martes, 31 de enero de 2017

NO CAMBIAR DE LIBRO

Imaginemos que hemos tenido la experiencia de leer una novela o un cuento de esos que nos gustan a la primera y, a continuación, la de tener la experiencia de leer una novela o un cuento de esos que no entendemos a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, porque ya no hay tercera, pues para entonces hemos cambiado de novela o de cuento. Esa contigüidad nos debería llevar a preguntarnos de inmediato, antes de digerir el libro que nos ha gustado tanto o de cambiar el libro que se nos ha atragantado, "¿cómo leo yo?" Queda claro que he dicho de inmediato más como la formulación de lo deseable, que como algo que tenga que ver con la probabilidad de que suceda  en la realidad cotidiana. Y, sin embargo, "¿cómo leo yo?" no deja de ser una pregunta de índole personal, que casa bien con esta otra que si nos hacemos con más frecuencia, "¿cómo vivo yo?", y que forman parte de ese baúl de los secretos y de los recuerdos que se aloja, como un tesoro, en algún lugar de nuestra intimidad. O nuestra alma, o nuestra conciencia, si es que esas palabras nos sientan mejor. Un tesoro que, por supuesto, lo mantenemos alejado de la vista de los otros pues lo consideramos incomunicable a sus entendederas - solo en casos excepcionales lo enseñamos delante de nuestro psiquiatra o nuestro abogado. Para toda esa logística de ocultación, que da una dimensión cabal del empeño con que nos dedicamos a nuestras apariencias, y ante la más que probable, ahora si, intromisión de los curiosos, hemos contratado los servicios de dos guardianes de probada solvencia, a saber, "a mí nadie me sabrá la mía", en el lado de la derecha de la puerta de entrada, y en el de la izquierda se alinea altivo  "nadie me va a enseñar nada que ya no sepa". En fin, con está digresión quiero destacar que a la pregunta "¿cómo leo yo?" de nada vale ir a buscar la respuesta a los cenáculos académicos o de los expertos. Las opiniones de los expertos (para estos menesteres del lado oculto o secreto del alma) son más convincentes (valga decir engañosamente convincentes) cuanto más acabadas o clausuradas (valga decir "muertas") dejen a los lectores las obras que proponen, ya que no tienen posibilidad de insuflarle su vida con su lectura o mirada posterior. Para entendernos, en la mayoría de los casos, se ha de leer sus libros como si se tratase de una medicina. Ni, "¿cómo leo yo?", es una pregunta que forme parte del mercado empírico del toma y daca. Un problema una solución. Cambiar de libro como solución al no haber entendido a la primera, ni a la segunda el libro que tenemos entre manos, es lo que interesa a la pregunta que se hace, a buen seguro, la industria editorial, "¿cómo edito yo?", con el añadido, ¿para ganar más dinero o al menos para no seguir perdiéndolo? Vemos, por tanto, que ni las palabras de los académicos, ni de las de los expertos, ni las de la industria editorial, son recomendables para enfrentaros a aquella posible pregunta. Que sin duda nace y se aloja, en un principio, en algún lugar de nuestras alma, pero que si el lector quiere saber algo de lo que se esconde, bajo ese palio interrogativo, no tendrá más remedio que salir al mundo. Y hacerlo con humildad y honestidad, para lo que es recomendable que despida de inmediato a aquellos dos guardianes que vigilan con celos sus inexistentes secretos. Pues lo primero que reconoce quien se hace honesta y humildemente la pregunta, "¿cómo leo yo?" es que va enlazada, como dije antes, a la pregunta "¿como vivo yo?" Y así juntas, solo cabe una primera respuesta, "no lo sé". Porque quizá no se pueda leer de una manera distinta a la que se vive. Y viceversa. Lo que hace saltar por los aires los secretos y los recuerdos que se guardaban, con una solidez a prueba de los más imperiosos e imperativos curiosos, en ese baúl llamado alma. ¿Que hacer entonces con los escombros? Lo único que podemos hacer, presentarlos al mundo como base de nuestra identidad altamente confusa y desconcertada. Un pequeño paso para el alma del lector en cuestión, que le abre un horizonte insospechado a su imaginación. Habrá que averiguar, llegados hasta aquí, qué es leer y qué es vivir.

lunes, 30 de enero de 2017

CADÁVERES

A estas alturas ya podemos decir que la modernidad se resume en llegar a París en cinco horas en tren, en seis horas a Nueva York en avión y en darle al palique de forma instantánea y viral a través de las redes sociales. Lo demás continúa inmutable. Guerras, enfermedades, falta de respeto, pésima educación, inseguridad, odio, rencor, supersticiones y otras epidemias de corte medieval o premoderno. Todo ello, como no, adobado con mucha autenticidad en la forma de abominar de un presente insufrible e imaginar un futuro habitable y esperanzador, pero que en el fondo ese adobo no hace otra cosa, temporada tras temporada, que maquillar tal colosal fracaso. Nada más tengo una objeción a lo que me cuentas - le dije a mi interlocutor, un recién licenciado en filosofía, al que yo di clase cuando estaba en el instituto - que al hueco de la palabra autenticidad quizá le convenga mejor la palabra cadáveres. Me explico.

Lo interesante de las elecciones americanas, y por extensión en el mundo de la especie humana,  es que ha hecho visible lo que alberga el cerebro de esos humanos quienes se creen más especiales que los otros humanos, que no hay que confundir, como ya dije el otro día, con la legítima y deseable aspiración de todo ser humano de tratar de llegar a ser alguien. La pretendida especialidad de los dueños de aquellos cerebros, decía, ha roto las paredes de esos enormes cráneos y ha salido a la luz todo lo que allí se escondía, que, mira por dónde, se va convirtiendo en un universal. Debajo de esas paredes craneales que tapa la tumefacción de sus caras y el movimiento estrafalario de sus manos, esos ganadores, como todos lo ganadores del mundo mundial, se cuece una fe ciega en sí mismos liberada de toda razón crítica, molesta o incordiante, por lo que no imaginan una humanidad que no crea ni piense como ellos. O lo que es lo mismo, han ganado, como todos los que ganan, como todos los que viven su vida como una carrera contra el reloj, quienes son incapaces de imaginar de forma individual al otro que corre a su lado. Al ese quien, se ponga como como se ponga el ganador no es un perdedor, por el mero hecho de que no será com él. El primero. A ese que lo que de verdad les gustaría es que estuviese muerto. Pues como perdedor, es decir, como eterno segundón no deja de ser un peligro. Sin darse cuenta de que muerto quien le hace la competencia muere también el fundamento oculto de su éxito, a saber, que siempre que hablen o actúen lo harán por efecto comparativo entre lo próximo y lo alejado, lo alto y lo bajo, lo grande y lo pequeño (todas ellas magnitudes físicas), lo cual saben, ellos y sus incondicionales - a quienes se creen especiales siempre les acompaña una corte de fieles, bien en forma de familia, clan, equipo, etc...-  medir y contar para poder controlar, o atenazar, o marginar a conveniencia y cuando lo consideren oportuno. Entonces, ¿de donde les viene el miedo? Porque ahora sabemos que toda su gestualidad es una de las formas de su miedo. Pues de una de las fuerzas oscuras que libera, debido al plan de puertas abiertas de su cráneo, el éxito de quienes se sienten especiales, que no es otra que el abismo que, de repente y de manera impremeditada, les rodea, cuya negra y magnética visión ni siquiera la rutilante luz de sus figuras triunfantes logra amedrentar un ápice. Justo en el mismo instante en que pareciera que ya lo habrían conseguido todo, cuando pareciera que ya tuvieran a todo el mundo pensando cómo ellos, como lo prueba el resultado de las urnas. Solo queriendo ser alguien, y no especial, solo andando por el camino, y no metido en carrera sin freno, se puede vislumbra que aquel miedo de los triunfadores de toda laya, o de quienes aspiran a ello, tenga que ver con su dificultad para poder comparar su itinerario, además de con las magnitudes del cuerpo antes aludidas, hacerlo con las magnitudes invisibles del alma. Sea esta mutilación la que, al fin y al cabo, les haga desear íntimamente, a quienes únicamente se sienten especiales, quedarse solos en el mundo con lo que tienen, a condición de que ese mundo esté habitado únicamente por cadáveres.  

