viernes, 30 de septiembre de 2011

EL ARBOL DE LA VIDA, de Terrence Malick


LAS PALABRAS PREGUNTAN Y LAS IMÁGENES RESPONDEN

Como decían los antiguos, en este mundo conviene saber lo que se puede llegar a conocer y lo que no, lo que se puede discutir y aquello sobre lo que no. En este mundo hay cosas que solo se pueden ver y sentir. ¿Y si se quiere decir algo? Está bien, digámoslo, pero a sabiendas de que no todo se vuelve soluble y claro con el lenguaje.

Malick no se ha entregado a cualquier idea pasajera o de consumo temporal o temporero para llevar a cabo la realización de su peli. Sabe en el mundo en que vivimos,y sabe, también, de las angustias del ser humano comtemporáneo. Como nunca en otra época, sabe, que disponemos de los recursos que nos permitirían abordar los problemas que nos acongojan y, sin embargo, es como si alguna fuerza invisible o alguna influencia extraña y de mayor alcance, nos privara de la capacidad y de la decisión para resolverlos.

Por eso prueba a colocar el aullido fundacional no en el principo de la vida, sino justo en el momento de la muerte. ¿Por qué se ha muerto mi hijo, señor, por qué?, grita la madre desgarrada por el dolor que le produce la desaparición de uno de sus hijos, y lo hace mirando al firmamento. Mira hacia arriba, donde ella cree que se encuentra el responsable de su desgracia, pero la respuesta le viene de los ocho puntos cardinales más todos los trasversales imaginables: norte sur este oeste dentro fuera arriba abajo. El terrible dolor de una mujer de clase media americana de los años cincuenta, tiene repercusión en todo el universo. No he utilizado el adjetivo creyente, que tiñe la conducta de los protagonistas durante los momentos mas descriptivos y figurativos de la peli, porque esa actividad telúrica desenfrenada y la perspectiva cosmológica que consigue proyectar de forma apabullante sobre la pantalla, a continuación de los lamentos de la protagonista, no es que tengan que ver, o quieran ser consecuencia, de la fuerza desencadanante de su dolor y su fe, sino porque ésta es parte que resuena en un universo en el que ese dolor y esa fe son, a su vez, partes cosntitutivas. Tanto a la fe, sea cual sea el olimpo donde habitan sus dioses, como al nihilismo le alcanzan, tarde o temprano, el momento donde ya no pueden ver nada. Desde este punto de vista los lamentos del creyente y del nihilista son lo que les queda cuando la luz se ha ido de sus vidas. Son lo mismo y no valen para nada, sino apuntan a algo o alguien que no sean sus víctimas.

Sin embargo, no hay posibilidad de distinguir en la cosmovisión de Malick, que es el cielo o que es el infierno (por tirar del esquema clásico) ni tan siquiera, para los seres templados, que es el purgatorio. Todo apunta a todo y todo puede claudicar o resolverse de la forma mas inesperada. Solo es cuestion de estar atentos, y de saber interrogar a lo que se tiene delante. La familia creyente de clase media americana de los años cincuenta es una de las formas de la vida (entre amebas, reptiles, ...) que precipita de ese laboratorio cosmológico que Malick crea y nos muestra. Y lo es fruto de su grado de atención y de la manera que tienen de hacerse las preguntas a que me refiero, aunque la rudeza del padre sugiera todo lo contrario. Igual que la erupcion volcánica, la dislocación de las tierras, el desbordamiento de las aguas, la majestuosidad de los bosques, la quiebra relampagueante de los cielos, etc... Igual que la vida.

Porque una de las grandes virtudes que tiene la peli, es el nuevo papel que Malick otorga a la palabra en el territorio propio de la imagen. Acertadamente, como dice mi amigo el editor gustoso de haber podido montarla, en el Arbol de la vida las palabras preguntan y las imágenes del cosmos responden. Como siempre fue hasta que nos dio por secuestrarlas con nuestros aparatos y, perdido el don de la perplejidad, las obligamos a que nos pregunten si quieren saber algo de nosotros.

Solo los elegidos son capaces de profanar la oscuridad y hacernos ver lo no visto todavía. Pero nos hablan desde el nuevo ámbito descubierto, y ahí las reglas de comunicación las marcan de forma imperativa ellos con su nuevo lenguaje. Hay que hacer bien las maletas y emprender un complicado viaje hasta poder llegar a visitarlos. Sin ninguna garantia de que al final del recorrido podamos entrar en su recinto, que no es inabordable, únicamente extraño para el recien llegado, viniendo como viene de un mundo acostumbrado a no hacer preguntas.

martes, 27 de septiembre de 2011

PUBLICIDAD

En doce ocasiones la figura de aquella mujer se me aparecía durante el trayecto cotidiano que hacía en el metro. Ocho estaciones en total, sin transbordo. En tablones de anuncios diferentes. Doce maneras diferentes de cubrir un mismo y escultural cuerpo. Doce mujeres distintas, por tanto. Y una misma casa comercial. La secuencia, a modo de una proyección cinematográfica, me ayudaba a despejar mis entumecidas facciones mientras me acercaba a la sucursal bancaria, donde trabajaba como responsable de caja.

Lo que en un principio fue un divertimento, o una manera de iniciar el día pintando una sonrisa en mi pétreo semblante, se fue convirtiendo en una obsesión que duraba el resto de la jornada. Tener que elegir entre el posado en bañador rayado de prolongado escote o el de minifalda de cuero negro y blusa trasparente, era una tarea que competía con la de contar billetes o atender a los clientes. Los otros posados: deportivo, noctámbulo, lencería, etc... iban acercando mi ensoñación hacia su propia frontera opaca. Lo cual consiguió, ante la imposibilidad de decidirme, que me fuera hundiendo abrazado a una profunda depresión. Para colmo, en la estación que me apeaba no aparecía ella anunciándose, lo cual hacía aumentar mi desazón antes de entrar en la oficina. Era como si me faltara el último adiós de despedida, ante las duras horas que me esperaban por delante.

