miércoles, 31 de octubre de 2018

LOS IDÓLATRAS EDUCATIVOS

Lo más asombroso del viaje de nueve meses, que Alexis de Tocqueville hizo en 1831 a través de Estados Unidos en busca de información sobre las reformas del sistema penitenciario, fue que inspiró justamente todo lo contrario, es decir, una obra de teoría política donde sus protagonistas, la libertad y la igualdad de los ciudadanos norteamericanos, juegan sus cartas sobre el tablero de la joven República Americana con observaciones precisas e intuiciones deslumbrantes. El arte o la ciencia de la asociación, tal y como lo denomina Tocqueville, es esa fuerza que consigue conjugar con peculiar acierto esasdos pulsiones tan inherentes a la condición humana. Lo que mas sorprendió a Tocqueville (así como a Ernesto Arozamena que cuando se queda en paso entre dos periodos de trabajo en el aula, vuelve con insistencia del que le falta algo por entender sobre las palabras del pensador francés) fue esa disposición inmediata de cuerpo y alma que encontró entre los norteamericanos para asociarse en pos de una empresa común, sea ésta la que fuere y no necesariamente de índole política. Tocqueville llega a Estados Unidos procedente de Francia, un país, el suyo, donde se ha puesto en práctica un Revolución de la Libertad, eso sí, con dos teloneros, Igualdad y Fraternidad, que la acompañan en todos los fastos que tienen lugar cuando se va extendiendo por el continente de la mano de Napoleón Bonaparte. La libertad, como dice Tocqueville y Arozamena corrobora doscientos años más tarde en el ámbito educativo, no está ligada de manera exclusiva a una clase social, ni es un patrimonio que acompañe al advenimiento de las democracias. Tipos libres han existido siempre en todo tiempo y lugar, dice el francés, y no se puede considerar un atributo propio de la democracia que imprima carácter a quien decide abrazar su causa. Actitud que confirma Arozamena en los alumnos y los compañeros de claustro donde da clases Arozamena; tanto los unos como los otros son tipos perfectamente adscritos a esta tradición del uso de la libertad, independientemente del barrio y de la ciudad donde vivan y de la extracción social o étnica de donde procedan. Para entendernos, Arozamena piensa que sus alumnos y los otros profesores de instituto son libres sin ningún tipo de apasionamiento, aunque cuando si se atreven a manifestar el alcance de su pasión es cuando su libertad es amenazada por algún vestigio de igualdad que pueda surgir en el acontecer educativo diario. Por ejemplo, y volviendo sobre la película “una razón brillante”, y como se dijo ayer, Arozamena lo que si ha podido constatar, en los diferentes frentes de diálogo que ha suscitado su visionado por parte de alumnos y profesores, es que todos están de acuerdo en decir lo que quieren, pero nadie, absolutamente nadie, está dispuesto también a oír lo que no quieren. O sea, libertad si pero igualdad, de entrada, no. De esta manera la libertad de los alumnos y profesores del instituto donde trabaja Ernesto Arozamena se parece a la “libertad” de las termitas cuando tienen que reconstruir el termitero, es decir, no pueden no comportarse de otra manera, ni cuando las hormigas enemigas o los elefantes los ponen en la tesitura de tener que cambiar de conducta. No es la igualdad el carácter distintivo de la época educativa en la que viven, aunque asombrosamente se empeñen con tesón en repetir que la anteponen a todo lo demás, pues no es democrática ni saben explicar el itinerario de la excelencia que debe emanar, sin caer en el aristocratismo, de esa igualdad democrática que por otro lado, como pudo comprobar Tocqueville, quieren que dure para siempre. Muy al contrario que los americanos, asegura el francés, los europeos preferimos volcarnos en la espera de los beneficios que, a largo plazo y sin garantías fehacientes de que lleguen, trae el uso de la libertad, que ponernos a disfrutar los que de forma segura e inmediata nos proporciona la práctica de la verdadera igualdad en el aprendizaje, tal y como lo entiende Arozamena, que no es otra que exponer y exponerse todos a la ignorancia común de partida, el profesor más que los alumnos pues es el que más sabe que no sabe nada. El falso apasionamiento por la libertad es propio de los idólatras, piensa Arozamena. En una entrevista que el director del instituto de Arozamena concedió a un periódico local, en parte promovida por la repercusión mediática que ha tenido la proyección de la película “una razón brillante”, dice que la prueba a favor de la igualdad entre los alumnos y alumnas es la manera en que están comprometidos, él y todos lo profesores que trabajan a su lado, en la lucha, la cruzada parece que se atrevió a decir aunque el periodista consideró oportuno no publicarlo, que contra el fracaso escolar tienen emprendida desde que el está al frente del instituto. Por su parte, Ernesto Arozamena en la entrevista que se vio “obligado” a conceder, además de explicar con detalle toda la peripecia que ha envuelto a la proyección de la película “una razón brillante”, quiso advertir del peligro que conlleva el matrimonio de la libertad y la igualdad cuando es de conveniencia  o acaba siendo mal avenido. En nuestro días, como en los de Tocqueville, la libertad no puede implantarse sin el concurso armonioso de la igualdad, pero, alerta, el despotismo precisa igualmente de esta última para reinar. 

martes, 30 de octubre de 2018

LIBERTAD O IGUALDAD EDUCATIVA

Como si no hubiera entendido nada de la explicación del día anterior, antes de concluir la clase, lo que le dijo un alumno a Ernesto Arozamena (pareciera por la seriedad con que se expresó, que lo que dijo era a cuenta de como él había asimilado la película “una razón brillante”) fue que no lo habían elegido como profesor. Arozamena (una vez que se sobrepuso al asombro en parte por lo que había dicho el alumno, en parte por verse así mismo asombrase una vez más ante sus palabras) le contestó que él tampoco había tenido la dicha de elegirlo a él como alumno ni a ninguno de los demás que había en ese momento en él aula. Los ve cómodos en la caverna del aula, amparados bajo la tutela de su permanente obscuridad. Es por ello que cualquier atisbo de luz los incomoda y los pone en contra de lo que alumbra. Solo hemos elegido, ahora, Arozamena alza la voz dirigiéndose ya a todos los que tiene delante, decir lo que queremos decir, y al instituto venimos a aprender a oír decir lo que no queremos oír. Aprender, de eso se trata. Al final de la jornada escolar Arozamena es requerido por el director del instituto en su despacho. Como todos lo profesores del instituto saben, una de las obsesiones profesionales del director, tal vez la única, es hacer desaparecer el fracaso escolar en el centro que dirige. En consonancia con los argumentos del profesor de la película, Pierre Mazard, lo importante para conseguir ese objetivo es que los alumnos tengan la razón de su parte no que averigüen la verdad que pueda haber, o no, en el hecho mismo de que un alumno fracase o triunfe en sus estudios. Para el director del instituto los fundamentos de su primordial preocupación, que aclara no tiene tanto que ver con la consecución del éxito como con la desaparición del fracaso, son indiscutiblemente sociológicos: ningún alumno quiere fracasar en sus estudios, ni en ninguna de las empresas que afronte, lo cual es perfectamente razonable. Lo que quiere que se entienda, mientras el sea director de ese instituto, es que ese razonamiento también es indiscutiblemente verdadero. A continuación, el director del instituto le recuerda Arozamena el caso dramático (utiliza ese adjetivo con parecido énfasis con que el día anterior Arozamena había hablado a los alumnos) de las termitas de África, pues le parece un buen ejemplo para la gestión y organización del centro que dirige. Como bien se sabe las termitas africanas son unas hormigas de color blanco que levantan unos hormigueros enormes duros como las piedras. Al no tener la coraza quitinosa que protege a otros insectos, estas grandes construcciones les sirven a las termitas de protección colectiva contra unas hormigas enemigas, que están mejor armadas que ellas y dispuestas a aniquilarlas en cualquier momento. Lo que ocurre a veces es que alguno de esos hormigueros se derrumba por razones externas medioambientales o por qué se construye en el camino de grandes animales de la selva, por ejemplo los elefantes, que tienen a bien rascarse la espalda contra el termitero. Ante el derrumbe del hormiguero se producen de inmediato dos tipos de reacciones. Por un lado las termitas obreras se ponen manos a la obra para reparar los daños y volver a levantar el hormiguero. De otro, las hormigas enemigas ven su oportunidad de darse el festín comiéndose a aquellas mientras trabajan. Es entonces cuando les llega su oportunidad de luchar por la comunidad a las termitas soldado, que, al no poder oponer resistencia a las enemigas, se cuelgan en sus espaldas retardando así, mientras se las comen, el asalto final al termitero, dando tiempo a las termitas obreras que lo rehagan del todo y puedan refugiarse las supervivientes de nuevo dentro. Frente a este episodio del mundo animal está el caso de los héroes humanos clásicos. Héctor sale fuera de las murallas de Troya para luchar contra el aqueo Aquiles con la única y heroica intención de defender a los moradores que hay dentro, a sabiendas de que tiene todas las de perder en el enfrentamiento. Lo que al director del instituto le interesa resaltar delante de Arozamena no es la libertad humana de elección de Hector frente a su imposibilidad animal en el caso de las termitas soldado, sino sus consecuencias, a saber, el salvaguardar, tanto en el caso humano como en el animal, la igualdad de los miembros de la comunidad dentro del termitero o de la ciudad de Troya. Por eso el director defiende ante Arozamena el que los alumnos puedan decir lo que quieran, es decir, lo que los iguala, mientras que se opone a que tengan que oír lo que no quieren oír ya que eso los mete en la senda de lo que los diferencia. Es por ello que es más igualitario (y democrático) educar, al entender del director, para que la razón esté siempre de parte del alumno, pues así no hay posibilidad íntima de fracaso, que educar en la búsqueda de la verdad, pues de esta manera el fracaso está garantizado en la mayoría de los casos. Alexis de Tocqueville, concluye el director antes de despedirse de Arozamena, ya intuyó en su viaje, en la primera mitad del siglo XIX, por a joven República de America, que los hombres serán perfectamente libres porque serán enteramente iguales.

