Dicen que están a punto de rescatarnos los de Frankfurt, o echarnos del euro, o por ahí. Dicen que le quitaran a los parados los cuatrocientos pavos. Y dicen, también, que a las pensiones le van a dar un meneo de toma pan y moja.
Y la peña coge los bártulos y se va de vacaciones. Y los controlatas de los aeropuertos se van a su casa porque dicen que se encuentran con mucho estrés. Y va el de la Moncloa, que últimamente tira más de decreto que un presidente de una república bananera, y saca al ejército a dar un paseo por la ciudad camino del aeropuerto.
Y digo yo, ¿no se podía haber publicado el decreto ese sobre los controlatas de aeropuertos en otras fechas que no fueran éstas? Y los controlatas, a los que sus familiares piden que se los traten con delicadeza, ¿no pueden ser igualmente más delicados y conformarse con menos guita en la nómina, que es mas gorda que la del de la Moncloa?
¿Por qué se oscurecen tanto la verdad de las historias?, ¿para que sea más clara la demagogia de sus hechos y el cinismo de sus protagonistas? De quien, ¿de los ociosos, de los controlatas, del de la Moncloa, del ejército, de los parados, de los pensionistas, de los de Frankfurt. ¿Quién se encarga, entonces, del dolor y la angustia, que deja a la intemperie aquel oscurecimiento intencionado?
Se nos está acabando la abundancia y la paciencia, pero el aturdimiento no cesa de crecer. Al igual que la mala hostia. Y la Ley, como siempre, sigue ahí como si estuviese muda.