viernes, 29 de julio de 2016

ENTENDERNOS O NO ENTENDERNOS

Hay una visión del uso del lenguaje, jaleada y aumentada por los medios de comunicación de masas, que sostiene el axioma que nosotros, los hablantes de una lengua determinada, nos entendemos. Su esfuerzo se orienta en encontrar los elementos comunes a todas las prácticas lingüísticas que permitan verificar ese axioma. Cuando observan discrepancias proponen una norma correctora pretextando el peligro de la inteligibilidad.

Hay otra visión del uso lenguaje, mucho más restringida, que duda razonablemente sobre nuestras capacidades comunicativas y se inclina más bien hacia la idea de que los seres hablantes no nos entendemos. Debido fundamentalmente a que cada uno de los hablantes traduce de manera inevitable, al hacer su uso habitual, el lenguaje común. Es lo que se llama un  idiolecto, un forma del lenguaje que, aunque formalmente se parece al lenguaje común de donde parte, en términos de potencia, alcance y aliento significativo se convierte por efecto de esa traducción inevitable en algo privado. Paradójicamente, partiendo de ese lenguaje común, cada ser humano acaba hablando y pensando el mundo que lo ha acogido a su manera.

¿Qué hacer ante estas dos visiones del uso de lenguaje que más que contradictorias son contrarias? ¿En qué medida afecta, por ejemplo, primero al acto de la lectura individual y silenciosa? ¿Acatamos la corrección mediática de las desviaciones del carril común del lenguaje? ¿O aceptamos que no nos entendemos, pero también aceptamos que no dejaremos nunca de intentarlo, pues el no hacerlo nos metería de coz y hoz en una incomunicación irreversible, es decir, en la locura? ¿Acatamos el lenguaje común, es decir, hablamos como habla todo el mundo? ¿O aceptamos que, ante el peligro de la inteligibilidad y el uso del corrector para volver al redil del lenguaje, hay una salida que pone en marcha lo mejor de cada uno de nosotros como seres de razón y de palabra: entender que la comunicación humana es una ficción, y que desde ese entendimiento no nos conformamos ni nos arredramos ante la fatalidad del no nos entendemos?

jueves, 28 de julio de 2016

A LA INTIMIDAD SOLO SE PUEDE ACCEDER MEDIANTE LA METÁFORA

Si aceptamos que no somos los mismos lectores si la lectura de un cuento la relacionamos con nuestra intimidad (ese lugar recóndito y oscuro en el que ganamos o perdemos nuestra vida), que si lo hacemos con nuestro currículum (esos conocimientos y habilidades con los que nos ganamos la vida) o con nuestros selfies (esa ceremonia de las máscaras, con que engañamos a la vida), aceptaremos como existente el abismo que hay entre el primer supuesto y los otros dos. Y el salto que hay que dar para pasar del ámbito de los segundos al ámbito del primero. Y no es lo mismo porque no son las mismas las preguntas que nos jugamos, ni los riesgos que corremos, leyendo desde cada uno de las orillas de ese abismo. La exterioridad rígida del currículum o la arbitrariedad caprichosa de nuestras máscaras difícilmente aceptarán las preguntas del párrafo siguiente de este escrito (o las que expuse en el anterior escrito), las cuales si son aceptadas por la elasticidad metafórica de nuestra intimidad a la busca necesaria de sentido. En una tertulia literaria abierta las tres lecturas son legítimas. Leer desde la intimidad, leer desde el curriculum o leer con la máscara puesta. Lo importante es que cada lector sea consciente del alcance y el aliento que cada una de ellas tiene, y que sepa desde cuál quiere o puede leer. Lo importante es ser honesto y humilde, ante uno mismo y ante los otros lectores, en el acto de la lectura. Yo intento, con notable esfuerzo y desigual acierto, leer desde mi intimidad porque siempre presiento un algo misterioso, una profundidad y una apertura hacia nuevas formas de pensar y de ver el mundo, indirectas o metafóricas, que nunca he logrado leyendo desde la rigidez de mi currículum o desde la arbitrariedad caprichosa de cualquiera de mis máscaras. Eso es todo.

miércoles, 27 de julio de 2016

LA INTIMIDAD DEL LECTOR EN SU LECTURA

Al leer lo más importante es la intimidad del lector con el relato. Siempre y cuando el lector no suplante su intimidad, al tratar de manejarla en la experiencia de su lectura, con alguno de los selfies con que se presenta en público. Creyendo, mejor dicho, haciendo creer a quienes lo escuchan que la intimidad y los selfies son lo mismo, que somos como aparentamos ser. Aunque sepamos, o si no lo sabemos seguro que lo intuimos, que la intimidad es la verdad a cerca de quién es uno mismo entre los demás en el mundo. Esa que nadie que quisiera intimar con lo que le cuenta el narrador, va a desvelar nunca. Pero si no podemos al leer abordar nuestra intimidad directamente, ¿podemos hacerlo de forma indirecta, metafóricamente?, el correlato más fidedigno de nuestra intimidad, es decir, de nuestra verdad entre los demás en el mundo. 

martes, 26 de julio de 2016

MESA PARA TRES

A mí nunca me han pasado estas cosas, porque estas cosas en tu vida y en la mía no han sido así y, bastante a menudo, ni siquiera han sido esas cosas. A continuación de soltarle esta perorata, colgué el teléfono y dejé a mi hermano con la palabra en la boca. Estaba harto de escuchar sus lamentos. Había enviado el cuento al concurso anual que convoca el ayuntamiento, y me dio por enviarle una copia. Maldigo el día en que tuve semejante ocurrencia. No se a cuento de qué pensé que podría ayudarle en su obsesión paranoica. Vano intento. Desde que tengo uso de razón no deja de echarme en cara que yo soy el preferido de mi madre. ¿Por qué ese título de "Mesa para dos"?, ¿por qué no lo titulaste "Mesa para tres"?, me espetó al otro lado del auricular. Porque quería entender lo que mamá nos contó a los dos tantas veces, que se vio a sí misma en los ojos de papá, le respondí. Yo nunca le oí decir esas cosas que has escrito, te lo diría a ti cuando yo no estaba presente, insistió tozudo. 

