jueves, 28 de septiembre de 2017

OCURRENCIA O DESTINO

En algún sitio he leído que el ser humano es el ser defectuoso que produce cultura, pues al carecer de instinto se siente desprotegido. En efecto, qué haríamos nosotros sin los suplementos culturales del fin de semana, con sus innumerables ofertas culturales de todo tipo, que haríamos sin las antológicas que de vez en cuando se inventan los gestores culturales para hacer caja y de paso recuperar ese hábit,o tan del gusto del hombre masa, de hacer colas interminables, que haríamos sin las bienales, o sin los festivales anuales de cine, independiente por supuesto. Moriríamos de más aburrimiento, sin cabe. 

No me vi de forma inevitable arrastrado hacia el pasado glorioso helénico, mientras paseaba entre los andamios que sujetaban el Partenón de Minujín. No me conmoví ante la cantidad de libros que la autora argentina había encarcelado entre plásticos, a la espera de su liberación en la fiesta final - el espectáculo otra vez, como no - de clausura de Documenta 14. La cual consistía en que cualquier visitante podía ese día acercarse al Partenón de los libros y, rasgando el plástico transparente que los aprisionaba, llevarse los libros, otrora prohibidos, que desease. Semejante acción convertía al sujeto en cuestión en un heroico libertador en un doble sentido. Por una parte, liberaba al libro de su cárcel plastificada en el templo fundacional de la democracia, un símbolo demasiado forzado en la construcción o búsqueda de la ambigüedad y paradoja, que me hizo difícil asimilar su contraposición a la oscura y cruel prohibición verdadera que esos libros y sus autores padecieron en el pasado, y, por otro, el visitante se libraba así mismo de ser un vulgar consumidor de libros en el mercado editorial. Siguiendo a Chus Martínez, el pensamiento que se desprendía de todo ello me pareció cogido con pinzas, de tal modo que en cuanto hiciera un poco de viento se convertía todo en una ocurrencia. Pues este es el peligro que corren muchos de los autores del llamado arte contemporáneo, que, al abandonar la mimesis de la obra del Creador Divino, se han dedicado a imitar, cuando no copiar directamente, a la de los creadores humanos que decidieron aquel abandono a principios del siglo XX. Resumiendo. Duarte desde que lo vio nada más llegar a la plaza de Federico, no fue capaz de encontrar la empatía necesaria para adentrarse en el Partenón de los libros y disfrutar con lo que allí sucedía. Son los andamios al aire libre, me dijo. Esas estructuras de hierro, como las que sujetan los edificios declarados por las autoridades en ruinas, son las que me molestan. No me aclaró si a sus sentimientos o a sus pensamientos. La imagen de un edificio en ruinas me detuvo, justo antes de que decidiera que todo aquello era una ocurrencia de Minujín imitando la originaria decisión de Duchamp, cuando dijo al mundo que su urinario era inútil para mear, aunque nos podía cambiar la vida si lo veíamos como un obra de arte. Una decisión que desplazó la creatividad hacia un territorio lleno de minas, o de trampas, en tanto en cuenta allí solo mandaba la arbitrariedad del ego humano. O dicho de otra manera, nos olvidamos con esa decisión humana, mejor dicho, con los oportunistas que la convirtieron en decisión divina, de algo que no debimos hacer nunca, a saber, que somos la única especie que puede darse el lujo de reconocer su propia irrelevancia en el cosmos. Ese es y ha sido siempre nuestro verdadero destino.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