No pasó demasiado tiempo antes de que fuera amonestado en el trabajo por mi falta de concentración, inadmisible dada la responsabilidad del puesto que ocupaba. Igualmente mi mujer me amenazó con inusitada dureza, ya que sospechaba que le estaba siendo infiel dada la nula atención que le prestaba a ella y a los críos. Pero, ¿cómo podía contar lo que me estaba pasando?. A trancas y barrancas, llegué a la conclusión de que tenía que hacer algo.

De las doce mujeres dejé de lado a aquellas que me inspiraban, como decirlo, fatiga sensual. También a aquellas que me daban miedo e inseguridad. Al final elegí a la que tenía una presencia más aséptica e impersonal. La que posaba con atuendo deportivo. Para empezar era lo mas recomendable. Más adelante, poco a poco, lo intentaría con las otras.

Aquella mañana madrugué un poco más para no levantar mal estar ni incomodar el ánimo de mis superiores, y aprovechando que mi mujer se había ido con los niños a casa de su madre a reflexionar sobre lo nuestro. Me bajé en la estación donde Ella me invitaba a jugar un partido de tenis y a montar en bicicleta. Me acerqué despacio y rasgué la parte del anuncio donde aparecía el nombre de la casa comercial, ya que no quería moscones mirando. La miré sin prisas, sabedor de que esta vez no tenía que volver al vagón del metro. Le tendí la mano y, tembloroso, le manifesté como pude la fuerza de los sentimientos que su figura me había despertado. Ella abandonó su sonrisa ortopédica y organizó la geografía de su cara con un rictus de sorpresa y agradecimiento al mismo tiempo. Hizo un esfuerzo por salir al encuentro de mi mano y me dio un beso con delicadeza en los labios. Luego me invitó a subir a la bicicleta. Afortunadamente había aprendido a montar cuando era todavía un niño. Fue algo hermoso de ver y de sentir, como salido de una leyenda.

lunes, 26 de septiembre de 2011

JOHN HUSTON Y SU BALLENA BLANCA


Como algún otro lector de la novela de Melville me he preguntado que vió John Huston en ella para tratar de llevarla al cine. Ya que es facil darse cuenta, que es la fuerza y la hermosura imponente de las palabras de Ismael, el narrador, las que hace imposible su adapación cinematográfica. La novela está llena de imágenes literarias, alegorias y metáforas. Tambien de prolijas descripciones, que acaban trenzándose con las anteriores. Por lo que dice la novela, cuesta guiarse únicamente con la vista en cada momento.

¿Se dio cuenta Huston de la imposibilidad de una adaptación cinematografica literal de la novela?

Yo creo que si, pero le pudo mas la fuerza magnética que debió sentir con su lectura, hasta el punto de que no es desacertado decir lo que pudo llegar a pensar: si Melville construyó su ballena, yo, igualmente, le dejará al mundo la mía. Cuitas obsesivas entre gigantes.

Si Ismael es el auténtico protagonista de la novela, Akab lo es de la peli. La obsesión por la caza de la gran ballena blanca determina la conducta de ambos presonajes. En el caso de Ismael es una obsesión a la que se añade con la suya, ya que da forma a la atmósfera que se respira en el Pequod, donde decide embarcarse “Cada vez que me sorprendo poniendo una boca triste; cada vez que en mi alma hay un noviembre húmedo y lloviznoso; cada vez que me encuentro parándome sin querer ante las tiendas de ataudes; y, especialmente, cada vez que la hipocondria me domina de tal modo que hace falta un recio principio moral para impedirme salir a la calle con toda deliberación a derribar metodicamente el sombrero de los transeuntes, entonces, entiendo que es más que hora de hacerme a la mar tan pronto como pueda”. Lo que nos cuenta en la novela no es la obsesión de Akab, una anécdota al fin al cabo, sino lo que ha hecho él con esa obsesión y toda su enorme influencia.

En el caso del capitán Akab de la peli es una obsesión que solo le pertenece a él. Está delante de sus subordinados como una volcan lo está al lado del pueblo que tiene de bajo. Aislado, sombrío, inaccesible. En cualquier momento puede empezar a eruptar lava y piedras a mansalva, llevándose al fondo del mar a todos y a todo. Exactamente eso es lo que sucede, quedando como único superviviente el narrador que es quien cuenta lo sucedido. En medio del mar poca cosa se puede hacer cuando se desatan la fuerzas naturales. La obsesión de Akab esta tratada por Huston como una catástrofe más producida por esas fuerzas, sin que Ismael ponga mas empeño al contarlo que el que ponen los supervivientes de cualquier catástrofe de esas: con toda mi mejor intención me embarqué en un barco ballenero para ganarme la vida, pero nadie me dijo que su capitan estaba loco de atar. Esta es la historia de lo que dio de si su locura.

Nada ha cambiado para el narrador de la película. La experiencia terrible que ha vivido junto a Akab, a bordo del Pequod, a penas le ha afectado en su manera de ver el mundo. Caricaturizándolo, puedo imaginar al Ismael de la peli, de regreso a donde partió, Nantucket, diciéndole a sus colegas en cualquiera de las tabernas del pueblo ballenero: escuchadme, os voy a contar lo tonta que ha sido la última travesía que he tenido.