sábado, 23 de julio de 2016

SALTO O ABISMO

A la luz de la visión que ella ha tenido, una luz que deja a su alrededor todo una espesura de sombras, más oscuras si cabe que antes de que me lo dijera, a la luz de esa primera vez que tuvo ocasión de experimentar lo que vio, me pregunto, ¿seguiré creyendo - yo que he experimentado varías veces sobre lo mismo que ella lo ha hecho por primera vez - que ya lo he conocido todo, que estoy de vuelta de todo ello? ¿Soy consciente de que ese salto (o abismo), entre lo que he alcanzado a conocer después de la visión de mi primera vez y lo que desconozco (y no conoceré nunca) después de volver tantas veces sobre lo mismo (o parecido), nunca fue mayor como en el momento mismo en que ella ha conocido lo mismo por primera vez? Especialmente porque hoy me cuesta reconocer que exista ese salto (o abismo). ¿Soy consciente de cómo se transforma mi carácter al no aceptar ese salto (o abismo)?

viernes, 22 de julio de 2016

LICITUD Y LEGITIMIDAD DE LA FICCIÓN

Lo que cuentan los cuentos sólo pasa en los cuentos. Una obviedad que no a todos los lectores les parece tan obvia. Y es tan lícito y legítimo como lo que nos ocurre cada día en la vida, tenga ésta sesenta, cincuenta, veinte o quince años a las espaldas. La aceptación de esos dos conceptos, licitud y legitimidad, es el principal obstáculo a salvar como lectores para que podamos entrar en el interior del texto. Sobreponiéndonos, de paso, a la inaplazable prioridad que le damos a las cosas que nos pasan en la vida, pues nos olvidarnos de la importancia de sus manifestaciones ambiguas y ocultas que hacen que aquellas acontezcan ante nuestros sentidos.

De un cuento puede haber tantas lecturas como lectores, pero lo que no puede haber es tantos cuentos o novelas como lectores. No porque porque yo lo diga, sino porque solo hay un narrador y solo cuenta su cuento o su novela. De ahí la enorme importancia que tiene, al ponernos delante de la primera página de un cuento o una novela , enfrentarnos a la siguiente batería de preguntas. ¿Quién me habla? El narrador ¿Por qué me habla? ¿Qué quiere de mí? ¿Quiere que le escuche o solo quiere hablar? No está nada claro. El narrador ha elegido hablar, yo puedo elegir entre escucharlo o no escucharlo. Aunque si no lo escucho morirá, desaparecerá. Pero si únicamente presto atención a lo que me dice, a lo que viene después de la primera página, y después de la segunda,..., en fin, si únicamente me interesa lo que va a suceder al final del cuento, en lugar de prestar atención a cómo está sucediendo, ¿estoy escuchando con mi decisión al narrador? ¿O más bien descarto casi todo lo que hacen sus palabras que tengo ante mis ojos? Eso es lo que hacemos muchas veces en la vida. Escuchamos palabras sin preocuparnos de quien las dice. O al revés. Pero es que, a diferencia de la vida, el narrador de los cuentos o las novelas sólo están construidos con palabras. Entonces, ¿es suficiente con escuchar o seguir la traza de esas palabras? ¿O, al mismo tiempo, es necesario imaginarme quien las dice a partir de cómo las dice? ¿Qué consigue el lector con ese ejercicio de su imaginación? Que las palabras del narrador ya no sean unas palabras más, sino las verdaderas palabras de ese cuento o novela. Las únicas capaces de contar lo que en ese cuento o novela se cuenta, que como dije al principio solo sucede ahí. 

La comunicación humana, y la narrativa de los cuentos y novelas como un modo de esa comunicación, no permite la existencia en sí, sino la existencia entre otros. No para poseerlos, ni para ser poseídos por ellos, sino para ponernos voluntariamente bajo la influencia de su lenguaje. Esto es ser real y de eso se trata cuando leemos.

jueves, 21 de julio de 2016

UN DÍA DE LECTURA LOGRADO

Somos seres de un día, como dijeron los griegos antiguos, como lo son muchos insectos. Cielo santo, ¿qué dirán ante esta aseveración el señor Darwin y el Dios del Vaticano? En el caso de la lectura de un cuento o una novela cada uno de sus días empieza y acaba. Y, paradójicamente, todos esos días tienen la posibilidad de permanecer en nosotros. Cada Día de Lectura tenemos que hacer un esfuerzo para no sucumbir a las adversidades externas y a nuestros propios pensamientos aciagos. En fin, cada Día de Lectura tenemos que empezar de nuevo, porque cada día morimos un poco, o del todo. Si prestamos atención al tránsito de nuestras vidas, a como nos interpelan los sujetos y objetos sensibles con que nos topamos en los cuentos o las novelas que leemos, comprobaremos toda la verdad que hay en ello. Nos podremos encontrar así con los símbolos que nos abren las puertas a cosas que desconocemos. Eso sí sería un día logrado. No feliz, sino un Día de Lectura Logrado

miércoles, 20 de julio de 2016

CON UN PIE DENTRO Y OTRO FUERA DE LA PECERA

Todo lo que tiene que ver con los relatos de ficción, no es propiamente verdadero o falso, mejor o peor, rápido o lento. Esas magnitudes o variables son las que determinan la calidad del "agua" que llena la pecera donde vivimos. No podemos vivir fuera de la pecera, pero dentro nuestros cuentos y nuestras cuentas nos acaban ahogando. Necesitamos el aire renovado de los cuentos de ficción de fuera, pero si salimos de la pecera ese aire nos acaba igualmente matando. De los relatos de ficción de fuera de la pecera buscamos aquellos que nos dicen lo que queremos oír, o los que se nos presentan más perfectos y acabados para compensar el cuento imperfecto y a medio cocer de nuestra naturaleza dentro de la pecera, y la falta de oxígeno en el agua que la llena. También porque todo lo perfecto y acabado nos remite de inmediato al principio. A sentir la experiencia irrepetible de su conmoción y compenetración. De su lectura originaria. Sin embargo, el miedo inherente a toda persona adulta, a diferencia del niño o el adolescente, hace que acabemos resguardando nuestra vida en la pecera. Pero ninguna lectura de un relato de ficción se puede sentir con sentido únicamente dentro de la pecera. Ni únicamente fuera de la pecera. Sino dentro de la pecera como si estuviéramos fuera de la pecera, a la intemperie. Esto de estar con un pie dentro y otro fuera de la pecera es lo más característico de la lectura adulta de relatos de ficción. Nuestra realidad como seres humanos y como lectores adultos de relatos de ficción son importantes debido a esa simple paradoja. Que es también la más difícil de ver y la que más nos cuesta explicar, pues la cubre el velo de las apariencias. No se trata de verla y mostrarla como una máscara más, sino como una experiencia única e irrepetible con las palabras del relato de ficción en cuestión, que llevan incorporadas la posibilidad de ser comunicadas a los otros lectores. Antes de que se nos seque el agua de la pecera. Por cierto, ¿en qué medida estar asegurado en la pecera perjudica a la calidad del agua que la llena?

