lunes, 14 de octubre de 2019

BANALIDAD

El Coordinador acababa de leer en un artículo, pocas horas ante de la cita con los lectores, que las elaboraciones metafísicas no se encuentran hoy en las aulas de las universidades, sino en la superficie banal de las ciudades, y quizá sea ahí precisamente donde haya que ir a buscarlas. Se congratuló, por una parte, de haberse topado con este escrito y, por otra, de que hubiera coincidido el mismo día que estaba prevista la conversación a nueve voces sobre la lectura de “el regreso del soldado”, de Rebecca West. Por elaboraciones metafísicas el Coordinador entiende todo eso que pueda haber más allá o al otro lado o en el centro mismo del materialismo que se ha apoderado de forma total de los días y las noches de quienes habitan, con su hábitos, hasta el último rincón de la traza urbana de las ciudades actuales. Ello ha generado, casi sin darnos cuenta, una raquitismo espiritual en lo hondo que fomenta el engorde de la banalidad en la superficie. Cualquier intento de invertir, siquiera con moderación, esa dieta, supone una reacción alérgica tanto en lo hondo como en la superficie de los hábitos de grupos e individuos. El Coordinador entiende que estas conversaciones entre lectores pueden ser uno de esos intentos de cambio de los hábitos de nutrición, en el que durante dos o tres horas y unas cuántas páginas el lado espiritual o no material de cada lector emerge como creador, dentro del ámbito de su imaginación, acompañado por sus propias palabras, arrinconando durante aquel tiempo y aquellas páginas a las palabras de la superficie de la ciudad que nutren de forma prestada  la banalidad rampante aludida. Lo que constata el Coordinador, sin embargo, es que no es suficiente con dibujar lleno de buenas intenciones ese nuevo espacio, ya que ese dibujo por si solo no traer los hábitos que posibiliten su habitabilidad. Se da la circunstancia de que el dibujo es atractivo para los lectores convocados, pues la lectura sigue conservando, incluso dentro de una era tan nihilista como lo es la digital, ese halo fundacional romántico en el que perdura su imagen como una conquista irreversible de la humanidad, exenta de cualquier tipo violencia cruenta, a la que no acompaña el fardo ni de la explotación ni de la esclavitud, mediante la que la mayoría de seres humanos quieren tener el libro entre sus manos como un espejo mágico, como dijo el poeta, en el que la madrastra reconoce sin odio el añorado rostro de Blancanieves. La lectura construye así ese territorio libre y nómada que lleva implícito el libro, cualquier libro, que permite al lector estar gratamente y sin peligro a la intemperie. Lo cual no puede ser contemplado por el Coordinador como un fin en sí mismo, aunque si como el punto de partida de esa conversación entre voces variadas. Es un punto de partida donde lo hondo quiere despedirse de la superficie, donde el compromiso del lector quiere abrirse paso, pero todavía tiene demasiado cerca su propia banalidad superficial que se lo impide. Oportunamente el Coordinador saca a colación la figura del narrador y lo coloca encima del escenario para hacer visible ese dilema al que se enfrenta el lector: perseverar en la banalidad de las palabras o dar el salto hacia un trato más comprometido con ellas. Dicho de otra manera, como en su día manifestó un lector aventajado, hazte un favor tómate tus palabras en serio. Bien es verdad, reconoce el Coordinador, que la narradora de la novela de West, Jenny, no lo pone nada fácil a los lectores que sigan fascinados con las palabras del ideal romántico de la lectura, que como toda fascinación les impide entenderlas como un punto, casi siempre inalcanzable, de llegada, nunca deben entenderlas como un punto donde regodearse alrededor de sí mismo en la partida. Nada más que escuchaseis con atención las primeras palabras de Jenny en la novela, dijo el Coordinador, se oyen que no son del lado, digámoslo así, de donde estábamos pocos segundos antes de ponernos a leer. Pertenecen a otro tiempo y otro espacio, que es justamente a donde nos invita calladamente a ir en su compañía. La resistencia numantina de los lectores a aceptar esto, a aceptar ese compromiso con las palabras de Jenny que no son del mundo donde habitáis, subraya el Coordinador, no solo no resuelve el tránsito sino, y esto sea tal vez lo más importante, fortalece la banalidad del mundo material exterior donde vivís e impide respirar o hacer nacer el compromiso interior con el mundo espiritual donde están ancladas las palabras de Jenny. Os lo digo con otras palabras. De las muchas actividades que hoy forman parte de la agenda de una persona normal y corriente, aquellas que tienen que ver con la participación activa del cuerpo requieren, y todo el mundo lo acepta, un adiestramiento previo del mismo, pues está claro, también todo el mundo lo acepta, que con los movimientos habituales no es suficiente. El mismo esquema vale para todas aquellas actividades, las del espíritu digámoslo así, en las que estén implicadas las palabras, sobre todo con la actividad más radical al respecto, la literatura, pues esta es una actividad (leer y escribir) donde las palabras dan cuenta de un mundo nuevo, el que alumbra la voz del narrador de la novela en cuestión, Jenny, que ni informa ni levanta acta ni ejecuta una demostración sobre alguna parcela del mundo que ya conocemos. Las palabras de Jenny remiten al mundo que, la llegada imprevista de Chris, le ha puesto en la tesitura inaplazable de entender. Jenny vivía confortablemente, banalmente diríamos, en su casa Brady Court, como cualquiera de nosotros en la nuestra. La diferencia de Jenny es que no se amilana frente a la problematización, no tanto material sobre las cosas, sino espiritual sobre las palabras, que la llegada de aquel soldado ha supuesto para ella. Sin embargo, los lectores compruebo que si se han amilanado, y han preferido quedarse en su lugar material de confort rodeados de sus cosas de siempre. Es como si me dijerais, os pongáis como os pongáis tu y Jenny, no nos vamos mover un ápice de nuestra zona de confort habitual. Y yo os digo que, de esa manera, leáis lo que leáis la banalidad del mundo habla y hablará cada vez más por vuestras bocas.