viernes, 14 de julio de 2023

RAFAEL GARCIASOL

 ARENGA A LAS ROSAS (fragmento)



ROSA MALDONADO




PODER ESCUCHAR

Digámoslo sin demora, las injusticias del mundo separan a los seres humanos por su condición de víctimas y verdugos, no por su condición de buenas o malas personas. La compensación de la injusticia tiene que ver con el derecho, no con la ética y la moral que tienen que ver con su producción e instalación en el mundo. Por eso no hay violencia de género hay violencia, por eso no hay poder en abstracto, hay relaciones de poder entre personas, por eso no hay democracia popular o feminista ni dictadura obrera o feminista como paso previo a la verdadera democracia. Hay democracia o no la hay.

La acción política de los políticos españoles de hoy, al igual que la liga Santander de fútbol, sirven únicamente para continuar la guerra civil del 1936 por otros medios. Por otros medios quiere decir, sin bombas sobre las ciudades ni cadáveres en las cunetas. Lo cual es de agradecer, ya que la mayoría de los que vivimos hoy en Madrid y Barcelona a diferencia de la mayoría de nuestros abuelos de entonces podemos pasear por sus calles sin que la minoría de fanáticos de uno y otro bando nos aniquilen. Algo es algo. Como dijo Antonio Escohotado es lo que tenemos que aguantar la mayoría en es país para que haya democracia. Es decir, para que cuando llamen a tu puerta siga siendo el lechero cuando abras el que aparece y no un comando de las Stasi. o de las Gestapo de turno. Mientas tanto esa mayoría intimidada y paralizada por las minorías fanáticas y fanatizadas de siempre, esa que Chaves Nogales llamó acertadamente, la Tercera España nos hemos hecho propietarios, no ciudadanos. Qué podemos hacer para ir tirando que consumir a destajo. Y claro está, si solo podemos aspirar, entre tanto energúmeno, a ser propietarios, es comprensible, aunque no sea justificable el que haya tanto corrupto. Para entendernos.


Continuar la guerra civil por otros medios, también quiere decir, uno, que esa minoría de los nietos de los que la perdieron la quieren ganar, y que por esa filiación de sangre se sienten legitimados a ganar por aquella derrota. Dos, que la otra minoría, los nietos de los que la ganaron, no la quieren perder, y que por esa filiación de sangre también se sienten legitimados por aquella victoria. 


Ni una minoría ni la otra, sin embargo, se sienten legitimados por la. Constitución de 1978, que ampara y legitima hoy la dignidad de todos los ciudadanos españolas que no se sienten concernidos por aquella derrota ni por aquella victoria, una Constitución que ampara y dignifica, también, a la condición de sus representantes democráticos en el Parlamento Nacional. El caso es que , de repente, lo anacrónico y ancestral, lo más animal e irracional de nuestra naturaleza, la Herencia de sangre y sus primos carnales, el rencor y la venganza, también pertenece al porvenir. Resulta, por tanto, que el ayer es el mañana. Cielo santo. 



miércoles, 12 de julio de 2023

FRANCISCO DE QUEVEDO

 


BLANCA ANDREU

 DAME LA NOCHE QUE NO INTERCEDE (fragmento)



BIBIANA COLLADO

 CASA (fragmento)



VICENTE LUIS MORA

 OBJECIÓN AL OBJETIVISMO (fragmento)



