viernes, 22 de julio de 2016

LICITUD Y LEGITIMIDAD DE LA FICCIÓN

Lo que cuentan los cuentos sólo pasa en los cuentos. Una obviedad que no a todos los lectores les parece tan obvia. Y es tan lícito y legítimo como lo que nos ocurre cada día en la vida, tenga ésta sesenta, cincuenta, veinte o quince años a las espaldas. La aceptación de esos dos conceptos, licitud y legitimidad, es el principal obstáculo a salvar como lectores para que podamos entrar en el interior del texto. Sobreponiéndonos, de paso, a la inaplazable prioridad que le damos a las cosas que nos pasan en la vida, pues nos olvidarnos de la importancia de sus manifestaciones ambiguas y ocultas que hacen que aquellas acontezcan ante nuestros sentidos.

De un cuento puede haber tantas lecturas como lectores, pero lo que no puede haber es tantos cuentos o novelas como lectores. No porque porque yo lo diga, sino porque solo hay un narrador y solo cuenta su cuento o su novela. De ahí la enorme importancia que tiene, al ponernos delante de la primera página de un cuento o una novela , enfrentarnos a la siguiente batería de preguntas. ¿Quién me habla? El narrador ¿Por qué me habla? ¿Qué quiere de mí? ¿Quiere que le escuche o solo quiere hablar? No está nada claro. El narrador ha elegido hablar, yo puedo elegir entre escucharlo o no escucharlo. Aunque si no lo escucho morirá, desaparecerá. Pero si únicamente presto atención a lo que me dice, a lo que viene después de la primera página, y después de la segunda,..., en fin, si únicamente me interesa lo que va a suceder al final del cuento, en lugar de prestar atención a cómo está sucediendo, ¿estoy escuchando con mi decisión al narrador? ¿O más bien descarto casi todo lo que hacen sus palabras que tengo ante mis ojos? Eso es lo que hacemos muchas veces en la vida. Escuchamos palabras sin preocuparnos de quien las dice. O al revés. Pero es que, a diferencia de la vida, el narrador de los cuentos o las novelas sólo están construidos con palabras. Entonces, ¿es suficiente con escuchar o seguir la traza de esas palabras? ¿O, al mismo tiempo, es necesario imaginarme quien las dice a partir de cómo las dice? ¿Qué consigue el lector con ese ejercicio de su imaginación? Que las palabras del narrador ya no sean unas palabras más, sino las verdaderas palabras de ese cuento o novela. Las únicas capaces de contar lo que en ese cuento o novela se cuenta, que como dije al principio solo sucede ahí. 

La comunicación humana, y la narrativa de los cuentos y novelas como un modo de esa comunicación, no permite la existencia en sí, sino la existencia entre otros. No para poseerlos, ni para ser poseídos por ellos, sino para ponernos voluntariamente bajo la influencia de su lenguaje. Esto es ser real y de eso se trata cuando leemos.