jueves, 31 de octubre de 2019

CORTO MALTÉS

Cuando el coordinador recibió el email firmado por una de las asistentes a la tertulia no supo que contestar. En primer lugar le volvía a sonar extraño que firmara con el nombre del héroe del cómic, siendo como era una mujer. Se lo habían preguntado en varias ocasiones, no solo el coordinador sino también casi todos los miembros de la tertulia. Ella respondía invariablemente que su amor por el capitán marino viene de la infancia, cuando su madre que era bailarina, al igual que la madre del marino inglés, le regaló los primeros cómics de su azarosa y vibrante historia. Tiempo después todos se enteraron de que la lectora Cortó Maltés también era bailarina. En el mensaje que le envío al coordinador le hacía saber sobre un conflicto que, desde que se había incorporado de forma estable a la tertulia, se le había vuelto insoluble. Tampoco había conseguido armarse del valor suficiente como para plantearlo  de forma indirecta ante los compañeros de la tertulia, aprovechando la lectura de un relato o de un artículo. Por un lado, decía Corto Maltés en el escrito que le envió al coordinador, durante mis años de bailarina he entendido la condición dual del cuerpo que tenemos quienes nos dedicamos a esto con nuestra particular manera de hacerlo, al menos esta ha sido mi experiencia práctica y teórica, tal y como me lo ha enseñado mi profesora, Matilde Suárez. He llegado a conocer mi cuerpo de una forma tan profunda que puedo estar dentro de él o delante de él o más allá de él. Esto sucede de forma alternativa, cambiando a veces en segundos, a veces en minutos. La dualidad de mi cuerpo y el de los demás, nos ha repetido Suárez durante todos estos años, es lo que os permite fusionaros (como donantes y como poseedores de un don alternativamente) en una única entidad. Os reclináis uno en otro, os alzáis ingrávidos, os apoyáis entre sí, de modo que dos o tres cuerpos se convierten en una sola morada, como una célula viva es una morada para sus moléculas y mensajeros, o un bosque para sus animales. A Suárez, dice Corto Maltés en su email, le gusta ponernos ejemplos orgánicos para hacer más visible lo que oculta un cuerpo normal, que viene a coincidir con su potencia creativa. Esa misma dualidad es lo que explica por qué, durante nuestro proceso del aprendizaje, nos intriga tanto caer cómo saltar, y, por qué el suelo nos supone tanto desafío como el aire. Te cuento todo esto porque, a medida que me sumerjo en los diálogos de la tertulia, se me hace evidente otra dualidad ahora desde la quietud de mi cuerpo. Y es la que tiene que ver con eso que nos dices que llamemos alma o conciencia o espíritu o como mejor convenga a nuestras creencias. Es una cita del filósofo Spinoza, que nos aconsejaste que leyéramos todos lo días, la que pone luz, a mi entender, a este desasosiego, permíteme calificarlo así, que me embarga. Las palabras del filósofo holandés dicen así: “Más no por ello dejamos de sentir y experimentar que somos eternos. Pues tan percepción del alma es la de las cosas que concibe por el entendimiento como la de las cosas que tiene en la memoria. Efectivamente, los ojos del alma, con los que ve y observa las cosas, son las demostraciones mismas. Y así, aunque no nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, percibimos, sin embargo, que nuestra alma, en cuanto implica la esencia del cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, es eterna, y que esa existencia suya no puede definirse por el tiempo, o sea, no puede explicarse por la duración.” El otro día tuve una lesión en una pierna que me ha obligado a guardar reposo estricto durante una semana. De repente, las palabras de Spinoza cobraron delante de mi y de mi pierna escayolada, como por ensalmo, toda la fuerza de su profundo significado.

miércoles, 30 de octubre de 2019

CONCIENCIA COMPARTIDA

La intención del coordinador, al convocarlos alrededor de una mesa, es acortar las distancias que los separa entre ellos y a ellos con el mismo. El coordinador sabe que el día de la cita cada uno viene, por decirlo así, de su padre y de su madre. Uno es óptico y dice que se le va la vista puliendo lentes en el taller que ha heredado de su padre. Otro dice que da clases en un instituto de secundaria en cuyas aulas no es que se haya perdido la vista, es que sencillamente nadie quiere ver nada. Una tercera es guía turística, y dice que cada vez le cuesta más atraer con sus palabras la atención de los visitantes en los recorridos que ellos mismos han  contratado previo pago correspondiente. Y así hasta ocho o diez personas que regularmente acuden a la llamada del coordinador, cada uno de los cuales llega con su propia historia a las espaldas, a la que cada día le dedica todo el tiempo de que dispone. Ello hace que esa historia acabe convirtiéndose en la única historia capaz de mantener despierta la conciencia de su propietario. Por tanto, el día de la convocatoria el coordinador se encuentra con tantas conciencias como asistentes dispuestos, si él no lo remedia, a defender con uñas y dientes ante los otros la parcela que su conciencia ocupa en ese momento. El coordinador todavía no les ha dicho que el lugar donde los convoca solo puede ser aquel lugar, es decir, diferente de otros lugares, más o menos intercambiables, que hayan ocupado anteriormente, si quienes lo habiten en ese preciso momento son capaces de alcanzar una conciencia compartida sobre lo que sus palabras digan o dejen de decir. Esta es la prueba, junto a otras de igual intención aunque de distinto estilo, de que la superficie, la gran superficie, donde vivimos no es solo una superficie, sino que es el área de confluencia donde convergen lo que se ve y lo que no se ve, lo que está determinado por nuestra voluntad y lo propiamente indeterminado que deriva de nuestros afectos. Lo que primero les dice el coordinador a los asistentes es que se tomen su tiempo, como si tuviesen todo el tiempo del mundo, a sabiendas de que muchos de ellos tienen otra cita en las próximas horas y es bastante probable que más de uno se levante y diga, entre compungido y cínico, que lo siente no poder acabar la reunión pero es que tengo un compromiso o he quedado en otro sitio en media hora. Y tal y tal. Tener todo el tiempo del mundo, piensa el coordinador, no es una frase retórica cuando se lo dice. Cuando alguien habla en un espacio que pretende ser el de la conciencia compartida de los asistentes, no solo habla en el presente y a los que allí se encuentran, habla también, y sobre todo, para el destino insondable que comparten los destinos individuales, más o menos planificados, de aquellos, y para los que dentro de ese mismo itinerario, no pueden evitar sentirse plenamente confortables. El destino del óptico y el del profesor de instituto y el de la guía turística en cuanto tales, es casi seguro que nunca se encontrarán en ningún sitio. Lo que si tiene la posibilidad de hacerlo es la huella o la estela que dejan a su paso, cuando van de una etapa a la siguiente, y así hasta la meta que se hayan propuesto profesionalmente. Una huella que no se ve pero que no se borra nunca, y que pide ser reconocida, es decir, ser escrita y leída, o ser dibujada y vista, o ser compuesta en un pentagrama y oída. Tomarse su tiempo como si tuviesen todo el tiempo del mundo es otra forma de decirles, piensa el coordinador, que se tomen en serio, que al menos, durante esas tres horas de conciencia compartida, habiten esa creencia de que la vida, su vida, va en serio. Pues esta es la única manera de que la superficie no sea entendida o asociada con lo superficial, creando la expectativa de que lo profundo tiene que acontecer por fuerza en otro lugar ajeno a la superficie. Cuando lo cierto es que lo hondo y lo superficial, lo veamos o no, están siempre delante de nuestras narices. El coordinador pone como ejemplo lo que sucedió en uno de los grupos de WhatsApp, en los que de vez en cuando participa. Uno de los miembros envió un vídeo en el que una actriz conocida recitaba ante la cámara un poema, en el que hacía un canto idealizado a favor de la vuelta del ser humano a una convergencia renovada con la naturaleza. A continuación, no se hizo esperar otro vídeo de otro miembro en el que se ridiculizaba la peripecia de una pareja de adultos, entrados en carnes, para tratar de mantener el equilibrio subidos a la grupa de un camello. Al primer golpe de vista de ambos videos pudiera parecer que proceden de ámbitos opuestos, pero lo cierto era que acontecían en la misma superficie de la pantalla de los móviles de cada miembro del grupo del WhatsApp. ¿Qué significa ese acontecimiento?, al entender del coordinador. Que esa pequeña superficie de cristal y de uso doméstico, era capaz de reunir lo que ninguna otro espacio ha logrado a lo largo de la historia de la humanidad, a saber, la banalidad del vídeo de la pareja tratando de llegar a un acuerdo con su camello y la hondura eterna de las palabras recitadas por la conocida actriz. Un tercer miembro del grupo que se dio cuenta de la convergencia escribió poco después las siguientes palabras. Quien solo sueña flota en el aire arbitrariamente; quien solo tiene los pies en la tierra acaba reptando encanalladamente; hay que soñar, por tanto, con los pies en la tierra o como si fuesen de tierra los sueños. Si no es así, nuestro destino no será otro que montar un camello como tratan de hacer los dos protagonistas del vídeo.