martes, 19 de julio de 2016

ENTRE EL ARTISTEO Y EL TURISTEO

En las creencias se está, las ideas se tienen. En la ciudad se está, el barrio se tiene. Y estirando al limite la cita primera de Ortega, en el arte se está, la obra de arte se tiene. Lo que aplicado a la visita que hicimos a Barcelona, se puede resumir: las fotografías de Bruce Davidson son a Sarrià como las de Tony Catany al paseo de Gracia o la plaza Cataluña. El asunto es saber cómo, por qué y para qué. Y a quien le puede importar todo esto.

Es propio de todo ser humano tratar de romper los límites que le impone la jaula intangible del lenguaje y del escenario donde lo arrojan nada más nacer. Así del orden lento y asequible del barrio, o del pueblo, uno aspira llegar al caos apresurado de la gran ciudad. De igual manera en el arte, el artista va de la imitación del orden de la obra del Creador, la naturaleza, al orden compuesto por el mismo como creador. Algo parecido hicimos nosotros en la visita a Barcelona. Visitamos el barrio de Sarrià y su correlato artístico, la exposición de fotografía de Bruce Davidson en la Fundación Mapfre, y también el centro turístico de la ciudad, el paseo de Gracia, y su correlato artístico la exposición fotográfica de Tony Catany en La Pedrera. Entre medias nos salieron al paso dos preguntas. Una, ¿que es una obra de arte y qué es arte? Dos: ¿dónde se vive la vida buena y dónde la buena vida?

Respecto a la primera pregunta Félix de Azúa dice:
"En ausencia de un criterio mejor, consideramos obra de arte la aparición de cualquier conjunto de elementos capaz de producir experiencias estéticas en uno, varios o todos los sujetos, independientemente de las intenciones de su productor, a quien no tenemos inconveniente en llamar artista. Pero esa operación queda encerrada en la oscuridad del sujeto, a menos de que sea adoptada por los medía y convertida en espectáculo. 
La obra de arte, por así decirlo, se presenta a sí misma ante el sujeto y se mantiene como tal obra de arte mientras dura su relación con el sujeto. Sólo en la relación hay obra de arte y sujeto de experiencia estética. Pero nunca nos enteraremos, como no sea a través del espectáculo mediático. 
Fuera de la relación que se establece en la experiencia estética, no hay obras de arte, aunque puede haber documento histórico, síntoma sociológico, valor mercantil, o símbolo nacional". (...)
(...)"Pero la etapa moderna de las artes ha consistido en un ataque o, si se prefiere, en un trabajo negativo y sistemático contra los constituyentes clásicos de las artes. De tal manera que algunas producciones de la etapa terminal del arte moderno 'no son obras de arte' sin por ello dejar de ser arte. Como, por ejemplo, el clásico urinario de Duchamp y todas sus imitaciones y derivaciones". 

Al hijo de esos razonamientos, que me parecen de los más sensatos que he escuchado sobre este asunto del arte y el artisteo, deduzco que las fotos de Davidson son obras de arte y algunas de las composiciones de Catany son sólo arte.

Si podemos romper la jaula intangible del lenguaje que hemos heredado, también podemos hacer lo propio con la jaula del espectáculo en donde nos han metido de coz y hoz, con su mirada incorregible y sus puntos de fuga, sin los cuales seriamos enteramente ciegos. De tal manera que nuestra experiencia estética y emocional con la obra de arte pueda ser adoptada por los diálogos, orales y escritos, de una tertulia en un café, en una biblioteca, en una casa particular, es decir, convertirla en foros ciudadanos fuera de los focos mediáticos. No necesariamente hay que claudicar ante la dictadura del espectáculo. Porque en el espectáculo se está, pero las tertulias como las nuestras se tienen. A mi modo de entender, la desgarro principal que determina el rumbo del mundo actual se encuentra ahí, y de ahí vendrán sus posibles y más que temibles terremotos. Lo cual implica aprender a discernir, para no caer bajo sus escombros, que para Ganarme-La-Vida tengo que pagar, si o si - ya está pasando incluso con las profesiones tenidas por las más nobles - el peaje que imponga el espectáculo, pero para Ganarme-Mi-Vida he de esforzarme por imaginar el tiempo y el lugar donde pueda quedar a salvo del imperio desfigurador de su publicidad y propaganda. Esas dos apisonadoras omnipresentes y sin piedad. Pura pantalla. Dicho de otra manera, la mayor parte de las palabras, imágenes y sonidos que produzcan los seres humanos en el actual Imperio del Espectáculo Global - como en todo imperio que se precie desde el imperio romano - se distribuirán, hasta que vuelvan los "bárbaros" que con sus bombas también quieren formar parte del espectáculo, entre conseguir el pan (de lunes a viernes) y asistir al circo (sábado, domingo y fiestas de guardar). Pan y circo: nadie inventó nunca un mejor eslogan para amansar y estabular a las masas. Las otras palabras, imágenes, sonidos,.. las de ganarse-cada-cual-su-vida, esas que no tienen cabida en la mirada y el escenario del espectáculo porque nadie las vería y no son rentables, tendrán que surgir y sobrevivir - al igual que en el Imperio Romano - en las cuevas y catacumbas, hoy conocidas como tertulias literarias, cafés filosóficos, editoriales minúsculas, pequeños conciertos, etc. Es decir, en los espacios reducidos donde sobrevivir al amparo de las tormentas y tsunamis del impetuoso e imperativo espectáculo globalizador . 

