martes, 24 de diciembre de 2019

CHANDLER HARRIS

La importancia de los cuentos del Tío Remus es doble: de una parte, es un esfuerzo compilatorio de los relatos y leyendas de los esclavos negros del sur, historias que se contaban entre ellos y que no trascendían al ámbito blanco, por lo que su aparición en forma de libro (este libro) fue una sorpresa y una sensación para los lectores de la época. Eran relatos hablados en una lengua mezcla de muchos dialectos que la hacían poco menos que ininteligible a la que el recopilador dio forma sin perder nada de su originalidad y singularidad. La existencia de un mundo imaginativo tan rico fue una sorpresa que alimentó la curiosidad de muchos lectores y hombres de letras americanos, pues, teniendo en cuenta la consideración que el mundo negro ofrecía a los blancos, resultaba casi increíble semejante exhibición de ingenio.”

viernes, 20 de diciembre de 2019

INICIADOS Y POPULISTAS

Cuando el profesor de instituto se enfadó porque quien estaba a su lado le pidió que dejara de hacer alarde de lo que sabía, debido a la razón que le otorgaba la función que le habían encomendado, o había el elegido, de docente, no pudo por menos de pedir a continuación la palabra, lleno de ese buen derecho que menciona Tesson en la obra mencionada ayer, para reclamar a su interlocutor que no hacia falta que le dijera en público, o en voz alta, lo que él ya sabía desde hacía muchos años en privado. Esta anécdota, que me la contó un amigo que es coordinador de un club de lectura, me parece representativa de esa tensión que preside la vida cultural en general, que unos llaman enfáticamente democrática, pero que en la práctica no deja de ser lo único que puede ser, dada la experiencia de sus actores, a saber, cultura populista. Una cultura populista que, en su rancia inoperancia, no solo no evita, sino que enaltece su también rancia némesis, la cultura aristocrática o de los iniciados, tipo la del profesor de instituto de marras. Así que bajo el rótulo, vacío de significado aunque que apunte una salida o un destino, de cultura democrática, operan los dos significados añejos de toda la vida, cultura populista o baja cultura versus cultura aristocrática o alta cultura. Y de esa toponimia no salimos, más ahora, si cabe, aupados como estamos a la banda continua de era digital presente. Es como si lo digital (o lo tecnológico) y lo rancio se dieran la mano, contraviniendo por primera vez la dignidad humana que inauguró hace doscientos años la modernidad ilusionante y emancipadora. Si aceptamos que ese momento de la historia de la humanidad se fundó mediante la fusión ideal de educación, democracia y novela, cabe deducir que la autoridad en el aula, en la asamblea y en el relato es parte constitutiva de que se haga realidad. Es por ello, que la hybris rampante, o falta de esa autoridad en cada uno de los ámbitos mencionados, es igual a su decadencia y, en última instancia, a su acabamiento, para dar paso, como ya sabemos, a otra época, una más, de salvajismo y autodestrucción masiva que es de lo que estaba preñado originalmente aquel momento de la historia de la humanidad. ¿Hay que seguir contando en una sociedad democrática con los iniciados o con los populistas, como productores de saber de una función académica o de compra venta (¿relatos indignos, se le podían llamar? Un relato es democrático, o digno, no porque lo digan los iniciados o los populistas, sino porque el lector lo sabe habitar individualmente y compartir esa experiencia irreductible con los otros lectores, pues no admite estar de acuerdo, o no, con el iniciado o con la propaganda populista. Esa manera de leer es la que le otorga verdadera dignidad a la experiencia de quien la lleva a la práctica.

jueves, 19 de diciembre de 2019

HOMÉRICAS

Todos las actividades de la clase media occidental, si te fijas bien, son irrelevantes. Únicamente la arrogancia y la banalidad constante de las acciones de sus miembros entre 15 y 50 lo son (por nimias que sean las unas y por acotar a la población de los otros en plan sociológico, y tal), hasta afectar a todo lo que tocan y todo lo dicen. Lo relevante de sus vidas, una a una con número de DNI, nombre y apellido, es ver cómo abdican de su condición de Reyes y Reinas destronados o desposeídos de una herencia que les otorgó la misión de llevar a la humanidad al paraíso, y en la que han fracasado estrepitosamente. Lo relevante, por tanto, es ver como asimilan que su verdadera misión es ser los enterradores de esa ilusión y, al mismo tiempo, los iniciadores después del entierro y los funerales de otra nueva misión para la que son perfectamente incompetentes: de ahora en adelante, y como herencia para sus hijos, dejar de pensar la condición humana a partir de una plenitud o perfección pérdidas o todavía no alcanzadas. El auténtico cambio climático empieza en el enfriamiento de la mente calenturienta de todos y cada DNI censado dentro de esa masa que constituyen La Clase Media Occidental, que perfectamente ya no es Proletariado, ni puede ser Proletarizada a la antigua usanza del siglo XIX. 
Primer mensaje de la nueva misión: No todos los éxitos tecnológicos son convenientes para la existencia humana, aunque si pueden quedar absorbidos por el bullicio de sus propios consumidores. A ello se refiere Silvain Tesson en su libro, “Un verano con Homero”, el de la Ilíada y la Odisea.
“Homero describe a menudo su «molesto bullicio». Este cenáculo de marqueses nos resulta familiar, ¿no es cierto? Es la imagen universal de la ambición y la mediocridad. Están seguros, porque se lo merecen sin más, de su buen derecho. El bullicio es el eco de su villanía y la banalidad que la acompaña, y durante los últimos dos mil quinientos años todos los pueblos del mundo se han dado cuenta de que existe una relación directa entre lo nocivo de una comunidad y el nivel sonoro que alcanza para manifestar lo que cree que es su triunfo.” Se han dado cuenta, pero nunca lo han confesado abiertamente. Hoy, todavía, en esas estamos. Y con esas padecemos.

martes, 17 de diciembre de 2019

TÓMATE EN SERIO

Cuando escuché por primera la locución: hazme un favor, tómate en serio, no entendí nada. De quien me lo dijo no espera yo esa expresión. Días más tarde le pregunté qué significaba lo que me había dicho. 
-Las palabras, tómate en serio las palabras, me respondió. 
-Ya lo hago, me tengo a mi mismo por una persona juiciosa y responsable, insisto, que quieres decir.
-Cierto que eres muy responsable y mesurado en el uso de las palabras que tienen que ver con la función que cumples en tu trabajo, en tu familia, con tus amigos, etc., he comprobado que todos esas personas te tienen por un tipo ejemplar. Pero cuando te pones a leer las palabras de la literatura eres un perfecto irresponsable, no te tomas en serio.
Hay palabras para que la vida funcione, de ahí nuestra condición de funcionarios, y hay palabras para que la vida se entienda, de ahí nuestra condición de lectores.
-Ya, pero son las mismas palabras.
-Solo en su apariencia formal. Unas sirven, como ya he dicho,  para realizar bien la función que te han encomendado (o que has elegido) en la vida y las otras para saber qué lugar ocupas en el mundo. No olvides que te dan una vida en propiedad que se incorpora a un mundo heredado durante un puñado de años. Eso es todo. Las palabras son las mismas pero las distingue el análisis, es decir, la seriedad y el rigor con que sepas distinguir las que tiene que ver con tu propiedad individual y las que tiene que ver con la herencia común recibida. Resumiendo, las palabras de la vida humana son el precio que los seres hablantes han de pagar para acceder al valor de su dignidad como humanos. Mientras que las palabras de la literatura sólo se sujetan mediante el valor de la dignidad de quienes las leen con atención y concentración.

viernes, 13 de diciembre de 2019

ENTRE 50 Y 15

Cuando solo tienes 15 lo normal es fiesta, pero cuando tienes 50 y 15, al mismo tiempo, lo recomendable es que tengas 50 y no 15; la fiesta es algo excepcional, lo mportante es enfrentarte a la idea de que tienes 50. Con lo digital me creo la ilusión de que soy eterno, de que vuelvo a tener 15, de que vuelvo a empezar, de que soy inmortal.
(...)
Cómo manejamos una sociedad de 50 sin dios, sin visión de lo infinito, sin conciencia de nuestra mortalidad. Es imposible. De momento hay que infantilizar a la población, hay que volver a los 15 para poder manejarla. En este momento no hay otra salida y Lo Digital lo permite. 
(...)
Pues Lo Digital dice: “Por qué me tengo que convertir en uno de 50 si puedo evitarlo; por qué tengo que dejar de ser uno de 15 si tengo los medios para hacerlo; por qué tengo que hablar cara a cara como uno de 50 si lo puedo hacer a través de la pantalla como uno de 15; por qué tengo que ir a pie si puedo ir en coche; por qué tengo que ir despacio como uno de 50 si puedo ir rápido como si tuviera 15; por qué tengo que dejar de ser rico a los 50 porque haya pobres de 15; por qué tengo que dejar de ser yo únicamente porque exista el otro. Por qué.