martes, 29 de octubre de 2019

LO MUDO DICE

El coordinador tiene por costumbre dedicar algunos ratos de su tiempo libre a escuchar, vía YouTube, conferencias cuyos ponentes hablen de la Paideia y la Mayeútica griegas en los tiempos actuales. Ha oído y, sobre todo, ha leído que la gran virtud del padre de la filosofía occidental, Sócrates, fue tratar de inculcar en las mentes de sus vecinos atenienses su amor por la sabiduría y la verdad, desarrollado espléndidamente en la obra de Platon, el Banquete. Sin embargo, lo que para aquel fue una virtud ha llegado hasta nosotros, tal ha sido su degradación, como el peor de los defectos. Hoy al amor a la verdad y la sabiduría tienen apariencia algorítmica,  nihilismo 3.0, y su autor es un tipo de maneras gerenciales conocido como un Cualquiera. Así las cosas, piensa el coordinador, resulta por un lado esperanzador y por otro patético, que desde las tribunas de YouTube se oiga con frecuencia la llamada, como lo hizo Hölderlein en sus poemas, para volver a la Grecia antigua, la llamada para difundir el amor a la verdad y la sabiduría en las aulas o cenáculos post modernos, digámoslo así a falta de otro palabro. El coordinador confía plenamente en la filosofía socrática pero desconfía en la misma proporción de los oyentes y lectores actuales. Siempre los percibe en una actitud festiva, muy alejada del necesario silencio que se requiere para escuchar la verdad y practicar el amor a la sabiduría. No se trata de recogimiento sagrado al estilo católico, sino de dejar hablar a lo que habitualmente está mudo. Por ejemplo, dice el coordinador, la experiencia es posible tenerla delante de las piezas o esculturas que yacen en medio, tanto en los restos de las ciudades griegas como en los antiguos templos románicos. La verdad y el amor a la sabiduría tienen, al entender del coordinador, ese horizonte de inteligibilidad sin el cual es imposible, bajo el ruido ensordecedor del presente, poder acceder a ellos. Lo difícil es colar “lo mudo que dice” en esa cinta continua e ininterrumpida que es hoy la comunicación digital en la que siempre hay una marca o un eslogan, en fin, o un anuncio publicitario de lo que sea indecible, que es el todo, haciendo ruido. Algunas veces el coordinador lo intenta metiendo citas o imágenes no habituales en el rodar de la cinta continua a la que, como no puede ser de otra manera, están adscritos quienes le rodean con su interminable vaivén de mensajes de ida y vuelta. Ingenuamente, piensa el coordinador, esos restos verbales o icónicos habitualmente mudos tal vez pueden hacerse oír entre el trasiego de dimes y diretes que circulan por la cinta continua las veinticuatro horas del día. Lo que más le preocupa al coordinador es la sospecha, que ha empezado a cobra vida en su cabeza, de que el horizonte de inteligibilidad de la cinta continua de la comunicación audiovisual postmoderna y el de la verdad y el amor por la sabiduría griega es el mismo. Y si como también sospecha, fuera de esa cinta continua no hay mundo, como solo hay un anuncio publicitario en el momento que la marca correspondiente sube a la cinta y se exhibe durante el tiempo que le permiten o ha contratado, “lo mudo que dice”, que él se propone sea oído fuera de esa cinta de comunicación continua y de la presencia de las distintas marcas que allí se exhiben, solo puede existir como experiencia dentro de ese circular y su griterío. Así por ejemplo, si él quiere que se oiga lo que dijo en la entrada anterior, a saber, “la diferencia que hay entre estar presente en la literatura y leer una novela”, nunca podrá ser como lo hace una estatua policromada de la colegiata de Toro, pongamos, que está allí apartada del mundanal ruido esperando hablar desde su mudez a quien se acerque a ella. Estar presente en la literatura, entonces, se tiene que abrir paso al mismo tiempo y con el mismo impulso que el lector que esté ausente en el libro que dice que tiene entre las manos o entre los auriculares que dice que tiene colgados de las orejas. Un impulso único que une y separa sobre la misma cinta comunicativa aquella presencia y está ausencia, aquella consciencia y esta inconsciencia. ¿Es ese nuestro único destino?, se pregunta el coordinador entre esperanzado y desesperado. 

lunes, 28 de octubre de 2019

NO ESPERAR NADA

Al Coordinador le suele suceder en sueños que va camino del lugar donde ha quedado con los de la tertulia y, de repente, sin saber ni cómo ni por qué se ve metido en un bosque a la busca y captura de alguna seta. Sabe que ya es tarde, pues las ordas de destructores del bosque han pasado antes que él madrugue lo que madrugue. Pero se da cuenta, y solo le sucede en sueños, que una y otra vez vuelve al bosque poco después de que han caído las primeras lluvias de otoño. En los meses anteriores de verano ha jurado y perjurado no volver al bosque, pues tiene claro que la batalla con los destructores la tiene perdida. Sabe que ellos se han estado entrenando de forma muy exigente para no dejar de ser lo que son: los guardianes del bosque y los apropiadores legítimos, dicen ellos, de todos sus secretos ocultos, entre los que las setas son los más apreciados por ser los más escurridizos. Cuando el Coordinador se despierta de su sueño los primeros minutos de vigilia le parecen una pesadilla, pero a medida que avanza, camino del lugar donde ha quedado con los de la tertulia, nota que es en definitiva el prólogo necesario de lo que esta última pueda dar de sí. Ya sentado en la silla que le han reservado en la cafetería, este suele ser la forma del lugar de la cita, y mientras los que ya han llegado envían mensajes recordatorios a quienes todavía no lo han hecho, bien porque están de camino o bien porque no vendrán en esta ocasión y no lo han advertido al resto de los contertulios, el Coordinador trata de decirse en voz baja lo anterior de otra manera. A saber, al igual que cada ser vivo del bosque, tal y como lo ha soñado, guarda su secreto (fuente y fundamento de la espera sin esperanza en el sueño, que anima a levantarse a buscar las setas) a salvo de los destructores, que se lanzan al bosque como si fueran tanques en plena misión de combate, todo dependerá en la tertulia de lo que cada lector guarde a salvo de los guardianes de las palabras o las imágenes, que suelen asistir a este tipo de reuniones y que son los que siempre suelen llegar tarde a la cita. Al Coordinador le resulta imposible determinar el tiempo que transcurre para que un buscador de palabras o de imágenes acabe convirtiéndose en su guardián. Pero más le cuesta entender, como ha hecho el mencionado guardián para endurecer como una roca lo que en un principio vivió como un constante fluir de las palabras a su pensamiento, y viceversa, de forma incesante; como y cuando ese fluir fue vencido por los prejuicios que anidan en sus adentros, clausurando así de forma definitiva su apertura al mundo, pero dejando abierto el campo de combate de las interminables disputas que unos y otros destructores de las palabras o las imágenes mantiene, desde entonces, por ser sus mejores guardianes frente a quienes todavía se levantan cada mañana y tratan de dejarse llevar por ese fluir de arena entre su pensamiento y el bosque donde se encuentran todas las palabras. El Coordinador nada más comenzar el turno de intervenciones descubre que - con su ausencia calculada, aunque hayan hecho su trabajo de camuflaje sobre el libro en cuestión, digámoslo así, que haría feliz a cualquier profesor de instituto que, de una manera u otra, en toda tertulia siempre está presente, bien como funcionario de hecho bien como frustrante encarnación no realizada de semejante función - los aludidos destructores consiguen hacerlo infeliz a él mismo. Algo que se repite una vez que ha llegado hasta allí, pasando por el sueño del bosque, sin esperar nada. Lo que, sin embargo, no le impide reconocer que así debe ser hasta la próxima cita, junto al prólogo del próximo sueño.

jueves, 24 de octubre de 2019

RESENTIMIENTO

Se pregunta Owen Barfield en su libro “Sobre las apariencias”, en qué medida y cual es el alcance de los cambios habidos en la consciencia del ser humano desde que se produjo, digámoslo así, el primer giro lingüístico de la historia de la humanidad, a saber, el abandono del habla de la naturaleza a través de los seres humanos siendo sustituido en su lugar por el habla de los seres humanos acerca de la naturaleza, que las primera sociedades letradas llevaron a cabo en detrimento de la tradición recibida de las sociedades iletradas o preliterarias. Sospecha el Coordinador, de la mano de Barfield y al hilo de su propia experiencia, que el cambio de consciencia en los seres hablantes debió ser inapreciable en los comienzos y en los siglos posteriores del giro lingüístico mencionado, pero reconoce, sin ningún género de dudas, que ha sido en la época digital en la que estamos donde ha estallado con toda la violencia incubada en los largos años de resentimiento. ¿Cómo se explica, pregunta el Coordinador, que cuando más se puede hablar menos se diga o se cuente algo, llegando al punto de indecibilidad en el que nos encontramos, pues a base de poder hablarlo todo y de todo, nadie consigue contar algo que no sea exhibirse delante de la marca sobre la que se aúpa el hablante en cuestión, que ya ha dejado de encargarse de hablar de la naturaleza, de la que ya nadie habla y, por tanto, a todos los efectos ha dejado de existir sino es como marca o decorado de aquel, digamos, charlatán digital. El hablante digital resentido es la pieza más acabada después de todo ese largo proceso de separación del habla humana del hablar de la naturaleza, de la que se había hecho portavoz aquel remoto hombre primordial, pues su asombro al contemplarla así se lo exigía casi como un imperativo de supervivencia. Al cabo de tantos años, sin embargo, fue imponiéndose en el nuevo hablante humano un regusto amargo de resentimiento. En efecto, piensa el Coordinador, ese gesto de altivez vanguardista: ahora soy yo quien mando y quien hablo de la naturaleza, ignorándola llegado el caso, es el santo y seña de esa nueva escuela, en la que solo entraban los nuevos privilegiados. ¿Quien se puede atrever a querer ser más grande que el todo que lo envuelve, sino es uno que se cree que va dos pasos pasos por delante o por encima de ese todo? ¿Quien puede ser, sino, que un vanguardista, el que decide empezar a hablar con un lenguaje inventado sólo por el y a servicio exclusivo de semejante atrevimiento? Que no es otro que hablar él acerca y en nombre de la naturaleza toda, a donde pertenece y a quien se debe. Reconoce el Coordinador que la escuela del resentimiento que alfabetizó a los más, quedó oculta bajo los éxitos de la escuela creativa, la otra rama del aquel primer giro lingüístico mencionado, donde se alfabetizaron los menos. La afamada cultura occidental no es otra cosa que el culto a estas dos escuelas fruto de la misma escisión, aunque algunos autores, según apunta el Coordinador, también gustan llamarla traición. Han bastado poco más de cien años de alfabetización tecno industrial para que la venganza de la escuela de los resentidos, los más, se haya hecho ley impuesta sobre la escuela de los creativos, los menos, siendo ahora aquellos los que hablan acerca de la naturaleza o de lo que queda de ella. Las más conspicuas líneas de investigación, a las que tiene acceso el Coordinador, lo denuncian una y otra vez en sus informes. Por un lado, que la clase media emergente fruto de la aquella revolución tecnológica centenaria no sabe expresar lo que siente en su relación con el mundo, lo que hace sospechar al Coordinador que ello es debido, trágica paradoja, a que no saben qué lugar ocupan en un mundo que es el mismo del que esa clase media se encarga de hablar. Por otro, los vástagos de esa clase media son catalogados en esos informes periciales como la primera generación de autistas sociales. El aleteo con los brazos o la indignación ante cualquier imponderable son formas de expresión que también tienen los autistas biológicos neuronales. La diferencia estriba, dicen los expertos, en la plena consciencia de aquellos que los segundos no tienen. Y aquí debe residir, al entender del Coordinador, el cambio que se ha producido en la consciencia de los hablantes que muy antaño decidieron hablar ellos de la naturaleza al mismo tiempo que le daban la espalda para siempre, y que hoy cobra toda la fuerza expresiva en forma del resentimiento que les ha acompañado desde entonces.

