ¿cómo dejamos el relato que hemos leído, para seguir con el run run de nuestras vidas? Y, la segunda, con el libro, ¿dónde nos coloca, y en que estado de ánimo, a los lectores el libro recién leído? Como puede comprobarse en realidad es una misma pregunta con dos caras, que dan forma al campo de acción en el que los lectores bregamos con nuestra lectura, en confrontación directa con nuestra vida, el mundo y la propia literatura.

Sin embargo, no dejo de darme cuenta de que en nuestras vidas hay momentos en que se ven las orillas y otros en que parecemos verdaderos naúfragos en medio de la nada oceánica. Suceden días donde se nos aparecen profundidades insondables o cotas inaccesibles, junto a otros dominados por la calma chicha que proporciona el plasma de la TV. Aún así nos enfrentamos a ello como podemos. Unos se van a dar la vuelta al mundo y vuelven como si se hubieran ido a comprar tabaco en el barrio, a la vuelta de la esquina. Los hay que vuelven a creer, inopinadamente, en la llegada de los reyes magos como la mejor solución para los problemas que nos atenazan. Unos ven el espacio interplanetario llenos de amenazantes figuras extraterrestres, mientras que otros solo ven un inmenso vacío navegable y, por tanto, explorable y medible. Los hay que no se mueven ya que ven cobradores de hacienda y jefes de negociado por todas partes, y quienes se conforman con la profundidad de campo de los telediarios.

Es debido a todo ese trajín en el que estamos inmersos por lo que sigo dudando si de nuestra cabeza se ha apoderado el silencio y la protección que le haya podido proporcionar la lectura, o de inmediato vuelven a ella los ruidos y los encontronazos que tenía antes de entrar. Peor aun, me pregunto que si - leamos o hagamos lo que hagamos - alguna vez estos nos abandonan. En fin, me pregunto si, como dice Berger: 
“A lo largo del relato nos acostumbramos a los procedimientos del narrador, a su manera de prestar atención y luego de dar sentido a lo que a primera vista parecía caótico, adquirimos sus hábitos como narrador. Y si la historia nos ha impresionado, haremos nuestro algo de esos hábitos, algo de su manera de prestar atención. Y entonces los utilizaremos para dar sentido al caos de la vida, en la que se ocultan multitud de historias, de relatos.
       Sin embargo, si nos imagináramos los relatos que se están narrando de un extremo al otro del mundo esta noche y consideráramos sus resultados y sus desenlaces, encontraríamos, creo yo, dos categorías principales: aquellos cuya narración hace hincapié en algo esencial que está oculto, y aquellos que hacen hincapié en lo que se revela”.

Oculto o revelado, pienso que al entrar a leer lo que nos cuesta es iniciar el recorrido hacia lo que no es radicalmente uno mismo. Hacia el otro lado de la apariencia de las personas y las cosas que hemos dejado afuera. Quiero decir, hacia el otro lado de los soniquetes y algarabías de sus representaciones, que son los que la sostienen. Nos cuesta imaginar que leer no es otra cosa que eso que decía: entrar en un libro con la cabeza llena de ruidos y que el narrador y sus protagonistas los callen, ya que dicen cosas que nos interesan porque fijan la perplejidad en nuestra mirada. ¿Qué significa, entonces, lo que existe afuera antes de entrar a leer, y que incentiva tantas zozobras y alborotos a los que estamos pegados?

miércoles, 7 de septiembre de 2016

HISTORIAS QUE IMPLORAN SER ESCRITAS

Reproduzco el párrafo de “El cuaderno de Bento”, de John Berger, en el que, refiriéndose a Andrei Platónov, aparece la frase del título de esta entrada, para que perciban con toda la intensidad su significado:

“Además de escribir para la prensa, escribía para el mismo. Historias inspiradas en lo que había presenciado. Historias que imploraban ser escritas. Algunas se publicaron durante su vida. La mayoría tuvieron que esperar medio siglo a ser publicadas en Rusia después de su muerte, y luego a ser traducidas. Empecé a leerlo hace diez años y cada vez lo admiro más. Fue, en gran medida, un precursor de los narradores que tanto necesita el mundo”.

En la segunda lectura de este párrafo, de repente, me di cuenta que si yo  escribía: “las historias que imploran ser escritas por los narradores que tanto necesitamos quienes sobrevivimos en este pequeño mundo”, la frase interpelaba, de forma más directa, a las necesidades de los lectores. Pero, al mismo tiempo, se desprendía de ella un clara evocación antigua, de cuando la comunicación era oral y las comunidades formadas solo por seres hablantes. Y debido a la fuerza del aliento de ese ruego intemporal y a la de poder ser satisfecho siempre por alguien necesario, comprobaba que, junto a los que oyeron aquellas historias entonces, habían logrado transmitir su sentir y sentido hasta cualquier comunidad actual de lectores atentos y comprometidos con sus lecturas.

martes, 6 de septiembre de 2016

LA PERTURBACIÓN DE LAS DISTANCIAS

La lectura de un texto provoca al lector, enfrentándolo a sus prejuicios y mitos asumidos, desde una distancia cuya perturbación solo puede obtener acomodación definitiva por la cercanía de su intimidad. Es la paradoja esencial que todos los lectores sentimos, aunque sea diferente la manera de explicarnos. Incluso cuando no lo hacemos, que es una manera contundente de explicarlo todo, aunque sin el riesgo y el roce con la más que probable desentonación de los matices.