Como en tantas otras ocasiones, la fuerza arrebatadora y turbadora de las palabras en la novela, y su prestigio mundial, obnubilan a los directores de cine hasta el punto de querer llevarla tal cual a la pantalla. Cuando de sobra saben, y Huston y su manera de entender el cine sobre muchos de los otros directores, que lo arrebatador y turbador de las imágenes se produce siempre sin el concurso de las palabras.

jueves, 22 de septiembre de 2011

VISIONES SOBRE LO QUE HAY ENTRE LOBOS Y ANDROIDES

Richard Brautigan, novelista norteamericano, lider de la cultura underground de los años sesenta, poeta, dejó escrito antes de morir: Me gusta pensar/ ¡tiene que pasar! / en una ecología cibernética / en la que libres de nuestros trabajos / y unidos de nuevo a la naturaleza, / de vuelta con nuestros hermanos y hermanas mamíferos / todos prometidos / por máquinas de amante belleza.

Juana de la Cal, 39 años, vendedora de periódicos, dice que llegue hasta donde llegue la última frontera de la vida digital, sus aparatos no podrán nunca quitarle a la inocencia su ambiguedad ni a la injusticia su misterio.

Elisenda Serrano, 52 años, investigadora sobre inteligencia artificial en una fundación, ligada a uno de los mas importantes bancos del mundo. No niega que la manipulación genética podría llegar hasta la fabricación de individuos programados, en detrimento, dice, de la pérdida, en la inteligencia resultante, de su dimensión de perplejidad e imprevisibilidad, que ve como algo irrenunciable para la subsistencia de la especie humana.

Celestino Araujo, 47 años, naturalista. Vivimos una época y una atmósfera social, dice, que está marcada por la ancestral lucha entre hombres y lobos. Exhautas la fuerzas y estancado el enfrentamiento, todo apunta a una mejora de la estrategia del combate, apoyada en un buen conocimiento del enemigo. Nuestro destino robótico tiene que ver, sin duda, con la asunción inevitable, por parte de los combatientes, de este nuevo plan de ataque.

Efigenia Armengol, 54 años, pastora de ovejas en las montañas leonesas desde que era niña. Ve en los lobos que acechan permanentemente su rebaño una forma de venganza que tiene la naturaleza por el robo que ella y su familia le hacen para su subsistencia.

Felipe de la Morena, 68 años, ferroviario jubilado, pasa muchas horas en el parque cercano a su casa. La emergencia de una sociedad de androides, dice, privados de la risa, el llanto y el sentido del humor empezó cuando el amor por los perros, llevado hasta el extremo de querer pertener a dicha especie, fue seguido de querer tener con los otros humanos una comunicación estrictamente virtual.

Sofía Altamirano, 48 años, creadora de páginas web. Piensa que únicamente el hermanamiento de burócratas e iluminados, poseidos por una inteligencia puramente funcional y soberanamente indiferentes a lo que tiene de singular y precario el destino humano, ha hecho posible la progresiva dilución de la fronteras que lo separan del animal.

Hashiro Mori, teórico japonés, que ha estudiado, en el mundo de la robótica, como se refleja la impresión de familiaridad en función de la semejanza. Cuanto mas se acentuan los rasgos humanizadores en los robots tendemos a esperar mas de lo que razonablemente cabe tratándose de una máquina.

Rodney Brooks, 57 años, Licenciado en Matemáticas por la Universidad de Flinders y Doctor en Informática por la Universidad de Stanford. Dice que lo díficil no es fabricar una máquina que gane a Kasparov, sino que un robot reconozca una silla a la manera como lo hace un niño de dos años. Mas difícil es, al parecer, conseguir que un robot tenga esa sensibilidad táctil que le permitiera mantener un ser vivo entre sus brazos sin lesionarlo.

Rudolf Hoss, comandante del campo de concentración de Auschwitz, en un pasaje de sus memorias, escritas mientras esperaba el veredicto de su juicio, dice: durante la primavera de 1942, miles encontraron la muerte en las cámaras de gas. Su salud era perfecta; los arboles que rodearon la instalación estaban en flor. Ese cuadro en que la vida se codea con la muerte ha quedado en mi memoria.

Catalina Tablada, 50 años, gerentóloga. Ante el crecimiento exponencial de la población de personas mayores en los próximos años, y ante la seguridad de que muchos de ellos acabarán padeciendo problemas mentales como la demencia senil o el alzheimer, es una firme defensora de que los robots sean la solución al cuidado de los mayores. Cada vez mas parecidos a los humanos, transmiten la suficente dosis de familiaridad que aquellos enfermos sabran como agradecerlo, perdidos como están en la ausencia de sus recuerdos.

Salomon, tercer y último rey del Israel unificado, entre 970 a.C. y el 930 a.C. Harto de la disputas entre sus súbditos pidió a Dios un corazón inteligente que le mantuviera el don de la perspectiva afectiva, y le permitiera acertar siempre en la impartición de la justicia. La Biblia lo considera el hombre más sabio que existió en la Tierra.

Ana Rodero, 10 años, padece el síndrome Down, siempre me sonrie y me da un beso cuando me encuentro con ella en el barrio.

martes, 20 de septiembre de 2011

VISIONES QUE SE TIENEN SOBRE LO QUE HAY CON CHINAS EN LOS ZAPATOS

Dorotea Priego, 46 años, vive en un calle llena de negocios chinos. No solo no está espantada con los nuevos vecinos, sino que piensa que son de lo que no hay. Despues de dos siglos de pintar el mundo con el azul o el rojo, dice, chistosa, que no le sentará nada mal un buena mano de amarillo.

Edgar Morín, 90 años, antiguo militante del partido comunista francés, despues furibundo antiestalinista. Ha escrito un libro que se titula “La Via”, donde, respondiendo a los indignados, ve el futuro caminando sobre tres patas, ninguna de las cuales es de fabricación china: globalización, occidentalización y progreso.

Araceli de las Cagigas, 38 años, traductora de chino en las Naciones Unidas. Ve en las interminables discusiones democráticas occidentales para resolver los problemas mas elementales, el principio del fin de nuestra civilización.

