martes, 29 de junio de 2010

DEMASIADOS GALLOS EN EL CORRAL PLANETARIO

Lo que entendemos por modernidad nació con el honorable propósito de enterrar para siempre al antiguo régimen, pero nunca acabó de explicar en qué iba a consistir ese acabamiento funerario. Había que acabar con algo que… una y otra vez no deja de volver a aparecer. Cada vez estoy más convencido que concebir así lo que significaba ser modernos fue más un empeño fanático de aniquilación que un esfuerzo comprensivo de superación. Más entender los cambios necesarios por imperativo lógico y racional que por correspondencia analógica y simpática. Las culturas más conservadoras del legado pretérito han llegado al mismo sitio que aquellas que, una y otra vez, lo pusieron todo patas arriba, claro está con menos muertos y menos cicatrices y rigideces en la cosmovisión crítica actual.

Se cambió la genealogía por la burocracia. El dar gracias al divino por las buenas cosechas o la victoria en las batallas, por el tú lo vales o te lo mereces todo aquí y ahora. El usted dejó paso al tú y el nosotros al yo, que no ha dejado de crecer hasta hoy mismo, donde hay que tener un ego como un zeppelin si quieres ser alguien. Y así, con tantos gallos en el corral es comprensible la que nos está cayendo. Un ególatra se aupará como sea por encima de las alturas de las montañas, las enormes olas del mar, los largos cursos de los ríos, el movimiento circular de las estrellas, y, sin embargo, se contemplaría asimismo como una pérdida de tiempo y sin mostrar el menor asombro. Sencillamente se aburre, dentro de él no habita lo desconocido. Todo lo que para él vale la pena conocer está al alcance de su poderosa mirada. No mira como si tuviese a Dios delante, mira lo que, en otro tiempo, tuvo el Dios del antiguo régimen delante. Abajo queda la infinita capacidad de sacrifico de quienes lo aguantan. Doscientos años después, asi sigue yendo el mundo.

Créame si le digo que donde hay un ególatra no crece la hierba y donde hay dos el mundo puede echarse a temblar. Al fin y al cabo todas las ilusiones de la modernidad han concluido justo ahí donde se cuece su esencia: la irracionalidad de una burocracia que aplasta al individuo cada día y el sometimiento sin paliativos a un horizonte donde solo aparece el terror atómico. Si queremos retrasar la llegada de la ley marcial de semejante juicio final, no se trata de demonizar al dinero que sigue inspirando todas las relaciones humanas. Ni basta con reducir el déficit público, atajar el diferencial de la deuda, vigilar la inflación subyacente, o mantener a raya a los ratios de diferente pelaje. Hay que ir dotando de un papel residual a la egolatría ambiente - omnipresente en el G20, los consejos de administración bancarios y militares, tertulias, entrevistas, campañas electorales y realys de todo tipo - en el desarrollo de las diferentes experiencias que nos esperan para salir del peligroso embrollo en que nos hemos metido. Se trata de hacer del yo personal algo sospechoso y perturbador, una verdadera amenaza para la economía y la paz mundial.

Frente al exhibicionismo dominante, cegador en su total e iluso iluminismo, el secreto debería volver a coger el protagonismo. Secreto no como algo exótico o de turbia procedencia inmobiliaria, sino como una forma natural de mirar, que emana de lo desconocido que nos habita y que, a su vez, lo justificaría. Al fin, llegaría así el silencio necesario para poder saber donde estamos.

Lamentablemente después del fragor de tantos intentos de cambios totalizantes y de la sangre de innumerables batallas no hemos alcanzado la felicidad prometida y, lo que es peor, no sabemos a donde vamos. De nada vale, por tanto, construir nuestra biografía a base de allanar nuestra visión con ofuscadas pertenencias, trazando brochazos gordos con palabras usadas y manidas, pronunciadas en voz alta con el vano intento de hacer un recuento exacto de lo que hay. Solo nos queda un último intento de alcanzar lo desconocido que cada uno lleva dentro y que, como decía Paul Valery, es lo que nos hace ser de verdad lo que somos. Y no dejemos de ser optimistas, entre matanza y matanza siempre queda un tiempo para el amor (Eclesiastés).

domingo, 27 de junio de 2010

GENTE ASÍ ES LA ÚNICA QUE HAY POR AQUÍ..., de Lorrie Moore


CUBRIRSE CON LAS SOMBRAS Y HABLAR DESDE ALLÍ

Para muchos lectores y espectadores algunas de las novelas que leen y de las películas que miran son como la crisis para los ricos: un confortable relato de terror que emite cada dia el telediario y que se acaba al mismo tiempo que éste. Y a otra cosa mariposa.

Lo volví a comprobar el otro día con la lectura del cuento: “Gente así es la única que hay por aquí: farfullar canónico en oncología pediátrica” (como lo oye), de la escritora norteamericana Lorrie Moore, incluido en su libro “Pájaros de América”. Una joven madre llama por teléfono al hospital alarmada porque ha descubierto sangre en el pañal de su bebé. Venga enseguida, le contestan al otro lado de la línea. Treinta y cuatro páginas después la madre abandona el hospital diciendo, mientras aprieta el boton del ascensor: “Durante todo lo que me quede de vida no quiero ver nunca más a esa gente”.