PARTENÓN DE LOS LIBROS

El viaje en tren de Frankfurt a Kassel duró un par de horas. Tiempo más que suficiente para ir calentando motores. Es decir, para decidirme entre sí el arte es esencialmente pensamiento, como dice Chus Martínez, una de la comisarías de la Documenta 13 en la que se inspira la novela de Vila-Matas que vengo aludiendo “Kassel no invita a la lógica”; o más bien el arte es experiencia con el lenguaje, o dicho de otra manera, el arte es sentir el sentido de lo que previamente sientes. El arte o el goce estético es sentimiento. La creatividad o la imaginación humana son fenómenos de nuestra subjetividad, no un subrayado especial o excepcional de la subjetividad misma. A lo que me refiero es que así como la necesidad alimentaria surge para llenar la andorga vacía, la necesidad creativa no surge, como pudiera deducirse mecánicamente, para llenar el ego eternamente insatisfecho, diciendo lo listo o lo sensible que somos, sino para encontrarse con el otro y lo otro. Creatividad y alteridad son dos caras de la misma moneda, que juntas instituyen y constituyen eso que sea la subjetividad. El goce estético del arte es, por tanto, comunitario porque, paradójicamente, necesita al otro para llegar a su plenitud. No solo con la esperanza de que el otro haya disfrutado, sino, y sobre todo, para comprobar su perspectiva y alcance, que acabara por determinar la propia. Ya sé que esta forma de ver lo creativo choca frontalmente contra el subjetivismo militantes y campanudo del llamado arte contemporáneo que, como he dicho, a mí me gusta más llamarlo arte actual o arte que se está haciendo y anunciando en el presente. Su hipotética contemporaneidad es algo posterior y surge de la relación que mantenga el receptor con la obra, surge de su propia capacidad creativa que la tiene sin ninguna duda, aunque los medios de comunicación no le presenten ninguna atención. En el arte actual el artista va por delante de su obra. Duchamp fue el inventor de este giro hermeneútico. Un artista es quien dice que es artista. Nunca se me olvidará la anécdota en la que una conocida mía se convirtió de la noche a la mañana en artista. Su formación es la de una diseñadora gráfica. Pero su carácter es el de alguien, como suele pasar en estos casos, que tiene más ambición de notoriedad que talento. Como puedes deducir, en estos tiempos de hiperegolatría, estamos ante una bomba de relojería sin seguro, de esas que estallan cuando las miras. Dicho y hecho. Un día cualquiera, sin previo aviso, la diseñadora gráfica, siguiendo el mandato de Duchamp, explotó y se convirtió en una artista conceptual.  Y, como no, me invitó a su primera exposición con filósofo de la historia incorporado, como mandan los cánones de este tipo de encuentros. Ni que decir tiene que lo importante de la exposición no fueron las obras, por lo demás meros estándares de lo muchas veces visto en los museos de este tipo de arte, sino la presentación en sociedad de la artista que no quería seguir siendo diseñadora gráfica. Lo que sucedió estuvo acompañado por el hilo musical de fondo de la sociedad del “nada a largo plazo”. A la diseñadora le pasó lo mismo que quien dice que no se va a pasar toda la vida de panadero, o de médico de cabecera, o de maestro de escuela. Que el panadero o el médico o el maestro no decidan dar el salto y convertirse en artistas, es un misterio, supongo, de la propia lógica del artisteo. En fin.  

El caso fue que una vez que nos instalamos en la casa que iba a ser nuestro hogar en Kassel, durante los dos días que íbamos a observar y ser observados en la Documenta 14, Duarte me preguntó, después de comprar los tickets y el plano de la magna exposición, ¿por dónde empezamos? Sin dudarlo mucho le contesté que, según mi parecer, podíamos iniciar el periplo en la instalación central de la muestra, de Marta Minujín, titulada  “Partenón de los libros”, que se encontraba situada en la plaza de Federico. La pieza era una réplica de la grandiosa estructura del Partenón ateniense, que la autora argentina había cubierto de decenas de miles de libros prohibidos. Se levantaba, apoyada en entramado de andamios visibles, en la plaza en la que los nazis quemaron montañas de volúmenes en 1933. Según la autora pretendía ser un símbolo de la persecución cultural. No era una obra acabada, sino una obra en construcción, a la espera de que los visitantes dejaran ejemplares de libros censurados a lo largo de la historia o prohibidos aún hoy día en distintas partes del mundo.