HER

 De igual manera que el ferrocarril de mercancías (uno de los orgullos, junto con la máquina de vapor, de las innovaciones tecnológicas de la primera revolución industrial) no estaba pensado para llevar seres humanos, pero los nazis lo utilizaron para transportar a los desafectos al régimen a los campos de exterminio, las nuevas relaciones amorosas dependen de la tecnología digital, pero esta no está pensada o diseñada para hablar y pensar sobre el amor y los afectos en general. Está diseñada para conversaciones logísticas o instrumentales sobre amor o los afectos en general (te quiero, no te quiero, donde quedamos mi amor, te noto distante, etc.) es decir, para el proceder mecánico y cientificista de la mente. ¿Qué hacer? ¿Convertir las relaciones amorosas o afectivas en general en un problema mecánico o científico, en un asunto de laboratorio? ¿De verdad, como humanidad, podemos llegar a creer que el amor es un asunto mecánico? Sí. Eso es lo que les gustaría y buscan para obtener la máxima rentabilidad los ingenieros en sus laboratorios. Si los dejamos, como los alemanes, o los soviéticos, dejaron que se llevaran a los desafectos al régimen en los trenes de mercancías a los campos de extermino o Gulag, lo pueden lograr. Pueden convencer a la mayoría de la población, como ya lo están haciendo, que sin la tecnología digital perdemos el tren del progreso y del amor, y que la culpa de esa catástrofe la tienen los analógicos, desafectos o herejes actuales al Régimen Digital.


Dicho esto, ¿qué nos propone la película “Her”, de Spike Jonze? Nos muestra una persuasiva y exitosa respuesta de la inteligencia humana a la inteligencia artificial. Exitosa en el sentido de que la inteligencia humana deja claro a la inteligencia artificial que las dos inteligencias pueden llevarse bien si no se anulan en su proceso de hibridación. Es decir, si ambas continúan siendo inteligentes después de relacionarse. Como el narrador y el lector en la literatura tradicional. Ambos deben continuar siendo inteligentes, después del proceso de hibridación que es leer una novela o un cuento.


Esta película permite al espectador reflexionar sobre ese matrimonio de conveniencia que los industriales del entretenimiento han tenido para su bien económico llamar ciencia-ficción, juntando así, como en las uniones medievales, dos entidades que no tienen nada que ver pero que conviene al poder y a la cuenta de resultados de aquellas poderosas familias en liza. De tal suerte el matrimonio ha sido acertado que los contrayentes, con el paso de los años, han acabado enamorándose y enamorando a un gran cantidad de público, que ha visto en este matrimonio una buena manera de matar su aburrimiento existencial. De eso va el entretenimiento actual, lucha feroz contra el spleen que consume a los modernos. Y, sin embargo, la pregunta continúa, ¿que tienen que decirse la ciencia con su proceder mecánico y la ficción con su proceder imaginativo? ¿Que se dicen en el interior de la película Her y, al mismo tiempo, en la intimidad del espectador, para que el matrimonio de conveniencia acabe enamorando a todos: protagonistas y espectadores? Ante la pregunta tópica de este tipo de situaciones, “donde quedamos, en tu casa o en la mía?, pienso que el acierto del guión de Her es que el encuentro tenga lugar en “casa de Theodore”, que no es otra que la de su imaginación, en lugar de que hubiera sido en casa de la máquina, Samantha, que es el laboratorio donde los ingenieros han construido ese sistema operativo. Esta cesión de las mañas del laboratorio, lo propio de la ciencia, en beneficio de las habilidades de la imaginación, lo propio de la ficción, es lo que garantiza la brillantez (el éxito) de esta película, que desde aquí propongo sea la fundadora de un nuevo género, a saber, ficción-ciencia. Pues de esta manera se ve mejor algo que, por otro lado desde la irrupción de la física cuántica es más evidente: la ciencia como tal no existe, existen los diferentes relatos de las diferentes ciencias. O dicho de otra manera, la ciencia es una de las formas, otra más, de la ficción. Por eso me emociona que Theodore después de haberse “enamorado” de la máquina Samantha, llame a la puerta de su amiga (Amy Adams) y le diga si lo acompaña a la azotea, volviendo así de nuevo al “cara a cara” con su antiguo “amor de. adolescencia”. Eso es lo que le ha enseñado la relación con la máquina. Lo que nos ha enseñado a los espectadores que lo hemos acompañado. Pues al final ha aprendido, hemos aprendido, que el otro humano no solo existe, sino que además es necesario e insustituible para que también exista el yo humano. Ambos dos, ahora sí - yo y el otro, el otro y yo - demasiado humanos en su inteligencia, manteniendo a la inteligencia de las máquinas en el lugar que a ambas inteligencias mejor les conviene.


viernes, 7 de julio de 2023

EL MAR DE HIELO

¿Qué es sino la zona de confort, ese lugar donde se almacenan ahítos los corazones helados de quienes viven presos de su individualidad autocomplaciente y autosuficiente?