¿Qué ha pasado entre medias? Para los lectores ricos, por seguir con la imagen comparativa del principio, no ha pasado nada que no se haya visto ya en tantas y tantas series sobre hospitales que nos ofrecen las cadenas televisivas. Para los lectores, digamos, pobres y comprometidos con el narrador y su lenguaje, lo que ha pasado, lo que se ha hecho visible delante de nuestra mirada es algo impensable, algo, como decimos cuando no sabemos que decir, que no hay palabras para decirlo. Quiero decir: ha pasado algo inexplicable con las palabras de la vida.

De repente lo inexplicable se hace inteligible ante el lector pobre, por obra y gracia de una voz narradora y un lenguaje puestos con toda su intensidad y concentración a servicio de ese objetivo: que lo inexplicable siempre, al menos pueda ser inteligible durante treinta y cuatro páginas. Que, al menos, durante treinta y cuatro páginas la luz se haga posible en medio de un territorio cubierto permanentemente de sombras. Que, al menos, durante treinta y cuatro páginas, el griterío y desconcierto de los hospitales calle, dando la palabra al dolor y la desazón de una de las pacientes, simbolo de tantos y tantos pacientes que cada día viven y sufren silenciados en medio del trajín hospitalario. En fin, que, al menos, durante treinta cuatro páginas calle el ritmo arbitrario y sin sentido de las palabras de la vida, ocupando su lugar toda la significación, ritmo, tono y sentido de las palabras de la literatura.

No piense que es un relato contra el sistema de medicina moderno y a favor de la medicina alternativa y tal y tal, como sugirió algún lector rico. Es un relato donde se ve y se siente, como sólo las palabras así elegidas pueden hacer ver y sentir, el combate que se libra en la conciencia de la protagonista a partir del golpe despiadado que le proporciona la posible muerte de su bebé y el daño irreparable que le esta causando a su existencia anterior, a la que ya no podrá regresar por mucho que lo intente. Es lo que tiene la vida, que anda hacia delante por muchos ojos que tengamos en la nuca, dijo un lector pobre. Durante el trasiego hospitalario, después del mazazo que el cirujano jefe le ha asestado al comunicarle el diagnóstico del bebé, la protagonista vive como nunca y adquiere una consciencia de lo que le rodea como jamás lo había hecho en su vida anterior, mas o menos normal y rutinaria. Cubierta por las sombras que de repente le han caido encima, tratando, inútilmente, de reinstaurarse después del palo que le han dado, la protagonista traza un acongojante itinerario sin abandonar ese ámbito de la obscuridad, sin darle cancha a las lágrimas, acompañada únicamente por la intensidad del dolor y la incertidumbre.

martes, 22 de junio de 2010

GABRIELLE, de Patrice Chéreau


VOLVER ES PEOR QUE IRSE

Acuerde conmigo que la privacidad y la intimidad son dos aspectos de nuestra interioridad que se parecen como un huevo a una castaña. Hágalo lo antes posible si quiere salir con buen pie de los estragos de la otra gran coordenada que marca nuestros destinos, la exterioridad y su cohorte de banalidades. De los viajes a lo largo y ancho de esa exterioridad no le voy a contar nada que usted ya no sepa. Guías y viajeros tiene el templo de Internet como para que se canse antes de emprender el camino. Por ahí nada más le puedo desear que buen viaje y mucha suerte. De lo que yo quería hablarle era del viaje a lo hondo de nuestra identidad sensible, de la sensibilidad que nos singulariza como individuos o lo que sea. Para este itinerario no me atrevo a recomendarle nada, únicamente que se fije en todo aquello que la rodea para aniquilarla, falsificarla o revivirla: la privacidad, la publicidad, la tierra exterior. Le digo esto porque hay espectadores que delante de estos viajes a lo oculto que hay en nosotros pillan distancia y ejercen de entomólogos de andar por casa, oscilando en sus diagnósticos entre el absurdo y el ridículo. Aplican con rigor el manual de su profesión y dicen que la protagonista ya es mayorcita para andar con esos devaneos de adolescente, así habla quien es psicólogo, pelín carcamal todo hay que decirlo. Hay quien siendo arquitecto solo se fija en la manera que tiene el director de encuadrar la estación de ferrocarril metropolitano o la descripción de una envidiable residencia urbana de clase alta en cuyas habitaciones pululan y ululan los protagonistas, del resto del viaje hacia lo hondo dice, sin haber intentado meter siquiera un pie, que es bastante flojo. En fin, los hay que son economistas y dicen pomposamente que de las películas solo le interesan el argumento, y que, por tanto, para este viaje de escudriñe sentimental no hace falta tales alforjas, y ,sobre todo, tantos minutos de metraje, con la cuarta parte habría bastado para contar lo mismo.