Celestino Espinavel, 43 años, uno de los escasos cocineros que hay en el sector de la restauracion china en Europa. No considera a sus jefes y compañeros como los tipos mas joviales y afectuosos del mundo. Pero si reconoce que son laboriosos y abnegados. Los chinos abominan del ruido y el escándalo y, en general, han salvado con sus negocios, dice, muchas calles degradadas de los suburbios de nuestras ciudades.

Bernabé Centón, 29 años, vocal de la Asociación China habla. En una reunión con anónimos opositores chinos llegó a la conclusión de que allí todo es dinero y capitalismo. La unica esperanza para China, le dijeron, es Internet y las redes sociales.

Agapito Carnicer, 31 años, broker de bolsa y blogero, intenta difundir la opinion de que ya estamos en manos de los chinos. De momento nos compran la deuda y a lo largo del presente siglo todo lo demás. Sin posibilidad de vuelta atrás. Apocalíptico, predice nuestro futuro en una ciudad espacial fuera de la influencia del planeta Tierra. Nos ven como sacos de pus a punto de estallar, dice en uno de sus blogs, sino nos agotamos antes consumidos por nuestras permanentes rencillas y odios ancestrales.

Hortensia de la Purga, 40 años, jueza de paz en un muncipio donde hay una importante comunidad china. Mas de alguna pareja de estos vecinos asiáticos le han hecho saber, en el breve intercambio de palabras que se produce en el momento del registro del recién nacido, lo difícil que les cuesta entender que los occidentales nos escandalicemos porque en China no dejan tener a los matrimonios nada más que un hijo y aquí abortemos a destajo (sic).

Montserrat Ansorena, 22 años, amiga de un exiliado político de Shanghái, quien se queja, dice, de que tanto hablar aquí de libertad y derechos humanos: nos prohiben fumar y no tenemos huevos para rebelarnos (sic). Estais mucho mas esclavizados que nosotros, concluye decepcionado.

Cayo Cifuentes, 51 años, cliente habitual y convencido consumidor en las tiendas de todo a un euro, regentadas por chinos. Esta gente tiene una sola virtud, dice, que es la suya y no la tiene en común con nadie. Saben que hay una linea roja que no pueden traspasar nunca. Es la mejor garantia sobre todo lo que venden.

Eleuterio Bonavia, 62 años, antiguo militante maoista, piensa que la democracia y el estado de derecho son difíciles y caras. En cambio, la ciberprotesta es barata, y la desobediencia digital fácil. Lo que de alguna manera, dice, le acabará dando la razón al Gran Timonel.

Helena Vilopriu, 2 años, abraza cada mañana a su compañero de guardería, Hu, con la misma fuerza dislocada que el viento zarandea a los juncos.

viernes, 16 de septiembre de 2011

VISIONES LABORALES DELANTE DE LO QUE HAY

Sandra Tena, 20 años, sueña con un futuro profesional ligado al mundo de la medicina. Ceñida firmemente en su bata de trabajo, cree que puede ayudar a que el dolor desaparezca del mundo.

Mohamed Utandi, 19 años, conoce la música de los vehículos a motor como si de una sonata se tratara, pero tiene serios problemas con las reglas de tres y la división de números decimales.

Erica Vozmediano, 22 años, trabajadora de la limpieza dentro de una empresa de insercion laboral de personas con riesgo de exclusión social. Todo lo que gana se lo gasta en aparatos de la casa Apple.

Paul Krugman, 58 años, un premio Nobel de Economía que sostiene que las crisis económicas pueden y deben ser analizadas, al igual que las catástrofes naturales, como sistemas complejos.

Andrea Expósito, 17 años, quiere estar estudiando hasta los veintiocho años a cuenta de la economia familiar. Después sacarse una plaza de funcionaria y ponerse a trabajar hasta que se jubile.

Domenec Altozano, 27 años, lleva trabajando de camarero, desde los 20, en una cafetería al lado de uno de los teatros mas importantes de la ciudad de Barcelona. Su gran vocación es atender a los actores cuando se acaba la función.

Michael Brandenburg, 53 años, ingeniero nuclear y director de Internacional Executive de Iese, ofrece empleos en Alemania a profesionales españoles. En Alemania, dice, también pagamos con autestima.

Baltasar Zamarreño, 55 años, nunca ha hecho nada reseñable ya que después de su viaje a la India, cuando tenía 24 años, aprendió para siempre que ser feliz y no serlo es practicamente lo mismo.

Clara Faluo, 31 años, de un rigor y talento profesional indiscutido por sus superiores, padece una indecisión crónica que le impide ser reconocida delante de sus subordinados.

Florentino Ezcaray, 44 años, sindicalista del metal desde los 20. No quiere oir hablar de flexibilización en las contrataciones laborales. El capital, dice, es el único responsable de la situación que estamos padeciendo.

Daniel Ocabango, 28 años, ha encontrado trabajo de conductor de autobuses escolares. Tiene que pedir permiso para asistir a la circuncisión de su hijo pequeño. No duerme pensando que sus jefes se enteren y no le renueven el contrato.

Rafael Argullol, 61 años, nómada, filosofo, novelista y poeta, vivir bien, dice, es conseguir que el mañana tenga envidia del hoy.

Wenceslao Lerín, 39 años, trabaja de taxista para hacer frente al insomnio incurable que padece. Su máxima aspiración es tener el valor y la fortaleza para llegar a ser algún dia como Travis Bickle.

Julia Andrade, 3 años, acaba de comenzar su andadura educativa en la escuela que hay cerca de donde trabajo. Tiene notable dificultad para llevar la cuchara llena de sopa desde el plato a la boca.

jueves, 15 de septiembre de 2011

VIGILANTE

Así me lo enseñó mi madre. Tenía que ser cosa del destino, ya que había perdido todas aquellas esperanzas que pudieran depender de mi mismo, quien me habia proporcionado aquel puesto de trabajo. Es fácil suponer que mi alegría fue enorme. Me presenté al empleo de vigilante jurado en el metro, no tanto para ganar dinero a la desesperada, sino como una elección profesional meditada durante bastante tiempo. Es lo que tiene pasar muchos años en el paro. Cada día tomas la temperatura real del ambiente de la ciudad y diagnosticas con acierto su enfermedad. Mejor que cualquier agencia de prospección sociológica y sus manipuladas estadísticas. El mundo estaba perdiendo su corazón y a lo que venía nada mas se le iba a poder reconocer por sus agallas.