martes, 26 de septiembre de 2017

MAINHATTAN

Mientras desayunamos en el albergue de Frankfurt, Duarte me enseña lo que ha subrayado en el libro de Vila-Matas. Es una cita de Goethe, cuya casa natal en la ciudad del euro, cerca de donde hemos dormido, visitaremos al final del viaje a través de la Ruta Romántica. Dice así: “todo está ahí, y yo no soy nada; ese es mi trabajo.” Duarte es muy dada a ponerme enfrente de estos dilemas existenciales. Normalmente elige el final del día, debe ser, pienso yo, porque esa falta de luz evidente hace mas luminosas las tinieblas de la noche. El caso fue que me lo dijo momentos antes de coger el tren para Kassel, donde nos esperaba la Documenta 14. La frase de Goethe, uno de los últimos hombres que tenía el mundo en su cabeza, me pareció una buena compañía para la entrada a la muestra de arte contemporáneo. Pues quienes hoy habitamos en el siglo XXI, el siglo de la técnica y lo práctico evidejnte, el siglo de “es lo que hay” y “eso no es mi problema”, el siglo del aburrimiento debido al culto fanático a la máxima transparencia, el siglo, en fin, en el que a duras a penas sabemos ver en un trozo de queso algo más que una comida. Y es que la cultura de masas no nos invita, mediante su agresiva propaganda, a abandonar la lógica de atender las necesidades inmediatas - comernos el queso - y dedicarnos a una resistencia creativa, en la que nuestra mente adquiera una segunda visión de las cosas. Por ejemplo, ver en el trozo de queso un regalo o un pisapapeles. Muy al contrario, la  propaganda cultural oficial penaliza los desvíos no previstos como una actividad superflua, cuando no directamente peligrosa para nuestra supervivencia de consumidores.

Llegamos a la estación dos minutos antes de que saliera el tren para Kassel. En estos albergues multiculturales es fácil distraerse con la variedad de personas y situaciones cuya presencia se hacen y se deshacen en un abrir y cerrar de ojos. Puede parecer un tópico, pero aquí yo siempre veo lo contrario de la evidencia. Veo las infinitas posibilidades que ofrecen las personas y las cosas de ser vistas de otra manera. Duarte entabló una conversación con una francesa, que estaba en Frankfurt preparando su estancia para el curso que viene. Y se le fue el reloj a las nubes. Según me dijo Duarte pretendía trabajar de becaria, o lo que a eso se pareciera, en el Banco Central Europeo. Era economista y el euro como moneda única y, sobre todo, como símbolo de la Unión Europea era su asunto de estudio. Me complació escuchar estas palabras. A pocas horas de iniciar mi visita a la Documenta 14 entendí, de repente, lo que siempre había intuido sobre la creación del euro. Después de siglos de luchas civiles entre los ciudadanos europeos, el euro me parecía un acontecimiento. Un feliz acontecimiento, sin aparente connotación histórica que determinase un antes y un después. Por ello, la escultura que preside el centro de los negocios de Frankfurt, que desde los puentes sobre el Main forman la famosa línea del cielo de Mainhattan, decidí que era la primera instalación o escultura de Documenta. Su puerta de entrada permanente.

