miércoles, 28 de junio de 2017

SABERES INÚTILES

Los grandes relatos (antigüedad, dios, razón, religión poética, mitos, noche, oscuridad, amor, libertad, …) que inauguraron de forma renovada los románticos de 1800, aunque mantenían una visión vertical del mundo, aumentaron la posibilidad individual de elevarse hacia lo infinito desde la finitud de la existencia, aliviando con ello el dolor y el malestar de la sumisión y desigualdad propios de esa cosmovisión vertical de matriz vaticana inequívoca. Aunque muy influenciados por el espíritu revolucionario de la época, lo que, a mi entender, los hizo irrepetibles fue su adscripción decidida a los saberes inútiles. Esos saberes que de tan inútiles que son fueron capaces de ver que los necesitaban a diario. Esa es su verdadera y más fértil herencia, la misma de la que no quieren hacerse cargo, como si apestase o viniera de otra galaxia, la tropa de los millenials. ¿Por qué hoy nadie quiere acercarse a los saberes inútiles? 

Al mismo tiempo que la máxima eclosión vertical de estos saberes inútiles, el espíritu revolucionario de la época trabajó febrilmente por imponer la horizontalidad de los saberes útiles o prácticos. Fue un momento esplendoroso de la humanidad, pero tuvo el inconveniente de que las luces que lo iluminaron acabaron por entrecruzar sus sombras de la peor manera imaginable. Las sombras de los saberes prácticos se impusieron a las luces y sombras de los saberes inútiles, hasta hacerlos desaparecer. Hasta el punto de que hoy los percibimos como algo inexistente. Mientras tanto, la horizontalidad se acabó imponiendo en todos los ámbitos de la existencia humana. El impulso definitivo lo dio la época de los grandes desastres de 1945 por la vía de la aniquilación total. Hasta esas fechas era imposible concebir el mundo sin referencia externa, aunque fuera disimulada o rebajada en su verticalidad, a algo o alguien más grande que uno mismo. Antigüedad, razón, dios, estado, nación, pueblo, etc. eran palabras referenciales de un yo cada vez más henchido, cierto pero todavía no autosuficiente ni autosatisfecho, incluso en la cima de su éxito. Todavía no se concebía como única referencia. La palabra autorreferencia era impensable. Siempre había una “gracia” exterior que tenía la última palabra y que marcaba una frontera irrebasable. Pero en 1945, adiós a todo esto. No hay horizontalidad más perfecta que la de los cementerios.  


El mundo estaba hecho añicos, pero la vida seguía. Y los supervivientes y quienes iban estrenando cuerpo, solo tenían a su disposición montones y montones de ruinas. ¿Qué hacer? Mientras hay mundo toda vida es una forma incierta de vida. Hay una inseguridad inscrita en la vida que el cuerpo finito de todo ser humano no puede evitar. Si todas las referencias externas y verticales habían desaparecido por el sumidero de la historia, la vida y el mundo, el deseo y la realidad se convirtieron en una y la misma cosa, ergo, únicamente quedaba como referencia el cuerpo de los supervivientes o el recién estrenado de cada nuevo ser humano. La autorreferencia por desaparición de cualquier tipo de referencia externa, y como medida de todas las cosas y personas, quedaba oficialmente inaugurada. Los millenials son, hasta la fecha, el relato mejor acabado de esta nueva época de apabullantes solipsismos.

martes, 27 de junio de 2017

PSICOLOGÍAS SIN ALMA

Lo que diferencia a los románticos de 1800 de los millenials del 2000 es que los segundos, bajo una influencia totalitaria, me atrevería a decir, del materialismo científico, son la primera generación que tiene una psicología perfectamente inanimada o sin alma y que, por tanto, imaginan el mundo que los rodea sin esta ominosa presencia. O con esta inquietante ausencia, según se mire. Antes de seguir convenga que te diga lo que entiendo por cuerpo y alma. De forma resumida, cuerpo es todo aquello que es susceptible de ser medido o contabilizado o demostrado. El cuerpo es algo susceptible de ser siempre problematizado, lo que lo hace susceptible, a su vez, de llevar incorporada una solución, sino no es un cuerpo. Llegados hasta aquí, entonces ¿qué es? Nada. No en el sentido metafísico del término, o nada cómo frontera entre lo pensado y lo que queda por pensar, o entre lo que se ve y lo que no se ve, sino nada referida, como no puede ser de otra manera, a lo que no puede ser medido ni contado ni demostrado. Ergo, nada como algo no visible, como algo donde no es posible usar el metro o la calculadora o los últimos artilugios tecnológicos o las fórmulas de la lógica dominante, la físico matemática. El cuerpo, por tanto, es y representa la atalaya desde donde vemos y sentimos con los cinco sentidos que lleva incorporado todo aquello que es visible en tanto en cuanto pueda ser a nivel micro o macro medible, contable o demostrable. El alma no es lo opuesto al cuerpo, ni pertenece o está subsumida en su ámbito de percepción, es más bien su cómplice más sincero. Que estará más cerca o más lejos, o no comparecerá, dependiendo de como aquel maneje la complicidad que ésta le ofrece.  Dicho de otra manera, el cuerpo es a la vida como el alma es al mundo. Heredamos el alma eterna del mundo, pero estrenamos en propiedad un cuerpo con vida finita, llena de contrariedades y puntos ciegos. Vivir con ese cuerpo es estar en conflicto permanente con aquel alma, porque de lo que se trata mientras dura la vida del cuerpo es decidir qué hacer con el alma del  mundo. 


Los románticos fueron los que llevaron más lejos y con más audacia la aventura consciente de salir con sus cuerpos mortales a buscar el alma eterna del mundo. La imágenes portentosas que recabaron quedaron en sus relatos, sus cuadros y sus sinfonías para goce y disfrute de sus herederos. Lo que no podían imaginar es que, doscientos años después, el mundo dejado por ellos no lo quieran heredar, más bien abominen de él en su totalidad, los cuerpos sin alma de sus tataranietos, los millenials, Ya que para estos no hay alma del mundo, sino sólo sus vidas que las sienten desde sus cuerpos que creen inmortales, debido a la constante persuasión exterior de formas manifiestamente materiales. No tienen la posibilidad de imaginar alguna forma de paraíso inmaterial o no visible, pues ellos ya han franqueado las puertas en el que ellos son reyes. Cabe sospechar, cuando el espejo o los selfies les recuerden que son mortales, que se den cuenta, demasiado tarde, de que las puertas que han franqueado son realmente las del infierno. Pero, cuando llegué ese momento, ya no quedará nadie, si no se reparan los destrozos causados en la cadena hereditaria, para recordarles las palabras que Carl Jung dejó escritas al respecto cincuenta años antes de que los millenials nacieran, a saber, “estos dos conceptos, espíritu y materia (cuyo conocimiento cabe esperar de todo contemporáneo culto), no son sino símbolos notables de factores desconocidos, cuya existencia es abolida y proclamada según los humores, los temperamentos individuales y los altibajos del espíritu  de la época. Nada impide a la especulación intelectual ver en la psique un fenómeno bioquímico complejo, reduciéndola así, en último término, a un juego de electrones, o, por el contrario, que es vida espiritual la aparente ausencia de toda norma que reina en el centro del átomo”.

lunes, 26 de junio de 2017

EL CUERPO MÁS EL DINERO SI TIENEN FUTURO

Cuando digo que no hay futuro, no puedo negar, o no reconocer, al mismo tiempo y con el mismo sentido, que los millenials son el futuro biológico y económico del planeta. Eso no quiere decir que en el futuro tengamos un planeta más sostenible debido a su proverbial y esbelta alegría. No. Lo más atractivo de la comparación que vengo haciendo entre los románticos de 1800 y los millenials del 2000 (a partir de ahora al utilizar este último concepto doy por entendido que me refiero a esa conjunción o forma de estar en el mundo: hijos más padres más alumnos más profesores más padres más profesores, más biológica y económica en su caracterización que por los logros educativos o culturales o espirituales) es observar el arco de sus emociones, y, por tanto, la forma que tienen de darles sentido, es decir, de traducir aquellas en sentimientos. En ese arco emocional está concentrada la densa complejidad e inabarcabilidad de nuestra sentimentalidad en los últimos doscientos cincuenta años. O dicho de otra manera, visto el callejón sin salida - al no tomarse nada en serio, o que todo es gincana o evento permanentes o al pensar que todo vale y todo vale lo mismo - en que se ha metido esa conjunción biológica económica (la única, por otro lado, que siempre tiene garantizado el futuro) que forman los millenials 2000, y que debido al impulso de las nuevas tecnologías (donde todo el mundo en las diferentes pantallas se acaba riendo de todo el mundo durante las veinticuatro horas del día) ha convertido a todos sus protagonistas en anémicos emocionales en proporción directa a su capacidad de estar todo el día riéndose a mandíbula batiente, me pregunto, ¿podrán volver a sentir estos benditos algo remotamente genuino después del salto desde la gravedad y firmeza moderna, pongamos del tardo romántico señor Dickinson, a la carcajada constante actual? La obsesión de los millenials de no trascender sus propios sentimientos, por ser tildados de ñoños o melodramáticos, o por creer estar cometiendo un pecado imperdonable de agraviada diversión, en fin, el no querer aspirar a lograr, como imaginaron los románticos, lo infinito dentro de lo finito, es decir, suponer que sea cual sea nuestra condición y conocimiento existe algo incognoscible, y que no debemos poner límites a su búsqueda, delata su colosal miedo a ser verdaderamente humanos, es decir, mortales. Parece mentira, teniendo ellos sus cuerpos tan apegados al dinero, que no sepan, o no quieran saber, que hay dos cosas en la vida de todo ser humano que no admiten ni juegos ni bromas: el fisco y la muerte.