lunes, 29 de octubre de 2018

UNA RAZÓN BRILLANTE

En la película “Una razón brillante”, del director de origen israelí y nacionalizado francés, Yvan Attal, que el otro día os puse, dice enfático Ernesto Arozamena a sus alumnos de segundo de bachillerato nada más entrar en el aula, se muestra algo que os faltaba en vuestra ya dilatada carrera educativa, justo en el momento en el que estáis a punto de empezar, cuando el año que viene accedáis a la universidad, a la última etapa de ese periplo que comenzó hace ya diecisiete años, allá cuando todavía vestías pañales y comías papillas. Durante todos estos años habéis vivido bajo el imperativo ético, digámoslo así, de unos principios que se pueden resumir en que cada uno de vosotros habéis podido decir lo que habéis querido decir y escribir lo que habéis querido escribir (sobre todo a partir del momento en que vuestros padres os compraron los dispositivos inteligentes de los que no os separáis ni un segundo), sin censura ni auto censura previa, allá donde y en el momento que habéis considerado conveniente decirlo y escribirlo. Ahora bien, como he dicho al principio, a ese itinerario vital le ha faltado algo que es lo que refleja con ironía y lucidez la película, y es que si todos vosotros vais a seguir diciendo y escribiendo lo que queréis, también vais a tener que oír y leer lo que no queréis (tal y como dijo el poeta griego de la antigüedad Alceo de Mitilene). Como habréis visto lo que falta en las vidas estudiantiles es el disolvente de esa pereza atencional que, en forma de grasa se apodera del corazón y el cerebro, y luego se agolpa en el fondo de sus propietarios, los idiotas, entendido ese término en el sentido que le daban los contemporáneos del de Mitelene, a saber, tipos que solo se preocupan de sí mismos sin prestar atención a los asuntos públicos y políticos. No debo insistir demasiado para que todos convengamos, antes de seguir comentando la película, que ese disolvente se llama en la obra del director israelí, el profesor Pierre Mazard. A pesar de que insistí bastante en ello, tal y como lo atestiguan vuestros mensajes del correo electrónico, no habéis podido no ver la película como si fuera un documental, es decir, como una historia que está basada en hechos reales y lo que la peli hace es documentarlos de forma  fidedigna. Las preguntas que os hago son las siguientes, ¿Pierre Mazard es lo que falta realmente en el aula en la que estamos y en el estrado desde donde os hablo? Si es así, ¿aceptaríais que yo me convirtiera en Pierre Mazard, es decir, aceptarías que dejase de ser un personaje de ficción como ahora soy y lo fuera al servicio de vuestra vida real, que es, por otra parte, por lo que me pagan? ¿Cómo imagináis esa hipotética transformación? Si he de sacar alguna conclusión a partir de vuestros comentarios online sobre el otro personaje en liza en la película, Neïla Salah, esa joven de origen árabe (argelina tal vez) que vive en un barrio de las afueras de Paris y que aspira a ser abogada. Para ello se matricula en una de las universidades de más prestigio de la capital francesa. Todo va bien, según los preceptos que operan dentro del canon de ese poder decir y hacer lo que quieras, hasta que se topa con la horma del zapato de ese canon que nos otro que el estilo de Pierre Mazard, su profesor de la universidad, que también está dispuesto a decir y hacer lo que quiera, talmente, “señorita Salah ¿por qué llega usted tarde el primer día de clase? ¿Quien se ha creído que es para permitirse esas licencias?” Impecable. ¿No me digáis que con la autoridad que le otorga ser el responsable del máximo rendimiento de la clase que tiene encomendado sacar adelante, el requerimiento, que no reproche, que Mazard le hace a Salah es impecable, pues esa entrada fuera de horario perturba, como si estuviéramos en un concierto de música clásica, la atención y concentración de los oficiantes. Pero evidentemente si esto fuera lo principal de esa interpelación profesoral, estaríamos ante un peli de moral educativa construida para demostrar como encauzar a alumnos díscolos o de familias desestructuradas. No es el caso. Lo que esa interpelación pone sobre la pantalla de forma imprevista, tanto para Salah y sus compis del aula como para el espectador que lo presencia sentado cómodamente en su butaca (quizá pensando en la textura de la moralidad que se le va a echar encima), es ese choque de trenes que se produce cuando “el poder decir y hacer lo que quieres” primero no se lo imagina y después, cuando se lo espetan en las narices, no acepta en justa consecuencia de la libertad de expresión “el tener que oír y ver lo que no quieres.” O sea, yo alumno puedo llegar tarde el primer día de clase, pero tu profe no me puedes llamar la atención considerando esa falta totalmente inadmisible, sencillamente porque la dirección no admite en el reglamento interno de la universidad prohibir la entrada a la misma fuera del horario de clases. Tampoco la peli deriva por esta posible espectativa legalista o procedimental, a pesar de que el profesor Mazard es requerido a su vez por el director de la institución. Ni alumnos díscolos ni cuestiones de protocolo y procedimiento institucional, lo que al director israelí le interesa desarrollar a partir del encontronazo de alumna y profesor es comprobar las posibilidades que hay de que “poder decir lo que se quiera” y “tener que escuchar lo que no se quiere”, sin que la una anule a la otra, pueden orientarse hacia una relación fructífera entre ambas que ilumine una razón brillante. Esa razón que no se preocupe tanto de ser propiedad de alguien (como defiende Mazard ante Salah 
al principio de la peli), como de dar feliz acogida en su seno al brillo de la verdad, que ha ido creciendo entre profesor y alumna, cuando suben los títulos de crédito de aquella. Ahora, dijo Arozamena, dirigiéndose a los alumnos con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, a vosotros os corresponde decir, después de haberme oído decir lo que no queréis oír, lo queráis decir. 

domingo, 28 de octubre de 2018

LOS MITOS GRIEGOS HOY

“El narrador expone el mito, lo recrea y, con extrema naturalidad, lo comenta mezclando lenguaje popular y culto con verdadero refinamiento. A medida que expone el MITO, entra en consideraciones sobre él, bien entrelazándolas con la exposición, bien como conclusiones, desde una perspectiva moderna; todo ello sobre un fondo de confrontación tradición-progreso templado por la mordacidad del narrador.”

