lunes, 19 de junio de 2017

LO OPUESTO A LA SOLEDAD NO ES LA COMPAÑÍA: ES LA IMPACIENCIA

Como ser pesimista no es lo mismo que ser un aguafiestas, ni lo contrario que ser optimista, quien sí se empeña obstinadamente en ser la alegría de la huerta. Será difícil que sigas haciendo creer a los optimistas, con los tiempos que se avecinan, que el pesimista vive al borde del abismo esperando lo peor. Hoy no hay optimistas con tanta fe, por mucho que vivan a cuenta, y del cuento, de esa imagen que se forman de los aguafiestas. Dada su apabullante mayoría, y en beneficio del planeta, durante los próximos diez años, pongamos, los optimistas se deberían dar cuenta de que el pesimista siempre ha vivido en el medio del abismo esperando lo definitivo, que no es lo mismo que lo peor. ¿Como decírselo? ¿Cómo decirles que ahí se encuentra el sitio desde el que poder imaginar la verdad, que no es lo mismo que desear apropiarse de ella? ¿Cómo decirles que no prefieres pensar de otra manera?¿Quien se hará cargo de los destrozos de su colosal y pertinaz miopía? ¿Quien los ayudará, entonces, a soportar la principal decepción de los optimistas?: no hay futuro. Lo cual no equivale a decir que la vida sea solo presente biológico, o nostálgico pasado. O que es un sin vivir, o un no poder pensar que se vive, o un no con-sentir, o un no sentir con otro, o un no sentirse un otro o en un otro. ¿Quien los exhortará a aceptar que fue la voracidad insaciable de su propio optimismo quien se comió el futuro o lo malgastó? ¿Quién estará a su lado cuando pasados estos diez años los optimistas descubran lo peor?: han sido ellos los que han estado siempre en el borde del abismo esperando lo peor, huyendo de lo definitivo. Más que miopes, han vivido ciegos. Y no se han enterado de nada. Ellos, los optimistas en la llegada de un futuro mejor, lo han aniquilado al convertir la soledad necesaria de toda espera en la comodidad chusca de una vida irresistiblemente alegre. En la que sus placeres y preocupaciones sean los disponibles y previsibles, no pensados para que ocurran tragedias, ni que aparezcan nunca sombras acechantes ni palabras o siluetas misteriosas. ¿Quien los dirá, entonces, que lo opuesto a la soledad es la impaciencia?¿Cómo dejarlos a la intemperie, con semejante ceguera bramando desesperada entre su corazón y su cerebro?