viernes, 29 de junio de 2018

IDEAL O UTOPÍA

Gerardo Iniesta hace tiempo que lleva pensando que frente a los profesionales del mal, cuyo aprendizaje es celosamente cuidado y subvencionado en las escuelas de odio y fanatismo que para tal fin existen repartidas por el mundo, solo se oponen algunos aficionados del bien sin preparación y organización alguna. No tiene nada que ver con el maniqueísmo, me dice, sino más bien con un ideal universal de justicia (y del ejercicio de la libertad) que parece desaparecido de la faz de la tierra, o, al menos, que parece encubierto detrás de utopías generacionales que se presentan como nunca antes existentes o de perfil adánico. Así como los profesionales del mal siempre dirán a sus feligreses que lo que pretenden es hacer el bien, los aficionados del bien son estrictamente literalistas en sus declaraciones y nunca aceptarán algún rasgo del mal en sus declaraciones. De esta manera, únicamente acaban siendo buenistas. Tanto en un caso como en el otro, son formas de acomodarse en el mundo fruto del hábito de estar bajo el influjo de la misma y única lente, que solo enfoca hacia lo que se ve. ¿Qué les falta a los buenistas y a los profesionales del mal, que no dudan en adscribirse al nuevo optimismo de Pinker con el mismo entusiasmo de quien compra un décimo de lotería? Un ideal general, dice Iniesta, que está por encima de los particularísimos de las personas y las cosas, y que, paradójicamente, proviene de sus esencias. Cuando nadie se hace cargo de enseñar este ideal esencial, lo que aparece es la lucha a muerte entre los particularísimos que desgajados quedan fuera de toda órbita a la deriva. Es entonces cuando a cualquiera de esos particularismos le podemos llamar el bien y al otro el mal, o como nos pete en cada época. Todo dependerá ya de los oportunistas y de su propaganda avispada. Pero ya es lo mismo, son significantes vacíos destinados a precipitarse en el abismo del enfrentamiento perpetuo. Werner Jaeger nos advierte que ese ideal esencial es algo que forma parte del fundamento primordial de nuestra cultura occidental, y que únicamente se trataría de salir a su encuentro a corazón abierto e incorporarlo a nuestra maltrecha casuística de objetos no identificados colisionando unos contra otros en la vorágine mediática del presente. Y es que el mundo de lo esencial, por su densidad y profundidad, queda fuera del alcance de los medios digitales. Como dice José Luis Pardo, los medios digitales son la prueba de que existe en su exterior un mundo inimaginable, donde es posible tratar con las personas y experimentar las cosas. Las imágenes de los medios digitales no son, imaginan, apunta Pardo. Por su parte el escritor alemán, respecto a lo mismo, lo dice así en su obra Paideia, “La obra de Homero está en su totalidad inspirada por un pensamiento «filosófico» relativo a la naturaleza humana y a las leyes eternas del curso del mundo. No escapa a ella nada esencial de la vida humana. Considera el poeta todo acaecimiento particular a la luz de su conocimiento general de la esencia de las cosas. La preferencia de los griegos por la poesía gnómica, la tendencia a estimar cuanto ocurre de acuerdo con las normas más altas y a partir de premisas universales, el uso frecuente de ejemplos míticos, considerados como tipos e ideales imperativos, todos estos rasgos tienen su último origen en Homero. Ningún símbolo tan maravilloso de la concepción épica del hombre como la representación figurada del escudo de Aquiles tal como lo describe detalladamente la Ilíada” Gerardo Iniesta convocó a sus clientes y lectores el día 15 de abril de 2018, a las 20 horas, para la presentación del libro de Steven Pinker, en los sótanos de la librería La Naúsea. El acto lo organizó aprovechando la estancia del profesor Arias en la capital por asuntos de índole académico. En la mesa se sentaron el editor de la versión española de la obra de Pinker, el profesor Arias y Gerardo Iniesta. Hechas la presentación por el librero Iniesta, el editor justificó la necesidad del libro de Pinker en un momento histórico de fuerte predominio del cinismo y la decepción. Por su parte, el profesor Arias quiso destacar que “ninguna utopía de nuevo cuño podrá jamás resolver el problema fundamental de la creencia utópica: su convicción de que los seres humanos podrían converger alrededor de las mismas creencias, que habrán de mantenerse, además, alineadas de manera indefinida en el tiempo. La utopía contiene así su propio utopismo: el sueño de la unanimidad humana, la posibilidad de que una sociedad pueda organizarse a partir de un puñado de valores más o menos cerrados inmunes al cambio sobrevenido.” Fue en el turno de palabras cuando uno de los asistentes quiso hacer la diferencia que, a su entender, existe entre ideal y utopía. Entre la foto fija de la segunda y el instrumento para defender el bien (sic) del segundo.  Entre la vocación teleologica y colectivista de la segunda, y el carácter individual y pragmático del primero. La humanidad del ser humano no es algo que falte y tenga que venir de la mano de un espíritu sobresaliente, esta en la esencia de cada miembro de la especie. De lo que se trate es de que no se degrade en cada uno de nosotros, por qué se acabará degradando en toda la especie. El ideal es subjetivo y dinámico, buscando hacer comunidad crítica. La utopía es colectivista y estática, buscando hacer masas acríticas.

jueves, 28 de junio de 2018

NUEVO OPTIMISMO

A la librería de Gerardo Iniesta acaba de llegar el último libro de Steven Pinker, “En defensa de la ilustración”, editorial Paidos. Al hilo de esta novedad editorial el profesor Manuel Arias Maldonado dice en una entrada de su blog semanal, “No es este el lugar de discutir en profundidad las tesis del llamado «nuevo optimismo», sino de traer a colación un conjunto de datos incontestables que permiten sostener la idea de que la sociedad contemporánea tiene mucho de utopía exitosa si la miramos con los ojos de un pasado anterior a la Revolución Científica y, sobre todo, Industrial. ¿Quién podía pensar que la expectativa de vida, que era de treinta y cinco años en 1750, se situaría globalmente en 71,4 años en 2015? ¿Quién podría suponer que esa mejora general incluye un aumento de diez años entre 2003 y 2013 en un país como Kenia? En Gran Bretaña, los cuarenta y siete años a los que se moría de media en 1845 han pasado a ochenta y uno en 2011. ¿Podría alguien allá por el siglo XIV siquiera concebir que entre 2000 y 2015 descenderían un 60% las muertes causadas por la malaria? ¿O que la malnutrición pasase de afectar a un 50% de los habitantes del planeta en 1947 a un 13% hoy, aun habiendo aumentado la población total? Por no hablar de la evolución del PIB planetario, que se triplica entre 1820 y 1900, y vuelve a triplicarse, a continuación, en veinticinco años primero y treinta y tres después; todo ello mientras la extrema pobreza ha pasado del 90% a sólo el 10% en doscientos años. También han aumentado el gasto social, que corresponde de media al 22% del PIB de los países de la OCDE (mientras que está en el 2,5% en la India y el 7% en China), el número de democracias y la igualdad de género; se ha restringido considerablemente el empleo de la pena de muerte y ha aumentado la tolerancia hacia las minorías. No se trata de logros inmodificables, ni podemos excluir la barbarie o la catástrofe: hacerlo sería incurrir en eso que hemos denominado «concepción infantil» del progreso humano. Pero si la utopía es producto de la insatisfacción con la realidad, el anhelo contemporáneo de utopía tiene algo de desconocimiento de la realidad.”  Me parece oportuno fijarnos en la larga lista de logros indiscutibles que ocupan casi toda la cita del profesor Arias Maldonado en contraste con el contundente misterio, no confundir con suspense, con que la cierra, como si dijera ¿y a partir de ahora qué?, repito: el anhelo contemporáneo de utopía tiene algo de desconocimiento de la realidad.” ¿Valdría decirlo con otras palabras, con permiso de los nuevos optimistas que siguen a Pinker?, a saber, el progreso ininterrumpido de lo visible desde hace trescientos años nos ha conducido al desconocimiento de lo invisible. O también, hemos ganado en salud y bienestar para el cuerpo, pero hemos perdido el alma. O, al menos, intuimos que está en paradero desconocido. Gerardo Iniesta, librero ontológico, cuya librería la Nausea es la única de su distrito que ofrece un fondo de libros no sujeto a los vaivenes del mercado, piensa que eso es lo que significa la última frase de la cita del profesor Arias Maldonado. Durante trescientos años hemos caminado cojos, o apoyados únicamente en la muleta de lo material, visible, medible, contable, etc., cuyo colofón es el Dataismo digital vigente o el juego interminable con las muñecas y con la peonza. La cuestión es, por tanto, doble, ¿podemos recuperar el alma? o, si la damos por perdida, ¿podemos construirla de nuevo? Pero, a estas alturas de la humanidad tecnificada, ¿sabemos lo que es el alma? ¿Podemos decir con Arias Maldonado que es la nueva utopía (y también el nuevo optimismo, robándole así el término a los pinkerianos) que lleva incorporada, a diferencia de las utopías tradicionales, el no saber nunca del todo, por decirlo así, de que trata el objeto utopizable? Sea como fuere, lo que sí parece cada vez más evidente, dice Iniesta, es que hay un acomodo de quienes habitan el mundo ante la ignorancia consentida de lo que no es visible. Aún así, quiere presentar el libro ante los lectores, muchos de los cuales son clientes de su librería. Pero, ¿cómo hacerlo? Teme por encima de todo, como decirlo, su vanidad edulcorada. ¿Que es eso? Ni mas ni menos que lo siguiente, dice. Al mismo tiempo que se desarrollaba el progreso indudable que pregonan los datos aludidos por Arias Maldonado, ha ido creciendo un progreso moral de más dudosa honradez y veracidad. Los individuos de las naciones occidentales de los últimos siglos han vivido con arreglo a la creencia -inconsciente y dogmática- de que existía un sistema como una realidad objetiva (lo que Iniesta llama, la cajita) a la que había que conformar el modo de estar en el mundo, las estrategias de supervivencia o de vida, las decisiones, la moral o la ética e incluso el relato biográfico que cada cual hacía de sí mismo. O sea, que vivimos más, pero no sabemos por qué lo hacemos, pues alguien ya lo ha pensado por nosotros. Hemos progresado, cierto, pero sin preguntarnos nunca por el por qué de ese progreso. O sea, como dice Berger, no hemos aprendido a explicar a los otros, ni a nosotros mismos, lo que sentimos con lo que hacemos. Sencillamente no lo hemos creído necesario. En caso de emergencia en la cajita ya están previsto los servicios de técnicos o especialistas para tales casos. La clave de la presentación del libro de Pinker, al decir de Iniesta, está en el eslogan que elija. Si sigue la traza que han abierto las editoriales, tanto la inglesa como la española más los comentarios de los críticos afines, tiene claro que la etiqueta no puede ser otra que Nuevo Optimismo. Lo que quiere, sin embargo, es quitar a la locución la patente de un único significado posible y a sus dueños, que son quienes promocionan el libro, sus derechos de propiedad abasoluta sobre la misma. El optimismo no puede ser verdaderamente nuevo si actúa sobre lo mismo, es este caso sobre lo que ya está mil veces visto desde hace trescientos años. El  nuevo optimismo debe nacer a partir de poner la mirada sobre lo que siempre ha sido tratado injustamente como fuente de sospecha de todo lo contrario. En este sentido la utopia vuelve a ser algo deseable, pero no ya como una misión de un puñado de iluminados que sin que nadie se lo haya pedido se ponen al frente, sino como el anhelo de una visión de quienes aceptan su ceguera de partida (su no saber) la cual es también el impulso común que los hace ponerse en un camino que ha de ser de experiencias compartidas. Como no puede ser de otra manera, Gerardo Iniesta, ha pensado en el profesor Arias Maldonado para que sea el protagonista del acto.