miércoles, 23 de octubre de 2019

LOGROS NUNCA VISTOS

Constata el Destinatario la manía que se ha puesto de moda, aprovechando la victoria en las redes sociales del Yo algorítmico sobre el Yo psicoanalítico, o lo que es lo mismo, la victoria del número sobre la narración. A partir de esa victoria ha crecido la creencia de que uno puede visitar impunemente, pongamos, el siglo XVII y enmendar o juzgar y condenar la vida de quienes allí vivieron, a la luz de un modelo que ha surgido de los focos de un presente volátil. El ejemplo más paradigmático siempre es el mismo, a saber, negar la vigencia de la filosofía de Aristóteles porque el estagirita apoyaba la existencia de la esclavitud en el tiempo que le tocó vivir. La pugna, al entender del Destinatario, tiene que ver entre decir la verdad o el interés ideológico por denunciar la infelicidad de la humanidad, concretada en cada visita que el denunciante hace al pasado. La verdad tiene que ver con decir la totalidad entera, si no se puede decir, porque no es un atributo humano, ¿es lícito usar la ideología como sustituto, como habitualmente se hace, y decir que esa es la verdad y toda la verdad a sabiendas de que la ideología solo se hace cargo de una parte de la totalidad? ¿No es más lícito asumir la indecibilidad de la verdad, y ver las palabras como la huella o estela que deja aquella en esa huida o alejamiento que provoca nuestro alcance indecible? ¿No es más honesto, en fin, aprender a dialogar con esa indecibilidad y hacer de ello la única verdad humana posible? ¿Con cuanta ideología manipuladora debo tratar para seguir vivo? ¿Cuanta verdad puedo soportar para seguir siendo un ser humano? El caso fue que al destinatario lo invitaron, vía correo electrónico, a una conferencia en la que la ponente, una escritora de cierto prestigio, iba a hablar, dentro del ciclo “ni tantos genios ni tantas musas” organizado por una institución sin ánimo de lucro que está vinculada a una entidad bancaria, sobre la relación entre su madre y su padre. El padre fue un discreto investigador científico en el campo de la física teórica y la madre una entregada activista a la causa de la paz en el mundo. En un principio, la encargada de poner en marcha el ciclo de conferencias quería que la ponente hablara de la relación que tuvieron una pareja de afamados escritores del siglo pasado a lo largo de su vida privada e intelectual. Ella, a cambio, le ofreció escribir sobre sus progenitores pues los conocía mejor que aquellos. Lo que en resumen vino a decir la ponente, dice el Destinatario que asistió en directo a su conferenciante, fue que aunque los logros de su madre nunca fueron vistos, o vistos del todo, si los comparaba con los de su padre, a ella siempre le parecieron más verdaderos. Hacerlos más visibles a la luz urgente del ahora, los haría más ideológicos o interesadamente manipulados en detrimento de su veracidad, que como toda verdad permanece en su totalidad alejada o huida de la comprensión del ser humano, de cualquier ser humano de cualquier época o condición. Pues solo puede llegar acceder a ella de forma parcial, aunque es mejor que no venga avalada o motivada por ideología alguna.

martes, 22 de octubre de 2019

JACULATORIA

El Destinatario suele recibir en su móvil mensajes en los que a veces le incitan a reír, a veces, la mayoría, a callar. También hay mensajes en los que lo invitan, por decirlo así, a pensar, sin que el emisor especifique si eso es cierto y que significa. El otro día recibió un mensaje que al Destinatario le pareció que podía encajarlo dentro del tercer grupo. Más o menos, dice así: como imagino que andáis escasos de jaculatorias con las que iniciar o acabar el día, os envío esta oración que me enseñó el filósofo y escritor José Luis Pardo. Yo la recito religiosamente al levantarme y al acostarme. Luego hago balance y propósito de enmienda. Doy fe de que no me va del todo mal. Incluso he mejorado mi aptitud para reconocer al Otro. Es mas, me pregunto,  ¿quien soy yo mismo si no el Otro? La jaculatoria de Pardo dice: Uno no ingresa en el mundo si no es a través del lenguaje. Uno no sabe exactamente lo que está pensando hasta que no lo dice o lo escribe, y cuando lo dice o lo escribe, no solamente ocurre que lo estás diciendo o escribiendo, sino que hay otro que te escucha y otro que te tiene que entender. Sea pues. En el anterior mensaje, que el Destinatario recibió en su móvil unos minutos antes, le invitaban a reunirse en una taquería para comentar el libro Pedro Páramo, de Juan Rulfo. El Destinatario, que a lo mejor no tiene muchas luces de las de antes, sin embargo si ha adquirido, con el paso de los años y la costumbre diaria del tecleo, las suficientes habilidades digitales para saber discernir entre a lo que lo invita el emisor del primer mensaje y lo que quiere de él el segundo emisor al convocarlo, junto con otros lectores, a conversar en una taquería sobre la lectura que hayan hecho de la novela “Pedro Páramo.” Es evidente, piensa el Destinatario, que en términos de, por decirlo así, goce visual es más atractivo el mensaje de la taquería, pues viene acompañado de su buena guarnición de emoticones, que el mensaje de la jaculatoria servido por su emisor, digamos, a palo seco, sin chuches que llevarse a la vista. El mensaje que lo invita a la taquería, aunque sea para hablar del libro de Rulfo, le permite el disfrute o goce del ver, sin que de aquí se derive la exigencia de tener que explicar lo que haya podido sentir o no, pensar o no, con la lectura de Pedro Páramo. Mientras que el mensaje que lo invita a “rezar” cada mañana al levantarse y cada noche al acostarse lo invita a algo que no ve en la pantalla y, por tanto, tiene que buscar fuera de ella, lo invita, en definitiva, a algo que era propio de un mundo sin pantallas, mejor dicho, un mundo que no estaba enajenado frente a la pantalla y, por tanto, lo obliga a tener que hacer, antes que nada, la operación de desintoxicación pantallista para acceder a una realidad de formación y maduración personal, tal y como la predicaron los defensores modernos, anteriores al pantallismo excluyente, de la paideia y mayeutica clásica. El problema de la jaculatoria del primer mensaje es que no puede gozarse con la vista. Tendría que imprimirla en un folio en blanco, dice el Destinatario, para poder leerlo solo como letra impresa ajeno a cualquier frivolidad o banalidad visual. Y, sin embargo, al Destinatario no se le escapa que ambos mensajes apuntan, sin renunciar a la pantalla en el que están escritos, en una misma dirección, digamos de calado ontológico o, para entendernos, fuera de una influencia pragmática o instrumental. Está claro que la cita en la taquería, con toda la fanfarria de los emoticones añadidos, no impide imaginar al Destinatario la enjundia de la conversación sobre la lectura de Pedro Páramo, que se puede dar alrededor de la mesa de la taquería donde se sienten los lectores. De igual modo que la tarea de pensar sobre el rigor y la seriedad de lo que se habla y como se habla, que es a lo que implícitamente invita el mensaje de la jaculatoria, no impide imaginar que esa práctica se pueda llevar a cabo rodeada de algún que otro delicatessen regado, pongamos, con champán Bolinger. No es ajeno al Destinatario, que ha renunciado a ser también Emisor, el hecho constatable por la experiencia diaria que la eficacia de la Comunicación Audiovisual depende de su capacidad para autodenunciarse como banalidad. En ese proceso de autobanalización la Imagen Audiovisual se presenta a sí misma como carente de contenido digno de atención, y dice conformarse con obtener del destinatario común (que ahora es también el más común de los emisores digitales, para escarnio de los filósofos ilustrados y de los pensadores a martillazos) una atención a medias, a saber, ni más ni menos que la necesaria para emitir el juicio de estirpe salomónica: me gusta o no me gusta. Es por ello que al mensaje de la taquería siguieron más de diez emoticones mostrando su complicidad con la propuesta del lugar donde se iba a discutir sobre Pedro Páramo y, en cambio, no hubo ninguna alusión a la lectura que habían hecho del libro, mientras que el lenguaje de la jaculatoria, dada la densidad de su contenido lo ha hecho completamente invisible a los emisores, entre los que el Destinatario dice que no quiere encontrarse, pero, a cambio, puede que debido a esa invisibilidad, no ha habido ningún mensaje en el que siquiera quedara sugerido por su emisor, emoticones mediante, pongamos, una pizzería don quedar. ¿Para qué quedar?, se pregunta el destinatario, y el mismo se contesta, para simplemente quedar como quedábamos cuando teníamos quince años. Ante la inevitable banalidad que arrastra la propia naturaleza de la Comunicación Audiovisual dominante, el Destinatario imagina volver al servicio estatal de Correos, aunque nada más sea para aquellos comunicados verbales que, sin prisas, necesiten ser leídos sin los estorbos publicitarios de la vista. 