lunes, 25 de septiembre de 2017

LOS VERRACOS VETONES

Nada más llegar al hotel de Frankfurt de Main, Duarte recibió un correo de un familiar donde le mostraba en una foto adjunta dos fotos de sendos toros, para entendernos, similares a los muy conocidos toros de Guisando. Le pregunté si había adjuntado a la foto algún comentario. Me contestó extrañada que su primo - esa era la relación parental que tenían - le había escrito: fíjate que hermosura. Únicamente esas palabras. Miré la foto de los verracos con detenimiento y, efectivamente, me parecieron hermosos. Pero, además, puestos ahí, en medio de la plaza del pueblo, sobreponiéndose desde su remoto pasado a la ocurrencia, o a la honesta intención (vete tú a saber), del munícipe de turno o de algún vecino influyente, me trasmitieron misterio, densidad, autoridad resolutiva, intensa percepción, capacidad de conexión desde un tiempo tan lejano, en fin, me hicieron sentir que tenían un valor fuera de toda medición propia del mercado. Sencillamente estaban allí en la pantalla como una aparición inesperada. Dejamos las alforjas tal y como las habíamos traído empaquetadas, para que pudieran pasar los protocolos de peso del embarque, y salimos corriendo a cenar algo antes de que cerraran el último restaurante o chiringuito. De nuevo maldije en voz baja, para que Duarte no me escuchara, por el retraso de salida en el inicio del viaje. Duarte es una eficiente agencia de viajes en sí misma, y no se merece mis quejas histéricas a cuenta de los imponderables de la circulación aérea, de los que no tiene por qué hacerse responsable. Así que me concentré en la foto de los verracos que le había enviado su primo y le pregunté desde cuando ella conocía este tipo de esculturas, si es que se le podían llamar así. Yo ya le había oído decir que los verracos le eran familiares desde que tenía uso de razón, que más o menos coincidía con la época que más tiempo visitó el pueblo y sus alrededores. Mientras nos comíamos unas salchichas, como no, de Frankfurt, acompañadas de una cerveza dunkel, como no, de medio litro, Duarte me comentó que esas figuras de piedra son bastantes comunes por aquellos parajes de Ávila. Al parecer, según las últimas investigaciones arqueológicas y antropológicas, pertenecen a la cultura de los vetones, un pueblo prerrománico que habitó esta zona de la península y parte de la lusitania, lo que hoy es Portugal. Según Duarte me iba dando detalles de su infancia en compañía de tan hermosos y misteriosos hallazgos, yo iba asociando sus palabras con el hallazgo del monolito que hace el homínido de Kubrick en su película “2001, odisea del espacio” y, sobre todo, con las no menos hermosas y misteriosas palabras que pronunció Aleksander Solzhenitsyn durante la entrega del premio Nobel que le concedió la Academia sueca. Dice así el escritor ruso:
Así mismo nosotros, teniendo el arte en nuestras manos, creemos confiados ser su dueño; y con toda osadía, lo dirigimos, lo renovamos, lo reformamos y lo exponemos; lo vendemos a cambio de dinero, lo utilizamos para complacer a los que ostentan el poder; a veces buscamos en él la diversión (…) y en otras ocasiones (…) lo usamos para servir a las necesidades pasajeras de nuestros políticos y con fines sociales estrechos de miras. Pero el arte no se envilece a causa de nuestros actos, ni tampoco se aleja nunca de su auténtica naturaleza, sino que en cada ocasión y en cada uso que hacemos de él nos cede una parte de su secreta luminosidad interior.”

Si los verracos vetones habían aguantado todo el envilecimiento humano que nos sea posible imaginar a los largo de tantos años de Historia, me pareció oportuno pensar que en Documenta podían aparecer, como en los campos de Ávila, instalaciones o esculturas que supieran sobreponerse a esa característica tan humana del envilecimiento de todo lo que mira y todo lo que toca. En fin, el envilecimiento de todo lo que siente. Documenta, dicen sus instigadores, surge cada cinco años allí en medio de Alemania,  donde ocurrió lo que no tenía que haber sucedido hace ochenta años, para dar cobijo a lo mejor que seamos capaces de imaginar, a nuestro pesar por tan macabra herencia, desde entonces. 