Convendría recordar a los millenials lo que dijo sobre la verdad humana Montaigne, padre del humanismo, mucho antes de que se les calentara la imaginación a los románticos. Se refiere al humanismo que subyace y es común a cualquier categoría o religión con que queramos mirar el mundo en cualquier tiempo y lugar. Incluido, claro está, la religión biológica económica de los millenials actuales. En el mundo exterior y en el propio interior la verdad es multiforme y constituye un monstruoso tejido, un tremendo ir y venir, es concreta en cada punto y está siempre sometida a cambios, y finalmente constituye una interconexión infinita en lo finito, tan infinita que no pueden aprehenderla los conceptos generales de la ciencia, y ni siquiera los dogmas de las religiones.

viernes, 23 de junio de 2017

LAS ESTRELLAS Y LAS RATAS

Ese doble vara de medir, que ya he mencionado, y que utilizan los que dicen que se indignan porque quieren una vida mejor, cuando en realidad lo que nos están queriendo contar, con lo que nos dicen, es que no están dispuestos a tolerar que nadie, y menos que nadie la crisis misma, les modifique o atente contra su cómoda vida, cuyos principios o mandamientos fundamentales también he mencionado. Una doble moral que, como todo lo que ocurre en la llamada modernidad, tiene una indudable matriz cristiana, la cual lleva centurias ahormando la mente y el cerebro de sus feligreses en la creencia de que las buenas maneras son solo expresiones de las ideas felices. Y si, entonces, las ideas felices no podían florecer pues habitaban anegadas en un valle de lágrimas, hoy tienen y deben de manifestarse de continuo, para que no sean sospechosas de estar del lado de los aguafiestas de antaño, con estruendosas carcajadas. O si se tuviera alguna incompetencia o intolerancia con el risoteo, la autoridad municipal, solícita, recomienda la asistencia a cursos de risoterapia que tiene siempre a punto en la programación de sus agendas culturales. 

Hay una escena en la película “Historia de una pasión”, que comenté el otro día, en la que el padre de Emily Dickinson, Edward, posa en una sesión fotográfica. El buen hombre, anclado en las profundidades morales del protestantismo bostoniano del siglo XIX, lo hace como mandan los cánones de esa moral: gravedad y seriedad con una intensidad que no deja el menor resquicio, o rendija, para que se cuele el caos que se está pergeñando afuera. El fotógrafo, que si está en sintonía con los cambios que se avecinan, le dice con tanta educación como audacia, dada la naturaleza de su cliente: señor Dickinson, por favor, podría reírse levemente. El señor Diskinson, sin mover una pestaña, después de unos interminables diez segundos segundos, le contesta: es que no se ha dado cuenta, ya lo estoy haciendo. La risa entendida a la manera espontánea como la practican los niños - no la sonrisa que se desprende propiamente en la edad adulta -  es el santo y seña prefabricado de los seres faústicos y muy felices actuales. De igual manera que no pueden dejar de mira el móvil, no pueden dejar de echarse una carcajada a cuenta de lo que allí ven. Por la escandalera de ésta, pareciera que en la pantalla de aquel lo estuvieran viendo Todo. Móvil y risa se enlazan así una coyunda cósmica y feliz, en la que intentan (inútilmente) contemplar sólo las estrellas del cielo para tratar de no ver las ratas de la tierra.

Los románticos de 1800 - inventores del nihilismo (ese síndrome oscuro y destructor que produce la necrosis del yo supremo) que hoy carcome  a los millenials del 2000, y a sus progenitores y profesores - no se reían de  nada, ni de nadie. Tenían serias razones para ello. Inventores también del yo supremo, eran unos ególatras trascendentales en sus aspiraciones, y jugaban guiados por el sentimiento de tener muchas cosas - acaso todas - por delante de ellos. En cambio, los millenials, y sus progenitores y profesores, son ególatras indistintos entre otros muchos ególatras como ellos, y en sus aspiraciones no se elevan más allá del alquitrán del suelo o del césped de la segunda residencia (la vida cómoda), guiados, encima, por la vanidad de haber dejado atrás la mayoría - acaso todas - de las personas y las cosas. ¿De qué, y de quién, se ríen entonces estos benditos? ¿Cómo llamar malditos a este puñado de infelices?

jueves, 22 de junio de 2017

SIN ILUSIÓN

No hacen lo que saben que tendrían que hacer, como decía ayer, ¿es una exhortación acertada a tipos que están, por decirlo así, muy apegados al papel de ser indistinguibles en eso que se llama la Cultura, siendo únicamente sus meros consumidores pasivos, siempre y cuando eso les garantice una forma de aparentar su firme dominio sobre los aspectos ocultos o inconfesables de su vida privada y familiar, a saber, una lánguida incapacidad para controlar las frustraciones del paso de la juventud, la fatiga de la tarea rutinaria del puesto de trabajo, los rompecabezas que produce el hacer que la vida no pierda interés y vigor mientras se mantiene intacta la unidad familiar, una unidad familiar y, por extensión comunitaria, basada en ideas claras sobre quienes somos, que necesitamos y a que nos oponemos. Una vida familiar y social, en fin, en las que no tienen la costumbre de tratar con ideas o con el pensamiento inhabitual y, por tanto, a nadie se le pide, ni se le consiente, que las tenga. Por eso cuando alguien lo hace, el aguafiestas, se convierte automáticamente en una amenaza que hay que erradicar. Es como si, de repente, esa trasparencia que, como telón de fondo de la acción de los protagonistas, todavía usaba Hitchcock en sus películas, se diluyera o quemado hasta desaparecer del todo, quedando la naturaleza humana pura y dura al descubierto, como lo que es, un fatum del que no se escapa así como así, y que es bastante independiente de las circunstancias que la rodean.


Y a eso lo llaman los cronistas serios de la vida de estos caza aguafiestas, pérdida de la ilusión. O haciendo la crónica de otra manera, no menos seria por ello, la esperanza que acumulamos durante los cuarenta años de internamiento, la han malgastado en los cuarenta siguientes de libertad. Por lo que me repito. No hay más esperanza acumulada que la se experimenta en un campo de concentración, y no hay menos libertad que cuando ésta se entiende como que todo vale y todo vale lo mismo. Al final, la segunda se acaba jalando a la segunda. No hay ya más ilusión, dicen aquellos cronistas, porque después de volver la última esquina, o alcanzar la última cima, los protagonistas de sus crónicas tienen la sensación de que ya nunca volverán a ser felices. Uff,  vaya por dios. Pero, ¿se han mirado bien nuestros héroes caza aguafiestas desilusionados al espejo, o a los selfies que no dejan de hacerse o han escuchado con atención la algaravía estridente de sus carcajadas incontenibles? Con esa jeta explícita y aquel currículum oculto, ¿no piensan los caza aguafiestas desilusionados que estamos en el mejor mundo posible? “Y cuando yo les decía a los negros que los blancos tienen un país donde nada les falta, ellos no podían comprender por qué nosotros lo habíamos abandonado” (Paul Brazza, gobernador del Congo colonial en el siglo XIX) ¿No albergan serias dudas nuestros heroicos caza aguafiestas sobre el consecuente merecimiento de ese mundo donde habitan desilusionados, no por derecho, sino en justicia? "Triste suerte la de los héroes que no mueren de muerte heroica”. (Hannah Arendt), sino que saben que van a morir sin ilusión que llevarse al coleto. ¿Qué hacer? ¿Cómo mantener el futuro de la especie humana sin ilusión? Ya está. Volver a la ilusión de cuando tenían veinte años, corrompiendo la de los que si tienen de verdad veinte años. Es lo que han decidido nuestros héroes caza aguafiestas desilusionados. El espíritu faústico. Mirándolo con atención, para detectar en que medida arruina y afea el mundo, llevo unos días. Continuará. 

