viernes, 31 de diciembre de 2010

EN EL AÑO QUE VIENE

Ofrecía el otro día la red como vía de escape y como forma de encontrar el sentido en un mundo sin esperanza, no porque me preocupe semejante virtud cardinal, muy al contrario, me parece la única prescindible de las tres. Lo dije para evitar caer en la desesperación. Bienvenidos sean los desesperanzados, pero cuidado con los desesperados que alguna vez soñaron con un mundo mejor y que no supieron ver que tal propósito, por muy loable que sea, lleva dentro el huevo de la serpiente: mas pronto que tarde, llega su inevitable caducidad y posterior desaparición.

Ademas, socialmente, seguimos sin aceptar del todo lo que significa lo ocurrido en el continente europeo, y por ende en el mundo, hace ya sesenta y cinco años. Fractura irrestañable de una idea de la civilización y, como no, de su progreso y representación. ¿Como se puede vivir sin esperar nada ni a nadie? En esas estamos. Como la maquina de vapor, el ferrocarril, el coche y el avión fueron hijos de un tiempo lleno de esperanza, no dude que las nuevas tecnologías digitales lo son de este tiempo desesperanzado, que es el nuestro y que debe ser sin desesperación. Otra cosa son las monsergas de los ludditas de temporada.

Le dejo muestra de un libro para arrancar los primeros días del nuevo año. Se titula "Una mujer de nada", de Leonor Paque.

Alguna vez le he dicho que toda vida es vivida. Es el correlato necesario de la desesperanza y la manera de no caer en la desesperación que acompaña a ver desaparecer, o no acabar de llegar a ver, el mundo imaginado, sea propio o colectivo. A punto de acabar el año, tal vez haga balance y llegue a la conclusión de que su vida le parezca poca cosa, después de todo. Sin embargo, el libro nos dice que la vida mas ingrávida y anodina puede insuflar aliento a quienes la rodean. No va de autoayuda ni nada de todo eso. Las protagonistas son mujeres sin esperanza. Nada mas y nada menos. Y ya esta. Pero su poca cosa de vida es mucho para muchas. Hay que aprenderlo, haciendo callar la berrea de la vanidad que nos ciega y ensordece. Es eso de antes, cuando le dije que en esas estamos. Con ello no quiero decirle solo que es lo que
hay, aunque sea cierto. Yo creo que es lo que ha habido siempre, mucho y variado, en la superficie y en el fondo. Deje los futuros de
colorines para los pintamonas y los contadores de chistes.

Los años no son por sí mismos felices ni funestos, afortunados ni lúgubres; son como nosotros hacemos que sean. Usted ya sabe. Haga lo que haga en el que viene, no se desespere. Usted me aprenda.

martes, 28 de diciembre de 2010

DESCARGA O REVIENTA

Si no sospechara que la ley de la ministra Sinde acabará beneficiando a la guionista Sinde. Si no sospechara del poder del Estado como en su día hice con el de la Iglesia. Si no sospechara, en fin, sería un ingenuo, indigno, por tanto, de vivir en una sociedad democrática. Un ciudadano democrático es el que hace de la sospecha su razón de ser y, al cabo, el arte de su propia vida. Los piratas y los herejes, ay, son los que nos desbrozan el camino de la sospecha. De nuestra propia vida de seres libres.

Yo me enfrento al dilema cada día. ¿Qué es antes el lector o el documento? ¿La custodia de éste o la libertad de aquel? ¿La biblioteca como una forma del espacio o como un vector del tiempo? ¿Gutemberg o Zuckerberg? ¿Con qué sueña un autor, con que lo lean, vean o escuchen como sea y cuando sea, o con que lo compren? Ya ve, otra vez vuelvo a lo mismo. El misterio de la creación o el negocio del mercado ¿Que le queda al ciudadano de la sospecha, inmerso en esta crisis de proporciones planetarias y teologales. Imaginar y participar en la red con lo que lee, mira o escucha.

La red es el universo. Duplicado. Su calco fiel. A nadie se le ocurre llamar piratas a los astronautas ni herejes a las naves no tripuladas, que vuelan a los confines sin Dios del universo. ¿Por qué si lo son los internautas y sus portátiles o iPads? Poner un pie en la Luna es un gran paso para la humanidad, pero la gratuidad de toda la información al alcance de todos es un peligro. De repente, el andar trémulo de Neil Armstrong se convierte en el caminar canónico de toda la humanidad, pero el navegar seguro y apasionado de cualquier usuario de la red es un delito cuya condena apunta al talego. La red es a un régimen democrático y de opinión publica como las catedrales góticas lo fueron a los primeros pasos del humanismo moderno. La irrupción de la luz. La red, es lo que nos queda en un mundo sin esperanza. También, por fin, el alivio al miedo ancestral de ser tocado por lo desconocido. Todas las distancias que creamos a nuestro alrededor son consecuencia de ese temor atávico. Solo inmersos en la masa encontramos nuestra redención a ese contacto. Ya sea en un estadio de fútbol, en una manifestación o en unos grandes almacenes con la tarjeta en la boca. Así si nos quiere la ministra Sinde. En masa si, pero no sueltos y conectados en red. ¿Por que será?, ¿como no sospechar entonces?

Señora ministra, vuelva a ver "El nombre de la rosa", para comprobar de donde venimos. Echele, después, un ojo a "La red social" para saber a donde vamos. ¿Donde esta el delito? ¿De que tienen miedo sus cuates subvencionados? ¿Tan alta es su excelencia que debemos entre todos pagar su distinción? ¿A qué llamamos «artista»? Cézanne se quemaba los ojos buscando retener el instante sagrado de una sombra sobre la Montaña Sainte-Victoire. Vermeer dejó pintados apenas 37 cuadros que hayamos identificado, entre ellos esa «Vista de Delft». Flaubert no paro de llenar de palabras los papeles, hasta que dio con los matices del amarillo en el cielo de Cartago. Los tres se buscaron la vida como pudieron. Sin novedad en el frente.