Son gente que se creen que quienes caminan por filo de la navaja siempre son los otros, ellos simplemente se limitan a la levantar acta de la catástrofe inminente, sentados cómodamente en su butaca, ajenos a los tsunamis sociales y psíquicos del personal. Pero un día su mujer les dice “ya no te quiero”, mundo acabado, al menos el del tipo en cuestión, y empiezan a hacer gestos muy raros. Nuestro Jean Hervey, marido de Gabrielle, talmente. La diferencia es que Harvey trata con Chereau, y esos espectadores campanudos no hacen otra cosa que “maltratarse”. De nuevo el cine y la vida. De nuevo el valor de uso que tiene el primero cuando volvemos a la segunda. No se me subleven los cuerpos profesionales aludidos, no hace falta que diga que es un artificio retórico para ejemplificar lo que nos pasa a todos, salvo que hagamos algo para evitarlo. En esas estoy, y desde aquí le interpelo.

Ese algo tiene que ver con el esfuerzo de distinción que le proponía la principio: lo propio de la intimidad que no tiene que ver con la privacidad y la publicidad. Es decir, oponerse a las falacias que llevan confundir una con las otras. Transitar por donde propone Chereau obliga a este primer ejercicio, si no queremos poner a Gabrielle en un diván o encantarnos con el lujo que ostenta la burguesía de la época o exigir mas jaleo en el exterior ya que todos los matrimonios tienen problemas y tampoco es para tanto. Y tal, y tal. Transitar y acompañar al narrador de Chereau significa romper, a hachazos si fuera preciso, con el prejuicio de la teoría frutal de la intimidad, ampliamente compartido por psicólogos, sociólogos y demás creadores de opinión, incluidos no pocos directores de cine, que concibe a la persona como un aguacate. La piel exterior sería la publicidad, la capa protectora, brillante aunque algo áspera e indigesta, que se ve desde fuera y protege el interior; la carne nutritiva y suculenta (siempre a un paso de la corrupción) sería la privacidad, zona de madurez donde los individuos disfrutan del tesoro de sus propiedades salvaguardadas de la pública voracidad por el derecho que protege su libertad; y la intimidad sería el hueso opaco, macizo, impenetrable, corazón nuclear y semilla germinal que no tiene sabor ni brillo.

Chereau, como buen director de teatro, sabe que la intimidad esta ligada al arte de contar la vida, de darse cuenta de la vida, de tenerla en cuenta (y no, como suele creerse, a la astucia de no contar nada, no sea que luego vayan contando por ahí...), al arte de contar la verdad sobre la vida de los personajes. Chereau sabe que la intimidad es un hueco vacío dispuesto a que lo llenen con lo que destile la cara visible de la vida. Pero también sabe que para llegar tan adentro tiene que superar los obstáculos y las zancadillas que siempre le ponen la publicidad y la privacidad. Nada como la conducta de Gabrielle para facilitar ese ingente esfuerzo que, aún a su pesar, se ve obligado a hacer su marido Jean durante la película. No quiere ir por ahí, pero Gabrielle actúa como un frío detonante que constantemente lo empuja. Quiere volver a sus convenciones y apariencias privadas, pero Gabrielle actúa como un muro de contención hierático que le impide abandonar el camino de la verdad. Apoyándose en diferentes soluciones estilísticas, la fotografía de Gautier y el subrayado musical de Vacchi, vemos avanzar a Jean Hervey desde la estación de ferrocarril, pasando por las cenas esperadas por todos en su lujosa mansión de altoburgués, hasta el hueco aullante y sufriente de su intimidad - ahora si, definitivamente creada ante los ojos del espectador -, donde precipitan, se hacen tangibles a quien mira, el pavor y la tristeza que el abandono y el regreso de Gabrielle le están produciendo. Por mucho que lo edulcora con fiestas y atenciones, el intento de reanudamiento siempre le viene cargado de incertidumbre, y cada minuto que pasa de miedo. Sin nombrarlo directamente es eso lo que crea la intimidad, y no el hecho de confesar inmundicias o el de cargar secretamente con ellas sobre la conciencia.

Chereau sabe, porque ha leído bien a Conrad, que hay algo peor que te abandonen, que quien te ha dejado vuelva. Sabe y quiere que el espectador sepa con él. Y yo tan agradecido.

