Por un lado tenemos el bienestar económico, político y jurídico de lo que se denomina clase media, es decir, de una mayoría de ciudadanos que sobreviven en el medio de una minoría que habita repartida en los dos extremos, desde donde tiran de aquellos tratando de atraerlos hacia sus respectivos rincones. O lo que es lo mismo, tratando de hacer que aquella mayoría del medio se convierta en minoría, y alguno de los extremos, o acaso la alianza oportuna de ambos, pase a ser la mayoría. Pero, por otro, tenemos la insuficiencia de una conversación pública, privada e íntima, más bien la ignorancia de sus respectivos campos de acción, que cada día practican los seres hablantes de esa misma clase media en los diferentes ámbitos profesionales, familiares o de amigos. Una conversación siempre aterida e irritada por la fiebre de sus deseos, pero, al mismo tiempo, muy bien adaptada al pensamiento oficial al que esos conversadores pertenecen que, de forma invariable, responde mecánicamente frente a lo que acontece, ya sea, ahora ya da lo mismo, en el medio o en alguno de los extremos. Todo este cúmulo de tensiones, insatisfacciones, ignorancias y complacencias solo parece levantar la indignación de los bienpensantes que quieren seguir disfrutando y conversando dentro de aquellos ámbitos que aquel bienestar ha ido creando merecidamente, claro está, para su disfrute y beneficio en la ciudad moderna. La vacua y fatua indignación de unos ciudadanos débiles, mimados por una forma de pensar y hablar que lo mismo vale para darse a sí mismos siempre la razón, que para quitársela con idéntica prontitud a quienes tienen enfrente.
Mientras iba discurriendo lo anterior me iba dando cuenta de hasta qué punto la mala educación recibida durante los últimos cuarenta años, es responsable del agujero negro en el que todo nuestra actualidad acaba por sumergirse. De esa mala educación son responsables quienes señala Kafka en sus diarios (que fueron escritos para no ser publicados), dejando así a la vista el detalle hiriente y sin tapujos de lo que oculta siempre la generalización en estos asuntos. Lo que declara con ironía Kafka, a mi entender para hablar en serio, no es otra cosa que su profunda desconfianza hacia esas dos palabras, buena educación, que como tantas otras a lo largo de la historia de la humanidad, han tenido la suerte de nacer de pie, o con todos los vientos a su favor. No basta con educar, sino que quien con esa intención lo intenta ya discierne cual es la buena y la mala educación, y quien se encarga de la una y de la otra. Como puede deducirse un correlato cabal del manido pero eficaz siempre "estás conmigo, los que somos buenos, o eres de los que están contra mi, los que son malos".
Anota Kafka en su diario:
"Si me pongo a pensarlo, tengo que decir que, en muchos sentidos, mi educación me ha perjudicado mucho. Este reproche afecta a una serie de gente: a mis padres, a unos cuantos parientes, a determinados visitantes de nuestra casa, a diversos escritores, a cierta cocinera que me acompañó a la escuela un año seguido, a un montón de maestros (que debo comprimir estrechamente en mi memoria, pues de lo contrario se me desprendería alguno por un lado u otro; pero como los tengo a todos apretujados, es todo el conjunto lo que se va desmoronando a trechos), a un inspector escolar, a unos transeúntes que caminaban lentamente, en una palabra, ese reproche serpentea por toda la sociedad como un puñal y nadie, lo repito, nadie está desgraciadamente seguro de que la punta del puñal no vaya a aparecer de pronto por delante, por detrás o por un lado. No quiero oír réplica alguna a este reproche, porque he oído ya demasiadas, y puesto que, en la mayoría de las réplicas, he sido también refutado, incluyo también dichas réplicas en mi reproche, y declaro que mi educación y esta refutación me han perjudicado mucho en más de un sentido".