domingo, 29 de enero de 2017

viernes, 27 de enero de 2017

DISTOPIA

Suena y resuena de manera constante en el campo de juego global las dos palabras que se han apoderado de la nueva guerra que ya se está librando ahí dentro. Auténtico e Inauténtico. A poco que nos fijemos - le dije el otro día a un amigo que tú conoces, y que ahora dirige en la radio un programa sobre vinos - la nueva dialéctica de enfrentamiento ha abandonado la topología espacial, izquierda derecha, centro periferia, norte sur , y se ha instalado en un lugar no identificado de la conciencia o del alma del ser humano. Igualmente el objetivo último de ese enfrentamiento ya no es la toma de la Bastilla o el asalto al Palacio de Invierno, sino, al parecer, el enfrentamiento mismo. En el horizonte no se vislumbra nada que tenga que ver con una síntesis de la razón humana, sea esta pura o impura, ni una meta, ni una solución final irrebasable por haber alcanzado unos objetivos inmejorables. Ni se vislumbra nada deseable en cuanto a los espacios, ni en cuanto a los tiempos, ni en cuanto a las palabras. Pues todo, incluidas la etiquetas auténtico e inauténtico, son significantes vacíos donde caben toda la heterogeneidad de que es capaz nuestro deseo imprevisible e insaciable. Seguramente si los leones y las gacelas pudieran hablar durante un minuto se calificarían a sí mismos de modo similar, aunque en su caso, no sé si con mayor significación, pero seguro que con mayor fundamento de causa efecto, dadas sus dificultades para poder ser otra cosa que leones y gacelas. Más bien todo parece un vuelta a un estado de extraña naturaleza después del pacto fundacional del siglo XVIII que posibilitó la entronización de la democracia y del ciudadano con sus derechos y deberes. Lo cual nos mete de coz y hoz en un mundo absolutamente desconocido, pues después del desbordamiento de las leyes de la ciudad, lo que nos encontraremos no es la naturaleza anterior a esa leyes, sino lo que queda de su determinada elisión por parte de los auténticos y los inauténticos. Es otra cosa de difícil definición y ubicación, sobre todo en el ámbito de la imaginación. Pareciera que la imaginación, tal y como la hemos entendido hasta ahora, ha sido también víctima de este singular enfrentamiento.

La cosa podría funcionar así. Los auténticos van dos veces por semana a los locales o domicilios particulares de los inauténticos y les montan un par de escraches. Los inautenticos hacen lo propio a los auténticos. Luego, un día al mes, pongamos, el último domingo de cada mes, los auténticos y los inauténticos quedan en el ágora de la ciudad y se se zurran de lo lindo hasta quedar exhaustos, pero sin matarse. Estaríamos ante el enfrentamiento permanente del animal humano, que no es el animal de la selva, desprovisto de su condición social y de derecho de ciudadano, para estar siempre en el mismo sitio, que ya no es la ciudad. Pero tampoco se sabe si eso sucederá dentro o fuera de la ciudad, o en un lugar sin identificar al que no se puede llamar ciudad ni selva, pues ésta era un espacio definido a partir de el existencia civilizadora de la aquella, ahora convertida en campo de batalla permanente.

Como puedes comprobar estamos ante un relato interesante que, a diferencia de los relatos convencionales, nace sin narrador previo, ya que nadie se puede postular para contar esta historia, si no quiere ser catalogado de auténtico o inauténtico. Nace, digamos, como deshecho de la propia arbitrariedad de las fuerzas en combate. ¿Puede un relato hacerse comunicable, ese es el destino de su nacimiento, sin nadie que lo cuente, que haga cargo decél? Si es un desecho, ¿conserva en su interior algo del mundo anterior al gran enfrentamiento. ¿Quién puede ser su narrador? Lo que si es deducible es que también saldrá de los restos que se alojen en los agujeros que dejará ese enfrentamiento constante, pero sin victoria final, por parte de los contendientes. En esa falta de destino y de sentido es donde se aloja, paradojicamente, la esperanza en los tiempos actuales. La esperanza en tanto en cuenta que permite imaginar y pensar, es decir, crear en esos agujeros o rincones los pasados no pensados y las condiciones de posibilidad de los futuros por venir. En definitiva, poder recuperar el aliento de la civilización perdida. Ya que los auténticos y los inauténticos han decidido, supongo que debido al efecto disuasorio de terror nuclear (la madre de todas fuerzas enconadas en el campo global actual), no llegar hasta la aniquilación mutua y total. Todo será cuestión - como le pasa al malestar general del que toman su gasolina - de esperar hasta que a ellos también el aburrimiento les impida renovar la energía que necesitan para seguir enfrentándose.

jueves, 26 de enero de 2017

VOLVER

Mientras esperaba mi turno en la consulta del dentista, escuché que una madre le decía a quien estaba sentado a su lado: tienes que ser alguien, hijo. La madre hablaba con aire cansino, como si  hubiera repetido infructuosamente esa frase miles de veces en los últimos años. El hijo mostraba, supongo que en justa correspondencia, una hiriente indiferencia a lo que le decía su madre. ¿Qué relato le ha contado esa madre a su hijo nada más traerlo al mundo. ¿O es más preciso decir, nada más echarlo al mundo? ¿O ha vivido todos estos sin relato? O lo qué es lo mismo un relato entra algodones, una versión materna del sin ser alguien si hay paraíso. El silencio del hijo llevó a la madre a refugiarse en una revista del famoseo. Y al hijo a chatear con su móvil. Dos no conversan si uno quiere. Luego no nos entendemos. No se puede venir al mundo sin que te cuenten el relato sobre el mundo al que se viene. Un mundo de seres mortales. El relato del paraíso es la imposibilidad de todo relato, ya que allí reina la inmortalidad. El paraíso, sencillamente, no es al mundo al que venimos. Tal vez la madre, mientras estaba leyendo la revista de los famosos, se había puesto a reflexionar sobre ello. Los famosos no son la mejor imagen para entrar en este mundo. Podría estar sucediendo que, mientras la miraba, estuviera pensando que se le había hecho demasiado tarde, que había esperado mucho para decirle a su hijo de que va esto de venir al mundo. Su preocupación reflejaba el hecho de sentir que le debía una, pero no una cualquiera sino la más importante. Y que ya no tenía tiempo para saldar la deuda. Tienes que ser alguien, hijo, olía a derrota e impotencia. Abandonar los algodones que envolvían a ambos, pensé, no se hace de un día para otro. Me vino esta idea a partir del mohín de aceptación que se le puso en la cara, cuando se levantó para dejar la revista en el expositor de la sala de espera de la clínica. Un gesto que denotaba el sentimiento de cobardía emocional, que se le había echado encima en el lugar más inapropiado.

Como bien dices, primer acto, segundo acto, tercer acto, siguen siendo necesarios contar con ellos para aprender a caminar por la vida y para dejar de hacerlo. No para echar carreras. Como también sabes, luego será el montaje o la edición la que adoptará su intemporalidad a los vientos de cada época. Te dejo un ejemplo de montaje. Primer acto, las catedrales góticas. Segundo acto, la revolución francesa. Tercer acto, Auschwitz. Sin embargo, los que en este presente seguimos vivos, ¿en qué momento del relato nos encontramos? Yo pienso que no lo sabemos. Somos personajes a la busca de narrador y de escenario. ¿Debemos por eso volver a los lugares donde se iniciaron los pasados narrativos de nuestro presente, donde giraron sin vuelta atrás y allí donde concluyeron para siempre? Debemos volver para poder imaginar nuestro futuro.

miércoles, 25 de enero de 2017

QUIJOTE Y PANZA DIALOGAN

¿Por qué tengo que leer a mi padre, el Quijote, en lugar de matarlo, es decir, en lugar de cambiar de una vez por todas de libro? ¿Lo leemos por qué es obligatorio leerlo, como se hizo con la Biblia durante tantos siglos? ¿O por qué si no lo hacemos nos perdemos algo importante, muy importante: la experiencia del "daño" que nos hace su lectura, como condición de posibilidad para alcanzar el consuelo y la sabiduría en la vida. Lo que quiero decir es que no podemos no ser hijos de don Quijote, como no podemos no ser hijos de la Biblia. Ese No poder puede ayudar a propiciar en los lectores actuales del Quijote reflexiones, resonancias y asociaciones imprevistas. Es decir, es la condición de posibilidad para poner en marcha el juego de asociaciones mentales a partir de la relación de la experiencia de la lectura con la propia experiencia de la vida. Por ejemplo, ¿es un tramposo don Quijote? ¿Es un cínico Sancho Panza? ¿En qué medida su conversación sostenida a lo largo de la novela los hace honestos y humildes? ¿En que medida Don Quijote es una novela, no de autoayuda, para alcanzar la sabiduría en nuestra vida? ¿Que significa ser sabio hoy en día? Comprender que venimos al mundo para saber porque venimos al mundo. Algo también fundacional en toda vida humana. Ver así la capacidad ilimitada que tenemos los seres hablantes de abstraernos, como don Quijote, mediante el juego de trileros por el que nos colgamos en las alturas, fuera de todo roce con la realidad, de cualquier concepto, y así mofarnos de lo que nos convenga en cada momento. No dejar de tener quince años. 