Todavía se atreverá a decir que su ley es a favor de la responsabilidad, esa hora cruel de las desilusiones en que el ser humano ha de pactar con las limitaciones de su conciencia, y en contra de la arbitrariedad del gentío. No lo dude, para ese viaje, nada mejor que sueltos y en contacto dentro de la red, antes que apretujados y asfixiados dentro de la masa. Y educación, señora ministra. Mucha educación y ejemplo, habilidades y virtudes que no hay en el despacho que ocupa ni en el de sus colegas. Ni hay ni se las espera.

A estas alturas de la película, todavía muy quietos dentro de la masa espectadora, no acabo de ver la utilidad (a los suyos, señora ministra, ya sé) de que sigamos conviviendo en "perfecta armonía" con la estafa, el abuso o la impostura. Moviéndonos sueltos por la red, optaremos a la libre experiencia de confraternizar con mentirosos, hipócritas, totalitarios y trepadores. También es la mejor manera de comprobar la temperatura de nuestra bonhomía, decidiendo luego si continuamos a su lado o buscamos otros horizontes.

domingo, 26 de diciembre de 2010

TROPEZAR EN NAVIDAD

"El ser humano ocasionalmente se tropieza con la verdad, pero en la mayor parte de las ocasiones se levanta y sigue su camino". Winston Churchill

Y como las hormigas, volvemos a las obligaciones del hormiguero. Tropezamos y al hacerlo, sin darnos cuenta, viendo lo que no entendemos nos hemos hecho inteligentes. ¿Hormigas inteligentes? o ¿humanos inteligentes? ¿Por que nos cuesta tanto aceptar esta paradoja? ¿por que no nos encomendamos a las chispas que dispara en forma de ambigüedad y complejidad? No queremos aceptar que van contra la uniformidad del hormiguero y a favor de nuestra individualidad. Al levantarnos del tropezón, percibimos la dimensión autentica de nuestra soledad y el miedo que nos provoca desde fuera la fuerza del hormiguero. Pero no hay vuelta atrás. Al tropezar, el torpe ha provocado a un orden ancestral que no admite provocaciones. Delante de el, toda la explanada de su inteligencia, donde cabe igualmente lo mas brillante y lo mas estúpido. Detrás, vivir, muriendo por el hormiguero.

El siglo XX ha sido el que mas tropezones alberga en sus actas, por tanto, el mas brillante y el mas estúpido. También el menos armonioso. De tanto tropezar hemos perdido la armonía atávica del hormiguero. ¿Como siendo tan inteligentes hemos cometido tantas estupideces? ¿Es que nos atemoriza la verdad fuera del hormiguero? ¿Es posible que individuos inteligentes y libres, orgullosos de su autonomía, puedan convivir armoniosamente? Sin remedio, el mundo esta mal hecho. ¿Por que siempre son los otros quienes nos ponen la zancadilla? o ¿por que vamos ciegos? ¿Es esta extraña melancolía la que nos embarga nada mas salir del hormiguero? ¿Cien años son pocos años o son mas que suficientes para darnos cuenta que nuestro trágico destino es tropezar, una y otra vez, para acabar volviendo al hormiguero? ¿Y la verdad, entonces? ¿Que se la quede el diablo o que la venda el mercado?

Le dejo un pasaje de uno de los diarios de John Cheever, uno de los nuestros, que no dejo de tropezar sin abandonar nunca el hormiguero.

"Abrumado por la soledad, decidió sorprender a la familia volviendo antes de Navidad. Su esposa lo recibió en el aeropuerto con la noticia de que se había enamorado de otro y vivía con él desde hacía tres meses. Habló sin parar hasta que él le dijo que estaba bien, que lo comprendía, y sólo le pedía que lo llevara al hotel. Entonces ella dice: '¿Cómo puedes ser tan desconsiderado? Las luces del árbol están encendidas y hemos comprado regalos para ti; además, mamá, papá y los chicos te esperan'. Y él dice: Acabas de decirme que mi vida contigo y los niños se ha terminado. Acabas de decirme que ya no puedo vivir contigo. Ahora quieres que vuelva disfrazado de Papá Noel. Y nunca me han gustado tus padres'. Entonces ella responde: No sabía que fueras tan cruel. No ha sido culpa mía que me haya enamorado de Henry. Fue más fuerte que yo. Actúas como si lo hubiera hecho a propósito. ¿Qué quieres que les diga a papá y mamá? No saben nada. Nos hemos pasado toda la tarde decorando el árbol sólo por ti. Te esperan, se han puesto su mejor ropa'. Y él, que desea ver a sus hijos y las cuatro paredes de su casa, vuelve”.

jueves, 23 de diciembre de 2010

SIN SUERTE Y ESPERANDO

Son casi las siete de la tarde, y estoy en la Biblioteca. Es una tarde tranquila, y ya va para hora y media que ha caído el sol por el horizonte. No blancas, pero si largas. Noches muy largas. Hace mucho frío y los lectores entran y salen buscando el calor de los libros o de Internet. Vaya usted a saber que buscan. En días invernales así, ásperos, duros, inclementes, el rumor de la frontera adquiere todo ese fulgor imaginario que me atrapa. Todos sus relieves se ofrecen al espectador por si quiere sentir y comprender un poco más. Me digo que tengo que volver a ver los primeros cuarenta minutos de Bailando con lobos. Ay, esos mitos. El pueblo presenta ese aire fantasmal que tanto aturde y atemoriza a los de la gran ciudad. “¿Qué se puede hacer aquí en el invierno?”, le escuché un día de agosto a dos que entraron despistados a la Biblioteca. El tono era altivo y la intención de abundante desdén. Tipos sobrados de suficiencia, que no se pararon a pensar que a quien preguntaban le cabe al mismo tiempo seguir amando la gran ciudad y haber aprendido a amar la frontera. Esa falta de complejidad y ambigüedad, a la que cuesta tanto encomendarse. ¿Saco el hacha o no saco el hacha?, pensé que era la cuestión. Saco el hacha, resolví. “Lo que no nos dejáis hacer gente como vosotros en el verano”, les contesté mirándoles, como si les entregara un libro, a la cara. Touchés, y acabamiento inmediato de la arrogancia capitalina.

