lunes, 11 de junio de 2018

LES FALTAN LAS PALABRAS

He ido aprendiendo con el paso del tiempo que la fe ciega en una certeza nunca satisfecha y la cómoda sensación de una irresponsabilidad infinita es lo que caracteriza a la clase media actual. Eso es a lo que sus miembros más conspicuos llaman su código axiológico o de valores. Nada se nota más esto que digo que en la forma que ha ido adquiriendo la conversación habitual entre los miembros de aquella. Valga decir, entre nosotros mismos. Esa falta de hacerse cargo de lo que uno dice, o esa disposición a defender a cañonazos la opinión más banal que uno pueda tener sobre los asuntos más trascendentes, o no, tanto da, forman parte de la coraza de tortuga con que hemos decidido proteger nuestra alma. En esta texitura vital de tono troyano, no hace falta insistir mucho en ello, lo de construir un alma queda fuera de nuestros propósitos. Es más, no solo no la construimos voluntariamente por nosotros mismos, sino que no dejamos que ningún Aquiles se acerque a nuestra fortaleza con su ejemplo de mortalidad en marcha. Siempre lo vemos que lo hace bajo el manto protector de la noche y las intenciones alevosas del peor de los usurpadores. Sin embargo, la visión que nos muestra John Berger en su libro, Un hombre afortunado, sobre la manera o el estilo profesional que el médico John Sassall usa en su trato con los enfermos de esa clase media (inglesa en este caso) que tiene a su cargo, descubre las grietas de la coraza de tortuga bajo la que se esconden. Lo que viene a decir Berger es que esas grietas son un efecto no deseado de la falta de lenguaje que tienen no tanto para proteger su alma sino para construirla, debido a que ese lenguaje no forma parte del sistema educativo que han recibido. De otra manera, no tienen palabras para contar su experiencia, para hacer algo con lo que hacen y dar sentido, es decir, para trasmitir un sentimiento. No saben como decirlo. Solo les queda, entonces, contar lo que hacen, que es también de donde sale, al fin y al cabo, la munición que abastece a los cañonazos que lanzan cuando se ven en peligro. 
Las palabras de Berger dicen así,

“La dificultad de expresión de una gran parte de la clase trabajadora y de la clase media inglesa es el resultado de una privación cultural sistemática. Se les ha privado de los medios para traducir lo que saben a ideas sobre las que puedan pensar. Carecen de ejemplos en los que las palabras clarifican la experiencia. Sus proverbiales tradiciones orales hace tiempo que desaparecieron, y, aunque están alfabetizados en el sentido estricto del término, no han tenido la oportunidad de descubrir la existencia de una herencia cultural escrita. Pero no se trata sólo de una cuestión de literatura. Toda cultura actúa en general como un espejo que permite al sujeto reconocerse, o, al menos, reconocer aquellas partes de sí mismo socialmente aceptables. Quienes sufren de carencias culturales tienen menos oportunidades de reconocerse. Para ellos, una gran parte de su experiencia —especialmente la emocional y la introspectiva— no tiene nombre. Por consiguiente, se expresan sobre todo a través de la acción; de ahí, entre otras cosas, que los ingleses tengan tantos pasatiempos, que les gusten tanto las actividades y eventos de todo tipo. Así se convierten en lo más parecido a un medio de introspección satisfactorio. La forma de conversación más fácil —con frecuencia la única posible— es aquella relativa a la acción, aquella que describe la actividad desarrollada, ya sea como técnica o como procedimiento. Así, los interlocutores no hablan en realidad de su experiencia, sino de la naturaleza de un mecanismo o evento completamente exterior a ellos: de un motor de coche, de un partido de fútbol, de un sistema de canalización de las aguas o del funcionamiento de un comité. Estos temas, que excluyen todo lo que pueda ser directamente personal, o de experiencia personal, constituyen el contenido de la mayoría de las conversaciones que podrían mantener hoy en Inglaterra, en un momento dado, los hombres mayores de veinticinco años (en el caso de los jóvenes, la fuerza de sus apetitos los libra de esa despersonalización).”