Ahora que vuelvo a ser madrileño una vez al mes, intento hacerme cargo de algunos de los desconsuelos e indiferencias de sus vecin@s. ¿Por qué está hermosa ciudad europea no puede ser como las otras hermosas ciudades del continente? No me cabe duda, después de haber pedaleado cientos de kms siguiendo las serenas rutas ciclistas fluviales y las más empinadas de sus cordilleras, que hoy dibujan, junto a las grandes autopistas, una parte de la geografía de la vieja y sabia Europa, que una de las formas de la belleza, en un mundo dominado por el terror nuclear, es montar en bicicleta. La otra, leer un libro. Debe ser, como dice el filósofo Azúa, porque la bicicleta y el libro son perfectos en su simple anatomía y que, como todo lo elemental, no podrán desaparecer nunca, además de que entre mis manos y entre mis piernas me transmiten ese aire de eternidad que tanto necesito como ser humano finito que soy, amenazado siempre por el paso del tiempo y las plagas con que los amos del mundo me quieren tener sujeto. En fin, la bici y el libro son dos artefactos de creación humana mediante los que todavía puedo ser, sin aspavientos ni alharacas, verdaderamente libre de espíritu y de cuerpo. Para tratar de entender, digámoslo así, la tozudez anticiclista de Madrid para no mirarse en el espejo de ciudades ejemplares como Amsterdam, me fui a ver la historia de Holanda en estos menesteres. En esos seis minutos del vídeo que adjunto he encontrado la explicación no explícita del asunto. Solo hay una ciudad (sea Amsterdam o La Haya o Tilburgo, etc) en la mente de cada vecin@. Incluso cuando dicen en voz alta en sus manifestaciones esa frase tan terrible: dejar de asesinar a los niños. Sin embargo Madrid, ochenta años después, se divide todavía en dos imaginarios que ocupan de manera quirúrgica e irreconciliable las mentes y las conciencias de los madrileñ@s, a saber, los que se agrupan como en un puño alrededor del “No pasarán” y los que lo hacen en posición de firmes detrás del “Ya hemos pasao”. La invisibilidad de ambos eslóganes gerracivilistas viven, a mi entender, formando parte activa (moviéndola por tanto) de la apariencia de lo visible y cotidiano de la ciudad, por lo que hay que fijarse con atención en las palabras y comportamientos, indiferentes o enconados respecto a esa herencia de la guerra civil, que muestran a diario la mayoría de los figurantes y protagonistas que hoy pululan por la capital del oso y el madroño.
Mientras que las alegrías y las desdichas, las coincidencias y los desacuerdos de los vecin@s de Madrid no sean fruto, o emanen, de un solo “ideal de ciudad cosmopolista dentro de la tradición humanista europea”, que ocupe de forma inalterable sus mentes sin los estorbos previos del agrupamiento en forma de puño o el alineamiento en posición de firmes, la bicicleta (y el libro) seguirán teniendo un papel meramente electoralista y comercial. Su aura de perfección y belleza, garantía de la posibilidad de nuestra eternidad mientras sigamos vivos, cederá su lugar en favor del uso perecedero y vulgar que tiene cualquier otra mercancía.