miércoles, 9 de octubre de 2019

TODOS FANTOCHES

“No siempre es necesario, que lo verdadero se materialice; basta con que se cierna espiritualmente sobre el ambiente y genere acuerdo; basta que, como un repicar de campanas, ondee en el aire serio pero amable.” Se vio al Coordinador que al traer a colación la cita de Goethe pretendía arremeter, sin levantar demasiado polvo, contra la pléyade de fantoches que tenía delante. Pues tiene claro que si los conversadores que se sientan alrededor de la mesa el día de la cita del club de lectura no son nada fiables, tal y como se vio en la entrada del otro día, nada evita tampoco, por el hecho de constatarlo, que ese nada fiables de paso, o sea la antesala de que todos acabarán hablando como unos auténticos fantoches. Y lo hizo así porque piensa que la perfecta alfabetización de los ciudadanos, y su permanente conexión a Internet y las redes sociales, produce lo que no estaba previsto en el ideal fundacional de la ilustración, a saber, que todas esas mejoras han traído la fantochería o la vulgaridad que ya se atisbaba en el silencio que protagonizaron durante siglos el analfabetismo y aislamiento preilustrado. Un silencio que le hace presuponer al Coordinador, ajeno por tanto a cualquier voluntad demostrativa, que eso ha sido el caldo de cultivo, a lo largo de todos esos siglos, de la mayor reserva de resentimiento de la humanidad, que hoy alimenta todos los odios que pueblan el planeta. De hecho, piensa también el Coordinador, la modernidad no es otra cosa que una válvula de escape a todo esa veta de sentimientos cocidos y recocidos, bajo la superficie colorista de lo real, por todas las injusticias habidas y por haber a lo largo del tiempo. Y es comprensible, aunque no necesariamente tolerable o admisible que los herederos de todas esas tropelías, ahora perfectamente alfabetizados y conectados entre sí, recuerda una vez más el Coordinador, aprovechen todas las ocasiones que se les presenten para ejercer la venganza a la que, según ellos, tienen todo el derecho del mundo y de la historia. Lo que Goethe vino a advertirnos con su cita, dijo el Coordinador a los oyentes, fue que, si era el yo de los románticos, movimiento al que siempre se opuso, el que al final se apoderara del imaginario del mundo, convenía protegernos contra toda la fantochería que acompañaba a su idea de la verdad. Es indudable e indiscutible que la experiencia que cada sujeto tenga en relación con la vida o con la literatura, o con cualquier otra de sus representaciones, es verdadera. Lo cual quiere decir, por ejemplo, que si un lector dice que un personaje se comporta de una manera moralmente inaceptable, nadie tiene derecho a decirle a la cara eso que, por otro lado, tanto se dice: no estoy de acuerdo. Pues lo que cada cual siente respecto a tal o cual experiencia de la vida o de la literatura, o de cualquier otra representación de aquella, no está sujeto a dictamen o sentencia externa. Forma parte, por decirlo así, de esa amalgama invisible e indeterminada que llamamos intimidad. Ahora bien, si el sujeto en cuestión cree que eso que siente en su intimidad es verdadero solo porque el así lo siente, y literalmente así lo lanza al mundo, estará cometiendo, al entender del Coordinador, una fantochada, que se agota como tal en su misma manifestación. Vista así una fantochada tiene la misma fiabilidad que cualquiera otra que, por la misma razón nada razonable, pueda surgir a su lado, ninguna. Por este camino, dice el Coordinador, lo único que se consigue es alcanzar las formas más acabadas de lo que acaba siendo un gallinero humano. No se trata, por tanto, de que nadie renuncia a la verdad que en nuestra intimidad experimentamos en el trato con la vida o con la literatura, sino de ver cómo imaginamos la explicación que de ella demos a los otros, de tal manera que sea una verdad con posibilidades reales de ser aceptada por ellos, como si de un acuerdo de las almas se tratara. Todo esto viene a cuento, dijo el Coordinador, de algo que se repite con mucha frecuencia en las intervenciones de los lectores y que consiste en un afianzamiento en la materialización  de la verdad experimentada en la lectura: esto es lo que pienso y no lo voy a cambiar. Como si viviera como una amenaza el que los otros lectores no estén de acuerdo (como así sucede realmente, pues cada lector es una conciencia única, irrepetible e indiscutible) respecto a lo que él ha experimentado como verdadero en el acto intimo y silencioso de la lectura. Y ya sabemos que no hay mejor defensa que anticipar el ataque. El lector se enfrenta así a un dilema a partir de esa experiencia íntima de lo verdadero, convertirla en un dogma (materialización) o ponerse a pensar (espiritualización). El énfasis lo hemos de poner en el acuerdo (y en el compromiso con la conversación sobre la lectura compartida que lleva añadido), tal y como lo sugiere Goethe en su cita: estilización o espiritualización de eso que hemos sentido íntimamente con la lectura, que es verdadero en tanto en cuanto lo hemos sentido así no por que coincida con las pautas exteriores vigentes. No se trata de venir al club de lectura para discutir sobre esas verdades que hemos sentido al leer, pues eso es en sí mismo es indiscutible, como si ello nos llevara a alguna parte de interés. Hay una perversión infantil en la conducta de muchos adultos, hoy declaradamente explícita en la cultura digital, en llevar la contraria al otro, que deberíamos combatir con firmeza conversacional, concluyó el Coordinador antes de dar la palabra a los lectores.