De repente entra un lector asiduo y me dice, así de sopetón, “he llegado a la conclusión de que somos pobres, de que no lo hemos dejado de ser nunca”. La literalidad de los números que oculta o la ambigüedad de las palabras que muestra, ¿a que me atengo? La lotería, otra vez se esta vendiendo mucha lotería, me dice. Cuando vienen mal dadas, cuando tenemos que tomar decisones de envergadura y con determinación inquebrantable, Doña Manolita se impone por goleada a la Providencia o a Hegel o a Keynes, a la hora de elegir quien nos acompañará en nuestro incierto y confuso destino. Nunca llegaremos a nada, sentencia.

Experiencias que se cruzan en la Biblioteca, en invierno o en verano, con el AVE entrando ya por el Norte helado y el Gordo de la Lotería huyendo hacia el sur lluvioso. Pobres y sin suerte, somos menos que pobres. Esperando que el nuevo año comienza pronto y que el frío haga mas profunda nuestras pisadas. Qué menos.

martes, 21 de diciembre de 2010

UN CUENTO DE NAVIDAD




TRES LIBROS MAGOS.

Los primeros, son dos libros que, entre otros muchos, circulan por las librerías hablando de la crisis en la que estamos metidos. Los he escogido porque sus títulos representan el haz y el envés del asunto, pero, sobre todo, porque puestos de canto me permite volver sobre mi frase favorita: lo importante no es lo que pasa, sino que hago yo con lo que pasa.

El del señor Abadía titulado, “¿Qué hace una persona como tú en una crisis como ésta?”, transmite el optimismo aragonés pasado por Harward, donde ha estudiado, y de resultas de la mezcla sale el mejor y más cualificado optimismo norteamericano: hablando con propiedad, no hay ninguna certeza, sólo hay gente que está segura.

El del señor Judt se titula, “Algo va mal”, y despide el aroma del pesimismo británico, donde ha hecho su carrera intelectual, que no es otro que el pesimismo europeo, esa nostalgia oculta y vergonzante por no poder ser nunca mas tan gloriosos como nuestro pasado imperial.

El optimismo del señor Abadía nos dice que si gastamos con la cabeza, se vive muy bien, al nivel adecuado. Si ganamos 100 y gastamos solo 80, se vive de cine. Seremos felices en ese nivel y además ahorraremos. Fácil. Pero si se gasta con los pies, viviremos artificialmente bien durante una temporada, pero si seguimos así la hostia va a ser sublime. Jodido.

El pesimismo de Judt nos recuerda que las desigualdades actuales en los países de Occidente tienen peores efectos que la pobreza en tercer mundo. Su correlato social y personal es que cada vez creemos en menos cosas. Lo prueba el hecho de que cada vez hay más gente intentando arreglar el mundo, pero cada vez el mundo está peor. En esto último sí creemos, dice con amargura. ¿Se puede ser feliz sin fe? Ya empezamos. ¿Qué es eso de ser feliz y que es eso de tener fe?

El señor Abadía propone cambiar el estilo y el fondo de nuestras acciones económicas. Dice que el peor enemigo del ser humano es la ignorancia. Y por eso hay que entender lo que pasa. Porque que si se entiende, algo se nos ocurrirá. Ya ve.

El señor Judt, como buen europeo, parece estar cansado de haber repetido hasta la saciedad lo de la ignorancia y el analfabetismo, sencillamente ya no sabemos cómo hablar de todo esto, dice. Aun así, propone cambiar, también, el estilo y el fondo de nuestras conversaciones cotidianas. Uff, qué es eso y cómo se hace. Un lío.

Supongo que ya se ha dado cuenta que el señor Abadía es un surfista y que el señor Judt es un espeleólogo. Pero los dos aspiran a la misma luz ilustrada de siempre, el primero llegando triunfante a la playa y el segundo saliendo sano y salvo a la superficie. Yo creo que así, por separado, pueden resultar bastante gaseosos y repetitivos.

No se cual es la topografía del camino que anuncia la frase que le he dicho al principio. Se la repito: lo importante no es lo que pasa sino que hago con lo que pasa. Pero si se que es donde deben encontrarse el optimismo del señor Abadía y el pesimismo del señor Judt. Europa y América (la del norte y la del sur).

Será así si, como dice Patrick Harpur (autor del tercer libro, “El fuego secreto de los filósofos. Una historia de la imaginación”), avanzamos menos por lógica que por analogía, si vinculamos las etapas del camino menos por un razonamiento lineal que por correspondencia y simpatía. Si hacemos del itinerario una especie de prisma rotatorio en el que en cada etapa vaya presentando un faceta del conjunto. El secreto es, dice Harpur, una manera de mirar las cosas que la cultura occidental a menudo ha perdido de vista.

