El concejal de cultura de un pueblo mediano del Valle de Aran cree que la cultura debe llegar a todo el mundo sin que medie obstáculo alguno en la consecución de tal objetivo. Es una visión que se inscribe en la tradición del utopismo clásico, en el que se presupone que un pueblo que accede a la cultura está en las mejores condiciones posible para obtener su liberación y, por tanto, la felicidad añorada. Todas las actividades que se organizan a lo largo del año desde aquella llevan inscritas de forma explicita en su metodología de ejecución este propósito. Nada de lo que se haga o se diga en el momento de ejecutar la actividad puede molestar ese ansia de felicidad que se supone viene a satisfacer quien se acerca a participar en la misma. Quien está al frente de la misma tiene órdenes expresas de la propia concejalía de cortar en seco cualquier intromisión en ese sentido distorsionador a que me refiero. Por otro lado, la concejalía de cultura entiende que cuantas más actividades haya mayores son las posibilidades de que los ciudadanos accedan a esa felicidad con la que todo el municipio está comprometido. Por ejemplo, la biblioteca municipal, que depende directamente de la concejalía de cultura, organiza al mes más de una docena de clubs de lectura según los criterios de edad (adultos, jóvenes, infantiles), modelo (novela, poesía, teatro, cómic), dificultad (fácil, experimental), género (masculino, femenino). Cada lector puede apuntarse a los clubs que desee sin que se le exija ningún requisito previo, sobre todo en su actitud hacia la lectura, a saber, si es pasivo o activo; si lo segundo, si es dado a usar el texto como pretexto para dar rienda suelta a sus opiniones generalistas, prejuicios, tópicos, etc. Se da el caso de que hay usuarios de la biblioteca que empalman un club de lectura tras otro desde primeras horas de la tarde hasta que cierran la biblioteca a las nueve de la noche. Uno de ellos, Paulino Ordavás, muestra sus satisfacción en una entrevista que le hizo recientemente un periódico local al afirmar que encuadra su realización como lector (y como persona, añade con prudencia) en esta forma seriada de participación más que en el compromiso atento y concentrado con un solo club de lectura. Siempre piensa que al no asistir a los otros clubs de lectura se está perdiendo algo de suma importancia para su vida. En un momento dado de la entrevista la periodista le preguntó a Paulino Ordovás - no queda claro si guiada por una sana intención o por poner al entrevistado frente a sus contradicciones - si de lo que está hablando es que como lector cada vez le interesa más el mundo de lo invisible, de lo que hay detrás de las apariencias, en fin, de todo ese tiempo que pasamos en otro lugar que no es en el que estamos. Paulino Ordovás quedó al principio un tanto desconcertado por la ambigüedad que le trasmitía la pregunta, pero rápidamente supo rehacerse y contestó con determinación que la decisión de asistir a tantos clubs de lectura tenía que ver con una amenaza que le persigue desde pequeño y que no es otra que la de aparecer en público con alguien que es tonto o que no sabe. La periodista, a su vez, sorprendida por la respuesta le preguntó, esta vez sin que hubiera duda en la no utilización del doble filo en sus palabras, si esa actitud tenía que ver con la percepción que él tenía de la cultura actual, en el sentido, puntualizó la entrevistadora, de que la imagen que hoy da, pongamos, en el municipio donde vive no refleja del todo las ideas socialmente aceptables de sus vecinos. Probablemente, contestó Paulino Ordovás, la cosa venga de lejos, cuando el pueblo no tenía ningún tipo de acceso a la cultura. Pasa lo mismo que con la pobreza material que, los que la hemos padecido de forma extrema, la única manera de ahuyentar su perenne amenaza es estar rodeado de cosas, pues en el caso de la cultura la amenaza se solventa asistiendo a todos los eventos que se puedan de lo que a uno le interesa. En otra entrevista que el concejal de cultura ha concedido al periódico local después de la de Paulino Ordovás - se supone que motivado por las declaraciones que éste hizo en la suya - afirma que el principal estímulo que tiene en su cargo es el de cumplir bien con el ideal de servicio público. Al leer sus palabras en el periódico local, me vino a la cabeza la alusión que hace John Berger respecto al ideal de servicio público del médico John Sagall en su libro ya mencionado, Un hombre afortunado. Lo hice porque, independientemente de que llegue a ser así, me parece que es razonablemente deseable que debería haber una convergencia en el amplio espectro del ideal de servicio público entre un cuidador de cuerpos como es un médico y un cuidador de almas como debe ser un concejal de cultura. Así lo expresa Berger, “Este ideal tiene un doble significado. El servicio representa todos aquellos valores tradicionales que unos pocos privilegiados que han aceptado el reto aprecian profundamente; y no los aprecian en razón de un principio abstracto, sino como la condición indispensable para la práctica eficaz de su arte o de su técnica. Y al mismo tiempo, el servicio representa la responsabilidad que esos pocos tienen con respecto a los muchos que dependen de ellos.” Si la enfermedad es lo que acompaña como amenaza perenne al cuerpo, la pobreza expresiva es lo que amenaza a la salud del alma. Al ideal de servicio público, tanto en un caso como en el otro, le sienta bien, como dice Berger aludiendo al doctor Sagall, la imagen del mar que acompañó a Joseph Conrad. Pues ella es fuente de toda la potencia imaginativa que acompañan los anhelos del alma y de todos los peligros que suelen acosar al cuerpo.