viernes, 22 de septiembre de 2017

LO EXTRAÑO DENTRO DE LO HABITUAL

Los retrasos, digamos, de la vida cotidiana me afectan sin que pueda decir que pierdo la compostura. Los retrasos, digamos, de la vida extraordinaria - las vacaciones como una parte inseparable de lo que es esa vida fuera de lo habitual, no rompen gratuitamente la rutina de cada día, por mucho que el optimismo obligatorio dominante me quiera hacer creer lo contrario - me sacan de quicio, en el sentido de que me hacen perder la serenidad interior a la que siempre tiendo. De repente, y de dentro afuera, tengo la dolorosa sensación de que todo se descompone. Por ejemplo, visito con más frecuencia el WC. Duarte no paró de recordarme, supongo que con la intención de consolarme, durante todo el vuelo hasta el aeropuerto de  Frankfurt Hanh que, el autobús que nos llevaría hasta Frankfurt de Main, cien kilómetros más hacia el este, esperaría a los retrasados de Gerona. Los alemanes, me dijo, cuando volví de mi segunda visita al WC, son gente seria. Hay cosas que hay que oír muchas veces, como pensamientos o reflexiones que hay que leer cada día, para lograr comprender su verdadero significado. No es cuestión de error o acierto, sino de alcance. Se alcanzan a comprender o no se alcanzan. Aproveché el momento de suspensión en el aire para volver a leer mentalmente una cita de José Luis Pardo, que decidí iba a ser el santo y seña para moverme entre las instalaciones que me esperaban en la Documenta 14 de Kassel. Se lo comenté a Duarte y le pareció bien, imagino que también en su firme voluntad de que no me alterara más de lo que ya estaba. Me dijo, sin levantar la vista del libro de Vila Matas del que le quedaban por leer las últimas páginas, que le parecía que la novela era, en sí misma, una instalación exterior al propio marco geográfico de Kassel, donde se ubicaban todos los contenidos de Documenta 14. Leer la novela, me advirtió Duarte, está siendo para mí el mejor anticipo de la visita que me espera en la ciudad alemana. La cita de Pardo dice así : “Uno no ingresa en el mundo si no es a través del lenguaje. Uno no sabe exactamente lo que está pensando hasta que no lo dice, y cuando lo dice, no solamente ocurre que lo estás diciendo, sino que hay otro que te escucha y otro que te tiene que entender". Ya sé que los predicadores de la educación y la moral imperante son muy dados para que le salgan las cuentas - que no son otras que seguir siendo imperantes cuando más años mejor - a meter el bisturí entre el mundo y el lenguaje con que quieren que sus feligreses y consumidores dependamos del mundo que predican. Son muy dados, para que  entiendas el engaño, a no hacerse cargo de lo que dicen, ni de las consecuencias de lo que dicen. Según ellos, el mundo va por un lado y el lenguaje que utilizamos, al tratar de comprenderlo, por otro. Y así debe seguir siendo por los siglos de los siglos, amen. Debería andar con cuidado, pues por lo que oí a Duarte sobre su lectura de Vila-Matas, además de la que yo estaba haciendo, Kassel no es que no invite a la lógica fisicomatemática, qué otra podría ser, sino que no me iba a invitar al sosiego, si me tomaba en serio lo que allí se me ofrecía en cuestión de horas. 

jueves, 21 de septiembre de 2017

EL MISTERIO DE LA VIDA Y EL ARTE

Quien me acompañaba en esta aventura, que a partir de ahora llamaré Duarte - María Duarte -, tuvo claro desde el primer momento que la primera etapa del viaje iba a tener lugar en el reducido ámbito del aeropuerto. Es allí donde empiezas a sentir la ruptura de la rutina en dos mitades. Por un lado la de cómo en casa en ninguna parte y, por otro, la de elevarte en cuerpo y alma al mismo tiempo, cuando, si se da el caso, sean los sueños de la razón los que intentan esos desplazamientos. Al cuerpo por sí mismo no le interesa otra cosa que tener los pies en la tierra. Esta primera etapa que discurre dentro del ámbito de aeropuerto nunca sabes lo que va a durar, pues está repleta de tiempos muertos, en los que lo mismo vale la idea de volver a empezar de nuevo como la del eterno retorno de lo igual. O lo diferente, si tienes un día más imaginativo. El caso fue que hicimos la primera cola - esta es una de las actividades que mejor definen esta primera etapa en el aeropuerto - en el mostrador de facturación correspondiente, acompañados como siempre con el temor de que las alforjas, para entendernos, las maletas de los cicloturistas, pesaran más de lo que habíamos contratado a la hora de comprar los billetes. El miedo es otro de los componentes que irrumpe con toda su fuerza en esa ruptura de la rutina aludida. De repente, sin saber muy bien el por qué, empiezo a tener miedo por todo. Aunque diagnosticar de urgencia que es debido a la ruptura de la rutina es un consuelo igualmente para salir del paso, no para saber lo que me pasa, y menos para saber qué hacer con ello. Al final todo salió como había previsto la báscula de casa, pero es el que miedo no entiende la lógica de las asociaciones de sus números. La segunda cola de esta primera etapa - la del control del cuerpo de los pasajeros y sus ocultas pertenecías - la superamos sin ningún incidente reseñable. Como el miedo, los pensamientos de aquellos no son detectados por los aparatos con que registran los funcionarios aeroportuarios. Cuando nos disponíamos a ponernos a la tercera y última cola, antes de subir al avión, saltó en la megafonía primero y luego en las pantallas lo no deseado pero no por ello inesperado: el retraso del despegue de casi una hora. La primera parte de esta etapa inicial se alargó, lo que dio paso a la angustia por cómo pudiera concluir en la meta final: Frankfurt de Meno, teniendo en cuenta que el avión tenía previsto aterrizar a cien kilómetros de distancia, siendo un autobús el que cubriría, vía terrestre claro está, esta segunda parte de la primera etapa. En fin, que visto lo visto y oído lo oído, Duarte se puso a leer el libro “Kassel no invita a la lógica”, la novela que Enrique Vila-Matas escribió sobre la muestra Documenta 13, celebrada en la ciudad alemana de Kassel en el año 2012. No en balde, la segunda etapa de nuestro itinerario se iba a desarrollar íntegramente en esa ciudad alemana, donde pensábamos contemplar, y en su caso interesarnos o desconcertarnos, la Documenta 14 que se celebraba este año, cinco años después de la anterior como manda el reglamento de los organizadores. 