Ayer la nobleza de unos pocos obligaba y dominaba a los muchos sobre el mundo. Hoy es la propiedad privada la que obliga y aniquila el espíritu de muchos de sus dueños. Mañana será la conversación voluntaria cara a cara la que nos liberará a cada uno y nos hará iguales entre los otros. Así  la virtud de siempre, sin obligación ni sumisión, volverá a todos los corazones de los hombres y las mujeres de este bendito planeta azul.

Suena bíblico, ya lo oigo.

Pero la lectura de la biblia (como la naturaleza, el tranvía y la bicicleta, que eran de ayer y ya lo son de hoy), también debe formar parte de nuestro porvenir. Ahora bien, si lo que más le complace oír son las palabras eco-feministas-progresistas-digitales-modernas, Franz Kafka, que no dejó nunca de leer la Biblia, amaba la naturaleza, montaba en bicicleta e iba al trabajo en tranvía, lo dejó muy claro por escrito a los de su porvenir, o sea a nosotros: la lectura de un libro  - “ y la conversación cara a cara sobre esa lectura” - debe romper el mar de hielo que todos llevamos dentro.


Nota:

El entrecomillado es mío

miércoles, 5 de julio de 2023

CLUB DE LECTORES 7

¿Por qué estas enfadado? Así le preguntó uno de los asistentes al Club de Lectores al que oficiosamente lo coordinaba. Y es que, efectivamente, para los asistentes este puede parecer que está enfadado por lo que oye o no se dice o como se dice. Y, sin embargo, no es así. Todo tiene que ver con lo que cada cual entienda qué es asistir a un Club ?+de Lectores de espectadores o de lo que sea. Por decirlo rápido, ocupar uno un espacio entre otros para ser libres juntos. Asistir a un Club de Lectores es abandonar por unas horas la zona de confort autosuficiente y autocomplaciente desde donde miras y hablas habitualmente y adentrarte con toda la precariedad que tu ego sea capaz de admitir en una zona de riesgo. Dicho con otras palabras, asistir a un Club de Lectores es dejar atrás ese lugar donde “crees que sabes, incluso que lo sabes todo de todo” y adentrarte en este otro lugar donde “no sabes nada” pero aspiras a “saber algo de algo”, si la complicidad con quienes te acompañan esta bien engrasada, lo cual es mucho aspirar. Así que mejor, “asistir a sabiendas que no sabes nada de nada”. Esta es la única manera de ocupar un espacio común para hablar de un libro una película o de lo que sea, “renunciar” a lo que creemos que sabemos y dejarnos abrazar por la marea de los miedos y las sombras propias de nuestra condición de adultos. Lo que ocurre es que ni con una altavoz de un millón de megavatios las voces del Club de Lectores llegan a oídos de quienes siguen instalados en su zona de confort. No oyen ni ven la estupefacción y el asombro propio del conocimiento no científico. Del saber del no saber. Por decirlo en términos más campanudo, no es lo mismo almacenar datos del pasado (el que cree que sabe) que ser consciente de la historicidad de lo humano (el que sabe el alcance fundamental de lo que ignora), aunque a veces lo primero lleva a lo segundo.


En términos topológicos, asistir a un Club de Lectores es, a mi entender, abandonar por una horas la zona de confort donde todos los protocolos del confort (es decir, esos que posibilitan que en esa zona nunca pase nada de interés que no sea confortable, claro está) son evidentes siempre, y siempre están a la vista para que la zona de confort siga produciendo la confortabilidad necesaria (seguridad y protección, ya no emancipación, así es el paternalismo de la corrección política actual) que necesitas cada día, y adentrarte en la zona de precariedad y riesgo donde salvo el protocolo del respeto escrupuloso a la dignidad propia y ajena no hay nada escrito ni predeterminado tanto respecto al fondo como a la forma. Debe quedar claro que la dignidad es un atributo individual inviolable en cualquier caso, mientras que la libertad es siempre un asunto en origen de pertenencia y propiedad individual pero que tiene su razón de ser y solo se hace evidente entre las libertades de los otros individuos. 