Así tuve claro que mi vocación era inspeccionar y evitar en las grandes aclomeraciones humanas, que se producen en la ciudad, sus eventuales desórdenes. Los pasillos suburbanos y los vagones del tren siempre me habían parecido lugares apropiados para ejercer dignamente esta profesión. Nunca hice caso a las opiniones de familiares y amigos. Cualquier otro trabajo delante de un ordenador o en una aula, tal y como esta hoy la escuela, estaban desposeidos del fragor que supone el firme control de los movimientos ajenos. Ni siquiera podía compararse con alguna poltrona en cualquier dirección provincial o subdelegación estatal, debido a la frialdad que impone la distancia que opera en las relaciones con los subordinados.

El día que fuí a realizar el primer servicio consideré insuficiente el equipo que me proporcionaron. La falta de una pistola me dejaba, en parte, desvestido ante la mirada de los miles de usuarios con quienes me toparía durante una jornada laboral corriente. Lo cual me parecía, además de un estado de indefensión hacia mi persona, una deficiencia instrumental, y de imagen, incompresible en un cuerpo de nueva creación como era éste. Viendo que no obtuve ninguna respuesta alentadora después de efectuar la reglamación pertinente, decidí suplir tal carencia con la probada y pertinaz acechanza de mi mirada y, en caso de necesidad, con la infalible contundencia de mis brazos y mis puños.

El compañero que me asignaron, según me dijo, recalaba en aquel trabajo después de no pocos fracasos en otros muchos. Por lo tanto, sino ineficacia sí comprobé, desde el primer día, falta de voluntad en el cumplimineto estricto de sus funciones. Además era muy suelto en el uso de la palabra, lo cual empeoró aun mas las cosas. Tener un charlatan al lado en este oficio, lo único que hace es distraer la necesaria atención que hay que tener sobre cada movimiento sospechoso que se produzca entre la muchedumbre.

Fuera porque empecé a trabajar en verano y los usuarios del metro descienden apreciablemente, fuera porque los rigores del calor aplazan las disputas y encontronazos a la llegada del otoño e invierno, lo cierto fue que comencé a sentir las dentalladas de la decepción antes de lo que había previsto. La llegada del frío y de la actividad frenética de la ciudad, tampoco supusieron alteraciones que merecieran mi deseado bautismo profesional. Tenía claro que vigilar no era un ejercicio prudente de prevención, sino una acto decidido y explícito de coacción. Por lo tanto, los anodinos paseos que daba de una estación a otra, por un pasillo y por otro, sin que ocurriera nunca nada, no me merecían la pena.

Al cabo, no acabé de entender que había que vigilar en las conductas de gente tan gregaria. Tan sumisa a los horarios y a todo lo que de eso depende. Incapaz de perturbar el orden con un guiño o una mueca. Comprendí, entonces, el carácter ornamental de mi presencia allí al lado del charlatán de mi compañero. Me sentí un maniquí uniformado. De repente, sin embargo, no puede evitar imaginarme a quien me vigilaba cada jornada, siguiendo mis pasos desde un lugar desconocido. Un sudor frío me recorrió toda la espalda y sentí un calambre en el lado de la cadera, donde debería tener enfundada la pistola.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

MELVILLE

Nació en Nueva York a principios del XIX, cuando la ciudad del Hudson tenía un trajín que se asemejaba al del mundo medieval. Murió a finales del mismo siglo en la misma ciudad, cuando la linea del cielo y el trasiego callejero eran ya como lo que vemos y soportamos hoy en cualquiera de las ciudades actuales donde vivimos.

Semejante transformación no le pasó desapercibida a Herman Melville y lo que vio no le pareció que hubiera que festejarlo con tanto confeti y guirnaldas. Tampoco se indignó ante las tropelías e injusticias que dejaron a su paso la aceleración de los acontecimientos que le toco vivir. Y eso que, a diferencia de ahora, los antagonismos entre rivales eran reales y las subversiones auténticamente desestabilizadoras, no meras insubordinaciones expresivas en un mundo homogéneo debido a la superabundancia.

Miró lo que estaba pasando a su alrededor durante una docena de años y escribió dos o tres libros memorables. Al comprobar que nadie le hizo caso, absorbidos como todos estaban por la fe inquebrantable en el progreso, colgó la pluma y se colocó como funcionario de aduanas en los muelles de Manhattan. Cuando pocos años antes de morir publicó su última obra importante, la gente pensaba que Melville se había muerto hacía ya tiempo.

Lo intuyó desde el principio, y lo dejó claro por escrito en sus textos, antes de hacerse invisible. Solo quien odia parece estar vivo. Tal aseveración formaba parte todavía un futuro lejano, pero los mimbres con que se estaba construyendo el mundo que le tocó vivir le impedía imaginarlo de otra manera. Sencillamente se estaba rompiendo la unidad primordial que había mantenido unido y en pie al ser humano durante milenios. Los fragmentos de aquella catástrofe ya no los volvería a unir ni la vuelta a la naturaleza ni a dios. Solo el odio y el horror tienen suficiente poderío para hacer que un hombre partido y dolorido, se levante cada mañana a la busca de su sentido. Indignarse no es suficiente. El capitán Ahab es quien anticipa mejor que nadie tal hecatombe. El objeto de su odio supremo no es el sistema, es algo mas concreto, vivo y coleando: la gran ballena blanca que le arrancó de cuajo una de sus piernas. El odio, al contrario que el amor, no se alimenta de abstracciones. Necesita algo latiendo donde hincar el arpón.