Yo creo que de esta manera, mas pronto que tarde, nos encontraremos en cualquier encrucijada con nuestros antepasados, que aunque están muertos su sabiduría continua latiendo con fuerza entre nosotros, aunque no nos demos cuenta. Y todo ello nos hará mas fácil encontrarnos, a su vez, con la tradición milenaria de Asia, cuya modernidad ya nos ha alcanzado en los grandes almacenes de consumo y en los circuitos de formula uno.

África, entonces, y solo entonces, volverá a brillar con todo el fulgor del ébano. Ocupando por derecho propio el lugar que le corresponde: el origen de todo lo que ha dado de sí este torturado pero, todavía, hermoso planeta.

viernes, 17 de diciembre de 2010

WELCOME, de Philippe Lioret


LO QUE SOMOS O LO QUE DEBERÍAMOS HACER

Casi a pie de taquilla el señor Takeshi se acercó en silencio y, sonriendo con esa mezcla de ingenuidad y sabiduria que yo creo que no es muy calculada, me espetó sin previo aviso algo así como: a ti que te gustan las pelis de Eastwood te gustará ésta. Tal cual y como lo oye, con este primer fotograma en la cabeza me senté en la butaca. Fuera del cine, el cine evocando al cine.

Creo que ya lo he dicho en alguna otra ocasión, pero me interesa insistir sobre ello. No se trata únicamente de ver películas que nos emocionen. No se trata de revalidar nuestra tranquilidad y sosiego con esa forma de sentir que nos proporcionan siempre las conmociones inexcusables ya sea sobre la inmigración, la violencia, las drogas, la guerra, la paz, la soledad, etc. Instalados ahí cualquiera de estos grandes asuntos de los que hablan sus pelis correspondientes los veremos siempre como el mismo asunto. Hay una extraña obsesión en este tipo de directores en insistir sobre lo ya dicho, porque creen que lo espectadores normales no nos hemos enterado todavía. Creo que se dice que no hemos adquirido suficiente conciencia. Frente a esa avalancha se trataría de emocionarse comprendiendo.

Se nota demasiado que esa obsesión, también en el señor Loiret , hace que lo importante sea transmitir el mensaje abstracto que la soporta (en este caso la insolidaridad endémica de Occidente hacia los inmigrantes ilegales y legales, y sacarle de paso los colores a los acomodados y egoistas ciudadanos que aquí vivimos, y tal y tal) antes que dibujar con mas esmero la construcción y desarrollo de unos personajes que tienen nombre y apellidos, que trabajan, aman, sufren, dudan, padecen y todo eso tan propio de los humanos, que están ahí porque tienen problemas que no entienden, como nosotros, sino no estarían, que viven en un mundo que les supera, como a nosotros, sino estarían muertos, que es la única manera de superar definitivamente al mundo.

No hace falta que le diga que a Estwood le embargan otras obsesiones, y que no tienen que ver con aconsejar o llamar la atención de la gente sobre los problemas gordos y visibles del mundo. Ya sabe que él es un tipo solitario, que viene de ningún sitio y va al mismo lugar. Compare conmigo a Frankie Dunn con Simon Calmat. No es que tengan problemas diferentes, al fin y al cabo los dos son seres humanos y trabajan en un gimnasio de boxeo y en una piscina, pero en cada uno de ellos las razones y las emociones que les hacen estar al lado de sus pupilos bailan su desacompasamiento con ritmos diferentes. Incluso la música interior que les acompaña a la hora de perder a aquellos, de sufrir por su ausencia, no tiene nada que ver en el del gimnasio que en el de la piscina.

Sigamos. Fíjese primero en Maggie Fitzgerald, una chica dispuesta a luchar duro por el sueño de convertirse en una gran boxeadora, y salir de la miseria. Y ahora en Bilal que huye de la tragedia de su Mossul natal para reunirse con su novia que vive en Londres con su famila. Tampoco es que sea diferente dar puñetazos a la cara de la rival o brazadas al agua. Que la maten de un golpe desafortunado o que se ahogue en el mar. Lo que marca la diferencia de sus experiencias es el baile de su manager. Cuando de lo que se trata es de tomarse la vida en serio, cuando la vida te pone firmes cuando menos te lo esperas, pocas veces tienes a tu lado a la persona que mas te conviene. Como en el caso de la razón y el corazón son de esos movimientos que raras veces están coordinados. Yo creo que Bilal no tiene suerte, como pasa en la vida misma. Que ocurra en el caso de Maggie, es uno de esos hallazgos del cine, allá en las profundidades del todo, que deja en vergüenza a la estulticia y absurdo que siempre acompaña a la vida. Por último, fíjemonos en el compa de gimnasio de Frankie. Que sería de él y de Maggie sin ese monumento a la humanidad imaginada, que se llama Scrap. Otro que viene del más allá, que aguanta y hace el contrapunto, como solo Morgan Friedman sabe hacerlo, a las penurias y dolores del aquí y ahora que sufren Frankie y Maggie. Por cierto, ¿cómo se llama el compa de piscina de Simon Calmat?

Eastwood probablemente sea, desde la corrección política imperante, eso que se dice un reaccionario, dígale un facha si quiere, pero conoce como pocos los rincones abyectos y oscuros del alma humana. Y nos los deja ver con esa cruda delicadeza que solo los solitarios, sin más compromisos que con ellos mismos y su experiencia, alcanzan a desarrollar con los años.

No dudo que Philippe Lioret sea un honesto y sincero director de cine, de esos que filman porque creen en la irreductible solidaridad humana, fundamentando con su ausencia en su película lo que nos queda de esperanza para conseguir nuestra felicidad y salvación futura. Pero, sin embargo, no sabe organizar un viaje al fondo de la noche oscura del alma, allí donde no ha llegado nadie todavía.