Una vez que asumí el retraso pensé que la cosa no era tan disparataba como el miedo y la angustia me estaban haciendo creer. Según las páginas que yo llevaba leídas del libro de Vila-Matas, ¿cómo decirlo?, no es que la vida sea un asunto del que se ocupa el arte, como del pan se ocupan los panaderos, o del dinero mundial los hombres de Davos, sino que más bien, al menos en la Documenta de Kassel, la vida y el arte durante los cien días que dura la muestra forman un extraño, pero bien avenido, matrimonio. Una idea y una emoción que deberán andar su camino hasta el examen final, en una nueva muestra de aquí a cinco años. Eso es lo que íbamos a intentar averiguar.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

UN ESTADO MENTAL

El periplo cicloturista de este año tenía un preámbulo y un adjetivo, sino contrarios, digamos, si contradictorios. El preámbulo se llamaba la Documenta 14, la muestra de arte contemporáneo más grande del mundo, que se celebra cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel. El adjetivo, Romántica, pues así han calificado las autoridades culturales alemanas a la ruta cicloturista más antigua de las muchas que atraviesan la geografía del país germano. Ruta Romántica o Romantische Strasse. Al arte contemporáneo me gusta más llamarlo actual, pues las pinturas de las cuevas de Chauvet, por irme muy hacia atrás, me parecen contemporáneas, por ejemplo, de los vídeos de Bill Viola, uno de los creadores que exponían en Documenta 14. Respecto al calificativo romántica, no es que se refiera a una época histórica ya pasada - algo que hoy todo el mundo acepta -, sino que cada vez acompaña con menos significado a una manera de ser - algo de lo que todavía a muchas personas les cuesta desprenderse. Romántico, para entendernos, se ha convertido en un significante vacío que todo el mundo, empresas y particulares, precisamente por su insignificancia utilizan como una marca más tanto para un roto como para un descosido. Sin embargo, en el caso de la Romantische Strasse, si quisiera destacar la relevancia del momento de su fundación por los hechos que la acompañaron. La construcción de esta ruta ciclista vacacional fue idea, cito de forma resumida, de los americanos que vivían en Europa en los años 50, para devolver, citó literalmente, “la alegría de vivir” a la población después de la colosal catástrofe reciente de la Segunda Guerra Mundial. Supongo que en aquel entonces el calificativo “Romántica” denotaba y connotaba, como ninguno otra, esa inmensa necesidad que todos los supervivientes de la gran carnicería tenían de volverle a coger el pulso a la vida, después de tanto horror y muerte que los había sumergido en lo más hondo de unas tinieblas nunca antes vistas. 