lunes, 21 de octubre de 2019

ALGARADAS

Hacía tiempo que el Destinatario se había retirado de participar en las algaradas callejeras, de igual manera que de asistir a los conciertos de  rock en su doble versión musical o filosófica. Le parecía que esa manía de ocupar, atentando contra el normal ir y venir de las personas, a todas horas las calles o las aulas, era de una época que ya no existía. Valga decir que el Destinatario había transitado por esa época de una forma discreta, aunque no exenta de momentos en los que logró atisbar la parte imaginable que, localizada en sus ámbitos exteriores, acompañaba a la infatigable  práctica retórica de la liberación que desde que se levantaba hasta que se acostaba la llevó como una doble sombra, añadida a la de su cuerpo, durante todos esos años. También es verdad lo que le ha costado reconocer ese abandono en los años posteriores a aquella época, ya que no hacía nada más que confundir, insistentemente, aquella luminosa exterioridad con la sombra constante que proyectaba en cada uno de sus pasos la machacona retórica liberadora. Había días, incluso, que el Destinatario se los pasaba colgado en esas alturas, bajo los mismos efectos narcotizantes que si hubiera ingerido un psicotrópico de los que estaban de moda en aquel entonces. Sin embargo, se dejaba llevar a sabiendas de que tendría que volver arrastrándose hasta alcanzar la sombría normalidad de los días y las noches. Aunque a medida que pasaba el tiempo y la práctica de la retórica liberadora se acercaba a su forma final democrática - el destinatario reconoce ahora no sin sus buenas dosis de nostalgia según que días y que noches a que esos viajes hacia lo imaginable lo llevaban, y que la normalidad proyectaba en el exterior como una condición de posibilidad más allá de su grisura - se hicieron cada vez más infrecuentes porque también era más costoso el poder llevarlos a cabo. El mismo notaba que esa época gloriosa, digámoslo así porque nunca antes, tal y como reconoce el destinatario, la gloria divina estuvo tan cerca de la mortalidad humana, se alejaba definitivamente en el exterior como lo hacen esas sondas viajeras que se adentran en el espacio sideral emitiendo señales cada vez más inimaginables, hasta que un día se apagan para siempre. Lo que en su lugar iba apareciendo era una extraña mezcolanza de imágenes gobernadas todas ellas por la sospecha que emitían cada uno de sus movimientos. Así fue como el propio destinatario empezó a tener dificultad para moverse dentro de un espacio que ya no definía lo exteriormente imaginable, sino que empezó a cerrarse entorno suyo hasta que aquella sospecha se convirtió en la única atmósfera irrespirable. No habían pasado ni siete años desde que se produjo aquella huida espacial, que sirvió para que las nuevas fuerzas convocadas cambiaran el vacío exterior producido por el de un lugar más inmediato y pragmático, que anunciaban como la definitiva buena nueva y donde ellas pensaban ejercer todo el poder de su influencia, cuando decidió retirarse a lo que los griegos antiguos denominaban como el lago del Olvido, Leteo. Lo que vino a continuación, hasta hoy mismo, ha sido la imposibilidad de llevar acabo ese propósito. Pues lo que las nuevas fuerzas llamaron la buena nueva definitiva no fue otra cosa que una sucesión intermitente de lo que el Destinatario denomina algaradas. Ya sean verbales o callejeras, ya sean apoyadas en soportes de papel, en las ondas radiofónicas o en las imágenes digitales, las algaradas han ido acaparando el día a día de los humanos, convirtiéndose en el único campo de la realidad imaginable, fuera del cual, sería equivocado decir que solo existe la nada. La intuición del Destinatario prefiere llamarlo el silencio, pues según dice el saber antiguo es el amor del alma. ¿Es el alma, piensa el Destinatario desde su rincón del Olvido, la nueva condición de posibilidad imaginativa de la algarada? O dicho de otra manera, ¿es el alma quien saca a la arbitrariedad de la algarada de su bucle estruendoso, abriendo un nuevo horizonte de comunicación entre ésta y aquel? El Destinatario quiere creer que si, por eso le cuesta tanto olvidar lo que dejó atrás en aquella época, por eso cree que no se ha instalado del todo en las orillas del lago Lateo. No porque piense que tiene que volver, sino porque ahora entiende su verdadero significado, mejor dicho, el de sus existencia entonces allí dentro y el de ahora aquí fuera de la influencia de la algarada dominante. La estructura de la alagartada es la que elimina las diferentes estirpes de las imágenes que convoca en cada caso, todas parecen ir al unísono al grito bronco de la algarada. Y el alma sabe que eso no es así. Por eso el Destinatario espera a que toda esa ruidosa arbitrariedad se abra al silencio donde él se encuentra, entre aquella y el Olvido.

sábado, 19 de octubre de 2019

PÉRDIDA Y DUELO

“No hay que engañarse: uno nunca está preparado para la pérdida, al menos no preparado del todo. Sin embargo, el duelo por la muerte de un ser querido, por el abandono o por la separación, por las mudanzas de uno u otro tipo que sobrevienen en la vida exige de nosotros respuestas que no agudicen el dolor o que lo hagan crónico. Exigen de nosotros capacidad para dar y recibir consuelo, para asimilar, para aceptar. En fin, una cosa es el dolor y otra es el daño. El primero es inevitable y del segundo somos los causantes.”

jueves, 17 de octubre de 2019

HIJOS AJENOS

El Coordinador esperó con impaciencia, durante los días siguientes, a que alguna de las madres lectoras asistentes a la reunión dijese algo respecto a lo que Jenny reflexiona en la página 120 del libro “el regreso del soldado.” La escena no era para menos, y después de comentarla con los lectores hijos sin hijos, que asistieron también a la reunión, el Coordinador llegó a la conclusión de que es la que representa el momento cumbre de la narración de Rebecca West. Siempre ha sido difícil para los hijos con hijos explicar esa doble condición en la que viven atrapados o emparedados; un bloqueo que, al entender del Coordinador, es más asfixiante en la actualidad que nunca. Ningún cronista o investigador social o psicológico o autor de éxito en el Ramos de la literatura de autoayuda se atreve a llamar enfermos a esos progenitores, tal y como Jenny tiene la tentación de calificar a Margaret después de escuchar sus palabras respecto a Olivier, el hijo de Chris, y de Dick, su propio hijo, muertos ambos a los dos años cuando, según las palabras de la propia Margaret, estaban llenos de vida. La vida de estos padre laicos o de ahora, como la de Margaret entonces aún creyente, al hablar de sus hijos no abandona jamas ese enfoque místico respecto al hecho de vivir y morir, y por tanto frente a la pérdida y el duelo correspondiente. Para ello no tiene empacho de mostrar, al primero que se cruza en su camino, la colección infinita de fotos que les hacen a sus hijos como un fondo de reserva alimenticio ante una catástrofe inminente, tal y como Margaret hace con la foto del hijo de Chris al apretarla contra su corazón como si estuviese tapando la herida que le ha producido el tener conocimiento de la existencia de ese niño. Quizá todo tenga que ver con el estatuto que la sociedad, a medida que su bienestar ha ido aumentando sin límites corrupción mediante, ha otorgando a la infancia como absolución de los pecados cometidos en ese itinerario de ambición y codicia, hasta llegar a esa condición de intocables de que hoy gozan todos los infantes occidentales, solo comparable, por oposición, con los niños de la India pertenecientes a esa casta con idéntico nombre. Lo cual confirma lo que la observación cuidada del Coordinador le desvela, a saber, que tanto la miseria como la abundancia extrema conducen a similares pozos de desamparado y desesperación, dentro de los cuales los niños son las primeras y principales víctimas. No tener nada ni esperanza de tenerlo nunca, o tenerlo todo ni a nadie a lado que no te diga nunca que no te lo mereces, produce de hecho el mismo tipo de seres infelices, aunque jamas lleguen a conocerse. Y es que, al fin y al cabo, cada cual es infeliz a su manera, un consuelo a todas luces insuficiente. La pregunta que se hace el Coordinador es, ¿a qué se enfrentan los personajes de la novela y a qué los lectores que abordan sus peripecias? Al sentimiento de pérdida y al duelo subsiguiente en el caso de los personajes hechos con palabras y a las condiciones de posibilidad que estos crean en la vida de los protagonistas, digamos, de carne y hueso, que no han tenido que haber vivido en carne propia, pero si han podido vivir la tragedia en un biografía ajena o sencillamente al escuchar la voz narradora de Jenny, y darse cuenta, entonces, de que que presenta esa pérdida y su duelo, al escuchar a Margaret, como una posibilidad de la existencia de sus vidas. Algo a lo que no estamos preparados o no lo estamos nunca del todo, y a lo que conviene hacerle frente aunque nunca nos haya ocurrido ni tengamos referencias cercanas de ello. Valga la justificación lectora de “el regreso del soldado” en particular y de la lectura en general, apunta el Coordinador, aunque nada más sea para desbanalizar la vida entre padres e hijos que se empeña en transitar solo surfeando el oleaje que se da en la superficie. El Coordinador, piensa de la mano de las enseñanzas de Jenny, que las personas sin hijos son quienes mejor disfrutan de los niños, porque para los hijos sin hijos son como restos de inmadurez que hemos dejado en la cuneta del camino o en algún rincón de nuestras casa infantil, volviendo así a disfrutar, como lo hacemos cuando vuelven a nacer las flores, la posibilidad de alentar nuestro corazón adulto, que se abre galante y bondadoso ante la posibilidad que el infante le ofrece, esto es importante, sin proponérselo. Mientras que para los padres con hijos, estos no dejan de ser nunca un girón de sus propia carne o una esquirla de sus propios huesos, que no deja de sangrar y de tener miedo desde el día que le dieron la vida dejándolos flotando en el mundo. Ya en la conversación a propósito del libro “el castillo arena”, el Coordinador sintió el silencio helador de las mismas madres, cuando puso en tela de juicio la incondicionalidad del amor que tenían hacia sus propios hijos. También se dio cuenta, de que ese silencio helador era el eco del mar igualmente helado que llevaban dentro. Y no hay libro, ni voz de protagónica alguno que consiga romperlo o, al menos, cuartearlo, como los primeros rayos de sol de primavera agrietan el grueso témpano invernal del lago. Y que habría que conformarse, lánguidamente, con ese gesto de Margaret taponando la herida con el retrato de Olivier, lo que traducido al día de hoy sería un gesto de indiferencia como si las madres aludidas nunca hubieran parido, haciendo ver así la impertinencia de la pregunta. Ya que lo que siente Margaret, tal y como manifiesta en la novela, en relación con los niños es asunto de otra época, dirían las lectora madres de hoy plenas de convencimiento, tal y como informa el libro: los años de la gran guerra o como se la conoce ahora, la Primera Guerra Mundial. 

