Ante las datos alarmantes, que muestran solventes estudios europeos sobre el aumento del fracaso escolar en los próximos años en el ámbito de la educación pública española, las autoridades educativas de aquí han decidido privatizarla, hasta que, supongo que así deben de haber justificado su decisión, las autoridades educativas europeas se encarguen de los planes educativos del continente ante el debilitamiento paulatino de la idea de Estado. Para entender mejor lo que significa un gesto semejante en un ámbito tan sensible como es el de la educación pública, quizá valga compararlo con la privatización de la guerra, pues es, en el lado opuesto otro de los ámbitos sensibles de la sociedad, vistos ambos desde la coherencia y permanencia que los avala en su seno. Efectivamente, la comparación no es baladí pues el ejército nacional y la escuela pública son dos de las instituciones fundacionales del estado moderno que nace con la Revolución Francesa. Siendo así el último intento del ser humano, a mi entender, por salvar, adaptándolos a los ideales renacentistas e ilustrados que inspiran la modernidad occidental, lo que quedaba de la herencia de los ideales griegos de la cultura, con la paideia y la mayeútica al frente de semejante epopeya. Dejó una muestra más de cómo ve Werner Jaeger esa herencia que ha llegado hasta nosotros,“La tragedia es, por su material mítico y por su espíritu, la heredera integral de la epopeya. Debe su espíritu ético y educador únicamente a su conexión con la epopeya, no a su origen dionisíaco. Y si consideramos que las formas de prosa literaria que tuvieron una acción educadora más eficaz, es decir, la historia y la filosofía, nacieron y se desarrollaron directamente de la discusión de las ideas relativas a la concepción del mundo contenidas en la épica, podremos afirmar, sin más, que la épica es la raíz de toda educación superior en Grecia.” El caso es que la empresa de servicios de seguridad Blackwater, contratada por el Gobierno de Estados Unidos de América, mantenía hace unos años entre cuarenta mil y cien mil empleados en Irak, cada uno con un costo de mantenimiento por encima de los cuatrocientos cuarenta y cinco mil dólares al año. Blackwater, junto con otras empresas, forman parte de un nuevo tipo de conglomerado industrial que realiza trabajos de espionaje, defensa y seguridad en diferentes países del mundo. Esta industria vale hoy, para hacernos una idea de su capacidad de influencia, más de cien mil millones de dólares. A pesar del tipo de servicios que prestan, los trabajadores de Blackwater no están sujetos a las leyes internacionales que regulan las situaciones de guerra porque son empleados de una empresa privada y no de un Estado. Lo he traído a colación porque el paralelismo con la privatización de aspectos fundamentales de la educación pública me parece evidente. Destacar, antes de seguir, que esta privatización de una parte de la educación pública a la que me refiero no tiene nada que ver con la educación privada o concertada propiamente dichas. Dos aspectos han dejado de forma parte del interés educador de los nuevos maestros: el aprendizaje de la lecto-escritura y el aprendizaje del pensar a través de la imaginación de sus alumnos. En el primer caso, las prácticas de lectura y escritura han sido desplazadas de su condición troncal, que había tenido desde la instauración de la escuela pública como un derecho incuestionable del pueblo, a un lugar, digamos, optativo del que se suelen encargar una amalgama variopinta de especialistas irresponsables, como dice Kluge. En el segundo caso se encargan, sólo con el propósito principal de hacer de canguro en el horario multiocupacional de los padres, las actividades extra escolares. Lo cual no impide, como ya he dicho en otros escritos, que acaben poniendo en marcha la imaginacion de los alumnos y, sobre todo, las posibilidades futuras que de ella se desprenden. Tal y como dicen las primeras palabras del libro Remedios Zafra, el entusiasmo, parafraseando a Fernando Pessoa, “Puede que solo dos estados de ánimo constante1 hagan que la vida valga la pena ser vivida. Yo diría el noble goce de una pasión creadora o el desamparo de perderla.” Sea esta última, tal vez, la explicación que oculta la actitud del hijo de una compañera de Duarte, Daniel Antúnez amante indiscutible de su vida familiar, y que empieza a ser frecuente entre jóvenes de su edad, a saber, irse a Australia a poder poner en su profesión, en este caso consultor informático, las cualidades creativas que piensa que tiene y que la organización empresarial de aquí le niega en su despliegue y desarrollo. Puesto que Daniel piensa que fuera de casa como en ningún sitio, lo de elegir el continente que está en las antípodas de su casa de nacimiento, me parece más un símbolo que trata de vincular la falta de oportunidades en su lugar de origen con cuanto más lejos mejor serán la posibilidades creativas de conseguirlas. Dicho de otra manera, pongamos que irse a trabajar a Berlín, dice Daniel, sería como hacerlo en casa, lo cual sería por su parte una falta de honradez intolerable.