Volviendo a la asistencia a ese lugar llamado Club de Lectores, valga decir que está protagonizada por los estados de ánimo emanados de la precariedad y el riesgo que le son propios a los asistentes, esos ánimos que suben y bajan al compás de nuestra inestable naturaleza, esos que suben y bajan sin que nadie sepa y menos uno mismo, de las anfractuosidades del terreno por donde caminan, esos que, por la propia naturaleza de la precariedad y el riesgo, se ponen todos patas arriba y son “incontrolables” por la razón instrumental que domina, como un señor nazi o un jerarca soviético según la religión del sujeto en cuestión, la zona de confort donde habitas cada día. Así que o reconocemos que en verdad todos estamos enfadados porque nos obligan a salir de la zona de confort donde estamos atrincherados, o dejamos atrás esa cursilería que le es propia y nos ponemos manos a la obra para manejar, con la dignidad propia de una ser adulto finito, mortal e imperfecto, la precariedad y riesgo inherentes a la zona del Club de Lectores. Inherentes a nuestras naturaleza humana. No estoy pidiendo a los asistentes al Club de Lectores corran el riesgo de ir, por ejemplo, a la guerra, me dice el coordinador oficioso. No estoy pidiendo que corran un riesgo material, cielo santo. Al salir del Club de Lectores y cada cual vuelva a su casa, me apunta el coordinador oficioso, todo lo que adoran y les acomoda a los asientes seguirá en el mismo sitio. Solo les estoy pidiendo un soportable riesgo espiritual. Justo antes de que se conviertan en unos zombis irrefutables. Hay alguien por ahí, remata el coordinador oficioso de forma irónica.


Por tanto, no viene a cuento preguntarle al qué oficiosamente coordina el Club de Lectores, ¿por qué está enfadado? Ni es pertinente, una vez todos metidos en la zona de precariedad y riesgo de aquel, preguntar al que deja caer, por decirlo así, una locución extravagante (cuál no lo es en esa zona y con esos estados de ánimos), oiga usted, eso que ha dicho me lo tiene que demostrar, si no es así no se lo acepto. Solo cabe, todo lo más, un “cómo ha dicho fulano: algo”, atreverte a decir “algo de ese algo”, que es lo mismo que reconocer al otro y que sus palabras han abierto en ti  un “camino nuevo” a recorrer. Un Club de Lectores, ese claro del bosque en el que confluyen diferentes caminos (María Zambrano), no es otra cosa que un lugar donde se trenzan mediante el pensamiento asociativo “esos algos de aquel algo” que escuchamos sin previo aviso a los otros. No es, para entendernos, un lugar improvisado de mini conferencias, ni para que se explayen los expertos del “saber todo de todo”. Lo que no quiere decir, espero que se me entienda, que estas palabras vayan contra los conferenciantes y los expertos, gremios que admiro y me merecen el máximo respeto. Sin embargo, los asistentes a un Club de Lectores no somos conferenciantes ni expertos, por mucho prestigio social que tengan estas profesiones, por mucho que algunos tertulianos quieran una y otra vez imitarlos. Los asistentes a un Club de Lectores somos, repito, simplemente lectores corrientes que se atreven a habitar un espacio definido por las coordenadas de precariedad y riesgo, que, mira usted por donde, son los atributos esenciales de estos inquilinos. Humanamente eso es todo lo que da de sí.

lunes, 3 de julio de 2023

MARÍA ZAMBRANO

 PENSAR Y NO PREOCUPARSE (fragmento)



PEDRO FLORES

 


GLORIA FUERTES

 


WILLIAN SHAKESPEARE

 


DOS EN LA CARRETERA

 Nunca como al hablar del Amor Adulto Conyugal la locución “no se qué decir ni cómo decirlo” es más acertada. Pero el hecho de que sea la experiencia adulta más común y generalizada, hablar de ella lo hace, al mismo tiempo, lo más pertinente. Asistir mañana a esta tertulia, de eso se trata. Desbloquear imaginativamente, ante nosotros mismos y ante los otros espectadores, aquella locución. 