miércoles, 21 de junio de 2017

LOS MILLENIALS

Para unos son una generación que no tiene nada que decir, o que son dueños de la nada. Para otros es que no tienen hueco donde decirlo, apártense coño. Así pasan los días y las noches los principales protagonistas de esta perfomance, la tropa de los millenials del 2000, que ha hecho nido en los eventos y saraos que llenan y distraen los comienzos del siglo XXI, a saber, los padres y sus vástagos, los profesores y sus alumnos, las redes sociales y sus alborotos, donde se encuentran todos. En fin. Mientras tanto, los unos y los otros, en casa o en el aula, o en el tumulto de las redes, parecen haber caído presos, de forma irreversible, bajo las zarpas inmisericordes de su nihilismo: es que hay muchas cosas, acaso todas, que no van a ninguna parte. Entonces, un espejo por favor. Un selfie pagado por la seguridad social. A la peña de las casas o de las aulas o de las redes les gusta que reconozcan esa agonía dulce dentro de la que viven. Que le susurren al oído que se merece aquel espejo o este selfie. Pero si les preguntas, ¿troncos, donde está vuestra alma?, te responden que no seas un aguafiestas. Y si les vuelves a preguntar, ¿por qué cada dos palabras que pronunciáis en cualquiera de vuestras conversaciones, tenéis que introducir la cuña publicitaria de una risotada a mandíbula batiente? ¿Es qué os hace tanta gracia que la mayoría de las cosas no vayan a ninguna parte? O desde la otra cara de vuestro nihilismo: ¿os reís tanto porque, al fin, todo vale y todo vale lo mismo? Los millenials del 2000 son un producto genuino de la incapacidad que tienen sus padres y profesores de arriesgar algo por sus propias vidas, corrompiendo de paso las ajenas. Miran por sus negocios, sí. Cuidan con esmero el avance de sus carreras profesionales, también. Les abren a sus vástagos desde que son niños una cuenta corriente y se la mantienen en perfecto estado de revista, como no. Aprueban a sus alumnos inmerecidamente, faltaría mas. Pero, ¿qué hueco dejan en su vida para hacer lo que les gustaría hacer por el hecho de hacerlo? Justamente porque no pueden no saber que la mayoría de las cosas importantes - acaso todas - no llevan a ninguna parte, pero que si no las hacen son ellos, padres y profesores, los que acabarán no yendo a ninguna parte, arrastrando en su queja y agonía a sus hijos y alumnos bajo el rótulo una vez más autocomplaciente de: “No saben nada o apártense coño”.

Vale decir que no todos los millenials vieron el mundo enganchados a una queja, como lo están la tropa de los millenials del 2000, porque no hacen lo que saben que tendrían que hacer. Los millenials de 1800, por ejemplo, decían cosas como ésta:
“Deberíamos intentar por una vez hacer que lo ordinario nos resultara extraño, y entonces nos admiraríamos de lo cercanos que nos quedaría algún dato, algún regocijo que nosotros buscamos en una lejana y fatigosa lejanía. Con frecuencia tenemos la utopía maravillosa a punto de pisarla con los propios pies, pero miramos por encima de ella con nuestro telescopio”. (Ludwig Tieck)
O como ésta:
"¡Ocio, ocio!, eras la atmósfera vital de la inocencia y del entusiasmo, te respiran los seres felices, y es feliz el que te tiene y cuida, ¡sagrado tesoro y único fragmento de semejanza con Dios que nos ha quedado del paraíso!”. (Friedrich Schlegel).
Ya ves.

martes, 20 de junio de 2017

LOS ASPERGER Y LOS NORMALES

Hoy no hay futuro. Puede sonar algo exagerado. Lo mismo que leer que nunca hubo tanta esperanza, mejor dicho, nunca el sentimiento de la esperanza acumuló tanta potencia como en los campos se concentración nazis o soviéticos. La exageración, al invertir el sentido de ambas locuciones, depende de como se lean y desde donde se lean. El otro día vi una película titulada, Locos de amor”, del director Petter Naess, que me hizo pensar sobre estos asuntos aparentemente atrapados en un corsé no previsto de exageración, pero que si acercas el ojo con cuidado y atención ves cualquier cosa menos voluntad hiperbólica. Te das cuenta de que la exageración, a parte de una máscara, es sobre todo una manera de  provocar la conmoción - mover con, mover hacia -, antes que el desdén o el espanto, en la manera de leer esas locuciones que es, al fin y al cabo, la que le ha dado la forma con que nos tenemos que relacionar con ellas. Lo que ocurre, al mismo tiempo, es que con esa lente identificas los matices, que te agudizan los sentirlos y te interpelan a producir sentido con ellos, es decir, a sacar a la luz los sentimientos. Ahí es, donde yo te viera. Dime cómo lees el mundo y te diré cómo el mundo te acaba leyendo a ti. Por mucho que creas en el futuro, el futuro te puede hacer un corte de mangas y desaparecer sin tu permiso. Este es hoy el verdadero cambio que esta ocurriendo, no dando crédito a lo que nos pasa con ello y a lo que está haciendo con nosotros, es decir, en que nos está convirtiendo. ¿Cómo explicar estos cambios a un Yo Moderno y  Encumbrado que está convencido que lo controla todo, y que todo está a su servicio? ¿Hay exageración más grande que ésta? Cualquiera otra a su lado palidece. Pero, hoy en día, los Consumidores de Futuro no pueden reaccionar como lo hicieron entonces los inventores románticos del futuro. Aquellos antepasados nada más que sintieron el aliento del nihilismo - esa cara sombría de la euforia del Yo Moderno -, soplándole en la nuca dijeron: gracias a Dios no es necesario que todo lo haga uno mismo, es posible dejarse llevar y nadar en un torrente que viene de lejos. La mirada la dirigiremos ahora a lugares fijos y relaciones firmes. Hoy Dios ha desaparecido y todo se mueve arbitrariamente  en su ausencia, creando un perturbador e inestable presente. 

La película que he mencionado trata de las dificultades que tienen los dos personajes principales, afectados por el síndrome de Asperger, para comunicarse el amor y amistad que se profesan recíprocamente. Su futuro juntos, por tanto, depende de una incompetencia congénita e irreparable. Si la peli se mira literalmente está dentro de la carpeta, cine y psicología clínica, y su valor de uso afecta a los que habitan el ámbito de la enfermedad que plantea. Los demás espectadores a prudente distancia, pues no somos Asperger. Pero si la peli la miramos simbólica o metafóricamente - se puede hacer - está dentro de la carpeta, cine y mundo, y su valor de uso afecta, ahora sí, a los que habitan el ámbito de la enfermedad del mundo: todos somos jodida e impositivamente Normales. Lo dije el otro día: la incompetencia más sobresaliente y notoria que tienen los lectores adultos normales que asisten al club de lectura es que no saben manejar sus sentimientos en el campo de la ficción de la literatura. Que es un correlato de las ficciones que nos inventamos en la vida, a saber: amor y futuro. ¿Qué creencia ampara normalmente al decir te amo o lo amo?, darle a alguien o algo que no es lo que uno no tiene? ¿No es, también normalmente, la misma creencia que protege la llegada del futuro? Dos caras de la misma moneda, que creemos a salvo bajo el palio protector de la fe inquebrantable en nuestras invenciones normales.


¿Cómo imaginar, con los Asperger, que todo puede ser, es de hecho, de otra manera? Es decir, que no se pueda expresar de inmediato y para siempre de forma inteligible y satisfactoria, ni para uno mismo ni para los demás, lo que se siente y lo que se imagina. Que incluso no se pueda llegar a expresar nunca. Y que, como los Asperger, no hace falta esconderse por ello, ni sacar pecho. Soy así y digo y hago estas cosas. Y sufro y gozo por ello. Las palabras, los gestos y los silencios siempre estarán amenazados por las malas interpretaciones y los malos entendidos. Es la tragedia de tener el don del habla y la razón, y “no poder entendernos”. Talmente es lo que les pasa, y les hace sufrir, a los amantes que padecen el síndrome de Asperger, y lo que en verdad nos pasa, y nos hace sufrir, a los amantes y futuristas que padecemos el síndrome de la Normalidad. Pero a pesar de no ser competentes, debemos seguir intentándolo, pues es mejor no poder evitar ser un incompetente al tratar de acercarse al otro o a lo otro, como hacen desesperadamente los Asperger en la película, que correr el riesgo de acabar locos o suicidas creyendo que todos esos desvelos no van con nuestra supuesta competencjia en la Normalidad de la vida que vivimos. Imaginando que el amor y el futuro son nuestros, no porque seamos arrebatadamente románticos, sino que nos los merecemos porque somos irresistiblemente normales.