viernes, 26 de octubre de 2018

MADRID EN BICI

Ahora que vuelvo a ser madrileño una vez al mes, intento hacerme cargo de algunos de los desconsuelos e indiferencias de sus vecin@s. ¿Por qué está hermosa ciudad europea no puede ser como las otras hermosas ciudades del continente? No me cabe duda, después de haber pedaleado cientos de kms siguiendo las serenas rutas ciclistas fluviales y las más empinadas de sus cordilleras, que hoy dibujan, junto a las grandes autopistas, una parte de la geografía de la vieja y sabia Europa, que una de las formas de la belleza, en un mundo dominado por el terror nuclear, es montar en bicicleta. La otra, leer un libro. Debe ser, como dice el filósofo Azúa, porque la bicicleta y el libro son perfectos en su simple anatomía y que, como todo lo elemental, no podrán desaparecer nunca, además de que entre mis manos y entre mis piernas me transmiten ese aire de eternidad que tanto necesito como ser humano finito que soy, amenazado siempre por el paso del tiempo y las plagas con que los amos del mundo me quieren tener sujeto. En fin, la bici y el libro son dos artefactos de creación humana mediante los que todavía puedo ser, sin aspavientos ni alharacas, verdaderamente libre de espíritu y de cuerpo. Para tratar de entender, digámoslo así, la tozudez anticiclista de Madrid para no mirarse en el espejo de ciudades ejemplares como Amsterdam, me fui a ver la historia de Holanda en estos menesteres. En esos seis minutos del vídeo que adjunto he encontrado la explicación no explícita del asunto. Solo hay una ciudad (sea Amsterdam o La Haya o Tilburgo, etc) en la mente de cada vecin@. Incluso cuando dicen en voz alta en sus manifestaciones esa frase tan terrible: dejar de asesinar a los niños. Sin embargo Madrid, ochenta años después, se divide todavía en dos imaginarios que ocupan de manera quirúrgica e irreconciliable las mentes y las conciencias de los madrileñ@s, a saber, los que se agrupan como en un puño alrededor del “No pasarán” y los que lo hacen en posición de firmes detrás del “Ya hemos pasao”. La invisibilidad de ambos eslóganes gerracivilistas viven, a mi entender, formando parte activa (moviéndola por tanto) de la apariencia de lo visible y cotidiano de la ciudad, por lo que hay que fijarse con atención en las palabras y comportamientos, indiferentes o enconados respecto a esa herencia de la guerra civil, que muestran a diario la mayoría de los figurantes y protagonistas que hoy pululan por la capital del oso y el madroño.

Mientras que las alegrías y las desdichas, las coincidencias y los desacuerdos de los vecin@s de Madrid no sean fruto, o emanen, de un solo “ideal de ciudad cosmopolista dentro de la tradición humanista europea”, que ocupe de forma inalterable sus mentes sin los estorbos previos del agrupamiento en forma de puño o el alineamiento en posición de firmes, la bicicleta (y el libro) seguirán teniendo un papel meramente electoralista y comercial. Su aura de perfección y belleza, garantía de la posibilidad de nuestra eternidad mientras sigamos vivos, cederá su lugar en favor del uso perecedero y vulgar que tiene cualquier otra mercancía.

jueves, 25 de octubre de 2018

ESPECIALISTAS IRRESPONSABLES

Alexander Kluge (“los huecos que deja el diablo”) dice que a la época de los ingenieros airados le siguió la de los organizadores precavidos. Ahora estamos en la era de los especialistas irresponsables. Ernesto Arozamena dice, a su vez, que donde más se nota en la actualidad lo que diagnostica Kluge es en los ámbitos de la educación y la cultura, que están ocupados, tanto en lo que respecta al lado de los ponentes como del de los oyentes, por miembros de este último gremio que ya manifiestan, ensimismados ante sus dispositivos, rasgos propios de los robots, a saber, no se enfadan por nada ni se responsabilizan ante nadie. Quizá demasiado influenciados por los relatos distópicos de la ciencia-ficción, dice Arozamena, en los que las alteraciones de nuestra vida cotidiana (cuya matriz creemos que todavía está determinada por la cólera divina que aquellos ingenieros manifestaban ante cualquier injerencia en el camino trazado por su portentosa imaginación financiera, o arquitectónica, o médica, o militar, etc., y por la prudencia organizadora de quienes les seguían los pasos tratando de parchear los destrozos de esos portentos) tienen siempre una causa externa a ese precario equilibrio cotidiano, pero equilibrio al fin y al cabo, nos nos apercibimos de que toda esa impedimenta electrónica y digital que lleva oculta bajo una apariencia humana, digamos, personajes como Terminator, nosotros la llevamos en nuestra vida real, casi al mismo tiempo que él nació para la ficción, en el bolsillo de nuestros pantalones en forma de teléfonos inteligentes. No implantados mediante estrambóticas intervenciones quirúrgicas, como imagina la ciencia ficción, sino siguiendo los mandatos de lo más elemental de nuestra naturaleza humana: desear siempre el deseo de no dejar de desear nunca. Algo que está ahí desde la noche de los tiempos, pero que es ahora (vencidas todas las resistencias y sus murallas para tal fin construidas, que nos han querido convencer de que el ser humano es un ser moral antes que ético, un ser social antes que un lobo estepario) cuando la irresponsabilidad que emana de ese rasgo elemental aludido tiene la posibilidad de disfrutar, encarnada en quienes se tengan y deban encargarse de la organización de la sociedad, de una larga e imprevisible era dorada. Ernesto Arozamena, cuya resistencia ante las instituciones educativas (funcionarios con mando en plaza incluidos), de no querer tener en propiedad su puesto de trabajo en un aula, lo que le permite trabajar de alquiler o disfrutar de largas temporadas de paro, dice al respecto siguiendo a Víctor G. Pin, que esta invasión de especialistas irresponsables, dentro de cuya definición incluye sin dudarlo a los profesores con plaza en propiedad que se va encontrando en su vida laboral de instituto en instituto, y, como no, a los progenitores de sus alumnos, tiene que ver con la actitud ante las palabras. Es decir, con su incapacidad cada vez más generalizada de abandonar el uso instrumental de las mismas en su vida profesional y familiar favoreciendo que los alumnos e hijos, con quienes conviven muchas horas dentro del aula y en el hogar, hagan lo mismo. Con esa uniformización del lenguaje pretenden conseguir reducir al mínimo hasta hacerlo desaparecer, tal y como entiende Arozamena los propósitos de aquellos al diseñar el diseño curricular de escuelas e institutos, la probabilidad del fracaso escolar, dando satisfacción así a una de las aspiraciones más queridas de los progenitores de los alumnos, a saber, que el éxito en su etapa de aprendizaje solo puede llegar a ser inteligible a partir de como lo disfracen quienes son sus protagonistas. Y el disfraz no puede ser otro, como bien sabe Arozamena, que el de cliente ninja, o sea, aprender a su edad adolescente lo que con toda seguridad la mayoría será cuando lleguen a la edad adulta: personas sin ingresos fijos, sin empleo fijo, sin propiedades. ¿Donde están si las hubiere, se pregunta Arozamena, la falta de honradez y la traición cotidiana de progenitores y profesores en su labor educativa? ¿En la inatención benévola, el reconocimiento pasivo y la ceguera más absoluta de los unos y los otros respecto a cómo hablan y actúan sus hijos y alumnos? Puede que sea así en estos primeros estadios de la robotización humana en que nos encontramos. Pero, ¿quienes se formularán esas preguntas, más aún, quienes de aquellos se formarán preguntas cuando el uso de las palabras que intercambien, todas provenientes de ese lenguaje uniformado previamente codificado, hayan acabado siendo insignificantes a fuerza de ser intercambiables. Es decir, palabras sin memoria y sin capacidad de trascender a la literalidad de lo que nombren. Ese momento coincidirá cabalmente con la mayoría de edad de Terminator