miércoles, 27 de junio de 2018

RENDIDORES DE EXÁMENES

Paulino Ordovás dice que nunca será un buen lector pues le cuesta aceptar sus limitaciones. Aunque esta confesión sólo la admite si la dice él cundo quiera y quien quiera. De ninguna manera tolera que se lo diga otro sin previos aviso, aunque nunca Sean con esas palabras. Basta que él lo interprete así. Que sea la lectura lo que logra ponerlo delante de aquellas limitaciones, o como le guste denominarlas a Ordovás, haciéndolas visibles de paso, da una idea de la capacidad que tiene esa actividad para rasgar los velos de la apariencia. Tal vez Ordovás se apunte a todos los clubs de lectura y demás actividades culturales que tiene a su alcance, como una manera de ahuyentar los efectos no deseados de semejante incompetencia. Pero cualquier se lo dice. Como en la mayoría de los otros lectores o asistentes a los eventos culturales el problema deviene de la alfabetización escolar y de loa aires de suficiencia que ha impuesto, que hoy ya forman parte de la sociedad a la que pertenecemos y del lenguaje que en ella utilizamos. Durante ese periodo en la escuela pasan más cosas que aprender y vomitar contenidos. Pero nos hemos acostumbrado a que nadie se haga cargo de ellas. La vocación de los maestros y profesores solo se puede plasmar a través de los dispositivos institucionales, y estos acaban por traicionarla y degradarla, convirtiendo su profesión y el aprendizaje de los alumnos en las dos caras de una misma moneda cuyo nombre evoca la última distopía: rendidores de exámenes. A la larga, pareciera que fue peor el remedio de la alfabetización que la enfermedad del analfabetismo. Si aprender a leer y a escribir no sirven para ser capaz de expresar lo que uno siente, ¿de qué vale tanto esfuerzo y dinero? La lectura del Quijote, último club de lectura al que se ha apuntado Ordovás, lo está poniendo ante algo que creía perdido, su capacidad de asombro. Acostumbrado a la literatura de los titulares como algo natural, al igual que la salida del sol cada mañana, las aventuras de Don Quijote y su fiel escudero las percibe como si fueran una antinoticia, que es la manera con que Ordovás denomina a la literatura. No son inevitables, como lo pueden ser la salida del sol, la caída de la niebla o los titulares que recibe puntualmente en su móvil, pero desde la lejanía con que los observa deambular de un lugar a otro, encontrándose y desencontrándose con los individuos más inesperados y participando en la situaciones menos imaginables, le están  proporcionando la encarnación de una idea universal que hace palidecer por momentos a la rutina del sol, la niebla o los titulares. Contra su voluntad, Ordovás se siente extraño. Es como una aparición que no sabe cómo encajarla en el mundo mejor trabado de apariencias que ha conocido la humanidad. Lo que más sorprende a Ordovás es que Quijote y Sancho se tienen cogida perfectamente, y de forma recíproca, la medida. Es decir, que aunque parezca mentira los dos actúan desinteresadamente. Al contrario de quienes les salen al camino o en las posadas o castillos donde se alojan, que cada uno va a lo suyo. Y, por supuesto, al contrario de Ordovás que parece, al fin, adivinar lo que hay detrás del miedo a exhibir sus limitaciones. La obra cervantina se enfrenta así, probablemente sin quererlo, contra los dispositivos institucionales de la educación, que son los que, no solo aniquilan la vocación de maestros y profesores, sino que separan para siempre la ficción de la vida de los alumnos en el momento de su más intensa y feliz unión y complicidad. 

martes, 26 de junio de 2018

OLVIDO O RECUERDO

Cuando Paulino Ordovás vió en el tablón de anuncios de la biblioteca del pueblo donde vive, en el Valle de Aran, la convocatoria de un club de lectura sobre el Quijote, no podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Él, que se apuntaba a todos lo clubs de lectura, también se tenía que apuntar a éste. Volvió a leer la convocatoria para confirmar si la entrada era libre y gratuita, como era habitual. No, está convocatoria sonaba igual que las otras. Aunque se trataba más bien de un acto excepcional pensado, digamos, para académicos y especialistas en la materia quijotesca, para recordar y celebrar de paso los cuatrocientos años de la muerte de su autor, Miguel de Cervantes. Lo cual no le parecía nada mal, aunque sabía que la mayoría del pueblo no lo iba aceptar de buen grado. El olvido en que se fundamenta la sociedad massmediática reitera las imágenes no las repite para recordar, para seguir la huella, para dialogar con los muertos. Es mediante esa amnesia voluntaria, a través de sus heridas mal curadas, por donde entra el mal destructivo del diablo. ¿Por qué no el bien? Porque el bien sólo entra a través del recuerdo permanente y renovado de lo que ya pasó, para que no se repita aquello que no debió suceder nunca y si lo haga aquello que regenera la vida. Paulino Ordovás había leído el Quijote cuando estudio el último año del bachiller, y, digamos, a salto de mata, como diría Sancho, en otro par de ocasiones. En esta experiencia se había dado cuenta que la novela encierra una forma de saber y de pensar que no es lo que se entiende habitualmente por ello. Lo cual hace que solo pueda ser leída, hasta la fecha, de dos maneras posibles, a saber, la académica y la de los especialistas al amparo de las diferentes herramientas filológicas e historiográficas que han ido apareciendo desde su publicación, y la popular que no abandona la lectura original que en forma de charlotada tronada
que protagonizan sus dos principales protagonistas. ¿Como es posible que, cuatrocientos años más tarde, el Quijote si se lo merece no haya adquirido su normalización lectora? ¿Por qué sigue viva esa grieta que separa la lectura académica o especialista de la lectura popular? ¿Por qué, como sucede con todas las obras clásicas, Ilíada, Odisea, Divina Comedia, el lenguaje condiciona la entrada en el alma popular de otras épocas anteriores? Y, sin embargo, dice Ordovás, el ideal educativo o Paideia, tal y como lo entendieron los griegos y nos lo dejaros en herencia, está presente a lo largo de las páginas que dan cuenta de las aventuras del ingenioso hidalgo y su no menos audaz escudero. No en balde el narrador menciona en varias ocasiones a Homero como referencia indiscutible de todo propósito narrativo que se precie. Es fácil deducir, por tanto, las concomitancias que hay entre el viaje de Don Quijote y el de Ulises. Un viaje de ida, hacia el exterior del mundo, y otro de vuelta a casa hacia el interior del alma. ¿Es por esta obviedad eterna, ir hacia afuera para volver hacia dentro, por lo que decimos que tiene una actualidad inmarchitable? Pero, ¿quien habla así, sobre todo en momentos de conmemoraciones o aniversarios? Una vez más, los académicos y los especialistas que aprovechan los eventos que aquellos generan para poner al día sus herramientas filológicas e historiográficas. Y los lectores comunes, ¿qué decimos los lectores comunes? Bueno, está bueno. Y si hay pica pica mejor aún. La obsesión por no aparecer en público como un ignorante mantiene a Ordovás en un estado de vigilancia constante. Lo cual tiene una repercusión inopinada para él, y para quien lo observa y sigue su itinerario, el beneficio de la lucidez. No queriendo aparecer que no sabe, sin ser impositivo en ello, ha conseguido que le visite la lucidez por la puerta de servicio. Probablemente aceptar abiertamente que no se sabe y tratar de disimularlo con cortesía y humildad, bien míralo y mejor cuidado, ponen a las dos actitudes en el mismo camino de la sabiduría. Ahora que lo recuerdo, los diálogos de Platón son un toma y daca que con esa forma pretenden aquel propósito. Paulino Ordovás será un lector mejor o peor atinado, pero sabe en el mundo que le ha tocado vivir. Como da fe lo que le ha leído a uno de los más agudos lectores del Quijote, Andrés Trapiello, en un artículo mediante el que éste hizo su colaboración al cuatrocientos aniversario de la edición de la segunda parte del Quijote. Dice así, “¿Que cosas nuevas nos dice este libro? ¿En que clave lo leemos? Ha sido el siglo XX el de la construcción megalítica del yo. No se habrán visto yoes más desmesurados, imposibles, bulímicos que los que ha producido este siglo en la política, en el arte, en las finanzas. Ha sido un siglo de monstruos y gigantismos. Esa es la realidad hormigonada de los últimos cien años. La lección de Don Quijote es bien simple para nosotros. Frente al cosmopolitismo actual, Don Quijote no solo trabaja por ser lo que es en una inhóspita, mísera y reducida meseta agropecuaria, sino que ha de lograrlo desde el completo desinterés. Es decir, desde el anonimato. A ser nadie también se aprende, y tal es el sueño del hombre verdaderamente moderno: ser nadie, como Odiseo. No hay en Don Quijote, con toda su tremenda y colosal personalidad, un yo organizado y maquiavélico.” ¿Hay alma contemporánea suficiente para leer al Quijote más allá del interés propio de los académicos y especialistas? Estos ya saben renovar sus herramientas, pero ¿cómo renueva el lector su alma? De otra manera, ¿en qué medida, si eso es todavía posible, el ego megalítico actual puede dejar respirar al alma que encarcela? Mediante el olvido o mediante el recuerdo.