lunes, 19 de junio de 2017

LO OPUESTO A LA SOLEDAD NO ES LA COMPAÑÍA: ES LA IMPACIENCIA

Como ser pesimista no es lo mismo que ser un aguafiestas, ni lo contrario que ser optimista, quien sí se empeña obstinadamente en ser la alegría de la huerta. Será difícil que sigas haciendo creer a los optimistas, con los tiempos que se avecinan, que el pesimista vive al borde del abismo esperando lo peor. Hoy no hay optimistas con tanta fe, por mucho que vivan a cuenta, y del cuento, de esa imagen que se forman de los aguafiestas. Dada su apabullante mayoría, y en beneficio del planeta, durante los próximos diez años, pongamos, los optimistas se deberían dar cuenta de que el pesimista siempre ha vivido en el medio del abismo esperando lo definitivo, que no es lo mismo que lo peor. ¿Como decírselo? ¿Cómo decirles que ahí se encuentra el sitio desde el que poder imaginar la verdad, que no es lo mismo que desear apropiarse de ella? ¿Cómo decirles que no prefieres pensar de otra manera?¿Quien se hará cargo de los destrozos de su colosal y pertinaz miopía? ¿Quien los ayudará, entonces, a soportar la principal decepción de los optimistas?: no hay futuro. Lo cual no equivale a decir que la vida sea solo presente biológico, o nostálgico pasado. O que es un sin vivir, o un no poder pensar que se vive, o un no con-sentir, o un no sentir con otro, o un no sentirse un otro o en un otro. ¿Quien los exhortará a aceptar que fue la voracidad insaciable de su propio optimismo quien se comió el futuro o lo malgastó? ¿Quién estará a su lado cuando pasados estos diez años los optimistas descubran lo peor?: han sido ellos los que han estado siempre en el borde del abismo esperando lo peor, huyendo de lo definitivo. Más que miopes, han vivido ciegos. Y no se han enterado de nada. Ellos, los optimistas en la llegada de un futuro mejor, lo han aniquilado al convertir la soledad necesaria de toda espera en la comodidad chusca de una vida irresistiblemente alegre. En la que sus placeres y preocupaciones sean los disponibles y previsibles, no pensados para que ocurran tragedias, ni que aparezcan nunca sombras acechantes ni palabras o siluetas misteriosas. ¿Quien los dirá, entonces, que lo opuesto a la soledad es la impaciencia?¿Cómo dejarlos a la intemperie, con semejante ceguera bramando desesperada entre su corazón y su cerebro?

viernes, 16 de junio de 2017

EL ESPÍRITU FAÚSTICO ACTUAL

Hoy es habitual convivir con quien, entrado ya en una edad provecta, vuelve a la minoría de edad sin solución de continuidad y, lo peor, sin sentimiento de culpa. Luce ese tipo de rigosidad, rebozada en una falsa fogosidad de tener de nuevo veinte años, aprovechando el impulso, o poniéndose al rebufo, de los que realmente los tienen. Grita y hace aspavientos como intentando que te creas que lo entiende todo y, al mismo tiempo, que el mundo solo cuenta desde el día de su nacimiento. El padre Adán. Y como buen padre dice que se preocupa por el porvenir de sus hijos y nietos, como si fuera un vendedor de futuro. Cuando en verdad ya no se acuerda, a base de no querer o necesitar recordar, de como era él cuando entonces. No siendo consciente del daño que con esa amnesia voluntaria se infringe, e infringe a los que están a su lado. Le dices que el futuro se acabó, que ya no hay futuro, y se le ve que cierra el puño para evitar que se encuentre con tu cara. Tipos como él, y antes que él, se lo comieron o lo malgastaron. Hubo un tiempo en que todo era futuro, ahora solo nos queda el pasado. También para los de veinte, eso es lo que tienen que aprender, eso es lo les deberías enseñarles a tus nietos, le digo. Veo que el puño se levanta, pero no se decide aún. La hipocresía que destila la falsa civilidad. Quiere sentirse a sí mismo, exigirle vitalidad a la vida que se le acaba, en fin, quiere parar el tiempo. O quiere cambiar de tiempo. Vaya usted a saber. Nada que objetar al respecto, cada cual se enfrenta a la muerte como puede o como le dejan. Unicamente dos objeciones. Una, respecto al campo donde despliega toda está energía: la política, mejor dicho, la política de los profesionales del poder, que no tiene nada que ver con la política tal y como leemos, pongamos, en los textos de Aristóteles. La política, diría el estagirita, como el arte de lo posible dentro de lo que nos es común no se merece que un senior la trate así. Lo que nos diferencia, continuaría el griego, tiene su campo de acción en la ficción creativa. Dos, que no utilice nunca retrovisor en el despliegue de sus andanzas y palabrería de caballero andante de tan triste figura. Y que, en lugar de gritar y fanfarronear, no respires el aire de las ideas que has escuchado y escuchas, que sería el testamento que deberías dejar al mundo y a tus nietos. Muy al contrario, vive sumergido en la velocidad de los twits de 140 caracteres. Como los de veinte, ha vendido su alma y su inteligencia al diablo escondido en las entrañas de un smartphone. Si te preocupa lo que ha de venir, le digo, tú y tus nietos tenéis el mismo futuro que los caballos o los bueyes, cuando fueron sustituidos por los coches y los tractores. El mundo está mal hecho, cierto, pero tú deberías enseñar a tus nietos que es hora de que corrijamos la manera como se encarna esa deformación en cada uno de nosotros mismos, enfrentándonos, de paso, al desquiciamiento que eso nos produce. Lo que te quiero decir, y que a tu edad deberías saber, es que, en contra de nuestros anhelos juveniles de perfección, la verdad es que solo estamos hechos de correcciones.

jueves, 15 de junio de 2017

LOS ANTIMODERNOS


ESPACIO PARA EL EVENTO O PARA EL PENSAMIENTO

A mi como moderador de club de lectores adultos nunca se me ha ocurrido ver a los lectores que han asistido de otra manera que como lo que se les supone que son dentro de la "normalidad" vigente, a saber, adultos, inteligentes, sensibles y con una falta total, o casi total, de competencia para manejar sus sentimientos dentro del campo de la ficción donde entran. Ello les obliga a protegerse detrás de diferentes máscaras de altivez, soberbia y vanidad, que los alejan de continuo de la honestidad y la humildad necesaria que los coloque ante el dialogante "yo solo se que no se nada". Muy al contrario, se acaban regodeando con el duelista "yo se de que va esto". Lo que nunca se me ocurre pensar es que son adolescentes malcriados y consentidos, para entendernos, como alumnos de cuarto de Eso, aunque sus disfraces me inviten permanentemente a tratarlos así.

Un club de lectores adultos se puede concebir de dos maneras. Una, como el espacio de un evento, como ocurre en la mayoría de los casos. Dos, como un espacio de pensamiento, como sería deseable, a mi entender, que ocurriera. Quien asiste al evento no pierde un ápice de su autoconciencia de totalidad, de creer que no depende de nada ni de nadie, ni de estar adscrito a alguna idea de trascedencia, muy al contrario, el evento le refuerza aquella imagen que tiene de sí mismo. Doy fe de que, de una forma más esperpéntica que otra, casi todos lo lectores acaban poniendo sus reales sobre la mesa como estilo de esa autoconciencia respecto a lo que han leído. Quien asiste a un espacio de pensamiento, sin embargo, sabe que la experiencia le puede cambiar la vida. Y acepta el riesgo. Son dos maneras de ser y acontecer incompatibles. Sus diferencias no son de grado, sino de naturaleza. Del libro que nos convoca, hay tantos libros como lectores asistan si la convocatoria es a un evento, o hay tantas lecturas como lectores asistan si la convocatoria es a un espacio de pensamiento. En consecuencia el moderador debe saber, primero, como quiere concebir el club de lectores adultos que quiere moderar, y, segundo, que narradores pueden y deben visitarlo. La ilusión de que puedan convivir ambos modos de compartir la lectura, y, en consecuencia, que el moderador deba de tratar de elegir narradores que sirvan tanto para los lectores del evento, como para los lectores del pensamiento, es la traslación mecánica de los intereses de la industria editorial (modas, promociones, tendencias) a los del club de lectura, convirtiéndolo así en su apéndice. Sí coinciden de hecho en el caso de que el club de lectores de adultos se conciba como un evento (tantos libros como lectores de un mismo libro), pero no en el del club de lectores de adultos concebido como un espacio de pensamiento (tantas lecturas como lectores de un mismo libro). En el espacio de pensamiento se trata más con los libros necesarios, que nos hablan en voz baja desde tiempos inmemoriales. En el espacio del evento se trata más con los libros que determinan las modas, tendencias y promociones del presente en las campañas publicitarias.

A mi entender, para aprender a leer, para poner en práctica y desarrollar nuestro pensamiento narrativo, lo más idóneo es tratar, una y otra vez, con las obras narrativas clásicos, ya sea en formato corto o largo. Ahí está todo lo que hay que aprender y la brillantez del pensamiento que lo sustenta, que es lo que hemos heredado, que es lo que tiene todo el valor de las múltiples lecturas a lo largo de su historia, que es lo que no padece la servidumbre coyuntural del precio de las tendencias, modas o promociones del mercado. La fuerza que trasmiten y el misterio que nos embarga, sin abandonarnos, una vez leídas, forma parte de nuestra naturaleza como seres mortales. Eso es lo que significa la lectura adulta, hacer sensibles y visibles las distintas formas que nos consuelan y nos advierten del sentido de esa naturaleza nuestra. La función del moderador debe ser, por tanto, guiar sin adoctrinar a los lectores desde su opinión primera hacia la verdad oculta del relato, dándoles lo necesario para que esa transformación suceda, y sabiendo que los protagonistas de ese camino son ellos. Las innovaciones o las nuevas voces narrativas, poco a poco, y sin que nos hagan olvidar, o mejor dicho, siempre que nos vuelvan a recordar de forma renovada lo "poco" que somos y todo lo que ignoramos e ignoraremos siempre.