viernes, 19 de octubre de 2018

EDUCAR SIN VALORES

Sin embargo, se sigue discutiendo apasionadamente sobre el asunto ya decidido hace tiempo. En el ámbito oficial que ocupan los organismos educativos las discusiones, a base de ser previsibles, carecen de importancia. Cada nuevo mandatario redacta una nueva ley educativa que es una enmienda a la totalidad de la que redactó el mandatario que le precedió en el cargo. Ahora bien, en el ámbito de lo privado, y de lo íntimo más si cabe, la importancia es muy grande, más incluso de lo que podría llegar a ser nunca para los organismos educativos oficiales. Ernesto Arozamena, que debido al carácter de saltimbanqui que le ha dado a su profesión de docente (tres semanas allí, dos meses allá y, con mucha suerte, un curso entero en acullá) ha aprendido a detectar la buena voluntad que le ponen en cosas sin importancia, tanto organismos educativos como los progenitores y los profesores, sin descartar la de algunos alumnos despistados. Pone el ejemplo de la repercusión que la conjunción actual de la libertad y la igualdad puede tener en el aula, y que es motivo de conversación entre los protagonistas educativos como algo verdaderamente sustancial para el destino de la labor común en la que todos están, dicen, auténticamente implicados. Es esta conjunción de tantas autenticidades o verdades alrededor de cosas sin importancia, es donde Arozamena encuentra la sobre carga del asunto educativo.  Pues, ¿qué importancia tiene que Ignacio Lacruz, compañero eventual de Arozamena, sea adicto a entrar en clase con el pecho tatuado con mensajes bellos, por mediación de una camiseta interpuesta que se cambia cada día? En la belleza de los mensajes de las camisetas de Lacruz, en la que sin duda tienen las leyes de los organismos educativos, o en la que aportan por su cuenta las campañas solidarias en beneficio de una educación pública de las asociaciones de padres y madres que, como la que preside la farmacéutica Cooper, lanzan frecuentemente al veredicto de la opinión pública, hay más una voluntad expresa de acceder a una identidad reconocible por parte de quienes embellecen sus mensajes, que un comportamiento empírico para tratar de conseguir una educación necesaria y común. En este sentido esos gestos (camisetas tatuadas, leyes recurrentes, campañas solidarias) tienen en común que  persiguiendo un fin ético para todos, lo que consiguen es un único resultado estético individual, embellecer su particular identidad. Pero, maquillado ese yo de las dimensiones (que otra cosa, sino, es la expresión, educar en valores, tan querida entre los del gremio) -“eso lo palpo cada día de trabajo que paso en el instituto”, dice Arozamena, - ¿qué impide a los organismos educativos defender una educación pura ajena a las pueriles innovaciones que propugnan las dimensiones del yo que asisten y encuadren a profesores, progenitores y alumnos cada vez que quiere maquillarse de nuevo para afrontar la siguiente temporada o el siguiente curso? En contra de su criterio, Arozamena decide salir al paso de tanta belleza educativa que se ha apoderado del instituto - pues las camisetas de Lacruz se han hecho ejemplares entre profesores y alumnos, hasta el punto de que han decidido ensayar una nueva dimensión del diálogo que deben mantener entre ellos - y se ha presentado en clase con la suya. Consiste en una efigie de Galileo a la que acompaña un pequeño párrafo que corresponde al Discorsi e Dimostrazioni matemáticas interno a due nuove scienze, de 1638. El párrafo dice así: “Claramente puede verse [por lo que ha sido demostrado] que es imposible magnificar estructuras a grandes dimensiones ni en el arte ni en la naturaleza; [...]. Si queremos mantener la misma proposición en un gigante que en un hombre, sería necesario encontrar un material que fuera más duro y resistente que los huesos, o bien admitir que su resistencia va a ser proporcionalmente menor [...]. Si no, según lo hiciéramos crecer hasta la inmensidad, así lo veríamos colapsar bajo su propio peso.” Con esta alusión a Galileo, en la que se inspira Taylor y su mención al carácter humano de dimensionarlo todo (manía, digámoslo también, en la que se fundamenta el mito del progreso del que son deudoras, como no, todas las innovaciones pedagógicas), lo que pretende Arozamena es llamar la atención de sus colegas, progenitores y alumnos en el sentido de que por celebrar el feliz hecho de que la educación llegue de todos, no debemos modificar el ideal de perfección y pureza educativa que existe en cada uno, y en el horizonte de todos, desde siempre. 

jueves, 18 de octubre de 2018

LO ADIMENSIONAL

La obsesión por llegar conseguir en propiedad una plaza de docente es uno de los temas propios de muchas de las conversaciones de lo que, en el argot del gremio, se conoce como la hora del patio, si hablamos de la educación primaria, o del tiempo entre dos jaulas, si el asunto se traslada a los institutos. A medida que pasan los años, sin que los organismos educativos cierren las escuelas de magisterio, aumenta el número de licenciados disponibles a trabajar donde sea y cuando les llamen, y el de docentes con mando en plaza (como les gusta decir, imitando burlonamente al estamento militar) que, de manera inopinada, se ven aquejados por depresiones que requiere su sustitución inmediata. De esta manera en las conversaciones en la hora del patio, o en el tiempo entre dos jaulas, asisten menos docentes con mando en plaza que docentes de alquiler, según la nomenclatura que utiliza Ernesto Arozamena. Muchos de estos últimos, con el paso de los años y el deambular de escuela en escuela o de instituto en instituto, no solo no consiguen la plaza sino que es la obsesión por obtenerla la que coge el mando en la plaza de su alma, subrayando de forma intensiva con ese giro el carácter valorativo (educar en valores) que siempre ha dominado a los protagonistas del hecho educativo. Ernesto Arozamena, firme defensor de la educación como un comportamiento de la naturaleza humana, nunca como un valor inherente a la misma, piensa que la situación ha llegado a un punto de estancamiento que convendría empezar a aceptar no como un fracaso de las partes, sino como el punto de partida de otra forma de ver y conversar sobre estos asuntos. Ni los organismos oficiales van a poder satisfacer, como un derecho o un valor adquirido por la simple razón de haber estudiado, los deseos de quienes acaban la carrera de magisterio de darles de inmediato un plaza en propiedad para toda la vida, ni los docentes con mando en plaza van a poder controlar la tentación de disponer de una depresión inoportuna cuando les pete, debidamente justificada, como no, al desgaste que produce la vida con los alumnos en las respectivas jaulas. Justificación que da entrada en escena al tercer actor del drama educativo presente, los progenitores de los alumnos cuya presencia ahí está justificada, a su vez, no por su comportamiento como tales, un tabú amparado y protegido por ley, sino por el valor inherente al hecho de traer hijos al mundo. Darle a la educación el marchamo de valor irreductible, dice Arozamena, es aceptar el valor, también irreductible por supuesto, que tienen sus protagonistas. Por ese camino difícilmente se podrán encontrar el valor profesor con mando en plaza con el valor profesor de alquiler, y ambos con el valor progenitores y el valor alumnos. Cada uno de esos valores está avalado, digamos, intrínsecamente por sus propias dimensiones materiales y espirituales. Ahora bien, y es aquí donde Arozamena quiere poner el énfasis de la conversación educativa, en una escuela o un instituto se pueden distinguir, y saber el lugar que ocupan dentro de la institución, a los profesores, los progenitores y los alumnos, y a todos entre sí, y determinar cuáles deben ser las relaciones personales y de grupo que debe haber entre ellos, sin que cada uno conozca del otro el alcance profundo de las dimensiones de sus propios valores como tales profesores, progenitores y alumnos. Definir la esencia de lo que es hoy ser profesor, progenitor y alumno llevaría lejos y mucho tiempo (en la práctica es en lo que parece estar estancado el debate actual sobre la educación a nivel europeo), aunque las formas y declaraciones de los protagonistas nos quieran hacer creer lo contrario, pero saber lo que los une o los separa es fácil, ya que esa unión y esa separación son hechos que tienen que ver con la experiencia concreta de ser profesores (quedando al margen si lo son con mando en plaza o con plaza de alquiler), o ser progenitores (dando igual si lo son de una familia convencional, monoparentales o de otra orientación sexual). El ideal educativo moderno, por tanto, no tiene que ver con las esencias sino con las presencias comprometidas de sus protagonistas en un espacio y en un tiempo concreto. Es una construcción de la imaginación llevada a cabo, dice Arozamena, mediante el valor y el coraje puesto sobre la conversación que deben mantener sin desmayo sus artífices. Dos variables adimensionales, valor y coraje, y un único comportamiento, reconocer al otro. Pues, al fin y al cabo, todo quisque tiene un cuerpo que si se le empuja avanza; si se tira de él retrocede; si se lo levanta y se lo suelta, cae. Y todo quisque tiene un yo, que con razón o sin ella desborda al cuerpo por arriba o por abajo, por la izquierda o por la derecha, en fin, un yo que acostumbra hundirse en los más apestosos lodazales y soñar con llegar a Marte. La educación acontecerá luminosamente entre todos nosotros, dice Arozamena siguiendo los pasos de Taylor respecto a la explosión de la bomba atómica, únicamente si somos capaces de encauzar, mediante ese único comportamiento del diálogo, las múltiples variables dimensionales del cuerpo y del yo en las dos variables adimensionales que ha mencionado, y que repite de nuevo, valor y coraje. 