miércoles, 16 de octubre de 2019

UNA PANTALLA PROPIA

Ante la insistencia del Coordinador de que los lectores escribieran sobre su experiencia lectora, o sobre su experiencia de la vida en general, la lectora M envió un texto al grupo de whatsapp del club de lectura que decía así: Mientras tenga mi teléfono, jamas se me ocurrirá sentarme a solas y ponerme a pensar. Cuando tengo un momento de tranquilidad, nunca me pongo a pensar. Mi teléfono es un mecanismo de seguridad para evitar tener que hablar con gente nueva o dejar vagar mi mente. Sé que esto es muy malo. Pero enviar mensajes de texto para pasar el rato es mi modo de vida. Casi todos lo miembros respondieron al instante con emoticones diversos, aunque todos halagadores de las palabras de la lectora M, con lo que más o menos venían a reconocer que ellos hacían lo mismo. El Coordinador se dio cuenta, de inmediato, que las palabras de la lectora M no se proponían mentir ni decir la verdad ni, por tanto, tratar de comunicarse con el Coordinador o decirle algo a sus compañeros de grupo, sino dar fe, o levantar acta, de que se había construido un hábitat y a ella misma como habitante dentro, hechos de tal manera el uno y la otra a imagen de sus hábitos. Dicho de otra manera, de lo que la lectora M quiso informar al Coordinador y a sus compañeros de grupo de whatsapp fue que, siguiendo los consejos de Virginia Wolff, se había construido una habitación propia, a la que, por supuesto, estaban invitados a entrar cuando les viniese en gana, pues serían siempre bienvenidos. Al Coordinador le pareció bien las nuevas ideas que sobre la arquitectura tenían la generaciones más jóvenes. Pues dejando intacto, y a la espera, el valor esencial o oculto de las palabras, han sabido otorgarle, en el estrecho espacio de la pantalla de su móvil, la amplitud de miras exteriores y visibles de un rascacielos. Sus compañeros de grupo manifestaron a la lectora M su alegría por la invitación con las sucesivas invasiones de emoticones que siguieron a la primera y acabaron por inundar la nueva casa de la nueva propietaria y amiga. La lectora M es una estudiante de cuarto curso de universidad, que tiene un empleo como becaria en una empresa de telecomunicación, vinculada a la agencia europea de investigación espacial. Lo que si notó el Coordinador fue que las palabras que sustituían a los ladrillos o los muebles o los utensilios de cocina, etc. de la nueva casa de la lectora M, no eran muy diferentes de las palabras que se utilizaban en la literatura, lo cual problematizaba de manera diferente lo que había sido hasta ahora la realidad compartida, digamos, entre el habitante de una casa convencional y el lector de un libro, entre los hábitos rutinarios y domésticos de aquel y las actitudes de atención y concentración de éste. Lo que dice con voz digital y a la velocidad de la luz la lectora M en su escrito es, ni más ni menos, lo mismo que ha hecho la humanidad, desde que tiene uso de razón, en silencio o al alcance del oído más cercano y a la velocidad del sonido. Lo que tal vez haya cambiando, pensó el Coordinador, es que la lectora M no tenga la necesidad de hacer saber a sus interlocutores, por ejemplo, que en el momento de escribir el mensaje está sentada en un escritorio de roble o de formica, que tiene dos puntas de madera en la parte de abajo a la altura de las rodillas, que se le clavan en cuando trate de girar el asiento para levantarse. Sin embargo, lo que si le sorprendió al Coordinador, mejor sería decir que lo dejó perplejo, fue la expresión “Sé que esto es muy malo.” Era como si, de repente, las fuerzas ocultas que sostienen la habitación digital de la lectora M rugieran desde su escondite pidiendo entrar en escena. Al Coordinador le costaba incluir esta locución en lo que en general reconocía en la intención de la lectora M al escribir el texto, que no pretendía ni mentir ni decir la verdad. La irrupción de la culpa en medio de la habitación digital de la lectora M nubló todas las vistas que, como si hubiera alquilado un ático en el rascacielos de una gran ciudad, disfrutaba con los clics de sus dedos. La culpa, efectivamente, no formaba parte de los mimbres con que había construido su hábitat, aunque, al aparecer así, como una cuña de inseguridad en medio de su firme convencimiento informático, si era parte sustancial de sus hábitos no todos vistos a la luz de esas pocas palabras del mensaje, pensó con optimismo el Coordinador, reconociendo así la grieta de esperanza que se había abierto en la nueva realidad que inaugura la escritura digital del tipo de la lectora M. Esa frase colocada así en medio de su escrito, ¿era una señal de auxilio? El Coordinador pensó en contestarle sin pérdida de tiempo, pero se dio cuenta de que la confesión de su mala conducta, no significaba que quisiera iniciar una conversación con él y con el resto de sus compañeros en la que tuviera que pensar. Pero tampoco su escrito significaba que no quisiera pensar en ningún caso ni en ningún otro momento. Sencillamente manifestaba que alguien acostumbrado a vivir dentro de un estrépito continuo, lo que necesita es aislarse y tratar de dejar la mente en blanco. El Coordinador piensa que la humanidad siempre ha tenido algo a mano que le ha servido de disculpa para no ponerse a pensar. La única diferencia que ve en el teléfono móvil, respecto a los chismes de otras épocas, es su procedencia. El teléfono móvil es un hijo natural de la época de abundancia como nunca antes la humanidad había vivido, a la que tienen acceso la mayor cantidad de seres humanos, igualmente, nunca antes vista. A lo que añadiría que, también por primera vez, gracias al teléfono móvil las palabras no son escritas para ser oídas, sino vistas. ¿Es eso lo que echa en falta la lectora M, imputándolo a un sentimiento de culpa que no acaba de entender? O dicho de otra manera, piensa el Coordinador que ha decidido de momento guardar silencio, ¿el teléfono móvil de la lectora M no tiene cobertura, por decirlo así, en la parte invisible e indeterminada de su existencia?

martes, 15 de octubre de 2019

PROPIEDAD

La insistencia de los estoicos de que solo en nuestra intimidad somos verdaderamente libres, siempre y cuando no dejemos acercar a nadie ni a los fundamentos de semejante fortaleza, disparando incluso contra quienes lo intenten, ha acabado haciendo nido, después de siglos de incomprensión católica, en la sociedad de masas cuya ideología de que todo vale a condición de nada valga algo, ha sido la bendición tanto tiempo esperada por estos autistas modernos que se toman al pie de la letra las enseñanzas de Zenón de Citio, Marco Aurelio y compañía. Valga esto o a pesar de esto, dijo el Coordinador, en honor a la intuición de que la experiencia de la verdad es indiscutible e irrepetible alojada como está en la intimidad de cada ser humano. Aunque también se ha de decir, en honor a esa verdad, que esa intimidad por sí sola no es nada (y menos un tesoro sagrado, como defienden los autistas modernos) enclaustrada ahí dentro, si no va acompañada de la voluntad de salir fuera a explicarse. Pues como defienden los estoicos fundacionales la verdadera independencia de la intimidad solo puede ser auténtica cuando dependa de otro que escuche lo que le tiene que decir y además de escucharlo lo entienda. Y os digo esto, las palabras del Coordinador temblaron al salir de su boca de forma tan incontrolada que a él mismo le sorprendieron al descubrir el temor de su procedencia, no con ánimo de ofender a vuestra intimidad, sino para señalar un punto de salida en el camino conjunto que emprenden la intimidad de los lectores que deciden conversar sobre la experiencia de la lectura que han efectuado. El que no tengáis duda alguna sobre vuestro bienestar material, no quiere decir que las dudas del alma queden mecánicamente absorbidas por un efecto de ósmosis o metempsicosis. El lector K se sintió de repente incómodo en su asiento, que había ocupado con el desinterés propio de quien asiste a una reunión de propietarios a última hora de un día laboral. Luego, pensó el Coordinador, que no debía ser retórica ocupacional, por decirlo así, pues el lector K es dueño de una casa señorial cuyo abandono para asistir a la conversación con los otros lectores deber estar motivado por algo más que por una simple ocurrencia. Eso debió ser, al entender del Coordinador, lo que debió sentir el lector K cuando al oír sus palabras se removió con desasosiego sobre la silla. Todavía no había llegado con esa inquietud el momento de abandonar la reunión lectora, pero todo parecía indicar que no faltaba mucho para que llegara y el lector K de forma educada dijera que, contra su voluntad y sintiéndolo mucho, tenía que dejar la reunión de lectores y añadiría, como no podía ser de otra manera,  que le estaba interesando mucho. El Coordinador se dio cuenta de inmediato, que la intimidad del lector K había sido asaltada por sus palabras sin su consentimiento. Fue entonces cuando percibió, con toda la claridad e intensidad que la escena se lo permitió, la dificultad que tenía la lectura en una sociedad compuesta mayoritariamente por propietarios, mejor dicho, de lectores con ese afán por atesorar propiedades. ¿Cómo y donde pueden convivir la grandeza de una casa como la del lector K, con la lectura que haya hecho del libro, pongamos, de “el regreso del soldado.”? ¿Qué explicación los une sin avergonzarse la casa de la novela? ¿Son un impedimento para la explicación de lo que un lector como K siente (no otra cosa es ese abandono de la intimidad a la búsqueda de su independencia en la dependencia del otro), las propiedades de los nuevos propietarios, que son también los nuevos lectores? Todo el mundo sabe que la obtención de la propiedad tiende a la autocomplacencia del propietario, mientras que la lectura a fondo tiende a la duda y a la extrañeza del lector. ¿Tenemos que aceptar, pensó el Coordinador, que la propiedad de los nuevos propietarios atenta contra la lectura de los nuevos lectores? ¿O lo que hay que aceptar es que la propiedad de los nuevos ricos es cómplice la de su nueva ignorancia? ¿O es que la jovialidad de la propiedad arrincona a la gravedad de las palabras? El caso es que el lector K lee porque no hay propietario que se confiese entre sus pares como un iletrado, pues eso malbarataría el brillo de su propiedad.