No solo es compasión, sino, sobre todo, comprensión de lo que está ruta hoy significa, casi setenta años después de su fundación, en la Europa actual, cuya alegría de vivir no es ya una necesidad que surja de la miseria y el dolor sufridos, sino de una superabundancia no siempre vinculada al esfuerzo personal y colectivo. Y sí mucho a la piratería y la corrupción personal y colectiva. Una Europa en la que, no sintiéndonos herederos directos de quienes padecieron aquellas penalidades, los europeos de hoy tendemos a creer nos merecemos por méritos propios. 

martes, 19 de septiembre de 2017

SOBRE LA CREATIVIDAD

No hay nada ahí afuera de nuestra intimidad o mismidad, llámalo como quieras, que pueda ser visto si no entra en acción una particular configuración de la manera de percibir, hecha a base de experiencia y a base de cultura. Y acompañada de valor, coraje, humildad y honestidad. La creatividad, por tanto, se aprende, no es un don especial que Dios otorga a los elegidos. Se aprende a cualquier edad, pues va ligada a la vida. Y no se inocula por metempsicosis o mediante invocaciones o adhesiones febriles. Y lo hace fuera de las estructuras jerárquicas oficiales del sistema al que llaman educativo.La creatividad es un viaje de conocimiento y de reconocimiento. Lo puedes profesionalizar y convertir el viaje en una carrera. O lo puedes acompasar con el hecho de vivir y convertir esa experiencia en un camino. En el primer caso te llamarán artista, y si tienes suerte y atinados contactos te darán premios. En el segundo caso solo te llamarán por tu nombre y el único honor que te espera es encontrarte con alguien que camina como tú y a tu lado. El talento, ay el talento. Sin duda el talento existe, y corre por igual en la carrera que en el camino. Que solo se sepa del que surge de aquella es debido a nuestra fe en la “Historia con mayusculas”, no a la envergadura del talento en las “historias con minúscula” que acontecen en éste. Ese culto al arte como cita o documento históricos, y la renuncia a labrar nuestro propio camino creativo, es lo que a la larga nos ha convertido en la Republica Mercantil dominante en meros consumidores del arte y de la cultura, con que ahí se comercia como una mercancía más. Nadie lo ha explicado mejor que el escritor húngaro LASLO F. FÖLDENY en su libro cuyo título es suficientemente elocuente de lo que digo, “DOSTOYEVSKI LEE A HEGEL EN SIBERIA Y ROMPE A LLORAR”. Te recomiendo su lectura para desmitificar, de una vez por todas, la unión indisoluble del artisteo y el talento. Son asociaciones de matriz romántica que todavía runrunean con eficacia en nuestra conciencia. Liberados así, nos podremos enfrentar a la pregunta que nos mueve a iniciar nuestro camino creativo, ¿que me hace a mi sentir lo que veo o lo que toco o lo que oigo o lo que gusto o lo que huelo? En fin, ¿qué me hace pensar lo que siento? O de otra manera, ¿cómo y en qué medida le abriremos espacio a todo ello en nuestra imagen del mundo actual y en nuestra sentimentalidad?

lunes, 18 de septiembre de 2017

TIME 100 PHOTOS

Una mirada hacia el más allá y 99 fotos del más acá, incluida la de la luna. Como no conmoverme, una vez más, ante la efigie del Cristo argentino cubano. Al igual que con el Cristo de Galilea y toda su corte de santos y diablos dentro y fuera de las iglesias y catedrales, las otras 99 fotos, que nos ofrece la revista Time como las más influyentes, aparecen, no con un papel secundario en su bella significación individual en el más acá, pero si para resaltar en conjunto la segura y elevada mirada de Che Guevara hacia el más allá. Pues el Cristo de Galilea y el Cristo argentino cubano resumen la contradicción humana entre nuestro insaciable deseo y la inaprensible realidad donde vivimos. Advirtiéndonos, así, a los últimos románticos del presente, que la nostalgia ya no debe ser lo que fue si queremos llegar a algún sitio con sentido en el futuro. No olvidemos, además, que tanto el Cristo de la cruz como el Cristo de la boina con estrella de cinco puntas son los mitos más comercializados en todo tipo de soportes en la República Digital Mercantil a la que no sabemos dejar de pertenecer, con desigual fe y maña, cada día.