No se trata, como les complace a los sofistas y predicadores, de oponer en un cuadrilátero al púgil evento contra el púgil pensamiento. Ni de enfrentar a la supuesta alegría de vivir que tiene el espacio del evento contra el tufo funerario que despide el espacio de pensamiento. Todo, evento y pensamiento, se dan al mismo tiempo en la experiencia vital de cualquier ser humano actual. Se trata más bien de la ejemplaridad que de uno y el otro se desprende. El ejemplo supremo de una vida dedicada al evento es Donald Trump, que ha llegado a ser presidente de los Estados Unidos de América. Nadie quiere parecerse a Trump, pero todo el mundo vive como él, aunque con menos dinero, en la pomada del evento. Ejemplos de vidas dedicadas a la divulgación del pensamiento hay muchas, elijo una muy conocida por todos, Fernando Savater. Tiene muchos lectores porque su voluntad pedagógica trata de ponérselo fácil, pero luego casi todos - también doy fe sus palabras al respecto - siguen el ejemplo de Trump. Es decir, no quieren cambiar su vida pensando, sino sotbrevivir en "lo que hay" asistiendo, como saltimbanquis, de evento en evento. Lo cual me lleva a pensar que aprender no tiene que ver con lo fácil, sino con lo difícil y complejo. Y que lo difícil y complejo tiene que ver con el valor y el coraje que se ponga en el empeño, cualidades que no se necesitan para asistir a un evento y otro evento y otro evento, pero que son imprescindibles si queremos entrar y quedarnos y compartir y dialogar y escuchar y aprender a ser competentes con nuestros sentimientos y entre los sentimientos ajenos, en fin, en un espacio de pensamiento narrativo o de ficción.

miércoles, 14 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 9

EL TERCER Y ÚLTIMO CONTINENTE
Es fácil y, de nuevo, tentador - como has podido comprobar, este sentimiento ha sido constante en mi durante la Lectura de los nueve cuentos de Jhumpa Lahari - sentar a los protagonistas del cuento en el diván y pasarles por encima la plantilla de los valores occidentales, quedando por todo ello, una vez más, perfectamente autocomplacido. Lo que ocurre con esa forma de leer, frente a la forma de escribir de Lahari, es que llega un momento en que el espejo en que he convertido al cuento deja de responder al lector diciéndole que es el más guapo del mundo que hay por debajo del Himalaya. Muy al contrario, la lectura de éste último cuento ha sido como el examen de lo que el lector ha aprendido con la lectura de los otros ocho. El título ya lo dice todo. Alguien en primera persona, cuyo nombre no desvela en todo el relato, recuerda su vida desde la atalaya que le proporciona haber llegado a una dorada madurez, después de haber estado viviendo en el continente asiático, donde nació, en el continente europeo, donde recaló cuando dejo su casa natal por primera vez, y en el continente norteamericano, donde fundó su familia y consolidó su vida profesional. Leído así, sin más, pudiera pensarse que las expectativas que levanta ante el lector, digamos, de corte occidental serían las del relato del hombre hecho a si mismo, el self made men, que es uno de los paradigmas del relato individual más persistente en la civilización laboral y familiar en Occidente, que ilustra, además, sobre las capacidades que tenemos los que vivimos en esa cultura de presentarnos narrativamente en sociedad. Todo quisque por estos pagos, occidentales me refiero, tenemos interiorizado, bien es verdad que unos más que otros, que a través del sacrificio y del esfuerzo, bien es verdad que en unas latitudes más que en otras, se escapa de la pobreza y se sube a la cima. La vida de ese self made men se reduce, por tanto, a superar obstáculos, todos los obstáculos imaginables, para conseguir la meta absoluta. Nada se dejará por el camino, ni había otras cosas por el camino. La complejidad del mundo ha sido conveniente pulida y descarnada, para que ese relato, y su narrador, caminen sin interrupción hacia su propósito.

Pues no. Nada de eso hay en este relato de un hombre al que no se le puede negar, tal y como le oigo que me cuenta su vida, que no haya conseguido todo lo que se ha propuesto. Todo, y no sin esfuerzo y sacrificio. Uno tiene la sensación de que ese "todo" se fundamenta en que, a través de los tres continentes no ha hecho, porque no estaba ni en la mente ni en la conciencia del Narrador, carrera, sino camino, que viene determinado, antes que por lo que se imagina, por lo que se encuentra que, al fin y a la postre, es lo que le proporciona sentido a lo que cuenta. En ese camino hay mojones de obligado cumplimiento, por ejemplo, la boda con su mujer, Mala. Y hay claros que aparecen en el bosque que se notan, por ejemplo, en la dedicación y esmero con que el Narrador cuenta, muchos años después, un hecho aparentemente trivial, como es la breve relación que tuvo con la señora Croft, centenaria de ciento tres años, que le alquiló el piso en la ciudad de Cambridge, cerca de Boston, mientras esperaba la llegada de su esposa de Calcuta, con la que se había casado, como no, por conveniencia de sus progenitores. Es esa admiración y veneración por el misterio que arrastra la vida, mediante su despliegue y duración sobre la Tierra - antes que lo que pueda vislumbrar desde la cima conquistada o la decepción del fracaso por no haberlo conseguido - el relato que elige este narrador para salir y presentarse al mundo, y para contárselo a su hijo cuando éste ha llegado a la edad de poder escucharlo, aunque no de comprenderlo.

"Me gusta pensar que aquel momento en el salón de la Croft fue el instante en el que la distancia entre Mala y yo empezó a acortarse. Aunque todavía no estábamos enamorados, me gusta pensar en los meses posteriores como una luna de miel. Juntos, exploramos la ciudad y conocimos a otros bengalíes, algunos de los cuales siguen siendo amigos nuestros". (...)



"Siempre que recorremos ese trayecto, me empeño en coger la avenida Massachussets a pesar del tráfico. Ya apenas reconozco los edificios, pero cada vez que paso por allí me traslado de inmdiato a aquellas seis semanas, como si no hubieran pasado años desde entonces, y reduzco la velocidad y señaló la casa de la señora Croft y le digo a mi hijo: 'En esa calle está la que fue mi primera casa en Estados Unidos. Vivía con una mujer que tenía ciento tres años'. '¿Te acuerdas?', pregunta Mala, y sonríe tan asombrada como yo de que hubiera un tiempo en que éramos dos desconocidos. Mi hijo siempre expresa su perplejidad, no por la avanzada edad de la señora Croft, sino por lo poco que pagaba de alquiler, un hecho que para él es casi tan inconcebible como lo era, para una mujer nacida en 1866, que una bandera estadounidense ondeará en la luna".

martes, 13 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 8

EL TRATAMIENTO DE BIBI HALDAR
Una vez leído el cuento es muy tentador exponer al quien me quiera oír, pongamos, en un club de lectura, toda la batería de sentencias morales que tengo siempre a punto en la mochila, cuidándome muy mucho de ocupar, al hacerlo, ese lugar que me identifica de inmediato, ante los ojos ajenos, en el lado de los buenos o de los débiles o de las víctimas. La vida que lleva Bibi Haldar entre sus malvados primos me lo pone fácil. Es algo así, para entendernos, como una cenicienta de tercera división, pues además de no ser pobre entre ricos, sus primos son unos pringaos, solo aspira a que alguien, no como un príncipe azul, sino como otro cualquiera le haga caso. Además es fea y padece la enfermedad de la epilepsia, lo que acentúa su soledad y la posibilidad de quedarse soltera para siempre. Las vicisitudes de estas vidas lo cuenta un "nosotras", que remite al grupo de vecinas ricas pues, así lo dicen, tienen sirvientes, que observan todo desde los alrededores donde malvive Bibi Haldar y su parentela. Es esta puesta en escena la que, sin embargo, me advierte que seguir el impulso fácil de aquella tentación primera no me llevará a ningún sitio de interés. Me puede llevar, todo lo más, a llenar los huecos de mi complacencia, lo cual tiene un interés que se enrosca como una serpiente alrededor de la tentación. En resumen, que por ese camino no salgo de casa, ni veo más allá que a mí mismo. 

Así que decidido, primero, a no dejarme llevar por esos impulsos y, segundo y más importante, a tratar de entender algo de lo que me contaban de verdad esas vecinas ricas, me di cuenta de que esa distancia entre el "nosotras" y la protagonista no era económica ni de casta, sino la dimensión y la sustancia propia del relato, que además me señalaba el lugar y el tiempo que debía ocupar para oír la conversación que entre las unas y la otra mantenían. Lo que hice fue, por tanto, quitarle al lenguaje del relato la apariencia de noticia sociológica mediante el que mis impulsos alicortos primeros querían apropiarse de las peripecias de Bibi Haldar, para decir, a continuación, a quien me quisiera oír, pongamos, en un club de lectura: yo solo sé que no sé nada, por eso he venido hoy aquí. Esa ha sido mi experiencia más interesante, en tanto en cuanto leer es una experiencia con el mundo en el territorio del lenguaje.