jueves, 12 de diciembre de 2019

COINCIDENCIA

Cuando el tren entró en el andén de la estación de metro, me puse a su lado con la intención de estar cerca de ella, bien de pie o sentado. Afortunadamente cuando se sentó y yo lo puede hacer a su lado, aunque para ello tuve que dar un pequeño empujón a un anciano que quería sentarse también. Lo hice con el suficiente disimulo o con una descarada desvergüenza, no sé bien distinguirlos, sin que se produjera una altercado de esos que últimamente proliferan en el subterráneo a favor de la fraternidad humana, ya sea a favor de los refugiados o de cualquier tribu identitaria de las que cada vez más proliferan en el mercado variable de la moralidad pública. Valga decir, no me digas por qué, que cuando viajo en metro me vienen a la cabeza comparaciones de este tipo en el que moralidad pública, por ejemplo, la percibo  muy vinculada a la deuda pública, pues sus altos y sus bajos dependen de asuntos inesperados que nunca tenemos a la vista, ni están determinados por razones siempre explicables. Supongo que lo hago para sobreponerme a esa costra de cemento en qué consiste la realidad rampante, en la que no hay cabeza que sobresalta sobre las otras siguiendo el horroroso principio de igualdad que impone el hormigón. La explicación por la que quería estar al lado de aquella mujer tuvo que ver con el efecto de seducción que me produjo comprobar que estaba leyendo el mismo libro que yo. Nunca antes me había pasado. Habitualmente cuando veo a alguien leyendo en el metro intento sacarle una foto para incorporar a mi colección de instagram, que consisten en un único tema: una persona leyendo. Es una manera de reconocer ese instante de soledad, que visualmente es siempre el mismo para la mirada ajena, pero que la cámara lo bendice como un instante de intimidad irrepetible. Lo diferente de esta ocasión era que la lectora del asiento de al lado estaba leyendo, ya digo, el mismo libro que yo. No me interesó hacerle una foto, lo que me apeteció de manera irresistible fue conversar con ella sobre cómo llevaba su experiencia lectora. El que yo en ese momento llevara el libro en la mochila me produjo un malestar que no supe cómo aliviarlo. No quería dirigirme a ella preguntando por lo que estaba leyendo y que pensara que lo que de verdad quería era ligar. Tampoco me parecía una salida oportuna sacar el libro de la mochila y ponerme a leer, haciéndome luego el encontradizo al dirigirme a ella. Era una situación embarazosa por lo poco habitual de las salidas y además por el aroma rancio que despediría si las ponía en práctica. Yo estaba a punto de acabar la novela y ella estaba, por lo que comprobé al mirarla de reojo, por el primer capítulo. Mi intención no era contarle lo que le esperaba, sino hablarle de la pregunta que yo me hice justo en las páginas en donde ella se encontraba. La protagonista de la novela era una mujer y me dio apuro que pensara que, al ser un hombre, me metía donde no me habían llamado. Alcé la vista, para ver cómo se encontraba el anciano al que le había quitado el asiento unos minutos antes. Me tranquilizó comprobar que un chico joven de enfrente le había cedido el suyo. Volví a mirar de reojo a la lectora que tenía al lado y comprobé que seguí mirando fijamente la misma página. De repente, me entró un nerviosismo inesperado. Al final me arriesgué y el dije que en esas páginas se encontraba el momento decisivo del libro. Después de pronunciar mis palabras me sonaron pedantes e inoportunas. Pero las que primero se me ocurrieron eran más altisonantes todavía: “pienso que es justamente en esa escena donde el lector se enfrenta a algo decisivo para el porvenir de su lectura del libro, saber en qué lugar lo ha colocado el narrador para que lea la historia, al mostrarle el sentimiento que aguanta en pie a la protagonista.” Ella ni movió la cabeza, y siguió con la mirada fija sobre el libro. No supe interpretar su falta de reacción ante mis palabras, si como un gesto de indiferencia o de mudo agradecimiento o de desprecio contenido. En ese momento el tren entró en una nueva estación. Alzó la mirada del libro y puso el punto de lectura entre las páginas de donde no se había movido desde que me puse a su lado. Se levantó de su asiento poco antes de que el tren se parara y abrieran las puertas. El señor al que yo le había “robado” el asiento también hizo ademanes de ponerse en pie, pero quien estaba su lado le ayudó a hacerlo prestándole su brazo derecho. Cuando se disponía a salir ella se dio la vuelta y me miró con amable fijeza. “Nadie nos atiende lo suficiente, por eso hay volver a coger la medida al espacio y el tiempo, ambos se vuelven infinitos cuando hay que recorrerlos, ello nos obliga, como a nuestra protagonista, a adquirir una nueva mirada sobre nuestro cuerpo y nuestra alma. Gracias por el consejo.” Y salió al andén, detrás del anciano, que al final lo hizo con sus propios pies.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

PETER HANDKE

Por Alejandro Gándara:
”Justo ganador del Premio Nobel de Literatura 2019, es el escritor que consiguió que el mundo, no los personajes ni sus conciencias, hablara en monólogo interior y que supiéramos lo que el mundo pensaba y cómo pensaba. El origen de este artefacto resulta relativamente simple: tras las miserias y descomposiciones de la última posguerra europea, donde la lengua y el discurso, el arte y el conocimiento se fueron por las letrinas de una civilización traicionada, el paisaje de la lengua y de la literatura no era más que un cráter frío y había que encontrar lava y fuegos nuevos. El hecho es que lo anterior ya no servía ni para entenderse ni para enfrentarse a los retos de la historia, en los que había fracasado estrepitosamente. Desde este punto de vista, sin ninguna especie de conciencia ni esperanza, era mejor que hablara el mundo y dejaran de hacerlo los individuos, las disciplinas, los ideales y las ideologías, y ese mundo mostrara su impotencia, trazando en la medida de lo posible los límites y los bordes del gran agujero que el fracaso de todo un continente y de una cultura histórica habían dejado en el centro de la experiencia humana.

La literatura no servía para explicar lo sucedido, como tampoco servía el arte o la ciencia. Nadie entendió esto mejor –inevitablemente- que los alemanes y, de entre los de lengua alemana, nadie mejor que Handke. Nuestra forma de contar los acontecimientos, de explicarnos unos a otros, los vehículos para buscar el conocimiento habría que inventarlos, puesto que los disponibles se habían vuelto inútiles. De modo que el lenguaje tenía que ser otro. De modo también que el lenguaje no tenía que ser trasparente ni lógico ni científico. Si toda esa basura no nos había llevado adonde entonces estábamos (si toda esa basura no nos ha llevado adonde estamos ahora), con toda seguridad había sido un colaborador imprescindible en la tarea. Como mínimo, la había acompañado en el trayecto.

El Gruppe 47, creado en septiembre del año que le da nombre por Alfred Andersch y Hans Werner Richter, y en el que participaron escritores como Ingeborg BachmannHeinrich BöllGünter Grass, Alexander Kluge o Hans Magnus Enzensberger, entre otros, marcó sin duda la atmósfera creativa e ideológica de lo que fue la literatura y la narrativa en lengua alemana desde ese año en adelante. Y de ahí bebe, pues le habría resultado tan imposible como no respirar el aire de las crestas austríacas, Peter HandkeEn conclusión, hay que inventarse una lengua que cuente las cosas de otra manera, así como hay que inventarse un discurso científico que no se traicione a sí mismo y, ya de paso, que no nos traicione a los demás. La Historia no puede volver a repetirse. La creación, con sus distintos rostros y empeños, tiene una misión, pero esta vez no será una misión redentora o explicativa –allí donde pueden distinguirse-, sino la de encontrar sus propias reglas fuera del espacio ideológico.

Los personajes se tornan no solo desconocidos para el mundo, sino también desconocidos para su propia conciencia y para su limitada capacidad de reflexión. De ahí que en las novelas, los relatos y los ensayos de Handke los elementos narrativos convencionales sean difíciles de descifrar y al final se acerquen al misterio y, en consecuencia, no puedan resolverse. Es decir, no sean del todo elementos narrativos. Uno de sus protagonistas, que no sabe cómo se llama, que no sabe cómo le llaman, y que ni siquiera sabe el aspecto que tiene –pues a fuerza de mirarse sin referencia alguna, acaba por adoptar la fisonomía que cualquier transeúnte le adjudica-, finalmente se reconoce (o más bien reconoce una verdad insoslayable) en la mirada de una persona que va a morir. Esa persona que va a morir la está matando él, que necesita esa muerte para agarrarse a una evidencia irrefutable. Todo lo demás es ilusión, fantasmagoría, delirio.

En cuanto al lenguaje, vuelve a una antigua oscuridad: la de los tiempos en que las palabras apuntaban a lo desconocido y no se habían convertido en un servomecanismo informativo. El paisaje de la perspectiva geométrica desaparece para dar paso a un arco cromático de sensaciones. El sueño desplaza a la vigilia. El lector regresa al centro del enigma y rechaza su papel de espectador. La lectura se orienta al riesgo y el significado sucumbe ante la ambigüedad. Eso es Handke. Entre otras cosas, claro.”

martes, 10 de diciembre de 2019

AMERICANAH 9

TODO UNO
¿Que es aquello que una vez perdido, al abandonar Nigeria, hace que Ifemelu se pierda para siempre? Es una pregunta inquietante para alguien como yo que primero abandoné mi lugar de nacimiento y luego el lugar de mi educación sentimental. ¿Hay que moverse, necesariamente, para perder algo? ¿Y hay que perder algo para que uno se pierda para siempre? Uno y Algo. Vivir y morir. ¿O vivir no es otra cosa que perder para siempre, independiente de lo que uno pierda en cada tiempo y lugar? ¿Encontrase a otro uno es, entonces, volver a coincidir con otro algo? Todo es uno. Todo uno. ¿Es lo que descubre Ifemelu? Que en Estados Unidos puede elegir cuando quiera y lo que quiera (como un acto de su voluntad), pero no puede querer lo que quiera (como un acto de sus otros afectos sometidos así por aquella). ¿Cómo entender, sino, ese grumo que la ahoga hecho a base de añoranza, dolor sordo de la pérdida, todo envuelto bajo la costra de cemento que ha puesto encima de su alma para sostenerse en pie con la ayuda inestimable de la grieta que abre el blog, que es justamente por donde ha respirado durante todos esos quince años que ha vivido como negra americanah. Así cobran sentido, con todo su esplendor de ser el epílogo del viaje homérico recorrido durante quince años, las últimas palabras de la novela pronunciadas por ella misma. “Techo - dijo por fin -. Entra.”

