De todas maneras, el gran arte existe y a veces se experimenta adecuadamente, e incluso una experiencia superficial de lo que es grande puede producir un efecto, dice Iris Murdoch. A veces sueña con ese razonamiento y se reconcilia de inmediato con la función de Coordinador de club de lectura, una función que, por otra parte, nadie le ha pedido que haga y solo él se he propuesto llevar a término con quienes se acerquen al libro que propone. Cualquiera puede acceder, les dice, pero no cualquiera puede llegar adonde sugiere Murdoch. Aunque reconoce que eso solo le sucede en algunos sueños, ya que en las horas de vigilia la cosa es muy diferente. Si cree, lo tiene escrito en alguno de sus artículos, que eso de ser Coordinador de club de lectura es una visión y también una misión. Pues la expresión condescendiente que Murdoch, como la de tantos otros intelectuales, manifiesta respecto al efecto que el gran arte tiene, bien es verdad que de una manera imprecisa, sobre quienes sólo aspiran a tener con aquel una experiencia superficial, apunta en esa doble dirección. Es decir, que alguien que habite en los niveles medios y bajos del arte, la expresión gran arte presupone una jerarquización inevitable e indudable, tiene que encargarse de que ese efecto que preconiza Murdoch se haga realidad, adquiera rostro y alma entre los que se sienten tentados a frecuentar el gran arte. Pues si no es así, al Coordinador no le cabe la menor duda que el mero hecho de tener una experiencia superficial respecto al gran arte solo puede producir un efecto de la misma dimensión superficial con que ha sido el acercamiento o abordaje de la obra de gran arte en cuestión. Ante la amenaza que el gran arte supone para los defensores del democratismo postmoderno, o lo que el Coordinador llama el populismo educativo cultural rampante, aquel vuelve la vista sobre Spinoza, el gran pensador holandés. La amenaza de aquellos no es otra que la que lleva incorporada futilidad de su contraataque. ¿Quien define lo que es gran arte?, dicen pomposos. El Coordinador responde, siguiendo a Spinoza, que de la misma manera que si existe lo imperfecto, de lo que somos la prueba fehaciente los seres humanos, tiene que existir lo perfecto, otra cosa es que nuestra imperfección nos impida entenderlo aunque, y aquí está el fundamento principal del gran arte, unos pocos no renuncien a intentarlo a sabiendas de su fracaso. La grandeza está en el fracaso del intento. ¿Puede ser de otra manera? Por tanto, el Coordinador tiene claro que es esto lo que quiere inculcar a los lectores, aspirar a lo perfecto tiene como efecto no la perfección, como pudiera suponer un literalista de la expresión de Murdoch, sino la caída del velo de la falsedad con que cubrimos la medianía de la vida cotidiana. Este es el gran logro que obtiene cualquier ser humano al tratar con el gran arte, algo que no puede conseguir de otra manera, justamente por esa aspiración a la perfección que es la que disloca la instintiva tendencia de aquel a mantenerse en el sentido común de su medianía, que se aviene mejor con lo que sabe le resulta inofensivo aunque su puesta en escena tenga la pose de ser lo más arriesgado del mundo. Es público y notorio que en el mundo occidental no ocurre nada relevante, sencillamente por que los miembros de la clase media que lo sustenta mantienen orgullosos, al tiempo que alimentan con auténtico denuedo, su proverbial incapacidad para expresar lo que sienten. El Coordinador da fe que una y otra vez, incluso con los lectores más cualificados profesionalmente, la locución que estos más repiten a la hora de expresar lo que han hecho con la lectura en cuestión es, no se como decirlo. El velo de su falsedad aparece, entonces, ante el Coordinador no ya como un tejido más o menos tupido, sino como una auténtica fortaleza medieval dispuesta a ser defendida con toda la impedimenta militar de esa época y, si no fuera suficiente, con las armas de épocas más recientes. Llegando al caso, afirma el Coordinador, de que ya hay lectores especializados en defenderse de la perfección con que el gran arte amenaza su sentido común, mediante el uso de drones. Esto es todavía una intuición que, al entender del Coordinador, cae del lado de la perfección que despliega el instinto técnico del lector y que es difícil de verificar en la práctica. Esto es una prueba más de la resistencia feroz que ofrece el ser humano a tratar con aquello que lo supera, que es más grande que él, con aquello que no entiende y no entenderá nunca. La perfección que dice Spinoza. Una resistencia reactiva y, al fin y al cabo, reaccionaria, pues nunca opone el usuario de los drones culturales educativos una resistencia poética literaria, es decir, creativa. El Coordinador una vez que ha llegado hsta aquí tiene razonables dudas de que Murdoch, y los creadores del gran arte, sean del todo conscientes de cómo se vive en los barrios bajos de ese gran arte, y de la gran cultura en general.