lunes, 25 de junio de 2018

BIENESTAR Y MALHACER

Tanto el librero Iniesta como el padre de familia y lector de arios clubs de lectura, Ordovás, son dos tipos que tienen en común que son miembros activos de la asociación de vecinos de su barrio, en el caso del primero y del pueblo, en el caso del segundo. Más bien por una refundación del antiguo instinto animal que por una sofisticación de lenguaje la asociación de vecinos del pueblo de Ordovás ha abierto, por decirlo así, tres frentes más que de lucha cabría decir de preocupaciones individuales y colectivas. Después de algunos intentos de llegar a un consenso, han decidido ponerles los siguientes nombre: la gregarización ascendente (entre los adultos), la batalla sin cuartel de las hormonas (entre los más jóvenes) y la desaparición de lo común (entre todos). Mirados con atención cada uno de estos frentes tiene que ver con los otros y, a su vez, todos tienen que ver entre sí. Es la consecuencia inevitable, parece ser, de un mundo en fermentación como el que nos ha tocado vivir. Un mundo cuyo horizonte, otrora ocupado por los más bellos ideales de bondad, justicia y libertad, se está corrompiendo a fuego lento a base de atizar las fuerzas más oscuras y destructivas que, no satisfechas con la aniquilación del continente europeo hace casi ochenta años, quieren volver a rematar la faena inacabada y destruir por fin el mundo. Con otras palabras, bajo el amparo y, como no decirlo, el chantaje del bien estar nunca antes alcanzado en estos últimos ochenta años está creciendo a sus espaldas su némesis, el malhacer igualmente nunca antes imaginado. No hace falta que hayan leído a San Agustín para que Ordovás y sus convecinos intuyan el alcance y la vigencia actual de la sabiduría de sus palabras pronunciadas en el siglo III de nuestra era, a saber, “si nadie me lo pregunta lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé.” El lenguaje fue el logro más importante del ser humano para superar la distancia que siempre ha existido entre el extrañamiento del mundo y nuestra necesidad de entenderlo y asimilarlo. Pero justamente ahora lo que entonces fue una hermosa conquista, que fijó la primera idea de solidaridad entre humanos a través de los mitos, leyendas e historias que surgieron a partir de ese primer impulso de comprensión del mundo, se ha convertido en una nueva manera de enfrentamiento. Aquello que nos sacó de la animalidad animal, las palabras, nos está metiendo en otra animalidad aún peor, la animalidad humana. Esa que surge de unos individuos inanes en su permanente algaravía e indignación, que lo único que esconden es esa impotencia de expresar lo que sienten con lo que hacen (“si me lo preguntan  y quiero explicarlo, ya no lo sé”),  derivándose de ella un miedo incontrolado a que aparezca repentinamente lo que por otra parte, y debido a esa herencia residual del uso del lenguaje, es presentido por todos, la destrucción de la vida y la convivencia tal y como hasta ahora la hemos entendido y razonablemente disfrutado. Paulino Ordovás, que es consciente de su banalidad pero también de que cualquier tipo de originalidad por su parte nacerá pegado o contando con aquella, ha propuesto a los de la asociación de vecinos la lectura compartida de las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Esas fuerzas destructoras que se presentan bajo etiquetas tan sobadas como capitalismo, tecnocracia, medios de comunicación controlados, empobrecimiento mental, creación de falsas necesidades, consumo desquiciado, etc., han preferido agruparlas bajo las tres locuciones ante mencionadas porque, al parecer de Ordovás y algún que otro vecino, debido a su evocación más claramente cervantina también las hacía más propias y apropiadas, dentro del itinerario existencial quijotesco donde querían adscribirlas, para poder entenderlas y asimilarlas mejor como fin urgente y prioritario. Parece claro que la frase de San Agustín tiene la virtud, para quien la pronuncia en voz alta y ante sus iguales, de diagnosticar y reconocer acertadamente el problema de los seres hablantes perfectamente alfabetizados. Una frase que no solo dicta sobre los  asuntos del alma, sino que pronunciada hoy señala los caminos del cuerpo que la alberga. Pues decir, como bien sabe Ordovás, que no me han enseñado a expresar lo que siento con una sonrisa en los labios y a continuación cruzarse de brazos, es la cabal definición del ser inane de la clase media actual que, paradójicamente, exige que le sorprendan a cada paso que da en su vida, ya sea en el amor, el trabajo, la moda o en su vida social. ¿Por qué la parálisis y la sonrisa? ¿Por qué ya está infectado, bien por convicción, los menos, bien por pereza y dejadez, la mayoría de las veces, por la avanzadilla de esas fuerzas destructoras que todos presentimos que nos cercan, pero que nunca sabemos cómo será el caballo de Troya mediante el que se introducirán dentro de nosotros y nos robaran el alma? La sempiterna sonrisa que lucen como marca de clase (media) a la que pertenecen es, entonces, ¿la coraza de tortuga que ya hemos construido de recambio ante el inminente y presentido vacío que se avecina? ¿No es, como hasta ahora se creía, un reflejo de plenitud vital de su bien estar derivado de su acertado buen hacer? Sea como fuere, lo que parece que ya no hay dudas es que esa sonrisa ya no tiene que ver con el entusiasmo que dicen que habita en el mundo que predican. K

viernes, 22 de junio de 2018

LA BANALIZACIÓN

Si, como dice Berger, las clases medias no saben explicar lo que sienten con lo que dicen y hacen en sus vidas cotidianas, da igual que esto sea lo que tiene que ver con su espuma que con sus hondonadas, ¿podemos seguir depositando en sus miembros - o sea, en todos nosotros - la confianza que necesita la realidad objetiva en la que creemos y entre todos sostenemos. Si uno repasa los momentos estelares de las revoluciones habidas, pongamos, la Revolución Francesa y la Revolución de Octubre (así, bien habilitadas con mayúsculas), comprende de inmediato el impulso original que las hizo posible: se trataba de luchar contra la pobreza y la ignorancia de la mayoría de la población (o del pueblo). Cambiar ese mundo de pobreza e ignorancia sería llevarlo a un lugar que aquellos visionarios creyeron era más verdadero que el que ocupaba en el momento del estallido revolucionario. Si lo miramos con honestidad el lugar que ocupa la clase media actual en las sociedades occidentales del bien estar debería dar por cumplido el ideal utópico que aquellas revoluciones propugnaron en sus dos asaltos, hace doscientos años (la revolución burguesa) y hace cien años (la revolución proletaria). Sin embargo, el malestar con que vivimos el presente desmiente ese hipotético cumplimiento revolucionario. Es como si la pobreza y la ignorancia de antaño hubiesen mutado ante el mayor poder adquisitivo y la perfecta alfabetización de que goza hoy la clase media. O dicho de otra manera, es como si la pobreza y la ignorancia fueran conceptos que no se agotan en su satisfacción material, sino que cumplida ésta viene a continuación lo más difícil e inaprensible, su satisfacción espiritual o inmaterial, que como tal modifica, a su vez, el orden mecánico de las prioridades. Ya no se trata de satisfacer primero una, la pobreza, y luego la otra, la ignorancia, sino que una vez erradicadas se funden y se vigilan y confunden mutuamente. De tal suerte que los índices de bienestar pueden ignorar o darle la espalda a los índices de sabiduría. Y viceversa. Las palabras de Berger y de Jaeger  lo único que hacen es advertir, el primero, que efectivamente el bien estar económico occidental se ha desentendido del mantenimiento y cuidado de la sabiduría, pues no se puede interpretar de otra manera que bien entrando el siglo XXI la mayoría de la clase media tenga a gala no saber expresar lo que siente con lo que dice y hace en su vida cotidiana; mientras que el segundo nos hace una propuesta para corregir esa deriva en que nos hemos metido, paradójicamente con el mar en calma chicha, nada mas salir del vendaval de la pobreza y la ignorancia más letales, es decir, nos propone volver a cómo entendían estos asuntos de la navegación acompasada del cuerpo y del alma nuestros antepasados, a partir de un uso acertado y armónico de la paideia y la mayeútica. Pues al final, de lo que se trata es de aprender a discernir, una vez que tenemos los bolsillos cubiertos, es que el problema de la ignorancia de los miembros de la clase media de nuestros pecados no es que tengan la cabeza hueca: por el contrario, está llena de cosas, prejuicios, datos de todo tipo, opiniones sin fundamento, tópicos, modelos aprendidos, sino que a eso lo llamen conocimiento o sabiduría sin despeinarse. ¿Por qué le cuesta tanto aceptar a Paulino Ordovás - miembro de pleno derecho de esa clase media de nuestros pecados y latitudes - que no sabe y que ese es el principio de toda sabiduría. La cotidianidad es un cúmulo de certezas a las que está anclado sin moverse.  Nunca duda de nada de lo que hace. Nunca piensa, solo opera y actúa dando por ciertas la funcionalidad de las cosas que hace. Donde sino que en la asociación de padres y madres de la escuela de sus hijos y en los clubs de lectura a los que está adscrito podría decir, basta ya, me paro y pienso sobre lo que hago. Sin embargo, no es así. En los correos que envía el coordinador de los clubs de lectura todo es aquiescencia y bonhomía. En los intercambios que se hacen los miembros del grupo de washapps de la asociación de padres y madre todo son discrepancias y mala baba. Ordovás estudió ingeniería aeronáutica en la universidad politécnica de Madrid. Desde entonces arrastra un complejo de banalidad que vive permanentemente adosado a su vida, a pesar de haberse dedicado a tareas de esas que otorgan un prestigio de máxima aceptación social. Por ejemplo, participó activamente en varios de los programas de la Agencia Aeroespacial de la Unión Europea Europea. Antes de dejarlo todo e irse con su familia al Valle de Aran, participó en un seminario sobre el pensamiento antiguo. Allí entró en contacto con Platón y con su mundo de las ideas. Oyó por primera vez que la verdad es, en última instancia, algo que se ve porque es una imagen, que es lo significa idea. Cogió la argumentación por los pelos, lo suficiente para que no se le olvidara y le sirviera para luchar contra el malestar que lo atosigaba y que lo alejaba de la felicidad, por su obsesión adquirida de perseverar en la entereza técnica a que le obligó la puesta en práctica de su profesión aeronáutica. Ha llegado a entender que esa entereza lo mantenía en pie, pero detrás de la coraza de tortuga que lo acompañaba y que le impedía inclinarse hacia algún lado. No otra cosa es, al fin y a la postre, la banalización e indiferencia del mundo y de sí mismo, de las que al día de hoy sigue huyendo.