lunes, 9 de diciembre de 2019

AMERICANAH 8

MIL QUESOS
En la tertulia de lectura a la que asisto una vez al mes, hay una compañera que le gusta mucho el feminismo. Digo le gusta porque pienso que su experiencia con la palabra y lo que significa es gastronómica. Cada vez que habla del asunto literalmente se lo come. Y cuidadin con pedirle un trozo para catarlo. Me he acordado de ella al leer las peripecias de Ifemelu, pues mi compañera lectora, al igual que la protagonista de Americanah, sueña con la posibilidad de elegir entre todos los feminismos que en un momento concreto estén a su disposición. Yo siempre le canto la misma canción que el narrador de Americanah le canta a Ifemelu, Natalia  ¡no te pierdas, no te disfraces, no te olvides!, mira las distancias de medio palmo que hay en tu entorno. Lo mismo que el narrador de Americanah le sugiere a Ifemelu, aunque bien es verdad que el narrador habla, digamos, lo que Ifemelu le cuenta al oído. Esa otra forma de nombrar lo que se conoce como narrador apoyado. Toda la energía de Natalia, al igual que la de Ifemelu, ¿no estará destinada a hallar su lugar en un orden que ha sido alterado por la locura de poder elegirlo todo, de tenerlo todo al alcance de la mano? Da igual que sea el queso, los mil quesos franceses, o los movimientos transversales que proliferan en los últimos tiempos. Temo que Natalia, el día de la cita para comentar el libro de Chimamanda Adichie, venga a desahogarse porque no haya sido capaz de poder elegir todos los feminismos en el acto de su lectura, y le eche la culpa de ello a los masculinos que corren por la novela, Obinze será, con toda seguridad, el que recibirá más reproches por parte de Natalia, pues no admitirá que Ifemelu vuelva por Obinze, tal y como ella misma confiesa a los lectores en las páginas del capítulo primero de la novela. Yo no le diré a Natalia, por eso lo escribo, que tal vez lo que sus feminismos no alcancen a leer es lo que transporta el tándem femenino-masculino sobre el que pedalea Ifemelu, lo que convierte a aquella (persona de carne y hueso) en un ser más irreal que ésta (personaje de ficción indudable). No se lo diré para no recibir uno de sus reproches, y porque es más que probable que abriría una grieta en el sólido edificio de sus convicciones cuya reacción la imagino muy desagradable. Tengamos la fiesta en paz. Es evidente que Natalia no respetará las distancia de medio palmo que hay en el entorno de su existencia, y más en concreto no la respetará en ese momento especial de su existencia, como es el encuentro con otros lectores para compartir el mismo libro. Ya he dicho en alguna ocasión que las palabras del libro que leemos cada mes, mientras esperamos a compartirlo, deberían ser la más importantes de las que podamos decir o escuchar en nuestro trabajo, con nuestra familia o con nuestros amigos. Natalia, al contrario que Ifemelu, ha puesto las expectativas de su máxima elección a años luz de su existencia real. Natalia pone en marcha, en esa decisión de alejamiento, el principio masculino que la constituye, mientras que Ifemelu es, para entendernos, un personaje transexual pero no en su aspecto visible, corporal y corporativo, sino en el de ser un personaje de ficción de alma transversal. Todo los movimientos identitarios actuales, sean del signo o color o género que sean, activan para moverse, por tanto son activistas, el principio masculino de sus protagonistas. Su lenguaje es inequívoco, lógica determinista del poder, forma de mirar literalista, medible, contable, etc., por ello son tan queridos por los otros movimientos de las pantallas, que corren detrás de aquellos como la presa más preciada de la era digital. Sin embargo, aunque el impulso de abandonar Nigeria por parte de Ifemelu está determinado, también, por el atractivo de las promesas del principio masculino, no puede evitar que aparezca el principio femenino de vuelta a casa, de volver a recuperar el orden perdido por la ambición masculina de querer poder elegirlo todo, de desear conquistarlo todo. Ifemelu le viene a decir a Natalia que ha pensado su humanidad, esa es su experiencia, fuera de la categoría de la plenitud, un afuera que no ha supuesto una expulsión de Estados Unidos, pues Ifemelu recordemos que tiene el pasaporte norteamericano, sino el descubrimiento de la vuelta a Nigeria. Yo solo creo en la democracia de Chéjov, añadiría yo. La metáfora de los Mil quesos franceses, que he mencionado antes, me parece una imagen cabal de lo que le pasa a Ifemelu y de lo que la ceguera de Natalia le impide ver. El otro día me invitaron a un Buffett de comida en un restaurante francés. Como no podía ser de otra manera la máxima posibilidad de elección estaba en el escaparate de los quesos. Digo que había mil quesos porque me parecen una cifra de esas que, como el número los soldados en un ejército, paraliza o alienta al que tiene enfrente. Tener mil posibilidades de elegir quesos, literalmente me paralizó. Al final, tuve que pedir consejo al camarero para que me dijera por dónde empezar. Eligió seis quesos y me dijo el orden, de mas suave a más fuerte, en que era conveniente comerlos. Un clásico.

viernes, 6 de diciembre de 2019

AMERICANAH 7

NUEVAS NAVES
¿Que es aquello que una vez perdido nos pierde para siempre? Pienso que la pregunta anida en el corazón de Ifemelu y del relato que construye, Americanah, de la mano del narrador que “alquila” y del blog que ella misma escribe (con un seguimiento creciente de lectores) como un taladro de hierro que se abre paso en el cemento que se ha depositado sobre su alma, tal y como ella misma confiesa nada más comenzar el relato. Pienso que cualquier posibilidad de respuesta como lectores no la podemos obtener sentados en el butacón desde el que normalmente respondemos a lo que se nos echa encima. Pienso también que la pregunta no tiene respuesta, porque no es de este mundo, la pregunta, e Ifemelu esta muy apegada a las cosas de este mundo, por eso viaja a Estados Unidos, porque allí piensa que hay más mundo que en Nigeria del mundo que ella desea, ese donde se puede elegir todo. Así las cosas, ¿quiere ello decir que como lector no me tengo que levantar del butacón y esperar a ver qué pasa en el próximo capítulo, tal y como me dicen que tengo que hacer en las series. Las respuestas son las únicas que son de este mundo, pues el mundo es, en sí mismo, una respuesta en forma de conocimiento a ese engrudo de que esta hecha la ambigüedad que nos constituye. Sin embargo, la pregunta del principio aunque no es de este mundo tampoco lo es de ese engrudo ambiguo y primordial. El viaje de Ifemelu es una respuesta a lo que ha perdido para siempre cuando abandonó Nigeria, quince años antes. Pues la Ifemelu que pronuncia las últimas palabras del viaje, a saber, “Techo - dijo por fin - entra”, ya no es la misma que lo inició hace quince años. ¿Qué naves ha quemado en el viaje, que ya no podrá usar jamás? Las raíces se consideran algo sobrevalorado a estas alturas del siglo XXI. Ifemelu lo sabe, al igual que las más nobles raíces siempre arraigan en algún fango. Sin embargo, la añoranza por la tierra amada ha sido la que ha fundido en cemento los ambiguos presagios e ilusiones que imaginó cumplir en su viaje. Ha perdido lo que hay detrás de esa añoranza en el mismo instante que decide volver a Nigeria. Y, a cambio, ha ganado dos naves que serán su medio de transporte de ahora en adelante. Un pasaporte norteamericano, que le permite cruzar el charco entre Nigeria y Estados Unidos, y un blog que la mantiene en contacto con el universo. Como nave ocasional, el descubrimiento que hace de negritud en Estados Unidos, que también la acompañará para siempre, después de perder su neutralidad cutánea. Por todo ello recomendaría a Ifemelu incluir en su blog el siguiente párrafo de “Las variedades de la experiencia religiosa”, de Willian James. Además de dar satisfacción a su madre, mujer de fuertes convicciones religiosas, pienso que puede dar una respuesta acertada a la pregunta inicial de este escrito. También será una buena manera de iniciar el regreso a casa. El párrafo de James dice así: "La brillantez de la hora presente siempre es prestataria del fondo de posibilidades con las que va ligada; dejemos que nuestras experiencias comunes se envuelvan en un orden moral eterno, dejemos que nuestro sufrimiento alcance un significado inmortal, dejemos que el cielo sonría sobre la tierra y que las deidades nos visiten, dejemos que la fe y la esperanza sean la atmósfera donde el hombre respira y sus días transcurrirán con entusiasmo, interesados con perspectivas nuevas, se estremecerán con esperanzas remotas. Situar, por el contrario, a su alrededor, el frío, la tristeza y la ausencia de todo significado permanente, como pretende el naturalismo puro y el evolucionismo popular de nuestro tiempo, y el entusiasmo se detendrá o se convertirá en un temblor ansioso".

miércoles, 4 de diciembre de 2019

AMERICANAH 6

ELEGIRLO TODO
La posibilidad de elegirlo todo en Estados Unidos le había hecho descubrir a Ifemelu las limitaciones de su carácter como mujer. La posibilidad de elegir todo apuntaba más bien a una personalidad electora y elegible que necesitaba que se lo ofrecieran todo y, a la vez, mostrarlo todo, o casi todo. La ilusión de muchas vidas que no eran otra cosa que la prueba o el examen de su vida verdadera. Habían pasado quince años desde que llegó a Estados Unidos y no se reconocía dentro de ese juego de máscaras. ¿Desde que lugar escribe la narradora?, ¿desde el dolor sordo de la pérdida? ¿En que lugar nos colocamos, entonces, al leer la novela? ¿Lo aceptamos o nos resistimos a movernos, al leer, del lugar que ocupamos habitualmente? ¿Quiere ello decir que somos lectores inamovibles? En fin, como creo haber dicho, ¿y si no amáramos por lo que nos falta, sino para saber qué nos falta?
Son preguntas que interpelan al lector desde las primeras palabras de la novela Americanah, pues con ellas Ifemelu le abre su alma para invitarlo a su encuentro, desvistiéndola de suspense y cubriéndola de misterio. El misterio propio de toda existencia humana. Al leer de alma a alma o de misterio a misterio o de psique a psique (lo invisible, lo indeterminado, lo inmaterial) nos sobrepondremos a los tópicos o lugares comunes que nos imponen las diferencias de lo visible, lo determinado y lo material (raza, género, lugar de nacimiento, cultura). La comunión de almas, por decirlo así, se da en lo que tienen en común todas ellas de cazadoras solitarias y paseantes alertas, dicho de otra manera, lo que tienen en común en su particular prueba de vida al abrirse al mundo. Ya sea en Madrid o en Tombuctú o en Lagos o en Nueva York. Esas primeras palabras del capítulo 1, pag, 23 y 24, dicen así,
“Estaba gorda. No era curvilínea ni tenía los huesos grandes; estaba gorda: era la única palabra que le sabía a verdad. Y había cerrado los ojos, asimismo, al cemento depositado en su alma. Su blog iba sobre ruedas, con millares de visitantes únicos todos los meses, sus honorarios por charlas eran aceptables, y disfrutaba de una beca de investigación en Princeton y una relación con Blaine - , había escrito él en su última felicitación de cumpleaños - y a pesar de todo tenía cemento depositado en el alma. Eso llevaba ahí ya un tiempo, un trastorno de fatiga a primera hora de la mañana, una pesadumbre y una insularidad. Llegó acompañada de afanes amorfos, deseos indefinidos, breves, breves atisbos imaginarios de otras vidas que acaso podría estar viviendo, y con el transcurso de los meses todo eso se fundió en una desgarradora añoranza. Exploró páginas web nigerianas, perfiles nigerianos en Facebook, blogs nigerianos, y cada clic del ratón sacaba a la luz una historia de una persona joven que había vuelto recientemente al país (...)
Contempló fotografías de esos hombres y mujeres y sintió el dolor sordo de la pérdida, como si ellos le hubiesen abierto la mano por la fuerza y le hubiesen arrebatado algo que era suyo. Vivían la vida de ella. Nigeria se convirtió en el lugar donde debía estar, el único sitio donde podía hundir sus raíces sin el incesante anhelo de arrancarlas y sacudirles la tierra. Y estaba también Obinze, claro. Su primer amor, su primer amante, la única persona con quien nunca había sentido la necesidad de explicarse. Ahora él era 