lunes, 21 de junio de 2010

AÑO BISIESTO, de Michael Rowe


LA MEXICANA DE CANNES
Premio Cámara de Oro del festival

Ya dijo el maestro Eliade que vivimos y viviremos prisioneros de nuestras intuiciones arquetípicas que tienden, obvio es subrayarlo, hacia lo absoluto. Mas bien de manera inconsciente que lo contrario, a esas intuiciones le damos forma en el momento que nos damos cuenta de nuestra situación en el mundo, suponiendo que lleguemos a alcanzar esa atalaya. Sabido es que hay gente que pasa de largo por este valle sin conseguirlo. Es la manera que hemos inventado para huir del dolor que nos produce esa presencia abrumadora y obscura en que se convierte nuestra conciencia, al saber de su finitud y de ese capítulo final que le espera que es la muerte. De otra manera, desde que dejamos a nuestros parientes los monos, empezamos a caminar erguidos y nos dio por pensar e imaginar, lo cual hace que siempre estemos partidos entre el deseo de infinitud que no deja de trajinar en la cabeza y nuestra realidad, personal y del habitat en que nos movemos, que es irreductiblemente perecedera. Nadie en su sano jucio se atreve a negar semejante obviedad, pero todo el mundo actua como si no existiese. Negándola. Es la paradoja más genuina de este tiempo que nos ha tocado vivir. Todo apunta a la tumba, pero parece que apunta menos si apuras la vida con ansiedad neurótica. Incluso hay tipos que en el extremo fanático de esa actitud estan convencidos que pueden llegar a desviar la trayectoria y conseguir pasar de largo del hoyo definitivo. Es la intuición arquetípica por encima de todas las demás: el valor absoluto de la vida y la negación sin paliativos de la muerte y sus emisarios. Ir de bólido se ha convertido en la consigna de una plenitud enfermiza, que únicamente deja huella en las muestras que hacen los laboratorios municipales de los albañales de las ciudadades, donde los restos de ansiolíticos, antidepresivos y psicotrópicos no paran de hacer la competencia a los otros tipos de mierdas que por allí fluyen hacia el mar. La opción contraria, mas lenta y contemplativa, es como aceptar, resignadamente, la condena de un preso en el galería de la muerte a la espera de la inyecció letal o el fusilamiento delante de un pelotón, que ahora se ha puesto otra vez de moda.

Alguien, que se llama Laura, tiene veinticinco años y vive en Mexico DF, ha dicho basta a toda esa pamema. El dia 29 de febrero es el día elegido para quitarse enmedio, justo cuando hace cuatro años que murió también su padre. Otro alguien que se llama Venus, que tiene la misma edad y que vive por aquí, se encuentra en parecido trance, pero quiere seguir adelante y se ahoga cada vez que lo intenta. Lo único que le interesa, me decía, es que me quiten esta maldita asfixia. Viéndola hacer gestos, agarrándose el cráneo con las manos temiendo que se le fuese a salir el cerebro de estampida, no paraba de exclamar como le había podido suceder a ella eso.

Laura, la de la peli, tiene claro el dia de la hora final, lo único que no sabe es el cómo y quien le va quitar la vida. La menda ha decidido que no será la ejecutora de su propia muerte. El punto de vista de Laura, que es el de la peli, coloca al espectador sin escapatoria en ese lugar que dibuja su firme determinación de suicidarse. Algo que un día sabemos que ocurre, como una noticia de impacto, pero que tiene una laboriosa gestación en la mente del suicida. Eso es la peli. Algo que continua siendo una conducta inexplicable, pero que, limpia de adherencias, la historia que corre por la pantalla me lo hace inteligible. Sin embargo, la peli no oculta, al espectador que se haya colocado ahí dentro acompañando a Laura, que le puede pasar lo mismo en cualquier momento. Nada de aspavientos psicologistas ni consejos de autoayuda en plan que la vida vale la pena seguir viviéndola, y tal y tal. Suicidarse, nos viene a decir Laura, vale lo mismo que vivir. Morirse no es para tanto. Sígueme y aprende, espectador iluso. Si usted no ha estado así en la mente de un suicida, esta es su peli.

A Venus, la mujer de por aquí, nada de eso le preocupa, ¿se sabe inmortal y quiere seguir ejerciendo? ¿Y si esos engaños ya no dan mas de sí? Le pregunto. ¿Que es lo que viene a continuación? Viene lo de Año bisiesto, mírala, le sugiero. Pero ella solo quiere que le quiten la axfisa, esa agonía que le impide realizar la ubicuidad soñada. Venus es una mujer que no admite la compañía, que no deja ver el sueño que le atormenta.

Laura nada más sale de casa para buscar a quien le va a suicidar. Venus solo vuelve a casa para maldormir. Sin embargo, les separa una tenue raya imperceptible a un lado de la cual Venus lucha en el momento previo a la ruptura con lo real, con ruidos al borde del silencio y de la explosión, y en el otro a Laura ya nada le duele.

Es una peli casi obscena en lo que tiene de escudriñe de los sentimientos de Laura, empezando por los vulgares y acabando por los más vulgares. Nada en ella nos resulta extraño, pero lo malo, cuando se mira con distancia, cuando no te está pasando a ti, es que todo parece oscilar entre el absurdo y el ridículo. A los refinados franceses les pareció algo así. Unos se escojonaban de la risa y otros empezaron a desfilar hacia la calle, como diciendo que eso era cosa de criollos y salvajes, de gente poco ilustrada. Es lo que tiene jugar en casa.