Tuvieron que pasar unos cuantos años, cuando el siglo XX empezó a mostrar sus credenciales de ignominia y aniquilación, para que se volviera a hablar de Moby Dick. Desde entonces se han hecho multitud de lecturas, y al capitán Ahab le han cambiado el rostro a conveniencia y demanda de los intereses de cada época. El último ha sido el de Bin Laden. Pero el saudí fue arponeado esta primavera por el gran capitán Ahab norteamericano. La plaza, por tanto, está vacante. Y hay mucho odio y mucho paro en el ambiente.

Sin embargo, yo creo que Moby Dick, como el Quijote o Hamlet, son de esas obras literarias que todo el mundo ha hablado de ellas en algún momento de su vida, por lo que se tiende a pensar que también la han leído. Este equívoco, como el del verdadero rostro del capitán Ahab, hace que no diese crédito a lo que estaba leyendo cuando de verdad me puse a ello. Cegado también por esa fe inquebrantable en el progreso humano y sus preceptos morales de obligado cumplimiento, a que aludía Melville, me he dado cuenta, al fin, de que solo empecé a leer Moby Dick cuando acepté que no sabía nada.

lunes, 12 de septiembre de 2011

LA FUERZA QUE NO DAÑA LA BELLEZA

Imperativo y autoritario desde el principio, Ismael va haciendo valer su autoridad contra ese pragmatismo literalista que me atrinchera en mi interior, lo que sin otra salida, allí en medio del mar, me va tallando como lector. Con ese fervor de los antiguos creyentes que no entendían nada cuando el cura les hablaba en latín, atento a la eufonía de sus palabras. A su fuerza imponente que jamás daña a la belleza ni a la armonía, sino que mas bien son sus verdaderas productoras. A todo esa hermosura imponente, que tiene mucho que ver con la magia que desprende. Y me doy cuenta que solo esa fe numantina en mi racionalidad civilizada, puede hacer que me pueda quedar fuera de esa comunión en que se va convirtiendo la lectura. Ahogado en mi interior, a base de beber de lo que ya se.

¿Es y no es Ismael uno de los nuestros? ¿Solo quiere hablar porque esta vivo? ¿O es y no es uno de los del capitán Ahab? ¿Podría no estar muerto y también querer contarlo? Las imágenes y las alegorías que crea están revestidas de una extraño brillo, que aleja de ellas la inmediata información que brinda la literalidad de los hechos que describe. Con un primer golpe de vista es imposible ver lo que esta describiendo. Y, sin embargo, intuyo que todo esta muy claro, que todo es evidente. No busca demostrar nada con la aportación de tantos datos, pero consigue realzar y espesar el sentido de lo que cuenta. Y darle, al final, un significado mágico, propio del mito que esta creando. Su dificultad no es porque sea impenetrable, sino porque ese mundo me es desconocido. Ha profanado la oscuridad, de allí viene, su lenguaje es de ese mundo. No hablo del lenguaje propio de la jerga del marinero, que se soluciona mirando un diccionario. Hablo de la capacidad de significación que tiene en el mundo que crea.

Los objetos cobran un protagonismo del mismo rango que los personajes. Todos son protagonistas, respirando juntos, dentro de la misma acción narrativa. Todos esperan el definitivo chorro que anuncie a la gran ballena blanca, al Leviatan, que no deja de rondar en sus cabezas, ya que el capitán Ahab se encarga de ello. ¿Ese extrañamiento hecho con ese monumental lenguaje, es franqueable desde el mío? Me voy dando cuenta que los hechos son una disculpa para hablar de un mundo que Ismael ha visto y que se encuentra detrás de los propios hechos. ¿Quiere esto decir que Moby Dick no se puede leer? Y pensar que cuando comencé su lectura tuve la sensación de que era un libro que todo el mundo ya debía haber leído.

viernes, 9 de septiembre de 2011

MOBY DICK, de Herman Melville


LOS BENEFICIOS DE LA PERPLEJIDAD

Solo empiezo a leer cuando no se nada. Cuando creo que se algo, lo único que hago es comparar lo que leo con lo que se y comprobar si está a esa altura, que es la medida de todo lo demás. Pura petulancia. Después de pedalear al lado del Elba me he echado al mar, inmerso en la lectura de Moby Dick.

Moby Dick no es de este mundo. De nuestro mundo, de ese que hemos construido con la racionalidad civilizada. En lo que leo normalmente hay un eje moral reconocido que me reconcilia tarde o temprano con el texto. En Moby Dick no existe. A la falta de moralidad, la gente respetable, lo llamamos salvajismo (porque no la ha adquirido nunca) o corrupción (porque la tuvo y la ha perdido en el roce con la vida). En el mar de Moby Dick ni una cosa ni la otra, pero sí todo eso y lo demás a la vez.

Nada más presentarse Ismael, da la impresión de que es uno de los nuestros, de nuestro mundo, de mi mundo, pero luego se zambulle en el mar a la caza de Moby Dick, y al final se que es el único superviviente. Por tanto, comienza a escribir con ese estigma de estar con vida de milagro. Esa dualidad de ser uno de los nuestros y serlo también de un mundo desconocido que parece que viene del mas allá, es la atmósfera general del relato. La tengo que aceptar si quiero seguir navegando, si quiero contarlo de después de haber leido. Tengo que aceptar que a parte de mi pequeño mundo de racionalidad civilizada hay otros mundos con otra razón y otras razones.

¿Es Ismael el portavoz de ese mundo? ¿Desde donde habla? ¿Porque quiere que le escuche. Llamadme Ismael. ¿Se llamaba de otra manera antes de zarpar? ¿Por qué elige este nombre de indudables resonancias bíblicas. Ismael el hijo del padre de todos los padres fundadores de nuestra tradición bíblica, Abraham. Como venido de la noche de los tiempos. ¿Qué me importa a mí todo esto? Duro de pelar para nuestro pragmatismo literalista.