miércoles, 17 de octubre de 2018

PROPIEDAD O ALQUILER

Podría decirse que era norma habitual que, nada más acabar la carrera de magisterio, los organismos educativos manifestaran su buena voluntad de dar en propiedad, oposición mediante, la plaza por la que tantos estudiantes habían hincado los codos. Valga decir, que también era la época en que la vocación educativa coincidía con la biografía del opositor. Pero a partir de la crisis económica de 2008 los citados organismos comenzaron a poner trabas - dejando de convocar oposiciones de forma regular y haciendo más enrevesados los procedimientos y protocolos de las que esporádicamente convocan - a la satisfacción de lo que para muchos de los que pasan por la escuela de magisterio todavía es su auténtico ideal educativo, ser funcionario con mando en plaza. Esta decisión entorpecedora no ha sido acompañada desde los propios organismos educativos con el cierre de la escuela de magisterio, cuya titularidad de ellos depende. Lo cual ha hecho que crezcan de forma desmesurada los aspirantes a propietarios de una plaza para toda la vida en el organigrama educativo estatal. De una parte, están los que trabajan de alquiler en plaza ajena sustituyendo a los propietarios de dicha plaza, que se ausentan temporalmente por razones de enfermedad o disfrute de un año sabático o lo que ellos llaman irse a una comisión de servicio. De otra, los que acaban cada años sus estudios que de inmediato se apuntan a las listas que a tal fin, y de forma incomprensible, ponen a su disposición los organismos educativos, como primer paso para conseguir su plaza fija en propiedad. Ernesto Arozamena es, según sus propias palabras, un tipo híbrido en estos menesteres. Acabó la carrera de magisterio el mismo año en que en nuestro país la desaceleración económica se convirtió, de la noche a la mañana, en una crisis de dimensiones desconocidas. Lo que quiere decir Ernesto Arozamena es que tuvo que empezar a lidiar con una palabra hasta ese momento para él desconocida, recortes. La mayoría de las palabras duermen plácidamente en el rincón que le corresponde dentro del diccionario, sin que durante muchos años nadie le reclame otro protagonismo que ese que los expertos lingüistas le han asignado. Arozamena pone el ejemplo de la bomba atómica, porque para él los recortes tuvieron un efecto similar, en tanto en cuanto significó, como la explosión de aquella para la humanidad, el inicio de una nueva era en su particular experiencia vital. En una entrevista de la revista Life a G. I. Taylor, uno de los artífices del proyecto Manhattan, del que salieron las tres bombas atómicas que explosionaron en Álamogordo, Hiroshima y Nagasaki respectivamente, dice que la naturaleza tiene comportamiento, no tiene valores. Y en ese comportamiento lo que interesa son las variables adimensionales, que son las que significan los comportamientos, o las relaciones entre fenómenos. Frente al valor de tener anticipadamente un trabajo en propiedad, Arozamena ha aprendido a seguir la traza del comportamiento del trabajo de aquí o de allá, pasando por momentos de no tenerlo en ningún sitio. O dicho de otra manera, frente a la propiedad como valor irrenunciable entre el gremio de docentes sindicados, Arozamena prefiere el alquiler temporal, o sustitución, de una plaza de esas que son fijas como comportamiento provisional. Paradójicamente, dice Arozamena, al descubrir que mediante el uso irresponsable de la energía nuclear podemos desaparecer todos del planeta, giro similar al que supuso descubrir el carácter heliocéntrico de nuestro universo, descubrimos también los peligros que introducimos si a todo lo que hacemos le otorgamos un valor dimensionado. La realidad no funciona así y la educación es una parte fundamental de esa realidad. Insiste Arozamena que si dejamos de entender la educación como un valor apriorístico, como algo que nos merecemos antes de ponernos en marcha y, a cambio, nos acostumbramos a verla como un comportamiento que se despliega en el tiempo y se construye mediante la conversación permanente de las partes implicadas, tal vez así veamos la necesidad de agruparnos alrededor de un ideal educativo, ultima tabla de salvación de nuestra civilización. 

martes, 16 de octubre de 2018

TERMINATOR EN EL AULA

Ernesto Arozamena tiene sus dudas, por no decir ya que no cree, respecto a la posibilidad de hacer visible el ideal educativo de nuestro tiempo en una sociedad que vive entregada a sus múltiples placeres, uno de lo cuales, como no, es la educación misma entendida así entre progenitores y profesores como un juego desvinculado del esfuerzo propio que comporta todo aprendizaje. Ni tan siquiera en casos de extremo peligro, como es el actual, en el que se está poniendo en cuestión la tradicional misma del humanismo, parece que esa idea de totalidad pueda aparecer con la fuerza e intensidad que se le supone. Lo cierto es que en caso de una necesidad como la actual no surge, como ha sucedido en los momentos de crisis de las civilizaciones que nos precedieron, la excelencia política y ciudadana adecuada que oriente todas las energías hacia ese ideal educativo propio y propicio de una democracia perfectamente alfabetizada e informada. Al no estar visible, o ser reiteradamente invisible que es lo mismo que no existir, lo que sí surgen son los primeros emisarios de la nueva civilización que sustituirá a la que ahora se acaba. Arozamena piensa, que Lacruz es un ejemplo bastante bien acabado de esta avanzadilla de nueva civilización hipertecnocrática que se nos echa encima. Un rasgo sobresaliente del carácter de Lacruz, y de quienes como él forman parte de este ejército de adelantados, es su decidida entrega al servicio de que las nuevas tecnologías colonicen los diseños curriculares de los centros escolares. Arozamena conoció a Lacruz precisamente en el centro de recursos educativos del barrio, en el que el segundo impartía un curso sobre la aplicación de las nuevas tecnologías en el aula a docentes, digamos, descarriados en el asunto, entre los que se encuentra, como no, Arozamena. La puesta en escena de estos cursos todavía es la clásica en estos casos. Un grupo de docentes que han acabado la carrera pero que por razones diversas no logran aprobar la salvífica oposición que les proporcione la plaza en propiedad tan deseada (la culpa de su situación, un dogma que corre inalterable entre los docentes propietarios, es suya y sólo suya, que estudien y que aprueben) esperan en un aula la llegada de quien los iluminará sobre los beneficios indiscutibles de la aplicación de las nuevas tecnologías en el aula. Ni que decir tiene que entre muchos de los asistentes al curso, Arozamena entre ellos, se da la circunstancia de que el hecho de que no sean propietarios no quiere decir que sean unos analfabetos tecnológicos. La resistencia que puedan estar ofreciendo a la implantación de las nuevas tecnologías en el aula, por parte tanto de los docentes propietarios como de los que trabajan, por decirlo así, en régimen de alquiler provisional, obedece a otras causas que en ningún momento Lacruz tiene presente en esos cursos, en los que se presenta solemnemente bajo el palio de la razón digital absoluta. Arozamena piensa que este profesor representa la imagen cabal de lo que es una incipiente robotización de lo humano, o dicho con otras palabras más acordes con la jerga al uso, Lacruz ya es, de una forma rústica si se quiere, un posthumano. Pues de la misma manera que solo viste camisetas con mensajes reivindicativos de rabiosa actualidad, e, impulsado por esa rabia, llama reaccionarios a quienes solo visten camisas con botones, cuando da los cursos en el centro de recursos (lo que hace y dice dentro del aula del instituto es imposible saberlo, aunque la opinión de sus alumnos corrobora esa imagen de terminator)  desarrolla aspectos propiamente robóticos. Arozamena cuenta una anécdota que presenció en una de sus clases y que le parece muy significativa de este giro tecnológico que se está dando y que, a su parecer, despide para siempre la posibilidad de volver sobre un ideal educativo renovado para nuestra civilización occidental. Dice así. Los profesores asistentes al curso trabajan en régimen de alquiler o están en paro, lo que les permite disfrutar todavía de un perfil netamente humano que se declina cada vez más con la frase “solo se desespera quien algo espera.” Una frase que, por supuesto, se va incorporando a su carácter hasta convertirse, sin tener la necesidad de hacerse explícita en una camiseta, en su santo y seña diario. El caso es que entra Lacruz en la clase de marras y lo primero que hace es desplegar toda la impedimenta digital que le acompaña. Sin más preámbulos, o mejor dicho, expuestos estos con ese apaballante despliegue, empieza lo que es su continuación sin que parezca que haya grieta alguna entre lo uno y lo otro, es decir, empieza a dar propiamente la clase, que es toda una exhibición algorítmica apoyada en las múltiples posibilidades que le da la impedimenta digital del preámbulo. En un momento uno de los profesores, Arozamena no se acuerda si es de los que trabajan en régimen de alquiler o es de los que están en paro, alza la mano lo que de inmediato supone que la voz de Lacruz, que para entonces ya había cogido ese tono acusmático del lenguaje máquina, se corta en seco, como si su dueño no entendiera el significado de esa mano alzada. El silencio se hace atronador. Lacruz calla, pues parece no hacerse cargo de una interrupción inesperado que no está programada en la impedimenta digital que ha traído a clase. El de la mano alzada decide bajarla y buscar la complicidad de quienes le acompañan. El que está a su izquierda habla por peteneras diciendo que no hay quien aguante a los alumnos. Otro insiste sobre esa traza tan original y carga en su intervención contra los padres. Después, el silencio se enseñorea del ambiente. Pasan unos segundos que parecen horas y, de repente, la voz acusmática de Lacruz continúa con su despliegue algorítmico exactamente donde lo había interrumpido el que alzó la mano. Por parte de sus oyentes tampoco parece producirse ningún sobresalto o gesto de disconformidad. Nadie espera nada del otro. A todos se les ve contentos.