No es que desapruebe la labor cinematográfica de Lioret, simplemente es que a su lado ya se cual es mi destino como espectador. Su verismo documental, como dice la reseña informativa, nos vuelve a decir que hay que ser solidarios, pero no nos dice nada sobre por que no lo somos, de por que seguimos siendo tan indiferentes al dolor ajeno. Junto a Estwood, siendo el último de los clásicos, puedo intuir donde voy a acabar, pero no se cómo, y lo que es seguro es que llegaré más lejos. Y eso será siempre algo desconocido. Se fija en lo que fatalmente somos, no denuncia lo mal que lo hacemos ni lo que deberíamos hacer.

Será por eso que la peli del francés se llama Welcome y la del californiano Million Dollar Baby.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

ACABAMIENTO POR EXCESO


El otro dia cenando con unos amigos una de las comensales dijo que esto se acababa, que no sabia bien por qué pero le parecía que estabamos en el fin un algo y en el comienzo de otro algo. Yo le dije que imaginaba algo similar a lo que pasó cuando se desató la furia de la Revolución Francesa. El mas jacobino del grupo dijo que lo que hacia falta era empezar a cortar cabezas en la plaza pública. Salió a la palestra la ejecución de Maria Antonieta y si aquello estuvo bien o no. Fíjese que no fue su marido, el Borbón XVI, el aludido. El que estaba a mi lado justificó la intervencion del jacobino diciendo que eso de vez en cuando es necesario, reconocer lo cual no le impedía ser un devoto de la reina guillotinada. Yo dije que de aquel personaje lo que me interasaba no era su alcurnia regia, sino la tragedia que simbolizaba, la misma que, independientemente de la época y los régimenes, a todos nos alcanza y atenaza, y que esta determinada por todas esas fuerzas que son mas poderosas que nosotros, y que llaman a la puerta un día sin avisar demandando que hay de lo suyo. Maria Antonieta representa eso frente a la suprema razon de Robespierre. Igualmente nostros ahora nos vemos superados por unas fuerzas que en nombre de la razón de estado, la libertad de mercado y la pluralidad de la informacion, nos organizan la vida cada día, dejándonos la cabeza en su sitio, sin que podamos hacer nada en contra. Ella entre dos monarquías absolutas sólidas como una roca mas la bendición divina, nosotros entre una nebulosa de corporaciones financiero-militares volátiles, sin cara ni ojos, con el sambenito de la globalización amenazante siempre encima. Ella al final de una época, que su cabeza entre las piernas inaguró sanguinariamente, nosotros al final de otra, igualmente rodeados de terribles calamidades sanguinolentas. No hay época que se hable mas de la paz y al mismo tiempo se conozcan mas muertes y violaciones. Ya ve que siendo algo similar, no es lo mismo, y las representaciones y sus símbolos son también diferentes. Solo cabe fijarse con atención.

Creáme si le digo que, como decía la comensal del principio, algo se está acabando por exceso y agotamiento, y para siempre. La guillotina, como la razón de Robespierre, no son la solución pero eso no nos salva de que estemos bajo la amenaza de algo igualmente afilado e implacable, como ocurrió hace más de doscientos años. La idea de avanzar, de progresar, de mejorar inagurada entonces no da más de sí. Y sus defensores y voceros tampoco, pero son éstos los que nos están subiendo al patíbulo.

No estaría nada bien que nos fingiéramos ingenuos. No lo somos. No lo es ya nadie a estas alturas del viaje. Y no, no es la representación lo que está en juego. No lo es la democracia, con cualquier adjetivo detrás cualquier sátrapa le hace un apaño y gana unas lecciones. Los hombres que se llaman civilizados matan siempre que ven amenazada la riqueza material que atesoraron. Eso es lo único que hemos hecho en los últimos treinta años. Maquiavelo, bajo la influencia de la razón humanista anterior a la del abogado Robespierre, le aconsejaba al Príncipe que se abstuviera del robo, “están de tal modo hechos los humanos, que olvidarán el asesinato de su padre, pero no la pérdida de sus bienes”. Pero siglos mas tarde, ya colega de nuestro tiempo, opondrá Hitler a Maquiavelo su cinismo modernista, “yo siempre llamo a los míos a enriquecerse; nada une más que el robo compartido”. Frente a esta situación solo queda el individuo, aun maltrecho es el único que permanece. Él y la incertidumbre y fragilidad de su destino. Son los únicos mimbres que tenemos para poder hablar de futuro, si quiere. Hay que perder el miedo a hablar del individuo, miedo que proviene de no querer parecer egoista y reaccionario.

Al ver que el comensal jacobino seguía insisitiendo en la solzución de la guillotina, propuse un brindis por habernos vuelto a reunir a cenar, señal inequívoca que continuábamos unidos a nuestros cuellos. El jacobino no tuvo mas remedio, de momento, que levantar la copa.

lunes, 13 de diciembre de 2010

YA HAN PASADO DIEZ DIAS

¿Pensaron los que pensaban hace treinta años que al deshacerse del dictador también lo harían del capitalismo? Pero con el paso del tiempo, y visto lo visto, he alcanzado a preguntarme, ¿qué pensaban de verdad los que pensaban hace treinta años? ¿qué ideas defendían?

Al día de hoy llevamos ya diez días desde la declaración del estado de alarma y aquí nadie levanta la voz. Cabe recordar que el estado de alarma, aunque sea de aplicación restringida, es una situación excepcional donde quedan suspendidos de forma absoluta e inmediata algunos de los derechos fundamentales que nos asisten a todos. Por ejemplo, ahora mismo y mientras siga vigente, no se puede convocar ningún tipo de convocatoria electoral. Y nadie dice nada. ¿Pensaron los que pensaban hace treinta años que se puede continuar siendo un déspota con la bendición del sufragio universal, si se sabe usar en beneficio propio y de su guardia pretoriana?

