miércoles, 2 de octubre de 2019

NADA FIABLES

¿Por qué un lector, se pregunta el Coordinador, acepta a un narrador poco fiable en sus lecturas? ¿Es una pregunta pertinente, se pregunta a su vez, horas antes de asistir a la cita con los otros lectores del club de lectura al que está adscrito voluntariamente? Lo es de cara al texto en cuestión, pero el Coordinador sigue pensando que es absolutamente impertinente de cara a los lectores. Lo cual, como a nadie se le escapa, abre una grieta insalvable en la propia concepción del club de lectura. Por un lado está el texto y por otro los lectores, sin que la buena voluntad que tienen los segundos de reunirse sentados en una mesa alrededor del primero, sirva para algo más que para celebrar o renovar una cierta imagen de prestigio cultural que todavía arrastra, digámoslo así, la lectura literaria por estado pagos. Se produce así una curiosa paradoja en el mundo del democratismo lector postmoderno, que el Coordinador llama el populismo lector rampante. Si aceptamos que las redes sociales e internet representan la forma más acabada de ese populismo lector rampante, pues es ahí dentro donde en la actualidad se lee y se escribe como nunca antes se ha hecho, aprovechando que todos los usuarios están perfectamente alfabetizados mecánicamente, no haría falta que la mala conciencia de las instituciones públicas organizasen todas esa actividades relacionadas con la lectura y la cultura en general. Digo mala conciencia porque aunque el formato de las convocatorias remite a eso que el Coordinador, siguiendo a Murdoch, denomina la experiencia con el gran arte, la práctica real de lo que luego allí acontece (clubs de lectura, presentación de libros, dramatización de lecturas, etc.) se cuela de coz y hoz en lo que el Coordinador viene llamando populismo lector o cultural rampante. Basta con que alguien, que participe dentro de la dinámica propia de estas actividades, hable o sugiera algo que invite al resto de los participantes a tener una experiencia adecuada con la profundidad artística o creativa, por ejemplo respecto a la novela o el cómic o la película o el cuadro o,..., que ahí y ahora los ha convocado, para que otro alguien se sienta molesto y reivindique, con una exigencia inusitada, el derecho a la libertad de expresión de cada uno de los participantes, talmente como si hubiera sido el día anterior mismo cuando se hubiese estrenado la democracia y la actividad en cuestión fuese la prueba cabal de ese advenimiento, todo ello, como no, con la aquiescencia de quien está al frente de la actividad y a través suya de la aquiescencia de la institución que representa (biblioteca, centro cultural, escuela o instituto, etc). Y es así como en una actividad pensada por una institución pública para poder facilitar las experiencias necesarias y adecuadas que el gran arte reclama, se acaba convirtiendo en un apéndice de ese gran circo privado que es en lo que se han convertido las redes sociales e internet. Aunque bien es verdad que debido a su tono y ritmo populista, hace que muchos lo reivindiquen como la verdadera ágora moderna, en la que la diferencia entre la experiencia adecuada a que debe aspirar todo aquel que se relaciones con el gran arte y la experiencia con el arte popular ha dejado de existir, pues son una y la misma cosa. Por esta misma razón, ¿es fiable, por ejemplo, la figura del lector entendida como alguien que abre un libro y está en condiciones de escuchar y conversar con quien desde esas páginas a él, y solo a él, se dirige e interpela? Es decir, una conversación entendida tal y como la entiende la tradición de la gran literatura, pues solo así se puede estar a la altura de los grandes narradores que la conforman, y que, no en balde, han llegado hasta nosotros debido a esa grandeza, que es tal porque ha superado la prueba de infinidad de lectores de otros tiempos y otros espacios. Sin por ello olvidarnos, piensa el Coodinador, de quienes se quedaron en la cuneta de los perdedores o los olvidados, de la que solo una experiencia adecuada de la misma atención e intensidad puede sacarlos de la oscuridad de aquella y traerlos a la luz del presente. El Coordinador piensa convencido, por tanto, que no son nada fiables la mayoría de los lectores, o participantes  en general en esas actividades organizadas por las instituciones públicas, que pretendiendo dar lo necesario para que aquellos puedan alcanzar la experiencia adecuada en el trato con gran arte, acaban cayendo en las zarpas privadas de las redes sociales e internet, desprestigiando al mismo tiempo la labor insustituible que en ese sentido debe tener, y seguir teniendo, la función pública de la educación y la cultura.