En mi anterior escrito, las dos supuestas preguntas del narrador: "¿cómo somos y por qué somos así?" y "¿qué hacemos ahí, sentados alrededor de la mesa?", interpelan a lo que los lectores de la tertulia pudiéramos pensar sobre la lectura y la escritura, es decir sobre la literatura. En el caso de los lectores que calificaba de excepcionales, parece que su convicción de que leer sólo tiene posibilidades en el ámbito del propio ver, "leer es ver dentro de uno mismo", coloca su actividad lectora en el campo demostrativo, más propio de las ciencias o las matemáticas. De esta manera el relato se convierte en un objeto de análisis, vale decir, en un objeto de laboratorio. No habría necesidad de lector, ni de diálogo entre lectores. "Uno mismo" transforma en público a esos lectores de la tertulia, y se conforma con que aprueben o rechacen los resultados de sus investigaciones lectoras. Pues, como es fácil deducir, en "leer es ver dentro de uno mismo" sólo interviene uno mismo. A lo sumo quienes no son uno mismo, el público, pueden intervenir en el apartado final de ruegos y preguntas.
En el caso de los lectores corrientes que, conscientes de su imperfección, se dan cuenta de que leer sólo puede llevarse a cabo si tratan de ver dentro del otro, "leer es ver en el otro", colocan su actividad lectora en el campo de la experiencia - siguen en esto a lo que les pasa en el mundo - que como él es más bien interrogativa que concluyente. Una experiencia del mundo, no en mi isla ni en mi laboratorio, pero si en el territorio del lenguaje. Un mundo al que uno mismo pertenece y del que depende. En fin, un mundo que se mueve y donde uno se conmueve gracias a las experiencias lectoras junto a los otros.