No es baladí la alegoria de Melville imaginada hace siglo y medio. Pronto seremos devorados por las fauces insaciables de los mercados, ese nuevo Leviatan que no se sabe de donde viene ni quien es ni donde habita. Lo único que sabemos es que, como la ballena blanca, tiene un instinto depredador impredecible. Disculpe, pero me tengo que agarrar a algun flotador moral si quiero seguir leyendo.

martes, 6 de septiembre de 2011

JUBILACIÓN

Miré una vez más el calendario envuelto en un miedo del que hacía semanas no podía desembarazarme. Me fijé en los días que me faltaban. Cada noche rodeaba el numero del calendario que tenía encima de la mesita de noche con un circulo rojo. Contra lo que es habitual, así me parecía que las horas finales disminuían su velocidad. La de la jubilación me la habían fijado un par de meses mas tarde, después de veinticinco años trabajando como conductor de trenes de la red metropolitana.

Sin otro remedio fui comprendiendo lo irreversible de tal decisión y la inutilidad de cualquier esfuerzo legal para oponerme. La ley no estaba de mi parte. Pero la ley no entiende de lo que le afecta de verdad a la vida. Tantos años trabajando bajo tierra me habían convertido en un hombre topo. Muchas jornadas había, incluso, prolongado mi horario, sin otra remuneración que permanecer mas tiempo allí metido, sin otro motivo que protegerme del miedo espantoso a la vida en la superficie que paulatinamente se había apoderado de mí. Y ahora me querían jubilar, que era lo mismo que firmar mi certificado de defunción.

Traté de convencer a mis superiores de que a ellos también les convenía no jubilarme. El futuro no pintaba nada bien y un tipo como yo les sería de mucha utilidad allí abajo. La transformación que durante los años habia experimentado me había hecho plenamente capacitado para el modelo de orden que hay en los subterraneos de la ciudad. Un tipo de orden que no era todavía el de arriba pero que acabaría siéndolo. Mis compañeros, que daban vueltas inúltimente a un eje moral gastado, no acababan de entender los remilgos que estaba oponiendo a mi jubilación. Ya les gustaria estar a ellos en mi situación, ahora enpezarás a disfrutar realmente de la vida, me dijeron con una fe inusitada, que también podía ser cinismo envuelto de ternura. Todavía no lo saben, pero son ellos los primeros que acabaran asesinando en nombre del orden al que ahora estan adscritos. Por eso no quiero dejar mi futuro en sus manos. Sin embargo, si sigo con mi trabajo las cosas mas bien pueden suceder al contrario: que sea yo quien tenga la última palabra sobre su destino. Y quiero, cuando llegue ese momento, estar en condicones de ejercer mi compasión hacia ellos. Por eso insisto en que me ayuden a conseguir lo que pretendo.

No me escuchan. Siguen orgullosos de mantener un sólido extrañamiento ante la ley, que no tenía que ver con la vida, pero que piensan los ha templado de manera diferente al común de los mortales. Por eso utilizan ese aire paternal, que ellos llaman compañerismo, cuando intentan convencerme de que lo mejor para mí es que me jubile. Yo les advierto, como a mis superiores, que el futuro no pinta nada bien, y que abrazados a ese eje moral no se estan dando cuenta de los huecos donde habita el diablo. Ni que la realidad, que piensan aprehender y entender con un solo golpe de vista, tiene imaginación propia.

viernes, 2 de septiembre de 2011

CRÓNICAS DEL ELBA 5




DESSAU

El que Walter Gropius eligiera Dessau como sede de La Bauhaus - antes había estado en Weimar donde desarrolló su etapa inicial y mas romántica, y después en Berlín donde hizo efectivo su desarrollo mas industrial, hasta que los nazis dijeron basta -convierte a esta ciudad ribereña del Elba en otro de esos lugares fundacionales de los que he venido hablando. El último de este recorrido. En Dessau fue donde Walter Gropius y sus compas (Kandinsky, Klee, etc...) instalaron el laboratorio en el que experimentaron y, sobre todo, desde donde inspiraron todo lo que más adelante sería cosa común entre las ensoñaciones de los productores y consumidores de la nueva sociedad, que se abría paso en la segunda década del siglo XX. Me refiero a lo del diseño gráfico e industrial, y todo ese emjambre de formas y colores sin los que ahora no podríamos acomodar y hacer creible nuestra mirada ante nosotros mismos ni ante los demás.

En el edificio de La Bauhaus de Dessau, considerada como la obra maestra del racionalismo europeo, no solo se imaginaron las primeras y nuevas formas que iban a dotar de significado a la mayoria de las acciones publicas y privadas de los humanos en el siglo pasado, y todavía lo siguen haciendo en el actual, sino que ese crisol en ebullición estuvo respaldado por una forma nueva de ver el mundo de la creatividad y su aprendizaje. El hecho creativo habia dejado de ser algo propio de los elegidos e iluminados, en linea directa y permenente con los dioses, pasando a convertirse en esa otra manera, que demandaban los nuevos tiempos, de acercarse al conocimiento. Siendo también la respuesta adecuada a las exigencias profesionales en el nuevo ámbito laboral que se estaba levantando.

Las capacidades creativas empezaron a romper el viejo corsé de las bellas artes, donde habían vivido enclaustradas desde la primera revolución científica del siglo XVII. Gropius y los suyos intuyeron que eran herramientas de uso comun en el desarrollo de múltiples actividades. El mundo que alumbró el fin de la Gran Guerra iba a velocidades completamente nuevas y estaba preñado de realidades cambiantes. Toda la actividad de Gropius para vitalizar y consolidar su escuela fue un compromiso entre el impulso revolucionario de la Alemania de postguerra y la socialdemocracia, y entre lo artesanal y lo artístico. Evitando nuevos enclaustramientos que impidieran que personas y materiales pudieran respirar en sintonia. Evitando rechazos arbitrarios. Aprender trabajando era el santo y seña de la escuela.