lunes, 15 de octubre de 2018

HIESTERIA HISTÓRICA

Los sentimientos humanos y el tiempo a ellos adherido, que cada día se dan cita en el aula escolar y en el hogar familiar retroalimentándose los unos a cuenta de los otros, y viceversa, tienen un papel importante a la hora de averiguar los huecos que en ese maremagnum se mueve o persiste la vida. La historia de cada uno de los protagonistas no está en otra parte, como ha venido siendo habitual, sino que está con ellos cada minuto de manera histérica. Aunque no se conocen pues viven a mucha distancia el uno de la otra, el profesor de instituto Ignacio Lacruz y la presidenta de la Asociación de padres y madres de la escuela de sus hijos, Eulalia Cooper, llevan vidas paralelas, para entendernos, a la de cualquier prócer de esos que han pasado la Historia, pues no albergan ninguna duda de creer estar viviendo su particular momento histórico de inmediata e indiscutible trascendencia. Sin embargo, con el paso de los meses han empezado a surgir voces discordantes. Algunos, pocos bien es verdad, de los que coinciden con ellos en esos momentos insuperables en el claustro de docentes del instituto o en el consejo escolar de la escuela del pueblo, piensan que Lacruz y Cooper no creen en la transformación de la educación de acuerdo a los postulados, estrategias y decisiones que predica la ideología que dicen que practican, sino que sus quejas y acciones van encaminadas, más bien, a satisfacer la necesidad inaplazable que tienen de visualizar primero y disponer después de aquella transformación como una realidad o caja objetiva preexistente, que les permite así obtener lo que verdaderamente les importa, a saber, integrarse de forma dominante en su comunidad respectiva y acceder a una identidad reconocible que anhelan. En esa dirección apunta la camiseta del uno y el empecinamiento de meter las narices en los asuntos del claustro docente de la otra. Dicho de otra manera, perfectamente integrados en la sociedad a la que pertenecen, Lacruz y Cooper juegan a ser apocalípticos educativos para completar la imagen de éxito a la que aspiran, y que nunca podrán conseguir por otros medios. Esa convicción de estar protagonizando con sus acciones, y sin dilación alguna al paso del tiempo, un Momento Histórico Irrepetible los delata. La colección de camisetas con que se presenta cada día en el instituto es una señal de identidad de dominio indiscutible de Lacruz dentro de la comunidad del instituto. Mientras que el grupo de whatsapp de padres y madres, que Cooper maneja con mano de hierro, es ya famoso en la comunidad rural donde vive, sirviendo como ejemplo y difusión de esta herramienta tecnológica a otros ámbitos laborales. Este histerismo histórico, como lo califica uno de los compañeros disconformes con Lacruz en el instituto, corre el peligro de contagiar la personalidad de los alumnos, muy dada por otra parte a creer, y hacer creer a quien los escuche, que el mundo comenzó a rodar el día que ellos nacieron. Todo ello, afirma Ernesto Arozamena, está acabando por perfilar lo que serán el modo de ser bienpensante de la sociedad digital del futuro. Valor de cambio y autoficcion formando un matrimonio de conveniencia, como tantas veces apuntalaron las sociedades predemocráticas, vuelve de nuevo a sujetar, o quién sabe si a liquidar, dice Arozamena, la escuela democrática moderna, aprovechando la confusión y el descrédito que va creciendo entre quienes tenían que defenderla. “Estamos haciendo cosas para resolver tantos problemas”, contesta Lacruz  contrariado cuando alguien le recrimina lo de su insistencia en vestir la camiseta. 

jueves, 11 de octubre de 2018

ADENTRO O AFUERA

¿Hay un afuera de la escuela o tiene que ser adentro de la escuela donde se propicie el combate, o el acuerdo, entre docentes y progenitores sobre los principios y los finales que deben regir la educación de sus alumnos y de sus hijos, que, mira tu por donde, son los mismos? Convendría aceptar por las dos partes que Educación es un concepto que se resiste a ser pensado y, por tanto, entendido, dentro de los límites de un espacio y un tiempo concreto sujetos ambos a las veleidades, hoy más que nunca, de un narcisismo imperante que consigue, mediante el timo del trilero aplicado al lenguaje, que unos profesores y padres se crean superiores a otros, al mismo tiempo que hay profesores que malviven en los márgenes del paro y padres que no tienen para pagar las salidas escolares de sus hijos. Cuando el profesor Lacruz se presenta en clase con su camiseta que dice: “soy profesor de matemáticas y tengo problemas, por supuesto”, y cuando la farmacéutica Cooper gana la candidatura de la presidencia a la Asociación de padres y madres con la única intención, confesada explícitamente en su programa, de vigilar panopticamente todos y cada uno de los movimientos del claustro de profesores de la escuela donde van sus hijos, es cuando, debido a ese choque de trenes del adentro y el afuera de la escuela, surge la necesidad de imaginar ese no lugar que pueda ser habitado también por las víctimas y damnificados de esa enconada obstinación de culturizar la educación con las pamplinas de temporada del yo docente y el yo progenitor. Eugenio Ortuño, profesor comodín como a él gusta denominar su labor docente, lleva dando tumbos de instituto en instituto por toda la geografía nacional, más alguna que otra breve instancia en Turín y Múnich, donde da clases particulares de capoeira. “La capoeira es un arte marcial afro-brasileño de origen esclavista, que combina facetas de danza, música y acrobacias, así como expresión corporal. Fue desarrollado en Brasil por descendientes africanos con influencia indigenas probablemente a principios del siglo XVI. Es conocido por sus rápidos y complejos movimientos, que utilizan los brazos y las piernas para ejecutar maniobras de gran agilidad en forma de patadas, fintas y derribos, entre otros. La capoeira como estilo de lucha incorpora movimientos bajos y barridos, mientras que en el ámbito deportivo se hace más énfasis en las acrobacias y las demostraciones ritualizadas de habilidad. Se practica con música tradicional de berimbau.” Para Ortuño el escollo principal de la educación actual, sin duda influenciado por su afición a la capoeira, es que sigue funcionando bajo los auspicios aristocráticos del sometimiento; al que se han incorporado, con un retrogusto inusitado de venganza, los alumnos y sus progenitores, que exigen en su activa participación el pago de deudas impagables, acumuladas durante tantos años de ostracismo y sumisión. Piensa Ortuño (es el único beneficio que le proporciona su inestabilidad laboral) que en este combate interminable se enfrentan de forma endiablada dos lógicas, a saber, la amoralidad propia del poder, que es inherente a todo el que aspira a su conquista y mantenimiento (también en el aula y en el hogar), y el bienestar necesario que otorga la categoría de ciudadano (indistintamente que ocupe el aula o el hogar, y de que categoría sea el aula o el hogar) a toda persona que sigue viva dentro de las “murallas” de la polis. Dice endiablada porque de ambas lógicas son fanáticos quienes hoy votan, aman y sufren esa parte de la realidad que todos ellos llaman educación. Una realidad que es una manera de escapar del verdadero sentido de la vida. Ortuño destaca tres aspectos a los que abría que poner remedio de manera urgente e inaplazable. Uno, la ambigüedad de hijos y alumnos, que los progenitores y los profesores creen tener resuelta por el lado y el poder que les asiste gracias, dos, a su proverbial empatía hacia aquellos, mediante a que nos dejan crecer (corrupción de menores), tres, debido a la nefasta relación que tienen con el paso del tiempo y con su vejez. De ahí el colegismo dominante en aulas y hogares, se queja Ortuño frunciendo el ceño. Ni los progenitores ni los profesores aceptan que vivimos en un mundo de causas desaparecidas, o que no acaban de acontecer cuando las reclamamos, pero que de cuyos efectos somos todos receptores y, cada cual en su medida, responsables. Por tanto, solo cabe la salida de volver a empezar, es decir, solo sé que no se nada. O acabar convertidos en un robot, opción esta última a la que de momento se han apuntado despreocupadamente sus alumnos y sus hijos. A cambio no se les ha ocurrido otra cosa que marear el significado de lo que no aceptan, ni entienden, usando camisetas (en esto Ortuño es muy crítico con Lacruz, del que es compañero en el curso actual) con eslóganes alusivos al malestar personal o gremial. O creando grupos de washapp (como es el caso de los padres y madres de la Asociación que preside la farmacéutica Cooper) que acaban siendo un poder fáctico que sustituye al que en otro tiempo disfrutaron los próceres de la Iglesia. Para Ortuño todo dependerá de la orquesta, formada por progenitores y profesores que mejor oiga, y donde (ni adentro ni afuera de la escuela), el espíritu del mundo que nos ha tocado vivir, cuyas causas no sabremos nunca descifrar del todo, pero cuyos efectos nos acosan demasiado deprisa en el lugar que cada uno de ellos numantinamente hoy ocupan, adentro y afuera de la escuela.