jueves, 21 de junio de 2018

COMPETITIVIDAD DEPORTIVA

A parte de su condición de lector de varios clubs de lectura Paulino Ordovás está felizmente casado con Adela Montemayor con la que tiene dos hijos, Raul y Elisa, en edad de la educación primaria. Nunca hemos tenido la oportunidad de poder vivir y pensar bajo la influencia de algo parecido a un ideal educativo universal. Un ideal que esté por encima de las coyunturas políticas o culturales, con su sempiterna tentación al jolgorio pirotécnico en cualquiera de sus manifestaciones. Metidos de coz y hoz en la sorprendente y a la vez fútil actualidad, como no, lo digital sería la recámara donde se refugia la imposibilidad de darse, o acontecer, que tiene el alma moderna que implosiona así en forma de paquete enlatado, y lo deportivo como el ámbito abierto para que se dé la explosión absoluta de un cuerpo, que queda fuera de los parámetros con que lo imaginó Epicúreo en la antigüedad, a saber, como una forma de pensamiento supeditado a la sensibilidad pues en eso consiste, al fin y al cabo, el goce de la vida. No en emborracharse cada fin de semana o en dar siete veces la vuelta al mundo por el simple hecho de que técnica y económicamente puedo hacerlo. El caso es que a Paulino Ordovás sus habilidades de lector múltiple (de varios clubs de lectura) no le dan para discernir sobre el significado diferente que tienen sus asistencias semanales a la biblioteca para compartir la lectura de turno y el de tener que llevar a sus hijos a las actividades extra escolares que, vaya por dios, se encuentran tanto en el caso de Raül como en el de Elisa dentro del ámbito deportivo. Fútbol, como no, para el niño, patinaje en el de la niña. Lo que quiero decir es que si Paulino Ordovás es, junto a la concejalía de cultura del pueblo donde vive, un firme defensor del populismo cultural en el sentido que lo contaba en el escrito de ayer, pero en lo que se refiere a la educación y, más en concreto, a las actividades extra escolares es un defensor contundente y convencido de la feroz competencia propia de lo deportivo, en inequívoca alianza, como no podía ser de otra manera, con la concejalía de educación y con la asociación de padres y madres de la escuela (los grupos de progenitores en las redes sociales, a parte de echar humo durante toda la semana, tienen al final la última palabra), la dos del mismo pueblo donde vive Ordovás. La falta de un ideal educativo universal perfectamente pensado para que sea absorbido, yo diría incluso que confundido, con el proceso de alfabetización de la clase media actual, hace que no se note la ausencia de una imagen de vida heredado por quienes nos han precedido en la existencia. Una imagen de vida que permita celebrar la herencia recibida como condición de posibilidad inexcusable para que el heredero aprenda a hacer lo propio y trasmitirla con igual entusiasmo a sus descendientes. Así lo entiende Jaeger cuando en su Paideia analiza la importancia que tienen los poemas homéricos como imagen de vida trasmitida de generación en generación entre los griegos antiguos y, si así lo leemos, vale también como una manera de empezar a aprender esa imagen de vida que necesitamos más que nunca  los europeos modernos. “La tragedia que encierra el hecho de que Aquiles se resuelva a ejecutar en Héctor la venganza de la muerte de Patroclo, a pesar de que sabe que tras la caída de Héctor le espera, a su vez, una muerte cierta, no halla su plenitud hasta la consumación de la catástrofe. Sirve sólo para enaltecer y llevar a mayor profundidad humana la victoria de Aquiles. Su heroísmo no pertenece al tipo ingenuo y elemental de los antiguos héroes. Se eleva a la elección deliberada de una gran hazaña, al precio, previamente conocido, de la propia vida. Todos los griegos posteriores concuerdan en esta interpretación y ven en ello la grandeza moral y la más vigorosa.” En efecto, Aquiles deja a la posteridad una imagen de vida que llega hasta los momentos de lectura silenciosa y populista, y competitividad bulliciosa y aguerrida, entre los que discurre la vida de Paulino Ordovás y los planes culturales educativos de las concejalías del pueblo donde vive. Una imagen que no es otra que el aprendizaje de la mortalidad, del que mediante esa combinación envenenada entre populismo cultural y competitividad educativa Paulino consigue no hacerse cargo. Su obsesión de no aparecer en público como alguien que no sabe o que pueda ser visto como un tonto, denota el miedo incontrolable e incontrolado que hay detrás de esa ofuscación, por otro lado, socialmente aceptable. 

miércoles, 20 de junio de 2018

POPULISMO CULTURAL

El concejal de cultura de un pueblo mediano del Valle de Aran cree que la cultura debe llegar a todo el mundo sin que medie obstáculo alguno en la consecución de tal objetivo. Es una visión que se inscribe en la tradición del utopismo clásico, en el que se presupone que un pueblo que accede a la cultura está en las mejores condiciones posible para obtener su liberación y, por tanto, la felicidad añorada. Todas las actividades que se organizan a lo largo del año desde aquella llevan inscritas de forma explicita en su metodología de ejecución este propósito. Nada de lo que se haga o se diga en el momento de ejecutar la actividad puede molestar ese ansia de felicidad que se supone viene a satisfacer quien se acerca a participar en la misma. Quien está al frente de la misma tiene órdenes expresas de la propia concejalía de cortar en seco cualquier intromisión en ese sentido distorsionador a que me refiero. Por otro lado, la concejalía de cultura entiende que cuantas más actividades haya mayores son las posibilidades de que los ciudadanos accedan a esa felicidad con la que todo el municipio está comprometido. Por ejemplo, la biblioteca  municipal, que depende directamente de la concejalía de cultura, organiza al mes más de una docena de clubs de lectura según los criterios de edad (adultos, jóvenes, infantiles), modelo (novela, poesía, teatro, cómic), dificultad (fácil, experimental), género (masculino, femenino). Cada lector puede apuntarse a los clubs que desee sin que se le exija ningún requisito previo, sobre todo en su actitud hacia la lectura, a saber, si es pasivo o activo; si lo segundo, si es dado a usar el texto como pretexto para dar rienda suelta a sus opiniones generalistas, prejuicios, tópicos, etc. Se da el caso de que hay usuarios de la biblioteca que empalman un club de lectura tras otro desde primeras horas de la tarde hasta que cierran la biblioteca a las nueve de la noche. Uno de ellos, Paulino Ordavás, muestra sus satisfacción en una entrevista que le hizo recientemente un periódico local al afirmar que encuadra su realización como lector (y como persona, añade con prudencia) en esta forma seriada de participación más que en el compromiso atento y concentrado con un solo club de lectura. Siempre piensa que al no asistir a los otros clubs de lectura se está perdiendo algo de suma importancia para su vida. En un momento dado de la entrevista la periodista le preguntó a Paulino Ordovás - no queda claro si guiada por una sana intención o por poner al entrevistado frente a sus contradicciones - si de lo que está hablando es que como lector cada vez le interesa más el mundo de lo invisible, de lo que hay detrás de las apariencias, en fin, de todo ese tiempo que pasamos en otro lugar que no es en el que estamos. Paulino Ordovás quedó al principio un tanto desconcertado por la ambigüedad que le trasmitía la pregunta, pero rápidamente supo rehacerse y contestó con determinación que la decisión de asistir a tantos clubs de lectura tenía que ver con una amenaza que le persigue desde pequeño y que no es otra que la de aparecer en público con alguien que es tonto o que no sabe. La periodista, a su vez, sorprendida por la respuesta le preguntó, esta vez sin que hubiera duda en la no utilización del doble filo en sus palabras, si esa actitud tenía que ver con la percepción que él tenía de la cultura actual, en el sentido, puntualizó la entrevistadora, de que la imagen que hoy da, pongamos, en el municipio donde vive no refleja del todo las ideas socialmente aceptables de sus vecinos. Probablemente, contestó Paulino Ordovás, la cosa venga de lejos, cuando el pueblo no tenía ningún tipo de acceso a la cultura. Pasa lo mismo que con la pobreza material que, los que la hemos padecido de forma extrema, la única manera de ahuyentar su perenne amenaza es estar rodeado de cosas, pues en el caso de la cultura la amenaza se solventa asistiendo a todos los eventos que se puedan de lo que a uno le interesa.  En otra entrevista que el concejal de cultura ha concedido al periódico local después de la de Paulino Ordovás - se supone que motivado por las declaraciones que éste hizo en la suya - afirma  que el principal estímulo que tiene en su cargo es el de cumplir bien con el ideal de servicio público. Al leer sus palabras en el periódico local, me vino a la cabeza la alusión que hace John Berger respecto al ideal de servicio público del médico John Sagall en su libro ya mencionado, Un hombre afortunado. Lo hice porque, independientemente de que  llegue a ser así, me parece que es razonablemente deseable que debería haber una convergencia en el amplio espectro del ideal de servicio público entre un cuidador de cuerpos como es un médico y un cuidador de almas como debe ser un concejal de cultura. Así lo expresa Berger, “Este ideal tiene un doble significado. El servicio representa todos aquellos valores tradicionales que unos pocos privilegiados que han aceptado el reto aprecian profundamente; y no los aprecian en razón de un principio abstracto, sino como la condición indispensable para la práctica eficaz de su arte o de su técnica. Y al mismo tiempo, el servicio representa la responsabilidad que esos pocos tienen con respecto a los muchos que dependen de ellos.” Si la enfermedad es lo que acompaña como amenaza perenne al cuerpo, la pobreza expresiva es lo que amenaza a la salud del alma. Al ideal de servicio público, tanto en un caso como en el otro, le sienta bien, como dice Berger aludiendo al doctor Sagall, la imagen del mar que acompañó a Joseph Conrad. Pues ella es fuente de toda la potencia imaginativa que acompañan los anhelos del alma y de todos los peligros que suelen acosar al cuerpo.

martes, 19 de junio de 2018

GEORGE SAUNDERS

“Las almas perdidas poseen una cualidad: la de introducirse en el interior de otras personas (lo harán con el presidente) para intentar forzar una situación (en este caso, que haga lo que debe hacer, se despida del hijo, asuma su muerte y su pena, y le ayude a marchar del Bardo). Con todo ello, Saunders redondea esta soberbia obra de imaginería que, como el lector supondrá, no se agota en sí misma sino todo lo contrario, y de la que este comentario crítico es un pálido reflejo. Por último, señalar que el relato se mueve exclusivamente por las voces de las almas, los pensamientos de Lincoln y la voz del vigilante vivo del cementerio (Manders) y las citas históricas; no hay narrador ni nada semejante; ya Faulkner utilizó este modo narrativo de hacer desaparecer al narrador (y al autor) tras los personajes.”