Leí el otro día, antes del descontrol controlado de los controladores, que estando en París en mayo del sesenta y ocho, el dramaturgo Fernando Arrabal se encontraba levantando una barricada junto a los estudiantes, cuando pasó por allí Samuel Beckett, buscando a Godó, que no llegaba nunca, para subirlo al escenario, y le dijo, ¿qué hace usted aquí?. Ya lo ve, la revolución. Y Beckett-Godó le respondió, pero que dice usted hombre de Dios, dentro de cinco años todos estos jóvenes que le rodean se habrán hecho notarios. ¿Qué piensan los revolucionarios anticapitalistas de ayer, o sus imitadores de hoy, hechos “notarios”, ante el recuerdo de anécdotas como ésta? ¿Ahora ya no piensan? ¿Solo se ríen levemente, mientras se les parte el corazón por dentro? ¿Alzan los brazos, con cínica energía, como diciendo que después de aquellos años lo que ha venido es el maligno, que ellos tratan de parar a golpe de decretazo y estados de alarma? ¿O todavía se enfadan sentados en sus despachos, con igual severidad con la que firman leyes y acumulan legajos? ¿Por qué?, ¿por qué anécdotas así mancillan el honor y la honra de aquel tiempo glorioso y perdido? O no, ¿ya son mayores, quiero decir definitivamente peores, y se parten con total desvergüenza el culo de la risa? De lo único que fue responsable Samuel Beckett fue de saber mirar, y registrar en sus obras, el aliento y el alcance del rumbo del mundo. De todo el mundo. El de las barricadas de las calles y el de las barricadas del corazón y el cerebro de quienes las construían.

A todos nos asiste el derecho a remover en nuestro tiempo perdido (faltaría Proust) y no hay ningún precepto que obligue a que eso tenga ver exclusivamente con la propia biografía. En definitiva, somos solo eso, un puñado de energía en tiempo permanente de descuento. Cada uno lo vamos perdiendo de diferente manera, y para contarlo hay que saber colocarse en el mojón exacto del camino de la pérdida. Todo ello tiene que ver con la experiencia individual (no con la Historia General ni con las Ideologías Salvadoras), una delicada y frágil combinación de biografía e imaginación. Esa otra manera de llamar al talento. Convendrá conmigo que aquí sobran “los notarios reciclados”, los decretos y los estados de alarma.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

UN CORAZÓN INTELIGENTE, de Alain Finkielkraut


EL PELIGRO DE OCUPAR EL TRONO VACÍO

“El rey Salomón suplicaba al Eterno que le concediera un corazón inteligente”. Así comienzan los prolégomenos de este libro que le comento y que le recomiendo. Un párrafo después, donde el autor invita al lector a desarrollar el don de la perspicacia afectiva, que - a pesar de las barbaridades que los burócratas de inteligencia funcional y los poseidos de indiferencia soberana hacia lo que tiene de singular y precario el destino del ser humano, produjeron o colaboraron necesariamente a ello en el siglo pasado - tiene todo su valor y vigencia en el que acaba de comenzar, continua: “Pero mira por donde Dios calla. Puede ser que nos mire, pero no responde, no sale de sus reserva, no interviene en nuestros actos”.

El tipo que el otro día contestó, raudo y veloz delante de su chica, que la película que acababa de ver era previsible, o no sabe quien fué el rey Salomón o no cree en el Eterno, carencias comprensibles a la luz de la razón sumaria, binaria y abstracta, que al hablar de tal manera me pareció que le asistía. Si es así, lo que si necesita con urgencia es el transplante de un corazón como el que pedía el rey Salomón. Puede que el que tiene esté lleno de amor o deseo hacia la chica, pero esta vacío de inteligencia. Y no es que orgáno tan frágil y delicado no pueda con tanta carga, es que el cerebro del su propietario, que domina su vida, es heredero del de aquellos burócratas y poseidos que dominaron el siglo XX, y que tienen todavía no poca influencia en el comienzo del actual, a pesar de que ya los ilumine una tenue luz crepuscular.

Aceptemos que Dios o el Eterno, o como cada uno quiera llamarlo o ignorarlo, no aparecerá nunca. Aceptemos que definitivamente nos ha abandonado a nuestra suerte. Aceptemos, incluso, que no existe. Todo esto lo empezaron a sospechar a finales del siglo XIX, pero hubo unos cuantos espabilaos que insistieron, hasta que lo consiguieron, en ocupar su plaza vacante. El resultado fue el que todos sabemos: queriendo ser como dioses consiguieron el siglo mas sangriento y criminal de la historia.

No es a él ni a sus diferentes sustitutos a quienes tenemos que dirigir aquella perspectiva afectiva con alguna esperanza de ser escuchados. Es a la literatura, dice el autor, que continua: “Esta mediación no es ninguna garantía; sin ella, sin embargo, la gracia de un corazón inteligente nos sería negada para siempre. Y puede que llegaríamos a conocer las leyes de la vida, pero no su jurisprudencia”.

Los autores a los que Alain Finkielkraut ha confiado su nuevo corazón inteligente y su perspicacia afectiva son: Milan Kundera (la broma), Vassili Grossman (todo fluye), Sebastian Haffner (historia de un aleman), Albert Camus (el primer hombre), Philip Roth (la mancha humana), Joseph Conrad (lord jim), Fiódor Dostoievski (apuntes del subsuelo), Henry James (washington square), Karen Blixen (el festín de babette).

“Libros que he procurado leerlos – dice para acabar los prolegómenos – con toda la seriedad, con toda la atención que quiere el desciframiento de los enigmas del mundo”.