Respecto a la segunda pregunta, comprobé que la vida buena se encuentra en el barrio de Sarrià. Pero la "buena vida" está solo en el centro de la ciudad de Barcelona, y de ella se hacen cargo los "vividores del mundanal espectáculo", que son los que aprovechan el hueco dejado por quienes, "exiliados" en el barrio, se hacen cargo de mantener con dignidad las constantes vitales, palabras, imágenes y sonidos de la vida buena.  

Al final, traté de asimilar como pude el choque de esas dos experiencias - que las puedo sentir y mantener a salvo por separado en mi conciencia, pero que sé que fuera están perfectamente embridadas -, como no podía ser de otra manera, en el Parque del Laberinto. Donde algunos se perdieron y otros, con las suficientes dosis de distorsiones en la cabeza, observamos complacidos las nuevas desorientaciones que les imponía la geometría del jardín del marqués de Lupia

viernes, 15 de julio de 2016

LA LITERATURA ES UNA LLAMADA

¿Qué nos hacen sentir las lecturas de los cuentos o novelas que tenemos la oportunidad de compartir en las tertulias literarias y, en general, que nos hace sentir la literatura? Richard Ford, recién premio Princesa de Asturias de las Letras, lo cuenta así en su libro Flores en las grietas:

"Lo que sí parecía que valía la pena enseñar era que me hacía a mí sentir la literatura cuando leía, dejando ligeramente de lado las cuestiones de pertenencia. Después de todo, por eso deseaba yo escribir. La literatura era hermosa y buena. Tenía misterio, densidad, autoridad, capacidad de conexión, conclusión, resolución, percepción, variedad, grandeza, o, en otras palabras, valor en el sentido que Sartre daba a este término cuando escribía: 'la obra de arte es un valor porque es una llamada'. La literatura me llamaba".

jueves, 14 de julio de 2016

LOS LECTORES ADULTOS Y SUS VARIEDADES

Detrás de la locución genérica "Lector Adulto", he descubierto que en las tertulias literarias conviven una variedad insospechada de conductas y existencias: lectores ingenuos; lectores sectarios; lectores de informes profesionales; lectores chiquismiquis; lectores que no dejan hablar a los otros; lectores mudos; lectores que dan a entender que lo saben todo; lectores que dicen que no saben nada; lectores que lo único que dicen de forma insistente y agónica es "no sé cómo decirlo"; lectores abonados al "a ver qué pasa". Es decir, lectores que leen de forma que cada uno no es más que cada uno, adheridos como una lapa a la literalidad del relato para no perder su control, a la linealidad que impone la escritura y a su fidelidad al principio de no contradicción, que dice: una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido; o nadie puede creer al mismo tiempo y en el mismo sentido una proposición y su negación. Lo que aplicado, por ejemplo, a un cuento o una novela en el que el personaje principal es presentado por el narrador como un pendenciero, el lector, si es fiel a esos principios, no puede romper una lanza por él. A no ser que, el mismo lector, se declare públicamente como un pendenciero. 

También he de reconocer que, detrás del rótulo "Lector adulto", hay lectores pendientes de vivir su experiencia lectora como una representación del mundo en el ámbito del lenguaje verbal, haciendo para ello las asociaciones no previstas y las similitudes infrecuentes a que las palabras los exhortan en el camino. Lectores que, incluso sin tener estudios acreditados oficialmente, desde el principio de la tertulia tratan de entrar en contacto con el alma del texto. Mirando cara a cara a su misterio, no para decir lo que les de la gana, sino porque se sienten obligados a decir algo de algo. No con la intención de que sea verdadero o falso, mejor o peor, rápido o lento, sino únicamente para mostrar su alcance o perspectiva.

miércoles, 13 de julio de 2016

EL SABER DEL NO SABER

Pienso que leer en compañía no es para estar "acompañado".  Para ese propósito hay sitios y momentos mucho más recomendables. Pienso que una tertulia literaria no es un cita para quedar bien, diciendo lo que los otros quieren oír. Ni para quedar mal, ofendiendo con lo que los otros no quieren oír. Ni para hablar de manera que sea posible decir lo contrario de lo que los otros dicen. Ni para hablar de manera que sea imposible que los otros puedan estar en desacuerdo con lo que se dice. Todo lo anterior cae dentro del campo de lo que ya se sabe. Del uso social, familiar o profesional del lenguaje. Si queremos, sabemos ser educados. También sabemos ser mal educados. Sabemos no estar de acuerdo. Sabemos no llevar la contraria. Todo eso, a partir de una cierta edad, ya lo sabemos. Es el pacto de convivencia social, en el que quedan incluidos los odios y enfrentamientos, que unen más de lo que queremos aceptar. Por tanto, si lo sabemos no hace falta quedar, a no ser que quedar siga significando lo que significa para los adolescentes: quedamos para seguir quedando. Para revalidar nuestra huella individual en cada cita. Para que el pacto de estar juntos no se resquebraje. Para no sentirnos completamente desvinculados o desorientados en el mundo en que vivimos. Es decir, quedar es un fin en sí mismo. No una oportunidad para decir algo de algo. Tal vez quedamos como quedamos y hablamos como hablamos - los adolescentes no lo saben aún, pero los adultos no podemos no saberlo - porque decir algo de algo es difícil. Dificilísimo. Eso sí lo sabemos. Por eso cuando quedamos para hablar, decimos todo de todo, o todo de nada, o nada de todo. O, como la mayoría de las veces, lo que decimos es nada de nada, que es lo que significa escucharse a uno mismo. Da lo mismo lo que se diga, pues el fin es otro. Quedar para seguir quedando. 

