A la librería de Gerardo Iniesta acaba de llegar el último libro de Steven Pinker, “En defensa de la ilustración”, editorial Paidos. Al hilo de esta novedad editorial el profesor Manuel Arias Maldonado dice en una entrada de su blog semanal, “No es este el lugar de discutir en profundidad las tesis del llamado «nuevo optimismo», sino de traer a colación un conjunto de datos incontestables que permiten sostener la idea de que la sociedad contemporánea tiene mucho de utopía exitosa si la miramos con los ojos de un pasado anterior a la Revolución Científica y, sobre todo, Industrial. ¿Quién podía pensar que la expectativa de vida, que era de treinta y cinco años en 1750, se situaría globalmente en 71,4 años en 2015? ¿Quién podría suponer que esa mejora general incluye un aumento de diez años entre 2003 y 2013 en un país como Kenia? En Gran Bretaña, los cuarenta y siete años a los que se moría de media en 1845 han pasado a ochenta y uno en 2011. ¿Podría alguien allá por el siglo XIV siquiera concebir que entre 2000 y 2015 descenderían un 60% las muertes causadas por la malaria? ¿O que la malnutrición pasase de afectar a un 50% de los habitantes del planeta en 1947 a un 13% hoy, aun habiendo aumentado la población total? Por no hablar de la evolución del PIB planetario, que se triplica entre 1820 y 1900, y vuelve a triplicarse, a continuación, en veinticinco años primero y treinta y tres después; todo ello mientras la extrema pobreza ha pasado del 90% a sólo el 10% en doscientos años. También han aumentado el gasto social, que corresponde de media al 22% del PIB de los países de la OCDE (mientras que está en el 2,5% en la India y el 7% en China), el número de democracias y la igualdad de género; se ha restringido considerablemente el empleo de la pena de muerte y ha aumentado la tolerancia hacia las minorías. No se trata de logros inmodificables, ni podemos excluir la barbarie o la catástrofe: hacerlo sería incurrir en eso que hemos denominado «concepción infantil» del progreso humano. Pero si la utopía es producto de la insatisfacción con la realidad, el anhelo contemporáneo de utopía tiene algo de desconocimiento de la realidad.” Me parece oportuno fijarnos en la larga lista de logros indiscutibles que ocupan casi toda la cita del profesor Arias Maldonado en contraste con el contundente misterio, no confundir con suspense, con que la cierra, como si dijera ¿y a partir de ahora qué?, repito: “el anhelo contemporáneo de utopía tiene algo de desconocimiento de la realidad.” ¿Valdría decirlo con otras palabras, con permiso de los nuevos optimistas que siguen a Pinker?, a saber, el progreso ininterrumpido de lo visible desde hace trescientos años nos ha conducido al desconocimiento de lo invisible. O también, hemos ganado en salud y bienestar para el cuerpo, pero hemos perdido el alma. O, al menos, intuimos que está en paradero desconocido. Gerardo Iniesta, librero ontológico, cuya librería la Nausea es la única de su distrito que ofrece un fondo de libros no sujeto a los vaivenes del mercado, piensa que eso es lo que significa la última frase de la cita del profesor Arias Maldonado. Durante trescientos años hemos caminado cojos, o apoyados únicamente en la muleta de lo material, visible, medible, contable, etc., cuyo colofón es el Dataismo digital vigente o el juego interminable con las muñecas y con la peonza. La cuestión es, por tanto, doble, ¿podemos recuperar el alma? o, si la damos por perdida, ¿podemos construirla de nuevo? Pero, a estas alturas de la humanidad tecnificada, ¿sabemos lo que es el alma? ¿Podemos decir con Arias Maldonado que es la nueva utopía (y también el nuevo optimismo, robándole así el término a los pinkerianos) que lleva incorporada, a diferencia de las utopías tradicionales, el no saber nunca del todo, por decirlo así, de que trata el objeto utopizable? Sea como fuere, lo que sí parece cada vez más evidente, dice Iniesta, es que hay un acomodo de quienes habitan el mundo ante la ignorancia consentida de lo que no es visible. Aún así, quiere presentar el libro ante los lectores, muchos de los cuales son clientes de su librería. Pero, ¿cómo hacerlo? Teme por encima de todo, como decirlo, su vanidad edulcorada. ¿Que es eso? Ni mas ni menos que lo siguiente, dice. Al mismo tiempo que se desarrollaba el progreso indudable que pregonan los datos aludidos por Arias Maldonado, ha ido creciendo un progreso moral de más dudosa honradez y veracidad. Los individuos de las naciones occidentales de los últimos siglos han vivido con arreglo a la creencia -inconsciente y dogmática- de que existía un sistema como una realidad objetiva (lo que Iniesta llama, la cajita) a la que había que conformar el modo de estar en el mundo, las estrategias de supervivencia o de vida, las decisiones, la moral o la ética e incluso el relato biográfico que cada cual hacía de sí mismo. O sea, que vivimos más, pero no sabemos por qué lo hacemos, pues alguien ya lo ha pensado por nosotros. Hemos progresado, cierto, pero sin preguntarnos nunca por el por qué de ese progreso. O sea, como dice Berger, no hemos aprendido a explicar a los otros, ni a nosotros mismos, lo que sentimos con lo que hacemos. Sencillamente no lo hemos creído necesario. En caso de emergencia en la cajita ya están previsto los servicios de técnicos o especialistas para tales casos. La clave de la presentación del libro de Pinker, al decir de Iniesta, está en el eslogan que elija. Si sigue la traza que han abierto las editoriales, tanto la inglesa como la española más los comentarios de los críticos afines, tiene claro que la etiqueta no puede ser otra que Nuevo Optimismo. Lo que quiere, sin embargo, es quitar a la locución la patente de un único significado posible y a sus dueños, que son quienes promocionan el libro, sus derechos de propiedad abasoluta sobre la misma. El optimismo no puede ser verdaderamente nuevo si actúa sobre lo mismo, es este caso sobre lo que ya está mil veces visto desde hace trescientos años. El nuevo optimismo debe nacer a partir de poner la mirada sobre lo que siempre ha sido tratado injustamente como fuente de sospecha de todo lo contrario. En este sentido la utopia vuelve a ser algo deseable, pero no ya como una misión de un puñado de iluminados que sin que nadie se lo haya pedido se ponen al frente, sino como el anhelo de una visión de quienes aceptan su ceguera de partida (su no saber) la cual es también el impulso común que los hace ponerse en un camino que ha de ser de experiencias compartidas. Como no puede ser de otra manera, Gerardo Iniesta, ha pensado en el profesor Arias Maldonado para que sea el protagonista del acto.