lunes, 18 de junio de 2018

MAR DE HIELO

Gerardo Iniesta piensa que en la trastienda de La Nausea puede acontecer el aprendizaje de una decepción que se incuba, por decirlos así, en la tienda. La dificultad que tiene la mayoría de sus clientes, pertenecientes todos ellos a la clase media actual perfectamente alfabetizada, a la hora de expresar lo que sienten respecto a la experiencia de sus vidas cotidianas es la inmediatez con que suceden las cosas a su alrededor, a lo que hay que añadir, como peculiaridad añadida a esa perfecta alfabetización, la súbita velocidad que de repente ha adquirido eso mismo que sigue sucediendo. Si por el doble imperativo de la inmediatez y la velocidad no pueden no dejar de entregarse, incluso más que antes, de forma impertérrita a la tarea de vivir (trabajando lo que pueden y donde les dejan para consumir muchas de las veces lo que no pueden pagar), de ello se deduce, también más que antes, que no pueden permitir que sus sensibilidades gobiernen sus vidas. No es de extrañar que una de las clientes de Iniesta, al interpelarla sobre esa incompetencia de hablar sobre lo que se siente en la lectura, le contestara de forma airada que no podía negarle que eso era totalmente cierto, pero es que nadie se lo había enseñado.  Resumiendo, dice Iniesta, seguimos viviendo zambullidos en la lógica del tiempo inmediato pero ahora a la velocidad de la luz. Atrapados en esta texitura lumínica, que por un lado ciega y por otro nos sumerge en las sombras más tenebrosas nunca antes experimentadas en los tiempos del analfabetismo absoluto, ¿cuando empieza la responsabilidad individual de hablar de lo que uno siente (crear su alma) en una sociedad perfectamente alfabetizada en sentido estricto? ¿O siempre habrá motivos para echar la culpa de tal incompetencia personal a la cultura alicorta donde viven esos individuos, que funciona como si fuera un espejo de la madrastra de cenicienta, en el sentido de que refleja exageradamente solo lo de que cada individuo es socialmente aceptable, ocultando mediante esa misma exageración su colosal incompetencia de hablar de lo que siente ahí metido? Luego será la inatención benévola, el reconocimiento pasivo o la ceguera absoluta de los otros quienes acaban cerrando esa herida en falso, consiguiendo así que en esa comunidad de clase media perfectamente alfabetizada todos crean ser lo que exactamente aparentan a este lado del espejo. Frente al mar de la ignorancia exterior que llega a la tienda, Iniesta recuerda a quienes deciden pasar a la trastienda de La Nausea, el mar de hielo que llevamos dentro, como dijo Kafka, y que la lectura y la escritura deberían encargarse de devolver su apasionamiento primordial. De otra manera, Berger incide en lo mismo en su seguimiento del médico Sagall, atento escrupuloso a las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes. “A Sassall le influyeron mucho de niño los libros de Conrad. Contra el aburrimiento y la complacencia de la vida de la clase media inglesa en tierra firme, Conrad le ofrecía lo «inimaginable», cuyo instrumento era el mar. La poesía que se le ofrecía, sin embargo, no era amanerada o poco viril; muy al contrario, los únicos hombres que se podían enfrentar a lo inimaginable eran duros, taciturnos, mesurados y tenían un aspecto del todo normal. La cualidad contra la que Conrad previene constantemente es al mismo tiempo la cualidad a la que apela: la imaginación. Se diría que el mar es el símbolo de esta contradicción. El mar apela a la imaginación, pero para enfrentarse al mar en su furia inimaginable, para hacer frente a sus retos, uno ha de abandonar lo que imagina.” Es como si el tiempo se transformara en el equivalente del mar de Conrad, y las enfermedades del cuerpo (y del alma) en el equivalente de las condiciones meteorológicas.

viernes, 15 de junio de 2018

PIPPI CALZASLARGAS

“No me gusta ir a la escuela. No me gusta que me digan la hora a la que me tengo que ir a la cama. Me acelero cuando se pone el sol y no puedo conciliar el sueño. Me encanta tener dinero para gastarlo. No sé ahorrar. Me altera que me manden. Me pongo roja de rabia cuando me reprenden o me corrigen. Me cuesta mucho obedecer. Tengo una tendencia irracional a saltarme las normas. Dejo para mañana lo que puedo hacer hoy. Soy algo temeraria. Suelo decir cosas inconvenientes que irritan a los adultos. A veces no distingo entre lo que se puede contar y lo que no. Me gustaría ser fuerte como para lanzar por los aires a un tipo grosero y dejarlo en lo alto de un árbol. El colegio me gusta solo por las vacaciones de Navidad o por las excursiones al campo. De natural confiada, abro las puertas de mi corazón a casi todo el mundo, hasta que me veo obligada a cerrarlas de un portazo. Soy de sonrisa fácil. Y me río a diario. El día en que no me río la gente a mi alrededor se alarma. Y hacen bien porque igual tengo fiebre. Creo en los fantasmas porque soy huérfana. Soy justiciera y si veo a un chulo acorralar a un débil me apresuro a darle un empujón (al chulo). Luego salgo corriendo que me las pelo, porque no soy tonta. A veces no entiendo las normas de buena conducta. Tengo el pelo tieso y cuando me hacen dos coletas parecen dos brochas de afeitar. En ocasiones cuento mentiras para divertir a los demás. O para llamar la atención. Soy un poco chulilla con la autoridad. Me gusta andar para atrás. O andar mirando solo con un ojo. Hay días en los que creo que voy a encontrar un tesoro y camino observando el suelo.”

jueves, 14 de junio de 2018

LA NAÚSEA

En el invierno de 2008, recién dado el pistoletazo oficial de salida a la Gran Recesión económica en el ámbito occidental, Gerardo Iniesta, critico de literatura que se había queda en paro, decidió poner en marcha una librería en mi barrio con la indemnización del despido y algunos dineros que le prestaron, sin fecha fija de devolución, sus familiares y amigos. Con semejante decisión pretendía continuar, por otros medios, la labor que había llevado a cabo durante los últimos 15 años en los diferentes periódicos y revistas donde había trabajado, y últimamente como director de un sello editorial recién creado por unos viticultores de La Rioja, que no vieron en lo que se avecinaba una crisis sino una breve desaceleración, tal y como no se cansaban de insistir en sus homilías las autoridades gubernamentales del momento. Lo que al final llegó, tal y como lo experimentó con antelación Gerardo Iniesta a través de los manuscritos que cayeron en sus manos, fue una colosal crisis no tanto económica como de explicación de la existencia, en el sentido que fracturó la sólida alianza de ésta con la necesidad en que se había fundamentado el, por otra parte inexplicable por los expertos, largo crecimiento económico que habíamos disfrutado en el ámbito económico occidental. Es por ello que Iniesta, gran lector y admirador de Jean Paul Sartre, le ha puesto a su nueva librería el nombre de La Nausea, en honor de la famosa novela del escritor francés. De uno de cuyos pasajes ha hecho un cuadro que preside la entrada de la librería. Dice así, “Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Sólo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia; la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar, como la otra noche en el «Rendez-vous des Cheminots», eso es la Náusea...”  Si un ser necesario, al hacerse contingente por razones no previstas y ajenas a su voluntad, o rota la alianza que se creía indestructible entre su necesidad y la explicación de su existencia, no sabe a donde se dirigen los pasos de su vida cotidiana, entonces, cuando llega ese momento, ¿cómo afrontar el torrente de angustia que es capaz de producir quien no sabe explicar lo que de repente siente? ¿Cómo afrontar esa pérdida que siente de algo que nunca ha tenido? Lo que Gerardo Iglesias quiere, digamos en la trastienda de la librería papelería que regenta, es dar una oportunidad a las personas que no saben hablar de lo que sienten. Pues entiende que las angustias provenientes de la enfermedades del cuerpo que rompen abruptamente la explicación recíproca entre necesidad y existencia, anticipan o dejan ver cómo si de una radiografía se tratara, sin proponérselo, las enfermedades que rondan de forma amenazantemente al alma. Lo que quiere  Iniesta es darles lo necesario para que puedan restituir en sus vidas el orden perdido. No en el mismo plano en que se encontraba necesidad y explicación de la existencia en el orden antiguo, sino haciéndoles que comprendan que eso es precisamente la fuente de su angustia, pues necesidad y explicación de la existencia nunca pueden estar vinculadas, al menos en lo que respecta a la necesidad y existencia humanas, en el mismo plano. Aunque el conflicto, o el dilema, o la crisis, llámese como se quiera, aparezcan como un todo en el ámbito de lo visible, la restitución del orden perdido de manera irreversible se da en el ámbito de la imaginación o de lo invisible, con reglas y métodos distintos a los que han desencadenado la ruptura. Dicho de otra manera, no podemos pegar con loctite el trozo de la necesidad que, al desprenderse del conjunto, nos ha hecho contingentes y ha provocado que la alianza con la explicación de la existencia saltara hecha añicos por los aires. Gerardo Iniesta lo que pretende, en definitiva, es crear en la trastienda de La Nausea, las condiciones de posibilidad para que quienes asistan a sus clases y seminarios, aunque se encuentren pobremente pertrechados debido a los efectos no deseados de la ruptura de la alianza entre necesidad y la explicación de la existencia, puedan compartir una ética que les haga entender que las respuestas a su incomprensible catástrofe está en los otros, y que el consuelo de cada uno de ellos pasa por el de todos. Hacerles pensar sobre el sentimiento de pérdida de lo que nunca han tenido, es decir, no haber sabido explicar lo que sienten en la experiencia de la vida, siendo con esa explicación, que nunca será literal sino ficticia, mediante la que podrán restituir de nuevo el vínculo explicativo que une, ahora sí de manera indestructible, su condición de seres necesarios a la explicación de la existencia que lleven. Con otras palabras, Gerardo Iniesta pretende iniciar una nueva Paideia en unos tiempos de fracturas tan continúas como imprevisibles.