John Berger lo dice en “El cuaderno de Bento” de una manera, que a mí me parece hecha con la precisión y la elegancia de un óptico, Bento talmente: “La perturbación de las distancias. Una perturbación a la que sólo se puede acomodar uno adoptando una visión aérea, conforme a la cual los kilómetros se transforman en milímetros, pero el tamaño del corazón no se reduce nunca”

Me viene esto a la cabeza debido a que el otro día estaba sentado con mi mujer en un terraza, cuando se acercó una compañera de su trabajo. Se sentó a nuestro lado y después de los parabienes de cortesía nos dijo: me la ha comprado, al fin, mi hija me la ha regalado para mi cumpleaños. Era una iPad. Así puedo llevar todos los libros conmigo sin que me molesten, ni que me pesen, dijo emocionada a continuación. Y que libros llevas, le pregunté. De los míos, ya sabes, de los que yo leo. Me respondió, como pidiendo disculpas.

No sé la distancia que pueden determinar con su lenguaje los narradores de aquellos textos, y si es mas angulosa, escarpada u oscura que la que definen los narradores a los que yo me acerco. Lo que no me cabe ninguna duda es que el tamaño del corazón de esa mujer y el mío no se reducen nunca. Y que vengan de donde vengan las historias que nos explican nuestros respectivos narradores, a él se han de remitir lo que transmite siempre su forma de hacer literatura, que en todos los casos es algo enormemente arcaico, primitivo, originario e imprescindible. Sea esa forma más o menos sofisticada, más o menos grotesca.

Todos los lectores leemos porque queremos salir del ámbito cerrado de nuestras limitadas experiencias. Cada cual quiere salir del ámbito de si mismo. Pero, al mismo tiempo, todos necesitamos mitigar los efectos perturbadores de la distancia a que esa necesidad nos obliga (salir de uno mismo es el viaje mas largo y enigmático posible), y que nos viene impuesta por lo que nos cuentan los diferentes narradores. Todos necesitamos acoger esas experiencias, de nuevo, en la cercanía de nuestra intimidad, donde florecen con toda la fuerza enormes posibilidades nunca antes imaginadas, con sus matices y sus más penetrantes y oscuras perspectivas. En fin, todos necesitamos religarnos (de religare, de religión), lo creamos o no, después de lo que hemos leído. Después del agotador viaje fuera de uno mismo. Leamos a Proust o sigamos los interminables capítulos de los folletines televisivos o literarios. O no leamos nunca. Los que no leen nunca, igualmente leen, pero no bajo los auspicios de los renglones impuestos por la letra impresa.

sábado, 3 de septiembre de 2016

MIRAR O MEDIR. UNA ANÉCDOTA

Días antes de comenzar el curso escolar, unos padres y su hija pequeña caminan de noche por el campo. La hija se para, mira la luna y pregunta: “¿qué está mas lejos, la luna o Cuenca?” Los padres responden irritados: “¿Tú ves Cuenca?”.

Ante la pregunta infantil desconcertante, la irritada respuesta adulta, ¿en qué medida hace a este hombre y esta mujer unos "buenos" padres? ¿O bajo el enfoque de qué mirada, este padre y esa madre son unos "buenos" seres humanos? ¿O es al revés? 

Sea como fuere, ¿por qué se irritan? 
¿Da para tanto la pregunta de la niña, hasta el punto de que los padre se pongan así? Si es que no, convengamos que la pregunta de la niña es propia de su edad. Pero si es que si, quienes la escuchan, ¿se irritan como padres o como personas? Es decir, ¿se irritan consigo mismos por qué a su hija no le están enseñando a mirar el sentido del mundo? ¿O se irritan por qué a su hija no le están enseñando en la escuela a medir en los mapas del planeta? ¿O es al revés? 

viernes, 2 de septiembre de 2016

LA NOTICIA

Su vida ordinaria por fin pudo ser vida vivida de manera singular; así comenzaba la novela que había publicado. Cuando la leí por primera vez me pareció entender algo en esa frase inicial, pero solo duró un instante. Luego me acordé que, en uno de sus reportajes, había escrito que le extrañó que un día su padre lo mandara a comprar el periódico al quiosco de la esquina de su calle. Cuando llegó había dos clientes hablando con el quiosquero. Mientras esperó su turno se fijó en los titulares de los diferentes diarios. Puso especial interés en la portada de los locales. En uno de ellos, en la columna de la derecha, aparecía la siguiente noticia firmada por el mismo: "un conocido vendedor de lámparas del barrio apareció muerto ayer por la mañana, detrás del mostrado de su tienda, con signos evidentes de haber sido electrocutado". Le sorprendió que ninguno de los clientes, ni el quiosquero mismo, le dijeran nada. A continuación llamó a la redacción del periódico donde trabajaba, pero no contestó nadie. Salió corriendo hacia su casa. Su padre tenía que saber la verdad que ocultaba la noticia.