En fin, lo que quiero decir es que nos citamos en una tertulia literaria a sabiendas, nadie no puede no saber, pero no sabemos cómo lo sabemos. Aunque empeñados en estar de acuerdo o enfrentados, en quedar para seguir quedando, no nos preocupamos de adquirir otra perspectiva que no sea la que nos permita quedar así. Mejor dicho, solo nos interesa la perspectiva que revalide el quedar para cumplir esos preceptos. Nos cuesta imaginar una perspectiva donde todo ese ritual y liturgia no pueda tener lugar. Donde unos no se sientan obligados a quedar bien, ni los otros sientan la amenaza de sentirse ofendidos. Leer en compañía, de eso se trata. Y esa tertulia literaria debe ser ese tiempo y ese lugar. Las palabras de los narradores nos proporcionan unas perspectivas imprevistas e impagables. Las palabras de los otros lectores, si se toman en serio la lectura y sus incertidumbres insalvables, pueden llegar a proporcionarnos otras, igualmente imprevistas e impagables. Quedamos en la tertulia, en suma, para escuchar a los otros, y para hacernos entender. Eso es lo que significa "no sabemos que lo sabemos". Es decir, no sabemos desde donde lo sabemos, para qué lo sabemos, por qué lo sabemos y a quien nos dirigimos. El saber del no saber.

martes, 12 de julio de 2016

A VER QUÉ PASA

El significado y el sabor de las palabras del hablar por hablar cotidiano ya están dados, solo hay que elegir el menú diario. Y a veces ni eso. El significado y el sabor de las palabras de un cuento, o una novela, no están dados, hay que descubrirlos y hacerse merecedor de ellos, ganárselos, mediante el esfuerzo y la atención lectora. Si no es así, el lector puede deambular perdido por el texto durante mucho tiempo, lo cual es fuente de su incomodidad, que acepta resignado si está en compañía de los otros lectores. 

El lector que ha decidido quedarse fuera del texto pero dentro de la tertulia (sentado alrededor de la mesa), se suele dejar llevar por el “a ver que pasa”. Este “a ver que pasa” puede ser una expectación sincera pero estática, aunque también se puede transformar en una repentina urgencia por "cuando acabará este latazo".  El horizonte de la cena adquiere, entonces, un significado preeminente. 

sábado, 9 de julio de 2016

MOVERSE Y CONMOVERSE EN EL MUNDO

En mi anterior escrito, las dos supuestas preguntas del narrador: "¿cómo somos y por qué somos así?" y "¿qué hacemos ahí, sentados alrededor de la mesa?", interpelan a lo que los lectores de la tertulia pudiéramos pensar sobre la lectura y la escritura, es decir sobre la literatura. En el caso de los lectores que calificaba de excepcionales, parece que su convicción de que leer sólo tiene posibilidades en el ámbito del propio ver, "leer es ver dentro de uno mismo", coloca su actividad lectora en el campo demostrativo, más propio de las ciencias o las matemáticas. De esta manera el relato se convierte en un objeto de análisis, vale decir, en un objeto de laboratorio. No habría necesidad de lector, ni de diálogo entre lectores. "Uno mismo" transforma en público a esos lectores de la tertulia, y se conforma con que aprueben o rechacen los resultados de sus investigaciones lectoras. Pues, como es fácil deducir, en "leer es ver dentro de uno mismo" sólo interviene uno mismo. A lo sumo quienes no son uno mismo, el público, pueden intervenir en el apartado final de ruegos y preguntas.  

En el caso de los lectores corrientes que, conscientes de su imperfección, se dan cuenta de que leer sólo puede llevarse a cabo si tratan de ver dentro del otro, "leer es ver en el otro", colocan su actividad lectora en el campo de la experiencia - siguen en esto a lo que les pasa en el mundo - que como él es más bien interrogativa que concluyente. Una experiencia del mundo, no en mi isla ni en mi laboratorio, pero si en el territorio del lenguaje. Un mundo al que uno mismo pertenece y del que depende. En fin, un mundo que se mueve y donde uno se conmueve gracias a las experiencias lectoras junto a los otros.

viernes, 8 de julio de 2016

TENER LA RAZÓN O HACERSE ENTENDER

Hay lectores que en las tertulias literarias quieren tener la razón. Y hay lectores que tratan de hacerse entender. Yo pienso que la expresión "leer es ver en el otro" es más propio de la forma de leer de los segundos. Hacerse entender no es sinónimo de error, sino de imperfección, por eso la necesidad de ver en el otro. Tener la razón no es sinónimo de acierto, sino de creer que solo se puede ver lo que hace o dice uno mismo, por eso el nulo interés por ver en el otro. La imperfección es lo propio de los lectores corrientes, por eso no pierden de vista al otro. La fe en el propio ver es el juego interminable de los lectores excepcionales, que juegan consigo mismos ciegos o indiferentes ante la existencia del otro.

Sea como fuere, y llegados hasta aquí, no está demás imaginar las preguntas que, desde las páginas del cuento, nos haría el otro (el narrador, el único ser de la tertulia que no puede engañar), tanto a los lectores corrientes como a los lectores excepcionales. Podrían ser: ¿cómo sois y por qué sois así? ¿Qué hacéis ahí, sentados alrededor de la mesa?

jueves, 7 de julio de 2016

SOMOS MUNDOS, NO SOMOS ISLAS

Lo que quiero decir es, que sólo se puede entender la frase del título de esta entrada en la ficción. En la lectura y la escritura. En la accion creativa. En ese otro mundo paralelo. Que la vida ya tiene bastante con sobrevivir, pues es lo único que sabe hacer, a trancas y barrancas, con sus velos y autoengaños. Y que leer, por tanto, no es ver a otro, tampoco es ver a través de otro, ni usar ni manipular ni disparar contra el otro, talmente como hacemos en la vida. Sino eso: leer es ver en otro. O "romper una lanza por el otro". O pensar que el otro, al fin y al cabo, puede que tenga razón. Ya digo, somos mundos, no somos islas. Cielo santo, si fuéramos capaces de entender esto, se imaginan la violencia que nos ahorraríamos, y la lucidez que, de repente, nos embargaría, aunque nada más fuera durante los breves instantes de la lectura. Sin importarnos que afuera, tal ver por ello, aún más negra será la noche. Al fin acompasados. Ni descompensados, ni desconfiados, ni acojonados, ni malcarados, ni enrabietados, ni anestesiados. Solo acompasados, sí, con la música de las palabras sensibles de los narradores y sus protagonistas, y de los otros lectores. Ahí, en el lugar donde habita misterioso el Otro. Justo ahí, es donde yo les viera. 