miércoles, 16 de junio de 2010

ANTE LA CRISIS, NOS QUEDA LA PEREZA

De repente ante la crisis, la pereza precoz con la que nacemos y nos arrastramos precipita en pereza moral. Los expertos se afanan en tapar, infructuosamente, con soluciones de urgencia el agujero negro que aquella ha dejado al descubierto, evitando que la cosa vaya a más. Ir a más significa que lo mas horrendo pase delante de nuestras narices y nos pille mirando las flores. Históricamente ya ha pasado, lo cual no quiere decir que no vuelva a suceder, aunque evidentemente nunca de la misma manera. Vivimos un cambio de era no de época, y a casi todos los expertos y dirigentes les ha cogido con el gesto de los bucaneros. Me explico. Hasta hoy hemos vivido en el paleolítico y sin previo aviso el neolítico se no ha colado hasta debajo de las sábanas. Imagínese lo que pudieron sentir aquellas tribus de cazadores y recolectores, pues más o menos es lo que nos empieza a suceder a nosotros. Con una diferencia, ellos tenian que sentar la cabeza y nosotros somos incapaces de mover siquiera el culo. Ellos iniciaban el camino hacia lo que somos hoy nosotros, pero nosotros no podemos volver hacia lo que fueron ellos. Ellos tenían todo el planeta por delante y nosotros lo hemos convertido en un patio de colegio lleno de mierda y despojos. Ellos tenía a sus chamanes y la inmensidad del cielo para imaginar, y a nostros la imaginación no nos da para mas allá del ombligo. Ellos, en un arrebato, pintaban un bisonte y un caballo en los mas hondo de una cueva con una perfección inusitada, y a nostros delante de una obra de arte lo único que hacemos es quejarnos porque no nos gusta o alegrarnos con indiferencia por lo contrario. Pero que a nadie se le ocurra inquirirnos si pensamos hacer algo con la queja o con la alegría, que sacaremos el juez de la horca que llevamos oculto y dictaremos sentencia de muerte contra el ocurrente. Cualquier cosa menos dejar ver que no tenemos ni puta idea de lo que nos pasa con lo que miramos y sentimos. Si al menos ese sentimiento pudiera compararse con el honor de los caballeros andantes. Si al menos tanta ignorancia fuera el acicate para empezar a aprender. Per no. Sin honor, colmados de ignorancia y pereza volveremos a poner nuestra confianza y elegir a los mismos bucaneros, que de una vez por todas nos llevarán a la ruina tirando los restos por la borda al mar.

Y mientras eso ocurre, nuestra némesis siguen siendo los ricos. Esos que, carentes de honor y llenos de ignominia, entienden de arte y de su importancia para salir adelante y dar sentido a la vida. A ellos no les afecta la crisis, correcto. Pero se ha de reconocer que saben atraer a su lado gente que, a diferencia de nuestros dirigentes y expertos de cabecera, saben acomodarse a ella y poner en medio el chiringo, con el boli, la cámara y los pinceles dentro. Estará de acuerdo conmigo que para ello hace falta algo más que tener mucho dinero.

domingo, 13 de junio de 2010

REFLEJOS EN UN OJO DORADO, novela de Carson McCullers y película de John Huston












ENTRE LUCES Y SOMBRAS

Continúo entre luces y sombras, que me han tenido muy ocupado las últimas semanas. Tanta demanda de luz nos ha acabado por transformar en unos iluminados. Tanta demanda de luz y su satisfacción casi inmediata nos ha hecho enormemente vulnerables a la oscuridad y las sombras. Y ahí, como decía hace unos días, se encuentra siempre el otro. Ese fantasma, ese enigma que nos rodea y asedia. No intente indagar o acercarse a él, novela o película mediante, a través de la lógica de la razón empírica. Hará un pan como unas hostias. Podrá quedar bien en todos esos círculos profesionales o sociales que se creen que el punto de vista de su profesión o grupo social es el punto de vista del mundo. Son ese tipo de gente que piensa que allí donde hay un problema tiene que haber una solución sencillamente porque son ellos los que así lo piensan, y si no es así es que no hay tal problema. O de otra manera, que a toda causa le corresponde su efecto que aclare y de todo su sentido a la secuencia. Son ese tipo de gente que tiene claro, perdón por la redundancia, que todos los problemas, por ejemplo, vienen desde el útero materno, o que el año emocional siempre comienza el uno de enero, o que el dinero lo soluciona todo, o que la solidaridad acabará con la pobreza que escupe la avaricia del dinero, en fin, ese tipo de determinaciones forjadas con cemento y acero, y para toda la vida. Me refiero a esa gente que cuando no siente y entiende (así por este orden) lo que lee o mira lo mide. Los indicios que, tozudamente manifiestan que en el objeto mirado pasa algo no habitual, son, en el mejor de los casos y como decía el otro día, desechables hasta que puedan ser reciclados de acuerdo a las exigencias del sistema de pesos y medidas. Aunque lo normal es que vayan directamente a la basura.

Intentar entrar en el mundo de Carson McCullers o de John Huston con la calculadora y la vara de medir da como resultado cero sobre cero. Intentar abrir las puertas principales, que dan acceso a las estancias de estos universos, con la llave de la racionalidad utilitaria es inútil. La forma de ese lenguaje no cabe en el ojo de la cerradura de las puertas de tales mansiones. Cualquier intento de entrar y moverse por allí no puede ser nada más que mediante la imaginación, es decir, mediante el lenguaje de la ficción. Y el lenguaje de la ficción no tiene nada que ver con el de la razón empírica o demostrativa ni con el del optimismo implacable de la voluntad que le sustituye cuando el anterior falla.