Luego empecé a entender que las palabras del "nosotras" y Bibi Haldar no se daban lugar, o no se inscribían, en la historia social y política de la India actual, como si era el caso de los primos de la protagonista. Y que si no tenían que ver con esa historia, tampoco con las palabras del lenguaje que se encarga de su propaganda. Lo que me hizo pensar que las palabras que utilizan el "nosotras", lejos de ser las de un predicador o vendedor de crecepelo, trataban de restaurar el tiempo anterior al tiempo histórico, que es donde vive Bibi Haldar, una mujer, como tantos otros, que fuera de ese tiempo histórico, excluyente, imperioso e imperativo, reclaman la dignidad propia por el simple hecho de estar vivos, no en su sociedad, pero si en el mundo. Al final, Bibi Haldar consigue que alguien desconocido haga justicia con ella dejándola embarazada. Lo que supuso, como había diagnosticado uno de los médicos que la atendió, la inmediata curación de su enfermedad epiléptica. Y que es narrado por el "nosotras" como una experiencia de plenitud por parte de la protagonista, Bibi Haldar, fuera de los avatares chuscos familiares que la han rodeado.

lunes, 12 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 7

ESTA BENDITA CASA
Con estas palabras comienza el cuento:
"Encontraron la primera en un armario de la cocina, junto a una botella de vinagre de malta sin abrir.
Mira lo que he encontrado
Twinkle entró en el salón, lleno de punta a punta de cajas de embalaje cerradas con cinta adhesiva, agitando el vinagre en una mano y una efigie de Jesucristo, de porcelana blanca y más o menos del mismo tamaño que la botella de vinagre, en la otra.

Una pareja de casados por conveniencia, indios de la India en distintas fases o momentos de occidentalización o desorientalizacion, según se mire a ella, Twinkle, o a él, Sanjeev, se trasladan a su nuevo piso cerca de Massachusetts. Mientras limpian y pintan la casa que han comprado, Twinkle empieza a descubrir imágenes del culto cristiano, que, digamos, le hacen gracia y a él, digamos, que le molestan porque ellos no son cristianos. "No, no somos cristianos - concedió ella, encogiéndose de hombros -. Somos hindúes buenos y obedientes". ¿A qué o a quien? ¿A sus padres? ¿A la religión indú como industria e institución? No lo parece si observamos sus currículum intelectuales. Sanjeev, ingeniero del MIT, totalmente integrado en la cultura occidental de ganar cuanto más dinero mejor. Twinkle está acabando su tesis doctoral sobre un poeta irlandés. Dos "digamos" que responden no tanto al núcleo duro de sus creencias, como, más bien, puestos a servicio del sentido del relato en el que están inmerso y al que pertenecen. Como en todo matrimonio de conveniencia el amor no existe tal y como se entiende en los matrimonios convenientes (?) de forma explícita, lo que no quiere decir que no se le espere. De hecho, pienso que el cuento trata de eso, como van surgiendo los sentimientos entre Twinkle y Sanjeev, llámese amor o como se quiera, en la forma y las condiciones más imprevisibles y nada habituales. 

Para ello la voz narradora imagino que se coloca en la estela del saber patónico. Lo que no es pobre no tiene que ser necesariamente rico, y lo que no es rico no tiene que ser necesariamente pobre. El amor si busca la belleza no puede decirse que sea bello, pero tampoco es feo; si busca la bondad no puede decirse que sea bueno, pero tampoco es malo. Por tanto, el amor no es bello ni bueno ni verdadero, pero tampoco es lo contrario. El amor entre los seres humanos no es rutilante, tal y como estamos acostumbrados a que nos lo presenten en los relatos habituales, susceptible de perder ese brillo por desgaste o degradación, pero siempre con la posibilidad de volver a empezar con otro amor rutilante. La arrogancia y soberbia occidental. El amor entre los seres humanos más bien carece de algo, y en la medida en que carece de algo busca. Esa otra cosa que busca, no depende exclusivamente de los amantes, que son tipos incompetentes para hacerse cargo de la rutilancia del amor. En eso consiste, pienso yo, la peripecia de Twinkle y Saanjeev.

He aquí algunas palabras de las últimas páginas del cuento, cuando están celebrando con los amigos la inauguración del piso que han comprado:
¿Lo tienes, Twinkle? - preguntó a alguien desde el desván.
Sí, ya podéis soltarlo.
Entonces Sanjeev vio lo que sujetaban las manos de su mujer: un busto de plata maciza de Jesucristo, cuya cabeza triplicaba el tamaño de la suya (...) Si, lo odiaba. Odiaba su enormidad, y la perfección de su superficie lustrosa, y su innegable valor. Odiaba que estuviera en su casa y que fuera suyo. A diferencia del resto de objetos que habían encontrado, aquel busto trasmitía dignidad, solemnidad, incluso belleza. Pero, curiosamente, esas cualidades hacían que lo odiara aún más. Lo odiaba, sobre todo, porque sabía que a Twinkle le encantaba.



Ser unos indios buenos y obedientes, no significa que al abrazar la estatua de Jesucristo crean en lo que significa para los creyentes cristianos, al igual que Sanjeev no haya descubierto la belleza de Twinkle, no significa que no pueda estar a su lado. En verdad, no sabemos porque estamos en el mundo, más bien dedicamos nuestra vida a saberlo, a buscar lo que nos falta. Así dejamos caer, o rasgamos, el velo de la falsedad con nos cubrimos y nos protegemos frente a la vida y los demás, de forma inopinada, con lo que tenemos a mano en cada momento.

viernes, 9 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 6

EN CASA DE LA SEÑORA SEN
La verdadera protagonista del cuento es, a mi entender, la madre del niño, Eliot, y el auténtico narrador es Eliot, mediante un voz interpuesta en tercera persona. Este es el artificio que utiliza la autora con la intención de hacerle al lector la siguiente pregunta, ¿para que sirven los niños? Una pregunta más misteriosa e incisiva, que la sociológica y llena de falsa evidencia, ¿para que sirven los padres? Traemos hijos al mundo como hacen el resto de los animales, cierto, como ellos sabemos el cómo hacerlo, sin duda, pero, ¿nos preguntamos por qué lo hacemos, y para qué lo hacemos? No es tan evidente. Sin embargo, son las dos preguntas que nos diferencian de los animales en estos asuntos de la reproducción, las que nos hacen genuinamente humanos. Son preguntas vinculadas al dolor de la existencia humana, la única existencia que se puede hacer preguntas sobre lo que siente. Son preguntas, por tanto, hechas desde el sentimiento del dolor y que piden consuelo y curación. No evidentemente al estilo de lo que hace el padre de Eliot, desapareciendo de su vida y de la de su madre. Sino tal y como reclama nuestra atención la madre de Eliot, que tiene que recorrer cada día más de ciento cincuenta kilómetros para mantener el hogar donde vive con su hijo.
"Se enteraron de la existencia de la señora Sen gracias a un anuncio escrito con bolígrafo, con caligrafía muy pulcra, en un tarjetón expuesto en la puerta del supermercado: 'Esposa de profesor universitario, responsable y cariñosa, me ofrezco para cuidar niños en casa'. La madre de Eliot habló con ella por teléfono y le dijo que las anteriores niñeras se desplazaban a su casa. 'Eliot tiene once años. Puede comer y entretenerse solo; únicamente necesito que haya un adulto en casa por si pasa algo'. Pero la señora Sen no sabia conducir".

¿Para que he tenido a mi hijo, si no puedo estar con él durante todo el día?, es una pregunta que imagino no deja de hacerse la madre de Eliot. Una pregunta que no tiene respuesta pero que tampoco deja de segregar la angustia que esa sensación de vacío le produce. Y no puede ser de otra manera, ya que Eliot no es un problema que debe tener una solución, ni es un vacío que no signifique nada. Eliot es una vida humana que, como todas las vidas humanas que comienzan, "no sé qué hago en el mundo, pero de momento lo que quiero es que me cuiden" (¡forastero!, no estés tan seguro). Lo que pasa es que Eliot no sabe cómo decírselo a su madre. Es ésta la que tiene que averiguarlo. Pero, ¿cómo puede cuidar a Eliot, si no es capaz de responder a la pregunta, para qué le sirve su hijo? Así que mientras tanto, lo deja en casa de la señora Sen.

La pregunta se puede entender mejor si digo que para que sirve un niño no tiene la misma significación que la pregunta para que sirve un coche, y si similar a la pregunta para que sirve un libro. Los tres, niño, coche y libro, necesitan cuidados, pero el amor que somos capaces de profesarles se encarna de manera totalmente diferente. De ahí la pertinencia de la pregunta, ¿para que sirve un niño? Imagino que para el padre de Eliot, un niño sirve menos que un libro y mucho menos que un coche. Sin embargo, para la madre de Eliot, un niño, su hijo, es lo que más vale, pero no tiene donde dejarlo. Por eso antes de seguir aparcándolo en el garaje (lo que lo convertiría en un coche) o en la estantería (lo que lo convertiría en un libro) de la casa ajena de los Sen, opta por otorgarle la mayoría de edad por adelantado. Le da una llave y le dice que ya puede entrar el sólo en casa cuando vuelva del colegio. Probablemente la madre de Eliot no sabe responder, como todos lo padres y madres, a la pregunta de para que sirve su hijo. Tal vez sea una pregunta inhumana. Pero lo que si tiene claro es que ella no le va a impedir que llegue a ser un ser adulto. O tal vez la respuesta a para que sirve un niño, Eliot, sea esa, para que llegue a ser un hombre adulto, y que tenga la posibilidad de volver a preguntarse para que sirve un niño, su hijo, y después de no saber que responder durante un tiempo, responda para que llegue a ser un hombre adulto. Etc.