Pienso que ya no hay camino transitable con sentido en nuestro mundo, que no sea conocer y reconocernos en las palabras del Otro, que son también nuestro consuelo y única salvación posible. Dialogar, de eso se trata. Pero, ¿qué hay de los míos, y de lo mío? ¡Ególatra enajenado! No dudes que te lo agradecerán. Hasta que no te pongas a ello, hasta que no "leas viendo en el otro", no te puedes imaginar todavía como te lo agradecerán.

miércoles, 6 de julio de 2016

EXPONERSE A LA FICCIÓN DE LA "CIUDAD ABIERTA"

Desde que la vida es vida la ficción es ficción y siempre han mantenido una misteriosa y estrecha relación de contigüidad. Nadie ha explicado todavía de forma satisfactoria, por ejemplo, porque en una sociedad de cazadores, ajena a cualquier refinamiento poético, únicamente ocupados en sobrevivir literalmente cada día en unas condiciones de extrema adversidad, hubo alguien que tomara la decisión de pintar en el fondo de las cuevas donde se cobijaban escenas referidas a su actividad, con la perfección en el trazo y la fuerza que transmiten en su composición. Nadie lo explica satisfactoriamente, pero ahí están. Lo que ocurrió en su vida ordinaria pasó después a la roca. ¿Por qué? La vida de nuestros antepasados acabó, pero las representaciones de su ficción perduran todavía. 

Ahora que Dios ha muerto o no sabemos donde está, ahora que cualquier proyecto hacia el progreso y la sociedad perfecta se ha esfumado, es el momento idóneo, creo yo, para replantearnos como percibimos la relación entre esos dos ámbitos donde subsistimos: la vida y la ficción literaria.

No siempre ha sido así. Digamos que en las épocas premodernas o predemocráticas la relación entre la vida y la ficción se sentía y se representaba de otra manera. Pero el caso es que ahora si lo es. El ciudadano medio, moderno y democrático, no sabe moverse con soltura, una vez que se ha convertido en lector, dentro del campo de acción propio de la ficción literaria. Entra y sale de la ficción a su antojo, cometiendo estropicios semejantes a los de un elefante entrando y saliendo en una cacharrería, ya que desconoce, y en la mayoría de los casos no tiene la necesidad de aprender, los protocolos para moverse con pericia por lugares tan arriesgados. Confunde su Yo histórico con su Yo poético. Deduzco que nuestro amigo Julius estará de acuerdo con lo que piensa Paul Valery: "Es lo que llevo desconocido en mí mismo lo que me hacer ser yo". No sabe "suspender su vida", para dedicarse en cuerpo y alma a la lectura. No sabe leer y seguir viviendo al mismo tiempo. Y, de momento, no tengo conocimiento de que se pueda hacer lo contrario, es decir, leer y estar muerto simultáneamente. Aunque, bien pensado, hay muchas maneras de estar muerto y aparentar estar vivo. Como se pude tener un libro entre las manos y aparentar que se está leyendo. En fin.

La forma mas corriente y mas rentable en la actualidad de exponerse a la ficción narrativa consiste en hacer desear al lector y, en consecuencia, hacerle creer que su presencia permanece invisible o indiferente a la representación literaria. Es decir, que ésta se comporta de forma absoluta, de forma que no tiene nada que ver con el lector que tiene delante. Son esas novelas que hacen desear y creer al lector que su contenido los hace gozosamente irresponsables, que el narrador de la novela no sabe que está ahí, donde la propia ficción lo ha puesto mediante el efecto de inmersión e ilusión de ocupar sus entrañas. 

Por eso cuando digo que lo importante no es lo que leemos, sino lo que hacemos con lo que leemos, no se acaba de entender. Lo mismo que cuando pregunto quien es el narrador y cual ha sido el trato que el lector ha tenido con él en su experiencia lectora, éste suele responder que a él que lo registren. Sin darse cuenta de que los narradores que nos visitan, nada mas leer la primera línea de sus historias ya nos están reclamando la cédula de habitabilidad para transitar por las mismas.

Como fieles hijos hijos de nuestro tiempo, laico y democrático, mantenemos un riguroso escepticismo respecto a lo que pensamos que pueda ser la vida después de la muerte, pero no mantenemos igual actitud escéptica sobre las posibilidades de que haya una vida antes de la muerte. No mostramos ninguna inquietud sobresaliente al quedar atrapados en el trajín de la literalidad de la vida diaria, pero dejamos ver todo nuestro temor y reparo para entrar con decisión en los relatos de ficción que reclaman nuestra participación. Enajenados con las trampas de la vida, somos muy refractarios a traspasar como Alicia el espejo, que nos meta de lleno en la ficción. ¿Y si no volvemos? ¿Y si no podemos salir de los tejemanejes de la ficción, como Truman en su show? Cierto. Pero si no entramos nunca, ¿qué vida vivimos? ¿Y si descubrimos, entonces, que su contenido es solamente uno de los hilos - no necesariamente el mas grueso - con el que trenzamos el mimbre de nuestra existencia. ¿Y si el mito del progreso y de la sociedad perfecta son inventos de nuestro YO encumbrado y sabelotodo y, por tanto, como aquellos periclitado, por ser sospechoso de no saber ya encargarse de lo que debe contener nuestra propia vida, nuestra propia personalidad? Tal vez estemos todavía bajo los efectos del duelo y nos negamos a aceptar la pérdida de aquel sueño de progreso intermitente hacia la felicidad. Tal vez no aceptamos que por primera vez en la historia de la humanidad estamos irremediablemente solos: sin Dios, sin Historia, sin Progreso, sin Sociedad Perfecta, sin Yo Encumbrado y Sabelotodo, en fin, sin todas esas palabras gordas que hasta ahora tanto nos han protegido como consolado. Sea como fuere, el caso es que seguimos considerando la vida, con nuestro YO dentro como un príncipe entronado a perpetuidad, como el principio y fin de todas las cosas que ocurren y que nos ocurren, usando la ficción solo como un juguete intercambiable de entretenimiento.

Desde la atalaya de nuestra propia vida, acompañada y protegida detrás de nuestras ideologías, creencias, filias, fobias, complicidades, etc. no tenemos ningún derecho a dar lecciones a nadie que no crea en lo que creemos y que no deteste lo que detestemos. Pero, entonces, ¿dónde y cómo compartimos nuestras experiencias con los otros seres que se encuentran fuera de ese cinturón de confortabilidad? Si no sentimos compasión por nuestros yoes fragmentados y erráticos (otra de las lecciones que nos ha dado Julius con su relato), si no tenemos respeto por las palabras que esos yoes perdidos - que ya serán nuestros para siempre - leen y escriben, nunca respetaremos, ni alcanzaremos a entender, las palabras que lean y escriban los otros lectores, igualmente fragmentados y extraviados. Es ahí donde la vida y la ficción nos ha colocado, y donde todo nos lo jugamos. Es, también, la fuente de nuestra única esperanza.