marido y padre, y habían perdido el contacto hacia años; así y todo no podía engañarse pensando que él no formaba parte de su añoranza, o que ella no se acordaba de él con frecuencia, cuando en realidad examinaba su pasado juntos, buscaba augurios de algo que era incapaz de nombrar.”

martes, 3 de diciembre de 2019

AMERICANAH 5

FALTA DE ELECCIÓN 
Que fuera la falta de elección en Nigeria lo que motivó a Ifemelu y Obinze a emigrar a Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente, es lo que más me ha costado entender de la novela Americanah. Tengo un vecino que le pasa lo mismo y vive bajo los auspicios de la oronda Europa. Todo debe tener que ver, después de escuchar a Ifemelu y Obinze en la novela, y a mi vecino en las reuniones de propietarios, con un fenómeno al que no nos acabamos de adaptar del todo, ni los personajes de ficción ni los de carne y hueso. Ese fenómeno o hecho no es otro que la mayoría de la realidad es invisible e indeterminada a los sentidos y la racionalidad matemática humanos. Y lo que se nos hace visible con el trato cotidiano se va convirtiendo poco a poco en algo opaco, indiferenciado, lo que quiero decir es que se convierte ante nuestros sentidos y nuestra inteligencia matemática en un bulto o, peor aún, si el bulto en cuestión busca con desasosiego reconocimiento ajeno, entonces los que nos acompañan en el deambular cotidiano por la ciudad son eso que en las películas de ciencia ficción llamamos los zombis. Queda claro que lo de ciencia ficción es un eufemismo o bulto de los de la industria del cine y el audiovisual para no asustar a su clientela, evitando que se den cuenta que los verdaderos zombis son los espectadores mismos, que, al parecer, son a su vez la parte visible de la realidad porque son los únicos que pagan impuestos contantes y sonantes. Mi vecino lo tiene claro, lo único visible para él es su piso y lo que tiene dentro, a saber, su mujer y sus tres hijos. Luego tiene una amante, a la que ha puesto un piso en el barrio opuesto de donde vive y cerca del trabajo, la cual forma la parte invisible de su vida. Ella, sin embargo, lucha y porfía porque deje al bulto grande de su casa y se vaya a vivir con ella con los bultos pequeños pues a ella le gustan mucho los niños. Mi vecino lo cuenta así, de forma desenfadada y graciosa, después de que acaban las aburridas reuniones de propietarios. Dada la hora, nadie le hace demasiado caso pues piensan que su intención es echarle algo de pimienta al tedio que nos embarga a todos después de discutir sobre lo único viable de nuestras tristes vidas, la casa donde vivimos con nuestras familias. Ser propietario, se ha de reconocer, es una de las funciones más visibles del mundo moderno, pero también la que con más rapidez convierte en bulto opaco a sus protagonistas. Yo, sin embargo, después de leer las peripecias de Ifemelu y Obinze, soy el único que si cree las palabras de mi vecino respecto a la parte invisible de su existencia. Y es que a todos los que vivimos por estos pagos nos afecta, de una manera u otra, eso que los protagonistas de Americanah llaman la falta de elección. Esta carencia es, a mi modo de ver, una manera comercial de nombrar la creencia en que como seres finitos e imperfectos que somos tenemos el derecho de elegir ilimitadamente como si fuéramos dioses. Ya ves. Yo pienso que el impulso original de Ifemelu y Obinze, que los hace abandonar Nigeria, lo que hay oculta verdaderamente es ese deseo insaciable que exportamos los blancos ricos hacia los negros que aspiran a serlo, hasta convertido en norma y normalidad de obligado cumplimiento en todo el planeta. Es la única explicación visible del cambio climático, que se resiste a aparecer como algo e evidente. Mi vecino, y muchos otros blancos, no puede llevar cabo el periplo norteamericano e inglés que si pueden los negros Ifemelu y Obinze, lo cual deja ver de paso que la desigualdad de clases condiciona más que la desigualdad de razas. Es por eso que se ha inventado la realidad invisible de una amante con piso incluido en el extrarradio de la ciudad, a la que puede ir a visitar en esas horas muertas que tiene el día, normalmente después de comer, que también son inviables para el resto y, por tanto, nadie le pedirá cuentas por su ausencia. Sin embargo, como Ifemelu y Obinze si se lo pueden permitir, antes de comprarse un piso en Lagos con sus bultos dentro, se hacen su periplo para satisfacer en los “supermercados” ingleses y norteamericanos esa necesidad inaplazable de poder elegir lo que quieran y cuando quieran. La lucha contra la opacidad de los bultos que te rodean, que está manía occidental de poder elegir a cualquier hora, a la larga, acaba produciendo, no tiene que ver ya ni con las clases ni con las razas, sino con que un día te levantes y no te mueras de ganas de perderlos de vista. Y a ver qué pasa, y a ver qué ves. Y a ver qué haces con lo que pasa y con lo que ves. 

lunes, 2 de diciembre de 2019

AMERICANAH 4

LO BIRRACIAL
De igual manera y con similar intensidad me molestan, como a Sócrates de quien lo aprendí, las opiniones generalistas sobre los asuntos del mundo, complejos por naturaleza, ahora ya lo sabemos no hay disculpa por tanto para la simplificación y la generalización. Tienen todas esa opiniones ese halo de falsedad que no ha dejado de producir a lo largo de la historia, al hacerlo pasar por verdadero, esos agujeros negros argumentales de la opinión pública en su conjunto (esa creencia moderna de que se pude decir lo que se quiera y elegir lo que a uno le pete y cuando le pete, como símbolo y sinónimo irrefutable de la libertad individual) por donde se cuela todo el pus que es capaz de destilar el corazón humano. Al igual que Ifemelu en su periplo norteamericano no se qué hacer con la opinión generalista de quien casualmente, o no, tenga delante. Al igual que ella yo también he confeccionado un blog, o como se llame, para tratar de navegar en el océano proceloso de las opiniones, que se me antojan algo tan peligroso como el mar al que tuvo que enfrentarse Ulises en su regreso a Itaca. Si tenemos en cuenta, tal y como aseveran los expertos, que las opiniones son como bultos o edemas o monstruos marinos que le salen a la realidad cuando Ifemelu, o yo o quien sea, intenta atravesarla sin preparación alguna. Mejor dicho, con esa preparación que aceptamos como suficiente por el simple hecho de que nos permite sobreponernos a la falta de elección que, de repente, un día sentimos que no tenemos en nuestro lugar de origen donde vivimos, lo cual hace que, acto seguido, nos lancemos a la mar. Ifemelu cuando llega a la costa este de los Estados Unidos de America, remedando a los pioneros ingleses del siglo XVII, que también padecían falta de elección aunque más severa en su tierra natal, se enfrenta a un problema inesperado, a saber, la apabullante oferta de opiniones y de todo lo demás tapa, hasta hacerla invisible, la realidad que tiene delante. Si tiene que elegir entre las múltiples opiniones, y sus concreciones materiales correspondiente, y la realidad no sabría qué decisión tomar. El blog, como un cuaderno de bitácora, la orienta en ese mar de los sargazos en el que se ha metido sin saberlo. Ifemelu, como yo a su lado, solo quería romper con ese maleficio, así lo entiende ella, que es el no tener la posibilidad de elegir en Nigeria. Lo que si me parece evidente es que en todo momento se refiere a la falta de elección material, o visible o determinada. Sin embargo, lo que si me parece también evidente es que la elección, digamos, espiritual o del alma ya la ha efectuado, y al parecer con acierto, antes de indicar su periplo americano. Obinze no deja de estar detrás de cada una de las elecciones que toma Ifemelu mientras navega de puerto en puerto, por decirlo así, en el mar de la sociedad opulenta americana. La realidad nigeriana, o la de donde sea, es dura, difícil de tragar cada día, incluso si formas parte del estamento de los privilegiados, como es el caso de Ifemelu. A mí también me pasa, y necesito como Ifemelu poner un poco de salsa de opiniones y posibilidades de elegir al estilo norteamericano, que es, a mi entender, las que hacen, de todas las salsas que se han inventado, más digerible la dureza y pastosidad de la realidad diaria. Por ejemplo, las salas rusas son muy desabridas y esteparias, hacen aún más indigesta, si cabe, la realidad misma, además tiene un alto índice de toxicidad, denunciado reiteradamente por la organización mundial de la salud, que las hace nada recomendables. El único problema que tienen las salsas norteamericanas es que sin darte cuenta engordan. Uno se atiborra cada día tanto de opiniones y posibilidades de elección, que cuando se quiere dar cuenta no cabe en los pantalones o en los vestidos de hace un mes. Ifemelu toma conciencia de su pérdida de esbeltez cuando vuelve a poner el pie en Nigeria y desea encontrase con Obinze. Al igual que tomó conciencia de que realmente volvía a casa, cuando recibió el primer correo electrónico de Obinze después de muchos años de no saber nada de él. Pero con anterioridad a la influencia de las múltiples opiniones y formas de elección sobre el cuerpo, Ifemelu se dio cuenta de lo pernicioso que todo ello era para la psique o el alma, en fin, para el pensamiento. Así me explico yo la decisión que toma de escribir en blog lo que piensa rodeada como se encuentra de lo que andaba buscando para elegir cuando decidió abandonar Nigeria. Y uno comprueba con interés que no hay correspondencia alguna entre lo que experimenta en la realidad embadurnada de salsas de la mano del narrador que, digamos, ha alquilado para que cuente su historia, y lo que ella escribe con las palabras del corazón en su blog. Sería más acertado decir que el enlace entre las palabras del narrador y las de Ifemelu está en esas palabras de esta última que aparecen con mucha frecuencia, mediante las que muestra su falta de sintonía y complacencia absoluta con la provisionalidad existencial con el mundo de las opiniones y salsas con que la clase media norteamericana enmascara la realidad en la que viven. Expresiones como “Se sintió extrañamente enojada con él”, pg 532, dichas para sí misma después de conocer a alguien, Don en este caso, o hablar con alguien o incluso de hacer el amor con alguien, Blaine en otro momento, son constantes y forman parte de esa composición angular en este caso, digamos, de la interioridad del personaje. Esa perspectiva múltiple con la que siempre construye Ifemelu su experiencia con el mundo, que luego le da forma en su blog.

