miércoles, 15 de diciembre de 2010

ACABAMIENTO POR EXCESO


El otro dia cenando con unos amigos una de las comensales dijo que esto se acababa, que no sabia bien por qué pero le parecía que estabamos en el fin un algo y en el comienzo de otro algo. Yo le dije que imaginaba algo similar a lo que pasó cuando se desató la furia de la Revolución Francesa. El mas jacobino del grupo dijo que lo que hacia falta era empezar a cortar cabezas en la plaza pública. Salió a la palestra la ejecución de Maria Antonieta y si aquello estuvo bien o no. Fíjese que no fue su marido, el Borbón XVI, el aludido. El que estaba a mi lado justificó la intervencion del jacobino diciendo que eso de vez en cuando es necesario, reconocer lo cual no le impedía ser un devoto de la reina guillotinada. Yo dije que de aquel personaje lo que me interasaba no era su alcurnia regia, sino la tragedia que simbolizaba, la misma que, independientemente de la época y los régimenes, a todos nos alcanza y atenaza, y que esta determinada por todas esas fuerzas que son mas poderosas que nosotros, y que llaman a la puerta un día sin avisar demandando que hay de lo suyo. Maria Antonieta representa eso frente a la suprema razon de Robespierre. Igualmente nostros ahora nos vemos superados por unas fuerzas que en nombre de la razón de estado, la libertad de mercado y la pluralidad de la informacion, nos organizan la vida cada día, dejándonos la cabeza en su sitio, sin que podamos hacer nada en contra. Ella entre dos monarquías absolutas sólidas como una roca mas la bendición divina, nosotros entre una nebulosa de corporaciones financiero-militares volátiles, sin cara ni ojos, con el sambenito de la globalización amenazante siempre encima. Ella al final de una época, que su cabeza entre las piernas inaguró sanguinariamente, nosotros al final de otra, igualmente rodeados de terribles calamidades sanguinolentas. No hay época que se hable mas de la paz y al mismo tiempo se conozcan mas muertes y violaciones. Ya ve que siendo algo similar, no es lo mismo, y las representaciones y sus símbolos son también diferentes. Solo cabe fijarse con atención.

Creáme si le digo que, como decía la comensal del principio, algo se está acabando por exceso y agotamiento, y para siempre. La guillotina, como la razón de Robespierre, no son la solución pero eso no nos salva de que estemos bajo la amenaza de algo igualmente afilado e implacable, como ocurrió hace más de doscientos años. La idea de avanzar, de progresar, de mejorar inagurada entonces no da más de sí. Y sus defensores y voceros tampoco, pero son éstos los que nos están subiendo al patíbulo.

No estaría nada bien que nos fingiéramos ingenuos. No lo somos. No lo es ya nadie a estas alturas del viaje. Y no, no es la representación lo que está en juego. No lo es la democracia, con cualquier adjetivo detrás cualquier sátrapa le hace un apaño y gana unas lecciones. Los hombres que se llaman civilizados matan siempre que ven amenazada la riqueza material que atesoraron. Eso es lo único que hemos hecho en los últimos treinta años. Maquiavelo, bajo la influencia de la razón humanista anterior a la del abogado Robespierre, le aconsejaba al Príncipe que se abstuviera del robo, “están de tal modo hechos los humanos, que olvidarán el asesinato de su padre, pero no la pérdida de sus bienes”. Pero siglos mas tarde, ya colega de nuestro tiempo, opondrá Hitler a Maquiavelo su cinismo modernista, “yo siempre llamo a los míos a enriquecerse; nada une más que el robo compartido”. Frente a esta situación solo queda el individuo, aun maltrecho es el único que permanece. Él y la incertidumbre y fragilidad de su destino. Son los únicos mimbres que tenemos para poder hablar de futuro, si quiere. Hay que perder el miedo a hablar del individuo, miedo que proviene de no querer parecer egoista y reaccionario.

Al ver que el comensal jacobino seguía insisitiendo en la solzución de la guillotina, propuse un brindis por habernos vuelto a reunir a cenar, señal inequívoca que continuábamos unidos a nuestros cuellos. El jacobino no tuvo mas remedio, de momento, que levantar la copa.