Mario Vargas Llosa dice que la ficción es lo que le falta a la vida para que podamos restañar la herida y consolarnos del dolor que arrastramos ante los fracasos continuados en la búsqueda imposible de nuestra perfección. Me parece una luminosa intuición, que puede ayudar a los lectores a salir del atolladero en el que que los meten las preguntas, que les caen siempre de sopetón en las tertulias, sobre la lectura que han hecho. Es una luminosa intuición para empezar a sabernos mover en sus respectivos ámbitos sin confundirlos. Pues si la ficción es lo que le falta a la vida, no quiere decir que tal carencia tenga que ver con la consecución de la perfección de la vida misma. Ni que tengan entre ambas una relación de contigüidad, como la uña y la carne. Ni una relación de dependencia como el corazón y la sangre que bombea. Tiene que ver con la potencia de lo sugerente, que es la potencia de sugerir que hay más de lo que se ve. La vida puede existir sin la ficción, pero una vida sin ficción es menos vida. O como dice también Vargas Llosa, una vida no se puede decir que sea propiamente una vida humana sin nutrirse de la verdad de las mentiras que toda ficción aporta.

Acabo con estas otras palabras de Paul Valéry. Con ellas quiero mostrar mi agradecimiento al narrador Julius, y a todos los lectores y lectoras que han compartido conmigo la lectura de sus industrias y andanzas paseando por la ciudad abierta. "Cuánto más consciente es una persona, tantos más extraños - extranjeros - le parecen su personaje, sus opiniones, sus actos, sus características, sus sentimientos propios, hasta el extremo de que tiende a disponer de lo que le es más propio como si fueran cosas exteriores".

martes, 5 de julio de 2016

LA PERPLEJIDAD FRENTE A LA EXISTENCIA

Cuando digo que no debemos perder la capacidad de sentir perplejidad, me refiero también a ese sentimiento que nos produce la contemplación del misterio de la existencia. No es perplejidad lo que nos producen la mayoría de las novelas o películas, que no visitan nuestras tertulias. El suspense, que es de lo que están hechas, nutre el cuerpo del argumento, y es eso lo que de verdad interesa a una gran mayoría de lectores. Pero lo que le piden a todo argumento es que empiece, que se desarrolle con subidones incluidos, y que tenga un desenlace, si puede ser feliz o morboso mejor. Eso ya va en gustos. Como lectores y espectadores siguen ahí mismo, como cuando entonces, hace ya mas de veinte o treinta años. Pero lo peor es que se creen que el suspense de la ficción pertenece también a la vida, aunque a ésta a veces le falte. Por eso muchos lectores leen, van al cine o miran la TV. Y así cuando vuelven le piden a la vida lo que la vida no les dará nunca, suspense. La vida nos ofrece su misterio. No ha habido ninguna revolución, a parte de la tecnológica, que invite a pensar que hayan cambiado su mirada. Ni en estos menesteres puede haberla. La revolución tecnológica cambia la velocidad y los asientos, por ejemplo, para ir a Itaca, Córdoba, Madrid o Tombuctú, pero no el sentimiento y el sentido del viaje. Eso entra dentro del campo del misterio y de nuestra perplejidad asociada, que se encuentra encastrada en el alma del viajero. Uno puede dar la vuelta al mundo siete veces y no enterarse de nada. Pero puede ir a comprar tabaco a la vuelta de la esquina y traerse el mundo entre las manos. Ya ves.

Cuando digo que si prestáramos más atención al tránsito de nuestras vidas nos encontraríamos con los signos y símbolos que nos abren las puertas a cosas que desconocíamos, me refiero a que con ese gesto nos desprenderíamos de ese punto ciego en el que, por profesión y gobierno, acaban encogiéndose de forma inmisericorde nuestras vidas, haciéndonos ver sólo la literalidad chata de las cosas que vemos.

El paseante Julius, que reconoce hacia el final de la novela que, “Desde hacía tiempo, recuerdo haberle explicado a mi amigo aquel día, pensaba que la mayor parte del trabajo de los psiquiatras en particular, y de los profesionales de la salud mental en general, era un punto ciego tan amplio que se había apoderado de todo el ojo. Lo que sabíamos era mucho menos que lo que permanecía a oscuras, y en esa enorme limitación estribaban el atractivo y las frustraciones de la profesión”, no tiene empacho en reconocer igualmente que, “La búsqueda de significado había conducido a nuestros ancestros medievales a la certeza de que Dios, artífice de toda la creación, había distribuido en esas cosas claves o signaturas para el uso benigno de lo creado, y que para descodificarlas bastaba con una poco de vigilancia. La semejanza no era sino lo más básico de esta clase de conocimiento, pero una extensión posterior de la idea fue la búsqueda de signos, tal como la asumió en el siglo XVI el humanista alemán Paracelso.
            Paracelso creía que la luz de la naturaleza obraba por la intuición, pero también que la experiencia la agudizaba. Leída adecuadamente, nos informaba de la realidad interior de una cosa por medio de su forma, de modo que en la apariencia de un hombre había cierto reflejo válido de la persona que era en verdad. En efecto, según Paracelso la realidad interior es tan profunda que no puede sino expresarse en la forma externa. Por otro lado, como ocurre en los artistas, los signos externos de una obra de arte estarán vacíos a menos que aborde la cuestión de una vida interior”