¿Que ha aprendido la madre de Eliot - lo que pienso que le calma el dolor por pensar que abandona a su hijo y le impulsa a tomar la decisión de darle la llave - mientras ha ido a casa de la señora Sen? ¿Que he aprendido yo como lector?, lo cual tiene que ver con el cómo me ha mostrado la voz narradora lo que quería decirme. Que tener un cuerpo adulto no se opone a tener una mente infantil. Y al revés. Que su amor por Eliot, lejos de ser ideal, es verdadero. Y, en consecuencia, que ella, antes que ser la madre de todas las madres (frase hecha que repiten todas las madres, a falta de otros pensamientos), lo que ha hecho, al parir a Eliot,  ha sido meterlo entre las luces y sombras del mundo. Menos romántico pero más auténtico, mientras lo tenga bajo su custodia.

jueves, 8 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 5

SEXY
Las palabras de la literatura no sirven para nada pero te pueden cambiar la vida, cuyas palabras valen lo mismo para un roto que para un descosido, por eso no cambian nada. Lo que le ocurre a Miranda y los otros protagonistas en este cuento pertenece enteramente a su ámbito narrativo, por mucho que el lector tenga la tentación de hacer una traslación mecánica al ámbito de la vida, dado lo habitual que es encontrarse aquí casos similares a los que protagonizan en el cuento. Es un cuento de ficción en el que se representa, por decirlo así, como la literatura te puede cambiar la vida. O dicho de otra manera, en que medida y hasta que punto lo es de forma inadvertida, la literatura vive en la vida, y al revés.

Una manera de combatir aquella tentación sea tomar conciencia de la manifiesta contradicción que nos abraza entre, por un lado, la imposibilidad se hablar de nosotros mismos de una forma satisfactoria, también para quien escucha, y, por otro, la absoluta necesidad de hacerlo. Ello induce a sospechar una cierta complejidad y tozudez en el asunto, ante las que no son competentes, a mi entender, las palabras de la vida y su chusco valor de cambio, que antes he mencionado, moviéndose como lo hacen, como si fuéramos unos vulgares trileros, ora entre rotos ora entre descosidos. Por lo tanto, nunca podremos entender los asuntos de la vida con las palabras de la vida, es decir, de una forma directa o frontal. Solo nos queda la forma indirecta, la de las palabras de la literatura, esas que no sirven para nada pero te pueden cambiar la vida, que no significa otra cosa que tratar de llegar a entenderla en toda su amplitud y complejidad. 

"Sexy significa enamorarse de alguien que no conoces". Es lo que le responde Rohin a Miranda, pidiéndole que le guarde su secreto.
"Es lo que hizo mi padre - continuó Rohin -. Se sentó al lado de una chica que no conocía, una chica sexy, y ahora está enamorado de ella y no de mi madre". La ambigüedad de la respuesta para el lector y la protagonista adultos, aunque sea literal para el niño, coloca a la frase por méritos propios, en el campo de la ficción o de la literatura. Y hace que, de repente, Miranda entienda - al mismo tiempo que el lector- lo que le está pasando, el lugar que ocupa, en su relación con Dev, casado como el padre de Rohin, y que también le dijo sexy bajo la esfera del Maparium de la ciudad de Boston. Entonces se excitó al oír las palabras de Dev, digamos, de la vida. Ahora, al escuchar las palabras de Rohin, digamos, de la literatura, el efecto ha sido muy otro, Miranda se quedó petrificada. 

La única tregua que nos concede la vida es que, a partir de cierta edad, nos hace creer que sabemos las cosas que tienen importancia y las que no, con lo que evitamos como sea autoanalizarnos públicamente. Sin embargo, para la literatura las cosas comienzan precisamente ahí, cogiendo el testigo de ese sujeto que se cree que ya lo sabe todo e invitándolo a entrar en el amplio territorio de su ignorancia que, aunque le parezca increíble, tiende a infinito.

miércoles, 7 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 4

UN DURWAN DE VERDAD
Es un cuento sobre la verdad de las mentiras. Sobre lo que estamos dispuestos a creer y sobre lo que no. Sobre nuestro infantil deseo de que nos engañen con una cuchufleta. Sobre el queremos saber por qué nos pasa lo que nos pasa sin que nos digan de verdad lo que nos pasa. Sobre el desprecio con que reaccionamos contra quien nos ha estado contando y, de repente, nos hemos cansado de él. Sobre nuestra incapacidad de escuchar nada que no sean nuestras propias mentiras. Sobre nuestra capacidad para traicionar todo lo que se mueve con tal de que nos sigan contando las mentiras que queremos oír, con tal de mantener alto el deseo de que nos engañen una vez más. Mentiras como puños como si fueran verdades absolutas. Para ello cambiamos de Narrador cuando haga falta, es decir, vendemos a nuestra madre, la primera e insustituible Narradora, esa que nos dio la vida, nos enseñó a andar y nos puso en contacto con las primeras palabras de esa vida que comenzaba su andadura. Es decir, traicionamos el sentido fundacional de aquellas primeras palabras, dando pábulo a la promesa de las palabras nuevas que anuncian un futuro inexistente. Rompemos la cadena de significación del lenguaje que hemos heredado (perdón por la pedantería), dejándonos llevar por las palabras del primer vendedor de crecepelo que se cruza en nuestro camino. Así es  nuestro pertinaz carácter que determina nuestro avieso destino. 

¿Es cierto lo que dice Boori Ma? ¿Quien lo puede saber? Nadie ¿Es verdadero lo que dice Boori Ma? ¿Quién lo puede saber? La voz narradora que nos cuenta sus peripecias. ¿A quien le importa lo que nos cuenta de Boori Ma? A mi, como lector, que he hecho el esfuerzo de entrar en el texto y buscar allí un hueco para tratar de  escucharla y entenderla. Y al señor Chatterjee que "no había bajado de su balcón ni abierto un periódico desde la Independencia, pero a pesar de eso, o quizá precisamente por eso, sus opiniones siempre eran tenidas en gran consideración. Repetía como un estribillo que "Boori Ma miente más que habla, pero es una víctima de los nuevos tiempos".

Con su actitud y sus palabras el señor Chatterjee diece lo que han dicho simple los inquisidores, que las novelas y los cuentos todos ellos mienten ofreciendo una visión falaz de la vida. Con su actitud y sus palabras la voz narradora de este cuento les da la razón al señor Chatterjee y a los inquisidores del mundo en lo de que las novelas y cuentos mienten, pero no en que lo que hagan ofreciendo una visión falaz de la vida. Aquí los grandes y perniciosos mentirosos son el señor Chatterjee y los inquisidores del mundo. Peor aún, no solo mienten sino que imponen su mentira por imperativo de los nuevos tiempos, aprovechando que su opinión es siempre muy tenida en cuenta. Es decir, que la verdad del inquisidor Chatterjee, que no se ha movido del balcón de su casa, es más convincente que la mentira de Boori Ma, que ha experimentado todo tipo de goces y penalidades a los largo de su vida. La traición de la que hablaba al principio se ha consumado entre los vecinos del inmueble. Yo, como lector, que he estado a su lado, doy fe de que se han equivocado. Se han dejado llevar, como en tantas ocasiones, por la estulticia narrativa del señor Chatterjee traicionando la brillantez de Boori Ma, de la que ellos mismos reconocieron que era una estupenda narradora, y lo importante que eso era para sus vidas cotidianas. Todo a cambio de lo que el señor Chatterjee "Finalmente dijo: Boori Ma miente más que habla. Pero eso no es nada nuevo. Lo nuevo es la fachada de este edificio. Lo que necesita un edificio como éste es un durwan de verdad".

martes, 6 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 3

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR
La experiencia del dolor es una forma del aprendizaje, aunque en la etapa actual de nuestra cultura, en la que el ser humano ha tomado conciencia de sí mismo como totalidad - o dicho de otra manera, que cree que solo depende de si mismo - no admite como antes integrarse en Algo Más Grande que él (cosmos) que lo transciende. Es decir, no admite que nada ni nadie lo pare, como muy bien le recuerdan cada día los anuncios publicitarios, verdaderos arquitectos de la forma de construir y entender hoy la cultura. Del dolor ese imaginario cultural vigente acepta su existencia, al igual que la del tiempo. Pero así como respecto a éste no tolera su finitud o acabamiento, de ahí su insistencia en vender juventud eterna, respecto al dolor no acepta que no sea un mal irrestañable de la naturaleza humana, que, a su vez, se presenta como un organismo inacabado, que no hay cremas ni liftings que lo remedie. Todo lo cual en si es la experiencia del dolor más radical. 

