La intención del coordinador, al convocarlos alrededor de una mesa, es acortar las distancias que los separa entre ellos y a ellos con el mismo. El coordinador sabe que el día de la cita cada uno viene, por decirlo así, de su padre y de su madre. Uno es óptico y dice que se le va la vista puliendo lentes en el taller que ha heredado de su padre. Otro dice que da clases en un instituto de secundaria en cuyas aulas no es que se haya perdido la vista, es que sencillamente nadie quiere ver nada. Una tercera es guía turística, y dice que cada vez le cuesta más atraer con sus palabras la atención de los visitantes en los recorridos que ellos mismos han contratado previo pago correspondiente. Y así hasta ocho o diez personas que regularmente acuden a la llamada del coordinador, cada uno de los cuales llega con su propia historia a las espaldas, a la que cada día le dedica todo el tiempo de que dispone. Ello hace que esa historia acabe convirtiéndose en la única historia capaz de mantener despierta la conciencia de su propietario. Por tanto, el día de la convocatoria el coordinador se encuentra con tantas conciencias como asistentes dispuestos, si él no lo remedia, a defender con uñas y dientes ante los otros la parcela que su conciencia ocupa en ese momento. El coordinador todavía no les ha dicho que el lugar donde los convoca solo puede ser aquel lugar, es decir, diferente de otros lugares, más o menos intercambiables, que hayan ocupado anteriormente, si quienes lo habiten en ese preciso momento son capaces de alcanzar una conciencia compartida sobre lo que sus palabras digan o dejen de decir. Esta es la prueba, junto a otras de igual intención aunque de distinto estilo, de que la superficie, la gran superficie, donde vivimos no es solo una superficie, sino que es el área de confluencia donde convergen lo que se ve y lo que no se ve, lo que está determinado por nuestra voluntad y lo propiamente indeterminado que deriva de nuestros afectos. Lo que primero les dice el coordinador a los asistentes es que se tomen su tiempo, como si tuviesen todo el tiempo del mundo, a sabiendas de que muchos de ellos tienen otra cita en las próximas horas y es bastante probable que más de uno se levante y diga, entre compungido y cínico, que lo siente no poder acabar la reunión pero es que tengo un compromiso o he quedado en otro sitio en media hora. Y tal y tal. Tener todo el tiempo del mundo, piensa el coordinador, no es una frase retórica cuando se lo dice. Cuando alguien habla en un espacio que pretende ser el de la conciencia compartida de los asistentes, no solo habla en el presente y a los que allí se encuentran, habla también, y sobre todo, para el destino insondable que comparten los destinos individuales, más o menos planificados, de aquellos, y para los que dentro de ese mismo itinerario, no pueden evitar sentirse plenamente confortables. El destino del óptico y el del profesor de instituto y el de la guía turística en cuanto tales, es casi seguro que nunca se encontrarán en ningún sitio. Lo que si tiene la posibilidad de hacerlo es la huella o la estela que dejan a su paso, cuando van de una etapa a la siguiente, y así hasta la meta que se hayan propuesto profesionalmente. Una huella que no se ve pero que no se borra nunca, y que pide ser reconocida, es decir, ser escrita y leída, o ser dibujada y vista, o ser compuesta en un pentagrama y oída. Tomarse su tiempo como si tuviesen todo el tiempo del mundo es otra forma de decirles, piensa el coordinador, que se tomen en serio, que al menos, durante esas tres horas de conciencia compartida, habiten esa creencia de que la vida, su vida, va en serio. Pues esta es la única manera de que la superficie no sea entendida o asociada con lo superficial, creando la expectativa de que lo profundo tiene que acontecer por fuerza en otro lugar ajeno a la superficie. Cuando lo cierto es que lo hondo y lo superficial, lo veamos o no, están siempre delante de nuestras narices. El coordinador pone como ejemplo lo que sucedió en uno de los grupos de WhatsApp, en los que de vez en cuando participa. Uno de los miembros envió un vídeo en el que una actriz conocida recitaba ante la cámara un poema, en el que hacía un canto idealizado a favor de la vuelta del ser humano a una convergencia renovada con la naturaleza. A continuación, no se hizo esperar otro vídeo de otro miembro en el que se ridiculizaba la peripecia de una pareja de adultos, entrados en carnes, para tratar de mantener el equilibrio subidos a la grupa de un camello. Al primer golpe de vista de ambos videos pudiera parecer que proceden de ámbitos opuestos, pero lo cierto era que acontecían en la misma superficie de la pantalla de los móviles de cada miembro del grupo del WhatsApp. ¿Qué significa ese acontecimiento?, al entender del coordinador. Que esa pequeña superficie de cristal y de uso doméstico, era capaz de reunir lo que ninguna otro espacio ha logrado a lo largo de la historia de la humanidad, a saber, la banalidad del vídeo de la pareja tratando de llegar a un acuerdo con su camello y la hondura eterna de las palabras recitadas por la conocida actriz. Un tercer miembro del grupo que se dio cuenta de la convergencia escribió poco después las siguientes palabras. Quien solo sueña flota en el aire arbitrariamente; quien solo tiene los pies en la tierra acaba reptando encanalladamente; hay que soñar, por tanto, con los pies en la tierra o como si fuesen de tierra los sueños. Si no es así, nuestro destino no será otro que montar un camello como tratan de hacer los dos protagonistas del vídeo.