martes, 17 de enero de 2017

ALEMANES A LA MESA, un cuento de Katherine Mansfield

La creencia de sentirse especial dominó la conversación que mantuvimos alrededor del cuento de Katherine Mansfield, "Alemanes a la mesa". Una creencia que - como muchas otras: ser de aquí o de allá, ser padre o no serlo, se profesor o alumno, ser de arriba o de abajo, etc., que no son otra cosa que relatos formados a partir del lenguaje y sometidos a los cambios de quienes hablan o escriben con ese lenguaje, ya sea por motivos instrumentales o creativos, en sus itinerarios existenciales - ha evolucionado, sin embargo, hasta convertirse en una especie de coraza o armadura con vitola de categoría indiscutible e irreductible del propio ser. Es decir, son hoy en día categorías que, insatisfechas con su modesta condición de estar, emigran sin que nadie se lo haya pedido y sin consultar a los que en ese momento estaban a su lado, a ese territorio misterioso y oscuro del ser, que por el hecho de la llegada de estos nuevos inquilinos pierde esos atributos. Pues debido a esa decisión unilateral ser y estar ya no admiten distinción para estos sujetos aventureros, exigiendo a la mirada ajena una actitud que se corresponda con esa, digamos, heroica conquista o colonización. Si prestamos atención, este tipo de conducta de los hombres y mujeres ha sido de lo más habitual a lo largo de la historia de la humanidad. Creerse especial, por ejemplo, madre de nueve hijos, como dice una de las protagonistas del cuento de Mansfield, o ir a la guerra como anhelaban tantos varones del tiempo anterior a la Primera Guerra Mundial, momento histórico en el que se desarrolla el cuento, es lo único que todo ser humano tiene para levantarse cada día de la cama y afrontar la dureza de transitar por las horas de un día más. Sin ese sentimiento de sentirse único en la intimidad, nadie haría nada por seguir viviendo. Ha sido la modernidad, sobre todo la más actual, la que ha pervertido esa intimidad y la ha desplazado, primero, al ámbito de lo privado y, después, al ámbito de lo público en su versión espectacular, hasta conseguir que nos creamos que hay hombres y mujeres más especiales unos que otros, paradójicamente, sin que aquellos hayan modificado un ápice la ubicación donde se encuentran. Es decir, haciendo lo mismo que nuestros antepasados, viendo pasar el tiempo, muchos de nuestros modernos se creen más especiales que aquellos y que sus contemporáneos. Aunque vivan como un pecado inconfesable, que se aburren mucho mas que ellos en eso de ver pasar el tiempo. Todo lo cual es un indicador de la auténtica dimensión que adquiere, hoy en día, ese afán de ver pasar el tiempo, por seguir con el ejemplo, que tiene su reflejo en nuestra relación avasalladora con el espacio. Lo que deja a las claras, ante este panorama sin tiempo y sin espacio, pues en lugar de verlos pasar sentados nos los hemos comido a base de dentelladas cada vez más voraces, la imposibilidad de poder seguir con ese cuento por ese camino, pues, no es que no haya pasado o tengamos extraños y agónicos presentimientos de no poder alcanzar el futuro, es que nuestra ambición y voracidad en el presente, se ha comido, como no podía ser de otra manera, toda condición de posibilidad que nos permita imaginar algo respecto a nuestro futuro y nuestro pasado. Condenados, así, a ser y a estar enjaulados dentro del mismo ominoso y permanente presente.

Con ser especial queremos decir que anhelamos ser alguien. Lo que no es una profesión, sino una consecuencia no prevista o inconsciente de nuestra relación con el pensamiento y con el lenguaje que le acompañe a la búsqueda cooperativa de la verdad, que es lo mismo que la búsqueda del interlocutor cuyo encuentro haga todo ello posible. Yo pienso que eso es lo que le pasa a la Narradora de "Alemanes en la mesa", y las consecuencias de esa experiencia no premeditada es la que la convierte en escritora. Es decir, su reacción ante lo que se da cuenta ha perdido, o se ha alterado en su intimidad de forma irreversible, en compañía de ese grupo de alemanes desconocidos que la acompañan en el momento de la comida  - escribir es eso, reaccionar ante la pérdida. Siendo el relato que los lectores leemos, la forma que adquiere todo ese colosal empeño. Si la Narradora se pone a escribir porque se ha sentido ofendida con lo que le dicen los alemanes, no merece ninguna confianza por parte de los lectores, como dijo una lectora a cuenta de una experiencia de la vida real, donde tuvo que pedir disculpas a quien dijo era su amiga, porque, a su entender, la había ofendido con las palabras que había dicho. Hubo otra lectora que, sin embargo, se envolvía con esta bandera del victimismo, y leyó el cuento como un desagravio de la Narradora inglesa a las ofensas de los comensales alemanes. Estos inapreciables movimientos del alma o de la Intimidad en la vida real, son la razón de ser de toda conversación con las palabras de la literatura.