Una cosa son las películas que hablan del estamento militar como “la chaqueta metálica” o “senderos de gloria”, pongamos dos de las más emblemáticas, y otra bien diferente es el mundo que representa la novela de McCullers y la peli de Huston, que se desarrolla en un cuartel como puede suceder en una universidad, en un barco que cazar ballenas blancas, en el ámbito de una familia decimonónica, etc. Pero los lectores que se han colado en la novela o la peli como un elefante en una cacharrería, lo único que se les ocurre es que lo del cuartel tiene que haber sido por algo. Porque yo he hecho la mili y sé de que va esta gente, o porque yo soy pacifista y está claro el ridículo a que somete a los miltares, o que a Marlon Brando le sobraba el uniforme de capitán o su perfil de gay reprimido. Y en este plan. Como verá lenguajes sociológicos, psicologistas, políticamente correctos, sexológicos, lenguajes todos ellos luminosos e iluminados porque pretenden que todo quede claro al primer golpe de vista, en fin, lenguajes finalistas, demostrativos, y tal. Nada que ver con los lenguajes asociativos, simbólicos, metafóricos, ambiguos, oscuros, etc, propios de la poética del cine y la literatura, y del arte en general. Cuando los prejuicios empiezan a salivar entre las comisuras de los labios es para echarse a temblar.

McCullers y Huston dan forma y nos hablan, por cierto sin estridencias, de esas fuerzas permanentes que dominan el mundo y de una de ellas por encima de todas las demás, la que sugiere su presencia con esos reflejos de un ojo dorado que todo lo ve e, inclemente, a todo el mundo domina y sojuzga. Son fuerzas ancestrales que la razón, el progreso y la justicia no han eliminado de la faz de la tierra, sencillamente porque no han logrado entenderlas ni, aceptémoslo de una vez, lo podrán hacer dada su inabarcable condición. Son fuerzas que luego, en cada novela o película, adquieren una geometría y una sintaxis diferentes. Por eso “Reflejos en un ojo dorado”, novela y peli, son diferentes a “la balada del café triste” y a “los muertos” o a “el corazón es un cazador solitario” y “Moby Dick”. Son diferentes y las mismas.

jueves, 10 de junio de 2010

LA DICTADURA DE LA RETINA

Los occidentales siempre hemos asociado la belleza a la luz, su mas firme y fiel aliado. Lo de la sombra y el enigma que le acompaña no nos pone. Es más, siempre tan planímetricos, lo solucinamos todo con un golpe de ojo diciendo que el enigma no existe, simplemete que a veces a la luz le cuesta salir, y mientras tanto lo que no encaja en ese luminosdad idealizada queda reducido a la condición de desecho. Así nuestra idea de la claridad, que solo es la nuestra, se acaba convirtiendo en la medida de todas las luces. Siempe me ha parecido enígmátcio que cuando se pregunta a alguien, al salir del cine, que le ha parecido la peli, tenga en el disparedero una respuesta, que tiende en su manera de formularse a ser concluyente. Algo de lo que ha visto que le ha gustado se convierte, via sinécdoque, en que le ha gustado toda la pelicula. O lo contrario. Sin darnos cuenta la dictadura de la retina funciona así. Si la pregunta se refiere a la lectura de una novela o la visión de una cuadro o una escultura, dejemos la música a parte, la cosa no cambia porque la retina no para, y su necesidad de aprehenderlo todo de un solo golpe es inata a su condición dominadora. Así con una sola actividad, la de mirar con un solo golpe de ojo y desde el lado mas obvio de la luz, el dueño de la retina en cuestión habla y opina de lo que pongan delante.

El otro día compartí con un grupo de lectores la lectura de la novela de Carson McCullers “Reflejos en un ojo dorado”. No se si usted ha tenido ocasión de dialogar con los narradores que construye esta señora, pero le puedo asegurar que son cualquier cosa menos diáfanos. Digo más, la primera vez que un lector o un espectador tratan con una novela o una peli así con lo que admite comparación esa experiencia es con la del amor, la fe religiosa o el duelo por la muerte de alguien querido. Si se fija es de sentido común. Aunque en la línea argumental rara vez haya sorpresas, el punto de vista y la manera de colocar y ordenar los materiales es lo que deja hueco a la novedad, y es, por tanto, con lo que más cuesta enfocar la retina y los demás sentidos, si es que tiramos de sinestesia, que es como se debe mirar hoy en día.

El principal problema surgió con la idea que algunos lectores tienen de lo que es oscuro y lo que es luminoso. Para una gran mayoría oscuro es eso que se oculta a la vista ajena. Uno sabe que es, pero lo esconde bajo siete llaves a la mirada de los otros. Para uno de los lectores no había lugar a dudas, uno sabe siempre y en todo momento todo de si mismo, todo, luego saca a la luz lo que le conviene, ocultando lo propio. Eso era todo lo que el enigma de las sombras daba de sí para sus entenderas. Para provocar le dije que me engañaba. Nunca podrás saber lo que yo pienso y siento por ti, le dije. Yo soy tu principal y indescifrable sombra. Yo soy tu gran enigma. Y por extensión, si tu te crees que eres la luz, todo lo que no eres tu, que es todo lo que te rodea, es una inmensa sombra. La inmensa sombra de tu pequeña luz, mas espesa cuanto más te ilumines.