Analizar la función del diálogo (yo soy el otro) en cada capítulo, como recurso ancilar donde se sujeta toda la novela, me parece la manera más acertada de enfrentarnos hoy a la lectura del Quijote. Pues queda claro que el papel que Cervantes ha dado a los narradores es un papel  intencionadamente subsidiario respecto a aquel. Para entendernos, son como los repartidores del juego dialógico que mantienen durante toda la novela Quijote y Panza. De los que ya se puede decir que son dos personajes que buscan la complicidad más que la amistad, por lo que necesitan un narrador que se lo facilite. Es decir, alguien que los cuente, que los traiga al mundo, pero que los deje contar y cantar. Alguien que les de la palabra, para que ellos mismos puedan llegar a ser alguien. Dos cómplices en el andar por un mismo camino, antes que dos competidores en una carrera contra el reloj por llegar a una meta final. Elijo la palabra cómplice antes que amigo, pues me parece más ajustada a esa manera de transitar y dialogar por la novela. Amigo me evoca la estabilidad de lo que ya se tiene sin miedo a perderlo, en lugar de que se va teniendo o construyendo con el intercambio de las palabras, y que en cualquier momento puede desaparecer. Amigo me parece más una de esas imposturas que inventamos para engañar a la vida. Cómplice se ajusta más a la relación de necesidad entre los discurso de ambos, que es también lo que experimentamos los lectores cuando los escuchamos hablar a cuenta de los mil y un cuento que protagonizan. Cómplice se ajusta más al universo de ficción en el que nos encontramos, y, en consecuencia, a la idea de mito como posibilidad para adentrarnos en nosotros mismos. Quijote y Panza no podemos olvidar que son dos de los mitos fundacionales de la cultura occidental de la modernidad. Igualmente no podemos, por tanto, dejar de preguntarnos: qué es lo que hacen y como lo hacen. Valga decir, como hablan entre ellos. Como se construyen mutuamente. Casi sin despeinarse, dando pábulo a su cuitas y ensoñaciones más celestiales y más mundanas, nos dan una lección de cómo entrar y estar en el mundo. A saber, que solo entramos en el mundo mediante el lenguaje, las palabras en este caso. Que, una vez dentro, solo sabemos lo que pensamos, es decir, donde estamos, cuando lo decimos y, al mismo tiempo, solo sabemos que lo que hemos dicho cuando alguien escucha y entiende eso que hemos pensado y dicho. Es decir, que solo sabemos que estamos en el mundo y el lugar que ocupamos en él, cuando reconocemos la figura del otro en tanto en cuanto radicalmente alguien que no es yo. Otro dispuesto a escuchar y a entender.

martes, 24 de enero de 2017

LOS HIJOS DEL QUIJOTE

El caso fue que mi di cuenta, después de la primera sesión de la tertulia sobre el Quijote, de que continuar apoyándonos en los expertos del asunto no era la mejor manera, no ya de responder, sino de acercarme cautelosamente a la pregunta que me formulé en la entrada de ayer, a saber, ¿cómo debemos leer hoy el Quijote? Y por extensión, teniendo en cuenta que la obra de Cervantes, según dicen los expertos, inaugura la forma de narrar moderna, ¿cómo debemos leer hoy? La mecánica de la tertulia consistió en comentar, uno por uno, los capítulos que para esa sesión nos habíamos comprometido a traer leídos. Me pareció adecuada, pero seguía sin atender a la pregunta del como leer esos capítulos, que, a su vez, comprendía en su desarrollo a estas otras tres: ¿quién habla en cada capítulo?, ¿a quién se habla?, y ¿para qué se habla? Preguntas todas ellas que forman parte de la evolución que ha tenido la novela desde entonces, y que hoy los hijos del Quijote - plenamente alfabetizados e informados, y garantizado nuestros pleno derecho de libertad de expresión - no podemos pasar por alto en el momento de su lectura. Ya que tiene que ver con una preocupación que debe incumbir al lector actual: la forma de expresar lo existente. Tal vez fuera por esta reflexión, que me hice a medida que iba leyendo los  capítulos comprometidos, por lo que propulse a los otros hijos e hijas del Quijote el siguiente vaivén de la conciencia lectora. No se trataría tanto, dije, que vayamos los hijos del Quijote a visitar al padre, que sería algo parecido a como ir a poner flores a su tumba, una acción totalmente improductiva desde el punto de vista de la lectura actual, como tratar de traer al Quijote al presente de sus hijos para que lo fertilice y lo renueve, si es que ello fuera posible. Algo que solo puede saberse después de la experiencia lectora de cada lector, y no por la inyección intravenosa de los dictados de los expertos. Se trata de si somos capaces, y en qué medida, de dar cobijo en nuestra sensibilidad e inteligencia actual, a la andanzas y pendencias de este padre tan aparentemente estrafalario. A todo lo que nos obliga, sin demora, este vaivén de ir a buscar al padre creado y muerto en el siglo XVII, para que acompañe a sus hijos todavía vivos y coleando en los albores del siglo XXI, es a pensar sobre cómo se encuentra esa casa sin fin que es nuestra inteligencia y sensibilidad. Y si estamos en condiciones de ser los anfitriones más adecuados para tan ingenioso visitante. 

Una de las hijas del Quijote, asistente a la reunión, pareció sentirse interpelada por las preguntas que acababa de hacer, y reconoció que el argumento de la novela no le interesaba para nada. No se sentía interpelada, en la medida que la lectura es una llamada, por las peripecias seudo caballerescas del señor de la Mancha y su escudero, aunque sí reconoció que le atraía algo que era más propio de todos los tiempos, sea el protagonista un aspirante a caballero medieval o a un astronauta para ir en la primera expedición a Marte. Se refirió a la lucha que, a su entender, mantienen los dos protagonistas de la novela cervantina entre sus creencias y sus ideas. La lucha entre fe y razón. Antes de que se levantara y se fuera, me dirigí a ella y le reconocí que me parecía una acogida en el regazo de su experiencia presente más que generosa. ¿Fe y razón junto con ficción y realidad? me parecen, le dije, preguntas muy pertinentes para enfrentarnos a la pregunta de cómo leen hoy los hijos del Quijote las aventuras y desventuras, en fin, las batallitas de su famoso padre. Que antes que caballero andante fue un lector, o mejor dicho, que quiere ser caballero andante porque lo que realmente es es un lector. Las preguntas para seguir leyendo, como no puede ser de otra manera, caen del lado del lector de ahora: ¿que es hoy ser un buen lector?

Ya en casa me volví a preguntar, ¿por qué no siguió hablando la hija del Quijote respecto a la necesidad de traer el Hidalgo manchego a nuestras vidas, en lugar de ir los lectores a la suya? ¿Por qué se fue, además, cuando subrayé como un acierto lector en su intervención, el reconocer que la lucha entre fe y razón era un asunto que le afectaba personalmente, y que creía estaba muy presente, por no decir que era el motor principal, en la novela de Cervantes? ¿Por qué se fue con prisa a conversar, seguro que con más utilidad y rendimiento, a otro lugar, cuando allí se había producido el inicio de la conversación más importante del día? Aunque también la más inútil. La más Importante y la más inútil porque sus palabras surgieron de manera imprevista y a cambio de nada. Las palabras que mejor y más alimentan el alma humana. ¿Por qué nunca tenemos tiempo, o demasiado tiempo, para las conversaciones inútiles? ¿Por qué siempre cuando surgen nos queremos ir despavoridos a otro lugar?

