miércoles, 4 de diciembre de 2019

AMERICANAH 6

ELEGIRLO TODO
La posibilidad de elegirlo todo en Estados Unidos le había hecho descubrir a Ifemelu las limitaciones de su carácter como mujer. La posibilidad de elegir todo apuntaba más bien a una personalidad electora y elegible que necesitaba que se lo ofrecieran todo y, a la vez, mostrarlo todo, o casi todo. La ilusión de muchas vidas que no eran otra cosa que la prueba o el examen de su vida verdadera. Habían pasado quince años desde que llegó a Estados Unidos y no se reconocía dentro de ese juego de máscaras. ¿Desde que lugar escribe la narradora?, ¿desde el dolor sordo de la pérdida? ¿En que lugar nos colocamos, entonces, al leer la novela? ¿Lo aceptamos o nos resistimos a movernos, al leer, del lugar que ocupamos habitualmente? ¿Quiere ello decir que somos lectores inamovibles? En fin, como creo haber dicho, ¿y si no amáramos por lo que nos falta, sino para saber qué nos falta?
Son preguntas que interpelan al lector desde las primeras palabras de la novela Americanah, pues con ellas Ifemelu le abre su alma para invitarlo a su encuentro, desvistiéndola de suspense y cubriéndola de misterio. El misterio propio de toda existencia humana. Al leer de alma a alma o de misterio a misterio o de psique a psique (lo invisible, lo indeterminado, lo inmaterial) nos sobrepondremos a los tópicos o lugares comunes que nos imponen las diferencias de lo visible, lo determinado y lo material (raza, género, lugar de nacimiento, cultura). La comunión de almas, por decirlo así, se da en lo que tienen en común todas ellas de cazadoras solitarias y paseantes alertas, dicho de otra manera, lo que tienen en común en su particular prueba de vida al abrirse al mundo. Ya sea en Madrid o en Tombuctú o en Lagos o en Nueva York. Esas primeras palabras del capítulo 1, pag, 23 y 24, dicen así,
“Estaba gorda. No era curvilínea ni tenía los huesos grandes; estaba gorda: era la única palabra que le sabía a verdad. Y había cerrado los ojos, asimismo, al cemento depositado en su alma. Su blog iba sobre ruedas, con millares de visitantes únicos todos los meses, sus honorarios por charlas eran aceptables, y disfrutaba de una beca de investigación en Princeton y una relación con Blaine - , había escrito él en su última felicitación de cumpleaños - y a pesar de todo tenía cemento depositado en el alma. Eso llevaba ahí ya un tiempo, un trastorno de fatiga a primera hora de la mañana, una pesadumbre y una insularidad. Llegó acompañada de afanes amorfos, deseos indefinidos, breves, breves atisbos imaginarios de otras vidas que acaso podría estar viviendo, y con el transcurso de los meses todo eso se fundió en una desgarradora añoranza. Exploró páginas web nigerianas, perfiles nigerianos en Facebook, blogs nigerianos, y cada clic del ratón sacaba a la luz una historia de una persona joven que había vuelto recientemente al país (...)
Contempló fotografías de esos hombres y mujeres y sintió el dolor sordo de la pérdida, como si ellos le hubiesen abierto la mano por la fuerza y le hubiesen arrebatado algo que era suyo. Vivían la vida de ella. Nigeria se convirtió en el lugar donde debía estar, el único sitio donde podía hundir sus raíces sin el incesante anhelo de arrancarlas y sacudirles la tierra. Y estaba también Obinze, claro. Su primer amor, su primer amante, la única persona con quien nunca había sentido la necesidad de explicarse. Ahora él era 

marido y padre, y habían perdido el contacto hacia años; así y todo no podía engañarse pensando que él no formaba parte de su añoranza, o que ella no se acordaba de él con frecuencia, cuando en realidad examinaba su pasado juntos, buscaba augurios de algo que era incapaz de nombrar.”