lunes, 14 de octubre de 2019

BANALIDAD

El Coordinador acababa de leer en un artículo, pocas horas ante de la cita con los lectores, que las elaboraciones metafísicas no se encuentran hoy en las aulas de las universidades, sino en la superficie banal de las ciudades, y quizá sea ahí precisamente donde haya que ir a buscarlas. Se congratuló, por una parte, de haberse topado con este escrito y, por otra, de que hubiera coincidido el mismo día que estaba prevista la conversación a nueve voces sobre la lectura de “el regreso del soldado”, de Rebecca West. Por elaboraciones metafísicas el Coordinador entiende todo eso que pueda haber más allá o al otro lado o en el centro mismo del materialismo que se ha apoderado de forma total de los días y las noches de quienes habitan, con su hábitos, hasta el último rincón de la traza urbana de las ciudades actuales. Ello ha generado, casi sin darnos cuenta, una raquitismo espiritual en lo hondo que fomenta el engorde de la banalidad en la superficie. Cualquier intento de invertir, siquiera con moderación, esa dieta, supone una reacción alérgica tanto en lo hondo como en la superficie de los hábitos de grupos e individuos. El Coordinador entiende que estas conversaciones entre lectores pueden ser uno de esos intentos de cambio de los hábitos de nutrición, en el que durante dos o tres horas y unas cuántas páginas el lado espiritual o no material de cada lector emerge como creador, dentro del ámbito de su imaginación, acompañado por sus propias palabras, arrinconando durante aquel tiempo y aquellas páginas a las palabras de la superficie de la ciudad que nutren de forma prestada  la banalidad rampante aludida. Lo que constata el Coordinador, sin embargo, es que no es suficiente con dibujar lleno de buenas intenciones ese nuevo espacio, ya que ese dibujo por si solo no traer los hábitos que posibiliten su habitabilidad. Se da la circunstancia de que el dibujo es atractivo para los lectores convocados, pues la lectura sigue conservando, incluso dentro de una era tan nihilista como lo es la digital, ese halo fundacional romántico en el que perdura su imagen como una conquista irreversible de la humanidad, exenta de cualquier tipo violencia cruenta, a la que no acompaña el fardo ni de la explotación ni de la esclavitud, mediante la que la mayoría de seres humanos quieren tener el libro entre sus manos como un espejo mágico, como dijo el poeta, en el que la madrastra reconoce sin odio el añorado rostro de Blancanieves. La lectura construye así ese territorio libre y nómada que lleva implícito el libro, cualquier libro, que permite al lector estar gratamente y sin peligro a la intemperie. Lo cual no puede ser contemplado por el Coordinador como un fin en sí mismo, aunque si como el punto de partida de esa conversación entre voces variadas. Es un punto de partida donde lo hondo quiere despedirse de la superficie, donde el compromiso del lector quiere abrirse paso, pero todavía tiene demasiado cerca su propia banalidad superficial que se lo impide. Oportunamente el Coordinador saca a colación la figura del narrador y lo coloca encima del escenario para hacer visible ese dilema al que se enfrenta el lector: perseverar en la banalidad de las palabras o dar el salto hacia un trato más comprometido con ellas. Dicho de otra manera, como en su día manifestó un lector aventajado, hazte un favor tómate tus palabras en serio. Bien es verdad, reconoce el Coordinador, que la narradora de la novela de West, Jenny, no lo pone nada fácil a los lectores que sigan fascinados con las palabras del ideal romántico de la lectura, que como toda fascinación les impide entenderlas como un punto, casi siempre inalcanzable, de llegada, nunca deben entenderlas como un punto donde regodearse alrededor de sí mismo en la partida. Nada más que escuchaseis con atención las primeras palabras de Jenny en la novela, dijo el Coordinador, se oyen que no son del lado, digámoslo así, de donde estábamos pocos segundos antes de ponernos a leer. Pertenecen a otro tiempo y otro espacio, que es justamente a donde nos invita calladamente a ir en su compañía. La resistencia numantina de los lectores a aceptar esto, a aceptar ese compromiso con las palabras de Jenny que no son del mundo donde habitáis, subraya el Coordinador, no solo no resuelve el tránsito sino, y esto sea tal vez lo más importante, fortalece la banalidad del mundo material exterior donde vivís e impide respirar o hacer nacer el compromiso interior con el mundo espiritual donde están ancladas las palabras de Jenny. Os lo digo con otras palabras. De las muchas actividades que hoy forman parte de la agenda de una persona normal y corriente, aquellas que tienen que ver con la participación activa del cuerpo requieren, y todo el mundo lo acepta, un adiestramiento previo del mismo, pues está claro, también todo el mundo lo acepta, que con los movimientos habituales no es suficiente. El mismo esquema vale para todas aquellas actividades, las del espíritu digámoslo así, en las que estén implicadas las palabras, sobre todo con la actividad más radical al respecto, la literatura, pues esta es una actividad (leer y escribir) donde las palabras dan cuenta de un mundo nuevo, el que alumbra la voz del narrador de la novela en cuestión, Jenny, que ni informa ni levanta acta ni ejecuta una demostración sobre alguna parcela del mundo que ya conocemos. Las palabras de Jenny remiten al mundo que, la llegada imprevista de Chris, le ha puesto en la tesitura inaplazable de entender. Jenny vivía confortablemente, banalmente diríamos, en su casa Brady Court, como cualquiera de nosotros en la nuestra. La diferencia de Jenny es que no se amilana frente a la problematización, no tanto material sobre las cosas, sino espiritual sobre las palabras, que la llegada de aquel soldado ha supuesto para ella. Sin embargo, los lectores compruebo que si se han amilanado, y han preferido quedarse en su lugar material de confort rodeados de sus cosas de siempre. Es como si me dijerais, os pongáis como os pongáis tu y Jenny, no nos vamos mover un ápice de nuestra zona de confort habitual. Y yo os digo que, de esa manera, leáis lo que leáis la banalidad del mundo habla y hablará cada vez más por vuestras bocas.

viernes, 11 de octubre de 2019

COMPROMISO

La lectura no es lo que hacéis siguiendo la traza de lo que está escrito en el libro, dijo el Coordinador con voz que pretendía que sonase natural a los oyentes, sino el compromiso que adquirís con esas palabras. Ese día tocaba compartir la lectura de la novela “el regreso del soldado”, de Rebeca West. Desde las primeras palabras de su peripecia vital, Jenny decide tener ese compromiso Kitty prefiere mantenerse oculta en su escondite. Para Jenny sus palabras abandonan el torreón de su verdad íntima, sólida y estable, y emprenden un itinerario espiritual que trata de cernirse sobre el ambiente que se va encontrando (Goethe dixit). Para Kitty sus palabras son armas antojadizas y de defensa, instrumentos, nunca acontecimientos, si aquellas le hubieran servido, como le pasa a Jenny, para hacer caer el velo de la falsedad en la que viven. Pero, ¿quien es Jenny?, ¿que hace encastrada en esta historia, como un periodista lo está en el tanque de los soldados que se dirigen al frente de batalla? ¿En qué favorece o entorpece el entendimiento, por parte del lector, de la vida del matrimonio de Kitty y Chris más el añadido que proporciona la irrupción inesperada de Margaret? Jenny no ha participado en la construcción, digamos, de ese triángulo. Pero esto el lector solo lo sabe, con ciertas garantías de veracidad, al final, en la última página de la novela, que es como una continuación de la primera página. Según mi parecer, dijo la que suele investirse de juez en sus intervenciones, Jenny tiene envidia de Kitty y está esperando su oportunidad cuando vuelva Chris. O sea, dijo otro menos proclive a este tipo de sentencias que crean jurisprudencia en un campo donde no le corresponde, que el inicio de la novela te ha levantado expectativas fundadas de que la fiereza narrativa de la novela la protagonizan esas dos mujeres, algo que una vez que entra en escena Margaret parece, según mi lectura, que no se cumplen, pues el eje de rivalidad por obtener el amor de Chris se descalza hacia la recién llegada. Sin embargo, dijo el Coordinador, siguiendo con la tesis de la envidia entre las dos mujeres actuales en la vida del soldado, no parece que la presencia de la mujer de Chris de hace quince años, Margaret, levante los mismos sentimientos en Jenny que en Kitty. ¿No os parece que la llegada de Margaret junto con el telegrama y la carta sobre el paradero y el estado mental de Chris, es el detonante que mueve a Jenny hacia la escritura? ¿No es menos cierto que Kitty, al igual que tantos seres humanos, se mantiene inmóvil en términos narrativos frente a los acontecimientos que suceden en su vida? Dicho de otra manera, leemos lo que leemos una vez que hemos decidido abrir el libro del “el regreso del soldado” por voluntad expresa de Jenny, quien ante la avalancha, si tenemos en cuenta la calma chicha que disfrutan en el retiro donde viven, de acontecimientos no previstos (es importante resaltar esto en relación con el control absoluto que al iniciarse la novela parecen tener ambas mujeres sobre sus vidas. Únicamente la espera de quien se ha ido, Chris, parece alterar levemente la rutina de cada día. Y este intuir por qué Jenny se ha puesto a contar me parece que requiere, por parte del lector, un abandono de los aposentos de su intimidad, pues ahí metido me parece imposible que puede imaginar algo que no tenga que ver con la celosa salvaguarda y  cuidado de esa intimidad. Es, por tanto, la necesidad imperiosa e inaplazable de contar que tiene Jenny, y de hacerlo como lo hace mediante un domino notable de la elocuencia verbal, con lo que tiene que relacionar el lector desde las primeras líneas de la novela. Una necesidad que está en el relato y adonde el lector tiene que ir si se quiere enterar de algo. Este movimiento desde la intimidad rocosa del lector hacia la arenosa espiritualidad con intención de cernirse, para no disolverse en la nada, en el ambiente exterior, primero, funda el compromiso del lector con su lectura y, después, lo enlaza con aquella necesidad de la narradora Jenny.

