FALTA DE ELECCIÓN
Que fuera la falta de elección en Nigeria lo que motivó a Ifemelu y Obinze a emigrar a Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente, es lo que más me ha costado entender de la novela Americanah. Tengo un vecino que le pasa lo mismo y vive bajo los auspicios de la oronda Europa. Todo debe tener que ver, después de escuchar a Ifemelu y Obinze en la novela, y a mi vecino en las reuniones de propietarios, con un fenómeno al que no nos acabamos de adaptar del todo, ni los personajes de ficción ni los de carne y hueso. Ese fenómeno o hecho no es otro que la mayoría de la realidad es invisible e indeterminada a los sentidos y la racionalidad matemática humanos. Y lo que se nos hace visible con el trato cotidiano se va convirtiendo poco a poco en algo opaco, indiferenciado, lo que quiero decir es que se convierte ante nuestros sentidos y nuestra inteligencia matemática en un bulto o, peor aún, si el bulto en cuestión busca con desasosiego reconocimiento ajeno, entonces los que nos acompañan en el deambular cotidiano por la ciudad son eso que en las películas de ciencia ficción llamamos los zombis. Queda claro que lo de ciencia ficción es un eufemismo o bulto de los de la industria del cine y el audiovisual para no asustar a su clientela, evitando que se den cuenta que los verdaderos zombis son los espectadores mismos, que, al parecer, son a su vez la parte visible de la realidad porque son los únicos que pagan impuestos contantes y sonantes. Mi vecino lo tiene claro, lo único visible para él es su piso y lo que tiene dentro, a saber, su mujer y sus tres hijos. Luego tiene una amante, a la que ha puesto un piso en el barrio opuesto de donde vive y cerca del trabajo, la cual forma la parte invisible de su vida. Ella, sin embargo, lucha y porfía porque deje al bulto grande de su casa y se vaya a vivir con ella con los bultos pequeños pues a ella le gustan mucho los niños. Mi vecino lo cuenta así, de forma desenfadada y graciosa, después de que acaban las aburridas reuniones de propietarios. Dada la hora, nadie le hace demasiado caso pues piensan que su intención es echarle algo de pimienta al tedio que nos embarga a todos después de discutir sobre lo único viable de nuestras tristes vidas, la casa donde vivimos con nuestras familias. Ser propietario, se ha de reconocer, es una de las funciones más visibles del mundo moderno, pero también la que con más rapidez convierte en bulto opaco a sus protagonistas. Yo, sin embargo, después de leer las peripecias de Ifemelu y Obinze, soy el único que si cree las palabras de mi vecino respecto a la parte invisible de su existencia. Y es que a todos los que vivimos por estos pagos nos afecta, de una manera u otra, eso que los protagonistas de Americanah llaman la falta de elección. Esta carencia es, a mi modo de ver, una manera comercial de nombrar la creencia en que como seres finitos e imperfectos que somos tenemos el derecho de elegir ilimitadamente como si fuéramos dioses. Ya ves. Yo pienso que el impulso original de Ifemelu y Obinze, que los hace abandonar Nigeria, lo que hay oculta verdaderamente es ese deseo insaciable que exportamos los blancos ricos hacia los negros que aspiran a serlo, hasta convertido en norma y normalidad de obligado cumplimiento en todo el planeta. Es la única explicación visible del cambio climático, que se resiste a aparecer como algo e evidente. Mi vecino, y muchos otros blancos, no puede llevar cabo el periplo norteamericano e inglés que si pueden los negros Ifemelu y Obinze, lo cual deja ver de paso que la desigualdad de clases condiciona más que la desigualdad de razas. Es por eso que se ha inventado la realidad invisible de una amante con piso incluido en el extrarradio de la ciudad, a la que puede ir a visitar en esas horas muertas que tiene el día, normalmente después de comer, que también son inviables para el resto y, por tanto, nadie le pedirá cuentas por su ausencia. Sin embargo, como Ifemelu y Obinze si se lo pueden permitir, antes de comprarse un piso en Lagos con sus bultos dentro, se hacen su periplo para satisfacer en los “supermercados” ingleses y norteamericanos esa necesidad inaplazable de poder elegir lo que quieran y cuando quieran. La lucha contra la opacidad de los bultos que te rodean, que está manía occidental de poder elegir a cualquier hora, a la larga, acaba produciendo, no tiene que ver ya ni con las clases ni con las razas, sino con que un día te levantes y no te mueras de ganas de perderlos de vista. Y a ver qué pasa, y a ver qué ves. Y a ver qué haces con lo que pasa y con lo que ves.
