martes, 22 de octubre de 2019

JACULATORIA

El Destinatario suele recibir en su móvil mensajes en los que a veces le incitan a reír, a veces, la mayoría, a callar. También hay mensajes en los que lo invitan, por decirlo así, a pensar, sin que el emisor especifique si eso es cierto y que significa. El otro día recibió un mensaje que al Destinatario le pareció que podía encajarlo dentro del tercer grupo. Más o menos, dice así: como imagino que andáis escasos de jaculatorias con las que iniciar o acabar el día, os envío esta oración que me enseñó el filósofo y escritor José Luis Pardo. Yo la recito religiosamente al levantarme y al acostarme. Luego hago balance y propósito de enmienda. Doy fe de que no me va del todo mal. Incluso he mejorado mi aptitud para reconocer al Otro. Es mas, me pregunto,  ¿quien soy yo mismo si no el Otro? La jaculatoria de Pardo dice: Uno no ingresa en el mundo si no es a través del lenguaje. Uno no sabe exactamente lo que está pensando hasta que no lo dice o lo escribe, y cuando lo dice o lo escribe, no solamente ocurre que lo estás diciendo o escribiendo, sino que hay otro que te escucha y otro que te tiene que entender. Sea pues. En el anterior mensaje, que el Destinatario recibió en su móvil unos minutos antes, le invitaban a reunirse en una taquería para comentar el libro Pedro Páramo, de Juan Rulfo. El Destinatario, que a lo mejor no tiene muchas luces de las de antes, sin embargo si ha adquirido, con el paso de los años y la costumbre diaria del tecleo, las suficientes habilidades digitales para saber discernir entre a lo que lo invita el emisor del primer mensaje y lo que quiere de él el segundo emisor al convocarlo, junto con otros lectores, a conversar en una taquería sobre la lectura que hayan hecho de la novela “Pedro Páramo.” Es evidente, piensa el Destinatario, que en términos de, por decirlo así, goce visual es más atractivo el mensaje de la taquería, pues viene acompañado de su buena guarnición de emoticones, que el mensaje de la jaculatoria servido por su emisor, digamos, a palo seco, sin chuches que llevarse a la vista. El mensaje que lo invita a la taquería, aunque sea para hablar del libro de Rulfo, le permite el disfrute o goce del ver, sin que de aquí se derive la exigencia de tener que explicar lo que haya podido sentir o no, pensar o no, con la lectura de Pedro Páramo. Mientras que el mensaje que lo invita a “rezar” cada mañana al levantarse y cada noche al acostarse lo invita a algo que no ve en la pantalla y, por tanto, tiene que buscar fuera de ella, lo invita, en definitiva, a algo que era propio de un mundo sin pantallas, mejor dicho, un mundo que no estaba enajenado frente a la pantalla y, por tanto, lo obliga a tener que hacer, antes que nada, la operación de desintoxicación pantallista para acceder a una realidad de formación y maduración personal, tal y como la predicaron los defensores modernos, anteriores al pantallismo excluyente, de la paideia y mayeutica clásica. El problema de la jaculatoria del primer mensaje es que no puede gozarse con la vista. Tendría que imprimirla en un folio en blanco, dice el Destinatario, para poder leerlo solo como letra impresa ajeno a cualquier frivolidad o banalidad visual. Y, sin embargo, al Destinatario no se le escapa que ambos mensajes apuntan, sin renunciar a la pantalla en el que están escritos, en una misma dirección, digamos de calado ontológico o, para entendernos, fuera de una influencia pragmática o instrumental. Está claro que la cita en la taquería, con toda la fanfarria de los emoticones añadidos, no impide imaginar al Destinatario la enjundia de la conversación sobre la lectura de Pedro Páramo, que se puede dar alrededor de la mesa de la taquería donde se sienten los lectores. De igual modo que la tarea de pensar sobre el rigor y la seriedad de lo que se habla y como se habla, que es a lo que implícitamente invita el mensaje de la jaculatoria, no impide imaginar que esa práctica se pueda llevar a cabo rodeada de algún que otro delicatessen regado, pongamos, con champán Bolinger. No es ajeno al Destinatario, que ha renunciado a ser también Emisor, el hecho constatable por la experiencia diaria que la eficacia de la Comunicación Audiovisual depende de su capacidad para autodenunciarse como banalidad. En ese proceso de autobanalización la Imagen Audiovisual se presenta a sí misma como carente de contenido digno de atención, y dice conformarse con obtener del destinatario común (que ahora es también el más común de los emisores digitales, para escarnio de los filósofos ilustrados y de los pensadores a martillazos) una atención a medias, a saber, ni más ni menos que la necesaria para emitir el juicio de estirpe salomónica: me gusta o no me gusta. Es por ello que al mensaje de la taquería siguieron más de diez emoticones mostrando su complicidad con la propuesta del lugar donde se iba a discutir sobre Pedro Páramo y, en cambio, no hubo ninguna alusión a la lectura que habían hecho del libro, mientras que el lenguaje de la jaculatoria, dada la densidad de su contenido lo ha hecho completamente invisible a los emisores, entre los que el Destinatario dice que no quiere encontrarse, pero, a cambio, puede que debido a esa invisibilidad, no ha habido ningún mensaje en el que siquiera quedara sugerido por su emisor, emoticones mediante, pongamos, una pizzería don quedar. ¿Para qué quedar?, se pregunta el destinatario, y el mismo se contesta, para simplemente quedar como quedábamos cuando teníamos quince años. Ante la inevitable banalidad que arrastra la propia naturaleza de la Comunicación Audiovisual dominante, el Destinatario imagina volver al servicio estatal de Correos, aunque nada más sea para aquellos comunicados verbales que, sin prisas, necesiten ser leídos sin los estorbos publicitarios de la vista.