martes, 31 de enero de 2017

NO CAMBIAR DE LIBRO

Imaginemos que hemos tenido la experiencia de leer una novela o un cuento de esos que nos gustan a la primera y, a continuación, la de tener la experiencia de leer una novela o un cuento de esos que no entendemos a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera, porque ya no hay tercera, pues para entonces hemos cambiado de novela o de cuento. Esa contigüidad nos debería llevar a preguntarnos de inmediato, antes de digerir el libro que nos ha gustado tanto o de cambiar el libro que se nos ha atragantado, "¿cómo leo yo?" Queda claro que he dicho de inmediato más como la formulación de lo deseable, que como algo que tenga que ver con la probabilidad de que suceda  en la realidad cotidiana. Y, sin embargo, "¿cómo leo yo?" no deja de ser una pregunta de índole personal, que casa bien con esta otra que si nos hacemos con más frecuencia, "¿cómo vivo yo?", y que forman parte de ese baúl de los secretos y de los recuerdos que se aloja, como un tesoro, en algún lugar de nuestra intimidad. O nuestra alma, o nuestra conciencia, si es que esas palabras nos sientan mejor. Un tesoro que, por supuesto, lo mantenemos alejado de la vista de los otros pues lo consideramos incomunicable a sus entendederas - solo en casos excepcionales lo enseñamos delante de nuestro psiquiatra o nuestro abogado. Para toda esa logística de ocultación, que da una dimensión cabal del empeño con que nos dedicamos a nuestras apariencias, y ante la más que probable, ahora si, intromisión de los curiosos, hemos contratado los servicios de dos guardianes de probada solvencia, a saber, "a mí nadie me sabrá la mía", en el lado de la derecha de la puerta de entrada, y en el de la izquierda se alinea altivo  "nadie me va a enseñar nada que ya no sepa". En fin, con está digresión quiero destacar que a la pregunta "¿cómo leo yo?" de nada vale ir a buscar la respuesta a los cenáculos académicos o de los expertos. Las opiniones de los expertos (para estos menesteres del lado oculto o secreto del alma) son más convincentes (valga decir engañosamente convincentes) cuanto más acabadas o clausuradas (valga decir "muertas") dejen a los lectores las obras que proponen, ya que no tienen posibilidad de insuflarle su vida con su lectura o mirada posterior. Para entendernos, en la mayoría de los casos, se ha de leer sus libros como si se tratase de una medicina. Ni, "¿cómo leo yo?", es una pregunta que forme parte del mercado empírico del toma y daca. Un problema una solución. Cambiar de libro como solución al no haber entendido a la primera, ni a la segunda el libro que tenemos entre manos, es lo que interesa a la pregunta que se hace, a buen seguro, la industria editorial, "¿cómo edito yo?", con el añadido, ¿para ganar más dinero o al menos para no seguir perdiéndolo? Vemos, por tanto, que ni las palabras de los académicos, ni de las de los expertos, ni las de la industria editorial, son recomendables para enfrentaros a aquella posible pregunta. Que sin duda nace y se aloja, en un principio, en algún lugar de nuestras alma, pero que si el lector quiere saber algo de lo que se esconde, bajo ese palio interrogativo, no tendrá más remedio que salir al mundo. Y hacerlo con humildad y honestidad, para lo que es recomendable que despida de inmediato a aquellos dos guardianes que vigilan con celos sus inexistentes secretos. Pues lo primero que reconoce quien se hace honesta y humildemente la pregunta, "¿cómo leo yo?" es que va enlazada, como dije antes, a la pregunta "¿como vivo yo?" Y así juntas, solo cabe una primera respuesta, "no lo sé". Porque quizá no se pueda leer de una manera distinta a la que se vive. Y viceversa. Lo que hace saltar por los aires los secretos y los recuerdos que se guardaban, con una solidez a prueba de los más imperiosos e imperativos curiosos, en ese baúl llamado alma. ¿Que hacer entonces con los escombros? Lo único que podemos hacer, presentarlos al mundo como base de nuestra identidad altamente confusa y desconcertada. Un pequeño paso para el alma del lector en cuestión, que le abre un horizonte insospechado a su imaginación. Habrá que averiguar, llegados hasta aquí, qué es leer y qué es vivir.