jueves, 10 de octubre de 2019

SIN COMPASIÓN

¿Por qué decidís torpedear la realidad heredada en lugar de problematizarla? ¿Por qué decidís banalizar la realidad escrita que tenéis entre las manos en lugar de preguntarle? Torpedear y banalizar, si os fijáis dijo el Coordinador, son dos caras de la misma actitud mental, digamos, esa por la estamos dispuestos a cometer los atentados simbólicos que sean necesarios con tal de no dar nuestro brazo a torcer, tal y como suele enfatizar una de las contertulias. O dicho de otra manera menos agresiva, torpedear y banalizar son la manera más eficaz de no tratar de alcanzar, ni siquiera aproximarse, al sentimiento de la compasión. Lo cual no pone trabas para que de su boca lectora surja la palabra solidaridad cuando sea conveniente o le pete a quien hable. Pues matar o deshumanizar o condenar a un ser humano o a un protagonista literario no es defender un pensamiento o una lectura, es matar o deshumanizar o condenar a un ser humano o a un protagonista literario. Al leer se producen un convocatoria de significados, musicalidades, afinidades, en fin, de perspectivas no previstas, extrañas por tanto, que de otra manera no las experimentaríamos, ampliando así nuestra relación con quienes habitan el mundo. Con esta prédica de tono sofista el Coordinador pretendió volver sobre la cita de Goethe, pues se daba cuenta que seguía rondando entre los lectores sin que ninguno de ellos se atreviera a dar el paso en busca de su desciframiento. Notaba que había tres obstáculos en la cita del escritor alemán a los que se oponían sin compasión la actitud mental de los lectores. Uno, abandonar la materialización de lo verdadero; dos, cernirse espiritualmente sobre el ambiente; tres, conseguir un acuerdo. Era evidente que aunque no todos mostraban su falta de compasión de la misma manera, todos albergaban en su interior la forma de la verdad como un grumo rocoso, unos, o como una calcificación ósea, otros, que no estaban dispuestos a abandonar disolviéndolo, como si fuera un azucarillo en un vaso de agua, en ese acoplamiento espiritual que sugiere Goethe. Lo cual no es óbice para que todos nieguen que atentan o muestren un desdén absoluto contra el tercer obstáculo, la consecución de un acuerdo. Igual que con la palabra solidaridad, todos los lectores son furibundamente pactistas. El resultado final fue, según la breve encuesta que hizo el Coordinador, que nadie cuestionaba la cita de Goethe. Es más, todos coinciden, como si fuera también un atributo que le es propio, en la lucidez que el escritor alemán muestra en la cita aludida. El Coordinador se dio cuenta, al fin y al cabo, que el obstáculo era realmente uno: el abandono de la materialización de lo verdadero. Era frecuente escuchar entre los contertulios lectores una afirmación que, con todas sus variantes, bien se podía simbolizar en la siguiente locución: el placer de la lectura es solo mío. Es decir, el placer ante el texto es un placer individual, entendiendo por individual asocial y entendiendo por asocial ni comunicable ni transmisible. Ante paradoja tan extraña el  Coordinador pregunta a los contertulios, ¿por qué venís a un acto social como es este club de lectura, donde se supone venimos a compartir la lectura que cada cual haya hecho del libro que nos convoca? Si vuestra experiencia interior de la lectura, insiste el Coordinador, decís que es de cada uno y solo de cada uno, es decir, es asocial, ¿cómo se aviene esa asociabilidad con que aquella experiencia no inicie y desarrolle su itinerario en contacto con lo más asocial, sino con la parte más social, es decir, la más convencional o más representada de la propia experiencia, a saber, el relato que nos convoca hoy y por extensión la de cualquier relato? ¿Como congeniáis con estaba asimetría en la que, por un lado, queda el relato que nos convoca alrededor de la mesa y por otro, totalmente indiferente a esta convocatoria, lo que a cada lector le ha pasado con la lectura que ha efectuado. Justo esto ultimo, que es lo que incita a la comunicación del yo con los otros y lo otro, lo que tiene estructura de transitividad, es lo que incomunica y enclaustra, en fin, lo que precipita a ese yo hacia el fondo hermético de su individualidad interior. Impidiendo así que la verdad se desmaterialice y que la espiritualidad resultante se cierna sobre el ambiente en forma de acuerdo. Impidiendo, sin más remedio, que acontezca el sentimiento de la compasión entre los lectores.

miércoles, 9 de octubre de 2019

TODOS FANTOCHES

“No siempre es necesario, que lo verdadero se materialice; basta con que se cierna espiritualmente sobre el ambiente y genere acuerdo; basta que, como un repicar de campanas, ondee en el aire serio pero amable.” Se vio al Coordinador que al traer a colación la cita de Goethe pretendía arremeter, sin levantar demasiado polvo, contra la pléyade de fantoches que tenía delante. Pues tiene claro que si los conversadores que se sientan alrededor de la mesa el día de la cita del club de lectura no son nada fiables, tal y como se vio en la entrada del otro día, nada evita tampoco, por el hecho de constatarlo, que ese nada fiables de paso, o sea la antesala de que todos acabarán hablando como unos auténticos fantoches. Y lo hizo así porque piensa que la perfecta alfabetización de los ciudadanos, y su permanente conexión a Internet y las redes sociales, produce lo que no estaba previsto en el ideal fundacional de la ilustración, a saber, que todas esas mejoras han traído la fantochería o la vulgaridad que ya se atisbaba en el silencio que protagonizaron durante siglos el analfabetismo y aislamiento preilustrado. Un silencio que le hace presuponer al Coordinador, ajeno por tanto a cualquier voluntad demostrativa, que eso ha sido el caldo de cultivo, a lo largo de todos esos siglos, de la mayor reserva de resentimiento de la humanidad, que hoy alimenta todos los odios que pueblan el planeta. De hecho, piensa también el Coordinador, la modernidad no es otra cosa que una válvula de escape a todo esa veta de sentimientos cocidos y recocidos, bajo la superficie colorista de lo real, por todas las injusticias habidas y por haber a lo largo del tiempo. Y es comprensible, aunque no necesariamente tolerable o admisible que los herederos de todas esas tropelías, ahora perfectamente alfabetizados y conectados entre sí, recuerda una vez más el Coordinador, aprovechen todas las ocasiones que se les presenten para ejercer la venganza a la que, según ellos, tienen todo el derecho del mundo y de la historia. Lo que Goethe vino a advertirnos con su cita, dijo el Coordinador a los oyentes, fue que, si era el yo de los románticos, movimiento al que siempre se opuso, el que al final se apoderara del imaginario del mundo, convenía protegernos contra toda la fantochería que acompañaba a su idea de la verdad. Es indudable e indiscutible que la experiencia que cada sujeto tenga en relación con la vida o con la literatura, o con cualquier otra de sus representaciones, es verdadera. Lo cual quiere decir, por ejemplo, que si un lector dice que un personaje se comporta de una manera moralmente inaceptable, nadie tiene derecho a decirle a la cara eso que, por otro lado, tanto se dice: no estoy de acuerdo. Pues lo que cada cual siente respecto a tal o cual experiencia de la vida o de la literatura, o de cualquier otra representación de aquella, no está sujeto a dictamen o sentencia externa. Forma parte, por decirlo así, de esa amalgama invisible e indeterminada que llamamos intimidad. Ahora bien, si el sujeto en cuestión cree que eso que siente en su intimidad es verdadero solo porque el así lo siente, y literalmente así lo lanza al mundo, estará cometiendo, al entender del Coordinador, una fantochada, que se agota como tal en su misma manifestación. Vista así una fantochada tiene la misma fiabilidad que cualquiera otra que, por la misma razón nada razonable, pueda surgir a su lado, ninguna. Por este camino, dice el Coordinador, lo único que se consigue es alcanzar las formas más acabadas de lo que acaba siendo un gallinero humano. No se trata, por tanto, de que nadie renuncia a la verdad que en nuestra intimidad experimentamos en el trato con la vida o con la literatura, sino de ver cómo imaginamos la explicación que de ella demos a los otros, de tal manera que sea una verdad con posibilidades reales de ser aceptada por ellos, como si de un acuerdo de las almas se tratara. Todo esto viene a cuento, dijo el Coordinador, de algo que se repite con mucha frecuencia en las intervenciones de los lectores y que consiste en un afianzamiento en la materialización  de la verdad experimentada en la lectura: esto es lo que pienso y no lo voy a cambiar. Como si viviera como una amenaza el que los otros lectores no estén de acuerdo (como así sucede realmente, pues cada lector es una conciencia única, irrepetible e indiscutible) respecto a lo que él ha experimentado como verdadero en el acto intimo y silencioso de la lectura. Y ya sabemos que no hay mejor defensa que anticipar el ataque. El lector se enfrenta así a un dilema a partir de esa experiencia íntima de lo verdadero, convertirla en un dogma (materialización) o ponerse a pensar (espiritualización). El énfasis lo hemos de poner en el acuerdo (y en el compromiso con la conversación sobre la lectura compartida que lleva añadido), tal y como lo sugiere Goethe en su cita: estilización o espiritualización de eso que hemos sentido íntimamente con la lectura, que es verdadero en tanto en cuanto lo hemos sentido así no por que coincida con las pautas exteriores vigentes. No se trata de venir al club de lectura para discutir sobre esas verdades que hemos sentido al leer, pues eso es en sí mismo es indiscutible, como si ello nos llevara a alguna parte de interés. Hay una perversión infantil en la conducta de muchos adultos, hoy declaradamente explícita en la cultura digital, en llevar la contraria al otro, que deberíamos combatir con firmeza conversacional, concluyó el Coordinador antes de dar la palabra a los lectores.