viernes, 29 de noviembre de 2019

INFANCIA DIGITAL

Se nos da bien navegar, es lo que sabemos hacer todos por el mero hecho de formar parte de este siglo. Nuestra identidad está ligada a esas habilidades que, con mayor o menor fortuna, casi todos hoy ponemos en práctica cada día. Yo creo que si los grandes navegantes levantarán la cabeza nos tildarían de enterradores o asesinos de todo lo que ellos descubrieron a lo largo y ancho de sus singladuras, que ha acabado siendo eso que llamamos vida moderna o modo de vida occidental y que poco a poco se ha ido extendiendo por el planeta hasta llegar a eso que se conoce como la globalización del mundo. No seré yo quien trataría de desmentirlos, más bien les recomendaría paciencia desde ese lugar apacible y eterno que no es otro que la tumba donde reposan para siempre. Creo que ya lo he dicho, desde hace un año formo parte de un grupo de whatsapp de lectura. Por carácter no soy una persona muy sociable, como decía mi madre las penas mejor guardarlas para uno mismo y para las alegrías prefiero no encontrarme con la multitud. El caso es que la globalización mundial aupada en las naves de las distintas plataformas que van apareciendo, que navegan sin parar y a toda máquina por el mar océano de Internet, nos han creado la ilusión, que para mucho es irrefutable, de que todos somos amigos. El viejo sueño ecuménico vaticano se ha hecho al fin realidad. Y es que, bien mirado, hoy por hoy quien no es sociable y buena persona es porque no quiere, nos repiten de manera directa u oblicua hasta la saciedad. Eso es lo mismo que digo y repito para mis adentros, para ver si me animo. Y con el mismo impulso y precio imagino que no tengo pereza para felicitar a quien corresponda de mis amigos el día que me lo recuerden en la pantalla. Hago un click más el emoticón adecuado y ya está, mi amistad puesta al día y a salvo. Imagino también que soy feliz con mi trabajo y mi familia y, en general, con lo que la vida me ha dado, sin angustia por buscar algo que falte, pues eso siempre lo tengo al alcance de un click. Este bienestar ecuménico o global, por seguir con la jerga actual, imagino también que repercute en mi bienestar personal cotidiano. Para entendernos, me hace mejor persona y atenúa, al menos íntimamente, la tentación a ocultarme detrás de mi coraza. Así imagino que no me importa volver a casa y ponerme a ordenar la biblioteca para encontrar el libro que busco a la primera, o imagino salir con mis hijos a jugar al parque, o que invento un plato para cenar en honor a mi mujer, que no deja de pedirme que cocine para ella, o que no pongo ninguna pega para ir con mis suegros al cine y comentar a la salida la película que hemos visto, lo cual a ellos les encanta. En fin. Digo todo esto para dejar constancia de mi buena voluntad a la hora de vivir en el mundo que me ha tocado en suerte. Únicamente me quedaba tener la experiencia de participar dentro de una de esas comunidades digitales que tanto proliferan y que, según los expertos, son el alma y futuro de ese mundo al que aludo. Así que me acerqué a la biblioteca del barrio para apuntarme al club de lectura que, bajo la batuta de la propia bibliotecaria, funciona con bastante éxito desde hace tres años. Lo que más me atrajo, aunque parezca mentira, fue saber que los lectores que asistían habían formado un grupo de whatsapp a través del cual se intercambiaban sus pareceres de la lectura que iban haciendo del libro del mes, además de otros aspectos relacionados con la literatura que de esa experiencia se derivara. Para mi decepción al cabo de un año, como he dicho antes, he comprobado la verdad que hay detrás de todo esta repentina bondad que, de repente, se ha apoderado del planeta, a través de la popularización de su globalización digital. Los lectores del club de lectura, según su propias afirmaciones, van a las citas mensuales programadas para desahogarse, algo que no he logrado averiguar qué significa. Pero, con todo, lo peor es el uso que hacen del grupo de whatsapp, al que me invitaron a participar desde el primer día. Se produce así un desdoblamiento de personalidad que no podía imaginarme. Por un lado en los encuentros, digamos, presenciales se desahogan, como ellos dicen, de lo peor de su condición adulta a cuenta del libro en cuestión, por otro, en las intervenciones de whatsapp muestran lo mejor del perfil infantil que sigue vivo en su interior y que tiene unas ganas inaplazables de expresarse. La desproporción es tan abismal, un día de adulto frente a treinta de infantil, que al final el infantilismo propio del whatsApp se ha apoderado de su forma de hablar haciendo cada vez más difícil que vuelvan a hablar como lo que son lectores adultos. Se puede decir que el móvil dentro del grupo se ha convertido en una jaula de grillos y de niños dentro de la cual todos confunden, como hacen siempre los niños, la ficción con la realidad, haciendo imposible una vuelta atrás. Ni que decir que los niños, como todo el mundo sabe, siempre tienen razón. Esta inversión y mutación del lenguaje y de las conductas no ha hecho otra cosa que producirme pensamientos horribles acerca de los demás y también acerca de mí mismo. Lo que no sé es con quien compartirlos.

jueves, 28 de noviembre de 2019

AMERICANAH 3

CONSTRUIR INSTANTES
Ifemelu, la protagonista de Americanah, tiene conciencia, como el lector, de que no lo es todo ni lo tiene todo, pero no 
renuncia a ese ansia por tenerlo todo aunque ese todo “sea insulso y civilizado en exceso, tal y como lo experimenta.(pg424) Toda la lectura la siento como una experiencia de surfear sobre la corrección política norteamericana y por extensión occidental. Excepción hecha de algunos momentos sórdidos como la experiencia de Ifemelu con el entrenador de tenis, para conseguir los 100 dólares del alquiler de su casa. Las escenas alrededor de Ifemelu y Obinze están construidas desde el punto de vista de la falsedad, mejor dicho, desde el velo de la falsedad de ese aspirar a tenerlo todo (siendo finitos y mortales como somos) que envuelve sus vidas, que envuelve nuestras vidas occidentales ricas confortables seguras aburridas. Imagino que solo cuando Ifemelu rompa o rasgue ese velo de la falsedad podrá descubrirse asimisma. El cuchillo o el instrumento que utiliza para rasgar ese velo es evidentemente el Blog, que es el contrapunto afilado a a esa confortable amabilidad y dulzura que tienen las escenas que la rodean. El Blog es la grieta donde Ifemelu se deslocaliza o se inectualiza levemente es decir, se comporta intempestivamente frente a la simpleza de toda la actualidad que la rodea. El Blog es el cuchillo que abre la grieta donde se instala, digamos, lo más consciente y lo más lúcido de Ifemelu, y, también lo más lúcido lo más consciente del lector. Pienso que desde esa grieta es desde donde sale, en definitiva, todo lo creativo, tal y como diría Martel, de Ifemelu. Con el blog Ifemelu construye instantes, no los cuenta. No hay relato ni progreso posible. Puede geolocalizar su posición, incluso inventarla, pero descubre que no tiene ningún lugar a donde ir que no sea la vuelta a casa. En fin, con el Blog Ifemelu construye su identidad en un país que por primera vez la obliga a mirarse la piel cada mañana y comprobar que es negra. Siendo invisible para sus conciudadanos, o es negra o no es nadie, con el blog consigue hacerse visible y habitar un lugar aunque sea fronterizo. Ifemelu se enfrenta al racismo de los Estados Unidos de América. Obinze se enfrenta al clasismo de la Gran Bretaña. Evidentemente la forma de responder de uno y el otro son totalmente diferentes. Ifemelu se integra a Obinze lo deportan.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

