A parte de su condición de lector de varios clubs de lectura Paulino Ordovás está felizmente casado con Adela Montemayor con la que tiene dos hijos, Raul y Elisa, en edad de la educación primaria. Nunca hemos tenido la oportunidad de poder vivir y pensar bajo la influencia de algo parecido a un ideal educativo universal. Un ideal que esté por encima de las coyunturas políticas o culturales, con su sempiterna tentación al jolgorio pirotécnico en cualquiera de sus manifestaciones. Metidos de coz y hoz en la sorprendente y a la vez fútil actualidad, como no, lo digital sería la recámara donde se refugia la imposibilidad de darse, o acontecer, que tiene el alma moderna que implosiona así en forma de paquete enlatado, y lo deportivo como el ámbito abierto para que se dé la explosión absoluta de un cuerpo, que queda fuera de los parámetros con que lo imaginó Epicúreo en la antigüedad, a saber, como una forma de pensamiento supeditado a la sensibilidad pues en eso consiste, al fin y al cabo, el goce de la vida. No en emborracharse cada fin de semana o en dar siete veces la vuelta al mundo por el simple hecho de que técnica y económicamente puedo hacerlo. El caso es que a Paulino Ordovás sus habilidades de lector múltiple (de varios clubs de lectura) no le dan para discernir sobre el significado diferente que tienen sus asistencias semanales a la biblioteca para compartir la lectura de turno y el de tener que llevar a sus hijos a las actividades extra escolares que, vaya por dios, se encuentran tanto en el caso de Raül como en el de Elisa dentro del ámbito deportivo. Fútbol, como no, para el niño, patinaje en el de la niña. Lo que quiero decir es que si Paulino Ordovás es, junto a la concejalía de cultura del pueblo donde vive, un firme defensor del populismo cultural en el sentido que lo contaba en el escrito de ayer, pero en lo que se refiere a la educación y, más en concreto, a las actividades extra escolares es un defensor contundente y convencido de la feroz competencia propia de lo deportivo, en inequívoca alianza, como no podía ser de otra manera, con la concejalía de educación y con la asociación de padres y madres de la escuela (los grupos de progenitores en las redes sociales, a parte de echar humo durante toda la semana, tienen al final la última palabra), la dos del mismo pueblo donde vive Ordovás. La falta de un ideal educativo universal perfectamente pensado para que sea absorbido, yo diría incluso que confundido, con el proceso de alfabetización de la clase media actual, hace que no se note la ausencia de una imagen de vida heredado por quienes nos han precedido en la existencia. Una imagen de vida que permita celebrar la herencia recibida como condición de posibilidad inexcusable para que el heredero aprenda a hacer lo propio y trasmitirla con igual entusiasmo a sus descendientes. Así lo entiende Jaeger cuando en su Paideia analiza la importancia que tienen los poemas homéricos como imagen de vida trasmitida de generación en generación entre los griegos antiguos y, si así lo leemos, vale también como una manera de empezar a aprender esa imagen de vida que necesitamos más que nunca los europeos modernos. “La tragedia que encierra el hecho de que Aquiles se resuelva a ejecutar en Héctor la venganza de la muerte de Patroclo, a pesar de que sabe que tras la caída de Héctor le espera, a su vez, una muerte cierta, no halla su plenitud hasta la consumación de la catástrofe. Sirve sólo para enaltecer y llevar a mayor profundidad humana la victoria de Aquiles. Su heroísmo no pertenece al tipo ingenuo y elemental de los antiguos héroes. Se eleva a la elección deliberada de una gran hazaña, al precio, previamente conocido, de la propia vida. Todos los griegos posteriores concuerdan en esta interpretación y ven en ello la grandeza moral y la más vigorosa.” En efecto, Aquiles deja a la posteridad una imagen de vida que llega hasta los momentos de lectura silenciosa y populista, y competitividad bulliciosa y aguerrida, entre los que discurre la vida de Paulino Ordovás y los planes culturales educativos de las concejalías del pueblo donde vive. Una imagen que no es otra que el aprendizaje de la mortalidad, del que mediante esa combinación envenenada entre populismo cultural y competitividad educativa Paulino consigue no hacerse cargo. Su obsesión de no aparecer en público como alguien que no sabe o que pueda ser visto como un tonto, denota el miedo incontrolable e incontrolado que hay detrás de esa ofuscación, por otro lado, socialmente aceptable.