miércoles, 13 de junio de 2018

ENFERMOS DEL ALMA

¿De qué manera podríamos sentir hoy un entusiasmo educativo utópico? ¿Como conseguir el ideal educativo en los albores del siglo XXI? Después de su fracaso (las naciones mejor educadas son de donde han salido las peores de las barbaries), ¿quién podría seguir creyendo en la potencia benéfica de la mentalidad utópica educativa? Son algunas de las preguntas que se desprenden de la entrevista de Teresa Mirren, a que me refería ayer. Así mismo la autora británica deja ver a las claras el problema que arrastra el ideal educativo vigente que, aunque ya ha fracasado, sigue agonizando entre los diseños curriculares que imaginan los agentes educativos que se niegan a enterrarlo. Un profesor de educación secundaria en un instituto de una ciudad mediana del norte de Inglaterra - cuenta Mirren en un momento de su entrevista - tomó la iniciativa de organizar proyecciones de películas a sus alumnos durante las horas lectivas. Su intención era doble. Primero provocar una conversación entre los alumnos en relación a lo que habían experimentado al ver la película. Segundo tratar de romper la herencia familiar a la que pensaba estaban abocados, y que no era otra que su incapacidad para expresar lo que sienten con lo que experimentan en sus vidas. Mirren piensa que el sistema educativo vigente no quiere admitir lo experiencial como nuevo eje organizador de su refundación, porque dejaría fuera de juego a los ingenieros educativos (pedagogos y psicólogos, fundamentalmente). Para Mirren introducir el tiempo y el espacio experimentados en el aula significa, al fin, conectarla con el tiempo y el espacio de la vida tal y como padres, profesores y alumnos la viven o creen vivirla. Mientras que mantener el modelo organizador de los ingenieros educativos significa no solo traicionar la vida de aquellos, sino asfixiarla con la Verdad de sus tesis o argumentaciones. Hay una cuestión que no admite dudas, dice Mirren, cualquier persona que se enfrenta a alguno de los dilemas que se le presentan en la vida se enfrenta a su ignorancia, a ese no saber esencial que nos constituye y que las teorías de los ingenieros educativos pretenden ocultar bajo el manto de obligar a hacer a los alumnos cosas y más cosas, sin tener nunca tiempo ni espacio para preguntarles lo que sienten cuando las hacen. De esta manera convierten a los alumnos en seres articulados (algo así, para entendernos, como los muñecos de playmobil), lo que los evita pensar - a ellos y a sus padres y profesores -, como dice John Berger en su libro mencionado, “en esa convergencia extraordinariamente compleja de tradiciones filosóficas, sentimientos, ideas sólo comprendidas a medias, instintos atávicos y presentimientos que acompañan de alguna manera a la más sencilla de las esperanzas o de las decepciones de la persona más simple.”  Una convergencia que está vinculada a la tradición oculta del alma, no tanto porque alguien con voluntad maléfica expresa la esconda en el fondo del armario o en el cuarto trastero donde se acumulan los objetos que ya nos nos hacen falta, sino porque nadie se encarga mientras nos educan, a su vez porque también lo desconocen quienes de la educación son responsables, de poner las palabras que le son propias y apropiadas a eso que nos afecta y que nos excede, a esa emocionalidad profunda que no tiene definición pero que habita en los lugares intermedios de nuestra existencia, a saber, entre lo mortal y lo inmortal, el universo y el individuo, el signo y el significado. La tradición oculta del alma se corresponde, como es fácil deducir, con nuestra inveterada incompetencia para entendernos a través de la conversación o el diálogo. Alguien que no sabe expresar a los otros lo que siente con lo que hace difícilmente podrá crear una comunidad que no sea algo más que un economato, ni sabrá tampoco encargarse y trasmitir a sus descendientes toda aquella tradición que he mencionado. Es decir, el alma del mundo. Mirren está convencida de que la renovación educativa que propone, mediante la instauración de tiempos y espacios para conversar sobre las actividades que se hacen en escuelas e institutos (en definitiva, para aprender a partir de lo que no se sabe) es una manera de, primero, reconocer la enfermedad del alma que, con mayor virulencia que al cuerpo, afecta hoy a los ciudadanos del mundo occidental y, en segundo lugar, porque cree que es el método, por decirlo así, que mejor haría posible su necesaria y urgente curación. Por otro la lado, dice Mirren, a los alumnos del profesor de instituto les gustó ir andando al cine en horario escolar. Les recordaba los fines de semana de sus años infantiles Seguramente también recordarán la experiencia con gratitud cuando sean mayores, pero el profesor que trató de que hablaran sobre lo que habían sentido con lo que habían visto en la pantalla, comprobó que para ellos el argumento de las películas y el de sus vidas eran semejantes. De eso fue de lo que, al fin y al cabo, hablaban al reunirse alrededor de la mesa del instituto. 

martes, 12 de junio de 2018

SENTIDO COMÚN

¿Cómo se representa aquello de nuestra subjetividad que no es socialmente aceptado? En el verano de 2011, pocos después del estallido del movimiento del 15M, apareció en una revista especializada en la renovación educativa ya desaparecida, Educación Siglo XXI, una entrevista con un socióloga británica, Teresa Mirren, en la que decía que el problema de la educación actual tanto en Inglaterra, como en la mayor parte del resto del continente, es que los alumnos no paran de hacer cosas durante sus interminables jornadas escolares, actividades extras incluidas, pero que ni sus profesores ni sus padres parecen interesados en reservar algún momento para sentarse con ellos alrededor de una mesa y dialogar sobre lo que han hecho en una o en varias de esas actividades que han realizado. Continuaba Mirren, en sintonía con lo que planteaba en el escrito de ayer Berger, que ese modelo basado, por decirlo así, en la hiperactividad sin interrupciones, priva no solo a los alumnos sino a padres y profesores de desarrollar el pensamiento sobre las experiencias que aquellos han tenido con las actividades que han realizado. Mirren no cargaba tanto la responsabilidad en el sistema educativo, esa palabra tan abstracta y  que sirve de comodín a quienes acostumbran habitualmente a salir a la cacería de los culpables, como en los propios agentes activos que lo mantienen en marcha. Una vez que el sistema educativo garantiza la alfabetización de toda la población en sentido estricto, el que aquel no provea del lenguaje necesario para poder salir de lo que dicta el sentido común, que no es otra cosa que tratar de no pensar en aquello que te puede obligar a abandonarlo, es fruto de la irresponsabilidad de quienes, personas todas ellas de carne y hueso, aguantan el sistema con sus impuestos de contribuyentes. Mirren tiene muy claro que si no hay ni tiempo ni espacio para que los alumnos puedan conversar, primero en el aula y luego en el hogar, sobre lo que han significado para ellos las actividades que han hecho durante el día, no se puede seguir culpabilizando de ello al sistema o a la cultura, etc. Pues justamente esas palabras que les faltan a quienes no saben expresar lo que sienten, o lo que con ellos hacen las actividades que hacen, no están determinadas por vía legislativa, ni dependen de voluntad política partidista alguna. Es una cuestión de paideia, como decían los griegos. Se aprenden en esos tiempos y en esos espacios de conversación sobre la experiencia de las actividades escolares, que deberían habilitar padres y profesores como parte constitutiva e irrenunciable del diseño curricular del centro educativo, y donde se desarrollaría el ejercicio de las artes básicas, a saber, hablar, escribir, pensar, escuchar, inventar..., que - precisamente por básicas - resultan tan prácticas como desatendidas por la monótona y chata fosilización en que se acaba convirtiendo el protagonismo único y excluyente de la hiperactividad de los programas académicos oficiales, denuncia la socióloga Mirren. Lo cual, al fin y a la postre, será fuente de abastecimiento de la cultura imperante de los eventos, basada también en hacer uno detrás de otro sin que haya posibilidad espacial ni temporal de poder conversar sobre las sucesivas experiencias que los ciudadanos han tenido con ellos. Es como si a los alumnos los estuviesen formando como clientes fijos y fieles de la cultura del entretenimiento. La plena alfabetización en sentido estricto no es solo una conquista histórica a favor de una mayor justicia social, sino también una nueva responsabilidad individual que de ella emana. Dicho con otras palabras, de la estricta albafetización de toda la población, otrora analfabeta, no puede surgir individuos tan pasivos o tan irresponsables como lo eran antes. La alfabetización pondría las condiciones de posibilidad para alcanzar la mayoría de edad de las personas. De la propia alfabetización social nace una pacto individual de responsabilidad hacia ese logro colectivo. Si ese pacto no se puede llevar a cabo, la alfabetización se transformará en un significante vacío, de esos que tanto abundan en la actualidad, convirtiéndose, concluye Mirren, en un nuevo analfabetismo funcional en plena época de la digitalización de la vida cotidiana. El sentido común es también el menos común de los sentidos, si lo que pretendemos es responder a la pregunta con que he iniciado este escrito, no en el sentido moral del término, sino en el sentido estricto de acceder al conocimiento. 

lunes, 11 de junio de 2018

LES FALTAN LAS PALABRAS

He ido aprendiendo con el paso del tiempo que la fe ciega en una certeza nunca satisfecha y la cómoda sensación de una irresponsabilidad infinita es lo que caracteriza a la clase media actual. Eso es a lo que sus miembros más conspicuos llaman su código axiológico o de valores. Nada se nota más esto que digo que en la forma que ha ido adquiriendo la conversación habitual entre los miembros de aquella. Valga decir, entre nosotros mismos. Esa falta de hacerse cargo de lo que uno dice, o esa disposición a defender a cañonazos la opinión más banal que uno pueda tener sobre los asuntos más trascendentes, o no, tanto da, forman parte de la coraza de tortuga con que hemos decidido proteger nuestra alma. En esta texitura vital de tono troyano, no hace falta insistir mucho en ello, lo de construir un alma queda fuera de nuestros propósitos. Es más, no solo no la construimos voluntariamente por nosotros mismos, sino que no dejamos que ningún Aquiles se acerque a nuestra fortaleza con su ejemplo de mortalidad en marcha. Siempre lo vemos que lo hace bajo el manto protector de la noche y las intenciones alevosas del peor de los usurpadores. Sin embargo, la visión que nos muestra John Berger en su libro, Un hombre afortunado, sobre la manera o el estilo profesional que el médico John Sassall usa en su trato con los enfermos de esa clase media (inglesa en este caso) que tiene a su cargo, descubre las grietas de la coraza de tortuga bajo la que se esconden. Lo que viene a decir Berger es que esas grietas son un efecto no deseado de la falta de lenguaje que tienen no tanto para proteger su alma sino para construirla, debido a que ese lenguaje no forma parte del sistema educativo que han recibido. De otra manera, no tienen palabras para contar su experiencia, para hacer algo con lo que hacen y dar sentido, es decir, para trasmitir un sentimiento. No saben como decirlo. Solo les queda, entonces, contar lo que hacen, que es también de donde sale, al fin y al cabo, la munición que abastece a los cañonazos que lanzan cuando se ven en peligro. 
Las palabras de Berger dicen así,

“La dificultad de expresión de una gran parte de la clase trabajadora y de la clase media inglesa es el resultado de una privación cultural sistemática. Se les ha privado de los medios para traducir lo que saben a ideas sobre las que puedan pensar. Carecen de ejemplos en los que las palabras clarifican la experiencia. Sus proverbiales tradiciones orales hace tiempo que desaparecieron, y, aunque están alfabetizados en el sentido estricto del término, no han tenido la oportunidad de descubrir la existencia de una herencia cultural escrita. Pero no se trata sólo de una cuestión de literatura. Toda cultura actúa en general como un espejo que permite al sujeto reconocerse, o, al menos, reconocer aquellas partes de sí mismo socialmente aceptables. Quienes sufren de carencias culturales tienen menos oportunidades de reconocerse. Para ellos, una gran parte de su experiencia —especialmente la emocional y la introspectiva— no tiene nombre. Por consiguiente, se expresan sobre todo a través de la acción; de ahí, entre otras cosas, que los ingleses tengan tantos pasatiempos, que les gusten tanto las actividades y eventos de todo tipo. Así se convierten en lo más parecido a un medio de introspección satisfactorio. La forma de conversación más fácil —con frecuencia la única posible— es aquella relativa a la acción, aquella que describe la actividad desarrollada, ya sea como técnica o como procedimiento. Así, los interlocutores no hablan en realidad de su experiencia, sino de la naturaleza de un mecanismo o evento completamente exterior a ellos: de un motor de coche, de un partido de fútbol, de un sistema de canalización de las aguas o del funcionamiento de un comité. Estos temas, que excluyen todo lo que pueda ser directamente personal, o de experiencia personal, constituyen el contenido de la mayoría de las conversaciones que podrían mantener hoy en Inglaterra, en un momento dado, los hombres mayores de veinticinco años (en el caso de los jóvenes, la fuerza de sus apetitos los libra de esa despersonalización).”

