Cuando el coordinador recibió el email firmado por una de las asistentes a la tertulia no supo que contestar. En primer lugar le volvía a sonar extraño que firmara con el nombre del héroe del cómic, siendo como era una mujer. Se lo habían preguntado en varias ocasiones, no solo el coordinador sino también casi todos los miembros de la tertulia. Ella respondía invariablemente que su amor por el capitán marino viene de la infancia, cuando su madre que era bailarina, al igual que la madre del marino inglés, le regaló los primeros cómics de su azarosa y vibrante historia. Tiempo después todos se enteraron de que la lectora Cortó Maltés también era bailarina. En el mensaje que le envío al coordinador le hacía saber sobre un conflicto que, desde que se había incorporado de forma estable a la tertulia, se le había vuelto insoluble. Tampoco había conseguido armarse del valor suficiente como para plantearlo de forma indirecta ante los compañeros de la tertulia, aprovechando la lectura de un relato o de un artículo. Por un lado, decía Corto Maltés en el escrito que le envió al coordinador, durante mis años de bailarina he entendido la condición dual del cuerpo que tenemos quienes nos dedicamos a esto con nuestra particular manera de hacerlo, al menos esta ha sido mi experiencia práctica y teórica, tal y como me lo ha enseñado mi profesora, Matilde Suárez. He llegado a conocer mi cuerpo de una forma tan profunda que puedo estar dentro de él o delante de él o más allá de él. Esto sucede de forma alternativa, cambiando a veces en segundos, a veces en minutos. La dualidad de mi cuerpo y el de los demás, nos ha repetido Suárez durante todos estos años, es lo que os permite fusionaros (como donantes y como poseedores de un don alternativamente) en una única entidad. Os reclináis uno en otro, os alzáis ingrávidos, os apoyáis entre sí, de modo que dos o tres cuerpos se convierten en una sola morada, como una célula viva es una morada para sus moléculas y mensajeros, o un bosque para sus animales. A Suárez, dice Corto Maltés en su email, le gusta ponernos ejemplos orgánicos para hacer más visible lo que oculta un cuerpo normal, que viene a coincidir con su potencia creativa. Esa misma dualidad es lo que explica por qué, durante nuestro proceso del aprendizaje, nos intriga tanto caer cómo saltar, y, por qué el suelo nos supone tanto desafío como el aire. Te cuento todo esto porque, a medida que me sumerjo en los diálogos de la tertulia, se me hace evidente otra dualidad ahora desde la quietud de mi cuerpo. Y es la que tiene que ver con eso que nos dices que llamemos alma o conciencia o espíritu o como mejor convenga a nuestras creencias. Es una cita del filósofo Spinoza, que nos aconsejaste que leyéramos todos lo días, la que pone luz, a mi entender, a este desasosiego, permíteme calificarlo así, que me embarga. Las palabras del filósofo holandés dicen así: “Más no por ello dejamos de sentir y experimentar que somos eternos. Pues tan percepción del alma es la de las cosas que concibe por el entendimiento como la de las cosas que tiene en la memoria. Efectivamente, los ojos del alma, con los que ve y observa las cosas, son las demostraciones mismas. Y así, aunque no nos acordemos de haber existido antes del cuerpo, percibimos, sin embargo, que nuestra alma, en cuanto implica la esencia del cuerpo desde la perspectiva de la eternidad, es eterna, y que esa existencia suya no puede definirse por el tiempo, o sea, no puede explicarse por la duración.” El otro día tuve una lesión en una pierna que me ha obligado a guardar reposo estricto durante una semana. De repente, las palabras de Spinoza cobraron delante de mi y de mi pierna escayolada, como por ensalmo, toda la fuerza de su profundo significado.