Que fuera la falta de elección en Nigeria lo que motivó a Ifemelu y Obinze a emigrar a Estados Unidos e Inglaterra, respectivamente, es lo que más me ha costado entender de la novela Americanah. Tengo un vecino que le pasa lo mismo y vive bajo los auspicios de la oronda Europa. Todo debe tener que ver, después de escuchar a Ifemelu y Obinze en la novela, y a mi vecino en las reuniones de propietarios, con un fenómeno al que no nos acabamos de adaptar del todo, ni los personajes de ficción ni los de carne y hueso. Ese fenómeno o hecho no es otro que la mayoría de la realidad es invisible e indeterminada a los sentidos y la racionalidad matemática humanos. Y lo que se nos hace visible con el trato cotidiano se va convirtiendo poco a poco en algo opaco, indiferenciado, lo que quiero decir es que se convierte ante nuestros sentidos y nuestra inteligencia matemática en un bulto o, peor aún, si el bulto en cuestión busca con desasosiego reconocimiento ajeno, entonces los que nos acompañan en el deambular cotidiano por la ciudad son eso que en las películas de ciencia ficción llamamos los zombis. Queda claro que lo de ciencia ficción es un eufemismo o bulto de los de la industria del cine y el audiovisual para no asustar a su clientela, evitando que se den cuenta que los verdaderos zombis son los espectadores mismos, que, al parecer, son a su vez la parte visible de la realidad porque son los únicos que pagan impuestos contantes y sonantes. Mi vecino lo tiene claro, lo único visible para él es su piso y lo que tiene dentro, a saber, su mujer y sus tres hijos. Luego tiene una amante, a la que ha puesto un piso en el barrio opuesto de donde vive y cerca del trabajo, la cual forma la parte invisible de su vida. Ella, sin embargo, lucha y porfía porque deje al bulto grande de su casa y se vaya a vivir con ella con los bultos pequeños pues a ella le gustan mucho los niños. Mi vecino lo cuenta así, de forma desenfadada y graciosa, después de que acaban las aburridas reuniones de propietarios. Dada la hora, nadie le hace demasiado caso pues piensan que su intención es echarle algo de pimienta al tedio que nos embarga a todos después de discutir sobre lo único viable de nuestras tristes vidas, la casa donde vivimos con nuestras familias. Ser propietario, se ha de reconocer, es una de las funciones más visibles del mundo moderno, pero también la que con más rapidez convierte en bulto opaco a sus protagonistas. Yo, sin embargo, después de leer las peripecias de Ifemelu y Obinze, soy el único que si cree las palabras de mi vecino respecto a la parte invisible de su existencia. Y es que a todos los que vivimos por estos pagos nos afecta, de una manera u otra, eso que los protagonistas de Americanah llaman la falta de elección. Esta carencia es, a mi modo de ver, una manera comercial de nombrar la creencia en que como seres finitos e imperfectos que somos tenemos el derecho de elegir ilimitadamente como si fuéramos dioses. Ya ves. Yo pienso que el impulso original de Ifemelu y Obinze, que los hace abandonar Nigeria, lo que hay oculta verdaderamente es ese deseo insaciable que exportamos los blancos ricos hacia los negros que aspiran a serlo, hasta convertido en norma y normalidad de obligado cumplimiento en todo el planeta. Es la única explicación visible del cambio climático, que se resiste a aparecer como algo e evidente. Mi vecino, y muchos otros blancos, no puede llevar cabo el periplo norteamericano e inglés que si pueden los negros Ifemelu y Obinze, lo cual deja ver de paso que la desigualdad de clases condiciona más que la desigualdad de razas. Es por eso que se ha inventado la realidad invisible de una amante con piso incluido en el extrarradio de la ciudad, a la que puede ir a visitar en esas horas muertas que tiene el día, normalmente después de comer, que también son inviables para el resto y, por tanto, nadie le pedirá cuentas por su ausencia. Sin embargo, como Ifemelu y Obinze si se lo pueden permitir, antes de comprarse un piso en Lagos con sus bultos dentro, se hacen su periplo para satisfacer en los “supermercados” ingleses y norteamericanos esa necesidad inaplazable de poder elegir lo que quieran y cuando quieran. La lucha contra la opacidad de los bultos que te rodean, que está manía occidental de poder elegir a cualquier hora, a la larga, acaba produciendo, no tiene que ver ya ni con las clases ni con las razas, sino con que un día te levantes y no te mueras de ganas de perderlos de vista. Y a ver qué pasa, y a ver qué ves. Y a ver qué haces con lo que pasa y con lo que ves.