martes, 26 de junio de 2018

OLVIDO O RECUERDO

Cuando Paulino Ordovás vió en el tablón de anuncios de la biblioteca del pueblo donde vive, en el Valle de Aran, la convocatoria de un club de lectura sobre el Quijote, no podía dar crédito a lo que estaba leyendo. Él, que se apuntaba a todos lo clubs de lectura, también se tenía que apuntar a éste. Volvió a leer la convocatoria para confirmar si la entrada era libre y gratuita, como era habitual. No, está convocatoria sonaba igual que las otras. Aunque se trataba más bien de un acto excepcional pensado, digamos, para académicos y especialistas en la materia quijotesca, para recordar y celebrar de paso los cuatrocientos años de la muerte de su autor, Miguel de Cervantes. Lo cual no le parecía nada mal, aunque sabía que la mayoría del pueblo no lo iba aceptar de buen grado. El olvido en que se fundamenta la sociedad massmediática reitera las imágenes no las repite para recordar, para seguir la huella, para dialogar con los muertos. Es mediante esa amnesia voluntaria, a través de sus heridas mal curadas, por donde entra el mal destructivo del diablo. ¿Por qué no el bien? Porque el bien sólo entra a través del recuerdo permanente y renovado de lo que ya pasó, para que no se repita aquello que no debió suceder nunca y si lo haga aquello que regenera la vida. Paulino Ordovás había leído el Quijote cuando estudio el último año del bachiller, y, digamos, a salto de mata, como diría Sancho, en otro par de ocasiones. En esta experiencia se había dado cuenta que la novela encierra una forma de saber y de pensar que no es lo que se entiende habitualmente por ello. Lo cual hace que solo pueda ser leída, hasta la fecha, de dos maneras posibles, a saber, la académica y la de los especialistas al amparo de las diferentes herramientas filológicas e historiográficas que han ido apareciendo desde su publicación, y la popular que no abandona la lectura original que en forma de charlotada tronada
que protagonizan sus dos principales protagonistas. ¿Como es posible que, cuatrocientos años más tarde, el Quijote si se lo merece no haya adquirido su normalización lectora? ¿Por qué sigue viva esa grieta que separa la lectura académica o especialista de la lectura popular? ¿Por qué, como sucede con todas las obras clásicas, Ilíada, Odisea, Divina Comedia, el lenguaje condiciona la entrada en el alma popular de otras épocas anteriores? Y, sin embargo, dice Ordovás, el ideal educativo o Paideia, tal y como lo entendieron los griegos y nos lo dejaros en herencia, está presente a lo largo de las páginas que dan cuenta de las aventuras del ingenioso hidalgo y su no menos audaz escudero. No en balde el narrador menciona en varias ocasiones a Homero como referencia indiscutible de todo propósito narrativo que se precie. Es fácil deducir, por tanto, las concomitancias que hay entre el viaje de Don Quijote y el de Ulises. Un viaje de ida, hacia el exterior del mundo, y otro de vuelta a casa hacia el interior del alma. ¿Es por esta obviedad eterna, ir hacia afuera para volver hacia dentro, por lo que decimos que tiene una actualidad inmarchitable? Pero, ¿quien habla así, sobre todo en momentos de conmemoraciones o aniversarios? Una vez más, los académicos y los especialistas que aprovechan los eventos que aquellos generan para poner al día sus herramientas filológicas e historiográficas. Y los lectores comunes, ¿qué decimos los lectores comunes? Bueno, está bueno. Y si hay pica pica mejor aún. La obsesión por no aparecer en público como un ignorante mantiene a Ordovás en un estado de vigilancia constante. Lo cual tiene una repercusión inopinada para él, y para quien lo observa y sigue su itinerario, el beneficio de la lucidez. No queriendo aparecer que no sabe, sin ser impositivo en ello, ha conseguido que le visite la lucidez por la puerta de servicio. Probablemente aceptar abiertamente que no se sabe y tratar de disimularlo con cortesía y humildad, bien míralo y mejor cuidado, ponen a las dos actitudes en el mismo camino de la sabiduría. Ahora que lo recuerdo, los diálogos de Platón son un toma y daca que con esa forma pretenden aquel propósito. Paulino Ordovás será un lector mejor o peor atinado, pero sabe en el mundo que le ha tocado vivir. Como da fe lo que le ha leído a uno de los más agudos lectores del Quijote, Andrés Trapiello, en un artículo mediante el que éste hizo su colaboración al cuatrocientos aniversario de la edición de la segunda parte del Quijote. Dice así, “¿Que cosas nuevas nos dice este libro? ¿En que clave lo leemos? Ha sido el siglo XX el de la construcción megalítica del yo. No se habrán visto yoes más desmesurados, imposibles, bulímicos que los que ha producido este siglo en la política, en el arte, en las finanzas. Ha sido un siglo de monstruos y gigantismos. Esa es la realidad hormigonada de los últimos cien años. La lección de Don Quijote es bien simple para nosotros. Frente al cosmopolitismo actual, Don Quijote no solo trabaja por ser lo que es en una inhóspita, mísera y reducida meseta agropecuaria, sino que ha de lograrlo desde el completo desinterés. Es decir, desde el anonimato. A ser nadie también se aprende, y tal es el sueño del hombre verdaderamente moderno: ser nadie, como Odiseo. No hay en Don Quijote, con toda su tremenda y colosal personalidad, un yo organizado y maquiavélico.” ¿Hay alma contemporánea suficiente para leer al Quijote más allá del interés propio de los académicos y especialistas? Estos ya saben renovar sus herramientas, pero ¿cómo renueva el lector su alma? De otra manera, ¿en qué medida, si eso es todavía posible, el ego megalítico actual puede dejar respirar al alma que encarcela? Mediante el olvido o mediante el recuerdo.