viernes, 17 de diciembre de 2010
WELCOME, de Philippe Lioret
LO QUE SOMOS O LO QUE DEBERÍAMOS HACER
Casi a pie de taquilla el señor Takeshi se acercó en silencio y, sonriendo con esa mezcla de ingenuidad y sabiduria que yo creo que no es muy calculada, me espetó sin previo aviso algo así como: a ti que te gustan las pelis de Eastwood te gustará ésta. Tal cual y como lo oye, con este primer fotograma en la cabeza me senté en la butaca. Fuera del cine, el cine evocando al cine.
Creo que ya lo he dicho en alguna otra ocasión, pero me interesa insistir sobre ello. No se trata únicamente de ver películas que nos emocionen. No se trata de revalidar nuestra tranquilidad y sosiego con esa forma de sentir que nos proporcionan siempre las conmociones inexcusables ya sea sobre la inmigración, la violencia, las drogas, la guerra, la paz, la soledad, etc. Instalados ahí cualquiera de estos grandes asuntos de los que hablan sus pelis correspondientes los veremos siempre como el mismo asunto. Hay una extraña obsesión en este tipo de directores en insistir sobre lo ya dicho, porque creen que lo espectadores normales no nos hemos enterado todavía. Creo que se dice que no hemos adquirido suficiente conciencia. Frente a esa avalancha se trataría de emocionarse comprendiendo.
Se nota demasiado que esa obsesión, también en el señor Loiret , hace que lo importante sea transmitir el mensaje abstracto que la soporta (en este caso la insolidaridad endémica de Occidente hacia los inmigrantes ilegales y legales, y sacarle de paso los colores a los acomodados y egoistas ciudadanos que aquí vivimos, y tal y tal) antes que dibujar con mas esmero la construcción y desarrollo de unos personajes que tienen nombre y apellidos, que trabajan, aman, sufren, dudan, padecen y todo eso tan propio de los humanos, que están ahí porque tienen problemas que no entienden, como nosotros, sino no estarían, que viven en un mundo que les supera, como a nosotros, sino estarían muertos, que es la única manera de superar definitivamente al mundo.
No hace falta que le diga que a Estwood le embargan otras obsesiones, y que no tienen que ver con aconsejar o llamar la atención de la gente sobre los problemas gordos y visibles del mundo. Ya sabe que él es un tipo solitario, que viene de ningún sitio y va al mismo lugar. Compare conmigo a Frankie Dunn con Simon Calmat. No es que tengan problemas diferentes, al fin y al cabo los dos son seres humanos y trabajan en un gimnasio de boxeo y en una piscina, pero en cada uno de ellos las razones y las emociones que les hacen estar al lado de sus pupilos bailan su desacompasamiento con ritmos diferentes. Incluso la música interior que les acompaña a la hora de perder a aquellos, de sufrir por su ausencia, no tiene nada que ver en el del gimnasio que en el de la piscina.
Sigamos. Fíjese primero en Maggie Fitzgerald, una chica dispuesta a luchar duro por el sueño de convertirse en una gran boxeadora, y salir de la miseria. Y ahora en Bilal que huye de la tragedia de su Mossul natal para reunirse con su novia que vive en Londres con su famila. Tampoco es que sea diferente dar puñetazos a la cara de la rival o brazadas al agua. Que la maten de un golpe desafortunado o que se ahogue en el mar. Lo que marca la diferencia de sus experiencias es el baile de su manager. Cuando de lo que se trata es de tomarse la vida en serio, cuando la vida te pone firmes cuando menos te lo esperas, pocas veces tienes a tu lado a la persona que mas te conviene. Como en el caso de la razón y el corazón son de esos movimientos que raras veces están coordinados. Yo creo que Bilal no tiene suerte, como pasa en la vida misma. Que ocurra en el caso de Maggie, es uno de esos hallazgos del cine, allá en las profundidades del todo, que deja en vergüenza a la estulticia y absurdo que siempre acompaña a la vida. Por último, fíjemonos en el compa de gimnasio de Frankie. Que sería de él y de Maggie sin ese monumento a la humanidad imaginada, que se llama Scrap. Otro que viene del más allá, que aguanta y hace el contrapunto, como solo Morgan Friedman sabe hacerlo, a las penurias y dolores del aquí y ahora que sufren Frankie y Maggie. Por cierto, ¿cómo se llama el compa de piscina de Simon Calmat?
Eastwood probablemente sea, desde la corrección política imperante, eso que se dice un reaccionario, dígale un facha si quiere, pero conoce como pocos los rincones abyectos y oscuros del alma humana. Y nos los deja ver con esa cruda delicadeza que solo los solitarios, sin más compromisos que con ellos mismos y su experiencia, alcanzan a desarrollar con los años.
No dudo que Philippe Lioret sea un honesto y sincero director de cine, de esos que filman porque creen en la irreductible solidaridad humana, fundamentando con su ausencia en su película lo que nos queda de esperanza para conseguir nuestra felicidad y salvación futura. Pero, sin embargo, no sabe organizar un viaje al fondo de la noche oscura del alma, allí donde no ha llegado nadie todavía.
No es que desapruebe la labor cinematográfica de Lioret, simplemente es que a su lado ya se cual es mi destino como espectador. Su verismo documental, como dice la reseña informativa, nos vuelve a decir que hay que ser solidarios, pero no nos dice nada sobre por que no lo somos, de por que seguimos siendo tan indiferentes al dolor ajeno. Junto a Estwood, siendo el último de los clásicos, puedo intuir donde voy a acabar, pero no se cómo, y lo que es seguro es que llegaré más lejos. Y eso será siempre algo desconocido. Se fija en lo que fatalmente somos, no denuncia lo mal que lo hacemos ni lo que deberíamos hacer.
Será por eso que la peli del francés se llama Welcome y la del californiano Million Dollar Baby.