miércoles, 10 de octubre de 2018

MATEMÁTICAS SIN PROBLEMAS

Llega a la cafetería como todas las mañanas, andando como se balancean los osos. No es que tenga sobrepeso, es la manera de dar más impulso a cada paso que da. ¿Tiene prisa? No. Al parecer tiene problemas. Así consta en la camiseta con la que, a modo de uniforme, se viste para ir al instituto. “Soy un profesor de matemáticas y tengo problemas, por supuesto.” Para Ignacio Lacruz es la manera provisional que imagina para construir un puente, el mismo, entre el afuera y el adentro del instituto. Sabe que su vida profesional ha acabado en una paradoja irresoluble. Tiene que enseñar a resolver problemas sobre la pizarra, pero mientras lo hace no solo no está consiguiendo enseñar lo que se propone sino que con lo que escuchan sus alumnos a sus espaldas le crecen los problemas, tantos como alumnos, que anuncia en la camiseta, la cual se ha convertido, a ojos de sus compañeros del claustro, en el primer gesto que inspira ese callejón sin salida en que, a su vez, se ha convertido el trabajo de todos ellos. Es por ello que le han animado a que no se la quite, al menos, durante el horario lectivo. La idea le vino, según cuenta Lacruz, después de ver varias veces un vídeo de esos que corren por internet, en el que mediante la acción burlesca de sus protagonistas el autor del mismo pone delante del espectador la lacerante y obtusa realidad en que se mueve la educación actual. Lo cuenta así. Una profesora de matemáticas de educación primaria trata de enseñar a sumar a un niño de su clase. El momento que recoge el vídeo es el que aquella se dirige a su alumno fuera del horario de clase, lo que hace pensar sobre la abnegación que le pone a su trabajo, para tratar de explicarle por qué dos más dos suman cuatro. Este es el problema matemático. Pero el niño lee en las palabras de la profesora que un dos y otro dos puestos uno a continuación del otro forman un veintidós. Este es el problema individual que ha generado su explicación del problema matemático. Por supuesto, el niño se enfada y manda a la profesora al carajo. Lo cual, después de las correspondientes reuniones, dimes y diretes, el embrollo no tiene salida, pues dos más dos son cuatro y un dos al lado de otro dos forman un veintidós. El razonamiento lógico matemático de la profesora es impecable y lo que el niño ve literalmente, ajeno por edad al pensamiento abstracto, es igualmente incuestionable. En otra época, digamos, más intransigente con las peculiaridades infantiles el niño se hubiera callado y se hubiera creído lo que le dice su profesora, repitiéndole como un loro lo que ella quiere oír, a saber, que dos más dos son cuatro, aunque él siga viendo que un dos al lado de otro dos es un veintidós. Pero como estamos en una sociedad a servicio, únicamente, de las peculiaridades infantiles, el embrollo de los doses desencadena toda una avalancha de apoyo incondicional al menor por parte de sus progenitores y de los miembros de la comunidad educativa a la que pertenece, y de condena sin paliativos de la conducta de la profesora, que la obligan a abandonar su trabajo. Cuando llega el momento de calcular la indemnización a que tiene derecho, le quieren “escatimar” parte de lo que le corresponde utilizando las matemáticas. A lo que ella se opone, en justa correspondencia con la causa de su despido, haciendo valer la lógica visual de los doses de su alumno. Dos y dos son veintidós, sin duda más dinero que dos más dos igual a cuatro. ¿Cabe pensar que, por decirlo así, la libertad y autoridad en el aula de la profesora  del vídeo a la hora de proponer sus clases debe predominar sobre la igualdad del alumno a la hora de estar en aquella y de responder a los problemas que surgen en estas? O la cuestión es al revés. Nunca como en la época actual el enfrentamiento de individualidades soberanas e irreductibles (incluso en el caso de menores de edad, como es caso del alumno del vídeo) ante el hecho educativo, hace más pertinente la creación renovada del Ideal Educativo al que vengo aludiendo en los anteriores escritos. Werner Jaeger, en su libro Paideia, nos recuerda la importancia que ello tenía ya en sociedades, tan alejadas de nuestra sensibilidad, como las del mundo antiguo, Atenas y Esparta, pero que formas parte de nuestra herencia común. “En verdad, para Platón, así como para otros teóricos posteriores de la educación, fue Esparta en muchos aspectos, el modelo, aunque alentara en ellos un espíritu completamente nuevo. El gran problema social de toda la educación posterior fue la superación del individualismo y la formación de los hombres de acuerdo con normas obligatorias de la comunidad” (...) “como Sócrates y Platón, otorgaba mayor importancia a la fuerza de la educación y a la formación de la conciencia ciudadana (en un ideal) que a las prescripciones escritas”. 

martes, 9 de octubre de 2018

LO MUNDANO Y. LO TRASCENDENTE

En un paisaje lleno de viñedos la enfermera Cooper vive en una casa que heredó de sus padres y que acondicionó para su familia. Casada en segundas nupcias con el ingeniero Liébanez, tiene dos hijos de seis y once años respectivamente, fruto de su primer matrimonio. Cooper cree que su fiasco matrimonial tiene que ver con la educación de sus hijos, y no tanto con la propia relación de pareja. O dicho de otra manera, todo empezó a ir mal entre ellos (su primer marido, que es farmacéutico, se llama Zarco) cuando el segundo hijo inició su andadura educativa en la guardería. De forma inesperada la enfermera Cooper le dijo a su marido que pedía una excelencia en el hospital donde trabajaba, pues quería dedicarse a la educación de su segundo hijo. La experiencia con el primero, cinco años mayor que su hermano y que fue a la guardería al primer mes de nacimiento, le ha parecido, a la luz de su inadaptación crónica social y familiar, un colosal fracaso. El farmacéutico Zarco nunca lo ha visto así y piensa que el niño no es una inadaptado, que la que si lo es, por contra, es su ex mujer que sigue confundiendo, a cuento de la satisfacción de su celo protector, la vida que le dio a su hijo con el mundo en el que le ha tocado vivir, del que ella, por supuesto, se desentiende de manera absoluta. Ni que decir tiene que la inadaptabilidad social y familiar de su segundo hijo, a pesar de los cuidados intensivos maternos, no se diferencia de forma apreciable respecto a la de su hermano mayor a su misma edad. Semejante constatación dio al traste con el matrimonio de Cooper y Zarco, y a la radicalización extrema de la enfermera Cooper respecto a la educación de sus hijos en sus fases posteriores. También vino el cambio de la ciudad por el campo, los bloques de pisos por los viñedos y la sustitución de Zarco por Liébanez en su vida afectiva. Con todos estos cambios unos a continuación de otros, que los lee como la inequívoca  consecuencialidad que rige el mundo lo cual tranquiliza mucho su conciencia, la enfermera Cooper inició su nueva etapa presentándose a las nuevas elecciones de la Asociación de Padre y Madres de la escuela del municipio a la que ahora van sus hijos. No quiere volver a romper su nueva relación matrimonial, pero tampoco quiere dejarle a la institución escolar la responsabilidad única de la tarea educativa de sus hijos. Sencillamente no confía en la misión que otros le han dado, y es por ello que se presenta a la presidencia de la Asociación de Padres y Madres, para vigilarla de cerca. Al contrario de la tradición de la que somos herederos, argumenta Cooper, la familia moderna y laica está perfectamente capacitada para asumir la plena educación de sus vástagos, evitando así tener que dejarlos abandonados bajo la influencia de cerebros de vaya usted a saber de quienes son, que se encargan del diseño curricular y después de su funcionamiento dentro del aula donde aquel debe ser aplicado y evaluado. Por mucho que digan las filosofías existencialistas, insiste Cooper, venimos al mundo dentro de una familia que lo ha deseado y lo ha planificado así, no nos arrojan abruptamente al mundo y allá te las atengas con lo que eso sea; de esta desolación nace la necesidad de la escuela y los planes de enseñanza pública o privada, pues en algún lugar hay que aparcar a los arrojados y una vez dentro algo habrá que contarles durante la enorme cantidad de horas que pasan allí encerrados. Por supuesto, la enfermera Cooper ganó de forma abrumadora las elecciones a la presidencia de la Asociación de padres y madres de la escuela de sus hijos, lo que ha acentuado el conflicto panóptico, vigilar y no querer ser vigilado, entre padres profesores, convirtiendo de esta manera el asunto de la educación en un dilema, digamos, de carácter metafísico, a saber, necesita uno mucha educación para percatarse de su propia ignorancia. En esas están.