AMERICANAH 2

AUTISMO
Hace un mes que me duele la boca y además el otro día, al volver de una excursión a pie por la montaña cercana a casa, me di cuenta de que había perdido las gafas. Me resisto a establecer una relación de causa y efecto entre ambos sucesos, pues sigo teniendo una fe ciega en el azar y en lo indeterminado, pero la irrupción de un tercer suceso ha hecho tambalear mis convicciones. El caso es que el lunes, por fin, logré alquilar el piso que recibí en herencia de mis padres. Llevaba vacío más de medio año desde que se fueron los anteriores inquilinos. Cuando me llamó Sira, así se llama la nueva inquilina, le puse alguna pega no tanto por el color de su piel, es natural de Nigeria, como por su situación legal pero, sobre todo por el hecho de que venía acompañada de su hijo que, al parecer, le habían diagnosticado autismo severo. Sira lleva aquí diez años. Después de acabar la carrera de filosofía en su país decido probar fortuna en Europa. Primero probó en el Reino Unido, donde vivió seis años y donde conoció al padre se su hijo, Keyode. Cuando al poco de nacer el niño le diagnosticaron autismo a Sira se le echó el mundo encima, pues se dio cuenta de que allí en Inglaterra con esa imposibilidad para ser real su hijo no tenía ningún futuro. Pensó, entonces, que en el sur del continente las cosas podían ser distintas, hasta el punto de que su hijo podía llevar una vida casi normal dada la incontenible locuacidad que acompaña nuestra fama. Ah, por cierto, su hijo se llama, Dike. Nunca había pensado en eso de que alguien no llegara a ser real. Siempre he percibido el mundo a través de los ojos y ser real es para mí tener dos manos con cinco dedos cada una, o dos ojos con dos párpados, o dos riñones y un aparato digestivo, y en este plan. Si eso se verifica ante los sentidos el sujeto en cuestión para mí es real. No me puedo imaginar que carezca de vocación para, con esa carcasa y sus accesorios, poder llegar a ser un hombre y una mujer, incluso, como Gregorio Samsa, un escarabajo. Por eso cuando Sira me explicó con detalle lo que es el autismo, noté, como si lo hubiera somatizado, las primeras molestias en la boca, que básicamente consistían no tanto en articular palabras como en hacerme entender con las que pronunciaba. Desde entonces soy el administrador de un blog mediante el que pretendo curarme el malestar creciente de mi boca. Cuando Sira lo leyó por primera vez, por sugerencia mía, me dijo que yo también tenía dificultades, o no estaba en condiciones, ahora no me acuerdo exactamente cuales fueron sus palabras, para ser una persona real dado el barroquismo con que aderezaba las palabras del blog. Y ahora encima he perdido las gafas, lo cual no puedo dejar de verlo, si es que fuera cierto que no puedo ser una persona real, como que todos los malos augurios del mundo han venido a visitarme.

martes, 26 de noviembre de 2019

AMERICANAH 1

La novela de Chimamanda Adichie, Americanah, es de lectura fluida, pues su composición anular así lo facilita. La composición anular es considerada la forma más antigua de narrar. Derivada de la tradición oral, que la usaba constantemente, consiste en narrar de forma rectilínea pero de vez en cuando intercalar excursos, es decir, apartarse temporalmente del tema principal para luego volver a él, simulando un anillo, de ahí su nombre. Aparece ya en obras de la literatura griega clásica, como la Ilíada de Homero o en las de Herodoto de Halicarnaso, por ejemplo. También es un recurso muy usado en las sagradas escrituras hebreas, así como en muchos otros textos tradicionales cuyo origen parece estar en la tradición oral. Al conocer a Ifemelu y Obinze lo primero que me viene a la cabeza es que parecen buena gente, como muchos de los personajes de esa tradición oral. Son jóvenes y tal. Se quieren y los suyos los quieren, y también se dejan querer por el lector, en fin, como decirlo en lenguaje actual, nada mas conocerlos, si eso, son guays. Pero a medida que avanzo en la lectura observo que tienen, tengo, un problema que envuelve todo lo que dicen y hacen, mejor dicho tienen, tengo, delante una pregunta que ni se la imaginan, y que me cuesta imaginarla: ¿y si Ifemelu y Obinze no se amaran por lo que les falta, sino para saber qué les falta? ¿Y si se van de Nigeria para responder, sin saberlo, a esa endiablada pregunta que no entiende de razas ni de género ni de continentes ni de pobreza ni de riqueza...? De repente surge lo propiamente contemporáneo del relato de Adichi. Así ponemos todos en juego (en riesgo), protagonistas y lector, lo que cada uno creía saber de sí mismo, la calidad de sus pasiones y de sus cualidades y virtudes para estar con otros, su aptitud para crecer, para conocer, para dar la medida de su valor y también de su audacia. Las visiones e ilusiones del enamoramiento en Nigeria, que tanto obnubilan a Ifemelu y Orbize como al lector literal, cesan cuando se separan para dar paso al amor a distancia, y a la lectura de esa separación como un viaje de aprendizaje de cuál es su lugar en el mundo, antes que como un viaje de estudios para sacarse un título que le proporcione una función de éxito en el sistema. Es un viaje en el que el autoconocimiento y el reconocimiento del otro se convierten en una prueba de vida, más que un carrera de obstáculos y zancadillas, en la que decidimos, protagonistas y lector, si merecemos estar aquí o preferimos estar muertos (en vida). Bueno, yo ahí si estoy, tratando de trazar ese camino en su compañía, luchando por merecer mi puesto como lector y también como ser hablante y pensante. Ya digo que no es fácil, aunque ellos parezcan guays y yo ponga mi mejor voluntad. Estoy ya en la cuarta parte y la vuelta a casa de Ifemelu y Obinze (como la de Ulises a Itaca) no será fácil. ¿Que habrán aprendido ellos, que lograré aprender yo? Hasta ahora lo mejor ha sido dejarlo todo y entregarme, más con el alma que con el cuerpo, a esta apasionante y renovada Odisea. 

lunes, 25 de noviembre de 2019

CARA O ESPALDA

Uno piensa que determinadas convicciones descansan, en cuanto a la necesidad de su obviedad, también en fin de semana. Por ejemplo, la convicción de que cada vez sabemos menos pues no nos interesa nada ni nadie, que nos entre por vía afectiva o existencial, salvo esos asuntos o rostros que solo mueven nuestro interés material a corto plazo. Así he llegado a hacer una simple taxonomía de los habitantes del mundo en la que incluyo, por un lado, los que ya no creen en El Progreso pero se levantan todos lo días gritando como si creyeran, y los que tienen un pánico aterrador a los anteriores, hasta el punto de que siempre que pueden buscan cualquier disculpa relacionada con su salud para no levantarse y evitar así acudir al trabajo. A esto lo llaman un día logrado. Los primeros si consiguen imponer su voz en al menos el 80 por ciento de los encuentros del día que tengan, bien sean de tipo profesional, social y familiar, lo llaman un día conquistado. El caso fue que el sábado del fin de semana pasado me fui a caminar por los alrededores de mi casa, tal y como me ha recomendado que haga el médico de cabecera. Suelo dar dos o tres vueltas a un circuito urbano circular que en total suman diez kilómetros más o menos. Fue en la primera vuelta que me encontré de frente con un tipo al que conocía de haber coincidido en alguna conferencia sobre el cambio climático o de urbanismo en el siglo XXI, que de vez en cuando organizan en la biblioteca del distrito municipal. Iba acompañado de sus dos perros, lo cual me intimidó lo suficiente como para no saludarle verbalmente, solo hice un gesto con la mano como único gesto. En al segunda vuelta no tuve ninguna opción, en cuanto me vio en el horizonte se paró en seco con cada unos de los perros a su lado y esperó a que yo llegase. ¿Es que no me has visto la cara?, me espetó cuando todavía faltaban unos metros para ponerme a su altura. Que sepas que yo no creo en la espalda de las personas, por eso no me gusta que me la den sin motivo aparente. Perdona, le mentí, no creo conocerte. No es cierto, nos hemos visto lo suficiente, tú lo sabes, como para que cuando nos veamos no me des la espalda y me mires de frente. Ahora no te recuerdo bien, volví a mentir, pero si tú lo dices seguro que tiene razón, disculpa por la distracción no volverá a ocurrir, respondí intimidado. El otro caso sucedió en la mañana del domingo siguiente. Quedé con un amigo para tomar el aperitivo y lo noté más sombrío que nunca. Normalmente es de pocas palabras, las cuales las dice en los primeros quince o veinte minutos de estar en su compañía, luego se va apagando hasta que se queda mudo, aunque continúes a su lado el resto de la jornada. Viendo como estaba traté de que me dijera que le pasaba nada más encontrarnos en la cafetería donde habíamos quedado. Me dijo, tartamudeando, que había perdido la confianza en la gente, sobre todo cuando le hablaban cara a cara, lo cual le suponía un handicap enorme a la hora de encontrar trabajo. Solo lo hago ya por internet, pero dada mi edad es estéril, siempre me contestan, al envío de mi curriculum, que necesitan un foto reciente de frente tipo carnet y, luego añaden, que preferirían  conocerme personalmente. 

viernes, 22 de noviembre de 2019

“AMIGOS”