El encuentro casual que protagonizan el señor Kapasi y la señora Das, deja ver, mediante las acertadas mañas de la voz narradora, las maneras de relacionarse cada uno con el dolor que los aqueja. También, y sea tal vez lo más importante del cuento, el lugar que, debido a esa relación, cada uno ocupa respecto a eso que no son ellos y que llamamos mundo. Los dos tienen en común su falta de competencia, o pericia, para enfrentarse a lo que tanto los aflige. Son, digamos, dolientes pasivos, cuyo dolor es el resultado de las circunstancias o de los reveses de la fortuna. Los dos son conscientes de ello y a los dos les falta valor para salir de las situación que les causa ese dolor. Hasta aquí lo común y previsible que hay en sus conductas. Pero así como el señor Kapasi admite que forma parte de algo más grande que él, y su dolor no puede contemplarlo fuera de esos límites, la señora Das no cree que haya más allá de ella misma, por lo que lo único que quiere es que el dolor que padece desaparezca. Si ella no puede o no sabe, que lo haga un experto, como manda el precepto y protocolo de la cultura a la que pertenece. El señor Kapasi, talmente. Siendo esta actitud de la señora Das, la de confundir al intérprete del dolor con un curandero o psicólogo, la que hace que su dolor, al fin y al cabo, no sea de grado diferente al del señor Kapasi, sino de naturaleza distinta. Justamente de la misma a la que pertenece la cultura de donde procede, la que le ha hecho creer que no tiene nadie ni nada que la pare. La que, sin embargo, ha acabado por esclavizarla, haciéndole perder su humanidad frente a los dilemas permanentes de lo humano demasiado humano. Algo que no le ocurre al señor Kapasi, al menos en su capacidad imaginativa - último baluarte de la libertad humana -, si nos fijamos en como calcula, lo que es un fiel reflejo de su visión del mundo y del lugar que ahí ocupa, el tiempo en que tardará en recibir la carta de la señora Das.
-¿Cuando regresan a Estados Unidos? - le preguntó tratando de aparentar tranquilidad.
-Dentro de diez días.
Hizo los cálculos: una semana para readaptarse, una semana para revelar las fotografías, unos cuantos días para redactar la carta, dos semanas para que llegue a la India por vía aérea. Según ese programa, y contando con se produjera algún retraso, tardaría aproximadamente seis semanas en recibir noticias de la señora Das.

lunes, 5 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 2

CUANDO EL SEÑOR PIRZADA VENÍA A CENAR
Lo que primero le preguntaría a Lilia, la Narradora protagonista del cuento, sería, ¿cuál es la diferencia entre que me cuentes cómo pasó y que me cuentes como te pasó? Es más que probable que, tal y como he leído sus palabras, ella me contestara: la misma que hay entre periodismo y poesía. O entre la primera metáfora sin la que tu y yo no nos lanzaríamos al mundo cada mañana y la segunda metáfora, lo que yo he escrito en el cuento que tu has leído, mediante la que yo narradora y tu lector tratamos de saber, primero, el lugar que ocupamos en el mundo y, segundo, desde ahí tratar de entenderlo. Entre medias todo el miedo que no controlamos y todo el valor y coraje de que seamos capaces de poner de forma cómplice sobre la mesa, para que aquel miedo no nos paralice. ¿Por qué te cuento este episodio de mi infancia? ¿Qué me afectó tanto, y de forma tan decisiva, que me ha hecho como soy ahora, cuando lo recuerdo? ¿O, más bien, lo recuerdo para entender cómo soy ahora, que es cuando he decidido ponerme a contarlo? ¿Qué diferencia hay entre recordar lo que  creo que sucedió antaño y recordar para tratar de saber cómo soy hogaño? Repito, la misma que hay entre periodismo y poesía.  

¿Qué papel tienen los objetos que utilizas en el cuento, pues a mí como lector me ha parecido que no tienen una mera función ornamental, ya que si fuese así el cuento se esfumaría en su simpleza expositiva? 

Los caramelos, como mi objeto de enlace con el señor Pirzada, las cenas como objeto de unión entre mis padres y el señor Pirzada, y la TV, como objeto de enlace del señor Pizarda con su familia en Daca, proponen al lector, te proponen a ti, de forma continua que compongas una imagen de la ausencia como algo que acoge el sentido de lo que cuento, como una presencia activa y ambigua, siempre inacabada. Como bien dices, no son un decorado, ni adornan mis sentimientos, ni los de mis padres o los del señor Pirzada. En ningún caso se debe leer como un relato concluido y concluyente, teñido de nostálgica desde la primera hasta la última línea. He tratado de que los objetos, los caramelos, las cenas y la TV fundamentalmente, cumplieran su misión como personajes no humanos o inanimados pero con los mismos propósitos e intenciones que los personajes con alma, el señor Pirzada, mis padres y yo misma. He tratado de que objetos y personajes se comprometieran conjuntamente, pero cada uno con su responsabilidad, en la acción narrativa del cuento. Es la única manera de que los objetos no sean un decorado o un escenario, y los personajes no sean estandartes portadores de algún tipo de moralidad excluyente. Lo he debido conseguir si, como me dices, al leer el cuento no se te ha caído de las manos como un panfleto, sino que se aguanta con entereza como una pieza literaria.

viernes, 2 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 1, libro de Jhumpa Lahiri

Un libro compuesto por nueve cuentos, dónde sus personajes buscan la felicidad y se dan de bruces con la vida. Ergo, la felicidad no tiene nada que ver con aprender a vivir la vida, pues la volátil trasparencia con que nos empeñamos en desear aquella no encaja en la firme y oscura complejidad con que tozudamente se nos presenta ésta.

UNA ANOMALÍA TEMPORAL
Tres Apagones de la vida en el momento crucial en que sus protagonistas puede que estemos pensando en qué es eso de estar vivo. Pues la biología, que sigue su imperial mandato, no acredita nada sobre lo que es, o no es, o pudiera haber sido, la existencia humana. Un apagón exterior, imprevisto, que desencadena de forma retrospectiva los apagones interiores. Apagan la luz eléctrica de la casa por obras, y se "encienden" los apagones que sufrimos en el alma cuando entonces. Y, de repente, la luz mortecina de las velas lo ilumina. ¿Qué había iluminado nuestra convivencia durante esos años? Estar consigo mismo es tener además a otro dentro. Segundo apagón. ¿Ser madre es más que tener hijos? ¿Ser padre es menos, o es más, que ser madre? O ser madre y padre, a la vez, ¿es eso la amistad, y por extensión, el amor? ¿Qué se apaga, o que se debe comprender, si el hijo nace muerto? ¿No quedamos en que la biología, per se, no acredita, ni aporta nada a nuestra existencia humana? Al menos, cuando no estamos bajo los efectos paralizantes de esos apagones biológicos no deseados, es de lo que más alardeamos desde hace más de siglo y medio siglo de forma militante. Que somos algo más que un cuerpo, que nuestros cuerpos no son una mercancía, que basta ya de explotación y se plusvalía. Y tal. Sin embargo, de la limitación de toda esa potencia que a duras penas soportamos con recurrente indignación cada día, dan cuenta la potencia de las causas exteriores que se nos han echado encima de forma imprevista. La muerte del hijo deseado y - tercer apagón - la fuerza retrospectiva de las palabras no dichas en su momento. Pero, antes de la muerte del niño, antes de las palabras no dichas, ¿éramos una presencia activa en el alma del otro? ¿Éramos su amor, éramos su amigo? ¿Cómo se puede querer tener un hijo, como se pueden usar las palabras, sin saber si tenemos alma, eso que no es el cuerpo? Si no es así, la biología y su secuela inevitable, la mezquindad del lenguaje como ladrido, tomarán el mando de lo ocurra a partir de entonces. El fracaso es sólo cuestión de tiempo. 

La voz Narradora, que está presente y atenta a ese cataclismo inminente, quiere que sea controlado, no quiere escandaleras estériles a estas alturas, quiere que el lector aprenda algo de la voladura de esos sentimientos, pues sabe lo que da de si está profesión de aprender a ser humanos adultos. Sabe también del uso torticero que hacemos del detalle, como vulgares comerciantes que somos, con tal de no reconocer nuestros fracasos "profesionales". Le agradezco que así los elija, con sensibilidad de orfebre, en la confesión de lo que nunca nos confesamos, pues hace más soportable y visible la comprensión de la caída, y el dolor que la acompaña. Es decir, nos pone delante de la limitación que padecemos, y su aliada necesaria, la pereza, en los menesteres de esta profesión de existir consigo mismo viendo en otros. No para que diga una vez más, de forma impersonal y resignada, es lo que hay, sino, más bien, para que me de cuenta, de una vez por todas, que es mi vida lo único que puede faltar en lo que hay. Invitándome, con ello, a renovar mi amistad y amor entre los otros de forma permanente.