lunes, 23 de enero de 2017

QUIJOTESCA

Como ya te dije en nuestra última conversación telefónica, me he apuntado a una tertulia quijotesca. Se trata, según nos ha propuesto quien la modera, de leer la obra de Miguel de Cervantes por capítulos, e ir comentando en cada uno de los sucesivos encuentros presenciales lo que nos ha parecido. En el primer encuentro nos hizo una exposición detallada de cómo estaba el estado de la cuestión, Don Quijote de la Mancha, dentro del ámbito académico. Te he de decir que me he apuntado a la tertulia inducido por la experiencia que tuvimos este verano en Alcalá de Henares, cuando visitamos juntos la ciudad natal de Cervantes. La experiencia tuvo para mí, te lo cuento ahora, dos momentos bien distintos. Por un lado, la vuelta a la ciudad complutense después de veinticinco años de ausencia. Tuve la sensación de que estaba saldando una deuda adquirida, que quedó pendiente cuando visité la ciudad por última vez, y, sin ninguna explicación o despedida previa, deje de pisar sus calles, o de ver sus monumentos en un cuarto de siglo. Sin embargo, no pareció darse por aludida, ni mostrarse esquiva, ni sentí que diera la espalda, pues me recibió como si hubiera hecho solo un mes que no la visitaba, que era la frecuencia con que solía ir a a darme un paseo antes de alejarme de ella durante tanto tiempo. Como ya sabes la visita estaba enmarcada dentro del quinto centenario de la muerte de Cervantes, lo cual me permitió volver a alguno de los lugares que tienen que ver con su vida y con su carrera como escritor. También en este caso quien se encargaba de las funciones de moderar el relato del trayecto, se puso del lado del lenguaje propio de la academia. Que es lo mismo que decir de la Historia con mayúsculas. Así nos hablaron una señora en la casa natal del autor y un joven en el paraninfo de la universidad complutense. Aupado, también, en la cresta de la ola de ese lenguaje académico histórico, nos habló el guía que nos enseñó el corral de comedias alcalaino. En general, pienso las personas que se ponen al frente de las visitas guiadas le ponen mucho entusiasmo a una tarea que no deja de estar inmersa en una monumental rutina. Son como lo actores de teatro que un día tras otro suben al escenario a repetir la cantinela de su personaje. Entusiasmo y una importante dosis de vanidad hacen que parezca que lo que te cuentan lo hacen por primera vez. En esta visita a Alcalá de Henares me gustó especialmente el guía que nos enseñó y explicó el paraninfo de la universidad complutense. La afectación que le puso a sus palabras le hizo aparecer ante mí como algo más que un guía. Yo diría que como el mayordormo o un alabardero a servicio del propio Cervantes. Mejor dicho, a servicio de su causa quijotesca.

Entre medias de la tertulia quijotesca y la visita a la ciudad natal de Cervantes han pasado seis meses y el fInal de los fastos conmemorativos del quinto centenario de la muerte de aquel. La pregunta me surgió entonces en la ciudad complutense y me volvió a surgir ahora en el seno de la tertulia, quinientos años después de su publicación, ¿como debemos leer hoy el Quijote? Este es el segundo momento de que te hablé antes.Tratar de hincarle el diente a esta pregunta es, para mí, el mejor homenaje que se le pude hacer al ingenioso Hidalgo y a su autor. 

viernes, 20 de enero de 2017

SIN RELATO

Por separado y en el fondo de su alma reconoce que esto ya no hay quien lo aguante, porque ya no da más de sí. No me dice que no es ella la que ya no se aguanta. Pues "esto" para ella sigue siendo la sociedad. Yo le digo que es el mundo. ¿O es que me estás hablando como un arquitecto? ¿O es que tu sentimiento tiene la fortaleza de una estructura, pero también la fragilidad propia que es inherente a la rigidez que oculta ese poderío? Se cae al primer temblor del fondo de la tierra, como tú te desmoronas al primer temblor de tu alma. La sociedad de una u otra manera siempre se aguanta, porque siempre nos aguanta y siempre acabamos aguantándola. La sociedad es donde habita el cuerpo, fuente de toda corrupción e imperfección. Lo que no se aguanta es el alma exquisita, pues lo que ha perdido es su lugar en el mundo. E lla confunde cuerpo con alma. Mejor dicho, no cree en esa exquisitez del alma. En cuanto sale a la calle arruga el entrecejo y dice: a ver que pasa, a ver si se estampan. Los otros. El enemigo. Entonces noto que se le ha hecho lava el cerebro y la conciencia derrota contra el burladero donde se autoengaño. Bizquea. Aparece en escena el resentimiento por la victoria que no llega. Lo que cree que hará que se vuelva a aguantar de nuevo. Aguantarse presupone una guerra, le digo. Seguir acechando, envuelta por ese resentimiento, desde tu madriguera. Hasta la derrota y humillación ajena. De los otros, del enemigo. Te has quedado sin relato, le susurró al oído para que no se altere, como el coche que se queda sin gasolina. Para levantarte cada te aprovechas de las cuerda de otros relatos, como del coche tira la grúa. Así vives, a expensas de otros relatos. Como un parásito. A expensas de lo que piensan otros. Le cuento la historia del escorpión y la rana. Mira para otro lado. Es decir, no me escucha. Ese último refugio de quienes no se aguantan. No le digo, entonces, que pida consulta en un gabinete psicológico. Si no se puede habitar un espacio para aprender a pensar lo que uno dice, no es necesario esforzarse para asistir a un espacio donde cada uno diga lo que piensa, con la falsa excusa de que uno se ha quedado sin relato porque no me dejan decir lo que pienso. Los otros. El enemigo. Esos espacios son los que habitualmente habitamos. Con los otros. Con el enemigo. En los que decir lo que piensas incorpora la mayoría de las veces decir que los otros, el enemigo, no te dejan decir lo que piensas. La queja y el enemigo otorga significado y campo semántico a ese decir lo que uno piensa. Es el  par constitutivo de uno. Le digo que se apunte a un club de lectura. Incomprensiblemente me hace caso. Al cabo de dos o tres sesiones le pregunto qué tal le va con su nueva actividad. Me responde que bien. A la actividad de la lectura, silenciosa y solitaria, al añadirle el vocablo Club se crea un suplemento de significación, Club de lectura, fácil de sentir por el lector solitario y silencioso al verse rodeado por otros lectores, estamos juntos. Pero muy difícil de comprender, ¿para qué un club de lectura? ¿Qué hago yo ahí dentro, aparte de estar y sentir la compañía de los otros lectores? Le digo que "pensar lo que se dice", que es lo que ahí se hace para que sea diferente a lo que se hace afuera, gira alrededor de lo que las palabras de cada cual otorgan a los otros la condición de posibilidad de ponerse a pensar por si mismos. "Decir lo que se piensa", gira entorno al libre albedrío o a la afiliación incondicional a los discursos más mediáticos y vistosos de cada temporada o a quejarse porque no te dejan decir lo que piensas. Todo eso que he denominado hablar por boca de ganso. ¿Estas bien en el club de lectura por qué puedes pensar lo que dices? ¿Quiere eso decir que estabas mal porque únicamente solías decir lo que pensabas? O es al revés

jueves, 19 de enero de 2017

HIGIENE

Tu lo llamas con acierto "hay que venir bien leído y pensado", cuando te refieres al club de lectura al que mensualmente asistes para conversar sobre la lectura de un libro. Normalmente una novela de autor desconocido publicado por el sello de una editorial pequeña y poco conocida. No puedo estar más de acuerdo contigo. Pienso que la relación de la mayoría de los seres hablantes con el lenguaje, que es lo que nos constituye como seres humanos, es muy descuidada, por no decir "sucia" y con mucha y dilatada falta de higiene. Y no me refiero al hecho de hablar mal o con infinidad de giros o guiños debido a la deformación profesional, sino al estar, tanto en unos casos como en otros, orgullosos de hacerlo. Y esta falta continuada de higiene en el lenguaje personal, enturbia cualquier conversación que se quiera poner en marcha. Invalidando la función del diálogo (yo soy el otro) como recurso ancilar, mediante el se sustenta toda verdadera conversación.

¿Somos unos tramposos o unos cínicos? ¿En qué medida la conversación que hemos mantenido durante tres horas nos ha hecho menos honestos y humildes? Así, de sopetón, le pregunté el otro día a uno con el que compartía mesa y mantel. Como no se lo esperaba, se puso de inmediato a la defensiva. No creo que haya dicho nada que justifique que me hagas estas preguntas, me respondió, acompañado con la consiguiente demanda implícita de disculpas, o si no era así, también implícitamente, no valía la pena que volviéramos a quedar. Este es otro de los daños colaterales de la falta de higiene habitual en el lenguaje. La propensión, por parte de quien así de "sucio" conversa habitualmente en su vida, a sentirse ofendido o apaleado por las palabras ajenas quien, sin proponérselo explícitamente, le está diciendo que se lave por partes. O que mejor se de una buena ducha, al menos, a la semana. No se ofendió mi acompañante por mi mala educación, no podía hacerlo. Como puedes comprobar mis preguntas fueron hechas en plural, lo cual nos interpelaba a los dos, y puse al formularlas todo mi empeño en que el tono fuera el más respetuoso de que soy capaz. Me di cuenta que el malestar e irritación de sus palabras le venían por  lo imprevisto, o la falta de tino por mi parte, al hacer en voz alta aquellas preguntas. Esto era  lo que le había sacado de quicio. Sin embargo, lo que le había destartalado por dentro fue, deduje al final de la conversación y poco antes de despedirnos, que mis preguntas, dirigidas a los dos, se habían colado de rondón, y sin su permiso, en su sacrosanta intimidad, donde al parecer nadie había entrado nunca. 