Sin embargo, sigue habiendo lectores (como el espectador previsible del otro día), porque hay escritores y críticos que con sus obras se lo permiten y favorecen, que también quieren ocupar la plaza vacante de aquel, leyendo y mirando desde el trono que ha dejado vacío. Amparados en que todo vale porque todo es relativo, se comportan como si fueran seres supremos.

lunes, 6 de diciembre de 2010

MOTIN EN EL CIELO

Dicen que están a punto de rescatarnos los de Frankfurt, o echarnos del euro, o por ahí. Dicen que le quitaran a los parados los cuatrocientos pavos. Y dicen, también, que a las pensiones le van a dar un meneo de toma pan y moja.

Y la peña coge los bártulos y se va de vacaciones. Y los controlatas de los aeropuertos se van a su casa porque dicen que se encuentran con mucho estrés. Y va el de la Moncloa, que últimamente tira más de decreto que un presidente de una república bananera, y saca al ejército a dar un paseo por la ciudad camino del aeropuerto.

Y digo yo, ¿no se podía haber publicado el decreto ese sobre los controlatas de aeropuertos en otras fechas que no fueran éstas? Y los controlatas, a los que sus familiares piden que se los traten con delicadeza, ¿no pueden ser igualmente más delicados y conformarse con menos guita en la nómina, que es mas gorda que la del de la Moncloa?

¿Por qué se oscurecen tanto la verdad de las historias?, ¿para que sea más clara la demagogia de sus hechos y el cinismo de sus protagonistas? De quien, ¿de los ociosos, de los controlatas, del de la Moncloa, del ejército, de los parados, de los pensionistas, de los de Frankfurt. ¿Quién se encarga, entonces, del dolor y la angustia, que deja a la intemperie aquel oscurecimiento intencionado?

Se nos está acabando la abundancia y la paciencia, pero el aturdimiento no cesa de crecer. Al igual que la mala hostia. Y la Ley, como siempre, sigue ahí como si estuviese muda.

sábado, 4 de diciembre de 2010

ENTRE NOSOTROS, de Maren Ade


YA NO TE QUIERO

No haya locución que sea más temida y, por esperada, más eludida y elidida en las conversaciones, o lo que sea eso, que mantenemos los seres humanos cuando hablamos con la persona amada. Pende sobre nosotros, como la pena capital sobre el sentenciado en el corredor de la muerte, quien sabe que, mas pronto que tarde, la cuchilla (perdone por la antigualla, pero la guillotina sigue siendo el símbolo que mejor representa esa siniestra atribución estatal) lo separará y lo dislocará todo. Amar es pedir a alguien que no es aquello que no te puede dar porque no lo tiene. Pero, trágicamente, no puede ser de otra manera. Nos enamoramos a nuestro pesar y sin un porqué, ahí radica su grandeza y su debilidad, quedándonos a la intemperie y temiendo siempre que nos digan: ya no te quiero.

Todavía llegué a escuchar, a la salida del cine, esa palabra que les encanta decir a los que se ven en la obligación de decir algo nada mas acabar la peli: previsible. La chica que llevaba al lado se rió complacida. ¿Sabia ella lo que su acompañante tenia atado y bien atado, y donde fuera, como para atreverse a sentenciar previsible? o, ¿es que sabía que ella significaba otra cosa par él, digamos imprevisible, de lo que acababan de ver juntos en la pantalla? Algo que se atreve uno a decir con tal rotundidad que es previsible, tiene que ser porque se contrasta con otro algo que a su vez se encuentra bajo la influencia de lo ya sabido como inamovible. ¿Lo ya sabido, en el caso de este sujeto, estaba en su experiencia como espectador de películas o como acompañante de la chica? Al oirle hablar con ese aplomo delante de ella, lo primero que pensé es que ese hombre, mientras la tuviese al lado, únicamente buscaría los disfrutes que da la vida, y el cine, bueno para lo que vale el cine en estos casos, para descansar de los trajines y disfrutes juntos. Observé que a ninguno de ellos se les había pasado por la cabeza, de momento, lanzarse como un piedra la devastadora frase del principio. Estaban en otra fase del asunto. Pero esta digresión se empieza a parecer a otra peli. Disculpe las molestias.

A lo que iba. Muchas pelis están al servicio de esta fatídica frase que de forma explicita o no, esta en el centro del cotarro sentimental de los protagonistas desde le primer fotograma. Ésta no podía ser una excepción. Es tan ilimitado y difuso este territorio del desamor o de la pérdida del fulgor inicial (que se siente como eterno y deslumbrante) como jodida es su adaptación a lo que queda después, que cae infaliblemente bajo las medidas de lo terrenal. Es muy doloroso vivir después de que has tocado el cielo. Cada peli de éstas empieza y pone el acento en algún tramo de ese itinerario. Porque de lo que nos hablan es de un viaje al fondo del abismo, desde donde habitan los dioses hasta el lugar donde se trenzan las sombras y los malos entendidos de los humanos.

La previsibilidad que había visto aquel espectador derivó en mi, como no podía ser de otra manera, en una pregunta. ¿Todo lo que he visto, sentido y oído, en fin, todo lo que había aparecido en la pantalla mas lo que faltaba, se debería haber unido o aproximado, debería haber resurgido con todo su sentido, cuando Gitti le dice a Chris, así de golpe y sin previo aviso: ya no te quiero? Antes no es que pasara nada excepcional, todo había discurrido por senderos bastante anodinos. Sin embargo una cosa si me quedaba clara, aquel hombre lo había visto todo de antemano, eso significa previsible, y yo no era capaz de ver nada a película pasada, eso significa misterio.