Resulta que lo de conseguir una familia siciliana es relativamente fácil, lo que resulta verdaderamente difícil es conseguir la suficiente fe y entusiasmo para estar junto a los otros sin que nos apriete, hasta casi ahogarnos, el resentimiento y la desconfianza hacia ellos que con diferente origen e intensidad cada quisque lleva dentro. Hoy todo me anima a que salga al exterior pero ahí fuera yo lo único que veo, fíjate bien, es una guerra interminable. No es una guerra como las de antes, sanguinaria y cruel, regando de cadáveres todos los rincones y calles de la ciudad. Si fuera así no habría manera de salir a la calle, como antes, y estaría todo el día pendiente de la sirena que anuncia un nuevo bombardeo lo que significaba que debería salir corriendo hacia el refugio antiaéreo creado para tal fin. Muy al contrario, es una guerra que no impide que las calles y las plazas de la ciudad estén todo el día a rebosar de personas que muestran sin rubor su existencia festiva y rutilante sobre la superficie de las cosas y, simultáneamente, no esconden su prodigiosa neutralidad respecto a lo menos festivo y rutilante de eso mismo que les rodea. Miran para otro lado. En fin, es una guerra que de forma cotidiana mata cualquier brizna que pueda brotar de aquella fe o entusiasmo, que antes he mencionado, para hacer algo con y entre los otros. Lo que quiero decir es que es una guerra que mata la psique (o el alma). El otro día mismo me invitaron a cenar en casa de unos “amigos” y no pude evitar hacer un mohín de falta de interés, que rápidamente fue Interpretado por mi mujer como un gesto de mi antipatía. He entrecomillado la palabra amigos, porque creo que es la palabra que más se usa para encubrir la situación de guerra permanente que vivimos en el presente. El mohín vino a cuento de esos “amigos” que forman parte del club de lectura al que yo mismo pertenezco. Uno de ellos, días antes de la cena, envío un mensaje en el que con indudable satisfacción nos hacía saber a los demás lectores que había terminado el libro que teníamos entre manos para compartir la experiencia de su lectura. Otra de las lectoras se sintió interpelada, supongo, y con toda la buena fe de que fue capaz le preguntó, también supongo con sinceridad, ¿qué diversidad de emociones te ha provocado? Pasados unos minutos, que yo los vivi con gran expectación, pues el intercambio de mensajes así me había condicionado el ánimo, sonó el ruido anunciador de un nuevo mensaje y, efectivamente, era otra de las lectoras que había escrito únicamente, jajaja. De repente, el leve entusiasmo que se había despertado respecto a la lectura compartida quedó hecho añicos, y esto es lo peor, por las risotadas de la tercera lectora. Así de letal es la munición de la guerra moderna, pensé. Evidentemente yo experimenté las risotadas como un bombardeo y rápidamente corrí a protegerme en el refugio antiaéreo que para tal fin yo mismo me he construido. Desde allí todavía tuve fuerza para disparar, “me puedes explicar a cuento de qué vienen estas risitas.” Luego le dije a mi mujer que fuera ella sola a la cena, si quería, pues me acababa de surgir un fuerte dolor de cabeza.

jueves, 21 de noviembre de 2019

TRIBALISMO

El domingo afortunadamente me levante mejor de lo que había pronosticado la noche del sábado. Por la mañana leí un artículo, creo que lo firmaba Susan Sontang, en el que decía que la humanidad está irremediablemente encerrada a la caverna de Platón, lo cual me sumió en una tristeza de origen y densidad incomprensible, pues eso que predijo la escritora norteamericana hace ya unas décadas es hoy, por decirlo así, el pan nuestro de cada día. El caso es que hecho en falta tener una familia tipo mafia siciliana a la mano para llevar mejor lo que parece inevitable. Nunca pensé que pudiera llegar a necesitarla de esta manera tan imperiosa. Sin llegar a la fragmentación identitaria de Estados Unidos, en Europa se ha alcanzado un grado, probablemente el inmediato anterior al norteamericano, en el que ya no es posible tener amigos, dicho esta palabra en el sentido noble y fuerte de tener cerca a alguien que te comprenda mediante el uso del diálogo, sino que de lo se trata es de tener cerca a alguien que, sencillamente, te aguante o lo humilles. Vistas así las cosas, poco antes de irme a dormir, dibujé una taxonomía (y esta fue la razón de mis temores que esa clasificación fuera la que, al fin y al cabo, me produjera el irritante insomnio de otras noches) que hiciera visible la fragmentación de la sociedad europea. Tres fueron los grupos que me salieron: los tribalistas, los narcisistas digitales y los comunitaristas. Dejando claro, que esta taxonomía está hecha bajo la influencia del país del sur europeo donde vivo. Los dos primeros grupos, tribalistas y narcisistas digitales, aunque los distingue la razón en la realidad práctica se conjugan juntos y en el ámbito de lo material y visible a lo que presta su impagable ayuda el pantallismo imperante. Así como si hay tribalistas puros, no ocurre lo mismo con los narcisistas digitales. Estos últimos más bien se aprovechan de la pureza de aquellos para aparentar que no necesitan a nadie, o lo que es lo mismo que todo y todo el mundo están enteramente a su servicio. El tercero grupo, los comunitaristas, es una derivación de la construcción de la psique (o el alma) invisible e inmaterial, siempre y cuando nos pongamos a ello. Lo que quiero decir es que de momento el comunitarismo es una construcción del pensamiento y de la imaginación, y solo desde ese lugar se puede experimentar mientras la humanidad siga viviendo de coz y hoz en la caverna platónica, hoy formateada bajo los auspicios de la tecnología digital, lo que convierte a la metáfora de Platón en más caverna que nunca. O sea, que por ahí nulas esperanzas de que ese tercer grupo comunitarista pueda ser otra cosa que lo que es, creación de la psique (o del alma) pura y dura. Entonces, ¿a cuento de que me viene la urgencia de una familia tipo siciliana? Porque si el comunitarismo no tiene un espacio físico donde asentarse acabará desapareciendo de la propia imaginación. Y de todos los tribalismos que han surgido en los últimos años: género, deportivo, sexual, alimenticio, zoológico, etc., nada como el clasicismo que otorga el tribalismo inherente a la familia siciliana. La cuestión es averiguar los trucos para que lo peor de su rígida e implacable axiología afecte lo menos posible a los designios imaginativos de la psique (o el alma) cuando se tenga que anclar ahí. Confío en que las cosas han cambiado mucho en las familias de tipo siciliano, y ya no se rigen tan al pie de la letra por los cánones de sus inventores. Por tanto los códigos de honor y de silencio, santo y seña de aquellas primeras familias fundadoras, forman hoy parte más de una postura estética que de una conducta ética. Incluso el silencio, tal y como creo que ahora se entiende en el seno de estas organizaciones familiares, puede llegar a ser una bendición para una psique (o una alma) creativa dado el ensordecedor ruido que hay afuera de sus muros. Pasa lo mismo, para entendernos, que el voto de castidad en las parejas de confesión católica actuales. De lo que se trata, en fin, es que los miembros de la familia mantengan discretamente las formas rituales que la mantiene unida dentro de su particular recinto.

martes, 19 de noviembre de 2019

CONTINUIDAD

La vida continua, cierto, pero ¿sabemos cómo? La continuidad de la vida en el ser humano, ¿se realiza en el mismo ámbito biológico que reconocemos, o, por el contrario, las dimensiones de esa continuidad no son ya biológicas o materiales? Es decir, la vida continua, si, pero en un ámbito inmaterial, invisible e indeterminado, por tanto, ajeno al imperativo cientifista. Para entendernos, la mente no es el cerebro. Convengamos que esa continuidad o extensión, la psiquis (o el alma), es irreductible al ámbito biológico de la vida. ¿Se puede aseverar, entonces, que un ser humano que esté entregado únicamente a su evolución o mantenimiento biológicos carece de psiquis (o alma)? Sin vida material no es posible imaginar los anclajes de la psiquis (o el alma), de acuerdo, pero solo con la vida material no habríamos desarrollado la psiquis (o el alma). La psiquis (o el alma), ¿es la vía de escape de de un ser humano que no puede seguir viviendo solo con el aparato biológico? ¿No otra cosa es el malestar o el aburrimiento de los seres exclusivamente materialistas? O más que una vía de escape, o una solución de urgencia, ¿la psiquis (o el alma) la podemos imaginar como un sitio? Un sitio de la exterioridad de lo biológico o material desde donde se pueden pensar y ver de otra manera las cosas. Y es que la psiquis (o el alma) no soporta el aburrimiento a que lo somete la comodidad de llevar una forma de vida material exenta de riesgo real, no pactado. El aburrimiento es el santo y seña de las sociedades de la abundancia. Un ser humano que se aburre (o que oculta el aburrimiento con más gestos y actos pactados de materialidad) es alguien que se va alejando de las oportunidades de revitalizar su psique (o su alma), es decir, es alguien que se aleja de la renovación de su propia vida. Lo que implica esta renovación es una nueva fe, o lo que es lo mismo, una nueva sensación de entusiasmo frente a la vida. Es decir, una nueva forma de mirar desde el afuera de ese materialismo que todo lo abarca y lo ocupa.

jueves, 14 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 4

Lo que resulta del todo incomprensible para el narrador Richard Merton, lo cual no deja de recordárselo al lector con sus palabras hasta convertirse, a mi entender, en el motor de la novela, es que sea la profesionalidad del sirviente Barret, por muy sofisticada y eficiente que sea, lo que le lleva a esa molicie en la que poco a poco su amigo Tony Williams se va instalando. Durante y después de la lectura de la novela he pensado en el por qué de esta insistencia, y he llegado a la conclusión de que Merton ha buscado la complicidad del lector ante esa incomprensibilidad que he mencionado, pues intuye que va a seguir así hasta el final. No en balde, en el inicio del capítulo diez, poco antes de acabar su relato en el capítulo doce, Merton reconoce ante el lector, supongo que para que haga algo él también con esta impotencia, que “Me temo que debilidad de este relato sea mi incapacidad para exponer la razón de que la influencia de Barret aumentara durante el año que yo estuve fuera. Él representaba tranquilidad y comodidad en la mente de Tony. Pero tiene que haber sido más que eso. La única explicación que se me ocurre es endeble (nótese que no la dice ni la dirá en las pocas páginas que le quedan hasta el final). La imagen de Tony convirtiéndose en esclavo de su comodidad me parece incompleta. Porque, ¿qué es la comodidad? La satisfacción sin esfuerzo de las propias necesidades, la satisfacción fácil. Pero hay otras necesidades a parte de comida, calor y diversión. Tony estaba solo. La pantalla de convención que se alzaba entre él y Barret se había hecho añicos.” Es así como la figura de Barret ha precipitado ante Merton como una especie de trampantojo de incomprensible procedencia y densidad en la forma de comportarse Tony. Lo que exaspera a Merton (eso al menos es lo que pienso que quiere trasmitir al lector) es no saber hasta qué punto Barret es una construcción consciente de Tony o es una percepción del propio Merton que se le ha impuesto sin darse cuenta. Aun así, conviene recordar que con anterioridad, en el inicio del capítulo cuatro, ha querido dejar constancia de lo que para él es un sirviente, es decir, para personas de la clase social a la que pertenecen Tony y el mismo. Dice así, “Quienes disfrutamos de rentas, por pequeñas que sean, o de abundantes relaciones, no podemos hacernos cargo de la inseguridad que tortura a los que no tienen dinero ni cobijo. Los criados que dependen completamente de sus patronos para la vivienda y el salario, a los que se puede mandar que trabajen a cualquier hora y cuyo entorno pueda desmoronarse por una tetera rota o por un arrebato de mal humor, contraen neurosis propias. Aunque una criada estime mucho a su amo, puede intentar fastidiarle e irritarle de forma inconsciente para deprimirle. Sus manías y caprichos, sus enfados, su malhumor y su susceptibilidad son consecuencia de un ansia oculta de compensar la desigualdad de condición. Es el único medio que conoce de ponerse al mismo nivel. Al menos, eso es lo que yo me digo cuando Mrs Toms se pone especialmente pesada. Por el hielo, por ejemplo.” Después de acabar de leer la novela, volví a leer este capítulo y me pregunté si Richard Merton no habría estado deseando que en las conversaciones con su amigo, Tony Williams, le hablara de Barret, más o menos, en estos términos. Entonces, ¿por qué no lo había hecho, siendo como son amigos y miembros de la misma clase social rentista y bien relacionada?

