martes, 2 de octubre de 2018

FAMILIA, ESCUELA Y MUNICIPIO

Sentirse vigilados por parte de los vecinos en general, y de los padres de los alumnos en particular, es la principal objeción que pone el claustro de profesores de la escuela del municipio burgalés de Covalabarca para abrir su actividad a la propia que en paralelo tiene el pueblo. La escuela está situada sobre unas tierras que forman un promontorio, un pequeño altiplano, desde el que se divisa todo el perímetro del pueblo. La única competencia respecto a esta perspectiva vine del campanario de la Iglesia. Lo que en su día, hace ya más de cien años, fue una encarnizada lucha, según cuentan las crónicas locales, entre las facciones que estaban a favor de que el clero continuase su influencia sobre la escuela (y, por tanto, se oponían a la construcción de la escuela a semejante altura) o las que exigían su laicidad inmediata (de ahí el significado de su construcción en el promontorio), que se saldó con el triunfo de estos últimos, se ha trasladado hoy, de una forma más civilizada si se quiere, consejo escolar mediante, al enfrentamiento que mantienen los profesores con los padres de los alumnos y el resto del vecindario. Los primeros defienden que la escuela siga donde está, mientras que los segundos abogan porque sea de nuevo construida en unos terrenos en el centro del pueblo, que la diputación provincial ha liberado para fines culturales o educativos. La presidenta del consejo escolar y también de la asociación de padres y madres, Matilda Iniesta, está convencida que la vida en el aula y en el hogar y en las calles del pueblo son una y la misma cosa. El director de la escuela, Daniel Horcajo, para no espetar en las reuniones del consejo escolar que no quieren que metan las narices en los asuntos de escuela ni los padres ni los demás vecinos, argumenta que no tienen mas presencia en el pueblo debido a un problema de logística, pues no tienen cuidadores suficientes que se encarguen de los alumnos en los desplazamientos de arriba a abajo y viceversa; de esta manera desvía la responsabilidad al Ministerio de Educación o a la Consejería del ramo de la comunidad autónoma. La antigua dicotomía entre los estamentos clericales y los laicos por el modelo educativo más conveniente a impartir, se ha desplazado en la actualidad al ámbito exclusivo de la laicidad. Es como si desaparecido el diablo, encarnado en los frailes y monjas de las diferentes congregaciones religiosas, que siguen a lo suyo perfectamente concertados bajo el amparo estatal, lo que ha quedado a las claras para los vencedores, el ejército laico, es que el problema no era que dios impedía una educación sin sotana, sino la necesidad de tener un chivo expiatorio contra quien disparar desde la cajita de su laicidad. La cual es una realidad objetiva, según sus firmes defensores profesores, padres y administración, que nos preexiste y como tal es incuestionable, aunque, a la luz de la experiencia, no sea tanto para cambiar el modelo educativo como para garantizar el sentimiento de pertenencia que a todo ser humano le urge cumplimentar en todo tiempo y lugar. La única base empírica que tiene todo este embrollo es que la antigua guerra educativa persiste, pero ahora es civil entre la comunidad educativa laica, la cual, como todas las guerras civiles, tiene una difícil salida en son de paz. Hoy como ayer, escuela, familia y municipio aparecen, después de atravesar el largo peregrinaje de las múltiples renovaciones pedagógicas democráticas, revestidas con un extraña escafandra a medio tejer entre el espantajo fallido de estos cuarenta años de democracia y la necesaria esperanza de llevar a cabo la realización consciente de un ideal de educación, en el que tengan cabida todos los que ocupan cada una de las tres instituciones mencionadas. Un ideal que otorgue mayor importancia a la fuerza inherente de la educación y a la formación de la conciencia ciudadana que a las prescripciones escritas.