¿Cuantas veces, en nuestro deambular por la ciudad, hemos visto a niños jugando o jóvenes besándose o ancianos tomando el sol (por sacar provecho al tópico)? Y puestos a contar lo que hemos visto lo primero que decimos es que hemos visto niños jugando o jóvenes besándose o ancianos tomando el sol. Lo mismo que decimos cuando nos preguntan que nos ha parecido esta novela o aquella película. Sin más preámbulos ni teniendo ningún reparo tiramos del argumento. Acabando el día convencidos, al menos eso es lo que intentamos que los otros se crean, de que no hay nada mas que contar sobre eso que de forma fugaz o rutinariamente hemos visto, ni a nadie a quien merezca la pena contárselo de otra manera. Como si jugar, besarse o tomar el sol, en cada una de esas edades, fuera lo que hay que hacer. Y sólo eso fuera lo que ha de ser. Así la vida, mostrada con su máxima transparencia, es como realmente más nos tranquiliza verla. Y a muchos lectores, leerla.

viernes, 1 de julio de 2016

NO PERDER LA PERPLEJIDAD ANTE LA LECTURA DE LA "CIUDAD ABIERTA"

A los que no son capaces de sentir perplejidad al leer o escribir sobre lo leído. Ese sentimiento que, en contra de los que nos dictan nuestros conocimientos acumulados, nos impulsa hacia lo que es mas grande que nosotros, hacia lo que no entendemos ni posiblemente podremos entender nunca en su plenitud. No para poseerlo, ni para ser poseído por ello, sino para ponernos voluntariamente bajo la influencia de su lenguaje. Sentir perplejidad, en fin, es esa manera de tratar con los relatos - prestemos atención a esta inquietante e interesante imagen - como si estuviera "dios" delante. Vaya este escrito dirigido, entonces, a los que son incapaces de sentir perplejidad porque se creen dioses ellos mismos, o porque han convertido a los narradores de aquellos relatos en sus colegas. 

Siempre me ha parecido sospechosa la expresión: "Yo no escribo sobre lo que leo porque no se qué decir". Tan sospechosa me parece que con el tiempo he llegado a la conclusión de que, como tantas veces en el uso de las palabras, sirve para ocultar algo. Y, sobre todo, para que nunca nadie entienda a quien la dice. Sirve para ocultar la verdad del asunto: "Yo no escribo sobre lo que leo porque yo se de que va esto, y de lo que no es esto ni me preocupa ni me interesa saber eso o aquello". Y es cierto, saber mucho o demasiado acerca de algo, como decía la sabiduría antigua, equivale a callar. Pero, ¿qué significa saber mucho o demasiado de algo? Veamos. Si a una persona le diagnostican un cáncer, existen pocas posibilidades de que quiera hablar de ello. Es muy sencillo: no hay nada que no sepa. Su no saber, si se lo juega, será con el médico y siempre desde el punto de vista funcional y convencional: qué me va a pasar, me curaré, cuando, no me curaré y cuánto me queda. Pues con los que de momento estamos sanos pasa algo semejante a que si hoy nos hubieran diagnosticado un cáncer. A partir de cierta edad no hay nada fundamental que no sepamos y las preguntas son equivalentes, en su aspecto funcional y convencional, a las que se pueda hacer quien lo han diagnosticado como enfermo terminal. No hace falta insistir mucho sobre la certeza de que "desahuciados" lo estamos  todos. Y nuestro no saber, si nos lo queremos jugar con alguien, será siempre con algún experto o ejecutor, de esos que esperan ver la realidad, por compleja que sea, sometida al diagnóstico de su doctrina, cuya función no es desarrollar el pensamiento, sino llevar a cabo la aplicación de una concienzuda catequización. Dicho en roman paladino: si tengo un problema busco la solución más eficaz y barata, que a mi edad ya no estoy para perder el tiempo. Y para todo lo demás: el circo del olé olé. Con su amplia gama de variedades, tendencias y coloridos.

Que en una vida concebida y vivida bajo el palio de esta fe irrumpa durante un mes, y sin previo aviso, un tipo como Julius, vagabundeando sin motivo, digamos, útil o ejecutor por las calles de Nueva York, comprendo que invite a su propietario a no decir nada. O, en su defecto, a hablar con un cierto estilo de cinismo o sorna. O a dejarse llevar por la carcajada más estrepitosa. Ahora bien, nada de eso invalida, ni hace palidecer el hecho de que la manera que tiene Julius de contar sus paseos por la Ciudad abierta pertenezca enteramente a la literatura, que empieza justamente donde acaban todas esas gestualidades, que a su vez pertenecen, también enteramente, al ámbito de la vida. La literatura no opera ni como un dato ni como una acción ejecutiva más, sino como Una Visión proveniente de lugares desconocidos e inabarcables por lo que de funcional y convencional tiene la vida. 

Somos seres de un día, al decir de los griegos, como lo son muchos insectos. Cielo santo, ¿qué dirán ante esta aseveración el señor Darwin y el Dios del Vaticano? Todos los dias empiezan y todos los dias acaban. Cada dia tenemos que hacer un esfuerzo sobrehumano para no sucumbir a las adversidades externas y a nuestros propios pensamientos aciagos. En fin, cada día tenemos que empezar de nuevo, porque cada día morimos un poco, o del todo. Si prestáramos atención al tránsito de nuestras vidas, a como nos interpelan los sujetos y objetos sensibles con que nos topamos, comprobaríamos toda la verdad que hay en ello, nos encontraríamos con los símbolos que nos abren las puertas a cosas que desconocíamos. Eso sí seria un día logrado. No feliz, logrado. Eso es justamente lo que hace Julius en sus paseos. Pero nosotros no lo hacemos, obsesionados como estamos por labrarnos una única imagen dichosa, ante nosotros mismos y ante los otros. Una única imagen que ilustre una sola frase, feliz y autocomplaciente por supuesto: yo sé de que va esto. Frase de la que la mayoría no esta dispuesta a desprenderse, así en la vida como en la lectura, tal vez porque sea lo único sólido que les queda en un mundo fiel al malentendido y a la falta de respeto mutuo. Un mundo, como decía Karl Marx, donde todo lo sólido se desvanece en el aire, todo esta preñado de su contrario y donde todo lo sagrado se convierte en profano. 

A parte de para afearlo o para mejorarlo, nunca para dejarlo como está, estamos aquí en este mundo para saber por qué estamos aquí. La vida y la literatura. Conviene no confundirlas, ni mezclarlas, al hacer uso de nuestras palabras. Con mas empeño, si cabe, cuando hagamos creer a los otros que estamos callados. O cuando creemos saber de que va el libro que tenemos entre las manos, porque sabemos todo lo que hay que saber.