Algo que hace ciento cincuenta años fue propiedad y hábito de unos pocos elegidos por su cuna o ascenso económico, tengo para mí que hoy es algo general - viral dirían los de las redes sociales - en las conversaciones de cada día. Me refiero a la actitud o conducta de mi acompañante de mesa y mantel, fruto de la alfabetización total y la libertad de expresión que ha traído la democracia política y cultural. Un actitud o conducta que consiste en anteponer, a la hora de conversar, una pose, digamos, estética - esa capacidad instantánea que tenemos para colgarnos del concepto o frase hecha que primero se nos ponga a mano, cuando la realidad nos funde el cerebro y la conciencia empieza a bizquear, o cuando no acabamos de comprender lo que hemos leído o mirado o escuchado - que de manera casi siempre desmañada trata de ocultar la "suciedad" del propio lenguaje, que los incapacita para enfrentarse a esos dilemas existenciales o creativos. Todo lo cual da la verdadera dimensión de cómo utilizamos el pensamiento y, por tanto, de nuestra posición en el mundo. Pero lo peor de todo es que, quienes así aparecen hablando en las conversaciónes habituales, quieren hacernos creer que no hay tal grieta o abismo, según los casos. Que da igual. Que cada uno diga lo que quiera o lo que piense. Sin darse cuenta que de lo que se trata, si es que queremos de verdad conversar, es decir, saber el lugar que ocupamos en el mundo, es que cada uno intente y sea capaz - antes de pedir la palabra y, por supuesto, antes de decir lo que piensa - de pensar lo que quiere decir. Así, de paso, también se dará cuenta del alcance que tienen las palabras dichas por los otros.

miércoles, 18 de enero de 2017

LO QUE ACARREA SENTIRSE ESPECIAL

Como decía ayer, si la Narradora del cuento "Alemanes a la mesa", de Katherine Mansfield, se hubiera puesto a escribir para vengarse de las ofensas y desprecios que le habían infringido los alemanes no sería digna de crédito lector, pues no ofenden las palabras ajenas sino la predisposición propia a sentirse ofendido. Expresión que acompaña a esta otra: dos no se pelean si uno no quiere. Luego la Narradora se ha puesto a escribir por algo más profundo y desconocido para ella, es decir, se ha puesto a escribir porque quiere saber el por qué le ha ocurrido lo que le ha ocurrido sin previo aviso y con gente desconocida. La fuerza de la estructura que sostiene al relato y el lenguaje que emplea la Narradora al narrar así lo acreditan. De lo que destaco el tono irónico que domina y mueve todo el cuento, por una lado y, sobre todo, el final abrupto, como dando un portazo, con que la Narradora se despide de los comensales alemanes. 
"¡Buen provecho! 
¡Buen provecho!, 
Cerré la puerta tras de mí".

Que delata la auténtica perplejidad interna que se ha apoderado de ella, y que la ha sacado por completo de quicio. Todo debido a una anécdota banal y sin mayor importancia en el curso natural de su existencia. Por ello, cuesta entender, como apuntaba lo que dijo una lectora en el escrito de ayer, que la Narradora se ponga a escribir como un gesto de desagravio contra la tosca conducta de los comensales alemanes. Si fuera así, lo que habría sido dañado sería su orgullo de ser especial, sin quedar éste por ello menoscabado en ninguno de sus atributos de exaltación y gravedad. Escribiría, por tanto, para restañar esa herida, y ni la estructura, extensión y lenguaje empleado entonces por la Narradora, serían los que aparecen en el cuento que el lector tiene entre sus manos. Cuesta imaginar que si fuera ese el estado anímico al cerrar la puerta, la Narradora pueda hacer uso de la ironía de la ficción para explicar lo que ha sucedido. Y, más aún, cuesta imaginar que utilice la primera persona para hacerlo. Creyéndose especial, no dudaría en utilizar la tercera persona omnisciente para contar la verdad y toda la verdad de lo sucedido. Y no lo que la Narradora ha hecho con lo sucedido, que es lo que cuenta al decidir contarlo en primera persona. Dicho de otra manera, en el caso de la Narradora omnisciente al lector no le quedaria más remedio que creer lo que la Narradora dice, no tiene pruebas para desmentirla. Lo único que pide es que lo que cuenta esté bien contando. En el caso de la Narradora en primera persona, el lector tiene que estar más atento a lo que dice, pues eso que dice no ha sucedido realmente, sino que es la percepción que ella ha tenido de la comida con los alemanes. En verdad está sucediendo en el momento en que el lector lo está leyendo. De ahí la complicidad implícita que la Narradora demanda al lector que se acerca a su cuento. Vamos, lo que le dice al lector es que coja una silla y se siente con ella y los alemanes alrededor de la mesa. Se siente y escuche con atención y concentración las palabras que dan forma a lo sucedido. Pues no hay otras, y solo se oyen allí, sentado alrededor de la mesa. 

La comida con los alemanes abre rendijas en la vida de la Narradora por las que se asoma, como nunca antes le había sucedió, a sí misma, a su soledad, a su matrimonio, a sus obsesiones y manías, etc. Por ahí se cuela la aparición inesperada de la cobardía de sus emociones y de su dolorosa indecisión moral, lo que, al tener la necesidad de ponerlo por escrito acaba por humanizar y renovar su intimidad sensorial, predestinadas, como las de todo bicho viviente, a la exaltación y la gravedad, La comida con los alemanes se convierte, de forma impremeditada, en el ojo de la cerradura por el que puede contemplar el otro lado de su vida como si fuera un gran territorio desconocido, más aún que la vida los comensales que comparten con ella la mesa del balneario. Como lectores no podemos olvidar leer el cuento con la ironía propia de toda ficción, que siempre ha de acompañar al ejercicio de esta actividad para evitar que se fundan vida y literatura. La Narradora se ha dado cuenta de ello, y no está dispuesta a ponerse a llorar por lo que ha descubierto de sí misma. Ni tampoco cometer la ordinariez de urdir una venganza contra quienes lo han provocado. Su inteligencia y sensibilidad están por encima de esos fangales. Sabe que si quiere aprender algo de la experiencia que ha tenido alrededor de la mesa en ese balneario, y la decisión de ponerse a escribir, como dije ayer, así lo atestigua, tiene que dejar de lado mucha o toda la exaltación y gravedad que hasta ese momento han acompañado, ya no a su intimidad, sino a su vida pública y privada. Para llevar a cabo esa misión opta por la mejor herramienta de la literatura, la ironía. Así la caricaturización de los comensales alemanes se convierte, al salir por su propia boca, en la propia caricatura de su creencia de que es un ser especial. Al igual que el narrador de don Quijote que, bajo la excusa de ridiculizar a los libros de caballerías, lo que realmente caricaturiza es la actitud - tan universalmente humana por cierto - del ingenioso hidalgo de demostrar que es un ser especial, y dedicar su vida a que todo el mundo lo sepa

martes, 17 de enero de 2017

ALEMANES A LA MESA, un cuento de Katherine Mansfield

La creencia de sentirse especial dominó la conversación que mantuvimos alrededor del cuento de Katherine Mansfield, "Alemanes a la mesa". Una creencia que - como muchas otras: ser de aquí o de allá, ser padre o no serlo, se profesor o alumno, ser de arriba o de abajo, etc., que no son otra cosa que relatos formados a partir del lenguaje y sometidos a los cambios de quienes hablan o escriben con ese lenguaje, ya sea por motivos instrumentales o creativos, en sus itinerarios existenciales - ha evolucionado, sin embargo, hasta convertirse en una especie de coraza o armadura con vitola de categoría indiscutible e irreductible del propio ser. Es decir, son hoy en día categorías que, insatisfechas con su modesta condición de estar, emigran sin que nadie se lo haya pedido y sin consultar a los que en ese momento estaban a su lado, a ese territorio misterioso y oscuro del ser, que por el hecho de la llegada de estos nuevos inquilinos pierde esos atributos. Pues debido a esa decisión unilateral ser y estar ya no admiten distinción para estos sujetos aventureros, exigiendo a la mirada ajena una actitud que se corresponda con esa, digamos, heroica conquista o colonización. Si prestamos atención, este tipo de conducta de los hombres y mujeres ha sido de lo más habitual a lo largo de la historia de la humanidad. Creerse especial, por ejemplo, madre de nueve hijos, como dice una de las protagonistas del cuento de Mansfield, o ir a la guerra como anhelaban tantos varones del tiempo anterior a la Primera Guerra Mundial, momento histórico en el que se desarrolla el cuento, es lo único que todo ser humano tiene para levantarse cada día de la cama y afrontar la dureza de transitar por las horas de un día más. Sin ese sentimiento de sentirse único en la intimidad, nadie haría nada por seguir viviendo. Ha sido la modernidad, sobre todo la más actual, la que ha pervertido esa intimidad y la ha desplazado, primero, al ámbito de lo privado y, después, al ámbito de lo público en su versión espectacular, hasta conseguir que nos creamos que hay hombres y mujeres más especiales unos que otros, paradójicamente, sin que aquellos hayan modificado un ápice la ubicación donde se encuentran. Es decir, haciendo lo mismo que nuestros antepasados, viendo pasar el tiempo, muchos de nuestros modernos se creen más especiales que aquellos y que sus contemporáneos. Aunque vivan como un pecado inconfesable, que se aburren mucho mas que ellos en eso de ver pasar el tiempo. Todo lo cual es un indicador de la auténtica dimensión que adquiere, hoy en día, ese afán de ver pasar el tiempo, por seguir con el ejemplo, que tiene su reflejo en nuestra relación avasalladora con el espacio. Lo que deja a las claras, ante este panorama sin tiempo y sin espacio, pues en lugar de verlos pasar sentados nos los hemos comido a base de dentelladas cada vez más voraces, la imposibilidad de poder seguir con ese cuento por ese camino, pues, no es que no haya pasado o tengamos extraños y agónicos presentimientos de no poder alcanzar el futuro, es que nuestra ambición y voracidad en el presente, se ha comido, como no podía ser de otra manera, toda condición de posibilidad que nos permita imaginar algo respecto a nuestro futuro y nuestro pasado. Condenados, así, a ser y a estar enjaulados dentro del mismo ominoso y permanente presente.