miércoles, 13 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 3

Lo que el narrador de la novela El Sirviente, Richard Merton, no puede llevar a cabo, por así decirlo, es lo que hace Joseph Losey con el ojo de su cámara, a saber, la justificación de todo lo que filma porque lo entiende todo, o mejor dicho lo contempla todo (o eso pretende) desde el concepto, al que hace que obedezca y hace necesario, ahora si como un esclavo, el reino de sombras que hay en la relación entre el señor Tony y el sirviente Barret (y por extensión entre los seres humanos en general). Gabilondo, que sigue el guión de Pinker en su trabajo, no puede en el limitado escenario de un teatro poner en práctica todas estas cabriolas cinematográficas de puesta en escena. Así como Losey construye su relato bajo los auspicios de las corrientes neo vanguardistas, entre las que el arte conceptual es de las más sobresalientes, Maugham, en cambio, trata de contar los sentimientos que hay entre los dos hombres más allá de la amistad explícita con que los presenta ante el lector. Lo que ocurre es que Maugham no puede construir la comodidad de Tony como un concepto desde el que poder ver y entender todo y, por tanto, justificar con ello su conducta de quedarse en la cocina de su casa haciendo crucigramas con Barret, en lugar de irse con Merton tal y como éste le suplica. Habría que dejar claro que la comodidad no es propiamente un sentimiento humano con la fuerza necesaria como para aguantar e impulsar la visión de un mundo, es, más bien, el efecto inevitable de una carencia o de una indecisión por falta de coraje o valor de quien se apoltrona. Tony se acomoda y, de paso, se aburre (como todo quisque), cuando va alejándose de las oportunidades que le ofrece la vida para renovarse (después de volver de la terrible experiencia de la guerra), lo que implica una nueva nueva Fe o una nueva sensación de entusiasmo frente a la vida. Esa oportunidad no es otra que la le ofrece Merton: vente conmigo y haré todo lo posible para hacerte feliz, que él rechaza. ¿Por qué lo hace? Yo pienso que, lamentablemente, es una respuesta que el narrador Merton no ha sabido construir, aunque mi parecer es que no ha podido por razones de censura, de forma convincente dentro del ámbito narrativo de la novela de Maugham. Aceptar la justificación de ésta únicamente en la apropiación absoluta de la voluntad de Tony por parte del extorsionador Barret, es hacer una traslación mecanicista de la reflexión filosófica del mito del amo y el esclavo de Hegel al ámbito de la reflexión narrativa. Yo pienso que las relaciones de sumisión y domino se pueden explicar bien conceptualmente, pero en la vida no se producen así, sino formando una trabazón mucho más oscura e implícita. Como la propia vida, mucho más misteriosa e incomprensible. Sin llegar a decir que se repelen, como postula cierta tradición del pensamiento analítico, lo cual desde el ámbito de la existencia humana no es cierto, lo que si parece indudable es que ambas disciplinas filosofía y literatura, por decirlo así, abordan la realidad con herramientas diferentes. Como ya he dicho antes, la filosofía lo hace con el concepto y la poética narrativa con las metáforas y otras figuras retóricas, según los casos y las conveniencias del relato.

martes, 12 de noviembre de 2019

EL SIRVIENTE 2

Podría entenderse que hago este recorrido a la inversa, hacia el origen novelesco donde comienza la historia de El sirviente, porque ahí es donde creo que se encuentra la veracidad de lo que se nos cuenta, y de rebote la falsedad de sus dos emulaciones, cinematográfica la una y teatral la otra. No digo que no haya algo de eso o que esa sea la motivación principal. Así lo confesé el día que tuvimos la tertulia sobre la lectura de la novela, pues me había sentido muy incómodo entrando y saliendo del ámbito estrictamente narrativo que ofrece el relato de Maugham. Y así les dije a mis contertulios que si en lugar de ese título intrigante, el autor hubiera elegido para su novela uno más neutro, pongamos, Testimonios de juventud o Recuerdos de juventud o como hizo Vera Brittain al titular sus memorias, Testamento de juventud, seguramente no hubiera producido tantas especulaciones morbosas, y, sobre todo, habría limitado por no decir hecho desaparecer las tentaciones de llevar a la pantalla o al teatro lo que Robin Maugham escribió sobre el papel. ¿Por qué, si Josep Losey quiso hacer una película sobre el famosos mito dialéctico  hegeliano del amo y el esclavo, no escribió él, o mandó hacerlo, un guión original para tal fin? ¿Por qué esa costumbre, que desde entonces se ha convertido en epidemia, de usar y abusar del prestigio de obras ajenas y antiguas para, con la disculpa de una reinterpretación actual o postmoderna, eludir la responsabilidad que a cada generación le corresponde de enfrentarse a los problemas existenciales de siempre. Efectivamente, lo que cuenta Richard Merton, narrador de la novela El sirviente, es para dar cuenta de su testimonio (así es como se constituye como narrador testigo, ese que no participa directamente en la acción narrativa) sobre la vida que lleva su amigo Tony Williams, a partir del momento en que se encuentran después de cinco años sin verse. Conviene que no pase por alto este primer encuentro, que es de lo que trata el primer capítulo de la novela. Hay dos momentos en este capítulo es los que Merton define su posición y su intención en el relato que va a venir a continuación y del cual es el narrador, es decir, el responsable del mismo, de lo que allí aparezca o no, de lo que allí se diga o se silencie. Son dos momentos que pueden pasar desapercibidos ante el lector en la primera lectura (ese fue mi caso) que, sin embargo, ocurren de forma intencionada, pues no pueden evitar la legitimación de Merton como narrador de lo que nos quiere contar (lo implícito) con lo que nos dice (lo explícito). El primer momento tiene lugar cuando toca el timbre de la casa de Tony, donde han quedado después de que éste lo llamara recién llegado a Londres, con ganas inaplazables de verlo. Merton dice, “El  piso quedaba en la primera planta. Llamé al timbre. Me sentí deprimido de pronto. Hacía más de cinco años que no nos veíamos; tenía miedo a descubrir que los lazos de nuestra amistad se hubiesen roto, de manera que aunque pudiésemos hablar sin problema del pasado, el presente resultara embarazoso y el futuro nos separase. Volví a llamar.” El segundo momento coincide con el final de este primer capítulo, las palabras de Merton dicen así, 
“¿Por qué no buscas un criado? 
¿Lo haría si pudiese permitírmelo?- dijo.
Me he preguntado muchas veces que habría hecho Tony de su vida si no hubiese aceptado su sugerencia.”
Después de volver a leer estas escenas, además de la escena final de la novela, me quedó claro que Merton nos quería contar algo sobre su relación con Tony que venía de antes de ese encuentro, pero que se servía de la historia del sirviente Barret para hacerlo. Una historia que, después de leer el final, digo, funcionaba como tapadera o distracción frente a quien no podía en aquel entonces (1947) aceptar la auténtica verdad de aquella relación, a saber, el amor oculto que existía entre Merton y Tony. No era la primera vez, ni será la última, que se utilicen este tipo de artimañas narrativas para burlar los rigores coyunturales de la censura moral y las buenas costumbres. Ahora bien, no todas las estrategias narrativas en este sentido salen indemnes de esa ocultación ante la autoridad represora. Creo que El sirviente es una de esas que no supera la prueba, pues la figura del Barret acaba por emborronar con lo que nos dice mediante su rocambolesca historia lo que nos quiere contar Merton de la suya propia con Tony. Acabo con la escena final mencionada como prueba, a mi entender, de lo que digo. 
-Me sentía tan agotado que cada movimiento suponía un gran esfuerzo. Busqué el pestillo con manos temblorosas. De pronto se abrió la puerta de la cocina y salió Tony. Se quedó absolutamente inmóvil mirándome fijo.
-No podía soportar verte marchar así - dijo al fin.
-No tiene importancia conseguí decir.
De pronto sentí su brazo en el hombro. Lo retiró enseguida, como si hubiera hecho algo malo.
-Oh, Richard - dijo con voz entrecortada - Oh, querido Richard. No me dejes. Estoy sucio. Lo sé. Pero no me dejes.
-Entonces ven conmigo.
Guardó silencio. No llegaba ningún ruido de la cocina. Era evidente que estaban escuchando. (Barret y su nueva novia)
-Haré todo lo posible para hacerte feliz - le dije en voz baja. Él tenía los ojos enrojecidos llenos de lágrimas. 
(...)
-Ven conmigo - insistí.
Pero ya no me escuchaba. Respiraba con dificultad y se le dilataron los ojos. Luego se apartó de mí con un grito ahogado y corrió hacia la puerta de la cocina.
-Me quedo - le oí decir con voz pastosa. Luego se volvió. Nuestras miradas se encontraron un momento.
-Adiós Richard - me dijo - Que lo pases bien en el mundo de los mojigatos.
-Adiós, Tony.

Abrí la puerta y salí a la noche fría. La niebla era tan densa que a veces me perdía en los trechos de profunda oscuridad entre los círculos de luz de las farolas. Sabía que tenía por delante un largo camino hasta llegar casa.”