Queremos hogares, espacios, explicaciones y amantes luminosos, limpios, transparentes, que puedan abarcarse con un golpe de ojo, que lo digan todo de una vez, por los que no sea necesario transitar palpando y averiguando, en los que una imagen valga más que mil palabras y sobre todo mil tanteos. Para construir un mundo así, hay que desechar mucho: he aquí la razón de que nos movamos entre basureros y que nuestra principal ocupación sea el reciclaje y el tratamiento de residuos, ya ves. Ergo, somos un punto de luz en medio de un basural de sombras.

martes, 8 de junio de 2010

LA GENTE, SUS LUGARES Y SUS LIBROS


Hay gente que acude a lugares donde si no lo hace piensa que se puede perder algo fundamental. Con semejante conducta, tengo para mí que van acumulando lugares donde no quisieran estar, o donde no quisieran que se le esperara, lo que le aleja una y otra vez de los que le pudieran ser de auténtico interés. Lo fundamental tiene en este caso una proyección social o mediática y también tiene que ver con querer estar donde no están en cada momento. Rara vez es una llamada interior en forma de instinto, o como se llame esa fuerza, la que marca el principio de lo que pueda llegar a ser un itinerario o un trayecto. Siempre me viene a la cabeza aquella frase que escuché un día, ahora no sé si a un filósofo de la universidad o a un comercial de una agencia de viajes, en cualquier caso tipos curtidos ambos en esto de ofrecer excursiones, que decía que hay viajeros que pueden dar la vuelta al mundo siete veces y no se enteran de nada, y otros que van cada día a la taberna del barrio, de donde nunca se han movido, y se traen el mundo en su cabeza. Los viajes low cost han disparado de forma exponencial este ansia de ir a donde cuesta llegar por un euro, y si las tasas van incluidas el viaje ha salido redondo antes incluso de despegar. Lo cual produce una ilusión que encierra, como toda ilusión, una trampa. La de confundir el poder querer ir a cualquier sitio con la de querer estar en ese sitio, o querer a ese sitio.

Lo que vale para esa forma de viajar, vale para elegir un itinerario lector o artístico en general. Por razones profesionales es frecuente que me pidan consejo sobre un libro, o un autor, que indefectiblemente suele estar en el candelero del cotarro editorial del momento. Si se fija un poco los viajes turísticos son los correlatos geográficos de los itinerarios literarios mediáticos. Y es que uno viaja como lee, y al revés.
Al igual que viajar así lleva acompañada la confusión aludida, al leer le pasa lo mismo. Hoy en día cualquier lector puede querer leer lo que le venga en gana, pero no puede querer lo que quiera leer. La pregunta recurrente que me hacen muchos lectores se debe a esa desafección que emana de la segunda parte del anterior enunciado. No pueden querer lo que quieren leer, y lo que pueden querer leer ya no les interesa. O dicho de otra manera, hay muchos lectores que están hasta el trigémino del soniquete editorial y sus consignas. Pueden haberse leído páginas y páginas y tienen la sensación de estar en el mismo sitio. Y no saben qué hacer. Desde pequeños les ha dicho que hay que leer, que leer es bueno, que leer los hará cultos, que leer los hará libres, que leer los hará sabios, en fin, toda esa martingala. Los maestros insisten, las instituciones gastan papel, presupuesto y carteles para fomentar la lectura, los editores se quejan, los libreros también. No leer se ha convertido en una culpa, en un pecado, en una mancha. Y nadie quiere sentirse culpable. Ni que le digan que es tonto porque no sabe leer.

Pero el problema empieza entonces: ¿qué leer?

Leer todo es imposible y leer casi todo también. La única opción posible y razonable es intentar leer los libros necesarios. El problema sigue porque nadie se pone de acuerdo sobre la composición de esa lista imaginaria. Circulan muchas pero ninguna, afortunadamente, es fiable. Digo afortunadamente porque esa lista debe ser un descubrimiento personal, aunque transferible, que cada lector y lectora debe hacer por sí mismo, aun sin renunciar ayudas y recomendaciones de otros.
Para encontrar los libros necesarios se requiere, ante todo, descubrir cuales son las preguntas con que uno convive, es decir, es necesario pensar el mundo personal y el colectivo. Si uno conoce esas preguntas se puede orientar en la selva editorial y en la herencia literaria. Puede escapar de las modas y de los prejuicios estériles. Puede ir más allá del me gusta o no me gusta, para empezar a responderse: este libro me interesa o este libro no me interesa. Por ese camino se puede llegar, incluso, a descubrir los grandes libros, los grandes autores: los que nos ofrecen las preguntas que nunca nos habíamos imaginado. Esos son los imprescindibles. Son pocos seguramente. Pero valen más que mil campañas publicitarias. Nos hablan en voz baja en estos tiempos de tanto ruido.

viernes, 4 de junio de 2010

BAJO LA CIUDAD, de Christoph Hochhäusler


LA ALEMANA DE CANNES

Bien, como decía el otro día, dejé al cineasta israelí lamentándose a la francesa de la deriva totalitaria que esta tomado su país, cogí el autobús y pocos minutos después tenía delante un histora de amor que ocurria en Frankfurt, capital de la pasta europea y también la que nos tiene fichados y tutelados por no hacer los deberes económíco-financieros.

