jueves, 11 de octubre de 2018

ADENTRO O AFUERA

¿Hay un afuera de la escuela o tiene que ser adentro de la escuela donde se propicie el combate, o el acuerdo, entre docentes y progenitores sobre los principios y los finales que deben regir la educación de sus alumnos y de sus hijos, que, mira tu por donde, son los mismos? Convendría aceptar por las dos partes que Educación es un concepto que se resiste a ser pensado y, por tanto, entendido, dentro de los límites de un espacio y un tiempo concreto sujetos ambos a las veleidades, hoy más que nunca, de un narcisismo imperante que consigue, mediante el timo del trilero aplicado al lenguaje, que unos profesores y padres se crean superiores a otros, al mismo tiempo que hay profesores que malviven en los márgenes del paro y padres que no tienen para pagar las salidas escolares de sus hijos. Cuando el profesor Lacruz se presenta en clase con su camiseta que dice: “soy profesor de matemáticas y tengo problemas, por supuesto”, y cuando la farmacéutica Cooper gana la candidatura de la presidencia a la Asociación de padres y madres con la única intención, confesada explícitamente en su programa, de vigilar panopticamente todos y cada uno de los movimientos del claustro de profesores de la escuela donde van sus hijos, es cuando, debido a ese choque de trenes del adentro y el afuera de la escuela, surge la necesidad de imaginar ese no lugar que pueda ser habitado también por las víctimas y damnificados de esa enconada obstinación de culturizar la educación con las pamplinas de temporada del yo docente y el yo progenitor. Eugenio Ortuño, profesor comodín como a él gusta denominar su labor docente, lleva dando tumbos de instituto en instituto por toda la geografía nacional, más alguna que otra breve instancia en Turín y Múnich, donde da clases particulares de capoeira. “La capoeira es un arte marcial afro-brasileño de origen esclavista, que combina facetas de danza, música y acrobacias, así como expresión corporal. Fue desarrollado en Brasil por descendientes africanos con influencia indigenas probablemente a principios del siglo XVI. Es conocido por sus rápidos y complejos movimientos, que utilizan los brazos y las piernas para ejecutar maniobras de gran agilidad en forma de patadas, fintas y derribos, entre otros. La capoeira como estilo de lucha incorpora movimientos bajos y barridos, mientras que en el ámbito deportivo se hace más énfasis en las acrobacias y las demostraciones ritualizadas de habilidad. Se practica con música tradicional de berimbau.” Para Ortuño el escollo principal de la educación actual, sin duda influenciado por su afición a la capoeira, es que sigue funcionando bajo los auspicios aristocráticos del sometimiento; al que se han incorporado, con un retrogusto inusitado de venganza, los alumnos y sus progenitores, que exigen en su activa participación el pago de deudas impagables, acumuladas durante tantos años de ostracismo y sumisión. Piensa Ortuño (es el único beneficio que le proporciona su inestabilidad laboral) que en este combate interminable se enfrentan de forma endiablada dos lógicas, a saber, la amoralidad propia del poder, que es inherente a todo el que aspira a su conquista y mantenimiento (también en el aula y en el hogar), y el bienestar necesario que otorga la categoría de ciudadano (indistintamente que ocupe el aula o el hogar, y de que categoría sea el aula o el hogar) a toda persona que sigue viva dentro de las “murallas” de la polis. Dice endiablada porque de ambas lógicas son fanáticos quienes hoy votan, aman y sufren esa parte de la realidad que todos ellos llaman educación. Una realidad que es una manera de escapar del verdadero sentido de la vida. Ortuño destaca tres aspectos a los que abría que poner remedio de manera urgente e inaplazable. Uno, la ambigüedad de hijos y alumnos, que los progenitores y los profesores creen tener resuelta por el lado y el poder que les asiste gracias, dos, a su proverbial empatía hacia aquellos, mediante a que nos dejan crecer (corrupción de menores), tres, debido a la nefasta relación que tienen con el paso del tiempo y con su vejez. De ahí el colegismo dominante en aulas y hogares, se queja Ortuño frunciendo el ceño. Ni los progenitores ni los profesores aceptan que vivimos en un mundo de causas desaparecidas, o que no acaban de acontecer cuando las reclamamos, pero que de cuyos efectos somos todos receptores y, cada cual en su medida, responsables. Por tanto, solo cabe la salida de volver a empezar, es decir, solo sé que no se nada. O acabar convertidos en un robot, opción esta última a la que de momento se han apuntado despreocupadamente sus alumnos y sus hijos. A cambio no se les ha ocurrido otra cosa que marear el significado de lo que no aceptan, ni entienden, usando camisetas (en esto Ortuño es muy crítico con Lacruz, del que es compañero en el curso actual) con eslóganes alusivos al malestar personal o gremial. O creando grupos de washapp (como es el caso de los padres y madres de la Asociación que preside la farmacéutica Cooper) que acaban siendo un poder fáctico que sustituye al que en otro tiempo disfrutaron los próceres de la Iglesia. Para Ortuño todo dependerá de la orquesta, formada por progenitores y profesores que mejor oiga, y donde (ni adentro ni afuera de la escuela), el espíritu del mundo que nos ha tocado vivir, cuyas causas no sabremos nunca descifrar del todo, pero cuyos efectos nos acosan demasiado deprisa en el lugar que cada uno de ellos numantinamente hoy ocupan, adentro y afuera de la escuela.