La razón de ser de eslogan no era una retórica más para ganar la confianza ante los padres del alumnado, pintándolo bonito. El eslogan envolvía lo mas importante: su innovadora metodología. Una metodología que apuntaba a la organización interna (una vez comprobadas la aptitudes y actitudes de los alumnos en un curso inicial, se orientaban hacia las enseñanzas en las diferentes áreas) y no perdía de vista como evolucionaba la externa. La producción en serie era ya la columna vertebral de la industria. Muchos de lo prototipos que se estudiaron y construyeron en la escuela se cedieron a la industria.


jueves, 1 de septiembre de 2011

CRÓNICAS DEL ELBA 4

LUTHERSTADT WITTENBERG

Toda mentira debe engendrar otras siete si aspira a resultar verosimil y a envolverse en el aura de la verdad. Tengo para mí que esta cita de Martin Lutero es un buen lema para ir de viaje y por la vida. Valga la redundancia. De hecho, desde que la pronunció hace ya quinientos años, es, de todas las frases que buscan el impacto en el oyente, la que mejor se ha adaptado a los vaivenes impredecibles que mueven el mundo. Diría mas, el mundo sigue girando porque ha aplicado al pie de la letra la máxima luterana. De haber seguido con el Urbi et Orbi vaticanista habriamos desaparecido como especie. Hay que mentir, instalarse en la ficción, para lograr aproximarse a la verdad. Lo que acontece es que no es fácil hacerlo, sin engañar. Por eso, el balance final es que estamos rodeados de tramposos.

Todo empezó, como decía, en la ciudad de Wittemberg, a orillas del Elba. Ya puede ir entendiendo la importancia de este río. Muchos hechos fundacionales, que más tarde determinaron el devenir de la cultura europea, tuvieron lugar cerca de sus orillas. Le he hablado de la Praga de Kafka, aunque no lo he hecho de la Praga sin Kafka, que es otro mundo en el que desde aquí lo invito a zambullirse. Le he hablado de Dresden, ese ejemplo sobre como se mata al ser humano a mansalva, con metodología y protocolos del racionalismo industrial. Y, brevemente, tambié le queria dejar muestra de la importancia de Torgau. Alli empezó la Guerra Fria que congeló Europa durante los cuarenta años que siguieron a la II Guerra Caliente. En un mismo acto, rusos y americanos se encontraron allí por primera vez desde el comienzo de la guerra, encima de las ruinas de uno de los puentes del Elba, a finales de abril de 1945, en su avance sobre Berlín. Se intercambiaron unos tiros antes de reconocerse, se echarosn unas risas y unos vinos una vez reconocidos, se hicieron las fotos correspondientes para lo de la paz y tal, y después, fuera de foco, pusieron cara de perro para siempre. Churchill y el general Patton ya lo habían diagnosticado, el enemigo a esas alturas del conflicto bélico ya no era Hitler, sino Stalin. Lo que nunca entendieron fue por que Eisenhower dejó solos a los rusos en la batalla final por Berlin. Fuera por la razón que fuere, en el encuentro de Torgau se hizo evidente como habían decidido el reparto del continente. Y los aliados, al parecer, no estaban en el lugar que les correspondía.

Pero hoy, le decía, quisiera hablarle de como empezó todo en Lutherstadt Wittenberg. Para lo que quiero contarle, Wittenberg es su calle principal. Como cualquier ciudad fronteriza del oeste. En un extremo la casa donde vivió Lutero, en el otro la iglesia del castillo de Wittenberg, en cuya puerta clavó, en octubre de 1517, las 95 tesis mediante las que el monje agustino salía al paso de la corrupción de la Iglesia de Roma. Entre medias las casa de Philipp Melanchthon , su gran amigo y cómplice, y la de Lucas Cranach, el gran pintor que mediante sus cuadros y negocios realizó la crónica gráfica y bursátil de aquellos decisisvos acontecimientos. Dentro de ese circuito, también se encuentra la iglesia de Sta Maria, al lado de la plaza del Ayuntamiento, donde predicaron Lutero y Melanchthon el espíritu de la Reforma, y la Universidad donde se graduó como doctor en Teología. Todo en poco mas de un km de distancia. El mundo se empezó a ver de otra manera dentro del ámbito propio de una aldea. Si para descubrir el nuevo mundo físico fue necesario atravesar el oceano Atlántico, para inaugurar el mental bastó la determinación de ponerlo por escrito y dar un paseo, el que hay desde la casa del reformador a la Iglesia del palacio, para hacerlo público en su puerta principal. Es la fuerza de la ficción que antes le mencionaba.

Lo importante de la Reforma Luterana fue el impulso que dio a la nueva propiedad y uso de la palabra. La nueva forma de leer la Biblia dejaba a la conciencia de los lectores, sin intermediarios con estola y casulla, la última decisión sobre la lectura. Venía a decir que las palabras son de todos, y que no tienen propietario. No dejeis que os las roben. Entre que los de la estola y la casulla digan lo que hay que interpretar al leer, y que eso quede en poder de quien tiene la Biblia entre las manos, hay diez veces mas distancia que sumando la de los cuatros viajes que hizo Colón a América.

Con la traducción de la Biblia, Lutero puso los cimientos de lo que sería el moderno alemán. Y, también, una forma de mirar y de negociar con el mundo desde el centro del continente. Al sur europeo le quedaba la nostalgia de los tiempos gloriosos en la cuenca del Mediterraneo, y rezar para que el sol no dejase de lucir durante todo el año en sus playas. Ahí nos encontramos.