Como si no hubiera entendido nada de la explicación del día anterior, antes de concluir la clase, lo que le dijo un alumno a Ernesto Arozamena (pareciera por la seriedad con que se expresó, que lo que dijo era a cuenta de como él había asimilado la película “una razón brillante”) fue que no lo habían elegido como profesor. Arozamena (una vez que se sobrepuso al asombro en parte por lo que había dicho el alumno, en parte por verse así mismo asombrase una vez más ante sus palabras) le contestó que él tampoco había tenido la dicha de elegirlo a él como alumno ni a ninguno de los demás que había en ese momento en él aula. Los ve cómodos en la caverna del aula, amparados bajo la tutela de su permanente obscuridad. Es por ello que cualquier atisbo de luz los incomoda y los pone en contra de lo que alumbra. Solo hemos elegido, ahora, Arozamena alza la voz dirigiéndose ya a todos los que tiene delante, decir lo que queremos decir, y al instituto venimos a aprender a oír decir lo que no queremos oír. Aprender, de eso se trata. Al final de la jornada escolar Arozamena es requerido por el director del instituto en su despacho. Como todos lo profesores del instituto saben, una de las obsesiones profesionales del director, tal vez la única, es hacer desaparecer el fracaso escolar en el centro que dirige. En consonancia con los argumentos del profesor de la película, Pierre Mazard, lo importante para conseguir ese objetivo es que los alumnos tengan la razón de su parte no que averigüen la verdad que pueda haber, o no, en el hecho mismo de que un alumno fracase o triunfe en sus estudios. Para el director del instituto los fundamentos de su primordial preocupación, que aclara no tiene tanto que ver con la consecución del éxito como con la desaparición del fracaso, son indiscutiblemente sociológicos: ningún alumno quiere fracasar en sus estudios, ni en ninguna de las empresas que afronte, lo cual es perfectamente razonable. Lo que quiere que se entienda, mientras el sea director de ese instituto, es que ese razonamiento también es indiscutiblemente verdadero. A continuación, el director del instituto le recuerda Arozamena el caso dramático (utiliza ese adjetivo con parecido énfasis con que el día anterior Arozamena había hablado a los alumnos) de las termitas de África, pues le parece un buen ejemplo para la gestión y organización del centro que dirige. Como bien se sabe las termitas africanas son unas hormigas de color blanco que levantan unos hormigueros enormes duros como las piedras. Al no tener la coraza quitinosa que protege a otros insectos, estas grandes construcciones les sirven a las termitas de protección colectiva contra unas hormigas enemigas, que están mejor armadas que ellas y dispuestas a aniquilarlas en cualquier momento. Lo que ocurre a veces es que alguno de esos hormigueros se derrumba por razones externas medioambientales o por qué se construye en el camino de grandes animales de la selva, por ejemplo los elefantes, que tienen a bien rascarse la espalda contra el termitero. Ante el derrumbe del hormiguero se producen de inmediato dos tipos de reacciones. Por un lado las termitas obreras se ponen manos a la obra para reparar los daños y volver a levantar el hormiguero. De otro, las hormigas enemigas ven su oportunidad de darse el festín comiéndose a aquellas mientras trabajan. Es entonces cuando les llega su oportunidad de luchar por la comunidad a las termitas soldado, que, al no poder oponer resistencia a las enemigas, se cuelgan en sus espaldas retardando así, mientras se las comen, el asalto final al termitero, dando tiempo a las termitas obreras que lo rehagan del todo y puedan refugiarse las supervivientes de nuevo dentro. Frente a este episodio del mundo animal está el caso de los héroes humanos clásicos. Héctor sale fuera de las murallas de Troya para luchar contra el aqueo Aquiles con la única y heroica intención de defender a los moradores que hay dentro, a sabiendas de que tiene todas las de perder en el enfrentamiento. Lo que al director del instituto le interesa resaltar delante de Arozamena no es la libertad humana de elección de Hector frente a su imposibilidad animal en el caso de las termitas soldado, sino sus consecuencias, a saber, el salvaguardar, tanto en el caso humano como en el animal, la igualdad de los miembros de la comunidad dentro del termitero o de la ciudad de Troya. Por eso el director defiende ante Arozamena el que los alumnos puedan decir lo que quieran, es decir, lo que los iguala, mientras que se opone a que tengan que oír lo que no quieren oír ya que eso los mete en la senda de lo que los diferencia. Es por ello que es más igualitario (y democrático) educar, al entender del director, para que la razón esté siempre de parte del alumno, pues así no hay posibilidad íntima de fracaso, que educar en la búsqueda de la verdad, pues de esta manera el fracaso está garantizado en la mayoría de los casos. Alexis de Tocqueville, concluye el director antes de despedirse de Arozamena, ya intuyó en su viaje, en la primera mitad del siglo XIX, por a joven República de America, que los hombres serán perfectamente libres porque serán enteramente iguales.