lunes, 18 de junio de 2018

MAR DE HIELO

Gerardo Iniesta piensa que en la trastienda de La Nausea puede acontecer el aprendizaje de una decepción que se incuba, por decirlos así, en la tienda. La dificultad que tiene la mayoría de sus clientes, pertenecientes todos ellos a la clase media actual perfectamente alfabetizada, a la hora de expresar lo que sienten respecto a la experiencia de sus vidas cotidianas es la inmediatez con que suceden las cosas a su alrededor, a lo que hay que añadir, como peculiaridad añadida a esa perfecta alfabetización, la súbita velocidad que de repente ha adquirido eso mismo que sigue sucediendo. Si por el doble imperativo de la inmediatez y la velocidad no pueden no dejar de entregarse, incluso más que antes, de forma impertérrita a la tarea de vivir (trabajando lo que pueden y donde les dejan para consumir muchas de las veces lo que no pueden pagar), de ello se deduce, también más que antes, que no pueden permitir que sus sensibilidades gobiernen sus vidas. No es de extrañar que una de las clientes de Iniesta, al interpelarla sobre esa incompetencia de hablar sobre lo que se siente en la lectura, le contestara de forma airada que no podía negarle que eso era totalmente cierto, pero es que nadie se lo había enseñado.  Resumiendo, dice Iniesta, seguimos viviendo zambullidos en la lógica del tiempo inmediato pero ahora a la velocidad de la luz. Atrapados en esta texitura lumínica, que por un lado ciega y por otro nos sumerge en las sombras más tenebrosas nunca antes experimentadas en los tiempos del analfabetismo absoluto, ¿cuando empieza la responsabilidad individual de hablar de lo que uno siente (crear su alma) en una sociedad perfectamente alfabetizada en sentido estricto? ¿O siempre habrá motivos para echar la culpa de tal incompetencia personal a la cultura alicorta donde viven esos individuos, que funciona como si fuera un espejo de la madrastra de cenicienta, en el sentido de que refleja exageradamente solo lo de que cada individuo es socialmente aceptable, ocultando mediante esa misma exageración su colosal incompetencia de hablar de lo que siente ahí metido? Luego será la inatención benévola, el reconocimiento pasivo o la ceguera absoluta de los otros quienes acaban cerrando esa herida en falso, consiguiendo así que en esa comunidad de clase media perfectamente alfabetizada todos crean ser lo que exactamente aparentan a este lado del espejo. Frente al mar de la ignorancia exterior que llega a la tienda, Iniesta recuerda a quienes deciden pasar a la trastienda de La Nausea, el mar de hielo que llevamos dentro, como dijo Kafka, y que la lectura y la escritura deberían encargarse de devolver su apasionamiento primordial. De otra manera, Berger incide en lo mismo en su seguimiento del médico Sagall, atento escrupuloso a las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes. “A Sassall le influyeron mucho de niño los libros de Conrad. Contra el aburrimiento y la complacencia de la vida de la clase media inglesa en tierra firme, Conrad le ofrecía lo «inimaginable», cuyo instrumento era el mar. La poesía que se le ofrecía, sin embargo, no era amanerada o poco viril; muy al contrario, los únicos hombres que se podían enfrentar a lo inimaginable eran duros, taciturnos, mesurados y tenían un aspecto del todo normal. La cualidad contra la que Conrad previene constantemente es al mismo tiempo la cualidad a la que apela: la imaginación. Se diría que el mar es el símbolo de esta contradicción. El mar apela a la imaginación, pero para enfrentarse al mar en su furia inimaginable, para hacer frente a sus retos, uno ha de abandonar lo que imagina.” Es como si el tiempo se transformara en el equivalente del mar de Conrad, y las enfermedades del cuerpo (y del alma) en el equivalente de las condiciones meteorológicas.