miércoles, 12 de julio de 2023

HER

 De igual manera que el ferrocarril de mercancías (uno de los orgullos, junto con la máquina de vapor, de las innovaciones tecnológicas de la primera revolución industrial) no estaba pensado para llevar seres humanos, pero los nazis lo utilizaron para transportar a los desafectos al régimen a los campos de exterminio, las nuevas relaciones amorosas dependen de la tecnología digital, pero esta no está pensada o diseñada para hablar y pensar sobre el amor y los afectos en general. Está diseñada para conversaciones logísticas o instrumentales sobre amor o los afectos en general (te quiero, no te quiero, donde quedamos mi amor, te noto distante, etc.) es decir, para el proceder mecánico y cientificista de la mente. ¿Qué hacer? ¿Convertir las relaciones amorosas o afectivas en general en un problema mecánico o científico, en un asunto de laboratorio? ¿De verdad, como humanidad, podemos llegar a creer que el amor es un asunto mecánico? Sí. Eso es lo que les gustaría y buscan para obtener la máxima rentabilidad los ingenieros en sus laboratorios. Si los dejamos, como los alemanes, o los soviéticos, dejaron que se llevaran a los desafectos al régimen en los trenes de mercancías a los campos de extermino o Gulag, lo pueden lograr. Pueden convencer a la mayoría de la población, como ya lo están haciendo, que sin la tecnología digital perdemos el tren del progreso y del amor, y que la culpa de esa catástrofe la tienen los analógicos, desafectos o herejes actuales al Régimen Digital.


Dicho esto, ¿qué nos propone la película “Her”, de Spike Jonze? Nos muestra una persuasiva y exitosa respuesta de la inteligencia humana a la inteligencia artificial. Exitosa en el sentido de que la inteligencia humana deja claro a la inteligencia artificial que las dos inteligencias pueden llevarse bien si no se anulan en su proceso de hibridación. Es decir, si ambas continúan siendo inteligentes después de relacionarse. Como el narrador y el lector en la literatura tradicional. Ambos deben continuar siendo inteligentes, después del proceso de hibridación que es leer una novela o un cuento.


Esta película permite al espectador reflexionar sobre ese matrimonio de conveniencia que los industriales del entretenimiento han tenido para su bien económico llamar ciencia-ficción, juntando así, como en las uniones medievales, dos entidades que no tienen nada que ver pero que conviene al poder y a la cuenta de resultados de aquellas poderosas familias en liza. De tal suerte el matrimonio ha sido acertado que los contrayentes, con el paso de los años, han acabado enamorándose y enamorando a un gran cantidad de público, que ha visto en este matrimonio una buena manera de matar su aburrimiento existencial. De eso va el entretenimiento actual, lucha feroz contra el spleen que consume a los modernos. Y, sin embargo, la pregunta continúa, ¿que tienen que decirse la ciencia con su proceder mecánico y la ficción con su proceder imaginativo? ¿Que se dicen en el interior de la película Her y, al mismo tiempo, en la intimidad del espectador, para que el matrimonio de conveniencia acabe enamorando a todos: protagonistas y espectadores? Ante la pregunta tópica de este tipo de situaciones, “donde quedamos, en tu casa o en la mía?, pienso que el acierto del guión de Her es que el encuentro tenga lugar en “casa de Theodore”, que no es otra que la de su imaginación, en lugar de que hubiera sido en casa de la máquina, Samantha, que es el laboratorio donde los ingenieros han construido ese sistema operativo. Esta cesión de las mañas del laboratorio, lo propio de la ciencia, en beneficio de las habilidades de la imaginación, lo propio de la ficción, es lo que garantiza la brillantez (el éxito) de esta película, que desde aquí propongo sea la fundadora de un nuevo género, a saber, ficción-ciencia. Pues de esta manera se ve mejor algo que, por otro lado desde la irrupción de la física cuántica es más evidente: la ciencia como tal no existe, existen los diferentes relatos de las diferentes ciencias. O dicho de otra manera, la ciencia es una de las formas, otra más, de la ficción. Por eso me emociona que Theodore después de haberse “enamorado” de la máquina Samantha, llame a la puerta de su amiga (Amy Adams) y le diga si lo acompaña a la azotea, volviendo así de nuevo al “cara a cara” con su antiguo “amor de. adolescencia”. Eso es lo que le ha enseñado la relación con la máquina. Lo que nos ha enseñado a los espectadores que lo hemos acompañado. Pues al final ha aprendido, hemos aprendido, que el otro humano no solo existe, sino que además es necesario e insustituible para que también exista el yo humano. Ambos dos, ahora sí - yo y el otro, el otro y yo - demasiado humanos en su inteligencia, manteniendo a la inteligencia de las máquinas en el lugar que a ambas inteligencias mejor les conviene.