He visto la peli “Dos en la carretera” un puñado de veces, pero nunca bajo la influencia de haber visto recientemente “Deseando amar”, “Breve encuentro” y “Regreso Hope Gap”. Y nunca, por supuesto, estando jubilado. Aunque casi siempre matrimoniado sin bendición alguna. Todo ello me convierte en un espectador “nuevo” en esta otra visión de la película de Stanley Donen. Por eso no puedo decir “yo sé de qué va esto, faltaría mas”, pues yo que soy “el que más sabe” me doy cuenta de que, al fin y al cabo, “no sé nada”. Podía evocar a Bergman en “Secretos de un matrimonio”, podía traer a colación “Quien teme a Virginia Woolf”, de Michel Nichols, o “500 días juntos”, de Marc Webb, etc, todos saben y creen poder comprender lo que de suyo no se deja, como la naturaleza misma. La aventura del matrimonio (esté ratificado o no por el estado o la iglesia, tanto da) es una de las experiencias vitales del ser humano que entra de lleno dentro del campo semántico de lo inefable: es lo impensable lo que no deja de inquietar a nuestra mente. Dicho de otra manera: de quien más quieres saber porque lo amas, no puedes saber nada porque te ama. Para mitigar esa “tragedia tan humana”, el humor, también humano, que barniza la película desde las primeras escenas se hace impagable para la comprensión total de la película por parte del espectador, por ejemplo, “no aguanto a las mujeres que quieren ser indispensables”, le dice Mark a Joana. Y la escena final, donde los protagonistas se interpelan mutuamente con ironía, al tiempo que se preguntan, por qué nos os divorciamos, porque seguimos juntos.


Los estudiosos de la física (mundo exterior), incluidos los que se llaman cuánticos, confiesan que harían un pacto con el diablo para que les dijese por qué existe el universo. En justp correlato con nuestro mundo íntimo, los amantes del matrimonio (esté bendecido o no por el estado o la iglesia, tanto da) harían lo mismo si Satanás les dijese cómo hacer verdadera y eterna el origen y  esencia de esa unión matrimonial: dar lo que no se tiene a alguien que no es. El Amor-Adulto-No Romántico (que es lo que aparece cuando uno deja atrás el amor-romántico-juvenil), como el Universo a una escala gigantesca, tiene esa voluntad de perdurar porque se sabe finito e imperfecto pero quiere seguir siendo infinito y absoluto, por eso estalla con demasiada frecuencia en mil pedazos. La ira cósmica y humana. El gran acierto de Donen, a mi entender, es haber elegido este punto de vista para contar eso que no podemos pensar pero que no deja de inquietar a nuestra mente. Bergman y los demás directores aludidos son todavía románticos, es decir, saben de qué va esto del amor conyugal y se atreven a contarlo. A Stanley Donen, sin embargo solo le preocupa unir los pedazos de los sucesivos estallidos conyugales en una unidad visual de perfección (esa es la película que vemos), pues sabe que el espectador solo comprende lo que se representa así mismo previamente como una unidad perfecta de sentido: Mark y Joana Wallace, pase lo que pase, se querrán eternamente. Como así ocurre y nos congratula. Dos seres humanos finitos que quieren amarse infinitamente. ¿Hay algo más impensable y, a la vez, mas maravilloso? ¿Hay algo más inquietante? Lo de anteponer el sexo a los sentimientos (lo de usar y tirar), propio del tardo romanticismo posmoderno, tiene que ver más que con el Amor Adulto Finito e Imperfecto de siempre, con la Publicidad y la propaganda ideológica del actual Sujeto Narcisista, Autocomplaciente y Autosuficiente, que en estos asuntos y en los demás no necesita a nada ni a nadie.