Con ser especial queremos decir que anhelamos ser alguien. Lo que no es una profesión, sino una consecuencia no prevista o inconsciente de nuestra relación con el pensamiento y con el lenguaje que le acompañe a la búsqueda cooperativa de la verdad, que es lo mismo que la búsqueda del interlocutor cuyo encuentro haga todo ello posible. Yo pienso que eso es lo que le pasa a la Narradora de "Alemanes en la mesa", y las consecuencias de esa experiencia no premeditada es la que la convierte en escritora. Es decir, su reacción ante lo que se da cuenta ha perdido, o se ha alterado en su intimidad de forma irreversible, en compañía de ese grupo de alemanes desconocidos que la acompañan en el momento de la comida  - escribir es eso, reaccionar ante la pérdida. Siendo el relato que los lectores leemos, la forma que adquiere todo ese colosal empeño. Si la Narradora se pone a escribir porque se ha sentido ofendida con lo que le dicen los alemanes, no merece ninguna confianza por parte de los lectores, como dijo una lectora a cuenta de una experiencia de la vida real, donde tuvo que pedir disculpas a quien dijo era su amiga, porque, a su entender, la había ofendido con las palabras que había dicho. Hubo otra lectora que, sin embargo, se envolvía con esta bandera del victimismo, y leyó el cuento como un desagravio de la Narradora inglesa a las ofensas de los comensales alemanes. Estos inapreciables movimientos del alma o de la Intimidad en la vida real, son la razón de ser de toda conversación con las palabras de la literatura. 

lunes, 16 de enero de 2017

BÚSQUEDA COOPERATIVA DE LA VERDAD

Así como - según Jose Luis Pardo, en su libro "Estudios del malestar" - lo Público es un universal que no existe pero es la condición de posibilidad para que se de en cada caso particular la experiencia de pertenencia a una comunidad de ciudadanos que viven y conversan pública y privada en el medio de la ciudad, la Literatura es un universal que no existe pero es la condición de posibilidad para que los seres de habla y de razón, los seres humanos pues no hay otros, sintamos con sentido (sentimientos), mediante la experiencia de la lectura y la escritura con las palabras sensibles que acompañan - no dichas por boca de ganso, como es habitual en las conversaciones sociales, sino sentidas desde el fondo del alma de quién así lee y escribe - a la intimidad de nuestras emociones que nos produce el trato con la vida ordinaria. De otra manera, la experiencia con las palabras de la literatura nos hace sentir con sentido íntimo la sensibilidad de las palabras con que nombramos a las cosas que nos emocionan y nos importan en nuestro trato con esa vida ordinaria. Y si nos fijamos, lo público-privado y lo literario-íntimo, laten en distinta frecuencia pero dentro de la misma radio de acción, en el medio de la ciudad, y necesitan para que los ciudadanos y los lectores escuchemos sus latidos un lenguaje no engañoso para ganarse la vida e intimo para ganarse su vida. Y unos lugares donde poder reconocernos como tales ciudadanos y lectores. Lugares que solo existen en ese medio de la ciudad, alejados de la montaraz errancia verbal de los sofistas y predicadores. Pues es vano seguir creyendo, después de la que cayó sobre el siglo XX y la que está cayendo en el siglo XXI, que hay otra vida y otra oportunidad. Pero es infinitamente más indecente, todavía, salir a la palestra a predicar su advenimiento inminente.

Ante lo que hemos destruido, y lo que no hemos sido capaces de construir, en el medio de la ciudad, lo único que nos salvará del tedio de la democracia liberal - y nos mantendrá a pesar del malestar en ese término medio, garantizando la permanencia de la posibilidad de la conversación pública, privada e íntima, evitando las tentaciones de echarnos a la verborrea bélica del monte -  no será instaurar legalmente en el horizonte de nuestras vidas la amenaza de la guerra, o su sublimación hostil con actividades masivas alrededor de las asambleas permanentes de la multitud, sino crear o abrir espacios pequeños de resistencia creativa (no reactiva que acaba siendo reaccionaria), es decir, espacios de búsqueda cooperativa de la verdad (otra vez Pardo), o de verdadero diálogo, para combatir tanto al aburrimiento como a la guerra, a la larga, dos caras de una misma moneda global que se retroalimentan constantemente, no en el medio de la ciudad, sino en cualquier rincón agreste y oscuro del monte. Vigilados por feroces alimañas, que pastan a la espera de que alguien aburrido o belicoso pase por allí. 

viernes, 13 de enero de 2017

MALESTAR

Por un lado tenemos el bienestar económico, político y jurídico de lo que se denomina clase media, es decir, de una mayoría de ciudadanos que sobreviven en el medio de una minoría que habita repartida en los dos extremos, desde donde tiran de aquellos tratando de atraerlos hacia sus respectivos rincones. O lo que es lo mismo, tratando de hacer que aquella mayoría del medio se convierta en minoría, y alguno de los extremos, o acaso la alianza oportuna de ambos, pase a ser la mayoría. Pero, por otro, tenemos la insuficiencia de una conversación pública, privada e íntima, más bien la ignorancia de sus respectivos campos de acción, que cada día practican los seres hablantes de esa misma clase media en los diferentes ámbitos profesionales, familiares o de amigos. Una conversación siempre aterida e irritada por la fiebre de sus deseos, pero, al mismo tiempo, muy bien adaptada al pensamiento oficial al que esos conversadores pertenecen que, de forma invariable, responde mecánicamente frente a lo que acontece, ya sea, ahora ya da lo mismo, en el medio o en alguno de los extremos. Todo este cúmulo de tensiones, insatisfacciones, ignorancias y complacencias solo parece levantar la indignación de los bienpensantes que quieren seguir disfrutando y conversando dentro de aquellos ámbitos que aquel bienestar ha ido creando merecidamente, claro está, para su disfrute y beneficio en la ciudad moderna. La vacua y fatua indignación de unos ciudadanos débiles, mimados por una forma de pensar y hablar que lo mismo vale para darse a sí mismos siempre la razón, que para quitársela con idéntica prontitud a quienes tienen enfrente.


Mientras iba discurriendo lo anterior me iba dando cuenta de hasta qué punto la mala educación recibida durante los últimos cuarenta años, es responsable del agujero negro en el que todo nuestra actualidad acaba por sumergirse. De esa mala educación son responsables quienes señala Kafka en sus diarios (que fueron escritos para no ser publicados), dejando así a la vista el detalle hiriente y sin tapujos de lo que oculta siempre la generalización en estos asuntos. Lo que declara con ironía Kafka, a mi entender para hablar en serio, no es otra cosa que su profunda desconfianza hacia esas dos palabras, buena educación, que como tantas otras a lo largo de la historia de la humanidad, han tenido la suerte de nacer de pie, o con todos los vientos a su favor. No basta con educar, sino que quien con esa intención lo intenta ya discierne cual es la buena y la mala educación, y quien se encarga de la una y de la otra. Como puede deducirse un correlato cabal del manido pero eficaz siempre "estás conmigo, los que somos buenos, o eres de los que están contra mi, los que son malos".

