martes, 13 de junio de 2017

EL INTÉRPRETE DEL DOLOR 8

EL TRATAMIENTO DE BIBI HALDAR
Una vez leído el cuento es muy tentador exponer al quien me quiera oír, pongamos, en un club de lectura, toda la batería de sentencias morales que tengo siempre a punto en la mochila, cuidándome muy mucho de ocupar, al hacerlo, ese lugar que me identifica de inmediato, ante los ojos ajenos, en el lado de los buenos o de los débiles o de las víctimas. La vida que lleva Bibi Haldar entre sus malvados primos me lo pone fácil. Es algo así, para entendernos, como una cenicienta de tercera división, pues además de no ser pobre entre ricos, sus primos son unos pringaos, solo aspira a que alguien, no como un príncipe azul, sino como otro cualquiera le haga caso. Además es fea y padece la enfermedad de la epilepsia, lo que acentúa su soledad y la posibilidad de quedarse soltera para siempre. Las vicisitudes de estas vidas lo cuenta un "nosotras", que remite al grupo de vecinas ricas pues, así lo dicen, tienen sirvientes, que observan todo desde los alrededores donde malvive Bibi Haldar y su parentela. Es esta puesta en escena la que, sin embargo, me advierte que seguir el impulso fácil de aquella tentación primera no me llevará a ningún sitio de interés. Me puede llevar, todo lo más, a llenar los huecos de mi complacencia, lo cual tiene un interés que se enrosca como una serpiente alrededor de la tentación. En resumen, que por ese camino no salgo de casa, ni veo más allá que a mí mismo. 

Así que decidido, primero, a no dejarme llevar por esos impulsos y, segundo y más importante, a tratar de entender algo de lo que me contaban de verdad esas vecinas ricas, me di cuenta de que esa distancia entre el "nosotras" y la protagonista no era económica ni de casta, sino la dimensión y la sustancia propia del relato, que además me señalaba el lugar y el tiempo que debía ocupar para oír la conversación que entre las unas y la otra mantenían. Lo que hice fue, por tanto, quitarle al lenguaje del relato la apariencia de noticia sociológica mediante el que mis impulsos alicortos primeros querían apropiarse de las peripecias de Bibi Haldar, para decir, a continuación, a quien me quisiera oír, pongamos, en un club de lectura: yo solo sé que no sé nada, por eso he venido hoy aquí. Esa ha sido mi experiencia más interesante, en tanto en cuanto leer es una experiencia con el mundo en el territorio del lenguaje.

Luego empecé a entender que las palabras del "nosotras" y Bibi Haldar no se daban lugar, o no se inscribían, en la historia social y política de la India actual, como si era el caso de los primos de la protagonista. Y que si no tenían que ver con esa historia, tampoco con las palabras del lenguaje que se encarga de su propaganda. Lo que me hizo pensar que las palabras que utilizan el "nosotras", lejos de ser las de un predicador o vendedor de crecepelo, trataban de restaurar el tiempo anterior al tiempo histórico, que es donde vive Bibi Haldar, una mujer, como tantos otros, que fuera de ese tiempo histórico, excluyente, imperioso e imperativo, reclaman la dignidad propia por el simple hecho de estar vivos, no en su sociedad, pero si en el mundo. Al final, Bibi Haldar consigue que alguien desconocido haga justicia con ella dejándola embarazada. Lo que supuso, como había diagnosticado uno de los médicos que la atendió, la inmediata curación de su enfermedad epiléptica. Y que es narrado por el "nosotras" como una experiencia de plenitud por parte de la protagonista, Bibi Haldar, fuera de los avatares chuscos familiares que la han rodeado.