jueves, 3 de octubre de 2019

JON McGREGOR

“En este comienzo de siglo se vuelve a cuestionar el futuro de la novela. Lo cierto es que, con unas cuantas excepciones, la novela se viene moviendo entre un realismo poco innovador y una autoficción que, con harta frecuencia, es la salida fácil a la falta de invención de los creadores. Pero la invención es siempre la invención, es decir, el yunque donde se martilla una auténtica obra de ficción, la propia del verdadero novelista, del creador de mundos, del “ingeniero de almas” que decía Gorki. El embalse 13 pertenece a esta última categoría.”

miércoles, 2 de octubre de 2019

NADA FIABLES

¿Por qué un lector, se pregunta el Coordinador, acepta a un narrador poco fiable en sus lecturas? ¿Es una pregunta pertinente, se pregunta a su vez, horas antes de asistir a la cita con los otros lectores del club de lectura al que está adscrito voluntariamente? Lo es de cara al texto en cuestión, pero el Coordinador sigue pensando que es absolutamente impertinente de cara a los lectores. Lo cual, como a nadie se le escapa, abre una grieta insalvable en la propia concepción del club de lectura. Por un lado está el texto y por otro los lectores, sin que la buena voluntad que tienen los segundos de reunirse sentados en una mesa alrededor del primero, sirva para algo más que para celebrar o renovar una cierta imagen de prestigio cultural que todavía arrastra, digámoslo así, la lectura literaria por estado pagos. Se produce así una curiosa paradoja en el mundo del democratismo lector postmoderno, que el Coordinador llama el populismo lector rampante. Si aceptamos que las redes sociales e internet representan la forma más acabada de ese populismo lector rampante, pues es ahí dentro donde en la actualidad se lee y se escribe como nunca antes se ha hecho, aprovechando que todos los usuarios están perfectamente alfabetizados mecánicamente, no haría falta que la mala conciencia de las instituciones públicas organizasen todas esa actividades relacionadas con la lectura y la cultura en general. Digo mala conciencia porque aunque el formato de las convocatorias remite a eso que el Coordinador, siguiendo a Murdoch, denomina la experiencia con el gran arte, la práctica real de lo que luego allí acontece (clubs de lectura, presentación de libros, dramatización de lecturas, etc.) se cuela de coz y hoz en lo que el Coordinador viene llamando populismo lector o cultural rampante. Basta con que alguien, que participe dentro de la dinámica propia de estas actividades, hable o sugiera algo que invite al resto de los participantes a tener una experiencia adecuada con la profundidad artística o creativa, por ejemplo respecto a la novela o el cómic o la película o el cuadro o,..., que ahí y ahora los ha convocado, para que otro alguien se sienta molesto y reivindique, con una exigencia inusitada, el derecho a la libertad de expresión de cada uno de los participantes, talmente como si hubiera sido el día anterior mismo cuando se hubiese estrenado la democracia y la actividad en cuestión fuese la prueba cabal de ese advenimiento, todo ello, como no, con la aquiescencia de quien está al frente de la actividad y a través suya de la aquiescencia de la institución que representa (biblioteca, centro cultural, escuela o instituto, etc). Y es así como en una actividad pensada por una institución pública para poder facilitar las experiencias necesarias y adecuadas que el gran arte reclama, se acaba convirtiendo en un apéndice de ese gran circo privado que es en lo que se han convertido las redes sociales e internet. Aunque bien es verdad que debido a su tono y ritmo populista, hace que muchos lo reivindiquen como la verdadera ágora moderna, en la que la diferencia entre la experiencia adecuada a que debe aspirar todo aquel que se relaciones con el gran arte y la experiencia con el arte popular ha dejado de existir, pues son una y la misma cosa. Por esta misma razón, ¿es fiable, por ejemplo, la figura del lector entendida como alguien que abre un libro y está en condiciones de escuchar y conversar con quien desde esas páginas a él, y solo a él, se dirige e interpela? Es decir, una conversación entendida tal y como la entiende la tradición de la gran literatura, pues solo así se puede estar a la altura de los grandes narradores que la conforman, y que, no en balde, han llegado hasta nosotros debido a esa grandeza, que es tal porque ha superado la prueba de infinidad de lectores de otros tiempos y otros espacios. Sin por ello olvidarnos, piensa el Coodinador, de quienes se quedaron en la cuneta de los perdedores o los olvidados, de la que solo una experiencia adecuada de la misma atención e intensidad puede sacarlos de la oscuridad de aquella y traerlos a la luz del presente. El Coordinador piensa convencido, por tanto, que no son nada fiables la mayoría de los lectores, o participantes  en general en esas actividades organizadas por las instituciones públicas, que pretendiendo dar lo necesario para que aquellos puedan alcanzar la experiencia adecuada en el trato con gran arte, acaban cayendo en las zarpas privadas de las redes sociales e internet, desprestigiando al mismo tiempo la labor insustituible que en ese sentido debe tener, y seguir teniendo, la función pública de la educación y la cultura. 

martes, 1 de octubre de 2019

VELO DE LA FALSEDAD

De todas maneras, el gran arte existe y a veces se experimenta adecuadamente, e incluso una experiencia superficial de lo que es grande puede producir un efecto, dice Iris Murdoch. A veces sueña con ese razonamiento y se reconcilia de inmediato con la función de Coordinador de club de lectura, una función que, por otra parte, nadie le ha pedido que haga y solo él se he propuesto llevar a término con quienes se acerquen al libro que propone. Cualquiera puede acceder, les dice, pero no cualquiera puede llegar adonde sugiere Murdoch. Aunque reconoce que eso solo le sucede en algunos sueños, ya que en las horas de vigilia la cosa es muy diferente. Si cree, lo tiene escrito en alguno de sus artículos, que eso de ser Coordinador de club de lectura es una visión y también una misión. Pues la expresión condescendiente que Murdoch, como la de tantos otros intelectuales, manifiesta respecto al efecto que el gran arte tiene, bien es verdad que de una manera imprecisa, sobre quienes sólo aspiran a tener con aquel una experiencia superficial, apunta en esa doble dirección. Es decir, que alguien que habite en los niveles medios y bajos del arte, la expresión gran arte presupone una jerarquización inevitable e indudable, tiene que encargarse de que ese efecto que preconiza Murdoch se haga realidad, adquiera rostro y alma entre los que se sienten tentados a frecuentar el gran arte. Pues si no es así, al Coordinador no le cabe la menor duda que el mero hecho de tener una experiencia superficial respecto al gran arte solo puede producir un efecto de la misma dimensión superficial con que ha sido el acercamiento o abordaje de la obra de gran arte en cuestión. Ante la amenaza que el gran arte supone para los defensores del democratismo postmoderno, o lo que el Coordinador llama el populismo educativo cultural rampante, aquel vuelve la vista sobre Spinoza, el gran pensador holandés. La amenaza de aquellos no es otra que la que lleva incorporada futilidad de su contraataque. ¿Quien define lo que es gran arte?, dicen pomposos. El Coordinador responde, siguiendo a Spinoza, que de la misma manera que si existe lo imperfecto, de lo que somos la prueba fehaciente los seres humanos, tiene que existir lo perfecto, otra cosa es que nuestra imperfección nos impida entenderlo aunque, y aquí está el fundamento principal del gran arte, unos pocos no renuncien a intentarlo a sabiendas de su fracaso. La grandeza está en el fracaso del intento. ¿Puede ser de otra manera? Por tanto, el Coordinador tiene claro que es esto lo que quiere inculcar a los lectores, aspirar a lo perfecto tiene como efecto no la perfección, como pudiera suponer un literalista de la expresión de Murdoch, sino la caída del velo de la falsedad con que cubrimos la medianía de la vida cotidiana. Este es el gran logro que obtiene cualquier ser humano al tratar con el gran arte, algo que no puede conseguir de otra manera, justamente por esa aspiración a la perfección que es la que disloca la instintiva tendencia de aquel a mantenerse en el sentido común de su medianía, que se aviene mejor con lo que sabe le resulta inofensivo aunque su puesta en escena tenga la pose de ser lo más arriesgado del mundo. Es público y notorio que en el mundo occidental no ocurre nada relevante, sencillamente por que los miembros de la clase media que lo sustenta mantienen orgullosos, al tiempo que alimentan con auténtico denuedo, su proverbial incapacidad para expresar lo que sienten. El Coordinador da fe que una y otra vez, incluso con los lectores más cualificados profesionalmente, la locución que estos más repiten a la hora de expresar lo que han hecho con la lectura en cuestión es, no se como decirlo. El velo de su falsedad aparece, entonces, ante el Coordinador no ya como un tejido más o menos tupido, sino como una auténtica fortaleza medieval dispuesta a ser defendida con toda la impedimenta militar de esa época y, si no fuera suficiente, con las armas de épocas más recientes. Llegando al caso, afirma el Coordinador, de que ya hay lectores especializados en defenderse de la perfección con que el gran arte amenaza su sentido común, mediante el uso de drones. Esto es todavía una intuición que, al entender del Coordinador, cae del lado de la perfección que despliega el instinto técnico del lector y que es difícil de verificar en la práctica. Esto es una prueba más de la resistencia feroz que ofrece el ser humano a tratar con aquello que lo supera, que es más grande que él, con aquello que no entiende y no entenderá nunca. La perfección que dice Spinoza. Una resistencia reactiva y, al fin y al cabo, reaccionaria, pues nunca opone el usuario de los drones culturales educativos una resistencia poética literaria, es decir, creativa. El Coordinador una vez que ha llegado hsta aquí tiene razonables dudas de que Murdoch, y los creadores del gran arte, sean del todo conscientes de cómo se vive en los barrios bajos de ese gran arte, y de la gran cultura en general.