viernes, 8 de junio de 2018

CANETTI Y EL 68 FRANCÉS

“Es completamente cierto que estaba en París y que quedé muy impresionado por los acontecimientos, que me ocuparon durante mucho tiempo. Siguen ocupándome hoy. Pero precisamente esa es la razón por la que no los menciono. Porque a mí no me corresponde pronunciarme, como un periodista o un político, sobre todos los acontecimientos, sino que procuro llevar los fenómenos dentro de mí hasta que tengo la sensación de que los comprendo. Antes de comprenderlos no podría decir nada al respecto, porque lo consideraría irresponsable. Quizá esto no sea habitual hoy en día”...

jueves, 7 de junio de 2018

HIJOS QUE SON AMIGOS

La compañera de Duarte le suele decir con orgullo que ella y su marido son los mejores amigos de su hijo Daniel. Tan bien le dicen que los jóvenes como él son cojonudos, y que ella y su padre se sienten tan jóvenes como él. Por más que Duarte le insiste que los amigos y amigas de su hijo deben tener su misma edad, y que ellos han sido siempre demasiado simpáticos para el papel que tienen encomendados, siempre miran para otro lado mediante una inatención benévola o, como en la mayoría de los casos, debido a su ceguera absoluta. No sabe como decirle a su compañera que sus conductas alientan y ocultan esa corrupción de menores que funciona con total impunidad en el seno de las familias bien avenidas, y que consiste fundamentalmente en no dejarlos crecer. El sacrosanto derecho a la privacidad sin límites, por un lado, y la simpatía igualmente ilimitada, por otro, hacen que la amistad paterno filial se haya consolidado como uno de los valores con más prestigio dentro de la sociología familiar actual. El caso es que Duarte le gustaría ir al grano y decirle que todo eso de la amistad entre padres e hijos son chorradas, y que lo que han hecho con su hijo ha sido convertirlo en un niñato consentido y malcriado. No le dice nada de eso para que su compañera y amiga no la califique de aguafiestas, o facha, y todo sigue el curso que impone ese optimismo cegador. Antes de que Daniel Antúnez se le ocurriera la idea de ir a Australia a buscar trabajo de consultor informático, había estado estudiando piano en el conservatorio del barrio donde vivía. Más tarde viajó a Berlin para perfeccionar sus habilidades interpretativas musicales. Como es también propio de esta nueva amistad paterno filial, no hubo ningún tipo de oposición al requerimiento del muchacho. Daniel quería estudiar piano y eso era una razón más que suficiente para que sus padres no pusieran ninguna objeción al respecto. En el ámbito de las actividades extra escolares no tienen cabida, o están mal vistas, las preguntas para que y por qué. A las dos sólo cabe una única respuesta porque me gusta, dijo Daniel. Hasta que se fue a Berlin la vida de sus padres giró alrededor de las idas y venidas de Daniel y su piano. Al estar bajo el imperativo de la voluntad de querer hacerlo y, no tanto, vigiladas y estimuladas por el amor a lo que hace, las actividades extra escolares no tienen otro baremo de medición que cuando el alumno diga basta. Y Daniel durante todo ese tiempo no pareció que diera señales de querer tirar la toalla. Y es que independientemente de sus cualidades musicales, sus padres (y esto es aplicable a todos los adultos de la generación ninja) siempre hicieron todo lo posible por ahorrarle el esfuerzo de pensar sobre lo que estaba haciendo, lo que en la práctica, al fin y al cabo, ha supuesto una manera tratar a su “amigo” como a un idiota. Duarte dice que cuando se trata a alguien como a un idiota es muy probable que si no lo es llegue pronto a serlo. En el caso de Daniel Antúnez parece que su decisión de abandonar la música y Berlin, y dedicarse a la consultoría informática proporciona indicios, al parecer de Duarte, de que llegó a tiempo de salvar los muebles de la cordura. Antes, por influencia paterna, decidió romper con su novia, colega musical también de las actividades extra escolares, pues la chica no estaba dispuesta a dar un nuevo impulso a su carrera musical en Berlin si era al precio de abandonar a los suyos. Ella pensaba que con lo que estaba aprendiendo en el conservatorio y los bolos que les iban saliendo era suficiente para poder imaginar su futuro profesional  viviendo de la música. Cuando Daniel decidió abandonar Berlin y volver a casa intentó, a espaldas de sus padres, reiniciar la relación con su antigua novia, pero era ya demasiado tarde. Se había casado con otro compañero músico y estaba dando clases de piano en el conservatorio de Zaragoza, que es donde vivían. De repente Daniel no quiso seguir con la música, lo que deja a las claras que su voluntad de querer hacer se rompió, y no, como se lamentan sus padres después de lo que le han apoyado, que lo que se ha roto es el amor por la música, sentimiento que en verdad nunca tuvo. No tener amor por la música y que todo el mundo lo descubra, en el ambiente triunfalista de las actividades extra escolares no se puede experimentar de forma impune. Y Daniel Antúnez no ha siso una excepción. Lo cual quiere decir que se apoderó de él un feroz resentimiento por haberse quebrado su voluntad de querer lo que le petaba. No en balde sea esa la explicación de que haya elegido trabajar de consultor informático lo más lejos de su casa familiar. Que es lo mismo que decir lo más lejos de sus padres amigos. Ni en mil años que viva podrá olvidar que las voces de sus padres dándole ánimos a todas horas se haya convertido en su peor pesadilla. La principal tarea de un consultor informático, según dicen los expertos, es adecuar productos software a las necesidades de las empresas que lo contratan. A diferencia de la música, la consultoría informática no admite las variaciones sobre un mismo tema, a partir de la base de que el infinito admite el desconocimiento, que no se puede abarcar. Para la informática, como para toda especulación científica, su misión se apoya en la literalidad que hace de la realidad, y así convencer al cliente que la una y la otra son lo mismo. Es lo que desde Karl Marx se conoce con el nombre de marco de la realidad objetiva. Dentro de ese marco no hay que demostrar nada, en beneficio de la búsqueda en última instancia de la verdad. La verdad no es una preocupación, ni de forma remota, del consultor informático. Lo que hace con su trabajo es simplificarlo todo para que los consumidores tengan una más cómoda supervivencia. Esa simplicidad y el desconocimiento absoluto de un continente como Australia, es la fórmula que Daniel  ha encontrado para superar el dolor que le ha producido la estafa de haberse dedicado a la música durante los mejores años de su vida.

miércoles, 6 de junio de 2018

CORRUPCION DE MENORES

La ventaja principal de tener mucho dinero es que no tienes que preocuparte por tenerlo. Eso no siempre sucede así, pues todo el mundo sabe de la codicia insaciable de muchos multimillonarios. Sin embargo, a veces sucede el milagro y el compromiso de donar entre tantos codiciosos insaciables logra abrirse paso. Este el caso de Bill Gates y Warren Buffett que en su día lanzaron la iniciativa de convencer a multimillonarios norteamericanos para que dediquen su riqueza a la filantropía. Según cálculos de la revista Fortune con que las cuatrocientas fortunas estadounidenses más ricas donasen la mitad de sus bienes netos, se podría recaudar más de seiscientos mil millones de dólares para obras benéficas y sociales. George Lucas, el padre de las sagas de la Guerra de las Galaxias e Indiana Jones, es uno de los multimillonarios que se mostró interpelado por la llamada de Gates y Buffett. Su interés como donante, dijo en rueda de prensa, se centra en el mundo de la educación. Reproduzco un largo párrafo de sus declaraciones, “Los contadores de historias son profesores y comunicadores que hablan un lenguaje universal. Es lo que hicieron Homero, Platón y Aristóteles: utilizar la narrativa y el diálogo para educar, las historias bien contadas están basadas en la verdad y en la introspección, y un buen contador de historias es finalmente un maestro que utiliza el arte de contar para que la educación sea emocionalmente comprendida.” Hago un alto en la exposición de Lucas para compararla con otro párrafo de Werner Jaeger en su libro Paideia, y comprobar así el sutil hilo de coherencia y permanencia que tiene el hecho narrativo al atravesar los datos históricos, en su afán por mostrar la verdad inmutable de la condición humana. Dice así Jaeger, “Queremos mostrar ahora el elemento normativo en la estructura interna de la epopeya. Tenemos dos caminos para ello. Podemos examinar la forma entera de la epopeya, en su realidad completa y acabada, sin prestar atención alguna a los resultados y a los problemas del análisis científico de Homero; o engolfarnos en las dificultades, inextricables, que ofrece el espesor de las hipótesis relativas a su origen y nacimiento. Ambos procedimientos son malos. Tomaremos un camino medio.” George Lucas continúa así la explicación que avala su interés como donante centrado en el mundo de la educación, “Este es el objetivo de la educación, pero no se utiliza en demasiadas ocasiones de esta manera. Cuando yo estaba en el colegio, me sentía vacío, curioso pero muy aburrido. No era el mejor ambiente para aprender nada. Fui muy afortunado al encontrar mi camino y mi lenguaje. Es aterrador pensar que nuestro sistema educativo no es muy diferente de una enorme asamblea, donde producir títulos es el único objetivo. Una vez que reflexioné sobre los efectos de todo esto, promover el aprendizaje de la vida de forma activa, permanente y duradera se ha convertido en mi pasión. Creo en la escuela de aprendizaje artesana, basada en las cuestiones aristotélicas. Esta forma de compromiso data del principio de la vida humana y sigue siendo la mejor manera de hacer cosas. Tiene que haber una base universal, particularmente en educación, donde sea posible cumplir el deseo de todo educador de compartir su sabiduría.” Seguro que todos (padres, hijos, profesores y alumnos) disfrutaron y disfrutan con las películas de Lucas, pero, a tenor de cómo se compartan en el aula y en familia, a ninguno se le ha ocurrido pensar que están filmadas contra el conjunto del sistema de educación vigente, digamos, en el mundo occidental, al que yo sepa no están dispuestos a hacerle una enmienda a la totalidad. ¿Com salvar la grieta, cada vez más “sangrante”, entre esa forma de pensar la cultura que defiende Lucas y la forma de impartir la educación que defienden los padres y profesores ninja? No hay que dar muchas vueltas al asunto para llegar a la conclusión de que tanto al hijo de la compañera de Duarte, Daniel Antúnez, como a Marcos Casado (el inspirador de la obra de Remedios Zafra, el entusiasmo), tuvieron en su infancia unos padres y profesores que nunca fueron contadores de historias, seguramente por delegar en los especialistas irresponsables una función que solo a ellos les corresponde. ¿Valdría denominar a esas conductas ninja de los adultos actuales, practicadas sin ningún atisbo de mala fe, sino más bien con voluntad explícita de lo contrario, como una de las formas presentes de la corrupción de menores no punible?