Anota Kafka en su diario:

"Si me pongo a pensarlo, tengo que decir que, en muchos sentidos, mi educación me ha perjudicado mucho. Este reproche afecta a una serie de gente: a mis padres, a unos cuantos parientes, a determinados visitantes de nuestra casa, a diversos escritores, a cierta cocinera que me acompañó a la escuela un año seguido, a un montón de maestros (que debo comprimir estrechamente en mi memoria, pues de lo contrario se me desprendería alguno por un lado u otro; pero como los tengo a todos apretujados, es todo el conjunto lo que se va desmoronando a trechos), a un inspector escolar, a unos transeúntes que caminaban lentamente, en una palabra, ese reproche serpentea por toda la sociedad como un puñal y nadie, lo repito, nadie está desgraciadamente seguro de que la punta del puñal no vaya a aparecer de pronto por delante, por detrás o por un lado. No quiero oír réplica alguna a este reproche, porque he oído ya demasiadas, y puesto que, en la mayoría de las réplicas, he sido también refutado, incluyo también dichas réplicas en mi reproche, y declaro que mi educación y esta refutación me han perjudicado mucho en más de un sentido".

jueves, 12 de enero de 2017

RENOVACIÓN

Te cuento lo siguiente a propósito de una conversación que mantuve el otro día, y que me sorprendió por su final inesperado. Sin que ningún sofista o predicador, siempre al acecho, nos lo dijera, algo de aquel espíritu de nuestros antepasados deberíamos de recuperar, o poner al día renovando el meollo de sus intenciones, para ponernos a leer de manera adulta. Es decir, para iluminar la habitación oscura en que hemos convertido aquella habitación propia que Virginia Woolf nos enseñó a pedir cuando éramos jóvenes, como una manera de abandonar el nido paterno. No podemos seguir con aquello de que como enganche un libro no puedo dejarlo hasta que me lo acabe. No podemos seguir enganchaos, sea a lo que sea, como forma de vida. Nuestros antepasados, siendo perfectamente analfabetos, lo llamaban oración. No era adicción, como se nos quiere hacer creer, era su manera de leer y escribir, es decir, de responder ante lo que no tenían o habían perdido o nunca podrían llegar a tener. No tenían habitación propia, pues todos vivían hacinados en un puñado de metros cuadrados, pero sabían iluminar con sus plegarias, con su manera de leer y escribir, cada rincón oscuro que dejaba la tenue luz de las velas. Entre ellos, se arrojaban luz. Nosotros hemos creado un mundo oscuro, donde, como en los antiguos imperios, nunca se apaga la luz debido a la multitud de bombillas que hemos distribuido por su geografía. Definitivamente alfabetizados - hay algo irritante y monstruoso en esa forma de querer aparecer como tipos civilizados - hemos vaciado las calles de la ciudad y los caminos del firmamento de aquellos fantasmas que invocaban nuestros antepasados con sus oraciones. Ellos les llamaban dioses o santos. A cambio hemos colocado miles de señales repartidas por toda las calles de la ciudad y establecido distancias kilométricas cuando se nos ocurre responder a lo que nos trasmite nuestra mirada hacia el cielo. Señales y distancias significativas, que nos permiten ir de acá para allá, o al revés, de arriba hacia abajo, o al revés, a los negocios en que se mete de coz y hoz nuestro cuerpo, pero que no proporcionan ningún sentido a las necesidades del espíritu o del alma o de la conciencia. Bastaba a nuestros antepasados invocar la gracia de dios por los alimentos recibidos, para que toda la dureza de la jornada de trabajo adquiera sentido, proporcionando el consuelo necesario para afrontar la siguiente. Un trabajo que desde la casa de un puñado de metros cuadrado e iluminada con velas, solo tenía un cambio de ida y vuelta, sin transbordos, y que para recorrerlo cada día no necesitaban plantar señales, o que las autoridades gastasen los impuestos recaudados para hacerlo. Pensando así, me dijo mi interlocutor que te he anunciado al principio, ese tipo de conversadores que iluminan cuando leen, pude comprobar que la lectura y la escritura van en serio, porque leyendo y escribiendo descubrí que la vida va en serio.

miércoles, 11 de enero de 2017

BARRERAS

Hay dos barreras hoy insalvables, a la hora de tratar asuntos que nos conciernen a todos. Respecto a lo común o colectivo, el rótulo, la pancarta, la bandera, detrás o con la que todo el mundo se pone o se envuelve es la palabra "Sociedad",  convertida así en una ideología intocable y, por tanto, incuestionable. Respecto a lo individual, eso que es imposible que quede oculto y sumiso al término sociedad,  la palabra es "Yo". Con estos mimbres, Sociedad y Yo, o al revés según convenga, se organiza la Actualidad moderna. Lo que te quiero contestar, a lo que dijiste ayer, es que todo lo que pueda ser justificado o disculpado socialmente, que lo sea; y si la cosa no puede camuflarse o maquillarse socialmente de ninguna de las maneras que sociólogos, economistas, politólogos, etc. inventan con tales propósitos, que sea el Yo el que entre en escena. Pero que entre con todos lo dientes bien afilados, pues ese Yo es la última frontera de todos los engaños posibles que hoy en día nos permitimos. Con nuestras invocaciones y evocaciones indiscriminadas de lo social a la hora de hablar y de dar salida a cualquier atasco conversacional, lo que hacemos de verdad es ocupar el vacío de sentido que la misma Sociedad - convertida mediante aquellas, como ya he dicho, en sacrosanta ideología actual - ha arrasado previamente. Al refugiarnos en nuestra egolatría cuando lo social no acude en nuestra ayuda, eliminamos la distancia que media entre el Yo y la propia vida, entre el Yo y el sujeto verbal que actúa en su nombre. Esto es algo que se comprueba constantemente en nuestra actualidad de opinadores y predicadores. El Yo que opina o predica en público o privado no opina lo mismo que el yo-íntimo-que-es.

martes, 10 de enero de 2017

LLAMADA

Me cuentas en tu último email que desde que eres profesor emérito los libros que tienes colocados en las estanterías de tu biblioteca te llaman. Nunca antes la lectura te pareció tanto a una llamada, como dice Richard Ford. Una llamada de la palabra sensible ahí impresa y una llamada a la renovación de la palabra muerta o ortecina en que se convierte nuestro lenguaje fuera de esas estanterías. También me dices que has acabado harto de molestar a tus alumnos y compañeros de profesión con los que compartido lecturas y conversaciones, y harto también de los amigos con los que pasas los ratos que dedicas a no ser un ser insociable. En fin, me dices que estás harto de molestar la vanidad de quienes tienes a tu lado con las palabras sensibles de la literatura, al querer aplicarlas a las conversaciones de la vida. Pues, ¿no es para eso es para lo que vale leer y escribir? Para entender mejor el lugar que ocupamos en la vida entre los otros. Porque uno no vive solo, ni puede alcanzar a entender lo que es real de forma aislada. Porque cuando se sienten molestos es ahí, en la intimidad de su soledad que la consideran su mejor tesoro, donde les molesta las molestias de tus palabras. No están en el camino de las palabras sensibles, como los antiguos creyentes estaban en el camino de la oración. Han perdido la capacidad de pasar del lenguaje utilitario del trabajo al lenguaje sensible del espíritu, que tenían tan bien interiorizada nuestros antepasados. Estan más bien en la carrera desenfrenada contra el reloj por comerse la vida. A sabiendas de que al final solo se los comerá la muerte. Ese galope es la medida cabal de su cinismo y su rencor. También de su miedo inmenso e incontrolado. Me dices que son descreídos, nihilistas, trasparentes como el vidrio. No dicen ni son capaces de sentir nada, si no es a cambio de algo. Pero a pesar de ello nada les impide hacer ver a los que les rodean que se sienten y son especiales. Lo políticamente correcto se ha hecho tan irrespirable, te lamentas amargamente, que quien respira a otro ritmo, o mira con otro parpadeo también les molesta. Te has convertido, mira qué gracia, en su sospechoso habitual. Solo así, con esa vitola exótica, es como admiten tu compañía. El lenguaje maquina de esa corrección tecno política y social no tiene cintura, ni sentido del humor. Acabas tu escrito diciéndome, como una llamada a la acción, que es un lenguaje muerto, codificado para ser usado por unos seres hablantes que cada vez con más frecuencia ya nacen hechos unos zombis: "nada más tienes que observar a sus hijos".