martes, 2 de octubre de 2018

FAMILIA, ESCUELA Y MUNICIPIO

Sentirse vigilados por parte de los vecinos en general, y de los padres de los alumnos en particular, es la principal objeción que pone el claustro de profesores de la escuela del municipio burgalés de Covalabarca para abrir su actividad a la propia que en paralelo tiene el pueblo. La escuela está situada sobre unas tierras que forman un promontorio, un pequeño altiplano, desde el que se divisa todo el perímetro del pueblo. La única competencia respecto a esta perspectiva vine del campanario de la Iglesia. Lo que en su día, hace ya más de cien años, fue una encarnizada lucha, según cuentan las crónicas locales, entre las facciones que estaban a favor de que el clero continuase su influencia sobre la escuela (y, por tanto, se oponían a la construcción de la escuela a semejante altura) o las que exigían su laicidad inmediata (de ahí el significado de su construcción en el promontorio), que se saldó con el triunfo de estos últimos, se ha trasladado hoy, de una forma más civilizada si se quiere, consejo escolar mediante, al enfrentamiento que mantienen los profesores con los padres de los alumnos y el resto del vecindario. Los primeros defienden que la escuela siga donde está, mientras que los segundos abogan porque sea de nuevo construida en unos terrenos en el centro del pueblo, que la diputación provincial ha liberado para fines culturales o educativos. La presidenta del consejo escolar y también de la asociación de padres y madres, Matilda Iniesta, está convencida que la vida en el aula y en el hogar y en las calles del pueblo son una y la misma cosa. El director de la escuela, Daniel Horcajo, para no espetar en las reuniones del consejo escolar que no quieren que metan las narices en los asuntos de escuela ni los padres ni los demás vecinos, argumenta que no tienen mas presencia en el pueblo debido a un problema de logística, pues no tienen cuidadores suficientes que se encarguen de los alumnos en los desplazamientos de arriba a abajo y viceversa; de esta manera desvía la responsabilidad al Ministerio de Educación o a la Consejería del ramo de la comunidad autónoma. La antigua dicotomía entre los estamentos clericales y los laicos por el modelo educativo más conveniente a impartir, se ha desplazado en la actualidad al ámbito exclusivo de la laicidad. Es como si desaparecido el diablo, encarnado en los frailes y monjas de las diferentes congregaciones religiosas, que siguen a lo suyo perfectamente concertados bajo el amparo estatal, lo que ha quedado a las claras para los vencedores, el ejército laico, es que el problema no era que dios impedía una educación sin sotana, sino la necesidad de tener un chivo expiatorio contra quien disparar desde la cajita de su laicidad. La cual es una realidad objetiva, según sus firmes defensores profesores, padres y administración, que nos preexiste y como tal es incuestionable, aunque, a la luz de la experiencia, no sea tanto para cambiar el modelo educativo como para garantizar el sentimiento de pertenencia que a todo ser humano le urge cumplimentar en todo tiempo y lugar. La única base empírica que tiene todo este embrollo es que la antigua guerra educativa persiste, pero ahora es civil entre la comunidad educativa laica, la cual, como todas las guerras civiles, tiene una difícil salida en son de paz. Hoy como ayer, escuela, familia y municipio aparecen, después de atravesar el largo peregrinaje de las múltiples renovaciones pedagógicas democráticas, revestidas con un extraña escafandra a medio tejer entre el espantajo fallido de estos cuarenta años de democracia y la necesaria esperanza de llevar a cabo la realización consciente de un ideal de educación, en el que tengan cabida todos los que ocupan cada una de las tres instituciones mencionadas. Un ideal que otorgue mayor importancia a la fuerza inherente de la educación y a la formación de la conciencia ciudadana que a las prescripciones escritas.

lunes, 1 de octubre de 2018

FATAL ALIANZA

Dentro de las diferentes renovaciones pedagógicas, con su legislación adjunta, que desde la llegada de la democracia hemos tenido en España, la de la colaboración entre progenitores y profesores ha sido, al decir del gremio docente, la más perniciosa. A muchos profesores les cuesta entender que la proverbial insensatez de matriz ancestral que anida en el seno de toda familia (subrayan lo de toda, incluso en las familias en la que todos son colegas y amigos), a cuento de qué debe tener que encontrarse y colaborar con la sensatez y el sentido de matriz ilustrada que debe presidir cualquier diseño curricular desde la guardería hasta la universidad. Para neutralizar, y después encauzar adecuadamente, los insensatos excesos de semejante institución inevitable (quiera o no, todo quisque viene al mundo o acaba dentro de una familia), se inventó la educación, pública o privada, pues al quedar algunas horas fuera de esa influencia familiar, cada individuo puede prestar una más cuidada atención a la prescripción civilizadora que todo ideal educativo tiene. 

¿Se apoderó de los progenitores, cuando les ofrecieron ser parte activa de la gestión educativa de la escuela de sus hijos, un mayor ansia de dominio y protección sobre su prole? Un ansia que funciona bajo el imperativo, que nadie cuestiona bajo pena de excomunión social, de que lo que mas quieren los padres en este mundo es a sus propios hijos queriéndolos (para liar más la cosa) a todos por igual, lo que acaba siendo código de honor y fundamento práctico de toda familia que quiere perdurar por los siglos de los siglos. Algunos docentes piensan que con esa colaboración se perdió, creyendo que se innovaba, el tradicional sentido del esfuerzo y la disciplina que le son necesarios a la educación de los alumnos fuera del ámbito familiar, donde hay una incontrolable tendencia al chantaje emocional y a la subsiguiente corrupción de las partes. Los progenitores, se lamentan los profesores, obsesionados con la felicidad contable e inmediata de sus muy amados hijos, no se dan cuenta de su acomodo al mundo imperfecto e insensato de la familia que sustentan y almidonan; lo que hace que tampoco acepten que la infelicidad de su prole no tiene solución con esa colaboración aludida, aunque esté bendecida, como tantas otras cosas o acciones, por la vitola democrática. Pues en verdad no es su intención colaborar, sino combatir ferozmente la amenaza de aquella infelicidad donde creen que se encuentra su fuente, es decir, dentro de la contingencia educativa de la escuela. 

Muy al contrario, su colaboración con nosotros, piensa algún que otro profesor (el número de docentes en este tramo de la reflexión se ha reducido bastante, hasta ser irrelevante, según las últimas estadísticas), no se debe dar dentro de esa contingencia diaria dentro de la escuela, sino fuera de ella en el ámbito de un marco común donde progenitores y profesores dialoguen, ahora si, sobre la instauración y mantenimiento de un ideal educativo. A sabiendas de que ese ideal no es de nadie porque no se puede alcanzar históricamente, pero si sirve para movilizar el ideal de perfección que habita en las conciencias de todos en pos de su búsqueda, pues de no ser así la ruina moral y profesional de progenitores y docentes está garantizada a muy corto plazo. Lo importante de las leyes no es que sean buenas o malas, sino que sean primero pertinentes y luego coherentes, dijo un sabio antiguo. Solo así servirán a su propósito. Dada su absoluta falta de coherencia, cabría preguntarse se han sido pertinentes las leyes que han regulado la colaboración entre padres y profesores en el cuarentañismo democrático. Llegados aquí, ¿qué puede y debe hacer prominente, en nuestros hogares y en nuestras aulas, la catástrofe educativa que vivimos para que no nos pase desapercibida?