martes, 20 de septiembre de 2011

VISIONES QUE SE TIENEN SOBRE LO QUE HAY CON CHINAS EN LOS ZAPATOS

Dorotea Priego, 46 años, vive en un calle llena de negocios chinos. No solo no está espantada con los nuevos vecinos, sino que piensa que son de lo que no hay. Despues de dos siglos de pintar el mundo con el azul o el rojo, dice, chistosa, que no le sentará nada mal un buena mano de amarillo.

Edgar Morín, 90 años, antiguo militante del partido comunista francés, despues furibundo antiestalinista. Ha escrito un libro que se titula “La Via”, donde, respondiendo a los indignados, ve el futuro caminando sobre tres patas, ninguna de las cuales es de fabricación china: globalización, occidentalización y progreso.

Araceli de las Cagigas, 38 años, traductora de chino en las Naciones Unidas. Ve en las interminables discusiones democráticas occidentales para resolver los problemas mas elementales, el principio del fin de nuestra civilización.

Celestino Espinavel, 43 años, uno de los escasos cocineros que hay en el sector de la restauracion china en Europa. No considera a sus jefes y compañeros como los tipos mas joviales y afectuosos del mundo. Pero si reconoce que son laboriosos y abnegados. Los chinos abominan del ruido y el escándalo y, en general, han salvado con sus negocios, dice, muchas calles degradadas de los suburbios de nuestras ciudades.

Bernabé Centón, 29 años, vocal de la Asociación China habla. En una reunión con anónimos opositores chinos llegó a la conclusión de que allí todo es dinero y capitalismo. La unica esperanza para China, le dijeron, es Internet y las redes sociales.

Agapito Carnicer, 31 años, broker de bolsa y blogero, intenta difundir la opinion de que ya estamos en manos de los chinos. De momento nos compran la deuda y a lo largo del presente siglo todo lo demás. Sin posibilidad de vuelta atrás. Apocalíptico, predice nuestro futuro en una ciudad espacial fuera de la influencia del planeta Tierra. Nos ven como sacos de pus a punto de estallar, dice en uno de sus blogs, sino nos agotamos antes consumidos por nuestras permanentes rencillas y odios ancestrales.

Hortensia de la Purga, 40 años, jueza de paz en un muncipio donde hay una importante comunidad china. Mas de alguna pareja de estos vecinos asiáticos le han hecho saber, en el breve intercambio de palabras que se produce en el momento del registro del recién nacido, lo difícil que les cuesta entender que los occidentales nos escandalicemos porque en China no dejan tener a los matrimonios nada más que un hijo y aquí abortemos a destajo (sic).

Montserrat Ansorena, 22 años, amiga de un exiliado político de Shanghái, quien se queja, dice, de que tanto hablar aquí de libertad y derechos humanos: nos prohiben fumar y no tenemos huevos para rebelarnos (sic). Estais mucho mas esclavizados que nosotros, concluye decepcionado.

Cayo Cifuentes, 51 años, cliente habitual y convencido consumidor en las tiendas de todo a un euro, regentadas por chinos. Esta gente tiene una sola virtud, dice, que es la suya y no la tiene en común con nadie. Saben que hay una linea roja que no pueden traspasar nunca. Es la mejor garantia sobre todo lo que venden.

Eleuterio Bonavia, 62 años, antiguo militante maoista, piensa que la democracia y el estado de derecho son difíciles y caras. En cambio, la ciberprotesta es barata, y la desobediencia digital fácil. Lo que de alguna manera, dice, le acabará dando la razón al Gran Timonel.

Helena Vilopriu, 2 años, abraza cada mañana a su compañero de guardería, Hu, con la misma fuerza dislocada que el viento zarandea a los juncos.