lunes, 28 de octubre de 2019

NO ESPERAR NADA

Al Coordinador le suele suceder en sueños que va camino del lugar donde ha quedado con los de la tertulia y, de repente, sin saber ni cómo ni por qué se ve metido en un bosque a la busca y captura de alguna seta. Sabe que ya es tarde, pues las ordas de destructores del bosque han pasado antes que él madrugue lo que madrugue. Pero se da cuenta, y solo le sucede en sueños, que una y otra vez vuelve al bosque poco después de que han caído las primeras lluvias de otoño. En los meses anteriores de verano ha jurado y perjurado no volver al bosque, pues tiene claro que la batalla con los destructores la tiene perdida. Sabe que ellos se han estado entrenando de forma muy exigente para no dejar de ser lo que son: los guardianes del bosque y los apropiadores legítimos, dicen ellos, de todos sus secretos ocultos, entre los que las setas son los más apreciados por ser los más escurridizos. Cuando el Coordinador se despierta de su sueño los primeros minutos de vigilia le parecen una pesadilla, pero a medida que avanza, camino del lugar donde ha quedado con los de la tertulia, nota que es en definitiva el prólogo necesario de lo que esta última pueda dar de sí. Ya sentado en la silla que le han reservado en la cafetería, este suele ser la forma del lugar de la cita, y mientras los que ya han llegado envían mensajes recordatorios a quienes todavía no lo han hecho, bien porque están de camino o bien porque no vendrán en esta ocasión y no lo han advertido al resto de los contertulios, el Coordinador trata de decirse en voz baja lo anterior de otra manera. A saber, al igual que cada ser vivo del bosque, tal y como lo ha soñado, guarda su secreto (fuente y fundamento de la espera sin esperanza en el sueño, que anima a levantarse a buscar las setas) a salvo de los destructores, que se lanzan al bosque como si fueran tanques en plena misión de combate, todo dependerá en la tertulia de lo que cada lector guarde a salvo de los guardianes de las palabras o las imágenes, que suelen asistir a este tipo de reuniones y que son los que siempre suelen llegar tarde a la cita. Al Coordinador le resulta imposible determinar el tiempo que transcurre para que un buscador de palabras o de imágenes acabe convirtiéndose en su guardián. Pero más le cuesta entender, como ha hecho el mencionado guardián para endurecer como una roca lo que en un principio vivió como un constante fluir de las palabras a su pensamiento, y viceversa, de forma incesante; como y cuando ese fluir fue vencido por los prejuicios que anidan en sus adentros, clausurando así de forma definitiva su apertura al mundo, pero dejando abierto el campo de combate de las interminables disputas que unos y otros destructores de las palabras o las imágenes mantiene, desde entonces, por ser sus mejores guardianes frente a quienes todavía se levantan cada mañana y tratan de dejarse llevar por ese fluir de arena entre su pensamiento y el bosque donde se encuentran todas las palabras. El Coordinador nada más comenzar el turno de intervenciones descubre que - con su ausencia calculada, aunque hayan hecho su trabajo de camuflaje sobre el libro en cuestión, digámoslo así, que haría feliz a cualquier profesor de instituto que, de una manera u otra, en toda tertulia siempre está presente, bien como funcionario de hecho bien como frustrante encarnación no realizada de semejante función - los aludidos destructores consiguen hacerlo infeliz a él mismo. Algo que se repite una vez que ha llegado hasta allí, pasando por el sueño del bosque, sin esperar nada. Lo que, sin embargo, no le impide reconocer que así debe ser hasta la próxima cita, junto al prólogo del próximo sueño.