Ya con la moviola funcionando a toda pastilla me di cuenta que por una sola vez que Gitti dice “ya no te quiero”, se habían dicho antes recíprocamente, no se cuantas veces, que se querían, que se adoraban, que eran el hombre y la mujer de sus vidas, que no puedo dejar de pensar en ti, y tal y tal. Todo adobado por ese tono anodino en el que van pasando sus placeres y sus días. Pero también me di cuenta que aquello me sonaba como esas autopresentaciones que aparecen en los blogs o las redes sociales: me gusta viajar y leer, me gusta hacer fotos, me gusta mi presente: es el lugar en donde vivo, intento hacer de cada día algo especial y ayudar a otros a que también lo consigan, me seduce el futuro ya que es el lugar a donde me dirijo a cada paso, me gusta pensar que lo mejor aún está por venir y que lo peor ya pasó, ahora practico Kung Fu (Choy Li Fut) y Tai Chi, me apasiona viajar y conocer otras culturas. ¿Quieres ser mi amigo?

Más tarde, con atención y paciencia , me he dado cuenta que los piropos de Gitti a Chris, aunque usen las mismas palabras, no significaban lo mismo que los de Chris a Gitti. Gitti pone todo su empeño en que Chris la quiera como ella lo quiere a él. Chris solo quiere a alguien que esté a su lado mientras se quiere así mismo. De nuevo las palabras traicionan y quieren decir otra cosa que lo que cuentan. Menos mal que pude seguir las evoluciones de la geografía de sus rostros, el movimiento de sus manos, la ondulación de sus andares y los silencios. Igualmente, cuando Gitti explota, no es que quiera decir lo que le sale por la boca. Sencillamente se ha cansado de esperar que no la quieran como ella quiere y comienza el camino del dolor que produce ese vacio. “Ya no te quiero” es el grito que acompaña a tan monumental desgarro. Chris no se entera. Como yo, es muy lento. Como el colega de lo previsible solo sabe mirar lo que ya ha visto. Y como siempre, la comunicación depende y queda entre nosotros. Gente que mira y se mira.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

ENTRE BASTIDORES


Igual que un tipo inteligente puede pasar por necio pero no al revés, los trabajadores que hay detrás de los productos audiovisuales pueden trabajar, llegado el caso de que nos echen del euro y nos pongan más a la cola de Europa, de camareros, albañiles, miembros de una cadena de montaje o auxiliares de la función pública, pero no al revés. Porque éstos están formados de manera necesariamente compacta para producir en masa, según la ortodoxia de la economía antigua. Pero aquellos forman un equipo de personas formadas individualmente para hacer productos que, aunque sirvan en el peor de los casos para alimentar a la masa, no dejan de tener la impronta de su individualidad, según el precepto de la nueva economía, a la que no acabamos de adaptarnos. Cualquiera de las dinamos o alternadores de una cadena de montaje antigua de trabajadores, a la que estaban adheridos como una nariz a la cara, no llevaba nunca su firma. En los títulos de crédito de cualquier producto audiovisual salen todos los que lo han hecho, individualizada su labor por estar en contacto con esa historia que, será buena o mala, pero sin lugar a dudas es única.

Esto es lo que tiene de irreversible el tiempo de la modernidad. La individualidad que la acompaña implica la toma de conciencia de nuestra soledad en el cosmos y del pánico y aburrimiento subsiguiente frente a esa imagen de uno mismo nunca antes vista (tal sentimiento es impensable en el seno de la tribu, apretaditos sus miembros entre los pares bajo la severa tutela y protección de sus dioses). Una imagen aquella que necesitamos quitarnos de encima ahuyentando a tan inopinados y terribles descubrimientos, entreteniéndonos. Actividad que ha generado a lo largo de los años, como usted ya sabe, la conocida y no siempre bien comprendida Industria del Entretenimiento. Un entretenimiento no unido a la fábrica ni a la obra ni a los despachos de la función pública, sino que se encuentra indisolublemente ligado a las vidas que deambulan por la tela de araña que forman las calles de la ciudad, con sus luces y sus sombras, sus altos y su alcantarillas.

Ahora bien, ¿deben, y pueden, estos trabajadores del mundo audiovisual luchar por sus derechos económicos y de los otros como si fuesen del sector del metal, del ladrillo o de la función pública? La Pasta que manda y reparte en estos lances, funciona, ayer como hoy, con implacable literalidad y, por tanto, ceguera. Como a la otra gran pasión humana, el Amor, no le podemos pedir algo que no nos puede dar. La solución del asunto queda, por tanto, de forma exclusiva en manos de ellos mismos y de su capacidad organizativa. Tal vez, como todos lo humanos sean demasiado frágiles y la situación tampoco los ayuda, pero eso no justifica despotricar ciegamente contra la ignominia y la incompetencia de muchos de los actos que envuelven los conflictos de ese mundo. Se trata se saber mirar lo que uno tiene delante, que no siempre tiene forma de hecatombe.

No se cual es la respuesta a todo ese conflicto, que no debería durar ya tanto tiempo. Si al final venimos a este mundo, no a sufrir como si fuera un valle de lágrimas, sino a entretenernos, todo lo que a esos trabajadores del audiovisual les ocurra debería tener resonancia en nuestras vidas, ya que, al fin y al cabo, sobrevivimos gracias a lo que ellos hacen sin que se note.

Está haciendo mucho frío y cuando llega la noche se disparan las alertas. La municipalidad, entonces, se lanza a la calle a la busca de los sintecho, para invitarles a que se alojen en los albergues destinados a tal efecto. El otro día vi en uno de esos lugares a uno de estos trabajadores, que hace seis meses trabajaba en una productora de televisión. Sentí algo diferente a la consabida injusticia. Un sentimiento que ya no tiene que ver con el que me producen todavía los burócratas y poseídos del siglo pasado. Fue un sentimiento propio de este siglo, cuya primera década está concluyendo.