martes, 5 de junio de 2018

ENTUSIASMO FINGIDO

¿Cómo elegir al triste auténtico si está el entusiasta fingido? La larga resaca de la fiesta del postfranquismo ha impuesto esta forma de ver, elegir y hablar sobre las cosas y las personas, una vez que sus promotores (hoy todos ellos venerables séniors que solo salen a la palestra para volver a decir que se lo pasaron “dabuten”, o para recordar a algún colega muerto en acto de combate festivo, o para decir que sin el himno a la alegría estarían pidiendo limosna en las casas de beneficiencia, o, en fin, cosas así o sinónimas de ellas) se dieron cuenta de que la fiesta propiamente dicha había terminado. Semejante prórroga indefinida, sin un reglamento que diga basta pues está amparada por el derecho constitucional a la libertad de expresión, no solo nos dejó fuera de toda forma de pensar relevante, como venía sucediendo desde el siglo XVI, sino que, debido a la inercia de la algaravía festiva que, no olvides, era en honor de la llegada de la democracia, se rompió el tabú de una locución milenaria, que se había mantenido gracias a la preeminencia de la primera parte sobre la segunda, a saber, “callado eres una misterio pero cuanto decides hablar eres un horror”. No hace falta insistir que la resaca festiva del postfranquismo se mantiene todavía debido, a parte de esa ausencia de un pensar relevante a la que antes me refería, a esa inversión en la locución milenaria que más o menos quedaría así, “callado eres muy aburrido y triste pero cuando te pones a hablar eres un entusiasta imprescindible”. Daniel Antúnez y Marcos Casado (el alumno de Remedios Zafra una de cuyas cartas le inspiró el libro con el que ha ganado el premiso Anagrama de ensayo de 2017) entraron a formar parte de un mundo que deseaba quedarse encuadrado entre esas coordenadas cartesianas, triste-entusiasta para las abscisas y desgraciado-feliz para las ordenadas, y que no tuvo empacho en inventar las actividades extra escolares como la joya de la corona de su particular manera de entender el mundo perfecto amparado por su idea de democracia, digámoslo así, hablativa, o del hablar perpetuo. Internet no hizo otra cosa que ser facilitador de lo que de suyo estaba en el origen ninja de toda esta fiesta. Sin embargo, mientras Daniel y Marcos gozaron despreocupadamente en sus años escolares, junto con sus padres y profesores, de la democracia ninja que entre todos se había inventado como la mejor democracia posible, Eric Maskin ganaba el premio Nobel de economía en 2007 (junto a Leonid Hurwicz y Roger Myerson) con el desarrollo del núcleo de la Teoría de Mecanismos. Dicha teoría pretende identificar mecanismos  o instituciones que impliquen una asignación eficiente de recursos en aquellas circunstancias en las que el mercado no tiene éxito en este cometido. Faltaba un año para el estallido de la crisis de 2008, y Daniel y Marcos cursaban el último año de la educación primaria. Ni que decir tiene que estas recomendaciones, que son igualmente aplicables a los procesos electorales, no tuvieron ninguna repercusión en la democracia ninja a la que estaba inscrito el sistema educativo, ninja por supuesto, dentro del cual aprendían, actividades extra escolares incluidas, Daniel Antúnez y Marcos Casado. Sus padres, entusiastas fingidos del voto electoral cautivo, o útil o de castigo, en ningún momento se plantearon ver el sistema educativo de sus hijos con otra mirada que no fuera la negación absoluta de la educación franquista, que ha sido una manera encubiertade garantizar que la fiesta postfranquista de la que son firmes valedores, elevada así a la categoría de alta y única cultura, no decaiga nunca. Pues es la mejor manera, según ellos, de ponerle un dique a la invasión de la tristeza. No con estas palabras, pero es lo que se desprende de lo que dicen, ya sea en los consejos escolares o en el patio de la escuela. Para entendernos, los padres y profesores de Daniel y Marcos se comportan electoralmente de forma estratégica, en contra de lo que proponen los trabajos de Maskin, con tal de que se cumpla su sagrado principio negacionista a la hora de elegir a los representantes idóneos que se hagan cargo de poner en marcha la educación ideal que defienden para sus hijos. No votan a los más óptimos de acuerdo con una visión educativa que, aunque más alineada con el esfuerzo y la atención, es genuinamente democrática y creativa, sino que al hacerlo bajo los auspicios absolutamente entusiastas de una fiesta interminable, resulta, al fin y al cabo, perfectamente reaccionaria. De resultas de todo ello, Daniel y Marcos, una vez que se han incorporado al mundo adulto, están comprobando que toda la capacidad imaginativa que han desarrollado en sus múltiples actividades extra escolares, lo que les ha permitido vislumbrar e incluso diseñar una serie de trabajos de alto nivel creativo en su ejecución, comprueban, digo, que el raquítico mercado laboral nacional no tiene un hueco para ellos. Comprueban, en fin, que los han estafado y nadie a su alrededor quiere hacerse cargo de los destrozos. A causa de ello les invade una ansiedad, que empieza a tener visos de epidemia al atacar a muchos de los miembros de su generación, que busca calmarse o consolarse lo más lejos posible del foco que la produce. Es cuando, también, la necesidad de buscar un culpable entra inesperadamente en sus vidas, y con ella la del odio y el resentimiento, los peores enemigos de la creatividad humana.

lunes, 4 de junio de 2018

CUANTO MÁS LEJOS MEJOR

Ante las datos alarmantes, que muestran solventes estudios europeos sobre el aumento del fracaso escolar en los próximos años en el ámbito de la educación pública española, las autoridades educativas de aquí han decidido privatizarla, hasta que, supongo que así deben de haber justificado su decisión, las autoridades educativas europeas se encarguen de los planes educativos del continente ante el debilitamiento paulatino de la idea de Estado. Para entender mejor lo que significa un gesto semejante en un ámbito tan sensible como es el de la educación pública, quizá valga compararlo con la privatización de la guerra, pues es, en el lado opuesto otro de los ámbitos sensibles de la sociedad, vistos ambos desde la coherencia y permanencia que los avala en su seno. Efectivamente, la comparación no es baladí pues el ejército nacional y la escuela pública son dos de las instituciones fundacionales del estado moderno que nace con la Revolución Francesa. Siendo así el último intento del ser humano, a mi entender, por salvar, adaptándolos a los ideales renacentistas e ilustrados que inspiran la modernidad occidental, lo que quedaba de la herencia de los ideales griegos de la cultura, con la paideia y la mayeútica al frente de semejante epopeya. Dejó una muestra más de cómo ve Werner Jaeger esa herencia que ha llegado hasta nosotros,“La tragedia es, por su material mítico y por su espíritu, la heredera integral de la epopeya. Debe su espíritu ético y educador únicamente a su conexión con la epopeya, no a su origen dionisíaco. Y si consideramos que las formas de prosa literaria que tuvieron una acción educadora más eficaz, es decir, la historia y la filosofía, nacieron y se desarrollaron directamente de la discusión de las ideas relativas a la concepción del mundo contenidas en la épica, podremos afirmar, sin más, que la épica es la raíz de toda educación superior en Grecia.” El caso es que la empresa de servicios de seguridad Blackwater, contratada por el Gobierno de Estados Unidos de América, mantenía hace unos años entre cuarenta mil y cien mil empleados en Irak, cada uno con un costo de mantenimiento por encima de los cuatrocientos cuarenta y cinco mil dólares al año. Blackwater, junto con otras empresas, forman parte de un nuevo tipo de conglomerado industrial que realiza trabajos de espionaje, defensa y seguridad en diferentes países del mundo. Esta industria vale hoy, para hacernos una idea de su capacidad de influencia, más de cien mil millones de dólares. A pesar del tipo de servicios que prestan, los trabajadores de Blackwater no están sujetos a las leyes internacionales que regulan las situaciones de guerra porque son empleados de una empresa privada y no de un Estado. Lo he traído a colación porque el paralelismo con la privatización de aspectos fundamentales de la educación pública me parece evidente. Destacar, antes de seguir, que esta privatización de una parte de la educación pública a la que me refiero no tiene nada que ver con la educación privada o concertada propiamente dichas. Dos aspectos han dejado de forma parte del interés educador de los nuevos maestros: el aprendizaje de la lecto-escritura  y el aprendizaje del pensar a través de la imaginación de sus alumnos. En el primer caso, las prácticas de lectura y escritura han sido desplazadas de su condición troncal, que había tenido desde la instauración de la escuela pública como un derecho incuestionable del pueblo, a un lugar, digamos, optativo del que se suelen encargar una amalgama variopinta de especialistas irresponsables, como dice Kluge. En el segundo caso se encargan, sólo con el propósito principal de hacer de canguro en el horario multiocupacional de los padres, las actividades extra escolares. Lo cual no impide, como ya he dicho en otros escritos, que acaben poniendo en marcha la imaginacion de los alumnos y, sobre todo, las posibilidades futuras que de ella se desprenden. Tal y como dicen las primeras palabras del libro Remedios Zafra, el entusiasmo, parafraseando a Fernando Pessoa, “Puede que solo dos estados de ánimo constante1 hagan que la vida valga la pena ser vivida. Yo diría el noble goce de una pasión creadora o el desamparo de perderla.” Sea esta última, tal vez, la explicación que oculta la actitud del hijo de una compañera de Duarte, Daniel Antúnez amante indiscutible de su vida familiar, y que empieza a ser frecuente entre jóvenes de su edad, a saber, irse a Australia a poder poner en su profesión, en este caso consultor informático, las cualidades creativas que piensa que tiene y que la organización empresarial de aquí le niega en su despliegue y desarrollo. Puesto que Daniel piensa que fuera de casa como en ningún sitio, lo de elegir el continente que está en las antípodas de su casa de nacimiento, me parece más un símbolo que trata de vincular la falta  de oportunidades en su lugar de origen con cuanto más lejos mejor serán la posibilidades creativas de conseguirlas. Dicho de otra manera, pongamos que irse a trabajar a Berlín, dice Daniel, sería como hacerlo en casa, lo cual sería por su parte una falta de honradez  intolerable.

sábado, 2 de junio de 2018

MARIANO BARBACID

En ese campo estamos casi como en la Edad Media cuando todas las infecciones parecían lo mismo.
Sí, es un buen símil. En aquella época todo era la peste y podía ser una gripe, el cólera o un sarampión. El cáncer es casi tan variado o más que las enfermedades infecciosas.