No se ahorra el joven director aleman escenas y secuencias donde se ve todo ese poderío del que depende el ser o no ser europeo, del que dependemos los de por aquí. En una de ellas, que se repite en diferentes ocasiones y que marca el espacio narrativo de la peli, un grupo de cinco jerifaltes del más alto nivel se reunen alrededor de una mesa redonda situada en la planta más alta de uno de los edificios más altos, sino el que más, de la ciudad. Acero y cristal a raudales, diseño hospitalario en todos los rincones, frialdad de estepa kazaja, cruce de miradas rasgadas como lanzas envenenadas. Sobre la mesa de madera noble, pongamos que de procedencia africana, cinco vasos rodeando una botella de agua y un puñado escaso de papeles para adornar (ya sabe que el poder no los necesita, tiene al mundo en su cabeza). El despacho era grande, muy grande, para que me entienda, había hueco para organizar dos o tres viviendas mileuristas. Y lo más importante, todo estaba rodeado por un enorme ventanal desde el que se divisaba toda la ciudad. Si mirabas hacia arriba no sabías si Dios estaba mas allá aun o si habia quedado sobrepasado por el rascacielos. Si lo hacias hacia abajo, nunca los seres humanos fueron tan escarabajos y tan insignificantes. La conversación bajo el predominio de la lengua de Lutero hacía que las palabras pareciesen nuevas, poco usadas diria yo, lo justo para decir cual era el destino de los millones de humanos que pululaban mas abajo. En esta ocasión, me fijé con especial atención en la fonética, en el poderío de su embriagadora eufonía. ¡Como modulan los poderosos las palabras! No si se exagero, pero en algún momento me parecieron personajes wagnerianos. Eran voces que no solo trajinaban con los negocios, sino que dictaban sentencia como si leyeran un libreto operístico. Transmitian la gravedad del cargo, pero también la levedad de quien ha llegado, y se sabe, tan alto, lo más alto. Esa combinación los hacía tan repugnantes como atractivos. En la pantalla siempre me provoca el sentimiento, y me hace cambiar de perspectiva respecto a estas altura. Para compensar, lo más conmovedor era verles enjuagarse la boca suavemente, como para coger aire, con un trago de agua.

Cuando veia esto en la pantalla, ya nos habían dado el primer repaso en Bruselas, pero viendo y oyendo a estos ejecutivos de Frankfurt comprendí también nuestro futuro. La determinación de la economía alemana y de esa manera de hablar y de imponer que la acompaña, que otorga la forma de las grandes decisiones de esta gente, han hecho suya la moneda única europea. Diría más, han hecho de ella una de las experincias mas importantes e interesantes en este cominezo de siglo. Han hecho del euro el destino del siempre retorcido espíritu alemán. Y por primera vez no sentí miedo. Ya le digo, si quiere asco y admiración a partes iguales, pero no miedo. Lo vi claro, mejor que en cualquier artículo especializado, a muchos de los de la Europa del Sur, que yo me sé, se les ha acabado el chollo.

Pues bien, uno de los que se sientan en la mesa, Roland, se lia con la mujer de uno de sus empleados, Svenja. No piense que la peli deriva según los cánones sabidos. Es lo que uno espera, pero no, fue que no. Latinazo que es uno.

Lo del amor y sexo se cuela como una fuerza más en aquel conclomerado de fuerzas. Hay que ver la cara que se les pone a los hasta ahora todo poderosos, compas de Roland. No es sequedad alemana, ese prejuicio, también, mediterráneo. Es la forma de la vida desnuda de objetivo. Es la vida ya sin propósito, ¿qué quiere que ocurra alli arriba, si más arriba no hay nadie?. No hay ese tipo de sexo que se imagina, ni nada que distorsione la dirección de las fuerzas en liza. Solo hay desequilibrio por una intrusión de vida de abajo inesperada e inopinada. Todo vuelve a su cauce cuando Roland dimite de todos sus cargos. Se me ocurrió que allí arriba las cosas ya no suceden, son siempre, y que solo así se parecen a las de abajo. Si hay algun lugar donde esta brillante frase de Salustio se hace visible es en los cielos de Frankfurt. Abajo en la ciudad, las cosas pueden suceder o no, depende como se muevan los de allí arriba. Un caso como éste puede alterar el orden de la bolsa, lo que pasa es que los de abajo, para consolarnos, seguimos pensando que se debe a la voluntad diabólica de los mas ricos, vamos, que son unos hijos de de la gran puta. Yo creo que la cosa tiene más misterio y es más inenteligible de lo que parece. Y después de todo las madres de estos personajes solo fueron responsables de querer parirlos. Si es que lo fueron. Lo que ocurre es que la cuenta de resultados, ya sea en la bolsa o en el hogar mileurista, no admite tregua, ni otra mirada.