lunes, 9 de enero de 2017

CALÇOTS

Fue como ahora te lo cuento, aunque lo que luego me ha sorprendido es que, recordando la presencia de quién me lo ha sugerido, bien podía a haber sido como siempre. Sea como fuere, y de forma imprevista, sus palabras fijaron mi atención, a sabiendas de que, en esas citas sociales, al lado del hablar por hablar a borbotones convive el hablar breve o el sentir callado, que esconde todo el sentido del mundo. Todo el sentimiento de que es capaz quien así se expresa entre tanto ruido. Lo que ocurre es que estas citas me cuesta prestarle esa atención merecida. De ahí mi sorpresa. El caso fue que unos amigos me invitaron a la primera ceremonia de los calçots del año que comienza. Otros años ha sido más tarde, allá por finales de febrero o mediados de marzo, pero este año ha sido bajo la influencia todavía de los fastos navideños. En la llamada telefónica me pidieron que fuera un poco antes para echar una mano. Literalmente interpretada me pareció justo, así que me presente en la casa de mis amigos un par de horas antes de la hora de comer habitual. Nada más entrar me di cuenta que todo el mundo estaba atareado y que yo no tenía a la vista, digamos, puesto de trabajo. Me acerqué, entonces, a quién estaba asando lo calçots en el jardín y nada más verme me dijo: "al final te han hecho venir, mira que les dije que para asar los calçots no necesito ayuda, hay gente de sobra, que lo que si quiero es la compañía de alguien a mi lado mientras los aso".  De repente, la actualidad de la fiesta gastronómica se transformó ante mi en un mundo intemporal, encarnados la una y el otro, al mismo tiempo, en quien así hablaba como un chamán delante del fuego que asaba a los calçots.

viernes, 6 de enero de 2017

AULA

Una de las consecuencias inmediatas del fin de las celebraciones navideñas es la vuelta a la escuela, al instituto y a la universidad. No hace falta que te lo recuerde pues tú eres del gremio y tu desgana ya se encarga con anticipación de recordártelo. Uff, otra vez la vuelta al aula. Esa jaula inhóspita que te espera y donde esperas acabar tus días laborables. Lo que quiero decirte es que después de los fastos navideños, otra vez la vuelta a la mala educación. A tu mala educación, que es la que has heredado y la que te ordenan que impongas en el aula. La mala educación que transmites a tus alumnos. La mala educación de siempre, pues aquí nunca ha habido otra. Por eso me complace hablarte así, pues tú siempre hablas de la misma manera: los mal educados son los alumnos. Como si tú y sus padres os hubieseis educado en un limbo y bajaseis a predicar la buena educación a ese puñado de salvajes. La vuelta al aula para disimular que es buena la mala educación y que en el aula nunca pasa nada relevante. Y que esa sea la condición de posibilidad de su bondad. Que el aula sea una balsa de aceite. El primer laboratorio donde a todo el mundo le resbala todo el mundo, donde nadie sea capaz de reconocer ni de escuchar a nadie. Fuera del aula, la vida ya se encargará de poner a cada uno su ronzal.

jueves, 5 de enero de 2017

PERSEVERAR

Como ya te dije ayer, después de las fiestas navideñas se acabó la identificación entre ficción y realidad. Con la llegada de los Reyes Magos se acabó el infantilismo inherente que todo lo envuelve y temiblemente lo infecta. Vuelve entonces, con toda su furia y dislocamiento, a surgir la herida permanente que antes de ellas había quedado abierta, y que provisonalmente habían "suturado". Vuelve el dolor de no saber, o no poder, o no querer hacer lo que debemos hacer como tipos adultos que ya somos. Vuelve el malestar que todo ello produce. Vuelve el estado de un malestar, que va arrinconando a un bienestar que nos creímos tener porque nos lo merecemos, pero que, sí lo analizamos bajo el foco de nuestros méritos alcanzados en los últimos cuarenta años, hemos de convenir que ha sido un bienestar del todo infundado. E inmerecido. Y de esto no es el cuerpo quien se da cuenta, siempre insaciable, siempre propenso a no enterarse de nada, siempre en estado de perfecta revista para enajenarse con el próximo evento, de inmediato las rebajas de enero, luego los carnavales, más tarde las vacaciones de Semana Santa, y así hasta cerrar el ciclo, con otra celebración navideña, es decir, siempre dispuesto a consumirse o a inmolarse en su propio afán de consumo, sino el que se da cuenta es el alma, pues como dice Spinoza es "ya en cuanto tiene ideas claras y distintas, ya en cuanto las tiene confusas, se esfuerza por perseverar en su ser con una duración indefinida, y es consciente de ese esfuerzo suyo". Es en ella, en esa alma nuestra, donde adquiere todo su valor y verdad la palabra necesaria que hay que pronunciar delante de los otros, para que sirva de puente y tratar de salvar ese doloroso abismo.

miércoles, 4 de enero de 2017

AUTENTICIDAD

Como supongo que te vas dando cuenta, después de las campanadas de fin de año empieza la cuenta atrás de las fiestas navideñas, y también de la convivencia irrepetible durante el resto del año de la autenticidad y la preeminencia de su contrario. Todo al mismo tiempo, sin que haya vencedores ni vencidos. Tablas. En eso consisten estas fiestas anuales. Las más pancistas y las más quijotescas de todo el calendario. Tú más bien defiendes una postura que calificas de más auténtica, esa que por unos días apareces en contra de todos estos fastos y sus desmesurados gastos. Una autenticidad que no puedes hacer que sobreviva en ti sin, digamos, que convivas sin poder evitarlo con la inautenticidad de lo que condenas. Pues lo cierto es que en estos días navideños todo está basado en hechos reales, pero la errancia digital lo convierte todo, como nunca antes en la historia de la humanidad, en una fantasía imposible. Que todo esté a disposición de todos los pancistas del mundo, es la condición de partida para que esa errancia nos convierta a todos, al mismo tiempo y en cada lugar, en caballeros andantes únicos, resaltados por la exclusividad del trato personalizado que ofrecen los anuncios publicitarios, verdaderos protagonistas de la celebración navideña. Ser auténtico en estas fiestas que se acaban significa, por tanto, ser vulgar y ser elitista. Ser un don nadie y ser alguien. Al día siguiente de su final, solo nos queda esperar un año para que todo se vuelva a repetir cabalmente. Aunque entre medias hayamos vivido rodeados por las mayores contrariedades e inmersos en las contradicciones más inimaginables. Ya tú sabes

martes, 3 de enero de 2017

RESENTIMIENTO

Hoy te hablo del resentimiento o del odio, hoy te hablo de ese grumo o esa costra o esa roña que se forma con el paso del tiempo y la cercanía de los cuerpos y de las conciencias. De ese subproducto que nace de la violencia inherente a no tener otra cosa que el punto de vista de la propia razón. De esa razón que es incapaz de ver las cosas desde otras razones u otras maneras. Hoy también te hablo de envidia. Pensar, entender, escribir, produce miedo en quien no lo quiere hacer, y, a la larga, resentimiento, odio, envidia. Por eso pensar, entender y escribir son un terceto imbatible. Lo tengo mil veces comprobado que tratar de conseguir los acordes necesarios para que ese terceto suene en grupo, acaba por producir en su centro un agujero negro que es lo más parecido a la tentación del abismo. De nada vale levantar la varita del concierto e interpelar a las distintas voces para que afinen sus intenciones y embriden sus deseos, de nada vale insistir que hoy el concierto es otro, que no tiene que ver con el tejido habitual de envidias, odio y resentimiento con el se visten y se disfrazan nuestras vidas. Obligados a leer, o a escuchar, en fin, obligados a mirar, no nos queda más remedio que ponernos a pensar, a entender y a escribir.  O en su defecto, a odiar y a envidiar, es decir, a ser unos resentidos para siempre. 

lunes, 2 de enero de 2017

FRONTERA

La vida no tiene solución porque no es un problema, pero vivimos como si así fuera. Es por ello que siempre soñamos con entrar algún día en el paraíso, pero nos olvidamos de aquellos que, al mismo tiempo que nosotros soñábamos, han visitado el infierno y han vuelto. Lo que quiero decir es que aquellos, por no ir demasiado lejos, están aquí al lado, somos, entre los otros, nosotros mismos. Ese otro que el yo soñador que piensa como un pordiosero, y que un día sí y otro también traspasa la puerta y habita durante unas horas, o durante unos días o meses, en el infierno y luego vuelve, paradójicamente, como si fuera un ángel al que no le hubiera pasado nada, o no se hubiera envilecido a costa de alguien, o como una víctima que la culpa de todo lo que le ha pasado no fuera de su competencia. Entonces, ¿dónde jugamos hoy el partido más importante de nuestras vidas? El partido de ser adultos, el partido de aceptar definitivamente nuestra mortalidad. ¿En el campo de los sueños imposibles o en de los sueños rotos? ¿Cómo, con quién, para qué, por qué lo jugamos? Son preguntas que deberían estar presentes en esos sueños, antes de pasar al lado sombrío de sus permeables fronteras.